6-7-2025 DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO (C)
Is. 66, 10-14a; Slm. 65; Gal. 6, 14-18; Lc. 10, 1-12.17-20
Homilía en vídeo.
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
Esta homilía de hoy la voy a titular
OPTIMISMO. Esta es la actitud que se desprende de las lecturas que acabamos de
escuchar. Pero antes de comenzar con las lecturas de la Palabra de Dios, os voy
a narrar un cuento para abrir un poco el camino a lo que el Señor quiere
decirnos hoy.
- El cuento se titula “el árbol de
los problemas”. “El carpintero que había
contratado para que me ayudara a reparar una vieja granja acababa de finalizar
su primer día de trabajo. Su sierra eléctrica se había estropeado, y su viejo
camión se negaba a arrancar.
Mientras lo llevaba a su casa,
permaneció en silencio. Cuando llegamos, me invitó a conocer a su familia.
Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un árbol
pequeño y tocó las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando se abrió la puerta,
ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba llena de
sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso entusiasta a su
esposa.
De regreso me acompañó hasta el
coche. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de
lo que le había visto hacer un rato antes.
‘Este es mi árbol de los
problemas –contestó-. Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo,
pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa,
ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche, cuando
llego a casa, y en la mañana los recojo otra vez. Lo divertido –dijo sonriendo-
es que, cuando salgo a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber
colgado la noche anterior”.
-
Como he dicho hace poco en otra homilía,
cae enferma la persona que tiene fe y la que no tiene fe, pierde el trabajo la
persona que tiene fe y la que no tiene fe, fracasa en su matrimonio la persona
que tiene fe y la que no tiene fe, se muere la persona que tiene fe y la que no
tiene fe… La diferencia está (o debe de estar) en el modo en que las personas
que tenemos fe hemos de llevar todas estas contrariedades y sufrimientos de la
vida de cada día.
La fe nos da una razón de
ESPERANZA cuando todo va mal, la fe nos da una razón de SENTIRNOS ACOMPAÑADOS
cuando la soledad nos rodea o nos sentimos atacados, la fe nos da una razón de
ALEGRÍA cuando la tristeza nos aplasta, la fe nos da una razón de CONTINUIDAD
cuando vemos que la carretera de nuestra vida se acaba en un precipicio….
-
En efecto, las lecturas de hoy, la Palabra de Dios que acabamos de escuchar
está llena de esperanza, de compañía, de alegría, de continuidad y eternidad…,
de OPTIMISMO.
*
Nos dice Jesús: “estad alegres porque
vuestros nombres están inscritos en el cielo”. Si mi nombre está escrito en
el cielo, junto a Dios, entonces es que la muerte no podrá conmigo para
siempre; si mi nombre está escrito en el cielo, junto a Dios, estas dudas que
tengo en tantas ocasiones se despejarán y desaparecerán; si mi nombre está
escrito en el cielo, junto a Dios, estos sufrimientos se acabarán un día; si mi
nombre está escrito en el cielo, junto a Dios, esta vida mediocre que llevo se
transformará…
Jesús
nos dice: ‘¡Ten esperanza, ten confianza,
ten alegría! Que nadie te las quite
ni te las ensucie’. La certeza de la fe puede contra todo. Cuando alguien
te diga: ‘No es cierto, no hay nada,
aprovecha lo que ves y lo que tocas, pues es lo único que existe’. No lo
creas; fíate de Dios y de sus Palabras. Dios te ha creado por amor y tu nombre
está escrito en el cielo. Cuando en alguna ocasión, Él toca tu corazón con su
dedo, sabes que es cierto todo esto que te estoy diciendo. No te conformes con
vivir en un pozo, en un charco de barro.
*
Nos dice Jesús: “Cuando entréis en una
casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’”. Quienes llevamos en nuestro
interior la fe de Dios, llevamos al mismo tiempo paz. Pero no se trata de
nuestra paz, sino de la Paz de Dios. Este regalo de Dios (la Paz) supone
ausencia de ira, de odio, de resentimiento, y en un sentido positivo la paz
supone serenidad, equilibrio interior, sanación interior, aceptación de la
propia realidad y aceptación de los demás.
Sabemos
que solo Dios puede darnos esta verdadera paz y que nadie nos la puede
arrebatar. La paz humana hay que trabajarla, lucharla, protegerla… La paz de
Dios procede solo de Él y puede venir y permanecer en las circunstancias más
difíciles para el ser humano. Es esta paz la que un creyente desea. Esta paz,
cuando se comparte y se entrega a otras personas, no mengua ni se extingue. Al
contrario, la paz de Dios, cuando se comparte, crece aún más en nuestro
interior. A esta paz se refiere Jesús cuando habla de ella en el evangelio de
hoy.
*
Nos dice la Palabra de Dios a través del profeta Isaías: “Como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré Yo”.
Años atrás compañeros míos sacerdotes me preguntaban si vivían aún mis padres.
Cuando les decía que sí, me contestaban que les cuidara bien, porque, cuando me
faltaran ellos, como ellos me habían querido y cuidado, nadie lo iba a hacer.
En tantas ocasiones he visto y oído o me han contado que personas ancianas y
moribundas clamaban por sus padres, o llamaban ‘papá’ y/o ‘mamá’ a sus hijos o
cuidadores, o llamaban a gente con la que habían convivido en su infancia.
Era como un volver a la infancia, a aquellos momentos de inocencia, de
ingenuidad y de felicidad infantil.
Pues
la fuerza de estas experiencias, de un sentimiento de protección materna o de
felicidad de la infancia es utilizada por el profeta Isaías para establecer una
analogía con el cuidado, la atención y amor con el que Dios nos protege, nos
ama, nos acompaña y está a nuestro lado. Y este sentimiento es propio (o debe
de ser propio) de las personas que tenemos fe y que tenemos experiencia de
Dios: “Como a un niño a quien su madre
consuela, así os consolaré Yo”.
-
Por todas estas razones (y por muchas más) digo que las lecturas de hoy y la
experiencia de fe de todos los días nos deben llevar a los creyentes a vivir en
un continuado OPTIMISMO (esperanza, alegría, sentirnos acompañados,
eternidad…), aunque pisando la tierra con los pies. No se trata de un angelismo
o de un huir de la realidad, sino de sabernos en los brazos amorosos de nuestro
Padre Dios.
Mi madre en muchas ocasiones me llamaba Nicanor, que había sido su hermano, ya
fallecido y que había estudiado en el seminario para sacerdote.