1-7-2012 DOMINGO XIII TIEMPO ORDINARIO (B)
Queridos hermanos:
Una
vez más, no nos contentaremos con oír el texto del evangelio. Queremos escuchar
y queremos profundizar en la
Palabra de Dios para que nos dé todo lo que tiene o, al
menos, mucho de lo que tiene. Necesitamos la Palabra de Dios para que nos alimente y nos dé
vida.
El
evangelio que acabamos de escuchar nos
muestra a un Jesús que nos enamora, que nos atrae, que nos enseña, QUE NOS
MUESTRA EL VERDADERO ROSTRO DE DIOS. En efecto, veamos qué podemos
descubrir a través de lo que nos narra el evangelista San Marcos:
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Jesús escucha y acoge a quienes se
acercan a Él: 1) “Se acercó un jefe
de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole
con insistencia: ‘Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella,
para que se cure y viva’.
Jesús se fue con él”. 2) “Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, curaría”.
Jesús se fue con él”. 2) “Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, curaría”.
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Jesús sana y cura a quienes se acercan a
Él: 1) En cuanto la mujer lo tocó, “inmediatamente
se secó la fuente de sus hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado”.
2) La hija de Jairo estaba muerta y Jesús la revivió: “La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar”. Jesús nos
cura de nuestras enfermedades, de nuestras muertes, de nuestros miedos, de
nuestros pecados, de nuestras inseguridades, de nuestras superficialidades…
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Jesús no se apropia de nada que no sea
suyo. Él sabe que la salud, la salvación están en Dios, en Él, pero, cuando las
perdemos, sólo podemos recuperarlas con una CONDICIÓN INDISPENSABLE. Y esta
condición no está en Dios, sino en el hombre, en nosotros: 1) “La mujer se acercó asustada y temblorosa,
al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él
le dijo: ‘Hija, tu fe te ha curado.
Vete en paz y con salud’”. 2) Por eso, porque la condición para la salud,
para la vida, para la salvación, para la santidad está en nosotros y no únicamente
en Dios, es por lo que Jesús, cuando dicen a Jairo que su hija ha muerto y que
no hace falta que siga molestando a Jesús, le recuerda esa condición: “No temas; basta que tengas fe”.
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¿Cómo sabemos nosotros que estamos
poniendo esa CONDICIÓN para que el Dios de la salud, el Dios de la salvación,
el Dios de la santidad… actúe en nosotros? Lo que está claro es que Jairo y
la mujer que padecía flujos de sangre sí que pusieron esa condición. El
evangelio nos dice muy poco de sus sufrimientos interiores, de sus dudas, de
sus pensamientos, de su historia personal, de su familia, de su fe, de sus
pecados…, pero sí que se ven en el evangelio una serie de coincidencias en
ambos en lo poco que se nos dice de ellos: 1) Los dos se aproximan a Jesús: “Se
acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo”; la mujer que padecía
flujos de sangre “oyó hablar de Jesús y,
acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto”. 2) Los dos se echan a los pies de Jesús:
uno para suplicarle por su hija enferma y la otra para reconocer lo que le
había sucedido al tocarle el manto: Jairo “al
verlo se echó a sus pies”; “la mujer
se acercó asustada y […] se le echó a los pies”. Este ‘echarse a los pies’
indica confianza, súplica y humildad. En
definitiva, la ‘condición indispensable’ de la que hablaba más arriba ha de
tener estos ingredientes: búsqueda y acercamiento a Jesús, confianza absoluta
en Él, petición de auxilio y la humildad necesaria para reconocerse necesitado
de Dios y que sólo Él puede ayudarnos. ¿Sabéis cómo se llama en cristiano esta
‘condición indispensable’? Pues se llama FE.
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¿Os acordáis que el otro domingo, en la homilía sobre San Juan Bautista, os
decía que Zacarías dudó que Dios pudiera lograr que Isabel, una mujer anciana y
estéril, quedará encinta por la acción su marido, también anciano? Pues lo
mismo sucede en el evangelio de hoy: Familiares, empleados o conocidos de Jairo
le dijeron a éste: “Tu hija se ha muerto.
¿Para qué molestar más al maestro?” Y, cuando Jesús llega a la casa y dice
que “la niña no está muerta, está
dormida”, todos se rieron de Él. Esas
personas miraban y hablaban de tejas para abajo; no esperaban nada de Dios,
pues tantas veces la vida les había dicho que de la muerte nadie volvía, y así
lo habían experimentado. Ellos podían esperar la curación de un buen médico, de
un profeta, de un mago o incluso hasta de Jesús. Lo que no esperaban de nadie…
era que hiciera volver a la vida a quien había muerto.
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Ya para terminar, comento las preciosas palabras que Jesús dirige a la hija de
Jairo: “Talitha qumi (que significa:
contigo hablo, niña, levántate)”. Jesús
habla contigo, conmigo, con nosotros:
1) TALITHA: ‘Contigo hablo,
niño-niña-hombre-mujer-anciano-anciana-rico-pobre-sano-enfermo-santo-pecador-creyente-ateo-de
izquierdas-de derechas…’ TALITHA…
2) QUMI: ‘levántate’. Sí, levántate del
suelo, levántate de tu pecado, levántate de tus miedos, levántate de tu muerte,
levántate de tus complejos, levántate de tus esclavitudes, levántate de tus
seguridades, levántate de tu sabiduría, levántate de tu fuerza, levántate de tu
debilidad, levántate de tu riqueza, levántate de tu pobreza, levántate de lo
que tienes, levántate de lo que te falta… Levántate de ahí, pues eso no te da la VIDA y ven a mí. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados,
y yo os aliviaré” (Mt. 11, 28).