lunes, 26 de septiembre de 2016

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (C)



2-10-2019                   DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (C)
                                                  Hab.1, 2-3; 2, 2-4; Slm. 94; 2 Tim. 1, 6-8.13-14; Lc. 17, 5-10
            Ha terminado el período vacacional y comenzamos el curso 2016-2017. ¿Qué nos depararán estos meses venideros? No hablo en el ámbito social y político, sino más bien en el personal: es decir, en los ámbitos familiares, de amistades y sobre todo en el ámbito espiritual. ¿Qué regalos nos hará el Señor durante este curso que está comenzando? ¿Qué dones y gracias repartirá entre nosotros? ¿Avanzaremos un poco más en nuestra vida de fe y en nuestra vida cristiana?
            - Me gustaría que, en este curso, Dios entrara un poco más en nuestro espíritu. ¿Cómo? Pues con cosas muy sencillas. Más que hacer grandes cosas o muchas cosas pienso que se trata de cambiar algunas percepciones de la vida, y ello implica cambios interiores, que luego salen al exterior en nuestros hechos, gestos o palabras. Vamos con un sencillo ejemplo: el otro día, al regresar del cementerio con un chico de la funeraria, éste me comentó: “Como decía un jefe mío: ‘Bueno, un día más de trabajo y un día menos de vida’”. Inmediatamente me di cuenta de que esta expresión es correcta…, desde el punto de vista humano. En efecto, en este día hemos estado trabajando, por lo tanto echemos en nuestra contabilidad particular ‘un día más de trabajo’. Asimismo, en este día hemos agotado 24 horas más de nuestra vida terrenal y ya nos falta una jornada menos para morir. Pero visto desde el punto de vista de Dios, la frase tendría que ser más o menos así: “1) Un día más de trabajo… para el bien de mi familia, para el bien de la sociedad. Un día más colaborando con Dios en esta maravillosa creación que Él nos ha regalado. 2) Sí, es verdad, también un día menos de vida terrenal; sí, porque nacemos para morir. 3) Sin embargo, y esto es lo fundamental, un día menos para llegar a la VIDA ETERNA. Sí, ya nos falta menos para llegar a su Reino y a los brazos de Dios”. Así redactado este párrafo, la frase primera y el hombre que la pronuncia se despojan de todo el fatalismo que rezumaban las ideas de aquel jefe del chico de la funeraria y con este nuevo párrafo se llena de esperanza el hombre que vive en  este mundo.
            En el siguiente hecho que os narro se ven claramente las diferencias de dos personas que actúan, una solamente desde el punto de vista humano, y otra desde el punto de vista divino: “Un turista en la India visitó un hospital de leprosos. Allí vio a una religiosa curando las carnes podridas de un pobre leproso. Asqueado frente a lo que tenía delante le dijo a la religiosa: ‘Yo no haría eso que Vd. está haciendo ni por un millón de dólares’. Ella respondió: ‘Vea Vd., ni yo tampoco lo haría ni por un millón de dólares’. Asombrado el turista le preguntó: ‘¿Cuánto le pagan por hacerlo?’ La religiosa dibujó una sonrisa de felicidad y como quien no da importancia a las palabras le respondió: ‘No me pagan nada. Lo hago por amor’”. En efecto, desde el punto de vista humano, aquel turista tenía toda la razón para ver en el trabajo de la religiosa una tarea de asco, que se repetía día tras día y que le iba quitando días, semanas y meses de su vida terrena sin que la condujera a nada nuevo ni bueno. Pero la religiosa, que veía su trabajo desde el punto de vista de Dios, era capaz de vivir aquellos mismos hechos, que para el turista eran horribles, como un regalo a su corazón. Sí, cuando uno hace las cosas por amor y por Dios, recibe uno mucho más de lo que puede dar.
            - Decía un poco más arriba que me gustaría que, en este curso, Dios entrara un poco más en nuestro espíritu. ¿Cómo? En la segunda lectura que acabamos de escuchar san Pablo nos propone algunas pautas (él se lo decía a Timoteo, pero podemos poner cada uno nuestro propio nombre): “Reaviva el don de Dios, que recibiste […]; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios”.
            * Todos hemos recibido de parte de Dios una serie de dones y carismas para nuestro bien y para bien de todos: ¡¡Reavivemos esos dones y carismas y no dejemos que se mueran o que se pudran dentro de nosotros!!
            * A todos nosotros Dios nos ha dado un espíritu y un ánimo de amor, de buen juicio y de energía. ¡¡No nos acomplejemos ante la sociedad, ante las personas que nos rodean!! ¡¡Es mucho más grande lo que nos da Dios que lo que nos da el mundo!!
            * Dios no se avergüenza nunca de nosotros: seamos viejos o jóvenes, santos o pecadores, ricos o pobres, sanos o enfermos, listos o tontos… ¡¡Tampoco nos avergoncemos nosotros de Dios y de su santo Evangelio y de sus Palabras!!
            * Dios siempre está a nuestro lado. Siempre nos escucha, siempre nos ama, siempre nos perdona, siempre nos alienta… ¡¡Participemos también con Él en anunciar el Evangelio a todas las gentes!! Pensemos qué podemos hacer nosotros este curso 2016-2017 por Dios, por el Evangelio, por su santa Iglesia, por la parroquia, por las gentes que nos rodean… Hay ancianos y enfermos que visitar. Hay sagrarios que visitar. Hay pobres que atender. Hay niños que educar en la catequesis. Hay Misas que alegrar con nuestra participación activa y no podemos estar sólo como los bancos. En nuestros trabajos seamos diligentes y honrados. En nuestras familias seamos cariñosos y entregados. En el vecindario seamos participativos y generosos. ¡¡Que se note que nuestra fe en Jesucristo sale al exterior en palabras, acciones y gestos!!
            En este curso en las parroquias del concejo de Tapia de Casariego habrá catequesis de niños, de confirmación, formación de laicos, celebraciones de la Palabra, Eucaristías, coro parroquial, Caritas, Manos Unidas, grupo de visita a enfermos y ancianos, un taller de oración (Ignacio Larrañaga), ejercicios espirituales, Cursillo de Cristiandad, Cofradía de Ntra. Sra. de los Dolores y del santo Cristo, rezo del rosario, limpieza de los templos, peregrinaciones, adoración ante el Santísimo… Podemos escoger en qué participar y así cumpliremos el mandato de Dios a través de su apóstol san Pablo: “Reaviva el don de Dios, que recibiste […]; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios”.
            Y al terminar el curso 2016-2017 podremos cumplir lo que nos dice hoy Jesús en el Evangelio: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: ‘Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer’”.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (C)

25-9-2016                   DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (C)
                                                  Am. 6, 1a.4-7; Slm. 145; 1 Tim. 6, 11-16; Lc. 16, 19-31
PECADO-PERDON-CONVERSION (III)
            Reflexionábamos los domingos pasados sobre el pecado. Os decía que sólo el hombre que está cerca de Dios puede verse pecador. Quien ve a Dios, ve la santidad de Dios y, al mismo tiempo, ve su propio pecado; pero, a la vez, quien ve a Dios y ve su propio pecado, ve el perdón de Dios para con el hombre pecador. Dios no nos “restriega” nuestro pecado en las narices. Nos lo muestra y, a la vez y sobre todo, nos ofrece su perdón.
            - EL PERDÓN DE LOS PECADOS ESTÁ EN EL CORAZÓN DEL ANUN­CIO EVANGÉLICO. Jesús declara repetida­mente que ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido y no se contentó sólo con exhortar a los pecadores a que se convirtie­sen e hiciesen penitencia, sino que acogió a los pecadores para reconciliarlos con el Padre y les perdonó todos sus pecados. Como escuchamos hace dos domingos, Jesús comió con publicanos y pecadores y su comprensión hacia los pecadores la expresó en varias parábolas (la oveja perdida, el hijo pródigo).
            Con el mensaje de la reconciliación ofrecido por Dios a los hombres se abarca la práctica totalidad del mensaje de la salva­ción. La reconciliación es el primer fruto de la redención. Lo mismo que el pecado supone una triple ruptura: con Dios, con los demás y con uno mismo. El perdón de Dios supone la reconciliación del pecador con Dios, con los demás y con uno mismo. En efecto, la reconciliación 1) restablece a los hombres en su verdad más profunda y les conduce a la comunión con Dios a la que están ordenados desde su creación. Dios reconciliador alcanza al hombre en su interioridad más profunda, dándole un corazón nuevo y haciéndole participar del Espíritu y de sus dones que lo sitúan en una nueva forma de existencia. 2) Con la reconciliación el hombre, que estaba desgarrado por el pecado, reencuentra su unidad interior y su libertad más auténtica y se hace capaz de vivir conforme a su dignidad perso­nal. 3) El hombre reconciliado está capacitado para establecer una relación amorosa y auténtica con los demás. Se hace próximo a sus hermanos dando lugar a unas relaciones fundadas sobre el recono­cimiento de la dignidad del otro, de la justicia y de la paz.
            Además, la plena reconci­liación de todos los hombres se extiende a su vez a toda la creación. Recordemos el texto de Is. 11, 6ss: “El león y el cordero pastarán juntos, la pantera con el ternero, no habrá estrago por todo mi monte santo”. De aquí también viene eso que se nos cuenta de S. Francisco de Asís y su trato con el lobo que aterrorizaba a una comarca en Italia (Arezzo).
            - La reconciliación es un regalo de Dios que sólo podemos recibir, ya que se nos da sin mérito alguno de nuestra parte; pero, a la vez, cada uno debe conquistarlo con esfuerzo y lucha personal y, ante todo, mediante un cambio total interior, una CONVERSIÓN radical de toda la persona, una transformación profunda de la mente y el corazón.
            El hombre que se convierte 1) abandona cuanto le tenía alejado de Dios, rompe con su autosuficiencia -sus idolatrías y pecado-, renuncia a su actitud fundamental enfocada a la autoseguridad para dejarle todo el espacio a Dios en su vida. 2) Dios es para el hombre convertido en el criterio último y definitivo de su obrar. 3) El hombre convertido pasa a tener una confianza abso­luta en Dios y una firme esperanza en El. 4) El convertido ve operarse en él como un nuevo nacimiento, el surgimiento de una nueva criatura que reconoce que no hay, fuera de Dios, poder alguno al que debamos someter nuestra vida ni del que podamos esperar la salvación.
            La conversión, por su misma naturaleza, es ante todo y primariamente una realidad personal. Acontece en la intimidad de la persona, en su encuentro con Dios, y conlleva una honda modi­ficación de la orientación existencial que marca, a partir de entonces, la conducta total. La conversión es una transformación interior, perso­nal e intransferible,  que llega hasta el último fundamento del ser del hombre.
            Esta conversión supone, como en el caso del hijo pródigo, un darse cuenta de que uno se ha alejado libremente de Dios, que este alejamiento sólo ha traído consigo vacío, sole­dad, ruina y miseria. Uno se reconoce a sí mismo desilusionado por el vacío que lo había fascinado. En este momento es cuando se arrepiente de su egoísmo, de su autosufi­ciencia.  Por todo ello, el pecador se arre­piente y decide volver toda su persona a Dios; decide corregirse, no sólo en tal o cual punto concreto, sino cuestionarse a sí mismo en la totalidad del propio ser y disponerse para el cambio sin reser­vas. Y es que la conversión exige la ruptura con el viejo mundo de pecado, como uno que ha sido alcohólico-ludópata-drogadicto y ya no puede volver a beber-jugar-tomar drogas nunca más ni a frecuentar determinados ambientes y personas.  La conversión supone la decidida voluntad de no volver a pecar. Ello se realiza normalmente en un lento y laborioso proceso de madura­ción y de vida nueva, con altibajos y aún sus retrocesos prosi­guiendo el camino hacia adelante, a pesar de las recaídas, con humildad y confianza, puestos los ojos en Aquél que nos busca y sale al encuentro.
Voy a leer a continuación un relato de un soldado americano, que ilumina muy bien todo lo que he ido diciendo hasta ahora. Este soldado murió en el norte de África durante la segunda guerra mundial. En un bolsillo se le encontró un papel en donde ponía lo siguiente: “¡Escúchame, Dios mío!, nunca te había hablado; pero ahora quiero decirte: ‘¿Cómo te encuentras?’ Escucha, Dios mío; me dijeron que no existías y como un tonto me lo creí. La otra tarde, desde el fondo de un agujero hecho por un obús, vi tu cielo… De pronto me di cuenta de que me habían engañado. Si me hubiera tomado tiempo para ver las cosas que Tú has hecho, me habría dado cuenta de que esas gentes no consentían en llamar al pan pan. Me pregunto, Dios, si Tú consentirías en estrecharme la mano… Y, sin embargo, siento que Tú vas a comprender. Es curioso que haya tenido que venir a este sitio infernal antes de tener tiempo de ver tu rostro. Te quiero terriblemente; quiero que lo sepas. Ahora se va a dar un combate horrible. ¿Quién sabe? Puede ser que llegue yo a tu casa esta misma tarde… Hasta ahora nunca habíamos sido camaradas, y me pregunto, Dios mío, si Tú me vas a estar esperando a la puerta. Mira, ¡estoy llorando! ¡Yo, derramando lágrimas! ¡Ah, si te hubiera conocido antes…! ¡Bueno, tengo que irme! Es extraño, pero desde que te he encontrado ya no tengo miedo a morir. ¡Hasta la vista!” Este es un modelo de un hombre que vivió de espaldas a Dios, que se encontró con Él y que se convirtió, aunque no tuvo tiempo vivir terrenalmente en el día a día su amor por Dios.

Os deseo una feliz reconciliación y conversión a todos.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Domingo XXV del Tiempo Ordinario (C)



18-9-2016                   DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (C)
                                                               Am. 8, 4-7; Slm. 112; 1 Tim. 2,1-8; Lc. 16, 1-13
PECADO-PERDON-CONVERSION (II)
            Vamos a seguir con la segunda parte de las homilías referidas al pecado, al perdón y a la conversión. (Hacer un pequeño resumen de la homilía anterior: el pecado sólo se puede VER a la luz de Dios; Él nos lo hace ver y nos lo perdona; todo pecado conlleva una triple ruptura; todo pecado es personal, pero también social y eclesial).
- En ocasiones hay gente que me pregunta cuál es la diferencia entre pecado mortal o grave y pecado venial. No todos los pecados cometidos por los hombres tienen la misma gravedad. Ya en cierta medida se hace una distinción entre pecados en el Nuevo Testamento, por ejemplo, en 1ª Jn 5, 16-17: “Si uno se da cuenta de que su hermano peca en algo que no acarrea la muerte, pida por él y Dios le dará vida. Digo los que comenten pecados que no acarrean la muerte. Hay un pecado que acarrea la muerte; no me refiero a ése cuando digo que rece. Toda injusticia es pecado, pero hay pecados que no acarrean la muerte”. Asimismo el mismo S. Pablo en varias ocasiones nos habla de pecados que apartan de Dios, por ejemplo, en 1ª Co 6, 9-10: “¿Ha­béis olvidado que la gente injusta no here­dará el reino de Dios? No os llaméis a engaño: los inmora­les, idólatras, adúlteros, invertidos, sodomitas, ladrones, codicio­sos, borrachos, difamado­res o estafadores no heredarán el reino de Dios”. Podríamos alegar más textos en los que se apoya la doctrina de la Iglesia sobre la existencia de pecados graves o mortales y pecados veniales.
En definitiva, se llama pecado mortal al acto, mediante el cual un hombre, con libertad y conocimiento, rechaza a Dios, su ley, la alianza de amor que Dios le propone, rechaza también al prójimo, prefi­riendo volverse a sí mismo, hacia alguna realidad creada y finita, hacia algo contrario a la voluntad divina. Esto puede ocurrir de modo directo y formal, como en los pecados de idolatría, apostasía y ateísmo; o de modo equivalente, como en todos los actos de deso­bediencia a los mandamientos de Dios en materia grave. El hombre siente que esta desobediencia a Dios rompe la unión con su prin­cipio vital: es un pecado mor­tal, o sea un acto que ofende grave­mente a Dios y termina por volverse contra el mismo hombre con una oscura y poderosa fuerza de des­trucción. En definitiva, para que exista el pecado mortal se han de dar estas tres condiciones: materia grave, pleno conocimiento y libertad del hombre.
            Los pecados veniales son los actos humanos, que, sin romper la comunión y la amistad con Dios y sin apartarlo de su gracia, contradicen el amor de Dios y hacen que el hombre se detenga en su camino hacia Dios, y le debilitan para vivir aquella comunión  con Él. El cristiano no debe pensar que los pecados veniales, por el hecho de que no le apartan de Dios, son algo de poca importan­cia en su vida. Quien consiente, de modo habitual, en estos pecados, se coloca en un plano inclinado que le conduce al pecado grave y se va alejando poco a poco de Dios. Las personas que viven en un plano de complacencia de los sentimientos, de búsque­da de comodidades, terminan, casi de manera inevitable, viviendo sistemáticamente de espaldas al Evangelio. Los pecados veniales no privan de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna, mientras que tales privaciones son preci­samente consecuencia del pecado mortal. En definitiva, para que exista el pecado venial se han de dar estas tres condiciones: que no sea materia grave, pleno conocimiento y libertad del hombre.
            - Antes la pregunta de saber cómo y cuándo mis pecados son mortales o veniales, la Iglesia nos da varias pautas que quizás os parezcan un poco abstractas, pero las expongo a continuación con la intención de que os sirvan a todos:
            * En primer lugar es la conciencia la que nos dice cuándo una acción nuestra es pecado ante Dios, ante la Iglesia y ante los demás, y esa misma conciencia nos dice si ese pecado es grave o venial. El problema se plantea cuando lo que es pecado grave para uno, sin embargo, para otro no lo es. Esto depende de las circunstan­cias concre­tas de cada persona y de cada lugar. Voy a poner un ejem­plo muy concreto: la Misa. Es doctrina de la Iglesia que faltar a Misa un domingo es pecado grave. Ya en la carta a los Hebreos se queja S. Pablo de las faltas de cristianos a las Eucaristías: “No abando­néis las asambleas como algunos suelen hacerlo, sino más bien animaos unos a otros” (Hb. 10, 25a). Pero no es lo mismo esta falta en una persona que en otra; por ejemplo, no es lo mismo si falta a Misa una persona enferma o anciana, que en otra sana. No es lo mismo tampoco en cuanto al lugar, vg. si una persona falta a Misa en Oviedo (en donde hay Misas a cada hora y en cada esquina), estando en buena salud[1], que otra persona que tuvie­se que andar dos horas de camino por malos caminos de piedras y barro para poder acercarse a la igle­sia.
* Asimismo y conectado con lo anterior hay otro problema más grave que está subya­cente y es el de la conciencia bien o mal formada. Todos los cristianos tenemos la obligación de formarnos para conocer el Evangelio de Jesús y la doctrina de la Iglesia (con estudio personal y con re­uniones en nuestras parroquias o grupos cristianos). Y éste es hoy uno de los grandes pecados actuales, el no formarnos, el huir de la forma­ción de nuestras conciencias. ¿Qué hacemos, concretamente, para formarnos como cristianos y para formar nuestra conciencia? Por lo tanto, en segundo lugar la lectura espiritual y el estudio de las cosas de Dios, a través de la Biblia y de la doctrina de la Iglesia, nos ayudarán a discernir cuándo una acción concreta es pecado mortal o venial.
            * En tercer lugar, respecto a la materia existen algunos temas que por sí mismos ya son pecado grave, por ejemplo, lo contenido en los diez mandamientos. Aunque también es cierto que dentro del pecado mortal haya más o menos agravantes o atenuantes: por ejemplo, el lugar, la formación y la educación de la persona, la salud, la falta de libertad, etc.  Habría que ver cada caso en particular.
            * En cuarto lugar la consulta a personas preparadas, por ejemplo, a sacerdotes, bien sea en una conversación normal, durante la confesión o durante la dirección espiritual. Habitualmente, cuando la gente se acerca a mí para preguntarme sobre estos temas, lo que quiere saber es si una situación es pecado o no, si es pecado mortal o venial. Es decir, quieren una respuesta concreta y rápida sobre sus dudas, pero quiere que la respuesta se la den desde fuera. Yo procuro no dar respuestas de sí o no, sino dar criterios que puedan servir a esas personas para esa situación concreta y para otras que se les presenten y, de este modo, maduren en la fe y sean cada vez más autónomas. Asimismo, busco que las respuestas se las vayan dando ellos mismos ayudados por mis preguntas y observaciones. Entiendo que este modo de hacerlo es el mejor.

[1] Un hecho que observo con bastante perplejidad en estas parroquias de Tapia de Casariego es el caso de fieles que se acercan a comulgar sin haber confesado antes y habiendo faltado a Misa sin ningún tipo de problema o de dificultad por su parte. En este supuesto se estaría faltando al tercer mandamiento de la Ley de Dios: santificarás las fiestas.