jueves, 28 de julio de 2022

Homilía del Domingo XVIII del Tiempo Ordinario (C)

31-7-2022                    DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                  Ecl. 1,2; 2,21-23; Slm. 89; Col. 3,1-5.9-11; Lc. 12,13-21

Homilía de vídeo

Homilía en audio.

Queridos hermanos:

            Seguimos con las homilías sobre las obras de misericordia:

            4.5.- Asistir a los enfermos

            - Dice Jesús: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt. 25, 36). “La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos vislumbrar la muerte” (CDC, 1500).

            Quien visita a un enfermo, se hace semejante a Cristo, el cual, “siendo rico, se hizo pobre” (2 Co. 8, 9), es decir, siendo rico de salud, se acerca al pobre de salud. Además, el hombre que visita al enfermo aprende como en un espejo. Dirá el enfermo: ‘como me ves, te verás’. Dirá el sano: ‘como te veo, me veré’.

            - Hace tiempo recogí una serie de indicaciones muy valiosas de una hoja parroquial en la que se instruía al grupo de la parroquia que visitaba a los enfermos[1]:

            * “El enfermo tiene una sensibilidad especial para captar quién se le acerca por compromiso social, o sea para ‘cumplir’, o el que lo hace para hacerle un favor, o sea por ‘compasión’, o el que va con aires de superioridad, ya que ‘él está sano’, o el que le visita con plena disponibilidad y con afán de compartir”.

            * “Al enfermo se le ha de dar ocasión de hablar de su enfermedad, de sus dolores, de sus preocupaciones y temores. Hay que demostrar interés, con sinceridad y delicadeza. Hay que saber aceptar lo que afirma sin discutírselo, pero a la vez sin reafirmarle aquello que nos parece que es exageración”.

            * “No se puede imponer al enfermo el tema de la conversación. Se le ha de dar libertad de elección. No podemos cansarlo con nuestra conversación. No debemos hablarle de temas religiosos a la fuerza”.

            * “Hemos de velar para que, en lo posible, el enfermo siga viviendo los problemas de la sociedad entera, y en especial de su ambiente de trabajo y amistades. En caso contrario sufriría al verse fuera de juego de esta sociedad o de su comunidad. Todavía sufriría más de ser nosotros quienes ‘le expulsáramos’ al no decirle o explicarle las cosas que pasan con la excusa de ‘no preocuparlo’”.

            * “Incluso cuando el enfermo no tiene interés, hemos de procurar interesarlo por los problemas de la vida ‘normal’. Es malo para él encerrarse en sí mismo y en los problemas domésticos”.

            * “No le debemos mentir en lo referente a su situación y estado. No se trata de decirle ‘toda’ la verdad, pero sí de que ‘todo lo que le digamos sea verdad’. Hemos de decirle la verdad que él sea capaz de aceptar y asimilar. Tendremos que animarle y darle esperanza, pero nunca engañarle”.

            * “Al visitar a un enfermo hemos de saber escuchar con atención y hablar con calma y sin nervios. Muchas veces, como no ‘dominamos’ la situación, nos ponemos nerviosos y tendemos a hablar mucho y gritando”.

            * “El enfermo tiene necesidades fisiológicas de todo tipo que se le pueden hacer urgentes durante nuestra visita. Hemos de estar al tanto y tenerlo presente”.

            * “La visita al enfermo no es para que nosotros hablemos y le obliguemos a escucharnos. La visita es fundamentalmente para que el enfermo tenga ocasión de hablar y pueda encontrar oyentes acogedores”.

            * “Lo que se ve, lo que se oye y lo que se dice en la habitación de un enfermo es secreto. No podemos luego hacer comentarios”.

            * “No podemos hacer la visita tan solo ‘por amor a Dios’. Más bien ha de ser por amor al prójimo ‘con el amor de Dios’”.

            * “Cuando se trata de un enfermo creyente, se ha de intentar ayudarle a progresar y a madurar en la fe y en su situación de enfermo. Si estamos ante un no creyente, debemos ofrecerle que comparta nuestra fe. Si no quiere hacerlo, le seguiremos visitando con la misma disponibilidad”.

            4.6.- Visitar a los presos

            - Dice Jesús: “estuve preso, y me vinisteis a ver” (Mt. 25, 36). Confieso que solamente fui en una ocasión a la cárcel. Ocurrió hacia el año 2009 siendo vicario judicial en Oviedo y tenido que ir a tomar a Villabona (cárcel de Asturias) a un preso por un tema de nulidad de matrimonio. Era el marido y estaba allí por maltrato hacia la esposa. La sensación fue de agobio y de opresión desde que se cerró la puerta de entrada hasta que salimos.

Visitar a los presos significa también atender a sus familias y sus necesidades. Visitar a los presos comprende también tratar de acogerles cuando salgan de la cárcel. Visitar a los presos significa, además, orientarles durante el procedimiento judicial.

            - Pero no solo hay cárceles de muros y rejas, también hay cárceles de enfermedades y trastornos psiquiátricos que destrozan a los que los padecen y a sus familiares. Me refiero a los presos del alcoholismo, de la ludopatía, de las drogas, de sus propios pecados. Recuerdo en cierta ocasión en que un chico de unos 34 años vino a pedir una ayuda a la rectoral de Tapia de Casariego. Me decía que se estaba trasladando hasta Galicia. Yo le pregunté que si tenía familia a la que quisiera llamar por teléfono. En ese momento se echó a llorar y me confesó que su madre lo admitiría en casa, pero su padre que no. ¿Qué habría hecho para que la situación fuera así? Entiendo que atender a estas personas es también cumplir el mandato de Jesús de visitar a los presos.

            - Además, se ha de tener en cuenta que en el Nuevo Testamento se hablaba bastante de los presos cristianos. Jesús decía a sus discípulos: “os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles” (Lc. 21, 12). Pedro y Pablo estuvieron en la cárcel en varias ocasiones. También otros cristianos (Hb. 10, 34). Por ello, en este mandato de Jesús se comprende, no solo visitar a los presos por delitos, sino también a los injustamente encarcelados.


[1] El título del escrito decía así: “EL ENFERMO ASIGNATURA PENDIENTE. La visita al enfermo (orientaciones prácticas)”.

miércoles, 20 de julio de 2022

Domingo XVII del Tiempo Ordinario (C)

24-7-2022                   DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                          Gn. 18, 20-32; Slm. 137; Col. 2, 12-14; Lc. 11, 1-13

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Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Seguimos con las homilías sobre las obras de misericordia:

4.3.- Vestir al desnudo

Corría el invierno del año 337. Martín era un soldado romano y cerca de las puertas de la ciudad se encuentra con un mendigo titiritando de frío. Martín se quita su capa y con la espada la parte a la mitad. Una mitad se la da al mendigo y la otra mitad se la queda él. ¿Por qué no le dio la capa entera?, preguntan algunas personas. Pues porque la otra mitad pertenecía al ejército romano y no era suya. Martín dio de lo que era suyo. La noche siguiente se le aparece Jesús a Martín cubierto con la mitad de la capa para agradecerle su gesto. Martín no sabía, cuando dio la mitad de la capa, que en el aquel pobre mendigo se encontraba Jesús.

- Dice Jesús: “Estuve desnudo y me vestisteis” (Mt. 25, 36). En la Biblia estar desnudos es algo negativo. El que no tiene ropa es el pobre, pero también el humillado. Así nos los describe Job en su libro: “Pasan la noche desnudos, sin nada de ropa que ponerse, sin cobertor, a merced del frío […] Andan desnudos, sin ropas, hambrientos” (Jb. 24, 7.10). Desnudo está el que peca (Gn. 3, 7 [Adán y Eva]), el esclavo vendido como tal (Gn. 37, 23 [José despojado de sus vestiduras para ser vendido como esclavo]), se desnuda a los encarcelados (Is. 20, 4: “desnudos y descalzos, y con las nalgas al aire”), el enfermo mental y endemoniado se viste cuando sana; antes estaba desnudo (Mc. 5, 15).

- ¿Cómo podemos vestir nosotros al desnudo? 1º Entregando ropa al que no tiene, entregando calzado al que no tiene, 2º ayudando en la rehabilitación de las casas (puertas y ventanas que no encajan bien, arreglos de techos que tienen goteras, ropa de cama…), pues vestir no se viste sólo el cuerpo, sino también el techo que está sobre el cuerpo. Para ello procuraremos 3º no herir al desnudo (el que no tiene ropa o casa) con nuestras modas, con nuestros armarios bien repletos, con ropas de marca, con casas suntuosas y llenas de cosas innecesarias… Si tenemos menos de lo superfluo, podremos tener más para ‘vestir al desnudo’, como acabamos de decir.

- Podemos vestir, además, al desnudo dándole y reconociéndole una dignidad que Dios le ha dado, ya que nos creó a todos a su imagen y semejanza (Gn. 1, 27). Si acepto a los demás como son, los estoy vistiendo. Si los respeto, los estoy vistiendo. Si no los calumnio o difamo, los estoy vistiendo. Si no les manipulo ni insulto, los estoy vistiendo.

Sí, en la Biblia vestir a una persona era dotarle de una dignidad espiritual: “Que tu ropa sea siempre blanca” (Ecl. 9, 8); Ezequiel nos habla de un “hombre vestido de lino” y que viene de parte de Dios (Ez. 9, 2).

Pero entonces, ¿cuál es la mejor ropa con la que podemos vestir a los demás? Y, por supuesto, ¿cuál es la mejor ropa con la que podemos vestirnos nosotros? Lo descubrió san Agustín al leer la Sagrada Escritura y convertirse: “Revestíos del Señor Jesús” (Rm. 13, 14). Por eso san Pablo nos dice: “Mientras estamos en esta tienda de campaña, gemimos angustiosamente, porque no queremos ser desvestidos, sino revestirnos, a fin de que lo que es mortal sea absorbido por la vida” (2 Co 5, 4).

4.4.- Acoger al forastero

- “Fui forastero y me hospedasteis” (Mt. 25, 25). Este mandato estaba muy dentro del pueblo de Israel. “El emigrante que reside entre vosotros será para vosotros como el indígena; lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis vosotros en Egipto” (Lv. 19, 34). Quien mejor puede acoger a un forastero es el que ha sido forastero. Sí, quien mejor tiene disposición para acoger a los forasteros son aquellos que se consideran a sí mismos forasteros allí donde están y residen. Como dice san Pablo a los filipenses, “nosotros (los cristianos) somos ciudadanos del cielo” (Flp. 3, 20). Estamos de paso[1] y confraternizamos bien, o debemos hacerlo, con aquellos que están de paso también. Y, como siempre, debemos hacerlo así, porque acogiendo al forastero, acogeremos a Dios mismo. Esto le pasó a Abraham, que, sin saberlo, acogió a la Stma. Trinidad (Gn. 18, 2-8).

- El forastero no tiene hogar, no tiene familia, no tiene seguridades. Está a la intemperie. Cualquier sonrisa, gesto amable, un poco de paciencia con su ignorancia de los lugares y costumbres, y con su desconocimiento del idioma, es mucho para él. Si hacemos esto, estamos cumpliendo el mandato de Jesús. Incluso Jesús, en una de sus parábolas, llega a decir que no hemos de dudar en molestar a los amigos por atender a los forasteros inesperados (Lc. 11, 5-6).

Acogemos al que llega a una oficina o sitio donde trabajamos y le atendemos con amabilidad. Ése que viene allí es forastero allí y yo debo acogerlo. Acogemos al que llega nuevo a un lugar de trabajo, como yo me sentí acogido por Yolanda, profesora de matemáticas, el primer día que llegué a la sala de profesores del instituto de Cudillero.

Veamos otro ejemplo de acogida, pues el ‘forastero’ se nos puede presentar en cualquier momento y bajo cualquier apariencia: Hace un tiempo escuché a un misionero salesiano, que estaba en Indonesia, narrar un hecho que le había sucedido en este país. Este misionero iba a evangelizar, a celebrar la Eucaristía y otros sacramentos. Se trasladaba en coche por los diversos poblados que comprendía la misión que tenía encomendada. Cuando terminaba en un poblado y se disponía a regresar a la ciudad en donde tenía la sede la misión, la gente le pedía que la llevara en el coche hasta la ciudad y así poder hacer sus cosas allí. Normalmente, el coche iba atestado de personas. En una de estas ocasiones y de regreso a la ciudad vio el misionero a un anciano que caminaba penosamente. A este anciano le faltaban aún unos cinco kilómetros para llegar a la ciudad. Detiene el misionero el coche y le dice: “Siento no poder llevarlo conmigo, pero, como ve, tengo el coche lleno”. A lo que el anciano le respondió. “Si tengo sitio en su corazón, tendré sitio en su coche”. El misionero se quedó sorprendido ante aquellas palabras y entonces dijo a la gente que se apretaran un poco más, pues iba a subir un nuevo pasajero. Y así fue. En el coche cupo el anciano y pudieron llegar todos a la ciudad. Si alguien tiene sitio en mi corazón, en aquel momento tendrá sitio en mi casa, en mi tiempo, en mi oración, entre mis amigos, en mis lágrimas, en mis alegrías, en mis pensamientos, en mis recuerdos, en mi cartera... Sí, si tengo sitio en mi corazón, entonces podré cumplir el mandato de Jesús: “Fui forastero y me hospedasteis” (Mt. 25, 25).


[1] Episodio del turista yankee y el pobre-sabio egipcio: “Yo también estoy de paso”.

jueves, 14 de julio de 2022

Domingo XVI del Tiempo Ordinario (C)

17-7-2022                   DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                          Gn. 18, 1-10a; Slm. 14; Col. 1, 24-28; Lc. 10, 38-42

Homilía en vídeo

Homilía de audio

 Queridos hermanos:

            Seguimos con la segunda homilía sobre las obras de misericordia:

4.- Las obras de misericordia corporales

4.1.- Dar de comer al hambriento

- El pueblo de Israel experimentó el hambre en el Sinaí. Mucha gente ha experimentado, y aún hoy siente, el hambre. Recordemos en estos tiempos el hambre de los refugiados sirios en los campos en donde malviven. Jesús recuerda también el hambre de las gentes en la oración del Padrenuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11).

- Nos empuja a alimentar al hambriento el mandato de Jesús: “Porque tuve hambre y me disteis de comer” (Mt. 25,35), pero también cómo vivió este mandato la primitiva Iglesia. Tenemos el ejemplo de la carta de Santiago: “¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de vosotros, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: ‘Id en paz, calentaos y comed’, y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta” (Sant. 2, 14-17). En esta misma línea el Papa Benedicto XVI decía: “En muchos países pobres persiste, y amenaza con acentuarse, la extrema inseguridad de vida a causa de la falta de alimentación: el hambre causa todavía muchas víctimas entre tantos Lázaros a los que no se les consiente sentarse a la mesa del rico epulón […] Dar de comer a los hambrientos (cf. Mt 25,35.37.42) es un imperativo ético para la Iglesia universal, que responde a las enseñanzas de su Fundador, el Señor Jesús, sobre la solidaridad y el compartir. Además, en la era de la globalización, eliminar el hambre en el mundo se ha convertido también en una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta. El hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo institucional. Es decir, falta un sistema de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales, provocadas por causas naturales o por la irresponsabilidad política nacional e internacional. El problema de la inseguridad alimentaria debe ser planteado en una perspectiva de largo plazo, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres mediante inversiones en infraestructuras rurales, sistemas de riego, transportes, organización de los mercados, formación y difusión de técnicas agrícolas apropiadas, capaces de utilizar del mejor modo los recursos humanos, naturales y socio-económicos, que se puedan obtener preferiblemente en el propio lugar, para asegurar así también su sostenibilidad a largo plazo. Todo eso ha de llevarse a cabo implicando a las comunidades locales en las opciones y decisiones referentes a la tierra de cultivo[1] […] El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos, comenzando ante todo por el derecho primario a la vida. Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones” (Encíclica Caritas in veritate, 27).

            - No obstante, aunque resuenan en nosotros el mandato de Jesús de dar de comer al hambriento, también resuenan en nosotros las palabras de Jesús en el desierto: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4, 4). En efecto, Jesús es el verdadero pan de vida (Jn. 6, 35). Sólo Jesús sacia nuestra hambre de Dios, de justicia, de verdad, de vida… de todos los valores del Reino. Y este pan lo tenemos en la Eucaristía.

            Sí, demos pan de trigo a los hambrientos con hambre física, pero también demos el pan de la Palabra de Dios a los que tienen hambre en su alma y en su espíritu.

4.2.- Dar de beber al sediento

- Nos dice Jesús: “Porque tuve sed y me disteis de beber” (Mt. 25, 35). El mismo Papa Francisco nos recuerda en su reciente encíclica Laudato si (n. 30) que “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano esencial, fundamental y universal, puesto que determina la supervivencia de las personas y por esto es condición para el ejercicio de los otros derechos humanos”.

En la Campaña contra el Hambre en muchas ocasiones asumimos proyectos de perforación de pozos y mantenimiento de manantiales.

- Aparte de la ayuda económica que podamos aportar a otras personas que no tienen fácil acceso al agua, también es conveniente que trabajemos por ser conscientes de lo necesario que es el agua en nuestra vida y que procuremos no desperdiciar el agua en nuestra actividad diaria: al ducharnos, al fregar, al lavarnos los dientes… El agua es un bien escaso y cada vez lo será más.

- No obstante, como en el punto anterior, también tenemos que tener una visión más profunda y espiritual sobre el agua. Jesús decía subido a la cruz: “Tengo sed” (Jn. 19, 28). Esta frase le sirvió a Teresa de Calcuta para orar, para acercarse a Jesús, para dar a Jesús a otras personas. Jesús tenía sed física, pero también tenía y tiene sed de nuestras almas.

El agua y la sed ha sido muy utilizada por los escritores sagrados para expresar la relación con Dios. Así el salmista dice: “¡Oh Dios, estoy sediento de ti!” (Slm. 63, 2); “tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” (Slm. 42, 3); “como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío” (Slm. 42, 2s).

Y el mismo Jesús utiliza esta rica imagen del agua: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn. 4, 13s). Por eso, la Samaritana le pide de esta agua: “Señor, dame de esa agua; así no tendré más sed” (Jn. 4, 15).

Hoy la gente nos grita a los cristianos, a la Iglesia como la Samaritana para que le demos agua: agua que calme su sed física, pero también agua que calme una sed más profunda. No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaria, no se encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar significado pleno a la existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero conviene hacer un discernimiento para evitar las aguas contaminadas. Es urgente orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser ruinosas. Mas nosotros, los cristianos, no podemos dar esta agua divina, si antes no lo tenemos nosotros. No puede pasarnos lo que denunciaba el profeta Jeremías a los judíos: “Porque mi pueblo ha cometido dos maldades: me abandonaron a mí, la fuente de agua viva, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (Jer. 2, 13). Si Cristo no sacia nuestra sed, ¿cómo vamos a saciar la sed de Cristo de los demás? Si no tenemos en nuestra vida de cada día el agua de Jesús, ¿cómo vamos a poder dársela a los demás? Y el imperativo de Jesús nos sigue a todos lados: “Porque tuve sed y me disteis de beber” (Mt. 25, 35).


[1] Ejemplo de plantaciones de café en países enteros y no de otros productos. Control del precio por parte de las multinacionales.