miércoles, 26 de agosto de 2020

Domingo XXII del Tiempo Ordinario (A)

 30-8-2020                   DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO (A)

                                                                    Jr. 20,7-9; Slm. 62; Rm. 12,1-2; Mt. 16,21-27

Homilía de vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            En la homilía de hoy me voy a fijar en la segunda lectura. Todo el capítulo 12 de la carta a los Romanos es una preciosidad. Yo lo descubrí hace unos años y, en ocasiones, al confesar, pongo de penitencia que se lea y se medite sobre este texto.

            En la Misa de hoy hemos escuchado los dos primeros versículos. Vamos a tratar de profundizar un poco en ellos y aplicarlos a nuestra vida de fe.

            - El primer versículo dice así: “Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; este es vuestro culto razonable”.

a) San Pablo se dirige a todos los que tenemos fe en Cristo Jesús, el Hijo de Dios. Y se dirige a nosotros hablándonos desde “la misericordia de Dios”, desde el amor que Dios nos tiene, desde la ternura y el interés que siente por nosotros. Dios no nos exige amor. Dios es el que nos da su amor. Por ello, todo lo que nos diga y nos indique será para nuestro bien, no para el suyo. 

b) San Pablo, en el nombre de Dios, y no en su propio nombre, nos suplica y nos pide a los cristianos que presentemos nuestros cuerpos a Dios. Aquí el verbo ‘presentar’ significa hacer un compromiso para siempre, pero este compromiso no se hace un día determinado, a una hora determinada, en un segundo determinado. NO. Este compromiso, esta presentación se ha de hacer cada día, cada hora, cada segundo de nuestra vida. Unos novios no pueden decir el ‘sí, quiero’ el día de su enlace y ya está. NO. Los esposos deben decir el ‘sí, quiero’ cada instante de su vida matrimonial. Un sacerdote no puede decir el ‘sí, estoy dispuesto’, el ‘sí, lo haré’, el ‘sí, quiero, con la gracia de Dios’ a su sacerdocio el día de su ordenación y ya está. NO. El sacerdote debe decir el ‘sí, estoy dispuesto’, el ‘sí, lo haré’, el ‘sí, quiero, con la gracia de Dios’ cada instante de su vida sacerdotal y pastoral.

            c) ¿Qué tenemos que presentar? Nuestros cuerpos. ¿A quién? A Dios. Estos cuerpos que tenemos nos los ha dado Dios. Al decir ‘cuerpos’, se quiere indicar las cualidades, el pensamiento, la personalidad, la sabiduría, la salud, la fuerza, los conocimientos, los bienes materiales, las capacidades… que tenemos. Jesús puso su cuerpo al servicio de Dios Padre. Los santos pusieron sus cuerpos al servicio de Dios Padre. San Pablo nos pide que pongamos nuestros cuerpos enteros al servicio de Dios Padre.

            Pero hay distintas maneras de poner nuestros cuerpos al servicio de Dios. Lo explico con la parábola de la gallina y del cerdo: Un granjero se acercó una mañana a una gallina y a un cerdo, y les hizo esta pregunta: ‘¿Queréis aportar para un desayuno con jamón y huevos?’ Para uno, la gallina, aquel desayuno significaba solo una contribución: entregar unos huevos. Para el otro, el cerdo, sin embargo, significaba un sacrificio total. Jesucristo fue quien hizo el sacrificio total: Él entregó a Dios todo su cuerpo, su vida, su tiempo, su fama, su alegría, sus penas, su juventud… Por eso, decía Él: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi padre” (Jn. 4, 34). E incluso, a la hora de morir, le entregó lo único que le quedaba: su espíritu (cfr. Lc. 23, 45). Del mismo modo los santos, a imitación de Jesús, entregaron sus cuerpos por entero sin reservarse nada. En nuestro caso, con frecuencia, hacemos como las gallinas: contribuimos, pero no nos sacrificamos de modo total.

            d) ¿Cómo tenemos que presentar nuestros cuerpos? Dice san Pablo: hemos de presentarlos como hostia vida, santa, agradable a Dios. Viva, santa y agradable a Dios se opone a una entrega muerta, aburrida, a una mera costumbre, a regatear. Viva, santa y agradable a Dios también quiere decir que crece, que da alegría (a quien la da y a quien la recibe), que contagia… Tenemos el ejemplo de Caín y Abel (Gn. 4, 2-7): -Caín ofreció a Dios “algunos frutos del suelo”. No lo mejor, sino ‘algunos’ y de los frutos más corrientes: cebollas y tomates raquíticos, patatas cortadas por la azada, lechugas con las hojas comidas por los bichos… Porque lo mejor se lo reservaba para llevárselo al mercado y sacar buenos precios. La ofrenda era por salir del paso. Su entrega era aburrida, de mera costumbre, de regateo, de egoísmo, de mediocridad. – Sin embargo, Abel ofreció a Dios “las primicias y lo mejor de su rebaño”. La primera oveja, el primer ternero, lo mejor de su rebaño. Su entrega era consciente y voluntaria. –Por eso Dios se fijó en Abel y su ofrenda. No primero en su ofrenda y luego en Abel, sino primero en Abel y su corazón y su desprendimiento, y luego en su ofrenda. Y su entrega le fue agradable a Dios, porque veía en Abel una entrega viva y santa.

            - El segundo versículo reza así: “Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.

            a) Jesús nos dice en el evangelio: “El que no está conmigo, está contra mí” (Mt. 12, 30). San Pablo presenta a los cristianos solo dos posibilidades: o se está con Dios o se está con el mundo. Quien está con este, piensa como este y actúa como este. Quien está con Dios, piensa como Dios y actúa como Dios.

            Ajustarse a este mundo es adaptarse a lo que la mayoría dice o hace. Es mejor no significarse, no destacar, que no te señalen con el dedo. Es decir, estar como en la mili: no destacar ni por lo malo ni por lo bueno. Así te evitas problemas. ‘¿Dónde va Vicente? Donde va la gente’.

            b) San Pablo en este versículo nos invita quitar de nuestra vida, de nuestro corazón, y de nuestra mente todos aquellos valores que no son de Dios: poder, dominio, egoísmo, cosas materiales, el hedonismo, la crítica, la ira, el rencor… Y nos invita a poner los valores de Dios: la entrega, el servicio, la ternura, la escucha, el perdón, la paciencia, el amor, la alegría… Todo esto es lo que agrada a Dios, lo que es perfecto, lo que es bueno. Todo esto es la voluntad de Dios y todo esto nos transformará interior y exteriormente.

c) Voy a leeros trozos de un libro que leí hace tiempo (I. Larrañaga, Las fuerzas de la decadencia, Paulinas, 256ss). Cuenta la historia de un chico, Ricardo, de 22 años, enfermo de cáncer. Estudiante de derecho. Se descubrió su enfermedad en 1987: tuvo diversas operaciones, recibió quimio y radioterapia, y a primeros de 1989 murió. Ricardo escribió 6 cartas en su enfermedad. En estos escritos veremos la renovación de la mente y la transformación que tuvo Ricardo: 1) “He sido feliz en este año. Agradezco a Dios este tiempo que me dio para crecer. Aunque uno nunca va a buscar el sufrimiento, cuando éste viene se pueden sacar muchos frutos”. 2) “Yo no me siento frustrado a pesar de que viví pocos años. Me siento realizado. Estoy en paz. Estoy totalmente en manos de Dios”. 3) “Lo que siento es dejaros. Pero no estéis tristes. Veo que es más fácil el papel de los que se van que de los que se quedan”. 4) “Si tengo paz interior, el dolor no me importa. Ya no me importa el sufrimiento físico. Sólo quiero morir en un momento de paz interior”. 5) “Para mí el mundo es como un huerto donde hay muchas frutas. Algunas maduran antes y otras después. Yo me siento de las primeras. Estoy preparado”. 6) “Todos queremos la felicidad, pero la única manera de alcanzarla es la aceptación de la realidad”. 7) “Señor, no sé hacia dónde me llevas, pero en ti confío. Tengo temor ante la incertidumbre, pero me apoyo en ti. Siento dolor, pero también alegría al ver que así participo en tu plan de salvación. Soy pequeño pero, al amarte, me siento útil”. 8) “Señor, con la enfermedad logré la felicidad, porque me desligó de las cosas y de mí mismo”. 9) “Hoy, Señor, vengo a agradecerte todo lo que me das. Hoy la alegría baña mi ser y hace que mis molestias casi no las sienta”. 10) “Aunque parece incomprensible, me siento un privilegiado. Porque si tú me pones esta cruz, es porque de alguna manera me quieres como a tu Hijo”.

En estas palabras y en esta vida de Ricardo, justo antes de su muerte, se hace realidad estos versículos de san Pablo que acabamos de escuchar y de meditar.

miércoles, 19 de agosto de 2020

Domingo XXI del Tiempo Ordinario (A)

 23-8-2020                   DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO (A)

                                                          Is. 22,19-23; Slm. 137; Rm. 11,33-36; Mt. 16,13-20 

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            * En el evangelio de hoy Jesús pregunta a los apóstoles qué dice la gente de Él. Después de un diálogo, Jesús llega al meollo de la cuestión y les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Asimismo, en el evangelio de hoy tenemos las respuestas a una y a otra pregunta.

Del mismo modo, quisiera hoy preguntaros qué dice la gente de Jesús. Unos dirán que fue un buen hombre, que fue un santo, que fue el fundador de una religión… Veamos algunas opiniones de gente no cristiana sobre Jesús: “Yo digo a los hindúes que su vida será imperfecta si no estudian respetuosamente la vida de Jesús” (Ghandi). “Lo que los comunistas reprochamos a los cristianos no es el ser seguidores de Cristo, sino precisamente el no serlo” (Machovec). “Yo no creo en su Resurrección, pero no ocultaré la emoción que siento ante Cristo y su enseñanza. Ante Él y ante su historia no experimento más que respeto y veneración” (Albert Camus, escritor francés).

Pero vamos a dar un paso más y os pregunto qué decís de Jesús vosotros, los que estáis aquí, en la parroquia, o los que venís a Misa regularmente.

Y todavía voy a subir otro peldaño más: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?” No se puede hacer, pues el momento no se presta a ello, pero sí que me gustaría que, quienes lo desearais, fuerais respondiendo a esta pregunta aquí mismo. Os pido que dediquemos unos minutos a lo largo de la semana o de la vida a pensar en esto: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?” No se trata de dar una respuesta del catecismo, o una respuesta de teología, o una respuesta teórica. Me gustaría que diéramos una respuesta de experiencia. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué puesto ocupa Él en mi vida de cada día?

Hace años estaba dando clase de religión en la escuela de Taramundi a críos de unos 12 años. Les pregunté que a quién querían más: si a un lápiz o a Jesús. Se morían de risa y me dijeron a una voz que a Jesús. Luego les pregunté si querían más a un balón, que estaba por allí y con el que jugaban en el recreo, o a Jesús. Se morían de risa y pensaban que el cura estaba aquel día muy gracioso; dijeron todos que a Jesús. Para continuar con el “chiste” les pregunté si querían más a una vaca, de las que tenían sus padres en el establo, o a Jesús. Aquí ya fueron apoteósicas la risa y las carcajadas. Todos dijeron que a Jesús. Para finalizar les pregunté si querían más a sus padres o a Jesús. Aquí se les cortó a todos la risa. El mayor de ellos, muy serio, me dijo: ‘Señor cura, yo quiero más a mis padres que a Jesús’. Los demás asentían a esto.

Repito, por tanto, ¿qué puesto ocupa Jesús en mi vida de cada día? ¿Está Él antes que mis aficiones, que mis posesiones, que mi tiempo de ocio, que mis amigos, que mi familia, que yo mismo? Recordad que la pregunta no os la hago yo. Es el mismo Jesús quien nos la hace a todos nosotros en el día de hoy a través del evangelio: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo[1]?” Ahora voy a presentaros un caso sucedido hace pocos años. Es un ejemplo vivo de la relación entre una joven esposa y madre con Jesús. Leo directamente de Internet: “La decisión de una joven musulmana de convertirse al cristianismo saca a luz la precaria situación de los musulmanes en Pakistán que quieren dejar la religión musulmana. Sehar Muhammad Shafi, de 24 años, ha huido de Karachi, su ciudad natal, con su marido y dos hijas pequeñas, luego de haber sido atacada y violada por ‘cambiar de religión’. Shafi dijo que su familia vive con temor de ser descubierta. ‘Mi esposo está dispuesto a conseguir un trabajo de comercial’, dijo Shafi. ‘Sin embargo, no quiero que trabaje tan expuesto al público, ya que así sería fácilmente reconocido’. Si bien el volver al Islam, supuestamente, resolvería muchos de los problemas de Shafi, ella dijo que eso ya no es una opción. ‘No es chiste cambiar de religión’, dijo. ‘Nos hemos enamorado de Jesús; entonces, ¿cómo lo podríamos traicionar?’” ¿Sabéis lo que significa ser violada? ¿Sabéis lo que significa perder todos los bienes? ¿Sabéis lo que significa que todo el mundo os odie, o se aparte de vosotros, o se burle de vosotros, o pueda hacer daño a vuestros hijos? Con lo fácil que sería dejar a Jesús de lado y volver al Islam. ¡Asunto zanjado! O también, seguir creyendo en Jesús, pero de modo escondido, para que nadie lo sepa. Decir mentiras piadosas: ‘ya no creo en Jesús’. Y así no te violarían, no te quitarían las cosas, no te insultarían, no te odiarían, no se meterían con tus hijos…

A la luz de este caso y de otros muchos desconocidos para nosotros, os pregunto y me pregunto una vez más, ¿qué puesto ocupa Jesús en mi vida de cada día? ¿Está Él antes que yo mismo? En definitiva: “¿QUIEN ES JESUS PARA MI?”

            * Cualquier tipo de respuesta que demos a las preguntas arriba reseñadas no debe quedar en el plano teórico. En efecto, a Jesús no le basta que digamos que Él es el Hijo de Dios. Él nos interpela y nos propone en otro lugar del evangelio las consecuencias de nuestra respuesta: “Y dirigiéndose a todos, dijo: ‘El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará’”. Y es que confesar a Jesús como el Hijo de Dios implica: 1) Seguirlo. 2) Negarnos a nosotros mismos y poner todas las cosas y todo lo nuestro detrás de Él. Primero Jesús. No solamente el lápiz, no solamente la vaca, no solamente el balón, no solamente a mis padres, mis pertenencias, mi seguridad, mi fama… Jesús es lo primero. 3) Cargar con la cruz diaria sin protestas ni reproches contra Él y contra la sociedad. Yo nunca supe de un santo que se anduviera quejando de todo y de todos. Les he visto clamar al Señor, pero no les he vista nunca quejarse. 4) Acompañar a Jesús en todo momento y todos los días de nuestra vida. Hace un tiempo me decía una persona adulta que ya había sido catequista unos años en una parroquia, había ayudado en Caritas, ya había colaborado bastante con Dios y con la Iglesia hace años, qué más podía hacer; no se le podía exigir más. ¿Hemos hecho bastante por Dios? Y Él, ¿habrá hecho bastante por nosotros? ¿Quién habrá hecho más: Él por nosotros o nosotros por Él? 5) Perder la vida por Jesús. La pérdida de la vida no debe de ser simplemente de una forma sangrienta. Lo más corriente es un gastarse y desgastarse día a día por Él y con Él: en la familia, en el trabajo, en los amigos, en la ciudad, en el barrio, en la comunidad de vecinos, en el estudio, en la Iglesia…

“¿QUIEN ES JESUS PARA MI?”


[1] Hace unos años había una mujer en Turón que me decía que le resultaba difícil encontrar tiempo para rezar a Jesús, para estar con Jesús… Hasta que un día cualquiera, por la mañana, tuvo que decidir entre planchar la ropa limpia o rezar a Jesús. Se decidió por planchar. Era más urgente, era necesario. Así empezó sin ningún remordimiento, pero cuando llevaba unos 5 minutos planchando picaron a su puerta. Era la vecina. Entonces esta señora de Turón apagó la plancha, puso un café para las dos, y se sentaron a hablar. Cuando terminaron de hablar y se marchó la vecina, había pasado hora y media. Nuevamente aquella mujer de Turón enchufó la plancha y de repente pensó: ‘¿Tenía tiempo para estar con Dios? No, porque tenía que planchar, pero sí que dejé a Dios y la plancha para hablar hora y media con mi vecina. ¿Tenía tiempo o no?’, se preguntaba. ‘¿Qué puesto ocupa Jesús en mi vida?’, se preguntaba.

jueves, 13 de agosto de 2020

Homilías semanales EN AUDIO: semana XIX del Tiempo Ordinario

 
 

Homilía de Ntra. Sra. de las Nieves (San Esteban delas Cruces)

 

 

2ª Corintios 9, 6-18; Salmo 111; Juan  12, 24-26

Homilía  de san Lorenzo

 

 

Ezequiel 2,8–3,4; Salmo 118; Mateo 18,1-5.10.12-14

Homilía  de santa Clara

 

 

Ezequiel 9,1-7;10,18-22; Salmo 112Mateo 18,15-20

Homilía  del miércoles XIX Ordinario

 

 

Ezequiel 12,1-12; Salmo 77; Mateo 18,21–19,1

Homilía  del jueves XIX Ordinario

 

Domingo XX del Tiempo Ordinario (A)

 16-8-2020                   DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO (A)

                                                  Is. 56,1.6-7; Slm. 66; Rm. 11,13-15.29-32; Mt. 15,21-28

Homilía en vídeo.

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Cuando estaba preparando la homilía, me fije en dos frases: una de la segunda lectura y otra del evangelio. Y pensé en predicaros sobre esto, es decir, cosas que a mí me vienen bien y que también a vosotros os vendrán bien. Pues, aunque yo soy cura y vosotros no, estamos hechos de la misma pasta. O sea, lo que vale para uno… vale para los demás.

            - Primero voy a predicar sobre esta palabra que dice S. Pablo: “Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.” Vamos a profundizar en esta frase y en su significado. La semana pasada una persona me decía que tenía una sobrina, la cual se había enamorado de un chico. Ambos son funcionarios del Estado y trabajaban en un mismo centro de una villa de Asturias. Estos jóvenes empezaron a salir juntos y la “cosa” iba funcionando. Pero… resultó que ella quería pedir cambio de destino para Oviedo, pues aquí tenía su madre y a su familia. El chico, su novio, también estaba de acuerdo en hacer juntos, en la medida de lo posible, el traslado para Oviedo. Mas luego resultó que, cuando a ella le dieron destino en Oviedo, él ya no quiso marcharse de la villa y le dijo a la novia que se quedaba donde está. Total… se acabó su amor. Era un amor eterno, pero ya dejó de existir. Ellos ya se acostaban juntos, aunque esto no es ningún problema. Ahora ya dejaron de quererse. ¡Vaya por Dios! Este es un primer ejemplo que os cuento.

            Vamos por un segundo ejemplo. Mirad por vosotros cuántos amigos habéis tenido hace tanto, tanto tiempo: amigos de la infancia, amigos de la adolescencia, amigos de la juventud. Os contabais todo absolutamente y hoy, sin embargo, ya no tenéis ningún trato con ellos. A lo mejor algún enfado se puso por medio, o la distancia, o simplemente cambió la vida. Eran amistades tan profundas, que no os separabais uno de otro. Ibais juntos a todos los sitios. Y resulta que ahora no os veis, no os habláis y se acabó la amistad.

            Tercer ejemplo. ¡Cuánta gente hay que tenemos tanta, tanta, tanta fe! ¡Señor, lo que quieras; Señor, como quieras; Señor, cuando quieras! Pero… pasa el tiempo y la fe se va enfriando y en un tiempo tuvimos mucha fe y ahora tenemos menos fe, o incluso no tenemos nada de fe.

¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que todos cambiamos. El hombre cambia. El hombre, en muchas ocasiones, es un “chisgarabís”. Lo que hoy para él es blanco, mañana puede ser negro. Lo que hoy le gusta, mañana puede no gustarle y rechazarlo. Esto es el ser humano. Todos nosotros somos así. Había un minero que se llamaba Vicente y era muy creyente, pero le decía siempre a Dios: “Señor, no te fíes de Vicente que te la juega”. Sí, ¡Señor, no te fíes de nosotros! Dice la Escritura: “Loco aquel que confíe en el hombre” (Jr. 17, 5)..

            ¿Por qué digo todo esto? Vuelvo a leer lo que dice S. Pablo en la primera lectura: “Los dones y la llamada de Dios son irrevocables”. Dios no es un “chisgarabís”. Dios nos ha bautizado. Pero no va a llegar al cabo de 15, 16 o 20 años, cuando este niño mande a la porra a Dios, y le va a quitar el Bautismo: “Ahora no te junto, ahora te quito el Bautismo”. No, esto no es así. Eso lo hacemos los hombres, pero no lo hace Dios. Cuando Dios nos concede el don del Bautismo, lo hace para siempre. Y si vamos al infierno algún día, hasta en el mismísimo infierno seremos cristianos. Yo soy sacerdote e igual voy al infierno, o dejo el sacerdocio para casarme con una moza o con un mozo y, sin embargo, seré siempre sacerdote, porque Dios, cuando llama, cuando da sus dones y carismas, es para siempre, PARA SIEMPRE. Dios no es un “chisgarabís”. Por lo tanto, por muy desastrosa que haya sido nuestra vida, por muy mal que lo hayamos hecho, por muy gorda que la hayamos armado… sabemos bien que Dios no es un “chisgarabís”. Dios tiene una misericordia eterna para todos y cada uno de nosotros. Lo que Dios nos ha dado es para toda la vida, incluso para después de esta vida. ¿Veis como hemos sacado “petróleo” de las palabras de S. Pablo? ¡Qué cosas más bonitas.

            - Vamos ahora a reflexionar sobre el evangelio. Es un texto bastante duro. Hay una mujer en Asturias que se enfada con Jesucristo cuando lee o escucha este evangelio, y me dice: “Oye, ese Jesús tuyo a esta mujer no la trata bien. Además, es un maleducado”. Vamos a verlo.

            Se acerca una mujer extranjera a Jesús y le hace una petición: “Ten compasión de mí, Señor Hijo de David”. Como veis trata bien y educadamente a Jesús. “Mi hija tiene un demonio muy malo. Cúrala, por favor”. Pero Jesús no le respondió nada, nos dice el evangelio. Por eso, con razón podemos decir que Jesús es un MALEDUCADO. ¿No nos pasa con frecuencia que le pedimos cosas a Dios y que no nos responde? ¿No es verdad que el teléfono de Dios está con frecuencia comunicando o fuera de cobertura? ¿No es verdad que tantas, tantas, tantas veces hablamos a Dios, le pedimos a Dios… y Dios no nos responde absolutamente nada? ¿Por qué? ¿No os preguntáis el por qué?

            ¿Sabéis quién es Ingrid Betancourt? Pues es una mujer que en Colombia fue candidata a la presidencia del país y haciendo campaña fue secuestrada por las FARC (guerrilleros terroristas en Colombia). La tuvieron unos seis años secuestrada. Cuenta ella que su padre tenía una fe muy profunda. Antes de ser secuestrada, su padre murió y ella se enfadó terriblemente contra Dios. Cuenta ella que, además, cuando la secuestraron, se enfadó aún más con Dios: ¿Por qué la habían tenido que secuestrar a ella, por qué no la liberaban? Y esto se lo echaba en cara a Dios. Tuvo un enfado tremendo y mandó a la porra a Dios. Pero, con el paso del tiempo y estando aún en manos de la guerrilla, toda esa ira y esa rabia se fueron deshaciendo en su corazón y encontró otra vez la fe. Y dice Ingrid que el secuestro le devolvió a la fe, le devolvió a Dios.

            Por lo tanto, cuando yo le pido una cosa a Dios, quizás no estoy en el mejor momento para que me lo conceda. Porque a veces cojo a Dios por las solapas y le exijo que me dé esto o lo otro, y una vez que lo consigo, si te vi, no me acuerdo ¡Cuántas veces yo necesito una cosa y se la pido al santo o a la Virgen de mi devoción particular, o al mismo Dios! Y después de que nos lo ha concedido, nos olvidamos. A lo mejor con la boca no, pero con nuestro comportamiento seguro que sí. Ya no nos ocupamos más de Dios… hasta la próxima vez. Él ha atendido a mis súplicas, a mis ruegos, pero ¿atiendo yo a sus ruegos? ¿No es verdad que Dios es como un jamón del que yo corto cuando tengo hambre y, cuando no tengo hambre, lo dejo olvidado? Porque somos egoístas. Porque a la señora del evangelio lo único que le interesaba era que Jesús curase a su hija. Nada más y Jesucristo quiso darle mucho más. Quiso darle humildad y la señora lo aceptó y se abajó y humilló ante Jesús. Aceptó la humillación de que no la escuchara; aceptó la humillación de que la dijera que no estaba bien echar el pan de los hijos a los perros. Aceptó todo eso, se humilló. Aceptó el silencio de Dios. Y solo, después de todo esto, Dios le concedió todo: le concedió la salud de su hija, la humildad y la fe. Le concedió mucho más de lo que ella le había pedido al principio. Por eso, Ingrid Betancourt se enfadó con Dios en un primer momento, pero después ella reconoció que Dios le concedió la libertad de los terroristas de las FARC, le concedió humildad y le concedió fe. Y para eso necesitó seis largos años. Pero ¿qué es eso por conseguir lo más importante? ¿No estudia un médico seis años o más por tener sus estudios completos? ¿No aguanta una persona seis años o más cuando consigue una oposición y le mandan para Almería, y está allí hasta que consigue puntos suficientes para poder acercarse a su tierra y a su familia? ¿No merece la pena este tiempo por conseguir los estudios de médico o por conseguir volver a mi tierra? Pues repito: ¿no merece la pena unos años para conseguir humildad y fe?

miércoles, 12 de agosto de 2020

Asunción de la Virgen María (A)

15-8-2020                   ASUNCION DE LA VIRGEN MARIA (A)

                                  Ap. 11,19a;12,1.3-6a.10ab; Slm. 44; 1 Co. 15,20-27a; Lc. 1,39-56

 Homilía de audio.

Queridos hermanos:

Nos dice el evangelio que, cuando María llegó a casa de su prima Isabel, esta le dijo: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” Sobre esta frase quisiera articular la homilía de hoy.

- Existen personas que tienen una gran sensibilidad y otras no tanto. Las primeras son personas a las que es muy fácil hacer felices o darles una alegría, pues cualquier pequeño detalle, gesto o palabra de cariño o de atención que se tenga con ellos les aporta una gran alegría. También sucede al contrario: a estas personas con tanta sensibilidad cualquier pequeño detalle, gesto o palabra de menosprecio o de dureza puede herirlas. Recuerdo que en una ocasión me contaba una mujer, a la que le había fallecido su abuelo, con el que estaba muy unida, que su marido no había acudido al funeral de dicho abuelo (tampoco había ido nunca este marido a visitar al abuelo de su mujer cuando estuvo ingresado en el hospital). La razón que dio el marido para no ir al funeral fue que había quedado anteriormente con sus amigos para ir en ese momento de caza. Este detalle de su marido le había parecido terrible a esta mujer y había dejada la relación matrimonial para siempre.

Veamos otro ejemplo de estos pequeños detalles: “Cuenta una historia que un hombre trabajaba en una planta empacadora de carne en Noruega. Un día terminando su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores para inspeccionar algo; de improviso, se le cerró la puerta con el seguro y se quedó atrapado dentro del refrigerador. Golpeó fuertemente la puerta y empezó a gritar, pero nadie lo escuchaba. La mayoría de los trabajadores se habían ido a sus casas, y era casi imposible escucharlo por el grosor que tenía esa puerta. Llevaba cinco horas en el refrigerador al borde de la muerte. De repente, se abrió la puerta. El guardia de seguridad entró y lo rescató. Después de esto, le preguntaron al guardia a qué se debió que se le ocurriera abrir aquella puerta, si no era parte de su rutina de trabajo. Él lo explicó: ‘Llevo trabajando en esta empresa 35 años; cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero él es el único que me saluda en la mañana y se despide de mí en las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible. Hoy me dijo «hola» a la entrada, pero no escuché «hasta mañana». Yo espero por ese «hola, buenos días», y por ese «ciao o hasta mañana» cada día. Sabiendo que todavía no se había despedido de mí, pensé que debía estar en algún lugar del edificio, por lo que lo busqué y lo encontré”.

¿Qué aprendemos de esta historia? Pues que los detalles de educación, el cariño y la sensibilidad de unos se pueden enseñar a los otros, y que los otros pueden aprender de los unos.

- Pero la sensibilidad no solo se aprende o se enseña, igualmente se recibe, bien por la predisposición con la que uno puede nacer hacia ella, bien por ser un don y un regalo de Dios. Nos dice el evangelio que acabamos de escuchar que Isabel se llenó de Espíritu Santo y esto le aportó una gran sensibilidad para captar las cosas de Dios. Por ello mismo, Isabel captó no solo a su prima María, sino y sobre todo captó que en el vientre de su prima estaba el Hijo de Dios. Por eso dijo: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”. Además, con la sensibilidad que le dio el Espíritu Santo Isabel igualmente percibió que su prima ya no era simplemente su prima, sino que era además “LA MADRE DE MI SEÑOR”.

- En estos días del verano, con tantas fiestas marianas: la Virgen del Carmen, Nuestra Señora de las Nieves, la Asunción de María a los cielos, la Virgen de Covadonga, etc., creo que muchos podremos captar cómo nos visita la Madre de nuestro Señor Jesucristo. Sí, esta es una verdad de fe y de experiencia religiosa:

Si nos visita la Madre, nos visita el Hijo. Si nos visita el Hijo, nos visita la Madre.

Quien ama al Hijo, ama a la Madre. Quien ama a la Madre, ama al Hijo.

No pueden estar el Uno sin la Otra, ni la Una sin el Otro.

La Virgen María visitó a Isabel, pero también nos visita a todos nosotros. Pidamos a Dios que nos dé la sensibilidad del Espíritu Santo, como lo hizo en su día con Isabel, para que también nosotros captemos la presencia en nuestras vidas de María y de su Hijo. Cuando eso sucede, enseguida nos damos cuenta porque aumenta en nosotros la emoción, crece la fe, la alegría, la fuerza, la paz y el amor a Dios, a su Madre y hacia el resto de los hombres. Y quienes han perdido la fe, cuando les visita en su corazón Jesús y su Madre, esa fe florece de nuevo en su interior.

 

¡Señor, danos la sensibilidad del Espíritu Santo para que sepamos captar tus palabras y gestos para con nosotros y para con los demás!

¡Señor, que podamos captar cómo, en tantas ocasiones de la vida, nos visitan en nuestras casas y en nuestros espíritus tu Hijo Jesús y tu Madre María!

¡Señor, que nosotros también visitemos, como lo hicieron, lo hacen y lo seguirán haciendo Jesús y su Madre, los espíritus cansados, heridos y solitarios de tantas personas que nos necesitan!

jueves, 6 de agosto de 2020

Domingo XIX del Tiempo Ordinario (A)

9-VIII-2020                XIX DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (A)

1º Re. 19,9a.11-13a; Slm.84; Rm. 9,1-5; Mt. 14,22-33

Homilía en vídeo

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            La homilía de hoy la voy a titular CAMINO ESPIRITUAL. Y vamos a aprender algo de este Camino de la mano del profeta Elías y por último de san Pedro, que anduvo un poco (poco) sobre las aguas.

- Vamos a profundizar hoy en este texto de la primera lectura. Es del Antiguo Testamento. Mirad cómo este texto es tan rico en significados y con plena actualidad para nosotros y nuestra relación con Dios. Nos dice simplemente esta primera lectura que el profeta Elías subió a un monte, entró en una gruta y pasó allí la noche. Vamos a ir desmenuzando estos datos:

1) También nosotros hemos de subir a un monte. Quien tiene experiencia de hacer senderismo por las montañas (imaginemos que estamos subiendo a Peña Sobia en Teverga, o hacemos una ruta por las Ubiñas, o vamos a los lagos de Saliencia de Somiedo…) sabe que en la subida hay esfuerzo, hay sudor, hay incertidumbre por temor a perderse, pues el camino puede ser desconocido y no estar bien señalizado, pero también hay belleza del paisaje, aire puro, satisfacción al llegar a la cima. No podemos entrar en la cueva de Dios, si antes no hemos subido al monte de Dios con todas las experiencias que acabo de anotar. Para acercarnos al Señor lo primero que tenemos que hacer es subir una montaña: cuando tú, por seguir a Dios, sudas, te cuesta trabajo, tienes incertidumbre de si estás en el camino adecuado, y a la vez hay momentos de alegría, de belleza…, entonces estás subiendo la montaña de Dios. (CADA UNO TIENE SU PROPIA MONTAÑA Y SUS PROPIAS DIFICULTADES). Para subir esta montaña de Dios, no vale ir en ascensor, ni en helicóptero, ni en un todoterreno…, no vale el camino fácil de no hacer oración, de no ir a la Misa, de no leer la Palabra de Dios, de no sacrificarte por Él. Tienes que ir tú con tus propias piernas.

2) Bien. Ya hemos llegado a la cima del monte y, sin embargo, no hemos terminado. Ahora hemos de entrar en una gruta. Es una cueva oscura y tenemos miedo a la oscuridad, tenemos miedo a la estrechez, tenemos miedo a no respirar y a que se apodere de nosotros la ansiedad por la claustrofobia, tenemos miedo a no tener escapatoria y quedarnos encerrados por no saber encontrar la salida, tenemos miedo a los bichos, al frío, a la humedad… Entrar en la cueva de Dios es entrar en lo desconocido, en lo que no dominamos ni controlamos. Esta cueva significa las dificultades de la vida, la sequedad, el aburrimiento de la fe, la pereza, la desidia, el pensar que no mereció la pena subir la montaña y haber abandonado el valle de lo fácil, de lo de todos. Aquí estamos solos y nos sentimos solos. (CADA UNO TIENE SU PROPIA CUEVA Y SUS PROPIOS MIEDOS).

3) Ya, pero entrar en la cueva no es hacer un poco de espeleología, o entrar y salir inmediatamente, como quien hace una visita turística a las cuevas de Altamira o Valporquero. Dios nos pide que pasemos la noche en la cueva. Y aquí experimentamos más oscuridad, experimentamos soledad, experimentamos desasosiego, experimentamos miedo… Sí, quien entra en la cueva y permanece en ella, experimenta más profundamente el miedo, la incertidumbre, el no saber, la duda de si estaremos haciendo el tonto o si no será necesario tanto… (CADA UNO TIENE SU PROPIA NOCHE Y SU PROPIA OSCURIDAD).

            4) Se inicia el diálogo entre Dios y Elías.

* Solo quien ha dejado la comodidad de su casa, de su ciudad, de su ámbito de confort y ha subido la montaña durante días y días; solo ese puede llegar a la cima. Esto supone sacrificio y constancia. Mucha gente que cree en Dios, no ha subido a la montaña. Ha preferido la seguridad y la comodidad del valle.

* Solo quien entra en la cueva y lucha contra su claustrofobia, contra su miedo a lo desconocido, a la oscuridad; solo ese puede explorar la cueva. Y esto supone valentía y fiarse de Dios durante días y días. Mucha gente que cree en Dios y ha subido a la montaña, sin embargo, no ha querido entrar en la cueva. Sus miedos y su falta de fe le han impedido seguir la voz de Dios. Han preferido permanecer en su mediocridad antes que saltar a lo desconocido. Recordad aquella historia que os contaba hace unos meses del montañero que cayó en la noche en una montaña por la que iba escalando y quedó congelado a dos metros del suelo, cuando Dios le dijo que cortara la cuerda. No se fió y murió a un paso de la salvación.

* Solo quien permanece en esa cueva y no va simplemente de paso; solo ese puede experimentar lo que supone confianza en Dios y esperar contra toda esperanza de que en la oscuridad de la noche y de la cueva encontraremos la luz de Dios. Mucha gente que cree en Dios y ha subido a la montaña y ha entrado en la cueva, no se ha atrevido, sin embargo, a pasar la noche en la cueva. Quisieron enseguida salir afuera, al aire libre. No soportan los problemas, los dolores, el no entender, el no saber. Para con Dios hay que aprender a tener paciencia, a fiarse de Él, a entender su lenguaje de pagar bien por mal, que la muerte es vida, que el amor ha de llegar incluso a los enemigos, que la auténtica libertad es someterse a la voluntad de Dios…

* Una vez que el hombre de Dios ha superado estos tres obstáculos está en situación para poder escuchar a Dios y para poder dialogar con Dios. El creyente se ha purificado y ha expulsado de sí todo lo que se oponía a la escucha de Dios. El Señor le dice a Elías (a los que hemos tenido la confianza de vivir las tres experiencias) que Él va a pasar, que salga de la oscuridad, que salga ya de la gruta. Dios le dice a Elías (y a nosotros) que se quede de pie, en vigilancia, en espera activa.

Una vez que hemos subido a la montaña, que hemos entrado en la cueva, que hemos pasado la noche en ella, que entendemos un poco el lenguaje de Dios, nos falta la última prueba. Esta última prueba es el discernimiento: dónde está Dios y dónde no está Dios.

Pasa el viento recio que rompe las piedras, pero en el espectáculo no está el Señor.

Pasa un terremoto que destroza y asusta, pero en el terremoto no está el Señor.

Pasa el fuego que consume, que hiere, que alumbra, que se anuncia con el humo, que se ve a kilómetros, pero en el fuego no está el Señor.

Pasa un ligero susurro y el profeta reconoce aquí al Señor. El Señor no está, normalmente, en lo espectacular, en el ruido. Por eso, tanta gente no percibe al Señor discreto, humilde, sencillo y casi silencioso.

            ¿Dónde busco yo a Dios? ¿Dónde he encontrado a lo largo de mi vida a Dios?

            - El evangelio de hoy va en la misma línea que acabo de explicar: Pedro es llamado por Dios a salir de la barca, de lo seguro, a pisar el agua de la mar, a soportar vientos, a dejar seguridades humanas para pasar a seguridades divinas. Tiene el arranque de saltar fuera de la barca, pero duda: se dice a sí mismo que no se puede andar sobre el agua, se está alejando de la barca, hace un viento terrible y se empieza a hundir. En vez de confiar en el Señor, sigue dudando e insultándose por haber saltado fuera de la barca.

            La búsqueda de seguridades humanas nos aleja de las seguridades de Dios. El llenarnos de las cosas humanas nos incapacita para escuchar a Dios, para seguir a Dios.

            Este es el mensaje de Dios hoy: fíate de Dios, sal de tu comodidad y de tu egoísmo, esfuérzate, no tengas miedo. Detrás de la montaña, de la cueva, de la oscuridad de la noche… está algo maravilloso: Dios.