lunes, 31 de diciembre de 2007

Santa María, Madre de Dios (A)

1-1-2008 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (A)
LA EDUCACION CRISTIANA (II)
Núm. 6, 22-27; Slm. 66; Gal. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21
Queridos hermanos:
Seguimos con el mismo tema del domingo pasado, es decir, con los valores que deben de estar presentes en la educación que ha de existir en las familias. El primer valor al que aludí fue el del amor y el cariño. Continuamos…
* Libertad y responsabilidad. Educar en libertad no puede separarse nunca de educar en responsabilidad. Libre no es aquel que siempre puede hacer lo que quiere, sino aquel que, sopesando las circunstancias y lo que desea alcanzar, opta por emprender un determinado camino, y procura ser fiel y constante con la decisión adoptada. Vivir en libertad y educar en libertad es difícil, pues implica -por ejemplo, por parte del hijo- una capacidad de escucha a lo que se le diga; también implica un decir, por parte de los padres, y permitir que los hijos se equivoquen. Uno de los frutos inmediatos de vivir en libertad es la adquisición de la responsabilidad, lo cual supone crecer como personas y asumir las consecuencias de los propios actos. Por tanto, a mí entender es una pésima educación “tapar los agujeros” que hacen los hijos, sin enseñarles a ver la gravedad de sus actos y las consecuencias de los mismos. Voy a poner un ejemplo de esto último. El ejemplo es parcial, pero puede ser ilustrativo de lo que trato de decir: un hijo, que tiene un trabajo más o menos estable y un sueldo suficiente, decide independizarse y vivir aparte de sus padres. Se va a vivir sólo o con su pareja. Entiendo que este hijo no debería venir por casa de sus padres de modo sistemático para comer, o llevar la compra que le hace y le paga su madre, o para dejar la ropa sucia y llevársela limpia y planchada… Cuando uno toma una decisión libremente, ha de asumir las consecuencias y responsabilidades propias de su decisión, y de este modo podrá crecer como persona.
* Otro de los valores en que se ha de educar en la familia es en la laboriosidad. En la familia cada uno tiene sus propias tareas, adecuadas a la edad y a las circunstancias propias de cada miembro. No podemos educar ni permitir que haya vagos en nuestras familias. No podemos permitir que las tareas recaigan sobre una sola persona y los demás se dejen “servir”. En la casa cada uno ha de recoger sus propias cosas (zapatillas, libros, papeles, ropas…); cada uno ha de hacer su propia cama y habitación; cada uno ha de recoger sus propios platos, tazas y vasos una vez que ha terminado y posarlos en el fregadero y lavarlos; cada uno ha de hacer su propia tarea de estudiar, de atender el hogar, de llevar la administración económica…
* Hay que educar en la honestidad. Ser honrado con los de casa, pero también con los de fuera sin buscar el provecho personal por encima de cualquiera y a cualquier precio. Recuerdo que, cuando mi hermano tenía unos 11 años, cogió dos o tres cosas de un quiosco. En cuanto mi padre lo supo, le cogió de la mano con aquellas cosas y le acompañó hasta el quiosco para que las devolviera. Creo que nunca más se le ocurrió coger nada que no fuera suyo, que no se lo dieran, o que no lo comprara.
* Otro valor es la servicialidad. Esto significa estar pendiente de los demás y de sus necesidades. Aprende uno esto cuando ve a sus padres que se vuelcan con los demás para ayudarles a atender a los niños, para acompañarlos al hospital, para hacerles la compra o la comida. En este sentido –perdonad que os cuente cosas que yo he vivido en mi casa- he visto cómo mi padre, después de venir reventado de trabajar, se iba a ayudar a construir una casa a un vecino (mi padre era albañil); he visto cómo mi madre, al ir al economato de la ENSIDESA, aprovechaba las ofertas y traía dichas ofertas para sí y para una vecina, y venía “cargada como una burra”. Por cierto, en el tiempo de Navidad una vez vio una oferta de cava, a 13 pts. la botella, y trajo para nosotros y para la vecina. Luego se extrañó del enorme coste al ir a pagar y revisando en casa el tique cayó en la cuenta que la oferta del cava no era de 13 pts., sino de 130 pts. Quiso mi madre ir a devolver las botellas: las que había comprado para nosotros y las que había comprado para la vecina, pero el marido de la vecina no la dejó. Dijo que nosotros también podíamos beber como los demás de ese cava.
* Evitar la murmuración es otro valor que se ha de cultivar en la familia. Como dice un refrán indio, para comprender a una persona hay que andar con sus propias zapatillas, es decir, hay que estar en las mismas circunstancias que esa persona. Quizás, si nosotros pasáramos por lo mismo, lo haríamos igual o peor que esa persona. Es muy importante aprender a disculpar y a no “cebarnos” sobre los errores ni las desgracias de los demás.
* En toda relación humana, y la familia lo es, existen siempre situaciones de fricción y de disputas. Si no perdonamos, es fácil que los problemas se enquisten y el resentimiento se adueñe de todos. Por ello, el perdón es un valor que hemos de practicar y que ha de ser enseñado en la familia. Conozco una persona que procura no herir en su casa, pero, cuando lo hace, pide humildemente perdón a todos, incluso a sus hijos más pequeños.
* La familia ha de enseñar también a utilizar buenas palabras. No quiero decir simplemente con esto que se han de evitar las blasfemias y los tacos, sino incluso las voces y los gritos, las palabras hirientes o despectivas. Esta semana pasada en el tribunal eclesiástico decía una chica cómo su marido la hacía de menos y se mofaba de ella constantemente delante de los amigos e invitados y, por supuesto, delante de los hijos. Así los hijos, de corta edad, han perdido el respeto a su madre. Lo que no sabe el padre es que también se lo perderán a él…, en cuanto crezcan y le dejen de tener miedo. Con buenas palabras quiero decir el respeto y la amabilidad que ha de presidir la relación familiar. Recuerdo que un amigo mío decía que en su casa le enseñaron enseguida tres palabras: ‘gracias’, ‘perdón’ y ‘por favor’.
(Tengo que ir ya más rápido, pues se está esto alargando demasiado).
* De igual modo en la familia se ha de educar a vivir en la austeridad. Pienso que no es nada bueno poseer tantas cosas como tenemos, ni para mayores ni para pequeños. Ya nos decía Jesús que “no sólo de pan vive el hombre…” Con esto se refería Jesús a las cosas materiales. Recuerdo que una vez habló conmigo un chico de unos 35 años con novia, con empleo fijo, con 1.800 € de ingresos mensuales, con un buen coche, con una moto de gran cilindrada, con un piso a su nombre, con vacaciones a sus espaldas en sitios paradisíacos…, pero no era feliz. Algo le faltaba.
* Una familia ha de educar en el compartir y no aferrarse a lo de aquí. Sin ello vinimos a este mundo y sin ello nos marcharemos. Pienso ahora en las peleas familiares por herencias. No merece la pena. ¿No recordáis aquellas palabras de Jesús?: “Uno de la gente le dijo: ‘Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.’ El le respondió: ‘¡Hombre! ¿Quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?’ Y les dijo: ‘Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes’” (Lc. 12, 13ss).
* Una familia ha de educar en los grandes valores de la fe en Dios y en su Santa Iglesia. Como me decía una madre un día: ‘será lo más grande que puedo dar a mis hijos y les valdrá para siempre y en todas las circunstancias de la vida.’ Todos los demás valores de los que he hablado antes son preparatorios para este valor, el valor de la fe y del amor a Dios y a su Iglesia.
Esto es lo que pedimos al Señor, por intercesión de la Sagrada Familia. ¡Que así sea!

sábado, 29 de diciembre de 2007

Sagrada Familia (A)

30-12-2007 SAGRADA FAMILIA (A)
LA EDUCACION CRISTIANA (I)
Eclo. 3, 2-6.12-14; Slm. 127; Col. 3, 12-21; Mt. 2, 13-15.19-23
Queridos hermanos:
- Hace unos tres años celebré la boda de unos amigos. Después de la celebración del sacramento estábamos los invitados en el aperitivo y se me acercó un matrimonio de mediana edad. Me preguntaron cosas de la homilía y me decían que había cosas, de las que yo había dicho, con las que no estaban de acuerdo. Se estableció un diálogo y en un determinado momento les pregunté: ‘Sabiendo lo que sabéis ahora, si pudierais volver atrás, ¿os casaríais de nuevo entre vosotros?’ La mujer se quedó pensativa un momento y enseguida contestó que lo había pasado bastante mal en el matrimonio, pero que sí se casaría de nuevo con su marido. Luego ella y yo miramos para el hombre y éste, de modo inmediato y firme, contestó que no se casaría en modo alguno. No se casaría ni con ella ni con ninguna mujer.
En bastantes ocasiones hay matrimonios, o maridos y/o mujeres que afirman estar pesarosos de diversas cosas sucedidas en su matrimonio, o con la educación de sus hijos, o por haber tenido menos hijos o por haber tenido de más, etc.
Sabiendo lo que sabéis ahora –os pregunto yo-, ¿os casaríais con vuestro marido o con vuestra mujer? ¿Por qué sí o por qué no? (Yo no necesito saberlo; os lo planteo para que reflexionéis y os contestéis vosotros mismos).
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿os habríais comportado con vuestros cónyuges como lo hicisteis? ¿Diríais lo que dijisteis? ¿Callaríais lo que callasteis?
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿os habríais casado u os habríais quedado solteros?
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿tendríais más hijos o menos hijos?
Sabiendo lo que sabéis ahora, ¿educaríais a vuestros hijos como lo habéis hecho? ¿Qué cosas cambiaríais?

- Con esta última pregunta quiero entrar propiamente en el núcleo de la homilía de hoy, es decir, quiero hablaros de la educación que se da o que se debe dar en una familia cristiana y, desde mi punto de vista, en toda familia. Pero no se ha de entender la educación simplemente como aquella que dan los padres a los hijos, sino como aquella que viven, recrean y buscan todos los miembros que forman parte de la familia, padres incluidos. Para ello la Iglesia nos propone hoy que nos miremos en el espejo de la Sagrada Familia formada por S. José, por la Virgen María y por Jesús.
Llegados a este punto creo necesario decir una palabra sobre lo que se ha de entender por educación, pues, de otro modo, podemos hablar en los mismos términos, pero de cosas muy distintas. Entiendo por educación aquello que viene contenido en el Concilio Vaticano II, concretamente en el número 1 de la Declaración “Gravissimum educationis” y que recogió posteriormente el Código de Derecho Canónico en su canon 795: “Como la verdadera educación debe procurar la formación integral de la persona humana, en orden a su fin último y, simultáneamente, al bien común de la sociedad, los niños y los jóvenes han de ser educados de manera que puedan desarrollar armónicamente sus dotes físicas, morales e intelectuales, adquieran un sentido más perfecto de la responsabilidad y un uso recto de la libertad, y se preparen a participar activamente en la vida social.” Es muy importante que la educación sea integral, no sólo en conocimientos académicos, sino también en el ámbito físico, en el moral y en el espiritual. En caso contrario tendríamos monstruos que, sabiendo mucho o siendo muy fuertes o siendo muy espiritualistas, carecerían de los otros aspectos necesarios para el correcto crecimiento de toda la persona. Además, en esta definición se destacan los fines de la educación en los hombres: 1) el bien común de toda la sociedad y 2) su objetivo último, o sea, la salvación o lo que es lo mismo la entrada en el Reino de Dios.
Para aterrizar más este tema, pienso que es muy importante que los matrimonios y las familias eduquen en valores, pero valores que nos hagan crecer como personas, como ciudadanos y como cristianos o personas de fe. Pienso que nunca es tarde para empezar a vivirlos personalmente primero, para comenzar a transmitirlos a los demás después.
* El primer valor que reseñaría es el del cariño. El amor debe estar presente en toda familia, pues de otro modo la convivencia se convierte en un infierno o aquella casa es simplemente ‘la pensión del peine’. El amor debe de ser del esposo hacia la esposa y de ésta hacia aquél. El amor debe de ser de los padres hacia los hijos y de éstos hacia aquéllos. El amor debe de ser entre los hermanos y demás familiares. Recuerdo que hace unos años una maestra de Oviedo, que ejercía en una escuela de la zona de La Tenderina, pidió a sus alumnos, de unos 8 años, que hicieran un dibujo sobre las primeras palabras que oían al despertarse. Uno de ellos se dibujó a sí mismo en la cama y a su madre entrando en la habitación para despertarlo mientras ella le decía: “O te levantas o de doy una os...” Cuando la maestra enseñó el dibujo a la madre, ésta se puso todo colorada. Signo de que debía de ser cierto.
A continuación voy a leeros una bonita historia que me vino por Internet y que refleja perfectamente lo que quiero decir en este punto: “En una junta de padres de familia de cierta escuela, la directora resaltaba el apoyo que los padres deben darle a los hijos. También pedía que se hicieran presentes el máximo de tiempo posible. Ella entendía que, aunque la mayoría de los padres y madres de aquella comunidad fueran trabajadores, deberían encontrar un poco de tiempo para dedicar y entender a los niños. Sin embargo, la directora se sorprendió cuando uno de los padres se levantó y explicó, en forma humilde, que él no tenía tiempo de hablar con su hijo durante la semana. Cuando salía para trabajar era muy temprano y su hijo todavía estaba durmiendo. Cuando regresaba del trabajo era muy tarde y el niño ya no estaba despierto. Explicó, además, que tenía que trabajar de esa forma para proveer el sustento de la familia. Dijo también que el no tener tiempo para su hijo lo angustiaba mucho e intentaba redimirse yendo a besarlo todas las noches cuando llegaba a su casa y, para que su hijo supiera de su presencia; él hacía un nudo en la punta de la sabana que lo cubría. Eso sucedía religiosamente todas las noches cuando iba a besarlo. Cuando el hijo despertaba y veía el nudo, sabía, a través de él, que su papá había estado allí y lo había besado. El nudo era el medio de comunicación entre ellos. La directora se emocionó con aquella singular historia y se sorprendió aún más cuando constató que el hijo de ese padre era uno de los mejores alumnos de la escuela. El hecho nos hace reflexionar sobre las muchas formas en que las personas pueden hacerse presentes y comunicarse entre sí. Aquel padre encontró su forma, que era simple pero eficiente. Y lo más importante es que su hijo percibía, a través del nudo afectivo, lo que su papá le estaba diciendo. Algunas veces nos preocupamos tanto con la forma de decir las cosas que nos olvidamos de lo principal, que es la comunicación a través del sentimiento. Simples detalles como un beso y un nudo en la punta de una sábana, significaban, para aquel hijo, muchísimo más que regalos o disculpas vacías.”
El próximo martes, día 1 de enero, continuaré diciendo más valores en los que se debe de basar la educación familiar.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Navidad (A)

25-12-2007 NAVIDAD (A)
Is. 52, 7-10; Slm. 97; Hb. 1, 1-6; Jn. 1, 1-18


Queridos hermanos:
- El primer domingo de Adviento os proponía que hicierais un plan para preparar la Navidad. Sé de gente que en este tiempo ha intensificado su oración, ha procurado confesarse con más frecuencia, ha quitado comida de su estómago (en cantidad y en caprichos) y ha hecho algo de ayuno, ha leído algunas cosas espirituales, ha intentado moderar su genio y su lengua, ha quitado algo de tabaco, de cafés y de Internet, ha procurado no hacer gastos superfluos, ha quitado cacharritos de su casa y de su corazón, ha dado parte de su tiempo a personas necesitadas de compañía y de cariño; en definitiva, ha querido ser un poco más de Dios.
¡Enhorabuena a quienes han procurado en este Adviento vivir en esta línea! Dios les ha dado muchísimo más de lo que ellos han entregado a Dios y a los demás. No importa si han fallado mucho o poco en sus planes. Lo que importa es que Dios los ha encontrado caminando hacia El. Ellos han dado 10 pasos hacia Dios y El ha dado 990 pasos hacia ellos. En ellos se cumplen más y más las palabras que Jesús dijo en el evangelio: “Venid, benditos de mi Padre, y recibid en herencia el Reino que os fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y me distéis de comer; tuve sed, y me distéis de beber; estaba de paso, y me alojasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y me vinisteis a ver” (Mt. 25, 34-36).
- El domingo 23 estaba confesando después de la Misa de las 11 y en una ocasión, al terminar la confesión, me dice una persona: “Felices Navidades.” Yo le di las gracias, pero surgió de mí ser otra respuesta: “Le deseo unas Santas Navidades.”
En “Felices Navidades” puede haber jolgorio, encuentros familiares, noches largas y animadas, etc. Pienso que lo de “Santas Navidades” tiene para mí otra connotación y significado. “Santas Navidades” quiere decir que buscamos y deseamos una celebración sobre todo religiosa y espiritual, en donde la comida, la bebida, los regalos, la lotería y las reuniones familiares quedan en segundo lugar, porque lo que importa es que Dios se ha hecho hombre y está con nosotros para siempre. Además, en “Santas Navidades” puede haber lágrimas, soledad humana, perdón hacia los demás y hacia uno mismo, oración ante el Niño Dios, celebraciones eucarísticas (Misas), presencia de Dios, ternura de Dios, etc. También “Santas Navidades” quiere decir que, aunque los problemas y sufrimientos sigan con nosotros en estos días, el Niño Dios viene a nosotros y nos acompaña.
- Celebramos hoy la Santa Navidad. El Hijo de Dios ha bajado del cielo y pisa para siempre nuestro suelo. Dios ha acompañado siempre al hombre, pero, desde el nacimiento de Jesús, este acompañamiento se da en la cercanía: donde se alegra el hombre, se alegra Dios; donde sufre el hombre, sufre Dios; donde muere el hombre, muere Dios; donde peca el hombre, perdona Dios…
* Hace un tiempo me preguntaron la opinión para nombrar a un sacerdote para un puesto determinado. Yo me opuse a este nombramiento por una serie de razones. A pesar de ello, el sacerdote fue destinado a ese lugar. Hoy pienso que ese sacerdote se merecía y se merece una oportunidad. Dios me da siempre oportunidades; yo no soy quien para negárselas a los otros. Y es que la Navidad significa la Gran Oportunidad que Dios da al género humano para dejar el mal y caminar hacia el Bien, hacia Dios.
* Una de las mayores dificultades que encuentro en la tarea sacerdotal es transmitir a los cristianos que han de tener paciencia con los demás, pero sobre todo consigo mismo. No pueden pretender cambiar de repente, dejar de tener pecados de repente. Dios tiene paciencia con nosotros y con los demás, por lo que yo no puedo ser impaciente con los demás ni conmigo mismo. Y es que la Navidad significa igualmente la Gran Paciencia que Dios tiene y tendrá siempre con todos los hombres, con todos y cada uno de los hombres. Siempre digo que, aunque sólo hubiera habido un hombre pecador en todo el mundo durante todos los siglos de existencia de la Tierra, Dios Padre habría enviado a su Hijo Único al mundo para que naciera por ese solo hombre pecador. Y este Hijo Único hubiera muerto en la cruz por este solo hombre pecador. ¡Qué importantes somos cada uno de nosotros para Dios, pues su obra de salvación merece la pena por un único hombre! ¿Sabéis cuándo descubrí esto? Pues cuando estuve de cura en Taramundi, entre los años 1984 y 1988. Resultaba que, en ocasiones, iba a celebrar Misa por las aldeas y sólo acudía 1 persona. Yo me preguntaba entonces si merecía la pena subir hasta aquella aldea perdida sólo por 1 persona, y el Señor siempre me respondía que sí, porque ése era hijo suyo, un hijo amado.
- Cuando los evangelistas S. Mateo, S. Marcos y S. Lucas nos relatan la Navidad, es decir, el nacimiento de Jesús, lo hacen simplemente describiendo de un modo sencillo lo que aconteció a los ojos humanos y a los ojos de la fe, o sea, que aquel niño que nació era el Hijo de Dios. Sin embargo, el evangelista S. Juan nos narra la Navidad desde una perspectiva más teológica. Así dice: “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.” Cuando S. Juan menciona la Palabra se está refiriendo a la segunda persona de la Santísima Trinidad, es decir, al Hijo. Por eso, la traducción de esta frase sería ésta: ‘En el principio y desde toda la eternidad existía un solo Dios, pero con tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Hijo estaba desde siempre con el Padre Dios, y el Hijo era también Dios.’
Sigue diciendo S. Juan en su evangelio: “En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres […] La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.” Esto quiere decir que en el Hijo Dios había Vida, pero Vida con mayúsculas, y esta Vida se entregaba a los hombres que estaban muertos, a los hombres que morían y que morirían, porque quien tiene al Hijo no muere para siempre. Su muerte es sólo temporal. Además, en el Hijo de Dios hay luz para los hombres, pero luz verdadera, no luz engañosa. Recuerdo que hace tiempo vi una película en la que se narraba que, cuando había tormentas y poca visibilidad en un mar cercano a las costas, varios desalmados encendían hogueras para inducir a los marineros de los barcos a acercarse a los arrecifes pensando que era un faro que les guiaba por lo seguro. Cuando embarrancaban, los desalmados robaban las pertenencias que transportaban dichos barcos. Los armadores perdían sus barcos y su medio de vida; los comerciantes perdían sus mercancías y quedaban en la ruina; y los marineros perdían sus vidas. Pues bien, el Hijo de Dios no es nunca para nosotros una hoguera que nos lleva a los arrecifes y que nos roba lo nuestro, sino que es la VERDADERA LUZ que nos descubre el mal que nos hunde y que nos destroza día y a día, y a la vez nos muestra el camino seguro. El Hijo de Dios, no sólo no nos quita lo nuestro, sino que nos da todo lo suyo.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Domingo IV de Adviento (A)

23-12-2007 4º DOMINGO ADVIENTO (A)
SAN JOSE- LA FE
Is. 7, 10-14; Slm. 23; Rm. 1, 1-7; Mt. 1, 18-24
Queridos hermanos:
Hace unos días, ya en este tiempo de Adviento, una persona me comentó que en su oración se había detenido a considerar a S. José. Pensó que él siempre quedaba como en penumbra, pero que era alguien muy importante. Pues bien, vamos a reflexionar en la homilía de hoy sobre S. José, el marido de la Virgen María.
Empezaremos diciendo que en el tiempo de Adviento destacan las figuras de María, de S. Juan Bautista, del profeta Isaías, pero también de S. José. Ellos supieron preparar la venida de Jesús y acogerlo.
- Nos dice el evangelio de hoy: “María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.” Es decir, S. José y la Virgen María eran novios formales y ya tenían el compromiso firme de matrimonio, lo cual, en la cultura judía de entonces, significaba que en cierta manera ellos dos eran ya marido y mujer. En estas circunstancias S. José conoce que María estaba encinta. ¿Cómo llegó a saberlo? Pudo ser porque ella misma se lo dijera o porque él viera que el vientre de María empezaba a abultar, aunque no por intervención de él. Si fue María misma quien se lo contó, S. José no debió de entender mucho: ¿qué es eso de que ‘un Espíritu Santo’ fecunde el vientre de una mujer? Si fue lo segundo, o sea, que María le había engañado con otro hombre, entonces S. José estaba desolado, pues nunca lo hubiera esperado de ella. Por lo tanto, en un caso o en otro, en S. José surge enseguida el asombro, la duda, la perplejidad y el temor.
- Ante esta situación “José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto.” El problema que origina la decisión de S. José no radica en si cree inocente o culpable a María, pues en cualquiera de los dos extremos de este dilema su decisión no sería honrada. En efecto, si cree culpable a María, ha de denunciarla legalmente; si la cree inocente, ¿por qué la repudia, aunque sea en secreto? Dicen los Santos Padres que quizás su perplejidad consistiría más bien en que, aun conociendo de labios de María el secreto de la concepción virginal operada en ella, no entendió el misterio que encerraba la acción de Dios. Por eso no quiso interferirse en los planes del Señor a los que él no daba alcance. S. José no sabía cuál es el papel que le tocaba desempeñar si él no era el padre de esa criatura tan extraordinaria, Hijo de Dios, que iba a nacer de María su mujer; por eso le parecería lo más honrado retirarse discretamente en silencio.
- Es entonces cuando interviene el ángel del Señor, es decir, Dios mismo, el cual le confirmaría y aclararía el misterio que María le pudo haber desvelado: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.” Dios confía a S. José una misión sublime: ser el padre legal del Niño que nacerá. Termina el evangelio de hoy diciendo que, “cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.” ¿Por qué S. José no entendió la explicación de María sobre su embarazo y sí entendió la explicación de Dios? Suele pasar… Los hombres explicamos las cosas a los demás para la mente y para el corazón. Dios las explica para la mente, para el corazón y para el espíritu, y además nos ayuda a interiorizar y aceptar totalmente sus palabras.
Dios encomendó a S. José el cuidado de los dos tesoros más grandes que tenía: Jesús y María. S. José protegió y enseñó al mismo Dios Hijo. En aquella casa de Nazaret fue S. José quien ‘mandaba’; él era el cabeza de familia. En una familia judía no podía ‘mandar’ un niño; tampoco las mujeres ‘mandaban’. Era S. José quien ‘mandaba’. Por eso, pienso que será bueno seguir encomendándonos a él, porque S. José tiene mucho ‘mando’ en el cielo, en la casa de su Hijo. Cuenta Sta. Teresa de Jesús que, cualquier cosa que pedía a S. José, siempre le fue concedida, por eso le tenía tanta devoción. De hecho, el primer convento de las carmelitas descalzas que fundó lo llamó de S. José.
- Con estas pocas pinceladas que nos da el evangelista S. Mateo sobre S. José nos damos cuenta que éste es modelo de fe. S. José no cede a la tentación de abandonar, se adentra en la oscuridad luminosa del misterio de Dios, ya que se fía de la Palabra del Señor. S. José se incorpora al plan salvador de Dios con plena disponibilidad, renunciando a todo protagonismo y a estar en la primera fila.
La figura de S. José en el Adviento es ejemplo para todos los cristianos. Nuestra vida es llamada, proyecto y prueba de Dios en la fe, y a ello debemos responder. No pidamos evidencias. Ante la pregunta, ante la duda, sólo contamos con la palabra-respuesta de Dios, de quien hemos de fiarnos plenamente. Y esto a pesar de que las señales de Dios no siempre parecen lógicas, ni tienen una evidencia aplastante; es más, únicamente pueden captarse por la fe.
* De este modo la fe supone entrar en contacto con el misterio oscuro y luminoso, tremendo y fascinante de Dios, que irrumpe en la historia humana como el Dios con nosotros: un Dios altísimo y cercano a la vez: un Dios que es hombre.
* La fe también supone riesgo y renuncia a toda seguridad palpable.
* La fe es un compromiso tan serio que condiciona toda nuestra vida, creando un estilo y un modo de ser y de actuar en el ámbito personal, familiar, laboral y social.
* La fe es un reto constante y diario para vivir en plena disponibilidad ante Dios y en apertura hacia todos los hombres.
* La fe es ser para los demás una señal del misterio de Dios y de su amor desbordante. Supe hace poco que un fraile misionero en América, con fama de santidad, venía alguna vez a visitar a su familia al pueblo, aquí en Asturias. Cuentan que había un hombre (oriundo de otro lugar) en aquel pueblo que era ateo, y se fijó que toda la gente iba a escuchar a este fraile. El sintió curiosidad y también fue a escucharlo. Quedó encandilado y luego procuraba hablar a solas con el fraile. Después era el primero en ir a la Misa que el fraile celebraba y en hacer las oraciones. Cuando el fraile se marchó a América, el ‘ateo’ siguió yendo a la Misa y a la oración. ¿Por qué? Porque el fraile fue para este hombre señal del misterio de Dios y de su amor desbordante.
* La fe es aceptar los planes de Dios sobre nosotros, con los heroísmos pequeños, o tal vez grandes, de la existencia vivida en cristiano, al estilo de Jesús.
* La fe es respuesta a la llamada de Dios y a vivir como amigos fieles que estiman, valoran y gozan la gracia de Dios. En este verano me hablaron de una chica sudamericana, que estaba de asistenta en una casa y que no había hecho la 1ª Comunión. Manifestó su deseo de hacerla, pero, en cuanto supo que tenía que prepararse y cambiar de modo de vida, se echó para atrás. ¿Por qué? Porque su fe no es tan grande como para valorar y gozarse en la gracia de Dios: la gracia que supone recibir el perdón de los pecados en el sacramento de la Penitencia; la gracia que supone el escuchar la Palabra de Dios; la gracia que supone el recibir a Cristo mismo; la gracia que supone el celebrar la fe con otras personas que creen lo mismo y aman al mismo.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Domingo III de Adviento (A)

16-12-2007 3º DOMINGO ADVIENTO (A)
Is. 35, 1-6a.10; Slm. 145; Sant. 5, 7-10; Mt. 11, 2-11
Queridos hermanos:
- Nos cuenta el evangelio de hoy que S. Juan Bautista estaba en la cárcel. Él, que era un hombre de desiertos y de amplios horizontes, estaba entre cuatro paredes húmedas y malolientes. Juan oyó en la cárcel hablar de Jesús y de las obras que éste hacía, pero no sabía si Jesús era el Mesías esperado o no. Ciertamente, cuando lo bautizó en el Jordán, pensaba que era él, pero ahora parece que no estaba del todo seguro. Esto mismo nos pasa a nosotros: ¡Cuántas veces hemos tenido la certeza de la presencia de Dios en nuestras vidas, cuántas veces le hemos dicho que no le fallaremos nunca…, pero las dudas nos asaltan en determinados momentos o etapas de nuestra vida!: ‘Parece que ahora estoy más frío en la fe’, ‘antes rezaba más’, ‘no avanzo nada y siempre confieso los mismos pecados’, ‘¿tendrán razón aquellos que dicen que Dios no existe?, ‘y es que el mal triunfa siempre’…
Por todo esto digo que es normal que dudemos, pues lo mismo le pudo suceder a S. Juan Bautista. De hecho, él envió a unos discípulos suyos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Es decir, se le pregunta a Jesús si realmente es él el Mesías esperado, el salvador de los hombres. Si no es Jesús, entonces habrá que buscar en otra parte…
El jueves me enseñaban unas hojas firmadas, en donde una persona pedía su baja de la Iglesia Católica y quería que le borrasen de todos los archivos de la parroquia, por ejemplo, del libro de bautismos. Esto está siendo bastante habitual últimamente en España. En los años que estuve en Alemania, de capellán de españoles emigrados o ayudando en una parroquia alemana, observé cómo bastante gente, sobre todos jóvenes, pedía su baja de la Iglesia Católica. También he de decir que de igual modo muchas personas se daban de baja de las iglesias protestantes. Y pienso que todas estas personas se dan de baja, porque no esperan que la Iglesia Católica sea su salvadora ni su ayuda; tampoco lo esperan de las iglesias protestantes ni de otras religiones. Pero se me plantea una pregunta: De acuerdo, la Iglesia Católica y las iglesias protestantes y otras religiones no les ayudan ni les dan sentido a sus vidas, pero estas personas, ¿esperan que Dios, y sólo El, fuera de cualquier religión organizada, les salve y dé sentido a su vida? La impresión que tengo es que se rechazan las religiones organizadas, pero también se rechaza a Dios y, si esto no se hace teóricamente, sí que se hace en la práctica. Quizás mucha gente esté hoy en un sálvese el que pueda, en un individualismo muy fuerte, y viva sólo de lo material (ansiando lo material y apoyándose sólo en lo material): un buen empleo, un buen sueldo, buena salud, buena casa… y no se plantee nada más.
Pero ahora voy a circunscribir la pregunta a quienes estamos hoy aquí y ahora: En este tiempo de Adviento, ¿creemos y esperamos realmente que sea Jesús nuestro salvador, nuestro Mesías, nuestro Dios? ¿En qué se nota esto? ¿Esperamos en otro lado lo que no recibimos de Jesús?
- Veamos qué contesta Jesús a la pregunta[1] que le hacen de parte de S. Juan Bautista: "Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan lim­pios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia". Y en la primera lectura se nos dice qué les pasa a aquellos que ven a Dios: "Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios... Pena y aflicción se alejarán".
Sí, hemos de contestarnos a nosotros mismos, pero también a todos aquellos que nos pregunten y nos vean, que realmente es sólo Jesús quien nos hace ver y nos quita la ceguera de nuestro ser; es sólo Jesús quien nos hace caminar y nos da fuerzas para seguir adelante en nuestra vida diaria; es sólo Jesús quien nos hace oír las palabras de Dios y las necesidades de los hombres que tenemos a nuestro alrededor; es sólo Jesús quien nos resucita cada día y nos da realmente vida; y es sólo Jesús quien nos da la alegría de vivir el día de hoy.
Si me permitís, voy a transcribiros una vez más palabras de esta mujer enferma, de la que ya os hablé el primer domingo de Adviento y a la que fui otra vez a ver este lunes pasado. Repito lo ya dicho: hay que estar a su lado con una grabadora, pues no tiene desperdicio nada de lo que dice, y ver su rostro transido de paz y de serenidad es una gozada. Lo dicho; ahí van más perlas de esta mujer:
* Me decía que la otra vez, cuando recibió la unción de enfermos, no notó el efecto en aquel instante, pero al día siguiente se sentía más fuerte, físicamente hablando, y más animosa. Y esto lo achacaba al sacramento recibido.
* Decía que se encontraba algo mejor y que, si finalmente se curaba, sería gracias a Dios. Pero si Dios la llevaba con Él, entonces también era gracias a Dios. “Yo siento paz y, mientras la sienta, quiere decir que Dios me lleva con El.”
* Decía: “Noto que nada de lo que me hacen o me dicen me parece mal. Sin ningún esfuerzo por mi parte, todo lo disculpo. También es verdad que todos me tratan muy bien y son muy buenos conmigo.”
* “¡Cuánto noto la oración que hacen por mí! ¡Qué poder tiene la oración!”
* “¡Qué alegría poder recibir otra vez los tres sacramentos (penitencia, unción y comunión)!”, dijo esta mujer al llegar yo este lunes.
Yo creo que en esta mujer se ha cumplido perfectamente el evangelio de hoy, pues ella siente y vive cómo Jesús le anuncia la Buena Nueva. También se cumple en ella la profecía de Isaías: "Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios... Pena y aflicción se alejarán". En efecto, ella, desde el lecho del dolor, ve la gloria de Dios y la belleza de Dios. Ella, desde el lecho del dolor, siente cómo la pena y la aflicción se alejan de sí. Esta mujer no espera por otro Mesías ni por otro salvador distinto de Jesús, el Hijo de Dios. Para ella el Adviento, la preparación de la venida de Jesús, está siendo este mes de diciembre de 2007 una hermosa realidad.
¡Señor Jesús, nosotros también esperamos por ti y no por ningún otro! ¡Abre nuestros ojos, nuestros oídos, limpia nuestro ser lleno de lepra, haznos andar, danos vida y anúncianos la Buena Noticia!
[1] “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”

sábado, 8 de diciembre de 2007

Domingo II de Adviento (A)

9-12-2007 2º DOMINGO ADVIENTO (A)
Is. 11, 1-10; Slm. 71; Rm. 15, 4-9; Mt. 3, 1-12
Queridos hermanos:
¿Cómo se hace una homilía? Pues es muy sencillo: en un lado se pone el evangelio de Jesucristo y en otro la vida ordinaria. La homilía es juntar las dos cosas en una. ¿Qué me dice el evangelio para mi vida? ¿De qué manera mi vida se puede adecuar al evangelio?
Recibía el jueves un correo de una madre preocupada por uno de sus hijos. Este está casado, tiene un niño pequeño y su mujer está embarazada de varios meses. Este joven matrimonio tiene una hipoteca por pagar y hace muy pocos días que a él lo han despedido del trabajo. Aquí va el relato de la madre: “no sé aún si llevará mi hijo a juicio a la empresa por despido improcedente. La causa es desobediencia a superior, que le dijo a las 7:25 p.m. (la salida es a las 7:30, y está allí desde las 8:30 a.m.) que hiciera un inventario en un lugar al aire libre y sin luz, que le hubiera llevado unas tres horas. Mi hijo alegó para no hacer el inventario esto y, además, que tenía que llevar al niño al médico-¡cierto!-, que su mujer estaba embarazada y que al día siguiente estaría allí a primera hora. A las 4:30 a.m. estaba allí para iniciarlo y también su jefe con el finiquito en mano... que si no se iba inmediatamente llamaba ¡al guarda! Que pasase al día siguiente por el despido; así lo hizo y al entregárselo le alabó mucho su profesionalidad, interés, trabajo bien hecho..., pero con el despido en mano. ¿Qué te parece? Lo siento por su curriculum, pero quizás haya sido lo mejor, ya no lo sé. Si gana el juicio me imagino que su imagen quedará limpia…”
Hace unos días saltaba una noticia a los medios: había varios detenidos por la práctica de abortos ilegales en diversas clínicas privadas de Barcelona. Entonces leí una información en el diario ABC, en donde una chica, con el seudónimo de Sole, relataba su experiencia de abortar: “‘Fue en fin de semana para no faltar al trabajo. Acudí con mi pareja y quedé sobrecogida’, relata. Sole refiere la frialdad de estas clínicas y de algunos de sus profesionales. El centro estaba ‘de bote en bote; había muchas chicas, la mayoría iberoamericanas y solas’. En la sala ‘hay que esperar a que te llamen y, cuando eres requerida, pasas a una estancia donde te toman una muestra de sangre (para saber tu grupo y calcular el precio) y te hacen una ecografía que precise las semanas de gestación’. Una vez comprobado el tiempo de embarazo, es un psicólogo el que recibe a la paciente, y ‘me aseguró que mi decisión no tendría consecuencias psicológicas’. A los especialistas no les gusta que les interroguen y Sole lo hizo con profusión: ‘Tanto, que ya me miraban mal y llegaron a decirme que estaba a tiempo de irme’. La última consulta, a la que le permiten entrar con su novio, es con un internista que rellena un formulario sobre las enfermedades de la paciente. Pero ni palabra de los supuestos legales a los que puede acogerse: ‘Aunque yo estaba dentro de la legalidad, la información fue escasa’. Finalmente, y una vez garantizado el paso que Sole va a dar, es el momento de abonar el importe (500 €). Tras el desembolso, ha llegado el momento. La joven es trasladada a una salita con otras pacientes que esperan su turno. ‘A mí me pareció de una falta de intimidad tremenda. Abortamos de cuatro en cuatro. Fue tan frío como entrar en una fábrica de tornillos’. A Sole la condujeron a una sala, donde esperaban otras tres chicas. ‘En esa habitación, algunas lloraban’, recuerda. A las cuatro se les informó que el método que se iba a usar es el de succión. Y continúa: ‘Miré el reloj al ir al quirófano y eran las 9:55. Cuando desperté no eran las 10:10. Me sentí fatal pero todo había pasado’. Y la despedida: ‘Me pidieron que me bajara la ropa interior en medio de la sala para comprobar que no manchaba. Después, me hicieron andar por si me mareaba, me dieron un caramelo y, hala, a casa. Fue tan frío y humillante que no volvería a hacerlo. Quiero olvidar.’” Sí, fue frío y humillante para las chicas, para las mujeres, pero… PARA LOS NIÑOS MUERTOS ¿QUÉ FUE?, añado yo.
Me preguntaréis que a qué vienen estos dos relatos. Pues vienen a lo que se nos pide en el evangelio de hoy por labios de S. Juan Bautista: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.” Sí, Dios nos pide en este tiempo de Adviento una conversión de nuestra vida. Decía S. Francisco de Asís que, cualquier pecado que hiciera cualquier hombre, era él mismo capaz de hacerlo. Cualquiera de nosotros puede ser el jefe de ese chico y desde la soberbia y desde la ira somos capaces de despedir a alguien y hundirlo laboral, económica, familiar y psicológicamente. Cualquiera de nosotros puede quedarse embarazada, o dejar embarazada o tener una hija o una nieta embarazada, y decidir que lo más corto, que el mejor atajo es abortar. Yo nunca me he creído que los nazis alemanes de la 2ª guerra mundial fueron muy malos… por ser nazis y por ser alemanes. NO. Para mí ESO (los crímenes cometidos entre 1930 y 1945) lo hicieron los hombres, y no simplemente los nazis alemanes. Pues también fueron hombres (seres humanos) los serbios que violaron sistemáticamente a mujeres bosnias hacia 1994; también fueron seres humanos los iraquíes que, con un destornillador, sacaban los ojos a los prisioneros kuwaitíes en el verano 1990, y un largo etcétera.
Por todo esto, la llamada a la conversión de S. Juan Bautista y, en definitiva, de Dios no va dirigida simplemente a los nazis alemanes, ni a los serbios, ni a los iraquíes, ni a los jefes de las empresas, ni a las mujeres que abortan, ni a los que trabajan en estas clínicas abortistas… Su llamada a la conversión va dirigida a todos los seres humanos, es decir, a nosotros, a quienes estamos hoy aquí, en la catedral de Oviedo, o en cualquier otro lugar y en cualquier tiempo.
Para lograr y trabajar por esta conversión hemos de mirarnos en el espejo de S. Juan Bautista: 1) Nos dice el evangelio que “Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.” Sí, como os decía el domingo pasado, es necesario escapar del consumismo desaforado en que se no quiere meter. Juan vestía humildemente y se alimentaba sencillamente. Ninguno de nosotros podrá convertirse a Dios si antes no deja el consumismo, los gastos superfluos y no pone su corazón en las cosas materiales que tiene o que le rodean. 2) Si queremos caminar hacia la conversión, hemos de seguir leyendo el evangelio de hoy: “Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban sus pecados; y él los bautizaba en el Jordán.” Sí, es necesario salir de donde estamos y caminar hacia Dios. Una vez que estemos ante Dios ya viviendo en austeridad, podremos ver nuestras faltas y pecados, y confesaremos a Dios estos pecados. Y entonces el nos bautizará con su perdón y con su paz. Mmm, ¡qué gusto sentir el perdón y la paz de Dios en nuestro corazón y en nuestro espíritu! Mmm, ¡qué gusto sentirse libre de “cacharritos”, de viejas culpas y de viejas esclavitudes, y percibir el perdón, la paz y el amor de Dios!
Si hacemos todo esto, entonces sí que se cumple en nosotros el mandato de S. Juan Bautista: “‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.’” Por ello, es bueno elaborar y tratar de cumplir el plan de Adviento que os proponía el otro domingo; porque ese plan nos sirve para preparar el camino del Señor, para allanar los senderos por los que Él viene a nuestras vidas, a nuestras familias, a nuestra ciudad, a nuestra sociedad.
Pero, ¿de qué convertirnos? Del pecado profundo que anida en nuestro corazón y tiene múltiples manifestaciones: egoísmo, soberbia, agresividad, violencia, lujuria, mentira, desamor, clasismo, doblez, apatía, desesperanza… para empezar a ser altruistas, generosos, humildes, pacíficos, castos, serviciales, acogedores, sinceros y testigos de la esperanza. Ser cristiano, estar convertido al Reino de Dios, es un reto exigente, es tensión perenne, es algo siempre inacabado porque no es un título de fin de carrera. Nunca somos buenos definitivamente, pues el ideal de perfección está muy alto: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Inmaculada Concepción (A)

8-12-2007 INMACULADA CONCEPCIÓN (A)
Gn. 3, 9-15.20; Slm. 97; Ef. 1, 3-6, 11-12; Lc. 1, 26-38

Queridos hermanos:
Nos relata el evangelio de hoy que “el ángel, entrando en su presencia (en la de María), dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor esta contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres.’” Vamos a tratar de acercarnos a alguna de estas afirmaciones que el ángel le hace a María.
- “Alégrate.” Son las primeras palabras que le dice el ángel a María, cuando se presenta ante ella. Y María le puede preguntar que por qué ha de alegrarse. El ángel le dice que se ha de alegrar porque el Señor está con ella. En este mes de noviembre estuve en Covadonga impartiendo con otras personas Cursillos de Cristiandad; a medida que iban transcurriendo y que el Señor iba actuando, la alegría se iba adueñando de todos los que estábamos allí. Era un contento profundo, hondo, totalizante y sanador el que teníamos. Todos comprendíamos que era fruto de la presencia de Dios, porque, cuando Dios viene y nos visita, la Alegría de verdad se instala en nuestro ser más profundo. En este mes de noviembre estuve en Lugo impartiendo ejercicios espirituales a más de 60 personas; a medida que iban transcurriendo las horas y los días, y el Señor actuaba en todos nosotros, la alegría se iba adueñando de todos nosotros. En los ejercicios espirituales procurábamos estar en silencio; procurábamos más escuchar al Señor que a los otros; procurábamos más escuchar al Señor que a nosotros mismos y, cuando esto sucedía, la alegría profunda, honda y totalizante se adueñaba de nosotros. Y es que la alegría no es otra cosa que Dios presente y actuando en nosotros.
- “Llena de gracia.” María está llena de gracia, es decir, de Dios. Está llena de gracia desde el mismo momento de su concepción, porque el Señor la preservó del pecado original. También nosotros estamos llenos de gracia en el momento de nues­tro bautismo. Sin embargo, existen dos diferencias entre María y nosotros: 1) En cantidad y calidad nuestro "llenos de gracia" es distinto del "llenazo de gracia" de María, ya que todos tenemos una misión en este mundo, pero la misión de María consistió en dar a luz al Hijo Unigénito de Dios, al Santo entre los santos. 2) María mantuvo esa incolumidad, este “llena de gracia” hasta la hora de su muerte. Pudiendo pecar, porque era tan libre como nosotros para decir NO a Dios, pero no lo hizo y por eso ella no perdió ese "lle­nazo de gracia", con el que fue saludada por el arcángel Gabriel.
- "Bendita tú eres entre todas las mujeres". ¿Por qué dice esta expresión el ángel? Las mujeres en Israel y en otros lugares esta­ban normalmente sometidas al varón: al padre, al hermano y al marido. Su única riqueza eran los hijos. Una mujer sin hijos era una desgraciada. Así Rebeca, mujer de Jacob, entregó una esclava suya a éste para que tuviera hijos suyos por envidia hacia su hermana; Ana, la madre de Samuel, sufría por no tener­los; Sara, la mujer de Abrahán, reñía con Agar, ya que ésta tenía un hijo de Abrahán y ella no; Isabel, la prima de la Virgen María, al saberse embarazada estuvo 6 meses sin salir porque el Señor se había acordado de su opro­bio; el caso más sangrante para mí y que nos narra el Antiguo Testamento se da cuando las hijas de Lot emborracha­ron a su padre para tener descendencia, pues todos los hombres de aquella región habían muerto; etc. Por eso, Isabel felicita el embarazo de María, ya que una mujer con un hijo en su vientre era una mujer dichosa.
Pero, ¿por qué el ángel le dice que es bendita sobre todas las mujeres? Cuando Eva pecó e incitó a pecar a Adán, el Señor ya prometió la salvación del género humano a través de un Mesías. Esto se desprende de las siguientes palabras de la primera lectura: “ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.” Es decir, la serpiente buscará morder el talón del género humano a través del pecado, pero la mujer aplastará la cabeza de esa serpiente. ¿Cómo será eso, cómo una mujer podrá aplastar la cabeza de la serpiente-Satanás? El pueblo de Israel siempre interpretó que una mujer daría a luz a un salvador, al Mesías. Toda mujer judía confiaba en ser la madre de este Mesías. Pues bien, María fue la mujer elegida por pura gracia de Dios para traer la salvación al género humano y por ello fue felicitada por el ángel como bendita entre todas las mujeres.
- "El Señor está contigo". María recordando su vida, en su ancianidad, podía haberse preguntado si realmente el Señor había estado con ella a lo largo de todos los años:
* Cuando quedé embarazada de Jesús por obra del Espíritu Santo, yo ya estaba desposada con José. Y él podía haberme denuncia­do por haberlo traicionado (como si hubiese cometido adulterio) y el castigo por ello era el apedreamiento. ¿El Señor estuvo realmente conmi­go?
* Cuando tenía el embarazo muy adelantado, tuve que marchar por esos mundos de Dios y dar a luz de un modo insano, como los animales, en una cuadra. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Cuando nació mi hijo, casi me lo mata Herodes y tuvimos que escapar rápidamente. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Nos marchamos a Egipto, un país desconocido, con lengua extraña y malviviendo en medio de muchas dificultades. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Luego al regresar a Nazaret, cuando Jesús tenía 12 años, nos dio un susto de muerte al escapársenos en Jerusalén. ¡Vaya angus­tia la nuestra durante los tres días que pasamos antes de encon­trarlo! ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* En Nazaret Jesús se comportaba de un modo raro, ya que no quería casarse como hacían todos los chicos a la edad de 18 años, rechazando a todas las chicas que nosotros le apuntábamos. Todos los vecinos y la familia murmuraban de nosotros. ¿El Señor estuvo realmente conmi­go?
* Para colmo de males en medio de tantas estrecheces como pasábamos, se murió mi querido marido José, dejándome sola con Jesús. Y yo seguía sin ver nada de lo que me había anunciado aquel ángel misterio­so unos 25 años antes. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Además, después Jesús me dejó sola y se marcha a predicar. Muerta de vergüenza tuve que irme con mi familia, porque yo no tenía medios de subsistencia y tuve que escucharles a todas horas que Jesús no tenía cabeza al abandonarme y no darme nietos, como hacían todos los buenos hijos. Me decían que era primero la obligación y luego la devoción. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Jesús, mi hijo, era bueno, hacía siempre el bien. Así me lo decía tanta gente, pero otros lo querían matar y lo odiaban. ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
* Al final, mataron a mi hijo Jesús. Y yo me quedé sola: sin marido, sin hijo, sin nuera, sin nietos. ¿Dónde están aquellas promesas maravillosas que oí hace tantos años? ¿El Señor estuvo realmente conmigo?
Como María podemos decir también nosotros: ¿El Señor está conmigo con mi hijo drogadicto, con mi marido en paro, con mi familia o yo enfermos, etc.? Si María hubiera sabido lo que supo al final de su vida, ¿hubiera dicho el ”fiat” al ángel o se hubiera negado? ¿Mereció la pena el decir que sí para lo que luego resultó? ¿Merece la pena nuestra fe para lo que resulta en nuestra vida?
María dice hoy y siempre: Sí, el Señor estuvo siempre conmi­go. Yo me fío de Dios, confío en El. Ha merecido la pena todo lo sufrido, porque El me ha dado mucho más de lo que yo nunca pude esperar.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Domingo I de Adviento (A)

2-12-2007 1º DOMINGO ADVIENTO (A)
Is. 2, 1-5; Slm. 121; Rm. 13, 11-14a; Mt. 24, 37-44
Queridos hermanos:
- Comenzamos hoy el año litúrgico en la Iglesia. Es el año A y leeremos en los domingos de este año mayormente el evangelio de S. Mateo. El año litúrgico lo comenzamos con el tiempo de Adviento en el que preparamos la venida de Jesucristo. No es este tiempo de Adviento simplemente para celebrar que Jesús ha venido hace más de 2000 años, sino para preparar la definitiva llegada de Jesús, Mesías y Salvador.
En esta semana me preguntaba una persona cuál era la diferencia o diferencias entre el tiempo de Adviento y el tiempo de Cuaresma. Parecen bastante iguales o similares, pues en ambos se utiliza el color morado en la casulla y en otros paños litúrgicos; en ambos se da paso a otros tiempos litúrgicos más fuertes: Navidad y Pascua; y en ambos se hace penitencia –me decía esta persona.- La verdad es que los dos primeros puntos son ciertos, pero no el último. En efecto, el tiempo de Adviento no es propiamente un tiempo de penitencia, sino que es un tiempo de espera y esperanza, un tiempo de ilusión y de oración, tiempo de preparación a la venida del Señor. Sí, lo que importa preparar en estas cuatro semanas es que el Señor viene. Por eso, el evangelio de hoy nos anima con estas palabras: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor […] Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.”
Recibí el miércoles una carta de una religiosa que me escribía lo siguiente: “quiero encomendar a sus oraciones a una hermana de la comunidad, que falleció anoche, a las nueve de la noche. Dos días antes estando cenando le dio un infarto cerebral y a las 48 horas fallecía. Hacía 9 años que le había dado algo parecido y se recuperó bastante. Por lo tanto, nadie esperaba este desenlace tan repentino. Verdaderamente el Señor viene como ladrón en la noche, y hay que vivir preparados, pues una muerte santa no se improvisa.” Tiene toda la razón esta religiosa: una muerte santa no se improvisa… y una vida santa tampoco. El Señor pasa a nuestro lado a la hora de la muerte, pero igualmente pasa de modo constante para tocar nuestro corazón.
Recordáis que el otro domingo os hablaba de una señora que está mal, bastante mal. Ese mismo domingo, por la tarde, fui a verla y la más entera de todos los que encontré en su casa era ella. Tenía una paz que no era de este mundo. Las lágrimas se nos saltaban a sus hijos, a su marido, a mí…, pero a ella no. Ahí os van algunas de las perlas que he visto y escuchado en esa tarde del domingo:
* Al quedar a solas con esta mujer para administrale los sacramentos me dijo que tenía una gran paz, que el Señor estaba haciendo con ellas cosas grandes y que notaba que la estaba preparando. Ella sentía como si estuviera subiendo una montaña y percibía que estaba ahora muy cerca de la cumbre.
* Una de sus hijas le decía: “Mamá, tú ¿por qué no lloras?” Y la madre le contestó. “Porque a mí no se me va a morir nadie”.
* Decía un yerno: “Es tan injusto esto, que le pase esto a ella”. Pero esta mujer lo vive con gran paz.
* Algunos le pedían a Dios poder entender lo que le está pasando a esta mujer, pero ahora dicen que no es cosa de entender, sino de vivir.
* Me decía esta mujer que tenía que preparar yo la Misa de su fallecimiento: que quería que fuera una Misa de alegría, y no de un funeral como otros (de tristeza). Ella pasa a otro lugar en donde estará mejor, me decía.
* Le decía yo a una de sus hijas que tenían que tener una grabadora al lado de su madre, pues las palabras de ésta estaban verdaderamente inspiradas y rezumaban una sabiduría y una paz que no era de este mundo.
* Esta mujer, como dice S. Pablo, sembró espíritu durante su vida, por eso ahora cosecha y recoge Espíritu. Pero quien siembra en esta vida sólo para la “carne”, únicamente cosechará y recogerá luego “carne”.
Que por qué os cuento esto, pues por lo que decía la religiosa más arriba: una muerte santa no se improvisa y una vida santa tampoco. Os lo cuento también porque esta mujer está preparando su Adviento y está diciendo en su corazón: “Ven, Señor Jesús.” Durante años esta mujer quiso vivir al lado del Señor, con muchos pecados y fallos, pero al lado del Señor. Quiso vivir ella y que viviera su familia y las gentes cercanas a ella de un modo muy próximo al Señor. Esta mujer quiso ser del Señor y para el Señor, y sembró, y ahora está recogiendo los frutos.
- En la segunda lectura nos dice S. Pablo: “Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo.” Sí, es necesario que sembremos espíritu para cosechar Espíritu, y que no sembremos “carne” para no recoger después sólo “carne”. Por ello, un año más os propongo que hagáis un plan para este Adviento. Así lo estoy proponiendo en las penitencias que impongo estos días a las personas que se confiesan conmigo. Os doy algunas ideas que puedan ayudaros:
* En el ámbito espiritual sería bueno que 1) nos pudiéramos plantear el acudir más frecuentemente a la Eucaristía entre semana; 2) podemos meditar en la oración sobre las lecturas de la Biblia que se nos proponen en cada Misa; 3) podemos realizar una confesión en medio del tiempo de Adviento; 4) podemos frecuentar más el Sagrario como medio de cercanía a nuestro Amado Jesús.
* En el ámbito humano y familiar y de trabajo podemos luchar contra un defecto que se nos resiste o por fortalecer una virtud que el Señor nos pide con más ahínco. Por ejemplo, dejar algo más de lado la televisión, el ordenador, Internet, la lengua, los gastos-compras superfluos, los regalos superfluos, no tomar dulces navideños hasta el día 24 de diciembre por la noche, el hacer más tareas en casa o en nuestro trabajo o estudio, ser ordenados en nuestros horarios de levantarnos o de acostarnos, o ser puntuales en nuestras citas, sujetar el genio, mortificar el egoísmo o la soberbia, visitar enfermos o gente que sabemos que nos agradecerá un poco nuestro escuchar o nuestra presencia, dar dinero o cosas o “cacharritos” que no nos dejan movernos hacia el Amado Jesús. Ser más cariñosos con los que nos rodean, perdonar a los que nos ofenden, pedir perdón a los que herimos…
* En el ámbito pastoral o de apostolado, ver qué puedo hacer en la Iglesia, parroquia, movimiento… en los que Dios me ha puesto.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Jesucristo, Rey del Universo (C)

25-11-2007 JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (C)
2 Sam. 5, 1-3; Slm. 121; Col. 1, 12-20; Lc. 23, 35-43
Queridos hermanos:
Al finalizar el año litúrgico con la festividad de Jesucristo, Rey del Universo, la Iglesia nos presenta un texto del evangelio para ilustrar esta celebración. ¿Qué texto del evangelio de S. Lucas hubiéramos elegido nosotros para este domingo? Pues… el texto que se escogió para leer este domingo es el pasaje de la crucifixión en que Cristo, Rey del Universo, es insultado y despreciado por todos. Se nos muestra una colina cercana a Jerusalén en donde acontece un ajusticiamiento de tres hombres por parte de ejército romano. Los romanos ajusticiaban a los ciudadanos romanos cortándoles la cabeza, como sucedió con S. Pablo, y a los que no eran ciudadanos romanos los colgaban en una cruz, y en ésta ponían en un cártel el motivo de la condena. Así en el texto se dice: “Había encima (de la cruz) un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ‘Éste es el rey de los judíos.’”
Como se trata de un rey, seguramente que Lucas nos tendría que hablar de los palacios del reino, de los ministros del reino, de las doncellas, de los cocineros, de los criados, de los tesoros y del ejército del rey, pero esto no sucede así. Veamos los personajes que aparecen en el evangelio de hoy y que acompañan a Jesús a la hora de su muerte:
1) Las autoridades judías, que hacían muecas a un Jesús agonizante y con dolores de paroxismo, le decían con sorna: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.” Esto es lo que se llama hacer leña del árbol caído. Esto es lo que se llama cebarse con la persona fracasada. Esto es lo que se llama hurgar en la herida, echar sal y vinagre en la herida abierta. No hay ni humanidad ni compasión en estas autoridades judías. Estos le restriegan a Jesús en las narices su fracaso: fracaso ante Dios, pues no ha logrado nada de la misión que El le había encargado; fracaso ante los hombres y ante los discípulos, pues se ha visto abandonado por todos y ha desilusionado a todos los que habían puesto su confianza en él; fracaso ante sí mismo, porque no consiguió nada de lo que se propuso en esta vida. Por otra parte, las autoridades judías estaban alegres, porque habían logrado acabar con un enemigo muy peligroso que les había quitado por un tiempo a la gente que les obedecía borreguilmente.
2) “Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: ‘Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.’” Estos soldados eran hombres embrutecidos por su profesión y por el odio que les acompañaba allí a donde iban. Su misión era matar; para eso estaban entrenados. Aquella crucifixión seguramente era para ellos un motivo para salir de su rutina habitual. Además, cuando en otras ocasiones crucificaban a judíos, la gente insultaba a estos romanos y les lanzaba piedras. Sin embargo, en esta ocasión la gente estaba de acuerdo con lo que ellos, los soldados, hacían y los gritos iban dirigidos, no contra ellos, sino contra uno de aquellos crucificados. Así las cosas, los soldados se sumaron a los gritos y a las burlas de las autoridades judías.
3) Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: - ‘¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.’” Al lado de Jesús había dos hombres, que también estaban crucificados. Nos dice el evangelio que uno de ellos se unió al coro de los que insultaban a Jesús, pero no lo hacía por sentirse a gusto por el triunfo de que Jesús muriera, como las autoridades; o para pasar el tiempo y alegrarse de que los gritos fueran contra otros (para variar), como los soldados; este malhechor insultaba a Jesús y lo jaleaba a ver si se decidía a salvarse con un milagro “de chistera” y, de paso, lo salvaba a él.
4) El pueblo estaba allí mirando, nos dice el evangelio. Este pueblo al que Jesús había curado, alimentado, enseñado, amado… ahora estaba allí simplemente mirando, viendo los toros desde la barrera y callando ante los insultos y las burlas de todos contra Jesús. Y ya sabemos lo que dice el refrán: El que calla otorga. Jesús había sido el único que los había defendido, ayudado y amado, y ahora… ellos lo dejaban morir y lo dejaban abandonado a su suerte.
5) También aparece otro personaje: el llamado comúnmente el buen ladrón: “Pero el otro lo increpaba: -‘¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.’ Y decía: -‘¡Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.’” En este texto evangélico se da un hecho que a mí siempre me ha llamado la atención: ante un mismo acontecimiento de sufrimiento, unas personas reaccionan muy negativamente, insultando y clamando contra Dios (‘¡Demostrado, Dios no existe!’). Y, sin embargo, otras personas se sitúan ante Dios, reconocen sus errores, reconocen la justicia de lo que les sucede, reconocen la total inocencia de Dios (en este caso de Jesús) y surge en estas personas –como en el buen ladrón, como en el publicano- la súplica de perdón y de misericordia. TAMBIÉN SURGE EL TESTIMONIO DE FE. El buen ladrón cree en un Cristo escarnecido, burlado, fracasado y moribundo. Es fácil creer en Jesús cuando multiplicó los panes y los peces, cuando curó a leprosos y resucitó a muertos, cuando anduvo sobre las aguas o cuando tuvo el discurso maravilloso en el Sermón de la Montaña. Pero, ¿quién va a creer en un Mesías sucio, maloliente, sangrante, deshecho, escarnecido por las burlas y desprecios, y a punto de morir? Pues es el buen ladrón quien cree en El y quien le pide la salvación. El otro ladrón pedía a Jesús que bajase él de la cruz y que lo bajase también a él. Pero el buen ladrón sabe que Jesús ha de morir y llegar a su reino y, cuando esto suceda, le dice que se acuerde de él y que lo lleve con él a ese reino. El buen ladrón sabe que ha de morir en la cruz y después, y sólo después de pasar por la cruz, podrá llegar al reino de Jesús.
6) El último personaje que queda por contemplar es Jesús. Jesús es Rey. Pero su reino no se basa en el poder, en la fuerza y en el triunfo, al modo humano.
* Su reino pasa por la cruz. ¿Queremos llegar a ese reino por este camino? No hay otro camino.
* Su reino se asienta en la debilidad, al menos, en la debilidad humana. ¿Queremos llegar a ese reino por este camino?
* El otro domingo se nos hablaba de que los discípulos de Jesús van a ser perseguidos y asesinados. Así sucedió con nuestro Señor, Jesucristo. ¿Estamos dispuestos a pasar por esa cruz y del modo que El pasó –sin atajos- para llegar al Reino de Dios?

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (C)

18-11-2007 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (C)
Mlq. 4, 1-2a; 3, 19-20; Slm. 97; 2 Ts. 3, 7-12; Lc. 21, 5-19
Queridos hermanos:
Estamos ante el penúltimo domingo del este año litúrgico. El siguiente domingo será ya el de Cristo Rey y con él terminaremos el año. Habitualmente en este mes de noviembre la Iglesia nos propone lecturas y evangelios que nos hablan de muerte, de resurrección, del fin del mundo y de persecuciones. En efecto, en el evangelio de hoy se nos dice por parte de Jesucristo: “Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio […] Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.” Jesús nos habla a sus discípulos y nos anuncia que, por seguirlo a él, por ser discípulos suyos seremos perseguidos de un modo u otro: nos arrastrarán a la cárcel, nos quitarán los bienes, nos quitarán la fama, nos quitarán el trabajo, seremos traicionados por nuestros propios amigos y familiares más íntimos, nos odiarán, se burlarán de nosotros. Nos pondrán en la disyuntiva de decidirnos por conservar nuestros bienes materiales o nuestra fe, por conservar nuestra fama ante los demás o nuestra fe, por conservar nuestro trabajo o nuestra fe, por conservar nuestros amigos o nuestra fe, por conservar nuestros familiares más íntimos o nuestra fe… ¡¡Qué duro resulta caminar contra corriente y en la más espantosa de las soledades cuando queremos ser fieles a Dios!! Pero Jesús nos dice que, si perseveramos en nuestra fe y en nuestro amor a Dios Padre, salvaremos nuestras almas.
Desde la experiencia de la Iglesia y de tantos y tantos cristianos sabemos que hay persecuciones cruentas, es decir, con derramamiento de sangre. Un caso que cuento con mucha frecuencia se refiere a una niña que vivía en El Salvador hacia 1980. Tenía unos 12 años. En su aldea no estaba habitualmente el sacerdote, sino que éste iba por allí cada 3 ó 4 meses. Había en la aldea una capilla en donde se reunía cada domingo la comunidad de creyentes, leían la Palabra de Dios, oraban y cantaban a Dios. En aquellos momentos existía en el país una confrontación entre el ejército y los guerrilleros. Pues bien, un domingo llegó una patrulla del ejército al poblado y entró en la capilla. Casi toda la gente de la aldea estaba en aquel recinto. El capitán con una pistola en la mano les acusó a todos de ser guerrilleros y la gente lo negaba. El capitán cogió el crucifijo que estaba sobre el altar, lo tiró al suelo y ordenó que fueran saliendo todos, pero, antes de salir, debían de escupir al crucifijo. Quien no lo hiciera así, sería fusilado. Hubo un silencio muy tenso y, al cabo de unos minutos interminables, salió primero un hombre de la aldea y escupió al Cristo. El escupitajo le cayó en pleno rostro a Jesús. Inmediatamente se adelantó la niña de 12 años, se arrodilló ante el crucifijo y aplicó sus labios en donde había caído el escupitajo y besó a su Amado Jesús. El capitán, al ver aquello, aplicó la pistola a la cabeza de la niña, le pegó un tiro y la mató. El padre de la niña se tiró a su hija y la abrazaba llorando. El capitán se quedó cortado y ordenó a sus hombres retirarse del poblado. Esta niña murió por Jesús y salvó su alma. Yo me pregunto en muchas ocasiones qué habrá sido del hombre que salvó su vida al escupir el crucifijo, y rezo por él y por mí, porque yo soy él en muchas ocasiones.
En otras ocasiones hay también persecuciones incruentas, es decir, sin derramamiento de sangre. Estas últimas son las que más, estadísticamente hablando, nos pueden tocar a nosotros. Como dice el Papa Benedicto XVI en su libro de Jesús de Nazaret, para esta sociedad moderna y occidental la fe en Dios debe de estar circunscrita únicamente al ámbito privado e íntimo de la persona y no debe de salir al exterior (pg. 60). Si sale al exterior, entonces se pueden producir burlas y desprecios. Voy a contaros algún ejemplo de esto: 1) Recuerdo el caso de un soldado, cuando existía el servicio militar en España, que, a la hora de acostarse en el pabellón de literas, él se arrodilló, como hacía habitualmente en su casa antes de acostarse, y se pudo a orar. Sus compañeros reclutas que lo vieron en esta postura se arremolinaros a su alrededor y comenzaron a mofarse de él. Un capitán que pasaba por allí, al ver el tumulto y pensando que podía ser una broma pesada que gastaran a un novato, se acercó para poner orden. De un vistazo se dio cuenta de la situación y les dijo a todos que aquel chaval tenía más “coj…” que todos los demás juntos, pues estaba rezando a Dios independientemente de lo que pensaran o dijeran el resto, mientras que ellos nunca se atreverían a mofarse de este chico de uno en uno. 2) Hace un tiempo leí en un libro, que se titula “Ligar con Dios” en donde unas chicas, que se metieron a monjas de clausura, cuentan alguna experiencia de burla por defender su fe: “Me acuerdo ahora de un desprecio que sufrí. Conocía a un chico al que intentaba “convertir”; discutía con él sobre la existencia de Dios o la virginidad de María. Yo no sé de dónde me salían las palabras, pero tenía un celo infatigable por la gloria de Dios. Un día, en que vi a ese chico hablando con sus amigos –había mucha gente alrededor- noté que no cesaban de mirarme y se reían entre sí. De pronto, se me acerca y me dice: ‘Oye, tú que tanto defiendes a Cristo y sigues el Evangelio, si te abofeteo en una mejilla, ¿pones la otra?’ Yo me quedé parada unos instantes, sin saber qué responderle. Veía a los amigos riéndose y a tanta gente a nuestro alrededor… Si decía que sí, me iba a llevar unos cuantos tortazos; y si decía que no en ese momento, era para mí traicionar a Jesús, siguiéndole con palabras y no con obras. Entera y serena le dije: ‘Sí, la pongo’ En décimas de segundo me arreó un tortazo en una mejilla y me dijo: ‘¿Pones la otra?’ Yo, con los ojos en el suelo y colorada de vergüenza, le dije: ‘Sí’. Y me pegó una y otra y otra vez… De repente, se quedó confundido, y paró. La gente no me sacaba ojo; los amigos se quedaron corridos y él aún más. Yo le miré y le dije: ‘¿No sigues?’ Hubo un silencio y continué: ‘Yo seguiré siempre a Cristo, aunque tenga que poner mil veces la mejilla’. Y viendo que no me decía nada, me fui ‘alegre de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.’” 3) Teniendo yo 16 años y estando cursando 6º de bachiller en el Instituto de Virgen de la Luz de Avilés se me acercó un compañero y me preguntó si era cierto que yo iba a ir para el Seminario el curso siguiente. Esto sí que era cierto, pues COU ya lo cursé en Oviedo. Pensé que, si decía que sí, iba a ser la rechifla de todos mis compañeros el resto del curso escolar y entonces dije que no al que me preguntaba, le dije que no era cierto. Aquella negativa mía por miedo a la burla me acompaña en muchas ocasiones. Le pedí perdón a Dios por ello muchas veces y sé que, a pesar de todo lo que Jesús hizo por mí siempre, yo soy capaz de volver a hacerlo, es decir, soy capaz negarle una vez más como Pedro, o de traicionarle como Judas.
¡¡Señor, concédenos ser siempre fieles a ti y a tu santo evangelio en medio de las persecuciones cruentas e incruentas, y nunca te separes de nosotros para que así podamos SALVAR NUESTRAS ALMAS. Amén!!

jueves, 8 de noviembre de 2007

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (C)

11-11-2007 DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO (C)
2 Mcb. 7, 1-2.9-14, 2; Slm. 16; 2 Ts. 2, 16-3, 5; Lc. 20, 27-38
Queridos hermanos:
Os decía el otro domingo que los saduceos no creían en la resurrección de los muertos y pusieron ante Jesús el caso de la mujer que se casó con siete hermanos. De ninguno de ellos pudo tener hijos y entonces los saduceos planteaban la pregunta de que, al resucitar, de cuál de los siete hermanos sería mujer. Los judíos aceptaban que un hombre tuviera varias mujeres, pero no que una mujer tuviera varios maridos. Así, al plantear este caso ante los fariseos y ante Jesús querían hacer ver la ridiculez de creer en la resurrección de los muertos.
También hoy estamos en un momento en que hay muchos “saduceos”, es decir, muchas personas que no creen en la resurrección de los muertos. Piensan que, una vez que llega la muerte, ya no hay nada más después. Dicen que creer en la resurrección es poner la esperanza en algo vacío e irreal. El cielo está aquí y el infierno está aquí. Después no hay nada. Creer en la resurrección es hacer caso de cuentos de la Edad Media y de inventos de la Iglesia.
La realidad de la muerte está y sigue ahí, y se acerca a nosotros de modo inexorable. Veamos tres casos de personas que niegan la resurrección o que hay vida después de la muerte, y cómo se enfrentan a ello: 1) El primer caso es el de Simone de Beauvoir, mujer o pareja de Sartre, filósofo francés. Simone escribía esto: “‘Si alguna vez por la tarde había bebido un vaso de más, podía suceder que derramara ríos de lágrimas. Mi antigua ansia de absoluto se despertaba, y yo descubría de nuevo la vanidad del esfuerzo humano y la amenazadora proximidad de la muerte… Sartre niega que se pueda encontrar la verdad en el vino y en las lágrimas. En su opinión, el alcohol me ponía melancólica y yo disimulaba mi estado con razones metafísicas. Yo sostenía, en cambio, que la embriaguez retiraba la defensa y los controles que normalmente nos protegen de las certezas insoportables, y me forzaba a mirarlas a la cara. Hoy creo que, en un caso privilegiado como el mío, la vida contiene dos verdades entre las cuales no hay elección, y hay que ir a su encuentro al mismo tiempo: la alegría de existir y el horror ante el fin.’” 2) Asimismo Simone menciona en sus memorias a un conocido suyo, “el comunista Nizan, que oficialmente anunciaba la tesis del futuro que el ser humano encuentra en su trabajo a favor de las construcción de una sociedad futura sin clases, pero que en privado estaba totalmente convencido de que esta respuesta era completamente insatisfactoria y experimentaba con estremecimiento la tragedia de la ausencia de futuro del ser humano, detrás de la engañosa fachada de la promesa de un futuro colectivo. La llamada al futuro que surge del ser humano no se agota en un colectivo anónimo; el ser humano exige un futuro que lo incluya a él.” 3) También quiero traer aquí las palabras de un autor italiano, Indro Montanelli, ateo o agnóstico, sobre la muerte y la falta de fe: “Lo confieso, yo no he vivido y no vivo la falta de fe con la desesperación de un Guerriero, de un Prezzolini [...] Sin embargo, siempre la he sentido y la siento como una profunda injusticia que priva a mi vida, ahora que ha llegado al momento de rendir cuentas, de cualquier sentido. Si mi destino es cerrar los ojos sin haber sabido de dónde vengo, a dónde voy y qué he venido a hacer aquí, más me valía no haberlos abierto nunca.”
Y es que, ante la muerte, podemos adoptar una posición de rebelión o de resignación o de esconder la cabeza bajo el ala. Otras personas tienen otras interpretaciones de la vida después de esta vida: El lunes por la noche cenaba con unos amigos y me decía uno de ellos que había llamado a su primo, que estaba muy enfermo, para despedirse y le decía mi amigo que rezaría por él. Sin embargo, el primo moribundo decía que no creía en nada de eso del cielo o de la resurrección o de la Iglesia. Únicamente esperaba que, al morir, su energía se fundiera con la energía cósmica. En este caso y según esta interpretación nosotros vivimos con una individualidad determinada, pero que desaparece al morir y fundirnos en un magma impersonal.
Las personas que tenemos fe en Jesucristo sabemos que 1) Dios nos recogerá al otro lado de la puerta; 2) que nuestra muerte no es para siempre, pues reviviremos o pasaremos a otra forma de vida que ya nunca se acabará; 3) que merece la pena esforzarse para vivir aquí según Dios para VIVIR después con Dios. Desde esta fe y esta certeza tienen sentido las palabras que acabamos de escuchar en las lecturas. Decían los hermanos macabeos torturados por ser fieles a Dios: “’Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.’ […] ‘Tú nos arrancas la vida presente; pero el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.’ […] ‘Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará.’” Decía Jesús en el evangelio: “los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección […] No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.”
Para terminar voy a leeros un texto de un anciano creyente a las puertas de la muerte. Quizás ya conozcáis el texto. Se trata del testamento espiritual de Papa Pablo VI: "¡El fin! Llega el fin... ¿Quién soy yo? ¿Qué queda de mí? ¿A dónde voy? Veo que este diálogo debe desarrollarse con Dios, del cual vengo y al cual voy. Llega la hora. Hace algún tiempo que tengo el presentimiento. Habitualmente, el fin de la vida temporal tiene una oscura claridad propia: la de los recuerdos, tan bellos, tan atractivos y ahora para denunciar un pasado irrecuperable. Donde hay luz se descubre el engaño de una vida basada en bienes efímeros y sobre esperanzas falsas.
Esta vida mortal es, a pesar de sus trabajos, de sus oscuros misterios, de sus padecimientos, de su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor. Y no menos encantador es el marco que envuelve la vida del hombre: este mundo inmenso, misterioso, magnífico, este universo de las mil fuerzas, de las mil leyes, de las mil bellezas, de las mil profundidades. Es un panorama encantador. Ante esta mirada asalta la pena de no haberlo admirado bastante. ¡Qué distracción más imperdonable, qué superficialidad más reprobable! Yo te saludo mundo con inmensa admiración. Detrás de ti está un Dios Creador, que se llama Padre nuestro que estás en el cielo. ¡Gracias, oh Dios, gracias y gloria a ti, Padre!
Pero ahora, en el momento de mi muerte, ocupa mi espíritu otro pensamiento. ¿Cómo reparar las acciones mal hechas, cómo recuperar el tiempo perdido, cómo alcanzar la única cosa necesaria que eligió María, la hermana de Lázaro?
A la gratitud sucede el arrepentimiento. Al grito de gloria hacia Dios Creador y Padre sucede el grito que invoca misericordia y perdón: Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad. Señor, ten piedad. Aquí en la memoria aflora la pobre historia de mi vida, tejida, por un lado de beneficios innumerables, derivados de la inefable bondad de Dios; y, por otro lado, atravesada por las miserables acciones, que preferiría no recordar, por tan defectuosas, imperfectas, erróneas, necias, ridículas. Que pueda ahora invocarte, oh Dios, y aceptar y celebrar tu dulcísima misericordia.
Después de esto, mirar sólo para adelante. En estos últimos momentos que me quedan hacer las cosas bien, con alegría. Inclino la cabeza y elevo el espíritu. Me humillo a mi mismo y te ensalzo, Dios. Ahora sólo me queda el encuentro con Cristo. Yo creo, yo espero, yo amo, en tu nombre, Señor.
Ruego al Señor que me dé la gracia de hacer de mi próxima muerte un don de amor a la Iglesia. Podría decir que siempre la he amado. Fue su amor el que me sacó fuera de mi cerrado y salvaje egoísmo y me puso a su servicio; y que por ella, y por nada más, me parece que he vivido. Hombres, entendedme; os amo a todos. Así os miro, así os saludo, así os bendigo. A todos.
Amén. El Señor Jesús viene. Amén".

sábado, 3 de noviembre de 2007

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (C)

4-11-2007 DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (C)
Sb. 11, 22-12, 2; Slm. 144; 2 Ts. 1, 11-2, 2; Lc. 19, 1-10
Queridos hermanos:
En el evangelio de hoy se nos presenta el caso de Zaqueo, jefe de publicanos y hombre rico. En tiempos de Jesús había en Israel diversos grupos sociales: 1) Existían los saduceos. Eran los ricos. Ellos nada más aceptaban los cinco primeros libros de la Biblia (el Pentateuco) y, como aquí no se hablaba de la resurrección de los muertos, los saduceos no creían en ella. Para los saduceos Dios “pagaba” en esta vida el cielo y el infierno. Así, cuando un hombre estaba enfermo, era pobre o tenía cualquier desgracia, ello era signo de que había pecado y Dios le castigaba en vida. Al contrario, cuando un hombre estaba sano, tenía riquezas y todo lo iba bien, era porque Dios veía que era bueno y santo, y lo premiaba en esta vida. Fueron los saduceos quienes, para poner a prueba a Jesús, le plantearon aquel caso de una mujer que se había casado con varios hermanos y de ninguno había tenido hijos. Luego le preguntaron que, al morir, de cuál de los hermanos sería mujer. Con ello querían decir que la resurrección era algo ridículo. 2) Un segundo grupo eran los fariseos. Estos creían en la resurrección de los muertos. Ellos elaboraban las normas que explicaban y aplicaban la Ley de Moisés; para ellos tenía más importancia la Ley de Moisés, y la interpretación que ellos daban, que el hombre. Los fariseos eran judíos fervorosos. En este grupo estaban Pablo, Nicodemo… 3) Un tercer grupo lo formaban los zelotes. Eran guerrilleros y soldados, y luchaban con armas contra los romanos y contra los judíos colaboracionistas, como los publicanos, y contra los judíos permisivos, como los saduceos. Se dice que dos de los apóstoles eran zelotes: Simón el menor y Judas Iscariote. ¿No recordáis que, en cierta ocasión en que Jesús hablaba de enfrentamientos, varios apóstoles sacaron unas espadas que llevaban escondidas, y también en el huerto de los Olivos? Se ve que iban preparados para la guerra. 4) También existían un grupo de judíos, denominados publicanos. Eran judíos que cobraban los impuestos de los compatriotas suyos a cargo de los romanos quedándose con una parte. Por ejemplo, los romanos les podían decir que cobrasen a cada compatriota 10 denarios y que 2 eran para ellos y que los otros 8 se los entregaran a los romanos. Pero muchos de estos publicanos cobraban 15 denarios; 8 para los romanos y 7 denarios para ellos. El negocio era redondo. A la vista de todos, los publicanos eran la escoria: para los saduceos por advenedizos y pertenecer a una clase social más baja; para los fariseos porque trataban con los romanos y se contagiaban de sus costumbres y estaban empecatados, estaban condenados al infierno sin remisión posible; para los zelotes por traidores y colaboracionistas; y para el pueblo llano porque los “sangraban” con los tributos. El evangelista-apóstol Mateo-Leví era publicano. 5) Finalmente, estaba el pueblo llano. Eran los más humildes: labradores, pescadores, artesanos, mendigos, etc. De aquí procedían la mayoría de los apóstoles y el mismo Jesús.
Es conveniente saber todas estas cosas para comprender mejor lo que hoy se nos relata en el evangelio. Zaqueo no sólo era publicano, sino que era jefe de publicanos y, además, rico. Zaqueo se entera que Jesús viene a su ciudad. Esto era un acontecimiento para todos los lugares por los que Jesús pasaba. Su fama de hombre santo, de profeta y de taumaturgo (hacedor de milagros) le precedía. Toda la ciudad y la gente de los alrededores estaban allí para ver a Jesús. También Zaqueo quería ver a Jesús. Nos dice el evangelio que Zaqueo era bajo de estatura. El se metía entre la gente y ésta, que lo reconoció y le tenía ganas, empezó a pellizcarlo, a darle patadas por la espalda y a darle collejas, a insultarlo, pero a él no le importaba, porque quería ver a Jesús. Cuando vio que era imposible ver a Jesús, entonces, previendo el camino que iba a seguir Jesús, se subió a un árbol por donde había de pasar. Y se subió al árbol como un mozalbete. Estaba haciendo el ridículo, poniéndose en evidencia, pero no le importaba, porque quería ver a Jesús. Por ver a Jesús Zaqueo soportó golpes, insultos, vejaciones. Por ver a Jesús Zaqueo se puso en ridículo y en evidencia, pero todo lo daba por bien empleado por ver un poco a Jesús, aunque fuera simplemente de lejos y al pasar. Entonces nos dice el evangelio: “Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: ‘Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.’” ¿Por qué Jesús ve a Zaqueo y no ve al resto de la gente? Muy sencillo, porque los demás iban a ver a “Fernando Alonso”, a “Ana Rosa Quintana”, al “Barça”, al “Real Madrid”, en definitiva, iban a ver el espectáculo. Iban a ver los toros desde la barrera, pero no estaban dispuestos a perder nada de lo suyo ni de sí mismos por ver a Jesús. Jesús sabe todo esto y por eso ve a Zaqueo, ve el interior de Zaqueo y quiere hospedarse en su casa.
Fijaros en otro aspecto de las palabras de Jesús. Jesús dice a Zaqueo que baje del árbol, pues Jesús ve que Zaqueo se ha humillado y puesto en ridículo para verle, pero Jesús, que ama y ama de verdad, no quiere que Zaqueo prolongue la humillación más y le trata de tú a tú. Sólo el que ama le duele el dolor del otro como propio, le duele el ridículo del otro como propio.
Mas sigamos con el evangelio: “Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: ‘Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.’” Sí, cuando Jesús habló a Zaqueo, éste se puso muy contento. Cuando Dios se fija en un hombre y le habla, enseguida la alegría toma posesión de ese hombre. Y ¿qué pasa con el resto de la gente de Jericó? Pues que la envidia se apodera de ellos. Y reparten “leña” contra Jesús y contra Zaqueo: ‘Este es un pecador y “el profeta” (Jesús) entra en casa de un pecador; no debe ser tan santo si anda con traidores, estafadores, ladrones, ricos…’ En realidad, repito que es pura envidia.
¿Por qué sabemos que lo de Zaqueo no era un mero espectáculo, un ver a “Fernando Alonso” o un poco de circo, o de “Aquí hay tomate”? Pues porque el evangelio nos cuenta que Zaqueo da signos de cambio en su vida: ‘Yo que tengo fama y merecida, como todos los publicanos, de pesetero; ahora daré la mitad de mis bienes a los pobres y si en algo he robado, devolveré cuatro veces más’.
¿A quién se nos parecemos más nosotros? ¿A Zaqueo o a los otros hombres de Jericó? ¿Estoy dispuesto a perder, a quedar en ridículo, a morir para encontrar a Jesús? Los que responden afirmativamente a esta pregunta sentirán cómo el Señor alza la vista ante ellos y les dice “baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.” ¡Qué suerte tendremos en nuestra vida si, a la hora de nuestra muerte, Jesús nos dice como a Zaqueo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa…”!

miércoles, 31 de octubre de 2007

Todos los Santos (C)

1-11-2007 TODOS LOS SANTOS (C)
Ap. 7, 2-4.9-14; Slm. 24; 1 Jn 3, 1-3; Mt. 5, 1-12
HNO. RAFAEL, MONJE TRAPENSE
Queridos hermanos:
Al querer preparar la homilía de hoy (festividad de Todos los Santos) se me vino a la mente el hablaros de un santo concreto. Un santo al que “conocí” siendo yo seminarista y que me ayudó mucho en mi vida de seminarista y de sacerdote. Es un santo que ha ayudado y ayuda con sus palabras y ejemplo a mucha gente. Me estoy refiriendo al Hno. Rafael de la Trapa de Palencia. Creo que muchos de vosotros habréis oído hablar de él. Os aconsejo que os hagáis con este pequeño libro suyo titulado “Rafael. Vida y escritos de Fray María Rafael Arnaíz Barón” de la Editorial Perpetuo Socorro. Este libro es mucho mejor que todas las televisiones juntas, que todos los ordenadores juntos, que todas las carreras de Formula 1 juntas, que todos los campeonatos de fútbol juntos. ¡¡¡Probadlo!!!
Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos, donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Dotado de una precoz inteligencia, ya desde su primera infancia daba señales claras de su inclinación a las cosas de Dios. En estos años recibió la primera visita de la que había de ser su compañera: la enfermedad que le obligó a interrumpir sus estudios. Trasladada su familia a Oviedo, allí continuó sus estudios medios, matriculándose al terminarlos en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Habiendo tomado contacto con el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas -su Trapa- se sintió fuertemente atraído por la vida monacal. Allí ingresó el 15 de enero de 1934. Aquí se le declaró una penosa enfermedad -la diabetes sacarina- que le obligó a abandonar tres veces el monasterio, pero una y otra vez regresó en aras de una respuesta generosa y fiel a lo que sentía ser la llamada de Dios. Rafael murió con 27 años. Su familia recogió del convento todas sus pertenencias, y la madre leyó sus cartas y sus escritos íntimos dejándola con una gran paz. Se decidió a publicarlos y el éxito fue arrollador. Rafael fue “un santo después de muerto”. ¿Qué quiero decir con esto? Antes se pensaba que Rafael era un fraile más, incluso para sus propios compañeros del monasterio. En 1983 siendo diácono viajé con otros dos compañeros a la Trapa y se nos decía esto por parte de frailes que lo habían conocido y tratado. Era uno más sin que se le notara nada en especial externamente. Toda la riqueza de santidad del Hno. Rafael quedó oculta en vida para los demás. Sólo salió a la luz una vez fallecido. El Papa Juan Pablo II lo declaró Beato el 27 de septiembre de 1992.
Voy a transcribiros algunas palabras escritas por el Hno. Rafael, y que nos pueden ilustrar de cómo se enfrentaban los santos a hechos comunes de la vida y cómo esos hechos comunes les llevaban a Dios:
* Rafael entró en el monasterio en enero de 1934. Le costó trabajo amoldarse al frío, al calor, al trabajo físico, a los madrugones… Cuando más feliz estaba, en mayo de 1934 se le declara la enfermedad (cansancios y falta de fuerzas), de la que moriría más adelante. “A mediados de mayo ya no podía seguir a sus hermanos en los trabajos del campo, que constituyen uno de los principales en la vida de los monjes. Se iba quedando atrás del grupo que formaban los novicios, pero nada decía Rafael, a pesar de sufrir horriblemente. Al verle tan falto de fuerzas, y con el rostro intensamente pálido, le mandaban sentarse y abandonar la faena, pero eso era para él la mayor humillación y mayor trabajo que el trabajo mismo. ‘¡Cuántas lágrimas –decía él después- derramé entonces a solas con mi Dios!” El 25 de mayo ha de abandonar el convento con una alarmante postración física (había perdido 24 kilos en 8 días) y con el alma desgarrada. Fijaros qué palabras escribe sobre todo esto y cómo lo vivía desde Dios: “Cuando me fui a la Trapa, a El le entregué todo lo que yo tenía, y todo lo que yo poseía, mi alma y mi cuerpo. Mi entrega fue absoluta y total, muy justo es, pues, que Dios haga ahora de mí lo que le parezca y lo que le plazca, sin que haya por mi parte ni una queja, ni un movimiento de rebeldía. Dios es mi dueño absoluto, y yo soy su siervo que obedece y calla. A veces me pregunto, ¿qué querrá Dios de mí? Lo mejor es cerrar los ojos, y dejarse llevar por El, que El sabe lo que nos conviene. Yo era demasiado feliz en la Trapa. La prueba que me ha exigido es dura, pero con su auxilio saldré adelante, y aquí, allí, o donde sea, seguiré adelante sin retroceder. He puesto la mano en el arado, y no puedo mirar atrás. Dios, no solamente aceptó mi sacrificio cuando dejé el mundo, sino que me ha pedido mayor sacrificio todavía, que ha sido volver a él. ¿Hasta cuándo? Dios tiene la palabra, El da la salud, y El la quita. Los hombres nada podemos hacer más que confiar en su Divina Providencia sabiendo que lo que El hace, bien hecho está, aunque a primera vista a nosotros nos contraríe nuestros deseos, pero yo creo que la verdadera perfección es no tener más deseos que ‘se cumpla su Voluntad en nosotros’.”
* Estando en Oviedo recuperándose de su enfermedad escribió Rafael una carta a una tía suya (26 de noviembre de 1935) en que le contaba que había ido a hacer una visita al Sagrario en la iglesia de las Esclavas y que una anciana “que estaba a mi lado y que comenzó a toser desaforadamente. Primero me impacienté; y después me dio tanta vergüenza de este acto mío de impaciencia, que “tomé” a la pobre mujer de la mano y la presenté a la Virgen; le pedí a la Señora que la atendiera y se le quitó la tos. Después me dediqué a pedir por ella; empecé por la viejecita de mi lado y acabé poniendo bajo el manto de la Virgen a todos los fieles de la iglesia. A veces me dan esos ataques por dentro, y te aseguro que me cuesta trabajo estarme quieto. Me estuve en la iglesia hasta que me echaron: salía tan contento de haber estado con Jesús, que me dieron ganas de abrazar al sacristán. ¡Qué feliz soy; cómo me quiere Jesús!”
* Rafael volvió al monasterio el 11 de enero de 1936. Entra enfermo; no puede llevar la vida de un monje, el trabajo físico de un monje, el ayuno de un monje. Tiene que irse a la enfermería y ser medio monje. Quiere dedicarse por entero a Dios bajo la regla cisterciense, pero no puede. Dice él: “Cuando hace dos años entré en el convento yo buscaba a Dios, pero también buscaba a las criaturas, y me buscaba a mí mismo, y Dios me quiere para El solo. Mi vocación era de Dios, y es de Dios, pero había que purificarla. Me di al Señor con generosidad, pero todavía no se lo daba todo; le di mi persona, mi alma, mi carrera, mi familia, pero aún me quedaba una cosa, que era las ilusiones y los deseos, las esperanzas de ser trapense, hacer mis votos y canta Misa. Pero Dios quiere más. Quería que solamente su amor me bastara.” Estuvo Rafael en el monasterio hasta el 29 de septiembre de 1936 en que tuvo que salir otra vez.
* Rafael retornará el 6 de diciembre de este año para salir el 7 de febrero de 1937. De esta tercera estancia suya hay un texto que a mí me gusta mucho. Se trata de un apunte de Rafael en su diario en donde describe una tentación fuerte que tuvo y cómo, con la ayuda de Dios, la superó y le sirvió para acercarse más a El: “12 de diciembre de 1936. Las tres de la tarde de un día lluvioso. Es la hora del trabajo, y como hoy es sábado y hace mucho frío, no se sale al campo. Vamos a trabajar a un almacén donde se limpian las lentejas, se pelan patatas, se trituran las berzas. El día está triste, unas nubes muy feas, un viento fuerte, algunas gotas de agua que caen como de mala gana y que lamen los cristales, y dominándolo todo, un frío digno del país y de la época. Lo cierto es, que aparte del frío, que lo noto en mis helados pies y refrigeradas manos, todo esto se puede decir que casi me lo imagino, pues apenas he mirado a la ventana; la tarde que hoy padezco es turbia, y turbio me parece todo. Algo me abruma el silencio, y parece que unos diablillos están empeñados en hacerme rabiar con una cosa que yo llamo recuerdos. ¡Paciencia y esperar! En mis manos han puesto una navaja, y delante de mí un cesto con una especie de zanahorias blancas muy grandes y que resultan ser nabos. Yo nunca los había visto al natural tan grandes, y tan fríos. Qué le vamos a hacer, no hay más remedio que pelarlos. El tiempo pasa lento, y mi navaja también, entre la corteza y la carne de los nabos que estoy lindamente dejando pelados. Los diablillos me siguen dando guerra. ¡¡Que yo haya dejado mi casa para venir aquí con este frío a mondar estos bichos tan feos!! Verdaderamente es algo ridículo esto de pelar nabos, con esa seriedad de magistrado de luto. Un demonio pequeñito y muy sutil se me escurre muy adentro y de suaves maneras me recuerda mi casa, mis padres y hermanos, mi libertad, que he dejado para encerrarme aquí entre lentejas, patatas, berzas y nabos. El día está triste, no miro a la ventana, pero lo adivino; mis manos están coloradas, coloradas como los diablillos; mis pies ateridos, ¿y el alma? Señor, quizás el alma sufriendo un poquillo. Más no importa, refugiémonos en el silencio. ¿Que qué estoy haciendo? ¡¡Virgen Santa, qué pregunta!! ¡Pelar nabos, pelar nabos! ¿Para qué? Y el corazón, dando un brinco, contesta medio alocado: ‘Pelo nabos por amor, por amor a Jesucristo’ Ya nada puedo decir que claramente se pueda entender, pero sí diré que allá dentro, muy dentro del alma, una paz muy grande vino en lugar de la turbación que antes sentía; sólo sé decir que el sólo pensar que en el mundo se puedan hacer actos de amor de Dios; que el cerrar o abrir un ojo hecho en su nombre, nos puede hacer ganar el cielo; que el pelar unos nabos por verdadero amor a Dios le puede a El dar tanta gloria; el pensar que por sólo su misericordia tengo la enorme suerte de padecer algo por El…, es algo que llena de tal modo el alma de alegría, que si en aquellos momentos me hubiera dejado llevar de mis impulsos interiores, hubiera comenzado a tirar nabos a diestro y siniestro, tratando de comunicar a las pobres raíces de la tierra la alegría del corazón. Yo me reía ‘a moco tendido’ (quizás por el frío) de los diablillos rojos, que asustados de mi cambio, se escondían entre los sacos de garbanzos y en un cesto de repollos que allí había. Nada somos y nada valemos. Tan pronto nos ahogamos en la tentación como volamos consolados al más pequeño toque del amor Divino. Cuando comenzó el trabajo, nubes de tristeza cubrían el cielo, el alma sufría de verse en la cruz, todo la pesaba: la Regla, el trabajo, el silencio, la falta de luz de un día tan triste y tan frío, el viento soplando entre los cristales, la lluvia y el barro. Pero todo pasa, incluso la tentación. Ya se hizo la luz, ya no me importa si el día está frío, si hay nubes, si hay viento, si hay sol. Lo que me interesa es pelar mis nabos, tranquilo, feliz, y contento, mirando a la Virgen, bendiciendo a Dios. Sepamos aprovechar el tiempo, sepamos amar esa bendita cruz que el Señor pone en nuestro camino, sea cual sea, fuere como fuere. Aprovechemos esas cosas pequeñas de la vida diaria, de la vida vulgar. No hace falta para ser grandes santos grandes cosas. Basta el hacer grandes las cosas pequeñas. Cuando termino el trabajo, y en la oración me puse al pie de Jesús. Allí a sus plantas deposité un cesto de nabos peladitos y limpios. No tenía otra cosa que ofrecerle, pero a Dios le basta cualquier cosa ofrecida con el corazón entero, sean nabos, sean imperios. Le pedí a Dios que me permita poner a los pies de la Virgen rojas zanahorias, a los pies de Jesús blancos nabos, y patatas y cebollas, coles y lechugas. En fin, si vivo muchos años en la Trapa, voy a hacer del Cielo una especie de mercado de hortalizas, y cuando el Señor me llame y me diga: ‘Basta de pelar, suelta la navaja y el mandil, y ven a gozar de los que has hecho’ Cuando me vea en el cielo entre Dios y los santos y tanta legumbre…, Señor, Jesús mío, no podré por menos de echarme a reír.”
* Rafael volverá a la Trapa el 15 de diciembre de 1937 y ya permanecerá aquí hasta su fallecimiento.