28-2-2021 DOMINGO II
CUARESMA (B)
Gn. 22, 1-2.9-13.15-18; Sal. 115;Rm. 8, 31b-34; Mc. 9, 2-10
Homilía en vídeo.
Homilía de audio.
Queridos
hermanos:
En
este segundo domingo de Cuaresma quiero, como otras Cuaresmas, exponer un EXAMEN DE CONCIENCIA.
No
quisiera que este examen de conciencia fuera una especie de losa sobre
nosotros. No. La miseria humana, en cristiano, va siempre acompañada de la
misericordia de Dios. Sólo a través de los ojos y del corazón de Dios el hombre
puede y debe mirar sus propios pecados. El nos los descubre, y al mismo tiempo
nos los perdona. Pero yo no puedo cambiar y caminar hacia Dios si no veo dónde
estoy de verdad, y esto me lo hace ver Dios con su luz admirable y con la paz
maravillosa que nos concede su perdón.
¿He
sentido envidia hacia alguien por
las cosas que tenía, por su carácter más simpático o por su saber más grande
que el mío, por su físico; de tal manera que me alegraba de sus fallos o cuando
las cosas le iban mal, y me entristecía cuando las cosas le salían bien? El
sentimiento de la envidia en muchas ocasiones no es buscado por nosotros, pero
es algo que surge en nuestro interior y nos da mucha vergüenza. En determinados
momentos la envidia que sentimos es fruto de la tentación a fin de quitarnos la
paz.
¿He
sentido celos ante otras personas
porque ellas son más valoradas que yo, más tenidas en cuenta que yo, más
apreciadas que yo? ¿He sentido celos porque a los demás se les reconoce
enseguida lo ‘poco’ que hacen, y a mí no se me reconoce todo lo que hago (al
cuidar a unos padres, al hacer las tareas de casa, en el lugar de trabajo…)?
¿He hecho juicios en mi interior acerca
de otras personas, descalificando las actuaciones de los otros, como si todo o
casi todo lo de ellos fuese malo? El juicio interior supone ponerse en una
posición de superioridad y desde ahí considerar como negativo lo que los demás
dicen, hacen o dejan de decir y/o de hacer.
¿He
murmurado contra alguien, bien
iniciando yo la conversación o siguiendo lo comenzado por otros? ¿He sacado
los defectos de los demás a la luz pública? La murmuración presupone un juicio
previo. El juicio queda en mi interior, mientras que la murmuración sale al
exterior por la lengua. Lo malo o negativo que veo en los demás, ¿soy capaz de
decírselo al interesado o interesada? La mayoría de las veces no, entonces ¿por
qué lo digo?: ¿Porque me interesa de verdad esa persona y que mejore; por pasar
el rato; por despecho; por quedar por listo o gracioso ante quien estoy
murmurando? Si no soy capaz de decir lo negativo al interesado, entonces es mejor
que me calle o en todo caso que se lo diga a Dios rezando por esa persona. Lo
peor de la murmuración no es lo que decimos, que en muchas ocasiones es cierto,
sino el ‘tonillo’ con el que decimos esas cosas, es decir, no hay caridad. Y la
verdad que no va acompañada de la caridad-amor, no es la verdad de Cristo. Yo
no he descubierto nunca a Dios diciéndome las cosas, ni a mí ni a nadie,
restregándolas por las narices. Dios me muestra las cosas, mi verdad, mis
defectos, pero lo hace con tanto amor, que veo lo que me dice, lo acepto y mi
amor hacia Él crece más. Aprendamos a hacerlo así y, si no lo hacemos así, es
que estamos murmurando.
¿He
difamado, es decir, he dicho cosas
negativas de los demás que son falsas, bien porque exagere lo que digo o porque
no me cercioro y aseguro de la veracidad de lo que escucho sobre los otros y
‘alegremente’ lo suelto sin más? CUANTO DAÑO HACE LA LENGUA, NUESTRA LENGUA. Ya
leemos en la epístola del apóstol Santiago que “la lengua ningún hombre es capaz de domarla: es dañina e inquieta,
cargada de veneno mortal; con ella bendecimos al que es Señor y Padre; con ella
maldecimos a los hombres creados a semejanza de Dios; de la misma boca salen
bendiciones y maldiciones”. “Todos
faltamos a menudo, y si hay alguno que no falte en el hablar, es un hombre
perfecto, capaz de tener a raya a su persona entera”.
¿Soy
una persona mal hablada con
frecuentes tacos, con blasfemias, con palabras soeces o hirientes (‘cada día te
pareces más a tu madre…’, ‘cállate, gorda…’); buscando siempre el insulto, el
dejar mal a los otros, el decir la palabra graciosa, aunque sea a costa de los
demás?
¿He
mentido a alguna persona, a mi
familia, en el trabajo para no quedar mal, por aprovecharme de otros, por
venganza, etc.? ¿He dicho medias verdades por las mismas motivaciones? Cuando
Jesús fue condenado a muerte por los judíos del Sanedrín, para ello utilizaron
sus propias palabras. Le preguntaron si Él era el Hijo de Dios y Jesús contestó
que sí, que lo era. Y esto le ocasionó su muerte. Podía haber dicho una mentira
piadosa. Total esa mentira piadosa le hubiera permitido vivir más años, curar a
muchos enfermos, hacer muchos milagros, enseñar mejor a los apóstoles, asentar
mejor la Iglesia que quería fundar, anunciar mejor el mensaje de Dios Padre. Pero
no, Él dijo siempre la verdad, aún a costa de ser muerto, aún a costa del
fracaso de su misión entre nosotros. Y su verdad le llevó a la cruz, y esta
cruz, fracaso entonces, es salvación para todos nosotros.
¿He
sido impaciente con los demás y
conmigo mismo? Él impaciente es aquél que no tiene paz en su corazón y por eso
‘salta’ con frecuencia. Estoy impaciente cuando no soy capaz de esperar con
sosiego y tranquilidad que llegue el ascensor al que he llamado, a que el
semáforo se ponga en verde, a que te atiendan en el médico, o que atienden en
el supermercado a la persona que está por delante de mí. Estoy impaciente
cuando no me pongo en el lugar de los otros y quiero que ellos hagan las cosas
como yo las hago y en el tiempo en que yo las hago. No aguanto los fallos de
los demás, pero los míos propios… tampoco.
¿He
tenido ira, rabia, enfados hacia
alguna persona (familiar, amigo, en el trabajo, etc.), y he manifestado esta
ira externamente con expresiones hirientes o soeces, con voces, o incluso
también en mi interior?
¿Tengo
rencor hacia alguna persona, de tal
modo que no hablo con esa persona, ni la perdono de ningún modo y, cuando la
veo o surge una conversación sobre ella, siempre se nota mi inquina contra
ella? ¿Llevo mi ‘agenda’ de los agravios que me han hecho los demás y las
fechas en que me las han hecho y ante quien me las han hecho? ¿Hay alguien a
quién no salude ni tenga intención de hacerlo? ¿Soy una persona vengativa; las
cosas que me han hecho las tengo bien guardadas y presentes, y ante la más
pequeña oportunidad se las ‘restriego’ en la cara o suelto mi ‘veneno’ ante
otras personas?
¿He
tenido pereza para levantarme, para
acostarme, para hacer los estudios, el trabajo, mis oraciones, asistencia a la
Misa, etc.? Perezoso es aquel que hace las cosas que le gustan, y las que no,
las va dejando siempre de lado: el cesto de la plancha, los azulejos, tareas en
el trabajo, escribir cartas, visitar a personas, enfermos. Con frecuencia la
pereza va asociada al egoísmo, pues saco tiempo para las cosas que me gustan y
me interesan, pero las otras cosas quedan las más de las veces sin hacer o a
medio hacer.
¿He
perdido el tiempo? Tenía diversas
cosas que hacer y las he ido dejando de lado para hacer lo que me gusta: ver la
Tv, hablar por teléfono, leer una novela, dar la lengua con alguien… y mientras
tanto las cosas sin hacer.
¿He
tenido gula, es decir, me dominan
las apetencias y los gustos por encima de mi voluntad: domina el dulce sobre mi
voluntad, domina el alcohol sobre mi voluntad, domina el café sobre mi
voluntad, domina el tabaco sobre mi voluntad…? Seguramente que en muchas
ocasiones pensamos como el gallego: ‘perdono o mal que me fai, por o ben que me
sabe’. Tengo gula cuando como entre horas por el simple hecho de picar, o como
nada más de lo que me gusta, o no como jamás lo que no me gusta, o protesto por
la comida, o como o bebo con ansia, etc.
¿He
sido egoísta en el trato con los
demás preocupándome tan solo de lo que me venía bien a mí, pasando o dejando de
lado las necesidades de los otros? ¿Soy de los que cojo el mando de la TV y no
lo suelto en modo alguno, y todo el mundo tiene que ver el programa que a mí me
gusta? ¿Al sentarme en el coche o en casa escojo el mejor puesto… sin pensar en
los otros? ¿Pienso en los otros, en lo que les gusta a los otros, en lo que les
viene bien a los otros, o nada más me veo a mí mismo y mis apetencias y mis
necesidades?
¿He
faltado a la pobreza cristiana con
gastos superfluos en cosas que no son del todo necesarias (ropas, tabaco,
cafés, revistas, consumiciones, CD, bisutería, viajes, etc.)? ¿Compro cosas
baratas que no necesito o que ya poseo más que suficientemente? Al comprar
pregunto a mi gusto, a los demás… ¿y a Dios? Porque El tendrá algo que decir,
sobre todo si me confieso cristiano y deseo que su Voluntad se cumpla en mí. Un
cristiano no puede caer en el consumismo igual que otra persona que le dé igual
vivir en su Santa Voluntad o no. ¿Tengo codicia y ansío poseer cosas
materiales? ¿Doy limosnas a la Iglesia o a ONGs o a familias necesitadas (es
bueno aquí comparar cuánto gasto para mí al mes y cuánto doy en limosnas para
los demás al mes; se verá que la diferencia es mucha)? La limosna es lo que yo
llamo el dinero de Dios. Es suyo y yo he de administrarlo según su Voluntad y
no según mi capricho. El dinero de la limosna nunca puede quedarse en mi
bolsillo. Si no lo doy yo directamente, entonces debo de buscar a
organizaciones o personas que busquen donde entregarlo y que conocen mejor que
yo diversas necesidades de otros hombres. ¿Tengo mi corazón pegado a cosas mías
(coche, ropa, objetos), personas, opiniones, mi físico, etc.? Para entender la
pobreza cristiana se ha de partir de que sólo Dios es nuestra riqueza, porque
es lo totalmente Absoluto, lo demás es relativo (Mt. 10, 37). ¿He robado, es
decir, me ha apropiado de cosas que no son mías? Me apropio de cosas que no son
mías, robo, cuando en el hospital en el que trabajo cojo tiritas, esparadrapos,
tijeras... y lo llevo para mi casa o para mis familiares. Robo cuando en el
colegio donde trabajo cojo hojas, bolígrafos... y los llevo para mi casa. Robo
en el trabajo llegando tarde y saliendo temprano. Robo en el trabajo al no
pagar lo justo y debido a mis empleados y no reconocerles sus derechos. El
hecho de que lo hagan los demás no quiere decir que está justificado que lo
haga yo. También robo si no dedico el tiempo y las cualidades que Dios me da en
el servicio de los demás; o cuando le robo su gloria y me apropio de lo que es
de Él: “No se gloríe el sabio en su
sabiduría, ni el rico en su riqueza, ni el soldado en su fuerza. El que se
gloríe que se gloríe en el Señor” (Jr. 9, 22-23).
¿He
sido desobediente en mi casa, con mi
familia, con Dios, con la Iglesia, con mi director espiritual, con las normas
de tráfico, con las cosas que me piden muchas veces por favor; y soy más bien
de los que siempre hace lo que les da "la realísima gana"? La
obediencia no es simplemente hacer sin más lo que me digan o me pidan, también
hay que mirar el modo y las maneras en que lo hago. Por ejemplo, si realizo las
cosas que se me piden pero con protestas, interiores o exteriores, entonces no
estoy obedeciendo. Yo nunca he visto ni he leído que, cuando Dios Padre indicó
a su Hijo que fura a la Cruz, por el perdón de los pecados de los hombres,
Jesús obedeciera pero diciendo: “¡Vaya, hombre! ¡Siempre me toca a mí!” ¿A
quién tengo que obedecer yo? Pues en primer lugar a Dios, a mis padres, a mis
hijos, a mi marido, a mi mujer...
¿He
faltado a la castidad con
pensamientos, deseos, miradas, actos impuros (solo o acompañado); he respetado
mi cuerpo y el de los demás por ser Templo del Espíritu de Dios, me he
mantenido alejado de aquello que me tentara en este punto como TV, revistas,
conversaciones, etc.?
¿He tenido el pecado de la vanidad de tal manera que estoy
demasiado pendiente de mi aspecto físico, de la moda, y al final soy un esclavo
de ello? Hay personas que son incapaces de salir desconjuntadas de casa o de no
salir a la calle con prendas que no son de marca. Hay personas que visten o se
acicalan de una determinada manera, pero no por convencimiento o gusto propio,
sino por obtener el parabién de la gente con la que están.
¿He tenido soberbia al
considerarme superior a otros, al considerarme inferior y esto me hacía sufrir,
puesto que no me acepto tal y como soy? ¿Me ando siempre quejando de la
sociedad, de los demás, de mí mismo? ¿"Engordo" cuando los demás
hablan bien de mí, y me entretengo después pensando y "repensando" lo
que se dijo bueno de mí? ¿Me enfada el que los demás hablen mal de mí, sea mentira
o verdad, y "despotrico" contra ellos y busco rápidamente el
justificarme? ¿Me cuesta admitir mis errores? ¿Me cuesta pedir perdón? ¿Hablo
de mí mismo (mal o bien) con frecuencia, me pregunten o no? ¿Hago o dejo de
hacer cosas, digo o dejo de decir cosas por el qué dirá la gente, de tal manera
que soy un esclavo de lo que piensen los demás? Veamos algunos de los frutos de
la soberbia: En las relaciones con el
prójimo, el amor propio y la soberbia nos hace susceptibles, inflexibles,
impacientes, exagerados en la afirmación del propio yo y de los propios
derechos, fríos, indiferentes, injustos en nuestros juicios y en nuestras
palabras. Nos deleita en hablar de las propias acciones, de las luces y
experiencias interiores, de las dificultades, de los sufrimientos, aun sin
necesidad de hacerlo. En las prácticas de piedad nos complace en mirar a los
demás, observarlos y juzgarlos; nos inclinamos a compararnos y a creernos mejor
que ellos, a verles defectos solamente y negarles las buenas cualidades, a atribuirles
deseos e intenciones poco nobles, llegando incluso a desearles el mal. El amor
propio y la soberbia hacen que nos sintamos ofendidos cuando somos humillados,
insultados o postergados, o no nos vemos considerados, estimados y obsequiados
como esperábamos.
¿He faltado en el amor al prójimo hacia
los enfermos, ancianos, familiares, marginados, etc.? ¿Tengo verdadera preocupación por las necesidades materiales, morales y
espirituales de las personas que me rodean, de la gente que vive en Asturias,
en España, en Europa, en el mundo? ¿Considero a las demás personas como
hermanos míos al ser hijos todos del mismo Padre?
¿He
tenido falta de confianza en Dios
buscando yo siempre el encontrar solución a todo y rápida; y cuando no salía
tal y como era mi deseo me enfadaba con Dios o me descorazonaba con Él? No tengo confianza en Dios cuando las cosas
positivas o negativas que me suceden me afectan sobremanera. No quiere decir
con esto que tengamos que ser insensibles a las circunstancias que acontecen a
nuestro alrededor, pero sí es cierto que nuestra seguridad total está en Dios y
no tanto en que las cosas me salgan bien o mal.
¿He dejado mis oraciones de lado, o las
he hecho con rutina y sequedad? ¿He sido fiel a lo que el Señor me iba
mostrando o pidiendo en ellas?
¿He faltado a la Misa de los domingos, o
he asistido a ella con rutina, falta de fervor, de mala gana y distracciones?
¿He realizado alguna lectura espiritual
para alimentar mi ser y abrirme a otras experiencias y a otros horizontes que
puedan acercarme más a Dios?
Se
podían sacar muchas más cosas, pero de momento yo creo que con esto vale para
tener una guía más o menos exhaustiva.