jueves, 29 de enero de 2015

Domingo IV del Tiempo Ordinario (B)



1-2-2012                                DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO (B)
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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            En la homilía de hoy quisiera predicaros sobre una expresión del evangelio de hoy que se repite en dos ocasiones. La frase nos dice que Jesús enseñaba con autoridad. ¿Qué significa esta expresión: “enseñar con autoridad”?
            Nos dice el evangelio que Jesús enseñaba con autoridad y no como hacían los escribas y los fariseos. Nosotros tenemos que aprender de Jesús. Pero este mensaje del evangelio de hoy, ¿es para los sacerdotes o para los frailes o para las monjas? ¿O es para todos los cristianos? Si esta expresión fuera sólo para los curas o para los frailes o para las monjas, como la inmensa mayoría de vosotros no sois ni curas, ni frailes, ni monjas, entonces este trozo del evangelio tenéis que borrarlo en vuestras Biblias, pues para vosotros no os sirve. Pero no, este evangelio es para todos.
            - Cuando nosotros queremos ‘enseñar con autoridad’, tenemos que hacerlo al modo de Jesús. ¿Y cómo enseñaba Jesús?
            Lo primero, uno enseña con autoridad cuando tiene experiencia de Dios. Si uno no tiene experiencia de Dios, no puede enseñar con autoridad. Esa persona que no tiene experiencia de Dios enseñará ‘de libros’ o ‘de oídas’. Pero nunca podrá enseñar con autoridad. Enseñará de lo que ha oído a otros. No, tiene que hablar de la propia experiencia.
Nadie puede hablar de Dios si antes no ha experimentado a Dios. Nadie puede mostrar a Dios, si antes Dios mismo no se le ha mostrado a él personalmente. En muchas ocasiones he dicho a los seminaristas cuando me venían con graves problemas de fe o con dudas. ‘Andrés, ¿qué hago?`, me preguntaban. Y yo contestaba: ‘Lo primero salir de ahí. Porque si no eres capaz de salir de ahí, o por mejor decir, si no eres capaz de experimentar que es Dios mismo quien te saca de esas dudas y de esos sufrimientos tuyos, entonces ¿qué vas a predicar tú en tus futuras parroquias y a aquellas personas que se acerquen con dudas, con problemas de fe, con sufrimientos atroces en su vida laboral, familiar, de salud…? Si tú no has sido capaz de superar eso, entonces no podrás decir nunca: «¡Dios está ahí! ¡Dios salva! ¡Dios ayuda! ¡Dios te coge de la mano! ¡Dios te saca del pozo!» Si tú no lo has experimentado, ¿qué vas a decir? Por lo tanto, eso que estás viviendo es una clase más de teología; es una clase más de sacerdocio; es una clase más en el seminario’.
Si los cristianos no somos maestros de oración, si no somos maestros de haber sufrido tentaciones, entonces qué tipo de experiencia de Dios tenemos. Por todo esto, hemos de decir que un hombre, una mujer, un cristiano que habla con autoridad y que enseña con autoridad, es y debe ser un fiel que tiene experiencia de Dios. No solamente de haber estado en el séptimo cielo, sino también de haber caído al séptimo infierno y de allí haber sido arrancado por Dios mismo. Experiencia de Dios… en lo bueno y en lo malo, en el cielo, en el infierno, en la rutina de cada día y en el aburrimiento, en la abundancia y en la carencia, en la plenitud de carismas y en la carencia de carismas. ¡Experiencia de Dios!
No obstante, lo fundamental para tener experiencia de Dios no es haber estado arriba o abajo, a la derecha o a la izquierda, tener muchos carismas o capacidades, o ser muy mayor o ser muy joven. Lo fundamental es… tener a Dios. Porque, si Dios no es capaz de ayudarnos y de salvarnos, de redimirnos y de transformarnos allá donde estemos y como estemos, entonces ése no es el Dios de Jesucristo. Ése es un esperpento o un espejismo del auténtico Dios. Dios tiene que hacernos santos a cada uno de nosotros: con nuestra edad, con nuestra personalidad, con nuestras circunstancias, y en el lugar concreto en el que estamos. Si Dios no es capaz de hacernos santos a nosotros, entonces ¿de qué Dios estamos hablando? ¿Creemos en un Dios todopoderoso: sí o no?
            La segunda condición para enseñar con autoridad es el ‘llenazo de Dios’. Dios tiene que llenarnos y no puede hacerlo si nosotros estamos llenos de nosotros mismos. La experiencia de Dios sólo puede darse cuando uno se vacía de sí mismo: de sus logros y de sus fracasos. Porque tanta soberbia es aferrarse a los éxitos y a los logros, como aferrarse a los fracasos; aferrarse al ‘yo sé’, como al ‘yo no sé’; al ‘yo puedo’, como al ‘yo no valgo’. Tenemos que estar absolutamente vacíos de todo, porque sólo el vacío de todo y de todos es el que puede ser llenado por Dios.
            La tercera característica para enseñar con autoridad es que uno no puede buscarse a sí mismo. Es decir, es necesaria la humildad, porque no es uno mismo quien hace lo bueno, sino que es Dios a través de uno quien lo hace. Pues, en caso contrario, le estamos robando la gloria a Dios al adjudicarnos los logros y los éxitos de lo que sólo le corresponde a Él. ¡Es tan fácil robarle la gloria a Dios! Hoy que tan pocos curas hay, hoy que tan poca gente viene a la Misa, hoy que tan poca gente confiesa su fe en Dios… Y, sin embargo, nosotros lo hacemos. ¡Qué suerte tiene Dios con nosotros! Veis, ya le estamos quitando la gloria a Dios. No. Uno que enseña con autoridad nunca debe buscarse a sí mismo, nunca debe robar la gloria a Dios. ¡Nunca! Ya sabéis aquella famosa anécdota de San Juan de Ávila. Era un gran predicador y en aquellos tiempos no había estos aparatos para grabar la voz. Para recoger sus sermones había tres o cuatro discípulos suyos que los copiaban. Uno copiaba las citas bíblicas, otros las citas de los concilios, otro los ejemplos que ponía y otro las ideas centrales. Luego se reunían y ya unían todo lo escrito y como resultado tenían la predicación completa. Y es que San Juan de Ávila simplemente llevaba a la predicación un pequeño esquema y de ahí sacaba todo lo que decía. Un día en que él predicó de una manera arrebatadora y conmovió mucho a todos los que le escucharon, al terminar él se dirigió a la sacristía y detrás de él fue una señora muy emocionada con el sermón y le dijo: ‘¡Qué bien habla Vd.!’, a lo que San Juan de Ávila replicó: ‘¡Eso mismo me estaba diciendo el diablo!’ Y es que éste quiere que nos busquemos a nosotros mismos, que le robemos la gloria a Dios, que entremos en soberbia…, y eso hace que no enseñemos con autoridad.
            La cuarta condición para enseñar con autoridad es buscar el bien de los demás. ¿De qué manera podemos ayudar a los demás? ¿De qué manera podemos ser instrumento dócil en las manos de Dios para ayudar a los demás? Cuando nos olvidamos de nosotros mismos y ponemos nuestra atención en los demás, en los hijos de Dios, entonces estamos también enseñando con autoridad.
            - Veamos ahora cuál es el signo de que estamos enseñando con autoridad. Si lo que yo predico ahora mismo toca vuestra mente y os convence, entonces es que he utilizado un buen discurso lógico. Pero si lo aquí predicado, ha removido vuestro ser, si os animado a vivir más cerca de Dios, si os ha conmovido hasta las entrañas, entonces es que he enseñado con autoridad.
            Se puede predicar con la boca, pero también con los hechos. O mejor dicho, con las dos cosas: con boca y con hechos. Predicaba hace poco que Dios no se avergüenza nunca de nosotros, pero nosotros en tantas ocasiones nos avergonzamos de decirnos cristianos. Por ejemplo, en varios momentos he experimentado cómo los mismos sacerdotes que nos reunimos para tratar temas de las parroquias y, si después comemos juntos, nos avergonzamos de bendecir la mesa. Y, si alguno de nosotros empieza con la señal de la cruz, otro sale diciendo: ‘Bueno, como acabamos de salir de una reunión santa, ya está todo bendecido’. Y es que bendecir significa reconocer que Dios está en esos alimentos que nos nutren y nos dan fuerzas para que sigamos trabajando por y para Él, por y para los demás. Por lo tanto, para enseñar con autoridad hay que utilizar la boca. Unas veces habrá que callar, pero en tantas otras habrá que hablar sin avergonzarnos de confesar nuestra fe y nuestro amor en Dios, y sin miedo a las consecuencias de que nos tachen de cualquier cosa o con cualquier sambenito. Asimismo hemos de predicar con el ejemplo, con la coherencia de vida. Cualquier cristiano (cura, seglar, religioso) que predica y esas palabras vienen avaladas por su propia vida, esa predicación tiene una fuerza tremenda. ¡Está enseñando con autoridad!
            - Decían los contemporáneos de Jesús: ‘Él enseña con autoridad, y no como los escribas’. ¿Por qué los escribas no enseñaban con autoridad? Pues porque no cumplían estas condiciones: no tenían experiencia de Dios, no estaban llenos de Dios, se buscaban a sí mismos, no buscaban el bien de los demás y, ante los poderosos, se callaban y no les decían las palabras de parte de Dios, como lo hizo San Juan Bautista. Por eso le cortaron la cabeza. Sin embargo, los escribas eran muy exigentes con la gente que estaba por debajo de ellos. Los escribas no tenían coherencia de vida. Por todo esto, los escribas no enseñaban con autoridad.
            San Juan María Vianney, el santo cura de Ars, predicaba con autoridad. En cierta ocasión llegó a su parroquia un famoso predicador de Francia. San Juan María se puso a escucharle con mucha devoción, y el predicador decía cosas insignes, pero muy altas. Enseguida los feligreses miraron a su párroco porque no entendían nada. El predicador se calló, bajó del púlpito y dejó que predicara San Juan María. Eran cosas sencillas, pero sin un guión claro. Sin embargo, eran palabras que llegaban y tocaban el corazón de la gente. Esto mismo lo reconoció aquel predicador, que se sintió tocado por la mano de Dios. Y es que San Juan María Vianney predicaba con autoridad: tenía experiencia de Dios, estaba lleno de Dios, no se buscaba a sí mismo, buscaba el bien de los demás y predicaba de palabra y de obra.
        Termino como empezaba el evangelio de hoy: En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.