jueves, 28 de abril de 2011

Domingo II de Pascua (A)

1-5-11 DOMINGO II DE PASCUA (domingo de la Misericordia) (A)

Hch. 2, 42-47; Slm. 117; 1 Pe. 1, 3-9; Jn. 20, 19-31



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- En bastantes ocasiones se me han acercado algunas personas que necesitaban y querían una mayor cercanía con Dios y con las cosas de Dios. Sentían estas personas la soledad en la que caminaban, incluso en el ámbito de la fe. Decían que les era muy duro vivir en esta soledad y/o “nadar contra corriente”. Me pedían que les mostrase algún grupo de Iglesia, alguna asociación o alguna parroquia en la que pudieran involucrarse y caminar acompañadas, comprendidas y acogidas. Yo miraba a mi alrededor y buscaba, no sólo esos grupos de Iglesia en donde se vivera y se creciese en la fe, sino también esos grupos que se adaptasen mejor a las condiciones anímicas y espirituales de las personas que me requerían para que les mostrase dónde insertarse dentro de la Iglesia de Cristo y, tantas veces (para ser honesto),… no encontré nada. En esta situación, si no había otra alternativa, prefería que caminasen en soledad a que vivieran frustraciones y/o encontronazos y/o escándalos en su espíritu.

Esta es la realidad, por desgracia, que tantas veces percibía y percibo a mi alrededor. Sé que la vida comunitaria y eclesial es indispensable para crecer en la fe. No porque lo diga yo, sino porque Cristo quiso que la fe se viviera y practicara comunitariamente. Dios es comunidad (la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo); Jesucristo se rodeó de varios apóstoles y discípulos durante su vida pública; la vida humana está hecha para vivirla en comunidad… Por eso, la vida de fe… o se vive en comunidad o se queda empequeñecida para siempre.

- Ante toda esta situación me encuentro con el texto precioso de la primera lectura: en los Hechos de los Apóstoles. Aquí se ve cómo vivían los primeros cristianos que surgieron tras la resurrección de Jesús. Creer en el mismo Jesús les llevó a unirse entre sí y a vivir de esta manera. En este espejo tenemos que mirarnos todos los cristianos. Vamos con el texto: Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones […] Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo, y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando”.

Antes de analizar este texto hemos de partir de una premisa sin la cual, lo que se diga a continuación, carece de sentido. La premisa para vivir la fe comunitariamente es… tener fe personal. Y esta fe personal es sólo y exclusivamente fruto de un encuentro personal con Jesucristo, con Dios. El evangelio nos pone uno de estos encuentros que lleva a la fe. Se trata del apóstol Santo Tomás: Jesús “dijo a Tomás: -Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: -¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: -¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. ¿Habéis tenido un encuentro personal con Cristo Jesús que os ha llevado a la fe? Si la respuesta es afirmativa, entenderéis todo lo que se diga a continuación. En caso contrario, os costará comprender lo que de ahora en adelante se diga.

Vamos allá. Al analizar el texto de la primera lectura subrayemos esto:

1) Este texto está conjugado en plural y no en singular. No es cada cristiano o cada creyente quien acude solo a escuchar a los apóstoles, o a la fracción del pan (se refieren así a la Misa), o a la oración. Son todos los cristianos quienes van en común, cada uno desde donde mora, a todos los actos en que Dios les convoca o a todos los actos organizados por la Iglesia.

2) Las acciones principales y fundamentales de los cristianos, que viven dentro de la Iglesia de Cristo, son cuatro: a) aprender de los apóstoles, y para ello acuden a donde aquéllos están y les escuchan; b) los cristianos llevan una cierta vida en común (cada uno trabaja en su sitio o vive en su casa, pero conviven juntos. Luego se nos dan más datos de esta convivencia en común); c) participan en las Misas (fracción del pan[1]); d) participan en la oración: oración personal, pero también oración comunitaria, y de este modo se hacen presentes las palabras de Jesús: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 20).

3) En esta oración comunitaria –nos dice el texto- se alababa a Dios con alegría y se hacía dicha oración con todo el corazón. Por lo tanto, a) la oración de los cristianos es hecha con alegría y la oración, además, produce alegría; b) igualmente, la oración de los cristianos se hace más con el corazón que con la mente, más con el corazón que con los labios, y todo esto es porque Cristo vivo y resucitado ha tomado posesión de todos y de cada uno de los cristianos.

4) La convivencia en común de los primeros cristianos es fruto del amor de Dios hacia ellos, del amor de ellos a Dios y del amor de los cristianos entre sí. Cristo vivo y resucitado ha llenado totalmente a estas personas y de modo natural surgen consecuencias prácticas: “Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno”. Los cristianos que experimentaban la misericordia de Dios para con ellos desbordaban también esa misericordia con sus hermanos más necesitados, con los hermanos sufrientes. Sólo puede ser misericordioso consigo mismo y con los demás quien ha percibido en sí mismo a Jesús hecho misericordia.

- Como tarea para esta Pascua, que estamos empezando, vamos a pedir a Dios que nos conceda la gracia de vivir la fe del modo natural y que Dios mismo ha predeterminado: es decir, dentro de la Iglesia y en una comunidad de hermanos. Para ellos seguiremos estos pasos: 1) Orar y suplicar al Señor la gracia de una comunidad en la que seamos acogidos y aceptados con los carismas que Dios nos ha dado. Carismas para la Iglesia y para el mundo, carismas para nosotros mismos. 2) Ir buscando y conociendo distintas comunidades en las que podemos tener cabida: una parroquia; un grupo de hermanos en que se lee el evangelio y se ora, y formado por cristianos con similares deseos y anhelos; la comunidad de la Misa de 11 de la Catedral de Oviedo; pedir información de uno de los grupos ya existentes: Comunidades Neocatecumenales, Acción Católica, Opus Dei, Carismáticos, grupos de reflexión de los PP. Jesuítas o de los PP. Dominicos o de los PP. Carmelitas o de los PP. Claretianos… 3) No tener prisa por entrar en nada. Vivirlo todo desde la confianza en Dios. Es Dios quien nos integrará en una determinada comunidad…, cuando Él quiera, como Él quiera, donde Él quiera.



[1] En un principio, las Misas se denominaban “fracción del pan” aludiendo al gesto de Jesús en que, al instituir

viernes, 15 de abril de 2011

Semana Santa

Durante la Semana Santa estaré en mis nuevas parroquias de la zona de Somiedo y no tendré acceso a Internet, por lo que no puedo enviar las homilías de estos días. Lo siento.
Feliz Pascua de Resurrección.
Un abrazo

Andrés

viernes, 8 de abril de 2011

Domingo V Cuaresma (A)

10-4-11 DOMINGO V CUARESMA (A)


Ez. 37, 12-14; Slm. 129; Rm. 8, 8-11; Jn. 11, 1-45



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:


- Como ya sabéis, hace dos domingos escuchábamos en el evangelio el relato de la Samaritana. Aquí Jesús se nos presentaba como Agua Viva. Nos decía Jesús que, quien bebiera de cualquier agua, volvería a tener sed, pero, quien bebiera del agua que Él le diera, nunca más tendría sed: “El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. Al domingo siguiente volvíamos a escuchar el evangelio de San Juan. En él Jesús curaba a un ciego de nacimiento, y Jesús se nos presentaba entonces como Luz del mundo: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Jesús es Agua Viva y Luz del mundo.


En el día de hoy volvemos a escuchar otro evangelio de San Juan, concretamente en el que se narra la resurrección de Lázaro y en donde Jesús se denomina a sí mismo como Resurrección y Vida. “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.


Con estos tres evangelios San Juan intenta llevarnos hacia Jesús, pues en Él está todo y fuera de Él no hay nada o, al menos, nada bueno. Unas veces Jesús nos es presentado como Agua Viva, que quita la sed para siempre: en este mundo y después de este mundo. Otras veces Jesús nos dice que es Luz: Luz que quita la oscuridad al hombre y que le ilumina hacia la verdad plena. Hoy se nos dice que Jesús da Vida a los vivos, y también da Vida o resucita a los muertos. Quien no está con Jesús, si muere, morirá para siempre; asimismo quien no está con Jesús, si está vivo, es como si estuviera muerto.


Vamos a reflexionar, a profundizar un poco sobre la muerte y sobre la vida.


Hace poco se estrenó una película francesa; creo que se titulaba Hombres y dioses”. Trataba de unos monjes católicos que fueron secuestrados y asesinados en 1996 en Argelia. Eran siete. Les cortaron la cabeza y no se sabe cuántas cosas más les hicieron. Habían recibido varias amenazas de muerte de los fundamentalistas musulmanes para que se fueran de allí. Ellos se sentaron a deliberar sobre aquellas amenazas y sobre aquella situación, y cada uno expresó lo que sentía y lo que quería hacer. Había libertad para marcharse a un lugar más seguro. Todos decidieron quedarse allí y afrontar los peligros que pudieran venir. Jesús vino a este mundo por nosotros; Jesús no huyó, sino que se entregó a la muerte por todos nosotros. Ellos tampoco podían escapar. No hacían mal a nadie y esta comunidad de monjes orantes eran como un oasis en el desierto: oasis de perdón, oasis de reconciliación, oasis de paz, oasis de oración, oasis de fraternidad entre los hombres independientemente de sus culturas y de sus creencias. Las gentes de los alrededores les apreciaban y no deseaban su marcha, sino todo lo contrario. Estos siete monjes hablaron y escribieron lo que sentían ante las amenazas y la proximidad de su muerte. Yo he recogido aquí las palabras de dos de ellos: Por ejemplo, Fr. Luc Dochier dijo: “¿Qué nos puede pasar? Que caminemos hacia el Señor y nos sumerjamos en su ternura. Dios es el gran misericordioso y el gran perdonador”<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]-->. O Fr. Christophe Lebreton, que escribió sus últimas voluntades: Mi cuerpo es para la tierra, pero, por favor, ninguna protección entre ella y yo. Mi corazón es para la vida, pero, por favor, nada de retoques entre ella y yo. Mis manos para el trabajo… sencillamente se cruzarán. Pero el rostro, que quede completamente desnudo para no impedir el beso. Y la mirada, dejadla VER”. Para decir y escribir esto, hay que estar o muy loco, o muy convencido, o… tener a Dios muy dentro. Estas palabras retratan a unos creyentes totalmente enamorados de Dios y olvidados de sí mismos. La vida no es un fin en sí mismo; tampoco lo es el cuerpo, ni el corazón, ni las manos, ni el rostro, ni la mirada…; nada de lo que se posee es fin en sí mismo, sino que todo ello es don y regalo de Dios. De Dios lo hemos recibido y a Dios hemos de entregárselo de nuevo.


Los siete monjes católicos están muertos desde 1996. Sus asesinos probablemente siguen vivos a fecha de hoy. Preguntas: Desde la perspectiva de Jesús, de Dios, ¿quiénes están más muertos: los siete monjes asesinados o aquellos que los mataron? ¿Quiénes están más vivos: los siete monjes que murieron o aquellos que los mataron? Para mí las respuestas están claras. De hecho, en estos siete monjes católicos se cumplieron y se cumplen totalmente las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.


- Preparando esta homilía cayó en mis manos este cuento. ¡Otro cuento! Os lo leo y luego reflexiono un poco sobre él: “Un sabio griego hacía exploraciones por las tierras del Nilo. Muy satisfecho de su ciencia y de su filosofía, buscaba ufano por aquellas regiones oscuras los secretos que guarda la naturaleza. En una ocasión tuvo que pasar un río y subió a una barca. El viejo barquero movía acompasadamente sus remos y miraba distraído las aguas. De pronto, el sabio le preguntó: -¿Sabes astronomía? –No, señor. –Pues has perdido la cuarta parte de tu vida… ¿Sabes filosofar? – No, señor. –Pues has perdido la otra cuarta parte de la vida… ¿Sabes algo de la historia de este mundo? –No, señor. –Pues has perdido otra cuarta parte de tu vida. En esto, un golpe de viento zarandeó con estrépito la barca, la cual no resistió el golpe, dio media vuelta, y los dos cayeron al agua. El barquero comenzó a nadar a grandes brazadas en busca de la orilla; el sabio se hundía sin remisión dando grandes gritos y luchando por salvarse. Entonces el barquero le preguntó: -¿Sabes nadar, amigo sabio? –No, señor. –Pues ha perdido usted toda la vida”. Tenemos una vida. Sólo se vive una vez y, en tantas ocasiones, ¡perdemos tiempo en tantas cosas que no son fundamentales o nos vanagloriamos de lo que sabemos y despreciamos a los que saben o lo que tienen los otros!


Decía San Bernardo: “Que nuestra vida tenga su centro en nuestro interior, donde Cristo habita”. Para poder morir como los siete monjes de Argelia hay que vivir como ellos, es decir, con Cristo como centro de nuestro ser. Cristo da VIDA a los muertos sólo cuando ha dado VIDA a los vivos. En tantas ocasiones no somos felices; sabemos astronomía, sabemos filosofía y sabemos historia del mundo, como el sabio griego, pero no “sabemos” a Cristo. Cristo es el único que da VIDA, que da AGUA VIVA, que da LUZ. Vayamos, pues, siguiendo los pasos de Cristo. Ya está aquí la Semana Santa. ¡Vivámosla con Él!


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<!--[if !supportFootnotes]-->[1]<!--[endif]--> Fijaros: en vez de decir: ‘¿Qué nos puede pasar: que nos maten o que nos torturen…?’ Dice: “Que caminemos hacia el Señor y nos sumerjamos en su ternura…”