Sacerdote de la Archidiócesis de Oviedo (España) Párroco de la UP de san Lázaro del Camino (Oviedo)
viernes, 28 de febrero de 2014
jueves, 27 de febrero de 2014
Domingo VIII del Tiempo Ordinario (A)
2-3-14 DOMINGO VIII TIEMPO
ORDINARIO (A)
Queridos
hermanos:
Seguimos un domingo más con el
sermón de la montaña y Jesús continúa desgranando su mensaje y, al mismo
tiempo, va retratando al género humano. En esta ocasión Jesús contrapone el dinero
y Dios: “Nadie
puede estar al servicio de dos amos. […] No podéis servir a Dios y al dinero”.
1.- Dinero. ¿Creéis
que el dinero[1]
(los bienes materiales) es importante? Sí, lo era en tiempos de Jesús, lo es
ahora, lo era hace cuatro siglos y lo seguirá siendo en el futuro. Supongo que
recordáis aquella famosa poesía de Francisco de Quevedo.
Madre,
yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
[…]
Quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
[…]
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
[…]
Pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero…
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero…
Sí, como bien dice Quevedo, con
dinero podemos hacer todo cuanto queremos. Con dinero nos transformamos en
bellos, aunque seamos feos, en jóvenes, aunque seamos viejos (mirad esos
artistas o futbolistas que se juntan con chicas hermosas, que no tendrían si
fueran albañiles o pescadores; mirad en esos ancianos ricos que se juntan con
chicas hermosas y jóvenes, que no tendrían su fuesen jubilados del campo o de
una oficina). Con dinero se compra todo o casi todo, a todos o a casi todos.
Con dinero adquiere fama y fuerza el que nada tenía (Jan Koum es el creador de WhatsApp. Creció en Ucrania,
migrando a principios de los años noventa a Estados Unidos cuando era un
adolescente. Vivió de subsidios estatales y cupones de alimentos. Ahora ha
vendido su compañía por 19.000 millones de dólares). Por eso,
hemos de decir, con Quevedo. ‘Poderoso caballero es don Dinero’.
Pero el dinero, lo mismo que nos
eleva en la sociedad y ante los demás, también nos puede destruir o hacer mucho
mal. Sí, por el dinero y los bienes materiales se rompen las familias al
repartir herencias. Por el dinero se mata con cuchillo, con pistola o en el
corazón a quien está a nuestro lado. Por el dinero nos humillamos ante los que
tienen. Con dinero humillamos a los que no tienen. El dinero nos llena de
soberbia y nos aleja de Dios, pues nada necesitamos de Él.
2.-
Dios. Con este evangelio Jesús nos invita a agarrarnos de la mano de Dios y
no de la mano de don Dinero. ¿Qué sucede cuando lo hacemos así? (Sí, es posible
agarrarse de la mano de Dios y no de don Dinero). Voy a contaros algún ejemplo
(algunos de los que seguís este blog ya lo conocéis). Una vez prediqué en
unos ejercicios espirituales y enseguida una señora que hacía los ejercicios me
entregó el siguiente escrito: “Querido
amigo Don Andrés: Lo que voy a hacer ya lo tenía muy pensado y decidido, pero
hoy, al escucharlo a Vd., es cuando más decido hacerlo. No es para mí ningún
sacrificio, aunque sí un poco de tristeza. Sí, para qué voy a engañarlo. En mi
vida anterior fui soberbia, presumida y un poco ‘gilipollas’, perdón por esta
palabra. Yo deseaba siempre tener un abrigo de visón, pero no todos me
gustaban. Quería el mejor. Hace trece años (en 1997) mi mejor amiga de Madrid me regaló uno de ella (regalo de su suegra),
cuyo abrigo había costado 1.600.000 pts. de las de antes. Yo vi el cielo
abierto cuando ella me lo regaló. Fui inmensamente feliz con este abrigo. Digo
‘feliz’ entre comillas. Esto me hacía presumir como un pavo real y no ser yo.
Ahora he bajado de arriba. Tengo los pies en la tierra y pienso: ‘Fulanita, no
te pertenece ahora este lujo. Ya no eres como antes’. Y quiero que Vd., amigo
D. Andrés, se lo dé a la persona más pobre o, por lo menos, que hubiese deseado
tener un abrigo así me desprendo de lo material; me desprendo de lo material;
me desprendo de mi hipocresía, de mi soberbia y mi manera de ser como era.
Deseo tanto ser feliz con mi pobreza, con tener a Dios, a mi Madre, mi Virgen
Santísima, y, por favor, recójalo junto con otro chaquetón, también bonito y
bueno. No quiero tenerlo. No soy digna de llevarlo. Me ‘pesa’. Me gustaría que
se lo dé a alguien que tenga esa ilusión, que alguien sea feliz con ello. Yo lo
fui, pero –repito– en mi situación de pobre, porque pobre soy, no lo merezco.
Pobre, pero no de humildad, sino de fe en Dios y estos días han sido
aprovechados al máximo. Quiero que me vea, D. Andrés, lo que era antes: en mi
época en León, en Madrid. No era yo, la Fulanita que soy ahora; y gracias al
Cursillo de Cristiandad me he bajado toda esa fantochada que era. Que Dios le
bendiga y le ilumine siempre”.
Sí,
esta señora servía al dinero, pero, en cuanto se encontró cara a cara con Dios,
quiso servirle sólo a Él.
-
Termino con dos ideas:
La
primera es que, para los cristianos, don Dinero tiene que convertirse en un
medio, en un instrumento y no en un fin como muchas veces hemos hecho y hacemos
con él.
La segunda es transcribiros aquí una
poesía de Santa Teresa de Jesús que nos
invita a la confianza absoluta en Dios y no en otras cosas. Esta poesía
está en sintonía con lo dicho por Jesús en la última parte del evangelio de
hoy:
Nada
te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta.
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta.
[1] Ya el año pasado os hablaba en una homilía del
dinero; en la homilía del 22 de septiembre.
viernes, 21 de febrero de 2014
jueves, 20 de febrero de 2014
Domingo VII del Tiempo Ordinario (A)
23-2-14 DOMINGO VII TIEMPO
ORDINARIO (A)
Queridos
hermanos:
En este domingo sigue Jesús con el
sermón de la montaña y nos continúa dando indicaciones a los cristianos para
que llevemos una vida intachable.
En el evangelio de hoy se nos habla
del “ojo por ojo y del diente por diente”:
la ley del talión. Esta norma procede del Antiguo Testamento: Éxodo 21, 23-25: “Pero si sucede una desgracia, tendrás que dar vida por
vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por
quemadura, herida por herida, contusión por contusión”. Hoy nos puede parecer esto una barbaridad, pero históricamente
constituye el primer intento por establecer una proporcionalidad entre daño
recibido en un crimen y el daño producido en el castigo, siendo así el primer
límite a la venganza.
Sin
embargo, Jesús quiere que sus discípulos vayan más allá. No podemos
conformarnos con no buscar la venganza, o con no hacer más daño del que nos han
causado. Jesús nos pide más, mucho más[1]:
“Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente
al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha,
preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale
también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a
quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”. Este texto
siempre me ha desestabilizado, pues supone pasar de la mera justicia humana a
una exigencia mucho más profunda.
- A la hora de
enfrentarse a estas palabras de Jesús podemos
mirarlas desde el punto de vista (como quiere Jesús) de aquel que no hace frente al que le hiere, del que presenta la otra
mejilla, del que tiene que dar también la capa, del que acompaña dos millas, es
decir, el doble de lo que se le pide, del que da siempre y del que no rehúye
prestar. Para hacer esto se requiere una preparación y unas actitudes
interiores, pues de suyo el hombre es egoísta y tiende a hacer menos de lo que
se le pide. Desde mi punto de vista, esto que pide Jesús es sobrehumano, es
decir, el hombre por sí mismo no puede hacerlo. Pienso que la única manera de
llevar esto a cabo es haciendo lo siguiente:
1) Pidiendo la ayuda a Dios; que Él nos
transforme en hombres santos, que nos dé su fuerza, como se la dio a los
santos. Sólo un santo puede presentar la mejilla a quien le pega. Sólo un santo
puede dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el juez. Sólo un
santo puede caminar dos millas a quien le pide que camine una milla junto a él.
Sólo un santo puede prestar dinero a quien sabe que no se lo devolverá, o sí…
2) Amando. Quien ama (pienso en una madre)
es capaz de presentar la mejilla a quien le pega[2].
Quien ama es capaz de dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el
juez. Quien ama es capaz de caminar dos millas a quien le pide que camine una
milla. Quien ama es capaz de dar y de prestar dinero a quien sabe que no se lo
devolverá, o puede que no se lo devuelva.
3) Siendo menos egoísta. Como bien dice
San Pablo, “Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos,
nada podremos llevar. Contentémonos con el alimento y el abrigo” (1 Tim. 6, 7-8). Si
aplicáramos está máxima, no nos aferraríamos tanto a las cosas materiales:
capas, túnicas, dineros…, pero tampoco a razones, orgullos y soberbias. Una vez
escuché decir a uno: ‘las cosas tienen la importancia que tienen, pero sobre
todo la importancia que se le quieran dar’. Es cierto, cuántas veces he oído
decir que, después de una enfermedad grave o de una accidente del que se salió
con vida, uno fue consciente de las tonterías a las que uno estaba aferrado: en
cosas o en opiniones, y que nada de ello merecía la pena.
4) Teniendo paz. Cuando se tiene paz
interior, uno es capaz de ver las necesidades de los demás y se presta a
cubrirlas. Cuando se tiene paz interior, uno es capaz de comprender y de
perdonar a los demás.
- También es cierto que podemos mirar las palabras de Jesús desde
el punto de vista de aquel que hiere, de aquel que abofetea, del que demanda injustamente
ante el juez exigiendo la túnica, del que pide caminar una milla, del que pide
y del que pide prestado. Quien hace estas cosas es una persona herida por
la violencia interior, o por la codicia, o por el egoísmo, o por la necesidad.
Recuerdo que en una ocasión me contaron el caso de una chica que toda su vida
había vivido del dinero de su padre. Nunca había trabajado y siempre había
pedido y obtenido todo de su padre: éste le había puesto dos o tres negocios,
que ella había ido arruinando uno tras otro; además, el padre le daba unos 3000
ó 4000 € mensuales, que ella malgastaba de modo regular… En estos casos yo siempre digo que la mejor manera de ayudar a una
persona es no ayudarla, es decir, no dar ese dinero, u obligar a que la
persona asuma las consecuencias de sus propios actos, o enseñarle a vivir con
responsabilidades. De esta manera la
intención del que ayuda (no ayudando-no dando) no es simplemente no cubrir las
necesidades materiales del que pide o exige, ni satisfacer sus caprichos o sus
egoísmos, sino AYUDARLE A CRECER COMO PERSONA y con todas las virtudes.
En definitiva, cuando leo este evangelio: “Yo,
en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te
abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte
pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para
caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide
prestado, no lo rehúyas”,
siempre me pregunto si lo que tengo que
primar es el bien del que pone la mejilla, del que da capa y túnica…, o si
tengo que mirar más el bien de que abofetea, del que reclama injustamente, del
que pide…, porque, de posicionarse en uno u otro lado, las acciones pueden ser
distintas.
En
todo caso, siempre que se actúe habrá de existir recta intención de querer
cumplir el evangelio de Jesucristo y no una autojustificación para hacer
finalmente lo que más le conviene a uno, egoístamente hablando.
[1] También Gandhi decía: ‘Ojo por ojo y todo el mundo
acabará ciego’.
[2] Supongo que ya conocéis aquella leyenda de la Bretaña
en que una madre tenía un hijo único. Ambos se amaban entrañablemente. Sucedió
que el hijo se enamoró de una chica, la cual, conociendo el cariño que había
entre madre e hijo, quiso poner a prueba a su novio y, por eso, le pidió que,
como prueba de su amor hacia ella, le trajera en una bandeja el corazón de su
madre. El chico se sorprendió y horrorizó, pero tanto le insistía su novia que
él se llegó hasta donde estaba su madre, la mató, le abrió el pecho con un
cuchillo y le sacó el corazón. Lo puso en una bandeja y se lo llevaba corriendo
a su novia. En esto tropezó el chico y cayó por tierra juntamente con la
bandeja y con el corazón de su madre. De éste surgió una voz que preguntó: ‘¿Te
has hecho daño, hijo mío?’
Suscribirse a:
Entradas (Atom)