jueves, 27 de febrero de 2014

Domingo VIII del Tiempo Ordinario (A)



2-3-14                          DOMINGO VIII TIEMPO ORDINARIO (A)

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Seguimos un domingo más con el sermón de la montaña y Jesús continúa desgranando su mensaje y, al mismo tiempo, va retratando al género humano. En esta ocasión Jesús contrapone el dinero y Dios: Nadie puede estar al servicio de dos amos. […] No podéis servir a Dios y al dinero.
1.- Dinero. ¿Creéis que el dinero[1] (los bienes materiales) es importante? Sí, lo era en tiempos de Jesús, lo es ahora, lo era hace cuatro siglos y lo seguirá siendo en el futuro. Supongo que recordáis aquella famosa poesía de Francisco de Quevedo.
Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero
.
[…] Quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero
.
[…] Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero
.
[…] Pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero
            Sí, como bien dice Quevedo, con dinero podemos hacer todo cuanto queremos. Con dinero nos transformamos en bellos, aunque seamos feos, en jóvenes, aunque seamos viejos (mirad esos artistas o futbolistas que se juntan con chicas hermosas, que no tendrían si fueran albañiles o pescadores; mirad en esos ancianos ricos que se juntan con chicas hermosas y jóvenes, que no tendrían su fuesen jubilados del campo o de una oficina). Con dinero se compra todo o casi todo, a todos o a casi todos. Con dinero adquiere fama y fuerza el que nada tenía (Jan Koum es el creador de WhatsApp. Creció en Ucrania, migrando a principios de los años noventa a Estados Unidos cuando era un adolescente. Vivió de subsidios estatales y cupones de alimentos. Ahora ha vendido su compañía por 19.000 millones de dólares). Por eso, hemos de decir, con Quevedo. ‘Poderoso caballero es don Dinero’.
            Pero el dinero, lo mismo que nos eleva en la sociedad y ante los demás, también nos puede destruir o hacer mucho mal. Sí, por el dinero y los bienes materiales se rompen las familias al repartir herencias. Por el dinero se mata con cuchillo, con pistola o en el corazón a quien está a nuestro lado. Por el dinero nos humillamos ante los que tienen. Con dinero humillamos a los que no tienen. El dinero nos llena de soberbia y nos aleja de Dios, pues nada necesitamos de Él.
            2.- Dios. Con este evangelio Jesús nos invita a agarrarnos de la mano de Dios y no de la mano de don Dinero. ¿Qué sucede cuando lo hacemos así? (Sí, es posible agarrarse de la mano de Dios y no de don Dinero). Voy a contaros algún ejemplo (algunos de los que seguís este blog ya lo conocéis). Una vez prediqué en unos ejercicios espirituales y enseguida una señora que hacía los ejercicios me entregó el siguiente escrito: “Querido amigo Don Andrés: Lo que voy a hacer ya lo tenía muy pensado y decidido, pero hoy, al escucharlo a Vd., es cuando más decido hacerlo. No es para mí ningún sacrificio, aunque sí un poco de tristeza. Sí, para qué voy a engañarlo. En mi vida anterior fui soberbia, presumida y un poco ‘gilipollas’, perdón por esta palabra. Yo deseaba siempre tener un abrigo de visón, pero no todos me gustaban. Quería el mejor. Hace trece años (en 1997) mi mejor amiga de Madrid me regaló uno de ella (regalo de su suegra), cuyo abrigo había costado 1.600.000 pts. de las de antes. Yo vi el cielo abierto cuando ella me lo regaló. Fui inmensamente feliz con este abrigo. Digo ‘feliz’ entre comillas. Esto me hacía presumir como un pavo real y no ser yo. Ahora he bajado de arriba. Tengo los pies en la tierra y pienso: ‘Fulanita, no te pertenece ahora este lujo. Ya no eres como antes’. Y quiero que Vd., amigo D. Andrés, se lo dé a la persona más pobre o, por lo menos, que hubiese deseado tener un abrigo así me desprendo de lo material; me desprendo de lo material; me desprendo de mi hipocresía, de mi soberbia y mi manera de ser como era. Deseo tanto ser feliz con mi pobreza, con tener a Dios, a mi Madre, mi Virgen Santísima, y, por favor, recójalo junto con otro chaquetón, también bonito y bueno. No quiero tenerlo. No soy digna de llevarlo. Me ‘pesa’. Me gustaría que se lo dé a alguien que tenga esa ilusión, que alguien sea feliz con ello. Yo lo fui, pero –repito– en mi situación de pobre, porque pobre soy, no lo merezco. Pobre, pero no de humildad, sino de fe en Dios y estos días han sido aprovechados al máximo. Quiero que me vea, D. Andrés, lo que era antes: en mi época en León, en Madrid. No era yo, la Fulanita que soy ahora; y gracias al Cursillo de Cristiandad me he bajado toda esa fantochada que era. Que Dios le bendiga y le ilumine siempre”.
            Sí, esta señora servía al dinero, pero, en cuanto se encontró cara a cara con Dios, quiso servirle sólo a Él.
            - Termino con dos ideas:
            La primera es que, para los cristianos, don Dinero tiene que convertirse en un medio, en un instrumento y no en un fin como muchas veces hemos hecho y hacemos con él.
            La segunda es transcribiros aquí una poesía de Santa Teresa de Jesús que nos invita a la confianza absoluta en Dios y no en otras cosas. Esta poesía está en sintonía con lo dicho por Jesús en la última parte del evangelio de hoy:
Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda;
la paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
Sólo Dios basta
.

[1] Ya el año pasado os hablaba en una homilía del dinero; en la homilía del 22 de septiembre.

jueves, 20 de febrero de 2014

Domingo VII del Tiempo Ordinario (A)



23-2-14                         DOMINGO VII TIEMPO ORDINARIO (A)

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            En este domingo sigue Jesús con el sermón de la montaña y nos continúa dando indicaciones a los cristianos para que llevemos una vida intachable.
            En el evangelio de hoy se nos habla del “ojo por ojo y del diente por diente”: la ley del talión. Esta norma procede del Antiguo Testamento: Éxodo 21, 23-25: Pero si sucede una desgracia, tendrás que dar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión. Hoy nos puede parecer esto una barbaridad, pero históricamente constituye el primer intento por establecer una proporcionalidad entre daño recibido en un crimen y el daño producido en el castigo, siendo así el primer límite a la venganza.
Sin embargo, Jesús quiere que sus discípulos vayan más allá. No podemos conformarnos con no buscar la venganza, o con no hacer más daño del que nos han causado. Jesús nos pide más, mucho más[1]: “Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”. Este texto siempre me ha desestabilizado, pues supone pasar de la mera justicia humana a una exigencia mucho más profunda.
- A la hora de enfrentarse a estas palabras de Jesús podemos mirarlas desde el punto de vista (como quiere Jesús) de aquel que no hace frente al que le hiere, del que presenta la otra mejilla, del que tiene que dar también la capa, del que acompaña dos millas, es decir, el doble de lo que se le pide, del que da siempre y del que no rehúye prestar. Para hacer esto se requiere una preparación y unas actitudes interiores, pues de suyo el hombre es egoísta y tiende a hacer menos de lo que se le pide. Desde mi punto de vista, esto que pide Jesús es sobrehumano, es decir, el hombre por sí mismo no puede hacerlo. Pienso que la única manera de llevar esto a cabo es haciendo lo siguiente:
1) Pidiendo la ayuda a Dios; que Él nos transforme en hombres santos, que nos dé su fuerza, como se la dio a los santos. Sólo un santo puede presentar la mejilla a quien le pega. Sólo un santo puede dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el juez. Sólo un santo puede caminar dos millas a quien le pide que camine una milla junto a él. Sólo un santo puede prestar dinero a quien sabe que no se lo devolverá, o sí…
2) Amando. Quien ama (pienso en una madre) es capaz de presentar la mejilla a quien le pega[2]. Quien ama es capaz de dar capa y túnica a quien le demanda injustamente ante el juez. Quien ama es capaz de caminar dos millas a quien le pide que camine una milla. Quien ama es capaz de dar y de prestar dinero a quien sabe que no se lo devolverá, o puede que no se lo devuelva.
3) Siendo menos egoísta. Como bien dice San Pablo, Nada trajimos cuando vinimos al mundo, y al irnos, nada podremos llevar. Contentémonos con el alimento y el abrigo (1 Tim. 6, 7-8). Si aplicáramos está máxima, no nos aferraríamos tanto a las cosas materiales: capas, túnicas, dineros…, pero tampoco a razones, orgullos y soberbias. Una vez escuché decir a uno: ‘las cosas tienen la importancia que tienen, pero sobre todo la importancia que se le quieran dar’. Es cierto, cuántas veces he oído decir que, después de una enfermedad grave o de una accidente del que se salió con vida, uno fue consciente de las tonterías a las que uno estaba aferrado: en cosas o en opiniones, y que nada de ello merecía la pena.
4) Teniendo paz. Cuando se tiene paz interior, uno es capaz de ver las necesidades de los demás y se presta a cubrirlas. Cuando se tiene paz interior, uno es capaz de comprender y de perdonar a los demás.
            - También es cierto que podemos mirar las palabras de Jesús desde el punto de vista de aquel que hiere, de aquel que abofetea, del que demanda injustamente ante el juez exigiendo la túnica, del que pide caminar una milla, del que pide y del que pide prestado. Quien hace estas cosas es una persona herida por la violencia interior, o por la codicia, o por el egoísmo, o por la necesidad. Recuerdo que en una ocasión me contaron el caso de una chica que toda su vida había vivido del dinero de su padre. Nunca había trabajado y siempre había pedido y obtenido todo de su padre: éste le había puesto dos o tres negocios, que ella había ido arruinando uno tras otro; además, el padre le daba unos 3000 ó 4000 € mensuales, que ella malgastaba de modo regular… En estos casos yo siempre digo que la mejor manera de ayudar a una persona es no ayudarla, es decir, no dar ese dinero, u obligar a que la persona asuma las consecuencias de sus propios actos, o enseñarle a vivir con responsabilidades. De esta manera la intención del que ayuda (no ayudando-no dando) no es simplemente no cubrir las necesidades materiales del que pide o exige, ni satisfacer sus caprichos o sus egoísmos, sino AYUDARLE A CRECER COMO PERSONA y con todas las virtudes.
            En definitiva, cuando leo este evangelio: “Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas”, siempre me pregunto si lo que tengo que primar es el bien del que pone la mejilla, del que da capa y túnica…, o si tengo que mirar más el bien de que abofetea, del que reclama injustamente, del que pide…, porque, de posicionarse en uno u otro lado, las acciones pueden ser distintas.
            En todo caso, siempre que se actúe habrá de existir recta intención de querer cumplir el evangelio de Jesucristo y no una autojustificación para hacer finalmente lo que más le conviene a uno, egoístamente hablando.

[1] También Gandhi decía: ‘Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego’.
[2] Supongo que ya conocéis aquella leyenda de la Bretaña en que una madre tenía un hijo único. Ambos se amaban entrañablemente. Sucedió que el hijo se enamoró de una chica, la cual, conociendo el cariño que había entre madre e hijo, quiso poner a prueba a su novio y, por eso, le pidió que, como prueba de su amor hacia ella, le trajera en una bandeja el corazón de su madre. El chico se sorprendió y horrorizó, pero tanto le insistía su novia que él se llegó hasta donde estaba su madre, la mató, le abrió el pecho con un cuchillo y le sacó el corazón. Lo puso en una bandeja y se lo llevaba corriendo a su novia. En esto tropezó el chico y cayó por tierra juntamente con la bandeja y con el corazón de su madre. De éste surgió una voz que preguntó: ‘¿Te has hecho daño, hijo mío?’