domingo, 25 de septiembre de 2011

Domingo XXVI Tiempo Ordinario (A)

24-9-11 DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (A)

Ez. 18, 25-28; Slm. 24; Flp. 2, 1-11; Mt. 21, 28-32

Por causas ajenas a mi voluntad, durante un tiempo, no podré seguir publicando las homilías dominicales.

Un abrazo y la bendición de Dios.


Andrés Pérez Díaz

Sacerdote de Jesucristo y de la Iglesia que peregrina en Oviedo (España)

jueves, 15 de septiembre de 2011

Domingo XXV del Tiempo Ordinario (A)

18-9-11 DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 55, 6-9; Slm. 144; Flp. 1, 20c-24.27a; Mt. 20, 1-16a



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- Fijaros que en la primera lectura del profeta Isaías se dice: "Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón". En la visión del Antiguo Testamento, es el hombre el que tiene que buscar al Señor, el que tiene que invocarlo, el que tiene que abandonar el mal camino, el que tiene que regresar al Señor. Sin embargo, en el Nuevo Testamento Cristo da la vuelta a todo. Fijaros: “El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña [...] Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo [...] Salió de nuevo al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros parados, y les dijo: -¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”

El movimiento primero de acercamiento para Jesús no procede el hombre, sino de Dios mismo. Es Dios el que nos llama. En los días del Jubileo de la Santa Cruz de este año y de otros años se han dado varios casos de gente que entraba simplemente a hacer una visita turística a la Catedral o a venir a Misa, pero sin intención de confesarse. De repente, estas personas se sintieron impulsadas a acercarse al confesionario y pedir perdón por sus pecados.

- El evangelio de hoy nos llama a trabajar por el mensaje de Cristo en nuestras vidas diarias. No importa el momento de nues­tra vida en el que descubramos que somos llamados por Dios para ser cristianos y trabajar en su viña. Como hemos visto en el evangelio, el Amo de la viña, que es el mismo Dios, sale a todas las horas del día a buscar obreros para su campo. Algunos van desde el principio del día, otros a media mañana, al mediodía, a media tarde o al anochecer. Siempre es un buen momento para empezar.

Veamos varios casos: 1) Yo siempre estuve metido en la Iglesia y actué como monagui­llo, como catequista y entré en el Seminario con diecisiete años recién cumplidos. 2) José Manuel, que siempre nos ayuda en la Catedral en la Misa de 11, tenía a Dios de lado y, cuando contaba con unos treinta y pico años se le murió su padre; a partir de ahí se produjo un encuentro entre él y Dios y desde ese día su fe y su amor a Dios se mantienen firmes. 3) Conozco también una mujer casada que desde hace un año se convirtió. Antes creía en Dios a su modo y manera, pero ahora lleva una vida de fe muy fuerte y de ayuda a los demás. 4) O aquél otro hombre, que una vez retirado con sesenta y cinco años está trabajando en Caritas y en la parroquia. 5) Asimismo los casos de tantos jóvenes que, algunos fueron a regañadientes a la JMJ de Madrid de este año y han venido totalmente impactados de lo allí vivido y su vida está dando un vuelco; o el caso de un hombre de unos cuarenta años, que acompañó a sus hijos hasta Madrid y al ver el ambiente que había, se volvió a Asturias para arreglar las cosas del trabajo y bajar inmediatamente a Madrid de nuevo, pues no quería perderse lo que allí pasaba; esto lo hacía por sus hijos, pero sobre todo por él mismo. Siempre es un tiempo oportuno para creer en Dios y hacer algo de lo que él quiere de nosotros.

Lo importante es encontrarse con Dios cara a cara, y sin importarme aquello que pueda pensar la gente, pues empezar a actuar tal y cómo Dios quiere. En esta semana hablaba con una chica de menos de 20 años. Y ella me preguntaba: “¿Por qué tengo que confesarme, por qué tengo que venir a Misa, por qué tengo que llevar una vida de obediencia con mis padres y de no enfrentamiento con ellos, por qué tengo que dejar de beber hasta caer o hasta que me siente mal, por qué tengo que dejar de hacer el acto sexual con mi novio de ese momento? ¿Por qué?” Y tiene toda la razón. Si todo esto tiene que hacerlo porque sí, entonces es un puro voluntarismo: Es algo que ella se propone por sí y ante sí, o porque otros, desde fuera, se lo digan. Y aquí estamos en uno de los problemas más grandes que tenemos los cristianos en Europa (hablo por lo que conozco en España, Italia, Suiza y Alemania, al menos). Los cristianos estamos sacramentalizados, es decir, hemos recibido el bautismo, la 1ª comunión, la confesión, la confirmación, el sacramento del matrimonio, y, sin embargo, no nos hemos encontrado con Dios, con Jesús cara a cara nunca. Creemos en Dios, pero creemos de oídas, y no por tener una experiencia directa y nuestra propia de encuentro personal con el Cristo Jesús, el Hijo de María, el Hijo de Dios Padre. A esta chica le he dicho que, aunque ella me pidiera ahora mismo confesarse, yo no le podría dar la confesión, aún no está preparada. No. Primero tiene que encontrarse con Dios. Sólo cuando esto suceda entenderá en la fe lo que significa la realidad del pecado.

Resumiendo: las tres ideas que hoy querría transmitiros son éstas: 1) La iniciativa en nuestra relación con Dios siempre parte de Él. Él es quien nos busca y quien nos ama. Yo busco a Dios, cuando siento necesidad de Él, que ya me ha encontrado y está actuando en mi corazón. 2) Siempre es un buen momento para que Dios nos salga al encuentro. Cada uno de nosotros tenemos nuestra historia con Dios. No podemos decir que somos mejores o peores por haber llegado antes o después a la fe, al encuentro con Dios. Todos tenemos nuestro momento. Dios nos lo marca. Ya lo dice Isaías en la primera lectura: Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. 3) Nunca me cansaré de insistir en este punto: nuestra fe se basa en un encuentro personal con Jesús. Así le sucedió a San Pedro con Jesús, a San Pablo con Jesús, a San Mateo con Jesús, a Santa María Magdalena con Jesús y un largo etcétera de hombres y de mujeres a lo largo de la historia.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (A)

11-IX-2011 XXIV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (A)

Eclo. 27, 33-28,9; Sal. 102; Rm. 14, 7-9; Mt. 18, 21-35



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

La primera lectura y el evangelio de hoy nos hablan de perdón: de perdonar nosotros a los que nos han hecho o dicho algo malo, y así Dios podrá también perdonarnos a nosotros lo que hemos dicho o hecho mal. Le pregunta Pedro a Jesús: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?” A lo que Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Y en la primera lectura leemos: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?”

Hace un tiempo leí un libro que os recomiendo. Se titula: “El arte de bendecir” y lo escribió un suizo, Pierre Pradervand. Está publicado en la editorial Sal Terrae. Narra este autor el siguiente hecho: Un joven norteamericano acababa de ser formado en artes marciales en Japón. De regreso a su país y viajando en el metro, en un momento dado subió en el vagón un hombre muy grande, totalmente borracho y sucio, que chillaba desaforadamente. Empezó a golpear a varios viajeros, entre ellos una mujer, a la que hizo rodar por el suelo. El joven sintió una ira y quiso dar una lección a aquel energúmeno con lo que había aprendido de karate. Le daría una buena lección, pues, además, el borracho estaba empezando a insultarle a él. De pronto, en el momento en que iba a iniciarse la pelea, un viejecito arrugado, sentado en un rincón con su esposa, lanzó un grito penetrante. El borracho, asombrado, se volvió. El anciano hizo una señal para que fuera a sentarse a su lado. El viejecito empezó a hablar con el “hombrón” de cuánto le gustaba el whisky. Había encontrado un punto de encuentro con el “hombrón”. Al cabo de unos instantes hablaban como viejos camaradas. El borracho empezó a llorar. Había desaparecido toda su agresividad. Era como un niño. Entonces el joven karateka comprendió la lección maravillosa que le había dado el anciano: que la cima del karate consiste en no servirse nunca de él; que la verdadera victoria la obtiene uno sobre sí mismo, sobre su miedo, sobre su cólera. Y la última escena que contempló al dejar el vagón del metro fue la del borracho, desplomado sobre las rodillas del anciano que le acariciaba con cariño los cabellos sucios. Aquello era simplemente amor.

¿Cómo empezó Pierre a escribir este libro de “El arte de bendecir”? Pues resulta que un día en su trabajo fue despedido. Oigamos la narración de Pierre: “Durante las semanas y meses que siguieron, empecé a experimentar un rencor violento, y aparentemente imposible de desarraigar, contra las personas que me había puesto en aquella situación imposible. Al despertarme por la mañana, mi primer pensamiento era para aquellas gentes. Mientras me duchaba, al comer, al andar por la calle, al dormirme por la noche, me atenazaba aquel pensamiento obsesivo. El resentimiento me roía las entrañas y me envenenaba. Sabía que me estaba haciendo daño a mí mismo, y a pesar de mis oraciones, aquella obsesión me chupaba la sangre como una sanguijuela. Pero un día, una frase de Jesús se me clavó en el ser: ‘Bendecid a los que os persiguen’ (Mt 5, 44). De repente, todo se me hizo claro. Así, comencé a bendecir a los que me había hecho daño: los bendije en su salud, en su alegría, en su abundancia, en su trabajo, en sus relaciones familiares y en su paz, en sus negocios, etc. La bendición consiste en querer todo el bien posible para una persona o personas, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y quererlo desde el fondo del corazón con total sinceridad. Esta bendición transforma, cura, eleva, regenera, centra espiritualmente, y desembaraza nuestro ser de pensamientos negativos, condenatorios o críticos. Al comienzo bendecía sólo con mi voluntad, pero con una sincera intención espiritual. Poco a poco las bendiciones se desplazaron de la voluntad al corazón. Bendecía a las personas a lo largo de todo el día: mientras me limpiaba los dientes, mientras hacía footing, cuando iba a correos o al supermercado, mientras lavaba los platos o me iba durmiendo. Los bendecía uno a uno, en silencio, mencionando su nombre. Seguí esta disciplina y a los tres o cuatro meses me encontré bendiciendo a las personas por la calle, en el autobús, en las aglomeraciones. Bendecir se fue convirtiendo en uno de los mayores gozos de mi vida. No he recibido ningún ramo de rosas de mi antiguo empresario ni la más mínima expresión de afecto ni la menor excusa por su parte. Pero he recibido rosas de la vida, a manos llenas”. El odio hiere sobre todo al que lo genera. En tantas ocasiones, la persona odiada, o no se entera, o no le da importancia… Pero el que odia siente cómo si una alimaña le fuera destrozando por dentro y no deja en paz ni de día ni de noche. El que odia se vuelve un amargado, un murmurador constante, pues siempre tiene algo que hablar en contra de los demás. El que odia se aísla a sí mismo y genera más ira a su alrededor y en los que están a su lado. Por el contrario, el que perdona revive y siente como si una losa muy pesada es arrojada fuera de él.

Os propongo que ahora, según salgamos de la iglesia y de regreso a nuestras casas (o en otro momento), vayamos bendiciendo en silencio y en nuestro interior a todas personas con las que nos encontremos: “Que Dios Padre bueno te colme de su amor, de su ternura, que te perdone, que te dé la paz, la fe, la salud, la alegría...”

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Natividad de la Virgen María

8-9-2011 SANTINA DE COVADONGA (A)

Cant. 2, 10-14; Lc. 1, 46-55; Ap. 11, 19a; 12, 1.3-6a.10ab; Lc. 1, 39-47



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- A principios de agosto me preguntaba una persona por el libro del Apocalipsis, ya que había muchas cosas que no entendía en él (hablo de esto, porque la segunda lectura de hoy pertenece a este libro de la Biblia). Y es que en el Apocalipsis aparecen muchos símbolos y figuras, que tienen un determinado significado. Contrasta este libro y su redacción con la redacción y con el contenido de los evangelios, en los que Jesús habla de modo sencillo y todo el mundo es capaz de comprenderlo. En el Apocalipsis todo es mucho más complicado de entender. ¿Por qué y para qué se escribió este libro, y por qué se escribió de esta manera tan incomprensible hoy día para nosotros?

Históricamente, se sabe que el Apocalipsis fue escrito a finales del siglo I o principios del siglo II, cuando las persecuciones romanas contra los cristianos se hicieron más cruentas, en tiempos del emperador Domiciano. Éste, como algunos otros emperadores, exigían que sus estatuas fueran adoradas a lo largo de todo el imperio, cosa que los cristianos se negaban a hacer por motivos religiosos: los Césares se autoproclamaban 'Señor de Señores', además de 'hijos de Dios', títulos que los cristianos reservan exclusivamente para Jesucristo. Ante la negativa de los cristianos de adorar como dioses a los emperadores, estos los persiguieron a muerte. En este contexto histórico y en este clima de muerte y de persecución se escribió el Apocalipsis. Por ello, en este libro se hace referencia a estas persecuciones y a los consejos que se daba a los cristianos para que se mantuvieran en la fe y soportaran todos los sufrimientos, poniendo la esperanza final en el Reino de Dios[1]. Por lo tanto, el objeto de este libro es triple: 1) consolar a los cristianos en las continuas persecuciones que los amenazaban, 2) despertar en ellos "la bienaventurada esperanza" (Tito 2, 13) y 3) a la vez preservarlos de las doctrinas falsas de varios herejes que se habían introducido en el rebaño de Cristo.

Acerca de la simbología utilizada en el Apocalipsis recuerdo que, cuando yo estudiaba en el Seminario, le preguntamos a nuestro profesor de Sagrada Escritura sobre la utilidad de ese lenguaje simbólico del Apocalipsis y nos contestó que los cristianos de entonces estaban muy perseguidos, “que se les cazaba como a conejos”, que todo el mundo les denunciaba, incluso los propios familiares de los cristianos y, por ello, inventaron un lenguaje para comunicarse entre sí y que los demás no lo comprendiesen. Por ejemplo, no sé si sabéis que el símbolo del pez fue muy usado por los primeros cristianos. En griego, pez se dice "IXTHYS" (Ijzýs). Puestas en vertical, estas letras forman un acróstico[2]: "Iesús, Jristós, Zeú, Yiós, Sotér" = Jesús, Cristo, de Dios, Hijo, Salvador. De esta manera, cuando un cristiano se encontraba con otro, para saber si el otro también era cristiano dibujaba el pez y, si el otro respondía del mismo modo, es que los dos tenían la misma fe: en Jesucristo, el Hijo de Dios y Salvador del mundo[3]. Pues de la misma manera, el autor del Apocalipsis escribió este libro, que si caía en manos de no cristianos no pudieran entender gran cosa, pero para los creyentes en Cristo fuera perfectamente comprensible. Así, la “gran Babilonia” era Roma y su imperio que los estaba masacrando, la “bestia” o el “dragón” era Satanás o el mismo imperio romano, el “Cordero” es Jesucristo, las “doce estrellas” son los doce apóstoles, etc.

- Ya por lo que se refiere a la segunda lectura, vemos que en ella se menciona en dos ocasiones a una mujer. En un primer momento se dice que esta mujer estaba “vestida de sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas”. En un segundo momento se nos dice que esta mujer estaba embarazada, que iba a dar a luz a un niño, que, después de dar a luz, la mujer tuvo que huir al desierto. Pues bien, el significado de esta mujer es doble: en primer lugar, se refiere a la Virgen María, a la cual se le representa en muchas ocasiones con la luna de pedestal y rodeada de las doce estrellas, o también es la Virgen María quien dio luz a un hijo, a Jesús, y tuvo que huir de Herodes al desierto. Pero, en segundo lugar, esa mujer es la Iglesia, que tiene el sol (el sol representa a Dios), que tiene a los apóstoles (las estrellas), que tiene que huir al desierto por ser perseguida por el gran dragón.

Los dos significados no tienen por qué ser excluyentes entre sí: la Mujer, la Virgen María, ayuda hoy a la mujer, Iglesia. La Mujer (María) que estuvo en la tierra y ahora está en el Cielo ayuda ahora en los momentos difíciles a la mujer (Iglesia-cristianos) que hoy estamos en la tierra y que somos perseguidos por el gran dragón. En efecto, hoy 8 de septiembre de 2011 celebramos a la Santina de Covadonga. Ella ayudó, en los principios del siglo VIII, a aquellos cristianos que estaban rodeados en las montañas asturianas y a punto de ser aniquilados. Ella nos ayuda hoy día ante tantas dificultades que tiene la vida. El gran dragón también está pendiente de tragarse los buenos frutos que hace Dios en nosotros, pero Dios y su Madre, María, nos ayudan en esta lucha diaria.



[1] Os aconsejo que leáis despacio y meditando los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis. Creo que os encantarán.

[2] Acróstico es una palabra griega que significa la primera letra de cada línea o párrafo.

[3] Recuerdo que, estando en Roma estudiando la licenciatura (era en el bienio 1988-1990) se produjo la caída del muro de Berlín. Entonces comenzaron a llegar muchas peregrinaciones de católicos a Roma de los países del este ya con los permisos de los gobiernos comunistas, y nos comentaron que, en una peregrinación que venía en tren desde Checoslovaquia, había infiltrados de la policía secreta a fin de espiar a los católicos. Estos, sin embargo, utilizaron un método para descubrirlos: pedían a los que estaban en los vagones del tren que dijeran el credo en latín y, los que no lo sabían, eran identificados inmediatamente como los infiltrados. Entonces, se les señalaba y sólo hablaban libremente cuando estos no estaban presentes.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (A)

4-9-11 DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (A)

Ez. 33, 7-9; Slm. 94; Rm. 13, 8-10; Mt. 18, 15-20



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- En el salmo 94 acabamos de oír cómo se nos dice: '¡Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor!: -No endurezcáis vuestro corazón'. Cuando iba a preparar esta homilía, abría antes un correo electrónico en el que una persona me decía: Sigo con altibajos en mi vida espiritual; te soy sincera: el mundo se pega mucho, pero me arrepiento y voy a confesarme. Dios es misericordioso y le doy gracias porque quiso salvarme. Sí, el mundo que nos rodea nos hace endurecer nuestro corazón para no escuchar al Señor. Y en este tiempo de verano puede ser más fuerte esa voz del mundo y ese “bajar la guardia” por nuestra parte en las cosas de Dios. Por todo ello, la Iglesia nos presenta al inicio de este nuevo curso que comenzamos este salmo maravilloso: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!: -No endurezcáis vuestro corazón”.

1) La primera lectura nos llama la atención para todos aquellos que hablamos en nombre de Dios a nuestros hermanos los hombres. No se refiere sólo a los sacerdotes, sino a todos aquellos que tienen sus oídos atentos a la Palabra de Dios. Y Dios mismo nos dice: “Cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: "¡Malvado, eres reo de muerte!", y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida.’” Sí, Dios mismo nos pide a todos los que escuchamos su Palabra que no endurezcamos nuestro corazón y que, cuando Él nos pide que hablemos en su nombre a los hombres, lo hagamos sin miedo: sin miedo al rechazo, sin miedo al ridículo, sin miedo al insulto, sin miedo al escarnio o la crítica. Dios es muy claro: Si “tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre.

2) Pero también Dios nos llama la atención a todos aquellos que, no teniendo una conducta correcta, según la voluntad de Dios, Él mismo nos envía profetas en su nombre para que cambiemos de modo de obrar.

No, no debemos endurecer el corazón ni los que hablan (o hablamos) en nombre de Dios, ni los que somos destinatarios de las Palabras de Dios.

Voy a poner un ejemplo sencillo de cómo podemos endurecer el corazón ante las Palabras de Dios: Cuenta Pablo Domínguez, sacerdote de Madrid y que murió en una montaña después de predicar unos ejercicios espirituales a unas monjas, la siguiente anécdota que le pasó a él mismo en una ocasión: “Me acuerdo ahora de una penitencia que me puso un sacerdote una vez. Me dijo: –‘Haz una limosna’. Y, claro, esto me pasa por preguntar, le dije: -‘¿De cuánto?’ Y me respondió: -‘Hasta que te cueste’. ¡Fastidioso el asunto! Porque uno se desprende con cierta facilidad hasta de una cantidad un poquito…; pero, ¿y cuando te cuesta o te desgarra algo? Cuando de pronto dices: -‘Es que si doy esto, ya no me puedo comprar…, ya no puedo coger tanto el coche para ir a no sé dónde…, es que ya no voy a poder ir a cenar con mis amigos’. ¡Ahí me cuesta! Y dije yo: ¡Pues será aquí! ¡Hasta que cueste! ¿Cuándo hay auténtica conversión? Cuando uno dice: -‘¡Uf, uf, uf!’ Cuando produce un cierto abismo, ‘pero, ¿cómo yo voy a…?’ Ahí empieza la conversión. Si no, créanme, lo sabemos todos por experiencia, no hay auténtica conversión: Hay ficción de conversión. Y eso es peor todavía: la soberbia aumenta. Creo que me he convertido y lo que soy es más soberbio que antes”[1]. Si Pablo, después de haber hecho todo el razonamiento anterior, hubiera dado una cantidad de dinero como limosna que no le costase, entonces podríamos decir que él había endurecido su corazón. Sin embargo, si él hubiera dado una cantidad de dinero que le costase, entonces habría ablandado su corazón y habría escuchado las Palabras del Señor.

Dios nos dice a través del salmo 94 en este inicio del curso: “¡Ojalá escuchéis hoy su voz!: -No endurezcáis vuestro corazón”.

- La segunda idea que quisiera predicar es sobre las últimas palabras del evangelio que acabamos de escuchar. Dice Jesús: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Cuando leía estas palabras me acordé inmediatamente de las palabras dichas por el Papa Benedicto XVI en la Misa de Cuatro Vientos en las Jornadas Mundial de la Juventud de este año. Decía así a los jóvenes y a todos los que quisieran escuchar: La Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1 Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza. Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él. Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.


[1] P. DOMINGUEZ PRIETO, Ejercicios espirituales con el Padrenuestro, Ediciones Paulinas, Madrid 2011, 30s.