viernes, 29 de mayo de 2009

Domingo de Pentecostés (B)

31-5-2009 PENTECOSTES (B)
Hch. 2, 1-11; Slm. 103; 1 Co. 12, 3b-7.12-13; Jn. 20, 19-23
Homilía en audio de MP3
Homilía en audio de WAV
Queridos hermanos:
En el día de hoy concurren varias celebraciones: 1) Termina el mes de mayo, dedicado a la Virgen María, y lo hace la Iglesia situando en este día (31 de mayo) la festividad de la Visitación de María a su prima Santa Isabel. 2) La Cofradía de Ntra. Sra. del Cébrano recibe en este santuario a sus Cofradías hermanas: del Viso y de Torazo. 3) Finalmente, celebramos hoy también la festividad de Pentecostés: 50 días después de haber resucitado Jesús, 10 días después de haber ascendido al cielo Jesús es cuando sucede el hecho extraordinario de Pentecostés: el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego desciende sobre los apóstoles y sobre la Virgen María y les cambia totalmente. De timoratos los convierte en valientes, de tristes en alegres, de gente con dudas los convierte en gente entregada y confiada totalmente en Dios y en su Hijo Jesucristo, de gente sin instrucción los convierte en gente con una sabiduría y con unas palabras que no son de este mundo…
Por cierto, ¿vosotros oráis al Espíritu Santo? ¿Tenéis fe y devoción en el Espíritu Santo? Se cuenta que hace ya unos cuantos años una señora se acercó al cura de su parroquia y le preguntó: “Señor cura, ¿me puede dar algunas oraciones del Espíritu Santo? Es que le tengo mucha devoción”. A lo que el cura contestó: “¡Señora, déjese de devociones raras y rece a San Antonio como todo el mundo!” A lo que yo replico: si el cura está así, cómo estarán los feligreses… Y es que el Espíritu Santo es el gran desconocido entre muchos cristianos, curas incluidos, o al menos, entre los católicos en muchas partes de España.
Por eso hoy quisiera hablaros un poco del Espíritu Santo y lo haré de la mano de la Secuencia que hemos escuchado antes del evangelio. La Secuencia es una bellísima oración de la época medieval en donde los cristianos pedimos que el Espíritu de Dios nos asista. Voy a releer trozos de esta oración y vamos a tratar de profundizar un poco en ella.
Ven, Espíritu divino, anda tu luz desde el cielo…
Ven, dulce huésped del alma.
Sí, el Espíritu Santo entra en nuestra alma sólo si es invitado. Cuando Dios nos creó puso en nuestro corazón y en nuestra alma una puerta. En dicha puerta puso también una cerradura. Se trata de una cerradura extraña, porque está por el interior y sólo se abre desde el interior. Esta cerradura tiene una sola llave, y esa llave nos la ha entregado Dios a cada uno de nosotros. Somos nosotros quienes abrimos o cerramos esa cerradura y esa puerta para que entren unos u otros, o para que no entre nadie. Hace un tiempo me vinieron a ver dos personas distintas para contarme dos casos muy similares: resulta que sus jóvenes hijos, por decisión propia, están encerrados en casa y no quieren salir ni tener contacto con nadie. Sus padres son los “suministradores” de la comida y de la ropa, pero no quieren nada más de ellos ni con ellos. Si sus padres hacen algún esfuerzo para que vean especialistas en psicología o para que salgan o tengan contacto con alguien, entonces estos jóvenes reaccionan con ira y/o encerrándose más todavía en su mundo. Y estos, por desgracia, no son casos aislados. Se están dando con relativa frecuencia.
Aunque no sean casos tan extremos, igualmente me he encontrado con mucha frecuencia en mi tarea sacerdotal con personas que tienen reacciones de ira o de hosquedad, y en realidad no es más que una especie de cercado que ponen a su alrededor a modo de defensa. Se saben frágiles y débiles. Han comunicado sus secretos e ilusiones a los demás en varias ocasiones y se han sentido traicionadas o no comprendidas. Por eso, pueden ser personas que hablan y hablan, pero de cosas externas a ellas (el Barça ganó la Copa de Europa, qué frío hace, te sienta bien esa ropa, qué mal está el mundo…), pero todo eso no son más que cortinas de humo para que nadie entre en su interior y les haga daño una vez más. Pues bien, esto mismo, que sucede a nivel humano o de relaciones humanas, también sucede en nuestras relaciones espirituales, con Dios. Dios nos ha entregado, al crearnos, una llave de nuestro interior y, si nosotros queremos, ahí no entra nadie, ni Dios tampoco.
En efecto, Dios respeta tanto nuestra libertad que, si nosotros se lo impedimos, El no puede entrar. Ciertamente Dios es todopoderoso, pero su límite es nuestra libertad. Somos nosotros quienes ponemos a Dios el límite a la hora de entrar y quienes lo podemos echar de nuestro interior. Por todas estas razones esta oración de hoy (Ven, dulce huésped del alma) quiere ser una invitación al Espíritu Santo para que ablande nuestro corazón y nos haga salir de nuestro castillo, de nuestro aislamiento y para que permitamos al Espíritu de Dios entrar en nuestro ser más profundo.
Sigue la oración-poesía:
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Cuando el Espíritu Santo es invitado y está ya dentro de nuestra alma, no hay nada comparable a El. Todo se vuelve dulce como la miel; las lágrimas de dolor y sufrimiento que caen por nuestras mejillas en tantas ocasiones se vuelven por la acción maravillosa del Espíritu en lágrimas de consuelo, de saberse acompañados, de alegría. Son lágrimas de sentirnos comprendidos, amados y consolados. ¡Cuántas personas me han dicho tener problemas muy graves y volverse a Dios y, sin haber cambiado nada y seguir todo igual, cómo la paz y la fortaleza los inundaba para seguir en la vida! Recuerdo el caso de una señora de Vegadeo que fue abandonada por su marido. La dejó a ella y a tres hijos pequeños. Esta mujer se vio sola y perdida, y fue ante una imagen de la Virgen y lloró allí desconsoladamente. Me contó que en un determinado momento sintió cómo si la Virgen la arropara a ella y a sus hijos con su manto. Salió de allí con el mismo problema con el que había entrado, pero con serenidad, paz y fuerza para luchar por sus hijos. En verdad, no hay nada creado en este mundo comparable a la dulzura, al descanso, a la brisa, al gozo, a la felicidad que nos proporciona el Espíritu Santo. Es mejor que cualquier lotería, trabajo, crucero de placer, coche, salud, tierras, dineros, amigos que hayamos tenido, que tengamos o que podamos imaginar. Quien lo haya probado, aunque sólo sea una sola vez en su vida, sabe de qué estoy hablando y sabe que es cierto lo que digo. De hecho, quien escribió está oración-poesía hablaba desde su experiencia.
Termino leyendo lo que queda de la Secuencia del Espíritu Santo, aunque no explique más por hoy:
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
AMEN

viernes, 22 de mayo de 2009

Domingo de la Ascensión del Señor (B)

24-5-2009 DOMINGO DE LA ASCENSION (B)
Hch. 1, 1-11; Sal. 46; Ef. 1, 17-23; Mc. 16, 15-20
Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV

Queridos hermanos:
En este domingo celebramos la Ascensión de Jesús a los cielos. Pasados 40 días desde su resurrección y habiendo estado durante esos días apareciéndose y animando a sus discípulos a seguir sus pasos hacia Dios, Jesús asciende al cielo para ocupar un lugar al lado de su Padre. Como sabéis este Misterio es uno de los dogmas de la fe cristiana. Lo que pasa es que para mucha gente, incluso para bastantes católicos, los dogmas son algo frío y teórico, que tiene muy poco que ver con nuestra vida ordinaria. Pues bien, en la homilía de hoy voy a procurar acercar este dogma, este misterio de la Ascensión de Jesús a los cielos a nuestra vida concreta, y con ello a nuestro espíritu para que nos ayude en nuestro caminar de fe hacia Dios Padre.
En muchas ocasiones me he encontrado con gente que me dice no creer en la existencia del infierno. Dicen que el infierno ya está aquí, en la Tierra con tantos sufrimientos, guerras, enfermedades, paro, pobreza y hambre por los que pasamos. A lo que yo contesto que, efectivamente, el infierno ya está aquí con nosotros, pues lo fabricamos nosotros mismos y del mismo modo el cielo ya está aquí con nosotros, pues también lo fabricamos nosotros mismos. Allá tendremos lo que hayamos vivido y fabricado nosotros aquí. Si uno vive en el infierno del egoísmo para sí mismo y a costa de los demás, ALLA tendrá ese mismo infierno que se ha fabricado aquí. Si uno viven en el cielo del desprendimiento, de la generosidad, del cariño… hacia los demás, ALLA tendrá ese mismo cielo que ha fabricado aquí. Ese infierno lo fabricamos nosotros mismos de espaldas a Dios. Y ese cielo lo fabricamos nosotros mismos EN UNIÓN CON DIOS.
Hace poco, el 14 de abril de 2009, en el diario de La Razón vi una noticia testimonio de un sacerdote asturiano: Manuel Viego. Se ordenó presbítero en 2005 y atiende ahora mismo la parroquia de Castropol (en el oriente asturiano, rayando con Galicia). En sus palabras narra con toda crudeza el infierno que él mismo se iba fabricando, y también narra con toda sinceridad cómo Dios le ayudó a ASCENDER de ese infierno que lo estaba aniquilando para vivir, ya aquí, en el cielo: “Mi familia era católica, pero yo tuve una mala experiencia con la Iglesia en mi infancia y me alejé de Dios. A partir de los 16 años yo ya trabajaba y tenía dinero. Me dieron a probar porros, me hacía sentirme bien, me evadía. Fui comercial, trabajé en la construcción, ponía música y copas en discotecas... Ganaba mucho dinero y durante años lo gasté en fiestas. Fui a más, me metía de todo, muchos ácidos, a veces esnifaba coca. Como muchos, buscaba ser feliz en el placer. Estuve con una chica, luego con otra... Al cabo de unos años, me fui de fiesta a Tenerife en la Semana Santa de 1992. Solo vi el Teide y el mar de lejos. Me junté con unos conocidos en un apartamento. Toda la noche estábamos de juerga, y de día dormíamos, o estábamos de jacuzzi y sauna. La noche de Viernes Santo nos pusimos hasta arriba, sobre todo de ácidos. Me sentí muy mal. Me di cuenta que nada de aquello me hacía feliz. Pensé que iba a perder la razón, que nada en la vida tenía sentido. Entonces vi una iglesia cerrada y pensé que a lo mejor mi madre tenía razón y Dios existía. Me dio por hablar con Dios. ‘Si existes este es tu momento’, le dije, ‘he hecho de todo y no consigo ser feliz’. Pensé rezar, pero no me sabía el Padrenuestro porque lo habían cambiado cuando lo aprendí. Pero sí recordaba el ‘Ave María’, así que recé a la Virgen. Y resultó que Dios existía. Sentí que Dios estaba a mi lado, que me acompañaba y me decía ‘levántate y anda’. Esa experiencia me cambió. Al día siguiente, Sábado Santo, fui a una iglesia, consulté los horarios de misa, hablé con un sacerdote. Y me pareció que todo eran mensajes de Dios para mí. Poco después tuve otra experiencia fuerte de cercanía de Dios haciendo un cursillo de Cristiandad en Covadonga. Allí descubrí a la Iglesia, y que Dios no juega con las personas, que nunca me dejó. Cambiar de vida fue un proceso lento. Intenté vivir en cristiano, desde la fe, la relación con mi pareja. Hubo ruptura, claro. Más adelante fui a pasar una semana en un retiro de la Comunidad de Bienaventuranzas en Toledo... y me quedé tres años. Allí entendí que quiero transmitir lo que he vivido, evitar que otros sufran lo que yo he sufrido. Empecé a estudiar en el seminario de Sigüenza, luego en el de Oviedo”. Su casa, que es grande, siempre está llena de gente y siente la llamada de decir a los jóvenes que ‘se acaba antes el picador que la mina’, es decir, que los goces no llenan, que sólo Dios llena al hombre”.
En Manuel Viego se hace vida y realidad el dogma que hoy celebramos y el evangelio de hoy: El ha subido y ha ascendido del infierno de su vida… al cielo de la vida con Dios. El ha experimentado la muerte de Cristo en su muerte poco a poco, y sobre todo experimentó la resurrección de Cristo en sus propias carnes aquel día de Viernes Santo en Tenerife. Finalmente, Manuel ha escuchado la palabra de Jesús de anunciar a todo el mundo que Jesús vive, que ama, que cura, que acoge, que da vida. Manuel, como tantos otros, es demostración palpable de que la Ascensión del Señor no es un dogma frío y teórico, sino que es una realidad concreta y cercana.
¡Señor, te pedimos que nos saques de nuestro infierno de cada día!
¡Señor, asciéndenos y súbenos al cielo, junto a ti y junto a tu Padre Dios!
¡Señor, haznos anunciadores de tu Buena Noticia para que la gente crea, se bautice y se salve, como nos dice Jesús en el evangelio!

viernes, 15 de mayo de 2009

Domingo VI de Pascua (B)

17-5-2009 DOMINGO VI DE PASCUA (B)
Hch. 10, 25-26.34-35.44-48; Sal. 97; 1 Jn. 4, 7-10; Jn. 15, 9-17
Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV

Queridos hermanos:
El evangelio de hoy y también la segunda lectura nos hablan del amor. Además, el evangelio menciona en tres ocasiones la palabra “amigos”. Pues bien, hoy quisiera reflexionar en la homilía sobre una de las formas de amor entre los seres humanos: la AMISTAD.
¿Tenéis vosotros amigos? No hablo simplemente conocidos, sino personas a las que consideráis amigos de verdad. ¿Cuántos amigos tenéis? Hagamos ahora la pregunta desde la perspectiva del otro. ¿Alguien os considera realmente amigo suyo?
En el libro del Eclesiástico hay unos cuantos capítulos que tratan sobre la amistad. Fijaros lo que dicen: “Amigo fiel refugio seguro, el que lo encuentra, encuentra un tesoro; un amigo fiel no tiene precio ni se puede pagar su valor” (Eclo. 6, 14s). Realmente esto es así y lo saben quienes lo experimentan o lo han experimentado. En efecto, “aunque hayas empuñado la espada contra el amigo, no pierdas la esperanza, que aún hay remedio; aunque hayas abierto la boca contra el amigo, no temas, puedes reconciliarte [...] No me avergüenzo de saludar a un amigo ni me escondo de su vista” (Eclo. 22, 21-22.25). Sin embargo, la amistad hay que cuidarla y no podemos maltratarla o herirla, pues “el que descubre secretos destruye la confianza y no encontrará amigo íntimo [...] se puede vendar una herida, se puede remediar un insulto; el que revela un secreto no tiene esperanza” (Eclo. 27, 16-21). Asimismo el libro sagrado nos advierte contra las falsas amistades: “Hay amigos de un momento que no duran en tiempo de peligro; hay amigos que se vuelven enemigos y descubren tu pleito vergonzoso; hay amigos que acompañan en la mesa y no aparecen a la hora de la desgracia; cuando te va bien, están contigo; cuando te va mal, huyen de ti” (Eclo. 6, 8-11).
En el Antiguo Testamento se nos narra la historia de dos amigos: Jonatan y David. Jonatan, el hijo de Saúl (primer rey de Israel), quería a David como a sí mismo. Se nos dice en una ocasión que aquél se quitó el manto, la espada, la ropa, el arco, el cinturón y se lo dio a David (1 Sam. 18, 4). Jonatan quería a David con toda su alma (1 Sam. 20, 18). Saúl, que tenía miedo que David le quitara el reino, quiere meter cizaña en el corazón de su hijo Jonatan: lo insulta, lo quiere avergonzar y le dice que, mientras David esté vivo, ni él ni su reino estarán a salvo. Saúl le habla a Jonatan de la posibilidad de perder su vida, su riqueza y el poder, si continúa su relación con David. ¿Quién no hubiera temblado y dudado? Pero Jonatan sigue defendiendo a su amigo David, incluso ante su padre Saúl. Cuando se separan David y Jonatan lo hacen llorando. Este sabe que Dios ha elegido a David para ser rey y Jonatan está dispuesto a renunciar a todo, porque quiere ser fiel a Dios y a su amistad con David. Os aconsejo que leáis el capítulo 20 del libro primero de Samuel, en el Antiguo Testamento, y veréis cómo es una amistad auténtica, la cual no puede ser deshecha ni por la ira, ni por la riqueza, ni por la cizaña, ni por la intervención de las familias.
De igual modo contamos con el bello texto del amor de S. Pablo en la primera carta a los corintios y que se lee mucho en las bodas, pero que, por supuesto, también vale para ilustrar cómo debe de ser el amor y la relación entre los amigos. El verdadero amigo es paciente con los errores y defectos de su amigo; es amable con él y no se muestra grosero o irónico; no busca lo suyo y su interés, sino que busca el del amigo (como hacía Jonatan con David); no se irrita, ni lleva cuenta del mal, ni de los agravios, ni se los restriega por la cara una y otra vez; el verdadero amigo disculpa siempre, confía siempre, espera siempre, aguanta siempre.
De la misma manera Jesús nos habla de la amistad y nos muestra cómo debe de ser ésta. De hecho, San Pablo llama a Jesús “amigo de los hombres” (Tit. 3,4). En efecto, Jesús aparece en el evangelio como un verdadero amigo: con Lázaro y sus hermanas (Jn. 11) a los que quiere, por los que llora cuando mueren, a los que llama la atención como a Marta; con los apóstoles cuando dice que no les llama siervos, sino amigos ; cuando comparte con ellos sus secretos, como en el monte Tabor, o cuando los lleva consigo en Getsemaní, o cuando confía a su madre a uno de sus amigos.
Después de este breve repaso a algunos datos aportados por la Palabra de Dios, me atrevo a apuntar algunas características que ha de tener la verdadera amistad:
- La amistad es un tesoro, es un don y regalo de Dios y del otro.
- La amistad significa estar dispuesto a perder la vida por el otro, pues “amistad” viene de AMOR. Permitidme que os narre una historia que ilustra esta afirmación: “-Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para salir a buscarlo. -Permiso denegado, replicó el oficial.- No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto. El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso: ‘¡Ya le dije yo que había muerto¡ Ahora he perdido a dos hombres. Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer un cadáver?’ Y el soldado, moribundo, respondió: ‘¡Claro que sí, señor¡ Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: Jack... estaba seguro de que vendrías.’”
- El amigo respeta al otro y no trata de dominarlo, ni de imponerle sus ideas.
- Y es que la verdadera amistad se basa en la libertad. El amor es siempre en libertad: Libertad para decir las cosas, para escuchar, para callar…
- La verdadera amistad es fiel ante todo y ante todos. El amigo lo es para todas las ocasiones (para lo bueno y para lo malo) y ante todas las personas, por eso nunca se avergüenza del amigo, ni éste se avergüenza del otro. Existe una confianza total y este sentimiento es recíproco.
- Los amigos conocen todo lo del otro, pues no hay secretos entre ellos. En efecto, sus ilusiones, temores, dudas, anhelos, esperanzas, sucesos pasados y presentes…, todo es conocido por el amigo y esto de un modo mutuo.
- La amistad verdadera está a salvo de cizañas, y pasa por encima de la propia vida, de la riqueza, pues la amistad está entre lo más valioso que posee el hombre.
- La amistad debe ser cuidada y hemos de procurar no herirla. No obstante, somos humanos y fallamos, por eso el perdón tiene que estar siempre presente en toda amistad. Siempre herimos o somos heridos, y el perdón es bálsamo para renovar el amor entre los amigos.
Lo que digo sobre la amistad vale, con sus distinciones y peculiaridades propias, para cualquier tipo de relación humana: esposo-esposa, novio-novia, compañeros de trabajo, jefe-subordinado, párroco-feligrés, etc.

viernes, 8 de mayo de 2009

Domingo V de Pascua (B)

10-5-2009 DOMINGO V DE PASCUA (B)
Hch. 9, 26-31; Sal. 21; 1 Jn. 3, 18-24; Jn. 15, 1-8
Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV

Queridos hermanos:
Hoy quisiera fijarme en dos ideas de las lecturas que acaba­mos de escuchar:
- Se dice al final de la primera lectura que, pocos meses después de la resurrección de Jesús, "la Iglesia gozaba de paz. Se iba construyendo y progresando en la fidelidad al Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo". A raíz de la predicación de los apóstoles y de los milagros de estos, mucha gente se integraba en la Iglesia. Así pasaba hacia el año 33 de nuestra era. Sin embargo, vemos que hoy pasa exactamente todo lo contrario: en España, en Europa y en tantos lugares de América Latina los templos se vacían, y en todo caso sólo hay gente mayor. En La Corredoria (barrio cercano a Oviedo) hay bloques de pisos en los que sólo una familia entre treinta tiene los hijos bautizados; cada vez menos niños hacen la primera comunión y muchos menos son quienes se confirman. Se están vendiendo templos en Alemania, pues no hay quien los use. En América Latina las gentes se van a las sectas, en donde se encuentran más acogidas y son más participativas que las parroquias católicas, las cuales están en general muy clericalizadas. Los conventos se vacían de monjas y religiosos: no entran jóvenes, los de mediana edad se van y quedan sólo los ancianos. Cosa parecida pasa en los seminarios diocesanos. Muchas más cosas podríamos decir en esta línea.
No obstante, esto que acabo de narrar no es nada nuevo en la historia de la Iglesia. Hace poco cayó en mis manos una reflexión de un carmelita que iba en la misma dirección que acabo de apuntar más arriba y añadía que durante la peste negra, que sucedió en plena Edad Media, conventos e iglesias se vaciaron. En el siglo XVI, con el triunfo de la Reforma protestante, también se vaciaron conventos y diócesis, llegando a desaparecer congregaciones religiosas centenarias. También en el siglo VII, con el triunfo del islamismo, en el norte de África, cuna de tantos santos (S. Atanasio, S. Agustín, S. Cipriano, etc.) y con unas comunidades cristianas florecientes, se produjo una hecatombe, pues todo ello desapareció arrasado por los musulmanes. Igualmente otra destrucción de la fe sucedió hacia 1917 en toda Rusia y sus alrededores, y hacia 1945 con el triunfo de Mao en China.
¿Por qué nos sucede ahora toda esta deserción de la fe católica y cristiana por parte de tantas y tantas personas? Quizás la razón está en lo que nos decía el evangelio de hoy: "Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no perma­nece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí." En cuanto se poda una rama de un árbol, o un viento fuerte la arranca y dicha rama no está unida al tronco de donde le viene la sabia, enseguida las hojas de la rama se mustian y se secan y, al final, la misma rama acaba pereciendo. Si la rama tenía flores, éstas se secan; si tenía fruto, también éste se seca y se pudre, porque le falta el alimento. Esta imagen tan sencilla y que comprendemos todos tan bien, la puso Jesús a las gentes que estaban cerca de él y con ello quiso enseñarles que del mismo modo pasaría con todos aquellos que no estuviesen unidos a El. Si no estamos unidos a Cristo no podemos dar hojas, no podemos crecer, no podemos dar ni flores ni fruto. Y Dios nos utiliza a nosotros para dar fruto para los demás hombres. Aquellos primeros apóstoles y cristianos de la primitiva Iglesia daban mucho fruto y cada vez más gente se les unía. La Iglesia progresaba en fidelidad al Señor y en unión entre los cristianos. La razón fundamental era porque ellos estaban unidos totalmente a Cristo Jesús. La sabia de Cristo les llegaba y daba vida.
Quienes conocen a los santos y leen sus vidas, palabras y hechos saben que ellos son los que más fruto dan para Dios y para la Iglesia, porque son los que están más unidos a Jesús. No sé si sabéis la famosa oración, atribuida a San Fran­cisco de Asís, que dice así:
"Señor, haced de mí un instrumento de tu paz.
Que allí donde haya odio, ponga yo amor.
Que allí donde haya ofensa, ponga yo perdón.
Que allí donde haya discordia, ponga yo armonía.
Que allí donde haya error, ponga yo verdad.
Que allí donde haya duda, ponga yo fe.
Que allí donde haya desesperación, ponga yo esperanza.
Que allí donde haya tinieblas, ponga yo luz.
Que allí donde haya tristeza, ponga o alegría."

Sin Jesús no podremos hacer nada, pero con él lo podremos todo en nuestra vida. Y esto sabe que es verdad aquel que ha experimentado su nada, sus caídas una y mil veces, sus promesas eternamente incumplidas de ser mejor, de tener más paciencia, de guardar más la lengua, etc. Sólo El nos puede ayudar, nos puede trasformar en frutos de salvación para nosotros y para los demás. En efecto, como dice Jesús en el evangelio de hoy: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada”.
¿Estoy yo unido a Cristo y doy frutos? ¿Soy instrumento de Dios para los demás, al modo de San Francisco de Asís y su oración?
- La segunda idea que quisiera reseñar está contenida en la segunda lectura. Dice así: "Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios." Todos los hombres tenemos una conciencia en nuestro ser. Ella es la que nos indica aquello que está bien hecho o aquello que está mal hecho. En ella influye la educación que hemos tenido en nuestras familias, en el colegio, en nuestro ambiente. Asimismo la conciencia es el lugar en donde Dios nos habla y nos mues­tra lo bueno y lo malo.
Es cierto que esta conciencia puede ir cambian­do con el tiempo, con las experiencias que vamos te­niendo a lo largo de nuestra vida. Se dice que el mayor ladrón comenzó roban­do un alfiler. Seguro que su conciencia le dijo en aquella oca­sión que el robo estaba mal, pero si él la acalló, la siguiente vez que robó ya la voz de la conciencia fue más débil y así hasta que la acalló totalmente. Por eso, San Pablo nos indica en la carta a los corintios que Dios está por encima de la conciencia[1]. Y al contrario, cuando una persona comienza tener más trato con Dios, su conciencia se vuelve más sensible y cosas que antes pasaba por alto, ahora ya no. Recuerdo una vez que en unos Cursillos de Cristiandad, que duran 3 días, para comer nos traían al comedor un carro con las comidas y los sacerdotes y otros seglares nos levantábamos para servir la comida o recoger los platos. Al segundo día se levantó un hombre casado que iba por vez primera y se puso también a quitar los platos y la mujer nos comentaba: "Es la primera vez en 25 años que veo a mí marido hacer esto. Siempre esperaba que lo hiciera yo, pues así lo había visto siempre en su casa".
Por tanto, procuremos dejar que el Espíritu forme nuestra conciencia al modo de Dios. Quien tiene la conciencia tranquila y está ésta bien formada, puede estar totalmente en paz.
[1] "Sino que a mí me importa muy poco que me exijáis cuentas vosotros o un tribunal humano; más aún, ni siquiera yo me las pido; pues aunque la conciencia no me remordiese, eso no signifi­caría que estoy absuelto; quien me pide cuentas es el Señor" (1 Co 4, 3-4).

viernes, 1 de mayo de 2009

Domingo IV de Pascua (B)

3-5-2009 DOMINGO IV DE PASCUA (B)
Hch. 4, 8-12; Sal. 117; 1 Jn. 3, 1-2; Jn. 10, 11-18
Homilía de audio en MP3
Homilía de audio en WAV

Queridos hermanos:
Celebramos hoy el domingo IV de Pascua y también el domingo del Buen Pastor, es decir, a Jesús como el Pastor bueno, que conoce, ama y busca a sus ovejas. En este domingo quisiera hablaros de este Buen Pastor y de una de sus ovejas: Se llama Tini. De ella os he hablado ya el primer domingo de Adviento, en diciembre de 2007. ¿Os acordáis que os hablé de una mujer de Salinas que estaba muy enferma y le quedaba poco de vida y que de su boca salían unas “perlas preciosas”? Pues bien Tini murió el miércoles y el jueves oficié la Eucaristía de encuentro con su Amado Jesús.
La vida de Tini se prolongó un tiempo más del anunciado por los médicos. A finales de noviembre de 2007 dijeron aquellos que Tini no llegaría hasta las Navidades de ese mismo año. Sin embargo, ella estuvo aún año y medio más entre nosotros. En este tiempo su familia y tanta gente fueron testigos de los que Dios hizo en ella. Al llegar el jueves al templo una señora que la conocía bien dijo: “Tini era una santa”. Ella y yo entramos en contacto hace unos 4 años y desde entonces la acompañaba en dirección espiritual, o sea, cada cierto tiempo hablábamos, se confesaba y la orientaba en su vida espiritual.
Durante toda su vida Tini estuvo acompañada por el Señor. El fue su Pastor y ella quiso ser la oveja dócil y sumisa a su Amado Jesús. Así lo experimenté personalmente, pues la verdad es que siempre que estuve con ella en diversas ocasiones durante ese año y medio rápidamente yo escribía en un papel las palabras que salían de su boca, que para mí eran auténticas perlas de Dios.
- Fui a casa de Tini por primera vez el domingo 25-XI-2007 por la tarde después de avisarme su familia que su situación era muy grave. La más entera de todos los que encontré en su casa era ella. Tenía una paz que no era de este mundo. Las lágrimas se nos saltaban a sus hijos, a su marido, a mí…, pero a ella no. Ahí os van algunas de las perlas que he visto y escuchado en esa tarde del domingo:
* Al quedar a solas con Tini para administrarle los sacramentos me dijo que tenía una gran paz, que el Señor estaba haciendo con ellas cosas grandes y que notaba que la estaba preparando. Ella sentía como si estuviera subiendo una montaña y percibía que estaba ahora muy cerca de la cumbre.
* Una de sus hijas le decía: “Mamá, tú ¿por qué no lloras?” Y Tini le contestó: “Porque a mí no se me va a morir nadie”.
* Decía un yerno: “Es tan injusto esto, que le pase esto a ella”. Pero Tini lo vivía todo con gran paz.
* Algunos de la familia le pedían a Dios poder entender lo que le está pasando a Tini, pero después ya comprendieron que no es cosa de entender, sino de vivir.
* Me decía Tini que tenía que preparar yo la Misa de su fallecimiento: que quería que fuera una Misa de alegría, y no de un funeral de tristeza. Ella pasa a otro lugar en donde estará mejor, me decía.
- La vi otra vez el 10 de diciembre de 2007 por la tarde y éstas son otras perlas que copié de sus labios:
* Me decía Tini que la otra vez (25 de noviembre), cuando recibió la unción de enfermos, no notó el efecto en aquel instante, pero al día siguiente se sentía más fuerte, físicamente hablando, y más animosa. Y esto lo achacaba al sacramento recibido.
* Decía Tini que sí se encontraba algo mejor y que, si finalmente se curaba, sería gracias a Dios. Pero si Dios la llevaba con Él, entonces también era gracias a Dios. “Yo siento paz y, mientras la sienta, quiere decir que Dios me lleva con El”.
* Decía también Tini: “Noto que nada de lo que me hacen o me dicen me parece mal. Sin ningún esfuerzo por mi parte, todo lo disculpo. También es verdad que todos me tratan muy bien y son muy buenos conmigo”.
* “¡Cuánto noto la oración que hacen por mí! ¡Qué poder tiene la oración!”
* “Quiero ir a Miranda del Ebro a estar con Nieves (una hija suya), que está sola este fin de semana que viene” (Tini se preocupaba más de los demás que de sí misma).
* “¡Qué alegría poder recibir otra vez los tres sacramentos (penitencia, unción y comunión)!”, dijo Tini al llegar yo a su casa para darle los sacramentos.
- Otro momento en que la vi fue el 18 de julio de 2008 y también recogí unas cuantas perlas:
* “No puedo pedir nada más a Dios. Sólo darle gracias”.
* “Tenía que estar de rodillas en cada momento. Es una maravilla todo lo que estoy viviendo”.
* “Con esta enfermedad estoy descubriendo cosas que no podría descubrir por mucha oración que hiciera”.
* “El tiempo que Dios me da aquí, lo usa para poner en orden las cosas de mi familia”.
* “Si Dios me da más tiempo para educar a David (su hijo pequeño que entonces tenía unos 9 años), pues bien. Si no es así, me lo educará El”.
* “No puedo expresar todo lo que Dios me está dando en este tiempo”.
- Lo último que tengo recogido de ella es del 18 de octubre de 2008:
* “Lo único que hago es dar gracias a Dios. No me sale otra cosa. Bueno, miento, pido a Dios que me deje acompañar un poco más a David. Pero, por lo demás, doy gracias”.
* “Es una gracia tan grande lo que estoy viviendo que no sé explicarlo. No me salen las palabras”.
* “Cuando viene un sacerdote a verme, y me trae la comunión, o la unción, o me confiesa siento una alegría grande. Incluso me la notan las compañeras de la habitación de la Residencia (de Avilés)”.
¿Qué conclusiones saco yo de todo esto? 1) Tini, como dice S. Pablo, sembró espíritu durante su vida, por eso ahora cosecha y recoge Espíritu. Pero quien siembra en esta vida sólo para la “carne”, únicamente cosechará y recogerá luego “carne”.
2) Una muerte santa no se improvisa y una vida santa tampoco. Durante años Tini quiso vivir al lado del Señor, con muchos pecados y fallos, pero –repito- al lado del Señor. Quiso vivir ella y que viviera su familia y las gentes cercanas a ella de un modo muy próximo al Señor. Tini quiso ser del Señor y para el Señor, y sembró, y ahora está recogiendo los frutos.
3) Estamos en el tiempo Pascual, tiempo de resurrección y de vida. Me enteré del fallecimiento de Tini por un mensaje de móvil de su hija Nieves, quien me escribía que su madre estaba ya viendo el rostro de Dios. Sí, para quien muere y vive en la fe de Cristo resucitado, sabe y sabemos que la muerte no es el fin, sino que es la continuación de todo lo que aquí vivimos, pero de un modo purificado y para siempre.
4) En Tini se cumplen perfectamente las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen”. Y es que Tini aprendió en este tiempo a conocer mucho más a su Amado y eso mismo queremos para nosotros.