domingo, 31 de diciembre de 2006

Santa María, Madre de Dios (C)

1-1-2007 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (C)
Num. 6, 22-27; Slm. 66; Gal. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21
Queridos hermanos:
Celebramos hoy a Santa María, la Madre de Dios, la Madre de nuestro Salvador. Pero también hoy es el primer día del año 2007. Ayer terminó el 2006. Estos días atrás, cuando pensaba en esta homilía, se me vino a la mente y al espíritu el poder dar gracias, desde Dios, por todo el año 2006 y prepararnos, desde Dios, para este año nuevo que comienza. Y precisamente en estos días he recibido un correo por Internet, que contenía una oración sobre este tema. La transcribo a continuación. Dice así:
“Al terminar el año, Señor, te diré sólo dos palabras. Quiero que sean sinceras y sencillas.
En el silencio de la soledad te digo desde lo más profundo de mi corazón: ¡Gracias, Señor!
Gracias… por todo lo que este año (2006) me has concedido, porque te lo he pedido. Por todo lo que me has dado, sin habértelo rogado. Por todo lo que me has otorgado, sin haberlo merecido.
Gracias… por la salud y el bienestar. Por las alegrías y las satisfacciones.
Gracias también… por la enfermedad. Por las penas y sufrimientos. Aunque me cueste trabajo, Señor, te agradezco esto último. ¡Tú sabes lo que hiciste!
Gracias… por el rayo de esperanza que me iluminó. Por aquella mano que me levantó. Por ese consejo que me guió. Por aquellas palabras que me alentaron.
Pero sobre todo… te doy las gracias, Señor: por la fe que tengo en Ti. En este tiempo, un tanto confuso, aunque lleno de esperanza, es a veces difícil creer.
Te confieso sinceramente: no siempre he sabido cómo actuar, qué hacer, a dónde ir. Sin embargo, mantengo mi fe en Ti.
Te doy gracias, porque en las tinieblas me has iluminado. Porque en las caídas me has levantado y has perdonado mis pecados.
Y sobre todo, Señor…, te doy las gracias por todo aquello que ignoro que has hecho por mí y de lo cual debo estarte profundamente agradecido.”
Si me lo permitís, voy a comentar algunas partes de esta oración y que pueden ayudarnos a nosotros para colocarnos ante Dios y ante los acontecimientos, buenos o malos:
- Se trata de una oración que está encuadrada en una situación concreta: el fin de un año. Y es que nadie se pone ante Dios o en oración de modo abstracto, sino en un lugar concreto, en un tiempo concreto, en un estado de ánimo concreto, con unas dificultades y disposiciones concretas. Pues bien, esta persona se sitúa ante Dios al final del año y quiere dialogar con su Amado. Esta persona abre a Dios su corazón y sus labios.
- En cuanto esta persona se pone en silencio, dejando a un lado los ruidos externos (Tv, coches, voces…) e internos, aparece únicamente su corazón y Dios; aparece lo más íntimo de esta persona y Dios. ¡Qué importante es el silencio en nuestras vidas y qué difícil de conseguir, aunque es algo tan sencillo…!
- En el silencio de todo, en la presencia de su ser más íntimo y en la presencia del Amado surge enseguida una exclamación: “¡Gracias, Señor!” “Gracias” porque todo lo recibido es gratis, “gracias” porque todo lo recibimos sin merecerlo; “gracias” porque todo es gracia, regalo y don. Y dando las gracias nos desenfocamos de nosotros mismos, dejamos de ser (y de considerarnos) el centro de todo y de todos. Dando las gracias nos volvemos más humildes y más necesitados de los demás. Dando las gracias caminamos más en la verdad y no en la apariencia y el maquillaje.
- La persona de la oración, en esta situación y perspectiva que estoy diciendo, da gracias a Dios por todo lo bueno que ha recibido de Dios, porque se lo ha pedido a El, porque lo ha recibido de El sin habérselo pedido. Pero, en definitiva, todo lo bueno que uno tiene procede únicamente de El, y esta persona lo reconoce y lo confiesa.
- Esta persona también da gracias a Dios por lo malo que le ha sucedido (“Gracias también… por la enfermedad. Por las penas y sufrimientos. Aunque me cueste trabajo, Señor, te agradezco esto último”), pues visto desde Dios, hasta lo malo… es bueno. Ya nos lo dice bien claramente S. Pablo en el Nuevo Testamento: “Para los que aman a Dios, todo les sirve para el bien” (Rm. 8, 28).
- Esta persona da gracias a Dios por la ayuda y acción de Dios, pero no sólo la que le viene directamente de El, sino también la que le llega viene a través de los otros (“Gracias… por aquella mano que me levantó. Por ese consejo que me guió. Por aquellas palabras que me alentaron”). Y es que, desde Dios, los demás son signo del amor de Dios para con nosotros y eso lo podemos reconocer en la oración. ¿Por qué? Porque es el mismo Dios quien nos lo muestra.
- Esta persona da gracias a Dios por… Dios mismo; por la fe que ha recibido de Dios; por la luz de Dios, que le ha iluminado en la oscuridad; por el perdón de los pecados; y por todo lo que Dios hace por esa persona, que no reconoce ahora, sino pasado un tiempo, a veces años, y otras veces sólo lo sabrá y reconocerá allá, en el cielo. Ya sabéis aquella famosa historia de la playa y las huellas en la arena: Cuando había un par de huellas en los momentos de sufrimiento, no eran huellas del hombre doliente, sino las de El (le dice Dios al que protestaba de que El lo había dejado solo en aquellos momentos).
Y para terminar esta homilía de hoy os bendigo con las palabras del mismo Dios de la primera lectura. Es lo que Dios mismo nos desea para este año 2007 que empieza: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz.”

sábado, 30 de diciembre de 2006

Sagrada Familia (C)

31-12-2006 SAGRADA FAMILIA (C)
Eclo. 3, 3-7.14-17a; Slm. 127; Col. 3, 12-21; Lc. 2, 41-52
Queridos hermanos:
Hoy celebramos la Sagrada Familia, que formaban S. José, la Virgen María y Jesús. Veamos qué podemos sacar de la celebración del día de hoy para ayuda de nuestra fe y de nuestras propias familias. Ciertamente se trata de un tema tan amplio (el de la familia) que aquí simplemente podremos dar algunas pinceladas.
* He leído en un folleto lo siguiente: “La bajísima natalidad es uno de los problemas más graves familiares en España. ¿A qué se debe este descenso de fecundidad y de natalidad? ¿Qué nos falta o qué nos sobra? Las posibles causas son:
Miedo. El futuro es incierto. Los hijos son difíciles de educar.
Economía. Los niños cuestan mucho; ya no vienen con el pan debajo del brazo. Criados y educados convenientemente cuestan mucho.
Falta de ayudas e incentivos estatales. En otros países son más generosos que en España.
Vivienda. Falta el nido familiar. No está al alcance de todos. Un grandísimo obstáculo.
La mujer. Ha cambiado su rol en la sociedad. Ya vale y está preparada para algo más que tener hijos.
Trabajo. Exceso: no hay tiempo para los hijos.
Defecto: no es trabajo seguro.
Difícil: obliga a estar separados.
Inestabilidad. No sólo en el trabajo, sino el amor. No están seguros de que su amor dure. Por eso muchas veces no se casan.
Comodidad. Los hijos obligan a muchas renuncias y sacrificios. Se prefieren las vacaciones, el lujo… a los hijos.
Falta de valores. ¿Qué es lo importante en esta vida?”
* Esto que acabo de escribir es lo que está en el ambiente que nos rodea, o en muchas personas que conocemos. Incluso puede ser que algunos de nosotros compartamos alguno de estos puntos expuestos. Sin embargo, nosotros, como cristianos vivimos otros valores; vivimos desde otra perspectiva; amamos desde otra perspectiva; sufrimos desde otra perspectiva; nos alegramos desde otra perspectiva. ¿Desde cuál? Desde la divina, o sea, desde Dios. Por eso, nuestro modelo es la Sagrada Familia. “Sagrada” porque Dios está en ella. “Sagrada” porque ellos se aman desde Dios, en Dios y para Dios. “Sagrada” porque toda su vida está ofrecida a Dios. Y todo lo que se hace o lo que acontece tiene la marca de Dios, del servicio, de la humildad… Por todo ello:
- Una familia cristiana será “sacramento” de Dios, es decir, El se hará presente a través de ellos…, para ellos mismos y para los demás. La oración y la Eucaristía será una necesidad perentoria para ellos. Se dice en la segunda lectura: “Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.” Asimismo decía Jesús en el evangelio: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” Esta familia cristiana verá a Dios en la Misa, en la oración, pero también en los demás que les rodean.
- Una familia cristiana cultivará el amor. Amor para con Dios; amor para con los cercanos habituales; amor para con los cercanos ocasionales… Así, la segunda lectura nos dice: “Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo eso, el amor.”
- Una familia cristiana vivirá en la verdad y en la fidelidad. Verdad de los hombres que siguen (o intentan seguir) la Verdad de Dios. Fidelidad y constancia de los hombres que siguen (o intentan seguir) la Fidelidad y la Constancia y la Misericordia de Dios para con nosotros.
- Una familia cristiana estará abierta a la vida. Los hijos no son los que molestan, los que gastan…, sino que son fruto del amor esponsal y don-regalo de Dios. El salmo que acabamos de escuchar nos dice que los hijos son “la bendición del hombre.” Los hijos serán los campos en donde los padres y el resto de la familia sembrarán el evangelio y el mejor humanismo.
- Una familia cristiana estará abierta a los demás. Así, pondrá sus bienes y sus talentos al servicio de los demás… en la medida de sus posibilidades y capacidades.
- Una familia cristiana cuida de sus padres mayores y de sus abuelos. Dice la primera lectura: “Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el calor.”
* Como se ve, en esta homilía se presentan dos modelos diferentes de familia. ¿A cuál nos apuntamos? Pero sobre todo, ¿por qué modelo de familia estamos trabajando o queremos trabajar? ¿Qué pasos concretos estamos dando o queremos dar por ese modelo de familia que queremos para nosotros y para los nuestros?
Hubo unos padres de Madrid que trataron de educar a sus hijos como una familia cristiana. Veamos algunos de los resultados: Escribo a continuación el testimonio de uno de sus hijos, Guillermo Blasco, ante el Papa Juan Pablo II y los jóvenes en Madrid el 7 mayo 2003: “Querido Santo Padre: Me llamo Guillermo. Tengo 19 años, pertenezco a una familia de seis hijos y estudio arquitectura técnica. Nací el día de la Inmaculada y la Virgen me ha llevado siempre bajo su manto. Mis padres me han educado en la fe. Desde niño, Santo Padre, he sentido en mi corazón algo grande. En 1998 peregriné a Santiago de Compostela con un grupo que surgía de las manos de María: los Montañeros de la Asunción. Ese camino me hizo un bien inmenso. Allí sentí que Cristo quería algo más de mí. El 15 de agosto de 1998, día de la Asunción, murió mi hermano Fernando en Irlanda en un atentado terrorista. Tenía 12 años. Este hecho marcó mi vida de adolescente. Esa misma noche, cuando supe lo ocurrido, llamé hasta la madrugada a todos los hospitales de Irlanda. Al día siguiente, se confirmó la terrible noticia e, inmediatamente, fui a Misa con mi padre. Entre la perplejidad y el miedo, una pequeña luz se encendió en el horizonte. Era la luz del camino de Santiago, algo que había penetrado hasta lo más profundo de mi ser. En la comunión encontré una fuerza que jamás hubiese imaginado. Nunca había visto el poder de Dios en las personas. Cuando mis padres perdonaron a los asesinos de mi hermano, su testimonio se gravó a fuego en mi corazón. Desde entonces tengo la convicción de que la Virgen ha intercedido de una forma muy especial por mi familia. La muerte de mi hermano supuso un gran cambio para mí. Mi familia se unió como una piña, y gracias al ejemplo de mi madre, comencé a ir a Misa todos los días antes de clase. Lo necesitaba. Había descubierto que Jesús es el mejor amigo, del que nadie me puede separar. Vi también que necesitaba la fuerza interior que me da la Eucaristía. Fueron tiempos duros, Santidad, pero la comunión diaria, y el testimonio cristiano de mis padres mantuvieron a flote mi esperanza. En 2001 me consagré a la Virgen María. Desde entonces soy de la Virgen y ella no ha dejado de protegerme. Desde aquel día, y para siempre, intento a través de la oración, ofrecerle cada cosa que hago: cada entrenamiento, cada lámina que dibujo... Ella me ha ayudado a saborear la oración, el diálogo con el Amigo que nunca falla, que sólo me pide que me deje amar, que sólo desea colmarme de gracias.”

domingo, 24 de diciembre de 2006

Navidad (C)

25-12-2006 NAVIDAD (C)
Is. 52, 7-10; Slm. 97; Heb. 1, 1-6; Jn. 1, 1-18
Queridos hermanos:
En estos días me han hablado mucho de niños. Niños que forman parte de nosotros y que son nuestro corazón:
- Me decían ayer que, por favor, orase por un niño de mes y medio, que está muy enfermo y no se sabía si saldría con vida del día de ayer, 24 de diciembre. Me pedían que rezara para que no muriese. Porque morir un 24 de diciembre es algo horrible, me decían: el día en que el Niño Jesús nace no puede morir ningún niño, me decía esta persona.
- Ayer comí en una casa en donde hay un niño que está dando los primeros pasos y está rodeado de amor, de cariño y de atenciones. Los abuelos, el tío, los padres no tienen más ojos que para aquel niño. El padre juega con el niño y lo saca a la calle. La madre lo acoge a la vuelta de la calle y le da de comer. El niño corretea por el pasillo asido a las manos vigilantes de su madre y, mientras el niño camina hacia el padre, balbucea la palabra: “papá”.
- Ayer una madre inmigrante me hablaba de su hijo. Su hijo pequeño al que tuvo que dejar en su país de origen, un país lejano. Me hablaba esta mujer de su hijo que está enfermo y al que envía dinero para que coma, para que no pase frío, para medicinas. Y mientras…, sus padres se quedan con el dinero justo y malviven aquí. Pero… a su hijo que no le falte de nada.
- El viernes pasado veía el telediario y escuchaba el caso de cuatro chicos, entre 18 y 20 años, que morían en un accidente de tráfico. ¿Qué es de esos padres ahora, de sus familias? Esos padres que lloran desconsoladamente ahora por sus “niños”.
- El martes pasado un hombre me hablaba de dos hermanos de corta edad que ha adoptado. Estaban en un orfanato. Tenían una historia terrible y, aunque estos niños saben que están a prueba con este matrimonio[1], ya desde el primer momento les ha llamado “papá y mamá”. ¿Cuánta necesidad tendrán estos niños de sentirse amados y queridos? ¿Cuánto harán estos niños para no ser echados nunca de la casa, del hogar, de los brazos de este matrimonio? Me contaba todo esto el “padre” y se le llenaban los ojos de lágrimas al hablarme de sus “hijos”, pues para él ya son sus hijos.
Pues bien, el día de hoy, 25 de diciembre de 2006, también nos habla de niños, concretamente de un NIÑO, de Jesús, el Hijo de Dios. El nace entre nosotros, en medio de nuestras situaciones concretas y reales:
- Jesús nace en ese niño que se muere con mes y medio de edad. Jesús nace en esos padres que están perdiendo a su hijo de mes y medio de edad.
- Jesús nace en ese niño rodeado del amor de sus padres y de su familia, y Jesús nace en sus balbuceos llamando a su padre: “papá”.
- Jesús nace en ese niño enfermo y con hambre y con necesidad de los brazos y de los besos y de las palabras cariñosas de sus padres. Jesús nace en esos padres que están lejos de su hijo y que malviven en España para que su hijo, al menos tenga un cierto confort físico, aunque unos estén alejados de los otros.
- Jesús nace en esos “niños”, entre 18 y 20 años, que ha muerto en accidente de tráfico y que han visto truncados sus sueños y sus planes. Ahora están con el Padre Amoroso para siempre. Jesús nace en esos padres desconsolados, que nunca más verán ni abrazarán a sus “niños” muertos.
- Jesús nace en esos niños recién adoptados faltos de cariño y de brazos de carne y hueso y faltos de abrazos de amor. Jesús nace en esos padres adoptivos, que se enternecen ante esos niños huérfanos de todo.
Este día 25 de diciembre de 2006 no es un día de cuento de hadas en que todo sale bien. Es un día en que Dios mismo viene a nosotros, con nuestras alegrías y nuestras tristezas, con nuestros lloros y con nuestros gozos. Con nuestras vidas y con nuestras muertes. Y ES DIOS MISMO QUIEN VIENE, no otro. Por eso, el profeta Isaías canta a voz en grito: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria!”. Por eso, el ángel dice a los pastores: “No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.”
Ya para ir terminando quisiera reproducir el texto de la felicitación navideña que he enviado este año. Es un texto bastante teológico, pero –creo yo- muy cierto. Decía así la felicitación: “Dios es lo más importante que nos ha sucedido y nosotros somos lo más importante para El. Lo primero puede ser perfectamente comprensible, lo segundo es un misterio al que sólo podemos llegar a medida que El nos introduce en su ser más íntimo. Somos totalmente necesarios para Dios y, por eso, nos ha creado y nos ha enviado a su Hijo, Jesucristo, nacido de mujer como nosotros e igual que nosotros en todo... menos en el pecado.”
Sin embargo, el día de hoy, 25 de diciembre, día de Navidad, es más un día de contemplación que de muchas ideas. Por eso, ya me retiro y quiero simplemente dejaros ante el portal de Belén con el Niño, con su Madre y con S. José. ¡Ved y escuchad!
[1] Así son las leyes. Deben de estar un tiempo a prueba antes de hacer efectiva la adopción.

sábado, 23 de diciembre de 2006

Domingo 4º de Adviento (C)

24-12-2006 DOMINGO 4º ADVIENTO (C)
Miq. 5, 2-5a; Slm. 79; Heb. 10, 5-10; Lc. 1, 39-45
Queridos hermanos:
* Celebramos hoy ya el cuarto domingo de Adviento. Esta misma noche es Nochebuena y ya nacerá Jesús, el Hijo de Dios. En este día hay tres grandes protagonistas: María, Jesús y nosotros mismos.
María es bendita entre todas las mujeres, como le ha dicho su prima Isabel. María es dichosa porque ha creído lo que el mismo Dios (evangelio) le ha dicho a través del arcángel Gabriel, ya que tener fe, no es tanto creer una cuantas verdades teóricas, intelectuales o académicas, cuanto entregarse en libertad a Dios. Y esto lo ha hecho María de modo admirable. Ella es el modelo de creyente por antonomasia.
Hoy María está encinta. Hoy María siente ya las contracciones. Hoy María sabe que se acerca el momento del parto de su primogénito. Siente y experimenta una mezcla de ansiedad, de temor y de alegría ante el hijo que va a dar a luz.
Jesús va a entrar en este mundo nuestro. Dios Padre le ha preparado un cuerpo (2ª lectura). Jesús le dice a su Padre: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.” En estas palabras se resume la santidad, se resume la tarea de Jesús (y la de todos los que queremos creer en Dios). Jesús está preparado para nacer en este mundo, para vivir en este mundo, para sufrir en este mundo, para alegrarse en este mundo, pero sobre todo para hacer la voluntad de su Padre en este mundo.
Nosotros mismos somos el motivo del Adviento, de la Navidad, del embarazo de María, del nacimiento de Jesús, y de la voluntad amorosa de Dios Padre. Todo esto es por nosotros y para nosotros. La venida del Hijo de Dios tiene por motivo que todos nos reunamos en torno a nuestro Hermano mayor, que vivamos en paz y con paz, que vivamos tranquilos (1ª lectura), que no nos alejemos más de Dios y que nos dé vida (Salmo responsorial), pero Vida con mayúsculas. Pues sabemos que, si nuestros padres nos abandonaran, el mismo Señor nos acogería (Salmo 26, 10).
* Al inicio del Adviento os propuse realizar un plan para este tiempo. Ahora os propongo lo mismo para el tiempo de Navidad. Aquí van algunas ideas:
- Hacer un “ratín” de oración antes de la cena o antes de la comida de los días centrales de Navidad. Esta oración podría consistir en leer los textos de la Biblia de la Misa del día, o simplemente el evangelio del día, a fin de recordar los hechos que celebramos o para que demos sentido cristiano a lo que celebramos. Se puede terminar con un villancico. También puede tener lugar la oración al final. Esto podemos hacerlo todos los que están en la casa, o bien algunos de los que están presentes, o uno individualmente, si nadie quiere participar en esto o no vemos oportuno plantearlo. No podemos obligar a este momento de oración o de hacer presente los Misterios que celebramos a los demás familiares o amigos que no creen o que no quieren, pero tampoco tendría que dejar yo de hacerlo, porque los demás no quieran o no crean.
- En estos días proponerse, la familia, algunos de la familia, o individualmente hacer comidas y cenas más sencillas y/o más frugales que otros años por estas mismas fechas.
- En estos días procurar no faltar a los cultos cristianos. El lunes 25, día de Navidad. El domingo 31, día de la Sagrada Familia. El lunes 1, día Santa María, Madre de Dios. El día 6, sábado, fiesta de la Epifanía (manifestación) del Señor a los Reyes y a todos los hombres. El domingo 7, día del Bautismo del Señor y último día de las celebraciones navideñas. Asimismo podemos proponernos acudir a alguna Misa entre semana o, al menos, hacer alguna visita al Santísimo deteniéndonos unos minutos con el Señor, Jesús.
- No propasarse con los regalos, pues pueden ser gastos superfluos... El otro domingo rompí ante vosotros unos décimos de lotería y unas participaciones. Luego hubo gente que me comentó que si yo estaba loco, que si era un extremista… Una de estas personas luego compró unas angulas, que le costaron 10 veces un décimo de lotería (es decir, 200 €), para comerlas en casa de una sentada. Pregunta del millón: desde el punto de vista humano, ¿qué es más extremista: romper un décimo de lotería (20 €) antes del sorteo o comer de una sentada unas angulas (200 €)? Y ¿desde el punto de vista evangélico? Entonces, ¿por qué la gente (por qué nosotros) ve más normal lo segundo que lo primero?

sábado, 16 de diciembre de 2006

Domingo 3º de Adviento (C)

17-12-2006 DOMINGO 3º ADVIENTO (C)
Sof. 3, 14-18a; Is. 12; Flp. 4, 4-7; Lc. 3, 10-18
Queridos hermanos:
* Celebramos hoy el tercer domingo de Adviento. Este domingo se llama "gaudete" (alégrate). Y las lecturas nos hablan de la alegría que debemos sentir los creyentes en Dios.
Repasemos las lecturas:
- "Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén."
- "Gritad jubilosos: ¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!"
- "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres."
Pero la alegría de que se nos habla aquí no está relacionada con las cosas. Estas no son duraderas ni estables. Las cosas causan placer, mas no alegría. La alegría de que aquí se nos habla no está relacionada con la diversión. Esta es conveniente, necesaria como descanso y como tonificante, pero uno no puede vivir eternamente “divertido”. La alegría de que aquí se nos habla no está relacionada con el éxito. Este es inseguro y fugaz. Si sólo sirve para agrandar mi ego, entonces me distancia de los demás. La alegría de que aquí se nos habla no está relacionada con el poder. Este endurece el corazón y teme ser arrebatado.
Entonces, si la alegría no se consigue con las cosas, ni con la diversión, ni con el éxito, ni con el poder, ¿dónde está y qué y cómo es la alegría de que se nos habla en las lecturas de hoy? Ante todo esta alegría es un don (regalo) de Dios:
- Alegría porque el Señor ha cancelado tu condena (tus pecados). Ayer daba un retiro en Mieres, en la capilla del colegio de las Dominicas, y en el frente del altar estaba escrito: “el justo por los injustos”, es decir, Jesús, que es el JUSTO, ha muerto en la cruz y muere cada día en el altar y en todas las circunstancias de la vida por nosotros, que somos los injustos (por nuestros pecados). Este perdón de Dios hacia nosotros es causa de alegría.
- Alegría porque Dios se complace en nosotros y nos ama. Esta es la razón fundamental de la alegría, el sabernos profundamente amados por Dios, sin ningún mérito por nuestra parte. Voy a poneros dos ejemplos sencillos de esto: 1) Ayer me decía una madre que su hija pequeña había ido al catecismo y un día vino comentando: “Mamá, yo sabía que Dios me conocía. Lo que no sabía es que Dios sabía que me llamaba Beatriz”. Sí, Dios me conoce, sabe mi nombre de pila y esto es porque me ama. Porque me ama…, me conoce. Porque me ama…, sabe mi nombre. Distinto de todos los nombres iguales del mundo y de todos los tiempos. (La verdad es que una cosa es decir esto, y otra muy distinta es sentirlo en tu espíritu). 2) El otro día me decía una persona que en una charla espiritual veía el rostro de una mujer, bastante fea. Pero esta mujer fea fue transformando su rostro en belleza ante el Dios que la iba transformando en su interior por lo que se decía en la charla. ¡Cuántas veces veo al empezar la homilía, o la Misa, o la confesión, u otras charlas rostros crispados y… cómo veo después que Dios va transformando esos rostros por el amor!
Sí, la alegría es un don de Dios, un regalo de Dios. Pero podemos hacernos ahora la misma pregunta que le hicieron los publicanos, los soldados y otra gente a S. Juan Bautista: “¿Qué hacemos para que nos sea dada ese don, ese regalo de la alegría?” S. Juan Bautista nos da algunas orientaciones para disponernos a recibir ese don: "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo [...] (a los militares) No hagáis extorsión a nadie ni os aprove­chéis con denuncias, sino contentaos con la paga." Porque hay más alegría en dar que en recibir.
Y esto no son sólo palabras bonitas; hay gente que las está viviendo ahora mismo y en muy distintas circunstancias. En 1998 llegó a mis manos una historia terrible. Quizás la cosa sucedió hacia 1996 ó 1995. Voy a leeros un trozo de una carta de una monja violada en Bosnia a la superiora general: "Soy Lucía Vetru­se, una de las novicias que han sido violadas por los serbios. Permítame que no le dé detalles. Hay en la vida experiencias tan atroces que no pueden contarse a nadie más que a Dios, a cuyo servicio, hace apenas un año, me consagré.
Mi drama no es tanto la humillación que padecí como mujer, ni la ofensa incurable hecha a mi vocación de consagrada, sino la dificultad de incorporar a mi fe un acontecimiento que cierta­mente forma parte de la misteriosa voluntad de Aquel, a quien siempre consideraré mi esposo divino [...]
Le escribo, madre, no para recibir consuelo, sino para que me ayude a dar gracias a Dios por haberme asociado a millares de compatriotas mías ofendidas en el honor y obligadas a una mater­nidad no deseada. Mi humillación se suma a la de ellas y sólo puedo ofrecerla por la expiación de los pecados cometidos por los anónimos violadores y por la reconciliación entre los dos pueblos opuestos, aceptando la deshonra sufrida y entregándola a la misericordia de Dios.
La noche, en que por horas y horas fui violada por los serbios, me repetía unos versos ('Tú no debes morir porque has elegido estar de la parte del día'), que los sentía como un bálsamo para el alma, enloquecida ya casi por la desesperación [...] En su llamada telefónica, después de decirme palabras de consuelo que le agradeceré toda mi vida, me hizo una pregunta: '¿Qué harás de la vida que te ha sido impuesta en tu vientre?' Lo he decidido ya: seré madre, el niño será mío y de nadie más. Lo podría confiar a otras personas, pero él tiene el derecho a mi amor de madre, aunque no haya sido deseado ni querido. No se puede arrancar una planta de sus raíces. Realizaré mi vocación religiosa de otro modo. Me iré con mi hijo [...] Retomaré el viejo delantal y me pondré los zuecos que usan las mujeres en los días de trabajo e iré con mi madre a recoger resina de los pinos de nuestros grandes bosques. Alguien tiene que empezar a romper la cadena de odio que destruye desde siempre nuestro país. Por eso, al hijo que vendrá le enseñaré solamente el amor. Mi hijo, nacido de la violencia, testimoniará junto a mí que la única grandeza que honra al ser humano es la del perdón."
Y yo me pregunto tantas veces en todos estos años: qué será ahora de esta mujer, qué será de su hijo. Y los encomiendo a Dios. También yo he de entrar en el vaciamiento de mí mismo, en cualquier circunstancia, para que El me llene con su amor, con su perdón, con su alegría…
* Si Dios quiere, el próximo día 22, viernes, se jugará en España a la lotería de Navidad. Una vez más y públicamente anuncio (es lo mismo que no estéis de acuerdo) que debemos pedir a Dios que NO nos toque la lotería, que no queremos poner nuestra confianza en el dinero, sino en El. (“Pues no podéis servir a Dios y al dinero”). Como signo de esto rompo aquí y delante de vosotros estos décimos de lotería y estas participaciones para que no me toque. Pero, ¡tranquilos!, que si no rompéis hoy, día 17, vuestros décimos y vuestras participaciones… ya los romperéis después del 22.
Como decía la chica del otro día, “a mí ya me ha tocado la lotería, pues tengo a Dios, y ése sí que es el premio gordo de Navidad y de todo el año”.

domingo, 10 de diciembre de 2006

2º Domingo de Adviento

10-12-2006 2º DOMINGO ADVIENTO (C)
Baruc 5, 1-9; Slm 125; Flp. 1, 4-6.8-11; Lc. 3, 1-6
Queridos hermanos:
En el evangelio de hoy nos explican una serie de cosas bien claras:
- “Y todos verán la salvación de Dios”. Es decir, la salvación viene de Dios y es para todos. Necesitamos ser salvados de nuestras soledades, de nuestras aflicciones y sufrimientos, de nuestras enfermedades[1], de nuestra ansiedad y depresión[2], de nuestros egoísmos… Esa salvación nos la da Dios, bien directamente, bien a través de otras personas que El pone en nuestro camino. Y esa salvación de Dios se ofrece a todos nosotros, sin distinción entre buenos y malos, creyentes o no creyentes, jóvenes o viejos, sanos y enfermos, con estudios y sin ellos…
- “Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.” Pero esta salvación de Dios no nos viene sin más de arriba. No podemos estar ante esta salvación como quien ve llover. Hemos de acelerar y facilitar esta salvación, para nosotros mismos, pero también para los demás. Hemos de cambiar y salir de nuestra apatía y derrotismo (“nada se puede hacer, todo va a seguir igual, para qué luchar…”); hemos de crecer en humildad, en perdón, en comprensión, en poner paz y en vivir en paz, en austeridad de vida, en oración y ponernos de cara al Dios único.
Voy a poner un ejemplo de este “preparar” a que nos invita San Juan Bautista, de este “allanar”, de este “elevar”, de este “descender”, de este “enderezar”, de este “igualar” -repito una vez más- a que nos invita San Juan Bautista en base a un correo electrónico que recibí ayer por la mañana. Quizás conozcáis la historia. Yo simplemente transcribo lo que he recibido: “Esta historia se refiere a los tenores Plácido Domingo y José Carreras. Aún los que nunca visitaron España, conocen la realidad existente entre los catalanes y los madrileños, que no pueden verse entre sí. Pues bien, Plácido Domingo es madrileño y José Carreras es catalán. Por cuestiones políticas, en 1984, Carreras y Domingo se enemistaron. Siempre fueron muy solicitados en todas las partes del mundo para cantar, y ambos hacían constar en sus contratos que sólo se presentarían en los espectáculos para los que eran requeridos si el adversario no fuese invitado. En 1987, a José Carreras le apareció un enemigo mucho más implacable que su rival Plácido Domingo. Lo sorprendió un diagnóstico terrible: ¡¡Leucemia!! Su lucha contra el cáncer fue muy sufrida. Se sometió a varios tratamientos, además del autotransplante de médula ósea y un cambio de sangre que le obligaba a viajar una vez por mes a Estados Unidos. En estas condiciones no podía trabajar y, a pesar de ser dueño de una razonable fortuna, los altos costes de los viajes y del tratamiento debilitaron sus finanzas. Cuando no tuvo más condiciones financieras, supo de la existencia de una Fundación en Madrid, cuya finalidad era apoyar el tratamiento de leucémicos. Gracias al apoyo de la Fundación “Hermosa”, que así se llamaba esta organización, José Carreras venció la dolencia y volvió a cantar. Recibió nuevamente los altos cachés económicos que merecía, y trato de asociarse a la Fundación. Al leer los estatutos, descubrió que el fundador, el mayor colaborador y Presidente de la Fundación era Plácido Domingo. Luego supo que éste había creado la entidad, en principio, para atenderlo a él y que se había mantenido en el anonimato para que no se sintiera humillado por aceptar auxilio de su “enemigo”. De lo más conmovedor fue el encuentro de los dos… Sorprendiendo a Plácido en una de sus actuaciones en Madrid, José Carreras interrumpió el evento y humildemente, arrodillándose a sus pies, le pidió disculpas y le agradeció públicamente lo que había hecho por él. Plácido le ayudó a levantarse y con un fuerte abrazo sellaron el inicio de una gran amistad. En una entrevista a Plácido, la periodista le preguntó por qué habría creado la Fundación “Hermosa” en un momento en que, además de beneficiar a un “enemigo”, había ayudado a un artista que podría hacerle competencia. Su respuesta fue corta y definitiva: “Porque no se puede perder una voz como esa…”
¿Fue fácil o fue difícil lo que hizo José Carreras, eso de arrodillarse públicamente ante Plácido Domingo? ¿Lo haría yo ante mis “enemigos”? Para José Carreras fue de lo más sencillo. ¿Por qué? Porque la enfermedad lo fue despojando de todo lo superfluo: de catalanismo o de “madrileñismo”, de ser mejor o peor que otros, de la soberbia, del tener mucho o poco dinero o bienes, del cantar bien o del cantar mal, del valer, del saber, del querer… e incluso del ser. José Carreras fue un hombre derrotado. No se salvó simplemente gracias a él, sino que fue en gran medida gracias a otros: a los médicos, a las enfermeras, a los celadores del hospital, a quien lo ayudaba a vestirse, a quien le daba de comer, a quien le dio dinero cuando él ya no tenía nada. Por eso digo que para José Carreras arrodillarse ante Plácido Domingo delante de tanto público para agradecerle lo que había hecho por él fue de lo MÁS SENCILLO. En José Carreras se cumplió el evangelio de hoy predicado por San Juan Bautista: “Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale.”
A similitud de José Carreras hemos de hacer nosotros, aunque sin leucemia nosotros. Y esto nunca es fácil. Recuerdo que una vez oí o leí lo siguiente: resulta que en la asociación de Alcohólicos Anónimos tienen una serie de pasos para ir saliendo del pozo en el que se metieron. Uno de estos pasos es ir por los sitios en donde armaron jaleo o a las personas a las que ofendieron y pedirles perdón. Pues bien, resultó que uno de estos exalcohólicos había organizado un buen follón en un bar, en la época en que bebía. Pasados bastantes meses y ya rehabilitado fue al bar y se dirigió a la barra para hablar con el dueño. Se identificó y le pidió perdón. El dueño de malos modos le contestó: “Pues ya sabe, si no sabe beber…, no lo haga” Y lo despidió de malos modos. El exalcohólico quedó herido en un primer momento, pero luego pensó que él había hecho lo que debía. En sus manos no estaba el cómo reaccionaran las otras personas. Cada uno tiene sus propios problemas y dificultades, cada uno tiene momento y su camino en esta vida.
Termino ya la homilía de hoy: ¿Qué debo preparar yo en mi vida, qué debo allanar, elevar, descender, enderezar e igualar en mi vida para que Dios y su salvación vengan a mí?
[1] Me contaban ayer que un hombre, relativamente joven, se está muriendo de cáncer. Dios ha de intervenir ahí.
[2] Leía hoy en el periódico ABC que hay una nueva enfermedad que aparece en los inmigrantes que están en España, sobre todo en los marroquíes y en los hispanoamericanos, a los tres o cinco años de haber llegado. Se llama el Síndrome de Ulises, y se caracteriza por la gran tensión y estrés que sufren estas personas, sobre todo si están ilegales, sin trabajo o con malos trabajos, con altas deudas de pagar el viaje hasta España, y habiendo dejado allá a sus familiares. Este estrés está muy por encima de sus capacidades de adaptación.

jueves, 7 de diciembre de 2006

Homilía de la Inmaculada Concepción 2006

8-12-06 INMACULADA CONCEPCION (C)
Gen. 3, 9-15.20; Slm. 97; Ef. 1, 3-6.11-12; Lc. 1, 26-38
Queridos hermanos:
* El evangelio de hoy nos habla del embarazo de María. María quedó embarazada en primer lugar en su mente, en segundo lugar en su corazón y en su espíritu, y en tercer lugar en su vientre.
1) María quedó embarazada en su mente. El embarazo no fue algo impuesto por Dios en María, y eso que podía ordenarlo y hacerlo, dado que Dios es todopoderoso y ella era apenas una niña. El ángel enviado por Dios expone y explica a María todo lo que va a pasar: le dijo que la noticia que le traía era motivo de gran alegría, que Dios estaba con ella desde siempre, que Dios la había llenado de dones en su persona y que era bendita entre todas las mujeres, las que había habido hasta entonces y las que habría a partir de ella.
Le fue diciendo cosas de su hijo: el nombre que le pondría, y qué sería de él en esta vida. Lo mismo que una pareja o una mujer o un hombre piensa en el hijo o hijos que tendrán un día y qué nombres les pondrán y qué será de ellos y a qué colegio los mandarán y cómo los educarán, y dónde los bautizarán, y dónde harán la primera comunión… Lo mismo que una pareja o una mujer o un hombre tiene planes para su hijo, también Dios tenía planes hechos para su Hijo, Jesús. Por esto, el ángel logró, con sus palabras y con su relato, que María pensase en un hijo; logró que pensase cómo podía ser su hijo y qué podría hacer en este mundo su hijo… como cualquier mujer que esté abierta a la maternidad.
2) María quedó embarazada en su corazón y en su espíritu. Las palabras del ángel no se quedaron simplemente en cabeza y en la mente de María, sino que pasaron a su corazón y a su espíritu. En efecto, cuando ella oyó al ángel, María notó que su ser deseaba aquello; deseó a ese hijo para sí y preguntó el modo en que podía llegar a alcanzar lo que deseaba. Preguntó: “¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?” El ángel no engaña a María ni le da falsas esperanzas. Tampoco deja que María se quede a ras de tierra, ya que ella pensaba (como cualquiera de nosotros) que, para tener un hijo, necesitaba un hombre que la dejara encinta. El ángel le dice que su embarazo será cosa de Dios; será Dios quien ponga la semilla en su vientre, pues para Dios todo es posible. Por eso digo que María quedó embarazada en su corazón, porque ante la descripción que el ángel le hacía de su futuro hijo, ella empezó a amarlo. Pero María también quedó embarazada en su espíritu, pues el Padre de su hijo, su Esposo no iba a ser un varón humano, sino el mismo Dios. Su espíritu se llenó del Espíritu, y ella creció y profundizó en su relación con Dios.
3) María quedó embarazada en su vientre. Una vez que María conoce en su mente lo que puede pasar en su persona y con el fruto del embarazo; una vez que María ama, desea y anhela en su corazón y en su espíritu lo que puede pasar en su ser y con el fruto de su embarazo, entonces ella dice las palabras mágicas de toda criatura ante su Creador, ante Dios: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.” Y en ese momento, Dios que había fecundado ya su mente, su corazón, su espíritu, en ese momento Dios fecundó su vientre y María quedó embarazada del Hijo de Dios, del que conoceríamos tiempo después como Jesús.
* Quisiera ahora fijarme en la primera lectura que hemos escuchado, del libro del Génesis. En un primer momento de mi vida yo pensé que las palabras de la Biblia se referían siempre a hechos pasados, pero ahora sé que esto no es toda la verdad. La Biblia es un libro tremendamente actual y que nos habla también de nuestra vida aquí y ahora, de nuestro pasado, de nuestro presente y de nuestro futuro.
En la primera lectura se nos muestran las consecuencias del pecado de Adán y de Eva:
- Del pecado viene un sentimiento de vergüenza. “Entonces se les abrieron los ojos, se dieron cuenta de que estaban desnudos, entrelazaron hojas de higuera y se hicieron unos ceñidores.” Nuestros ojos dejan de tener limpieza y vemos nuestros defectos y sobre todos los defectos de los demás. Vemos nuestros “michelines” y los de los demás. No queremos que nos vean tal y como somos para que nadie nos juzgue, porque nosotros también juzgamos a los demás, y los demás se tapan, se esconden, se maquillan… lo mismo que nosotros.
- Del pecado viene el esconderse de Dios. “Oyeron pasos del Señor Dios que se paseaba por el huerto al fresco de la tarde, y el hombre y la mujer se escondieron de su vista entre los árboles del huerto.” El pecado nos aparta de Dios y de las cosas de Dios. Luego me justifico diciendo que la Iglesia no se moderniza, que los curas hacen esto o lo otro, que la religión provoca las guerras y los actos de terrorismo…, pero, sobre todo, esa justificación me esconde de Dios y de lo sagrado ante mi propia vida, que no es la más correcta.
- Del pecado viene la acusación y el echar las culpas a los otros. Adán le echa la culpa a Eva (“La mujer que me diste por compañera me ofreció el fruto del árbol, y comí”)[1]; Eva le echa la culpa a la serpiente (“La serpiente me engañó, y comí”).
- Del pecado se siguen consecuencias para la serpiente (“serás maldita entre todos los animales y entre las bestias del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida”); consecuencias para Eva (“multiplicaré los dolores de tu preñez, parirás a tus hijos con dolor, desearás a tu marido y él te dominará”); consecuencias para Adán (“con fatiga comerás los frutos de la tierra todos los días de tu vida. Ella te dará espinas y cardos, y comerás la hierba de los campos. Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, de la que fuiste formado, porque eres polvo y al polvo volverás”[2]).
De la misma manera cualquier pecado que cometamos trae una serie de consecuencias para nosotros mismos… y para los demás. Voy a reseñar aquí un caso que me dio mucho que pensar y que es bastante ilustrativo de estas ideas que os estoy diciendo. Recuerdo que, estando yo de cura en Taramundi (1987), una chica de unos 16 años me preguntaba que por qué no podía relaciones sexuales con un chico, por qué la Iglesia era tan “carca” en sus ideas sobre este tema. Yo le exponía razones, pero no quedó convencida. Al poco tiempo me llamaron sus padres para que fuera a su casa y me encuentro a los padres, a la chica y a un chico de su misma edad. Habían tenido los dos relaciones sexuales y ella estaba embarazada. Los padres insistían en que debían de casarse (en otros casos se sigue el aborto). En definitiva, de practicar el sexo a los 16 años, vino en este caso concreto un embarazo no deseado, de éste vino un matrimonio acelerado con una inmadurez importante en ambos adolescentes, vino un sufrimiento en los padres y en los mismos adolescentes, vino el no terminar sus estudios y tener que ponerse a trabajar, vino el truncar su juventud en sus inicios, vino una convivencia calamitosa en el matrimonio y posterior fracaso, vino el traer a la hija de estos adolescentes de un lado a otro para las visitas reglamentarias, vino el que la chica se vio a los 18 años con una hija, con un matrimonio, con una separación, con una vida rota…
[1] Cuando Adán conoció a Eva era “hueso de mis huesos, y carne de mi carne” (¡qué piropo más precioso, de un hombre para una mujer!) y, sin embargo, ahora es “ésa”, la que me hizo caer; era “ésa” que Tú me diste. También Adán le echa la culpa a Dios.
[2] En estas últimas palabras se indica que el ser humano morirá. Antes del pecado no moría; ahora sí.

miércoles, 6 de diciembre de 2006

domingo 1º Adviento

3-12-2006 1º DOMINGO ADVIENTO (C)
Jr. 33, 14-16; Slm. 24; 1 Tes. 3, 12-4, 2; Lc. 21, 25-28.34-36
Queridos hermanos:
* Iniciamos hoy el tiempo de Adviento. Tiempo de preparación para la venida de nuestro Señor, Jesucristo. En estos días los cantos que aluden a la venida de Jesús o que la piden son abundantes: “Ven, ven, Señor, no tardes. Ven, ven, que te esperamos.” “Ven, ven Salvador, tu pueblo santo esperando está.” “El pueblo gime de dolor: Ven y sálvanos.” Y una larga lista de cantos similares.
Os recuerdo las últimas palabras de la Biblia, es decir, de su libro último: El Apocalipsis, en donde se dice: “El Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven [...] Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús“ (Ap. 22, 17.20). Sí, necesitamos que el Señor venga a nosotros, a nuestros corazones endurecidos y egoístas en tantas ocasiones. Pues necesitamos que, lo que dice el salmo de hoy, se cumpla en nosotros: que el Señor nos enseñe sus caminos, que nos instruya en sus sendas, que nos haga caminar en fidelidad a su Palabra, que nos enseñe, ya que El es nuestro Dios y Salvador.
Veamos ahora en nuestra vida ordinaria si es verdad que Jesús viene a nosotros y entre nosotros. Veamos si es verdad que nos enseña a seguir sus caminos y nos hace ser fieles a su Palabra. Ayer celebraba por la tarde en Santullano de Las Regueras un funeral por Tere, madre de un amigo mío, y ella misma... amiga mía. Fallecida cerca de los 60 años de un cáncer con metástasis múltiple. Más tarde celebraba en la parroquia de La Merced de Oviedo el sacramento de la confirmación de unos chicos. Parecen cosas tan distintas y, sin embargo, son caras de la misma moneda: 1) Cuando supe lo de la enfermedad de Tere, me acerqué al hospital y hablamos. Enseguida surgió la confesión sacramental, surgió el imponerle el sacramento de la Unción de Enfermos (sacramento que Cristo nos da en las situaciones de enfermedad, de dolor [habiendo recibido la bendición apostólica y los Santos Sacramentos]. Es mentira en la mayoría de los casos en que lo ponen las esquelas. En el caso de Tere, no, es verdad). Después volví a hablar con ella en diversas ocasiones. La última en el hospital del Naranco y decía ella que había quedado con paz. La paz que Dios le transmitía y ella lo sabía; y anhelaba y deseaba esa paz, que sólo El le podía dar. Pues bien, Cristo Jesús vino y viene a Tere y la lleva a su Reino de amor y de paz, y quiere también ese mismo Jesús besar las lágrimas que corren por las mejillas de sus familiares. 2) Cristo Jesús que viene con su Santo Espíritu a estos chicos para que sean portadores de su Reino, del Reino de Dios aquí y ahora.
* El domingo pasado predicaba en la Catedral que hemos de hacer un plan para este tiempo de Adviento. Durante la semana hubo gente que ya lo fue confeccionando. Es decir, en el plan se dice cómo quiere uno vivir estos días, del 3 al 24 de diciembre para mejor preparar la venida de Cristo Jesús, la Navidad. Yo os animo a que confeccionéis dicho plan, si es que no lo habéis hecho aún.
Os transcribo un plan de Adviento que una persona desea hacer y que puede servir de modelo, no para hacerlo igual, sino para animarnos a hacerlo.
“-Ir a visitar a dos personas mayores.
-No justificarme.
-Comer dulce solo el día 24.
-Lectura espiritual diaria.
-Ir a misa siempre que pueda, porque voy a trabajar todo el mes.
-Llamar a alguna persona que tengo olvidada.”
Ante todo os diré que no puede faltar la oración personal. Ayer por la mañana me llamaba una persona y al insistirle yo en este punto, esa persona me decía que todas las noches dedicaba un rato largo a la oración. En ocasiones hasta dos horas. Mucho de ese tiempo no era destinado a hablar con Dios, a pedir a Dios, a dar gracias a Dios, a leer cosas de Dios, sino al silencio. “El está conmigo y yo estoy con El.”
El evangelio de hoy nos pone otras pistas: “Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero.” A este respecto, hace unos días me escribía una persona y me decía esto: “Te voy a comentar lo que pienso estos días en los que se acerca la Navidad, y se habla de la lotería y de tantas compras que se hacen. Yo pienso: ‘pues a mí la lotería ya me ha tocado; para mí ha sido conocer a Dios.’Lo comente con mi marido, porque me preguntó si iba a comprar lotería. Le dije: ‘No la compro ni la voy a comprar, porque ya me tocó’. Mi marido me preguntó que cuándo me tocara. Yo le respondí que para mí la lotería fue conocer a Dios. Es la mejor y más segura que hay.”