jueves, 25 de abril de 2013

Domingo V de Pascua (C)



28-4-2013                               DOMINGO V DE PASCUA (C)

Homilía domingo V Pascua (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Hoy quisiera hablaros de las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad o el amor. Mientras vivamos en la tierra, son las virtudes que nos tienen que acompañar siempre a los cristianos. Vamos a tratar de explicarlas hoy un poco, ya que aparecen en las tres lecturas que acabamos de escuchar.
            FE. Se decía en la 1ª lectura que los apóstoles exhortaban a los cristianos “a perseverar en la fe diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios”.
1) La fe es un encuentro personal y amoroso de Dios conmigo, lo cual provoca en el hombre una respuesta.
2) La fe es fiarse de Dios, confiar en él, como un niño que se fía de su madre y que ésta no va a echarle veneno en la comida o no va entrar por la noche en la habitación mientras duerme y lo va a asesinar.
3) La fe es saber que puedo dar la mano a Dios y que Él me va a llevar por sitios buenos y con Él voy a estar protegido.
Hoy también la Iglesia nos exhorta, nos pide que seamos constantes en creer. No es fácil. Vemos muchos fallos en la Iglesia, vemos que Dios parece no dar una respuesta rápida y convincente a los problemas de los hombres. Vemos cómo, en muchas ocasiones, parece que les va mejor en todo a los que no tienen fe. A veces no vemos para qué puede servir el creer. A veces está todo muy oscuro: hay que estar sacrificándose siempre para venir a la Misa, para ser buenos y honestos, para confesar, para rezar... y no vemos que saquemos nada productivo de todo esto.
Pero lo mismo que Dios se fía siempre de nosotros, también nosotros tenemos que ser constantes para fiarnos de El en todas las ocasiones de la vida. Un ejemplo: Permitidme que os lea un trozo de una carta que me escribía una conocida: “Le voy a contar algo de mi vida. Murió mi padre, con todo el conocimiento. Antes de morir no se ocupaba de las cosas de la tierra, pensaba en el cielo. Murió como un santo. Tanto le quería que pensé que el mundo venía sobre mí, tanto dolor tenía... Hablaba con la gente buscando consuelo; nadie me ayudaba. Un día fui a un funeral y me fui a confesar... Salí de la iglesia contenta, empezaba a ver las cosas de otra manera. Mi hija de 4 años también estaba siempre rezando y un día le dio por decir: ‘Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.’ Lo decía sin cesar. Yo lo tenía oído muchas veces, pero nunca se me grabó tanto como ese día... Hoy lloro la falta de mi padre, pero soy feliz. Puedo decir: ¡Bendito seas, Dios mío, qué bien haces las cosas!” Otro ejemplo; éste de un periodista que era ateo y en un momento de su vida descubrió a Dios y descubrió la fe: “Te comento una experiencia intensa que tuve el pasado viernes. Me tocó hacer la información del funeral de uno de los dos chicos que mataron a tiros en N. Fue un funeral religioso, aunque su familia se encontraba más bien lejos de la Iglesia. De hecho, éramos una minoría los que sabíamos responder al sacerdote. Hubo dos cosas que me impresionaron en una Iglesia que estaba llena con gente que trabaja en puticlubs y esos ambientes. Por una parte, el respeto a la muerte y al propio lugar sagrado. Además, noté en ellos ese frío que en su momento yo noté en el funeral de mi tía, el frío de las personas que se encuentran al margen de la Fe, el frío de la vida sin esperanza. Fue una impresión pero muy honda”.
            ESPERANZA. En la 2ª lectura dice S. Juan: “Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva... Vi la ciudad santa... que descendía del cielo, enviada por Dios... Y escuché una voz potente que decía desde el trono: -Esta es la morada de Dios con los hombres... Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor”.
1) La esperanza no es sentarse en la estación del tren o del ALSA y quedarse quieto hasta que llega el autobús o el tren.
2) La esperanza significa tener la seguridad de que Dios no nos abandonará, de que los sufrimientos y privaciones de algunos momentos encontrarán la recompensa adecuada.
3) Con la esperanza un cristiano es siempre optimista y a la vez realista. Pero esta misma esperanza hará que el cristiano luche siempre por instaurar los valores del Reino de Dios en este mundo, porque la esperanza es activa; pero también hará que el cristiano sepa que la perfección total no se alcanza aquí en la tierra, sino que será lograda en el cielo y como un puro regalo de Dios.
            CARIDAD. Cristo (nos dice el evangelio) nos deja un mandamiento: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. No basta sólo con amarnos, sino que hemos de hacerlo como Él lo ha hecho con nosotros. Este amor que se nos pide no puede nacer sólo de los afectos del corazón, sino que nace de la fe (como en el caso del amor a los enemigos). Nadie puede amar de este modo (como Jesús nos ama), si antes no ha recibido y experimentado ese amor de Dios en sus propias carnes.
            En mayo de 2003 un joven habló ante Juan Pablo II y unos 700.000 jóvenes en Cuatro Vientos. Les dijo lo siguiente: “Querido Santo Padre: Me llamo Guillermo Blasco. Tengo 19 años, pertenezco a una familia de seis hijos y estudio arquitectura técnica. Nací el día de la Inmaculada y la Virgen me ha llevado siempre bajo su manto. Mis padres me han educado en la fe.
Desde niño, Santo Padre, he sentido en mi corazón algo grande. En 1998 peregriné a Santiago de Compostela con un grupo que surgía de las manos de María: los Montañeros de la Asunción. Ese camino me hizo un bien inmenso. Allí sentí que Cristo quería algo más de mí.
El 15 de agosto de 1998, día de la Asunción, murió mi hermano Fernando en Irlanda en un atentado terrorista. Tenía 12 años. Este hecho marcó mi vida de adolescente. Esa misma noche, cuando supe lo ocurrido, llamé hasta la madrugada a todos los hospitales de Irlanda. Al día siguiente, se confirmó la terrible noticia e, inmediatamente, fui a Misa con mi padre. Entre la perplejidad y el miedo, una pequeña luz se encendió en el horizonte. Era la luz del camino de Santiago, algo que había penetrado hasta lo más profundo de mi ser. En la comunión encontré una fuerza que jamás hubiese imaginado. Nunca había visto el poder de Dios en las personas. Cuando mis padres perdonaron a los asesinos de mi hermano, su testimonio se gravó a fuego en mi corazón. Desde entonces tengo la convicción de que la Virgen ha intercedido de una forma muy especial por mi familia.
La muerte de mi hermano supuso un gran cambio para mí. Mi familia se unió como una piña, y gracias al ejemplo de mi madre, comencé a ir a Misa todos los días antes de clase. Lo necesitaba. Había descubierto que Jesús es el mejor amigo, del que nadie me puede separar. Vi también que necesitaba la fuerza interior que me da la Eucaristía. Fueron tiempos duros, Santidad, pero la comunión diaria, y el testimonio cristiano de mis padres mantuvieron a flote mi esperanza”[1].
            Hay una frase muy famosa de la M. Teresa de Calcuta y que es una gran verdad: “Hay que amar hasta que DUELA”. Sí, amar, como Cristo nos amó y nos ama, duele. ¿Por qué?
1) Porque el amor nos hace morir a nosotros mismos para que vivan otros.
2) Porque, con frecuencia el amor no tiene respuesta de amor. En esto Dios es especialista. Su amor para con nosotros, con mucha frecuencia es acogido sólo en una pequeñísima parte o despreciado totalmente. Nuestro amor para los demás, si queremos que se asemeje al de Jesús, debe partir de la experiencia de ser amados por Dios.


[1] Como se ve en estas palabras de Guillermo están indisolublemente unidas la fe, la esperanza y la caridad. Así es y así debe de ser.

jueves, 18 de abril de 2013

Domingo IV de Pascua (C)



21-4-2013                               DOMINGO IV DE PASCUA (C)

Homilía del domingo IV de Pascua (C) El Buen Pastor from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Celebramos hoy el 4º domingo de Pascua, también llamado como domingo del Buen Pastor. Vamos a profundizar un poco en este tema:
            - En la Misa Crismal de esta Semana Santa el Papa Francisco nos dijo a los sacerdotes lo siguiente: “El sacerdote que sale poco de sí […] se pierde lo mejor de nuestro pueblo; eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» –esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note–”.
            - ¿Cuáles son los medios para que los sacerdotes podamos oler a oveja? ¿Cuáles son los medios para que los sacerdotes no seamos gestores o meros funcionarios de las cosas religiosas? ¿Cuáles son los medios para que los sacerdotes vayamos dejando nuestra piel en las parroquias o en otras tareas pastorales que tenemos encomendadas por el Espíritu Santo a través de nuestros obispos? Algunos de estos medios son los siguientes:
1) El sacerdote que es buen pastor tiene que conocer y amar a sus ovejas. La única forma que yo conozco para conocer a los fieles es… TRATARLOS. Cualquier momento es bueno para tratar a los fieles: cuando se acercan ‘a pedir una Misa’, o a solicitar un bautismo, o un funeral, o un matrimonio, o una limosna, o a desahogar, o se ofrecen para colaborar con la parroquia en catequesis, en Caritas, para poner una bombilla, o a dar una limosna, o a quejarse… Y el roce hace el cariño. En efecto, cuando uno acoge con amabilidad y con una sonrisa, y escucha con atención a la persona en su situación concreta…, entonces se establece una corriente de afecto, que puede crecer hasta el cariño y, más adelante, hasta el amor.
2) El sacerdote que es buen pastor tiene que alimentar y defender a sus ovejas, incluso hasta la dar la vida por ellas. El sacerdote que quiere alimentar bien a sus ovejas procura buscar comida buena: la Palabra de Dios, ejemplos de santos, doctrina sana de la Iglesia y no simplemente lo nuevo o lo antiguo, y para ello estudiará, leerá y se preparará. Un sacerdote no puede limitarse a la media hora de la Misa, sino que trabajará, rezará y reflexionará para ‘cocinar’ ese alimento que ha de dar a las ovejas que Dios ha puesto en sus manos; también el sacerdote alimenta a las ovejas con el ejemplo propio. Mas nadie da lo que no tiene. Si un sacerdote no tiene paz, no puede dar paz; si no tiene alegría, no puede dar alegría; si no ha experimentado a Cristo muerto y resucitado, no lo podrá dar a ese Jesús vivo; si no vive austeramente, no podrá ayudar a los necesitados; si no sufre y vence al sufrimiento, sus palabras sonarán a hueco; si no es generoso, no podrá darse (en palabras del Papa: ‘no podrá salir de sí’).
El sacerdote que quiere defender a sus ovejas tiene que estar preparado a no huir, a no quejarse cuando le den golpes, cuando hablen mal de él (con razón o sin ella). El sacerdote debe saber que unos le pondrán por las nubes y otros por los infiernos[1], pero no le debe importar lo que digan uno u otros, sino lo que piense y diga Dios. Esto es lo que cuenta de verdad. ¡Qué más da que los demás hablen maravillas de uno, si Dios mismo ve otra cosa! ¡Qué más da que los demás digan lo peor de uno, si Dios mismo ve otra cosa! Al final, será Dios quien nos juzgue y no la gente, sean éstos de dentro o de fuera de la Iglesia.
3) El sacerdote que es buen pastor tendrá también que buscar a las ovejas, si alguna se pierde, y atraer a las ovejas dispersas. El sacerdote no puede conformarse con las personas que vienen a los locales parroquiales. Hay que acoger a los que vienen, pero también hay que salir al encuentro de los que no vienen nunca o vienen sólo ocasionalmente.
Dos apuntes más y totalmente necesarios:
            4) El sacerdote que es buen pastor sabe que todo lo anterior no lo hace él; no puede hacerlo él por sí mismo. Es una tarea que sólo puede hacerla Jesús; Él sí que es el Buen Pastor por excelencia. Ya puede cualquier sacerdote hacer todos los milagros del mundo o amar hasta dar la última gota de su sangre o predicar como los ángeles que, si Dios no abre el corazón y el alma de cada hombre que escucha las predicaciones o ve los milagros o recibe ese amor del sacerdote, todo se perderá. También es verdad que, aunque el sacerdote haga todo lo que hemos dicho y Dios quiera abrir el alma y el corazón del hombre, si éste no quiera, entonces será un ‘hombre pato’. ¿Sabéis cómo hace un pato? Se echa al agua, pero tiene las plumas de tal manera que, por mucho que se moje o se zambulla en el agua, nunca se moja. Pues el hombre pato es igual: aunque Dios quiera y el sacerdote actúe, como ese hombre no quiera ni ver, ni escuchar, ni abrir su corazón y su alma, todo quedará en nada. Ya lo indicaba Jesús de alguna manera: El rico contestó: ‘Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento’. Abraham respondió: ‘Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen’. ‘No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán’. Pero Abraham respondió: ‘Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán’ (Lc 16, 27-31).
            5) Lo mismo que el sacerdote tiene sus tareas como buen pastor (aquí se han apuntado algunas), también las ovejas, los fieles tienen las suyas. En muchas ocasiones he asistido a ‘piques’ entre el marido y la mujer, porque el primero preguntaba a la segunda: ‘¿En qué te ayudo? Y ella contestaba: ‘A mí… en nada. La casa no es mía solamente; es de los dos y las cosas que tú hagas no es para ayudarme a mí, sino que ambos colaboramos en una misión común, que nos corresponde por igual a los dos’. En efecto, a los dos les corresponde pasar la aspiradora, cocinar, atender la ropa y tener la casa en orden. A los dos les corresponde atender a los hijos (llevarlos al médico o acudir a las reuniones del colegio). A los dos les corresponde hacer las compras, las maletas para un viaje y los trámites en el banco o en el ayuntamiento. Pues esto mismo pasa y ha de pasar en una parroquia o en la Iglesia. La oveja no ayuda al pastor, el feligrés no ayuda al sacerdote, sino que ambos participan (cada uno a su modo, con sus cualidades y carismas) en la misma y única misión de Cristo. Esto que es una perogrullada… en tantas ocasiones no está nada claro, ni para el sacerdote ni para el feligrés. Cuando un sacerdote dice en una parroquia: ‘¡Aquí mando yo!’, no ha entendido para nada la Iglesia que Dios quiere y la Iglesia que Cristo ha fundado. Cuando un fiel se desentiende de su labor en la Iglesia o acude a ésta como si fuera al supermercado, del que coge el producto que quiere (la primera Comunión de su hijo), lo coge y con exigencias[2] y luego desaparece, tampoco ha entendido para nada la Iglesia que Dios quiere y la Iglesia que Cristo ha fundado.

            En definitiva, el sacerdote tiene que oler a oveja (a feligrés) y la oveja (feligrés) tiene que oler a sacerdote. Esto implica el trato mutuo, pues todos estamos en la misma Iglesia de Cristo Jesús.

[1] Ya lo decía Jesús: ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! (Lc. 6, 26).
[2] Recuerdo que hace años un chico y su novia querían casarse por la Iglesia. Ellos no acudían para nada a la parroquia ni a la Iglesia. Querían casarse un sábado y a las 7,30 de la tarde. A esa misma hora era la Misa parroquial. No entendían que el sacerdote no quitara la Misa parroquial para dejarles a ellos celebrar ‘su boda’: ‘Estos curas nos quitan la fe’. Por supuesto, esta pareja celebraría su boda y no volvería a aparecer por la parroquia y por la Iglesia en una larga temporada.

jueves, 11 de abril de 2013

Catequesis mistagógica sobre los ritos de la Misa (II)

El 10 de abril de 2013 tuvo lugar en la Basílica del Sagrado Corazón de Gijón la segunda catequesis sobre los ritos de la Misa.
A continuación os pongo el enlace para escuchar la charla. Si queréis ver el escrito tenéis que buscar la catequesis que impartí el 6 de febrero de este mismo año.
Un abrazo y que Dios os bendiga.


                          Andrés

Catequesis en audio (II)

Domingo III de Pascua (C)



14-4-2013                               DOMINGO III DE PASCUA (C)

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
                - Dicen Pedro y los apóstoles en la primera lectura que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Y esta respuesta les vale para que los judíos les den una paliza (“azotaron a los apóstoles”). Nosotros, ¿a quién obedecemos antes: a Dios o a los hombres?... Voy a poner un ejemplo de actualidad para que nos ayude a reflexionar a la hora de contestar a esta pregunta: hace un tiempo me llamó una madre de familia que tenía a su hijo pequeño en un colegio concertado de religiosas. Por aquella época el Consejero de Educación del Principado había suprimido una serie de aulas en varios colegios de Asturias, y esta decisión había afectado a este colegio. Como consecuencia de ello resultó que este niño, entre otros, se iba a quedar en principio fuera del colegio. Sin embargo, a pesar de la supresión de aulas, quedaron una serie de plazas libres (pocas) y la directora del colegio las daría según los puntos acumulados por cada niño. Entonces daban puntos por las siguientes razones: (1) un punto si el niño estuvo ya en educación infantil en ese mismo colegio; (2) un punto también si el niño tenía otros hermanos en el colegio; (3) otro punto si el niño vivía en la zona; (4) y otro punto si los padres tenían una renta baja, demostrado esto con la última declaración del IRPF. Este niño en cuestión tenía puntos por el primer y el tercer apartados. La madre me contaba que había padres que, aunque no vivían en la zona, empadronaban a sus hijos con otros parientes o amigos en esa zona; así tenían otro punto para su hijo. Además, iban al banco para que les falsificasen la declaración de la renta y de este modo pudiesen figurar unos ingresos familiares más bajos; de esta manera tenían otro punto, aunque fuera de un modo fraudulento. A la madre que me llamó le decían otras personas (amigos, el director del banco, un inspector de Hacienda conocido) que falsificase la declaración de la renta. Su madre (es decir, la abuela materna del niño) le decía a su hija que no hiciera nada de eso, que estaba mal. Ella tenía un lío en la cabeza: por una parte, no quería utilizar medios engañosos para conseguir que su hijo se quedase en el colegio, pero, por otra parte, su hijo estaba muy contento en el colegio, y ella y su marido también. Pero, si no hacía algún tipo de engaño, entonces otros niños, con menos derechos que el suyo, se quedarían en el colegio y el suyo tendría que salir fuera. LA PREGUNTA DEL MILLON: Si nosotros estuviéramos en su caso, ¿qué haríamos: falsificaríamos la declaración de la renta o no? Y lo que en definitiva subyace en todo esto: ¿a quién obedecemos: a Dios, que nos manda siempre decir la verdad, aunque sea en perjuicio propio, o a los hombres para aprovecharnos o para que no nos pisen en lo que es justo? ¿Justifica el fin los medios usados?
            Como veis lo planteado por Pedro en la primera lectura es tremendamente actual y no sólo en el caso de los colegios, sino también en otros casos. La cuestión es tremendamente difícil sabiendo como sabemos que, si obedecemos a los hombres y hacemos lo que nos conviene, entonces lo más seguro es que nos podamos salir con la nuestra y la gente nos diga ‘qué listo eres’[1]. Si, por el contrario, obedecemos a Dios, lo más normal es que ‘nos azoten’ como a los apóstoles, que nos llamen tontos, que las cosas nos salgan al revés de nuestros deseos y que se pueda cometer una injusticia con nosotros o con los nuestros. Los apóstoles prefirieron esto último y fijaros cómo termina la primera lectura: “los apóstoles salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”.
            Cuando estaba preparando esta homilía, se me vino a la mente un episodio que se narra en las Florecillas de San Francisco de Asís (os recomiendo su lectura). En este episodio se nos presenta un caso de obediencia radical por parte de un creyente a las palabras de Dios. Escuchad: “Bernardo de Asís, que era de los más nobles, ricos y sabios de la ciudad, fue poniendo atención en San Francisco. Y así, una noche lo convidó a cenar y a dormir en su casa. Y San Francisco aceptó; cenó y durmió aquella noche en casa de él. Entonces, Bernardo quiso aprovechar la ocasión para comprobar su santidad. Le hizo preparar una cama en su propio cuarto, alumbrado toda la noche por una lámpara. San Francisco, en cuanto entró en el cuarto, se echó en la cama e hizo como que dormía; poco después se acostó también Bernardo y comenzó a roncar fuertemente como si estuviera profundamente dormido. Entonces, San Francisco, convencido de que dormía Bernardo, dejó la cama al primer sueño y se puso en oración, levantando los ojos y las manos al cielo, y decía con grandísima devoción y fervor: ‘¡Dios mío, Dios mío!’ Y así estuvo hasta el amanecer, diciendo siempre entre copiosas lágrimas: ‘¡Dios mío!’, sin añadir más. Bernardo veía, a la luz de la lámpara, los actos de devoción de San Francisco, y, considerando con atención las palabras que decía, se sintió tocado e impulsado por el Espíritu Santo a cambiar de vida. Así fue que, llegado el día, llamó a San Francisco y le dijo: ‘- Hermano Francisco: he decidido en mi corazón dejar el mundo y seguirte en la forma que tú me mandes’. San Francisco, al oírle, se alegró en el espíritu y le habló así: ‘- Bernardo, lo que me acabáis de decir es algo tan grande y tan serio, que es necesario pedir para ello el consejo de nuestro Señor Jesucristo, rogándole tenga a bien mostrarnos su voluntad y enseñarnos cómo lo podemos llevar a efecto. Vamos, pues, los dos al obispado; allí hay un buen sacerdote, a quien pediremos diga la misa, y después permaneceremos en oración hasta la hora de tercia, rogando a Dios que, al abrir tres veces el misal, nos haga ver el camino que a Él le agrada que sigamos’. Así, pues, se pusieron en camino y fueron al obispado. Oída la misa y habiendo estado en oración hasta la hora de tercia, el sacerdote, a ruegos de San Francisco, tomó el misal y, haciendo la señal de la cruz, lo abrió por tres veces en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Al abrirlo la primera vez salieron las palabras que dijo Jesucristo en el Evangelio al joven que le preguntaba sobre el camino de la perfección: ‘Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y luego ven y sígueme (Mt 11,21). La segunda vez salió lo que Cristo dijo a los apóstoles cuando los mandó a predicar: ‘No llevéis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni calzado, ni dinero (Mt 10,9), queriendo con esto hacerles comprender que debían poner y abandonar en Dios todo cuidado de la vida y no tener otra mira que predicar el santo Evangelio. Al abrir por tercera vez el misal dieron con estas palabras de Cristo: ‘El que quiera venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16,24). Entonces dijo San Francisco a Bernardo: ‘- Ahí tienes el consejo que nos da Cristo. Anda, pues, y haz al pie de la letra lo que has escuchado; y bendito sea nuestro Señor Jesucristo, que se ha dignado indicarnos su camino evangélico’. Oyendo esto, fue Bernardo y vendió todos sus bienes, que eran muchos, y con gran alegría distribuyó todo a los pobres, a las viudas, a los huérfanos, a los peregrinos, a los monasterios y a los hospitales”.
            Y es que San Pedro obedeció a Dios antes que a los hombres, porque antes había contestado que sí a las tres preguntas de Jesús resucitado: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Como su respuesta fue que sí, entonces Jesús le dijo: “Sígueme”.
            Con estas palabras tenemos tarea para toda la semana… y para toda la vida.

[1] También es cierto (no se puede negar) que, si no mentimos, los demás lo pueden hacer y el resultado será de una tremenda injusticia para nosotros y/o para los nuestros. Si todos utilizaran la verdad, estaba claro que nosotros igualmente la usaríamos y entonces el resultado sería lo más justo para todos.

jueves, 4 de abril de 2013

Domingo II de Pascua (C)



7-4-2013                                 DOMINGO II DE PASCUA (C)


Homilía del Domingo II de Pascua (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Como ya sabéis el segundo domingo de Pascua está dedicado a la Misericordia Divina; por eso, a este día se le conoce como el Domingo de la Misericordia.
             Voy a contaros una historia y, a partir de ella, reflexionaremos y trataremos de aplicarla a nuestra vida:
            Había un monje que se había ganado por méritos propios el sobrenombre de Fray Refunfuñón. Trabajador, sacrificado, generoso y piadoso como él solo. Pero exigente consigo mismo y con los demás; impaciente, irritable y refunfuñón como ninguno en su convento. No es que no intentase corregirse. Todo lo contrario. Pero, cuanto más se esforzaba por controlar sus nervios, y cuanto más se mordía su lengua, más crecían las tensiones y más se agravaba el problema.
            Durante unos ejercicios espirituales tuvo una experiencia de conversión muy profunda y sincera. En su corazón grande y generoso resonaba la exhortación del Apóstol: ‘Renunciad a vuestra conducta anterior: despojaos del hombre viejo, que se corrompe siguiendo sus apetencias engañosas. Renovaos espiritualmente: revestíos del hombre nuevo, creado según Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa’ (Ef. 4, 22-24). Y en su corazón grande y generoso Fray Refunfuñón decidió que había llegado la hora de dar por muerto al hombre viejo conflictivo y refunfuñón; ese hombre viejo que por tantos años había amargado su vida y la de otros. A partir de estos ejercicios iba a ser un hombre nuevo, modelo de paciencia, tolerancia, afabilidad y suavidad, imagen viva del divino Maestro Jesús.
Y manos a la obra. El último día de los ejercicios fue al cementerio, situado dentro del huerto monacal, cavó una fosa, y simbólicamente enterró al hombre viejo, con fervientes preces por su eterno descanso. Sobre el lugar puso una cruz con el epitafio: ‘Aquí yace el hombre viejo, Fray Refunfuñón, R.I.P.’.
Todas las tardes, después de terminar el trabajo, el buen monje acudía a su propia tumba y rezaba por el eterno reposo de Fray Refunfuñón. Todo iba tan bien por algún tiempo, que algunos compañeros pensaban ya rebautizarle con el nombre de Fray Afable. Pero al cabo de unas semanas el hombre viejo comenzó a dar señales de vida (no en la tumba, sino en el monje). Y un buen día se produjo una explosión como las de antaño, o más gorda aún. Al atardecer de ese día el pobre monje, triste y avergonzado de sí mismo, acudió al cementerio como de costumbre, y vio que algo había cambiado. Al pie de la cruz una nota anunciaba: ‘No está aquí. ¡Ha resucitado!’
Pero los ejercicios espirituales, y las luchas, y las plegarias, y la misma caída no habían sido en vano. Fray Refunfuñón había madurado sorprendentemente. Arrancó la cruz de la tumba y con ella volvió a casa más humilde y más sabio. De triste ¡nada! Contento y agradecido a Dios de ser como era; y sobre todo, contento y agradecido de tener un Dios como el que tenemos los cristianos. ‘El esfuerzo será mío’, le dijo al Señor; ‘y ése será mi modo de decirte que te amo. El éxito vendrá sólo de ti; cómo, cuándo, y en la medida que tú quieras. ¡Bendito seas en todo y por todo, mi Señor!’
Lo peligroso e inmaduro hubiera sido enterrar sus fallos y defectos en el subconsciente, y revestirlos de virtud. Lo peligroso e inmaduro hubiera sido cruzarse de brazos, y justificar su conducta con un ‘¡Así soy yo!’ Lo peligroso e inmaduro hubiera sido enfadarse con Dios, o consigo mismo cada vez que recaía. Nada de eso. Fray Refunfuñón siguió luchando con su hombre viejo día a día, pero con gran paz, serenidad y humildad. En su lucha cotidiana mostraba su gran amor a Dios. Cada caída, llevada con humildad y paciencia, le acercaba más a Dios. Luchando con paz y serenidad, y sin preocuparse demasiado del éxito, disminuyeron considerablemente sus tensiones internas; y con ello, disminuyeron las caídas”.
            ¿Os gustó? Lo más importante de esta historia es la parte final, en la que el fraile no se hunde con la primera caída después de su 'entierro'. No se hundió, no se justificó. Humildemente se echó en los brazos de Dios sabiendo que todo bien y todo fruto bueno procede de Él, pero Él necesita nuestro esfuerzo. Esta es la Misericordia de Dios, la que está unida indisolublemente al hombre que lucha, cae, se arrepiente, confiesa su radical pobreza, se vuelve a agarrar a la mano tendida de Dios y se vuelve a levantar y, a la vez, es levantado por Él.
            Esto es lo mismo que ocurrió con el apóstol santo Tomás, 'Fray Pruebas'. También santo Tomás 'cayó' por su increencia y, una vez que palpó a Jesús resucitado, humildemente se agarró a Su mano para ser levantado.
            Todos caemos: unos por la ira descontrolada, otros por las dudas constantes de Dios y de su cercanía, otros por la codicia, otros por la lujuria, otros por la soberbia... Para todos ellos (para todos nosotros) Dios tiene la misma respuesta: su Misericordia que da vida, paz, fuerza, humildad, esperanza....
            ¡Que tu Misericordia, Señor, descienda sobre nosotros todos los días de nuestra vida!