miércoles, 25 de mayo de 2016

Corpus Christi (C)



29-5-2016                                          CORPUS CHRISTI (C)

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Celebramos hoy el día del Corpus Christi, también conocido como el día de la Caridad. Por eso, la colecta que recojamos hoy en la Eucaristía la destinaremos a Caritas, a fin de que sean atendidos los más desfavorecidos de entre nosotros.
            En otros años hablé en el día de hoy sobre la presencia de Cristo en el pan y el vino, sobre la adoración a Jesús ante el sagrario, sobre el alimento espiritual que recibimos al comulgar, sobre el sacrificio que hizo Jesús al entregarnos su cuerpo y su sangre…. Pero en este año quiero hablar en este día del Corpus Christi de la ayuda que debemos prestar los cristianos a las personas más desfavorecidas. Vamos allá:
            - En una ocasión san Juan Crisóstomo llegó a una población de su diócesis y se enteró de que había muerto un méndigo por descuido de los vecinos. Entonces el obispo advirtió: “Me niego a celebrar la Eucaristía hasta que no hagáis penitencia por tan gran pecado, porque no sois dignos de participar en la Cena del Señor”. Del mismo modo el Papa Juan Pablo II decía: “La Eucaristía nos conduce a vivir como hermanos. Quienes comparten frecuentemente el pan eucarístico deben comprometerse a construir juntos, a través de las obras, la civilización del amor… No se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos.
            - Hasta aquí, creo que todas aquellas personas de fe y que tienen sensibilidad para con los más desfavorecidos estarán de acuerdo con estas afirmaciones de san Juan Crisóstomo y del Papa Juan Pablo II. Pero hoy yo quiero dar un paso más. Y voy a plantear una pregunta, que para mí es fundamental: ¿En qué consiste estar cerca de los que tienen hambre y sed, de los que son explotados o son extranjeros, de los que están encarcelados o se encuentran enfermos? O también podemos formular la pregunta así: ¿En qué consiste construir esa civilización del amor? Soy consciente de que el tema que pretendo plantear aquí no puede ser contestado, ni mucho menos resuelto en el espacio de una homilía. 
           Parto de una  realidad tantas veces constatada: se entrega dinero a hijos necesitados, a personas necesitadas y, aparentemente, no se arregla nada, pues siguen con las mismas necesidades; por otra parte, se aconseja y se acompaña a personas que tienen problemas (hablo de drogadictos, de ludópatas, de personas que no son capaces de mantener un trabajo, de mantener una relación afectiva…) y, sin embargo, estas personas caen una y otra vez en los mismos errores… En definitiva, trato de decir que en tantas ocasiones la mejor manera de ayudar a una persona no es dándole cosas materiales. ¿Por qué? Porque le falta cabeza para saber administrar y usar esas cosas materiales, e incluso les falta cabeza para saber manejar su propia vida. Pongo varios ejemplos de esto bien claros: si a una persona que tiene el problema de la ludopatía…, se le entrega 1000 € al mes, ¿pensáis que con eso soluciona sus problemas de deudas y de la dependencia del juego? ¿Y si se le entregan 3000 € al mes? Si a una persona, que no es capaz de ser constante en sus trabajos, que es un vago y que siempre procura escaquearse de sus responsabilidades…, se le busca cada semana un puesto de trabajo, ¿pensáis que con eso se soluciona su problema de inmadurez, de inconstancia, de falta de responsabilidad, de pereza…?
            Siempre me llamó la atención el comportamiento del padre en la parábola del hijo pródigo. Aquél permite que su hijo se marche con la mitad de los bienes familiares. Conociendo al hijo, el padre sabe que muy pronto va a malgastarlo todo y se va a quedar en las más espantosas de las ruinas. Sin embargo, el padre no va detrás del hijo para vestirlo, para darle de comer, para reconvenirle… No. Deja que el hijo experimente toda clase de necesidades: hambre, frío, desnudez, humillación, trabajos pesados… ¿Por qué? ¿Por qué el padre, que ama tanto a su hijo y le perdona todo y lo acoge otra vez en su casa –repito-, por qué no salió de su casa y lo buscó para asistirlo y convencerlo de que volviera para casa? ¿Por qué tuvo que dejar que su hijo se hundiera en la miseria?
            Recuerdo un caso en Asturias en que un padre tenía tres hijas. Dos eran trabajadoras y tenían la madurez propia de su edad. La otra hija era vaga, derrochadora, inmadura, irresponsable… Esta hija se juntaba con diversos hombres, que lo único que hacían era gastar el dinero que le mandaba su padre al sur de España, a donde se había ido a vivir. El padre montó a su hija varios negocios, que fracasaron uno tras otro por parte de atención y de cabeza: de la hija y del ‘acompañante de turno’. El padre tenía que enviarle siempre dinero mensualmente a su hija para que comiera y tuviera donde residir: unos 2.000 €. El padre debió de darle en total, entre negocios que le montó y dinero que le envío, unos 200.000 €. Al final el padre murió, las tres hermanas se repartieron la herencia y esta hija recogió unos 48.000 €. Sus hermanas no quieren saber nada de ella. Cuando termine con el dinero que le tocó, ¿quién va a mirar para ella? Pregunta: ¿Actuó el padre correctamente con ella? ¿Qué tenía que haber hecho el padre para ayudar en verdad a su hija?
            Sí, he descubierto a lo largo de mi vida que la mayor de las pobrezas no es la falta de medios materiales (siendo esto muy importante), sino la falta de cabeza para saber administrarse, la falta de cabeza para saber adecuarse a las circunstancias que a cada uno le toca vivir, la falta de cabeza para querer vivir por encima de nuestras posibilidades…
            Hay un refrán castellano que dice que es mejor enseñar a pescar que dar peces. Cuando los padres dan dinero a sus hijos necesitados, ¿los enseñan a pescar o les están dando peces? Cuando ayudamos mes tras mes, año tras año a diversas personas y familias, ¿les estamos enseñando a pescar o les estamos dando peces?
            En definitiva, entiendo que tenemos que ayudar a las personas, pero ayudar a las personas NO ES PRINCIPALMENTE DARLES COSAS MATERIALES, sino que ayudar a las personas significa construir a dichas personas en su integridad: no sólo en su hambre, o en su desnudez, o en sus necesidades más evidentes. Por supuesto, en esto también, pero sin perder nunca de vista que la comida para el hambriento, el vestido para el desnudo…, son medios para lograr un fin aún mayor y mejor: el crecimiento y desarrollo pleno de la persona. Y esto mismo lo afirmo respecto a la educación de los hijos o en las escuelas o en otros ámbitos: pienso que en ocasiones damos demasiadas cosas, pero no ayudamos a madurar a las personas. Sí, lo más fácil es dar algo material. Es mucho más cómodo entregar una limosna al mes que dedicar tiempo y paciencia y compañía y cariño y escucha a una persona.
A esto nos llama el día de hoy, día del Corpus Christi, día de la Caridad: a ayudar a la persona íntegramente, y no sólo a quitarles el hambre.