miércoles, 25 de octubre de 2017

Domingo XXX del Tiempo Ordinario (A)



29-10-17                     DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía en vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            El evangelio de hoy nos habla del amor. Pues bien, hoy quisiera reflexionar en la homilía sobre una de las formas de amor entre los seres humanos: la amistad.
            ¿Tenéis vosotros amigos? No hablo simplemente conocidos, sino personas a las que consideráis amigos de verdad. ¿Cuántos amigos tenéis? Hagamos ahora la pregunta desde la perspectiva del otro. ¿Alguien os considera realmente amigo suyo?
            En el libro del Eclesiástico hay unos cuantos capítulos que tratan sobre la amistad. Fijaros lo que dicen: “Amigo fiel: refugio seguro, el que lo encuentra, encuentra un tesoro; un amigo fiel no tiene precio ni se puede pagar su valor” (Eclo. 6, 14s). Realmente esto es así y lo saben quienes lo experimentan o lo han experimentado. En efecto, “aunque hayas empuñado la espada contra el amigo, no pierdas la esperanza, que aún hay remedio; aunque hayas abierto la boca contra el amigo, no temas, puedes reconciliarte [...] No me avergüenzo de saludar a un amigo ni me escondo de su vista” (Eclo. 22, 21-22.25). Sin embargo, la amistad hay que cuidarla y no podemos maltratarla o herirla, pues “el que descubre secretos destruye la confianza y no encontrará amigo íntimo [...] se puede vendar una herida, se puede remediar un insulto; el que revela un secreto no tiene esperanza” (Eclo. 27, 16-21). Asimismo el libro sagrado nos advierte contra las falsas amistades: “Hay amigos de un momento que no duran en tiempo de peligro; hay amigos que se vuelven enemigos y descubren tu pleito vergonzoso; hay amigos que acompañan en la mesa y no aparecen a la hora de la desgracia; cuando te va bien, están contigo; cuando te va mal, huyen de ti” (Eclo. 6, 8-11).
            En el Antiguo Testamento se nos narra la historia de dos amigos: Jonatan y David. Jonatan, el hijo de Saúl (primer rey de Israel), quería a David como a sí mismo. Se nos dice en una ocasión que aquél se quitó el manto, la espada, la ropa, el arco, el cinturón y se lo dio a David (1 Sam. 18, 4). Jonatan quería a David con toda su alma (1 Sam. 20, 18). Saúl, que tenía miedo que David le quitara el reino, quiere meter cizaña en el corazón de su hijo Jonatan: lo insulta, lo quiere avergonzar y le dice que, mientras David esté vivo, ni él ni su reino estarán a salvo[1]. Saúl le habla a Jonatan de la posibilidad de perder su vida,  su riqueza y el poder, si continúa su relación con David. ¿Quién no hubiera temblado y dudado? Pero Jonatan sigue defendiendo a su amigo David, incluso ante su padre Saúl. Cuando se separan David y Jonatan lo hacen llorando. Este sabe que Dios ha elegido a David para ser rey y Jonatan está dispuesto a renunciar a todo, porque quiere ser fiel a Dios y a su amistad con David. Os aconsejo que leáis el capítulo 20 del libro primero de Samuel, en el Antiguo Testamento, y veréis cómo es una amistad auténtica, la cual no puede ser deshecha ni por la ira, ni por la riqueza, ni por la cizaña, ni por la intervención de las familias.
            De igual modo contamos con el bello texto del amor de S. Pablo en la primera carta a los corintios y que se lee mucho en las bodas, pero que, por supuesto, también vale para ilustrar cómo debe de ser el amor y la relación entre los amigos. El verdadero amigo es paciente con los errores y defectos de su amigo; es amable con él y no se muestra grosero o irónico; no busca lo suyo y su interés, sino que busca el del amigo (como hacía Jonatan con David); no se irrita, ni lleva cuenta del mal, ni de los agravios, ni se los restriega por la cara una y otra vez; el verdadero amigo disculpa siempre, confía siempre, espera siempre, aguanta siempre. No me extiendo más aquí, puesto que esto ya lo había explicado durante las homilías del verano.
            De la misma manera Jesús nos habla de la amistad y nos muestra cómo debe de ser ésta. De hecho, San Pablo llama a Jesús “amigo de los hombres” (Tit. 3,4). En efecto, Jesús aparece en el evangelio como un verdadero amigo: con Lázaro y sus hermanas (Jn. 11) a los que quiere, por los que llora cuando mueren, a los que llama la atención como a Marta; con los apóstoles cuando dice que no les llama siervos, sino amigos[2]; cuando comparte con ellos sus secretos, como en el monte Tabor, o cuando los lleva consigo en Getsemaní, o cuando confía a su madre a uno de sus amigos.
            Después de este breve repaso a algunos datos aportados por la Palabra de Dios, me atrevo a apuntar algunas características que ha de tener la verdadera amistad:
            - La amistad es un tesoro, es un don y regalo de Dios y del otro.
- La amistad significa estar dispuesto a perder la vida por el otro, pues “amistad” viene de AMOR. Permitidme que os narre una historia que ilustra esta afirmación: “-Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para salir a buscarlo. -Permiso denegado, replicó el oficial.- No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto. El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial estaba furioso: ‘¡Ya le dije yo que había muerto¡ Ahora he perdido a dos hombres. Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer un cadáver?’
Y el soldado, moribundo, respondió: ‘¡Claro que sí, señor¡ Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: Jack...,  estaba seguro de que vendrías’”.
            - El amigo respeta al otro y no trata de dominarlo, ni de imponerle sus ideas.
            - Y es que la verdadera amistad se basa en la libertad. El amor es siempre en libertad: Libertad para decir las cosas, para escuchar, para callar…
            - La verdadera amistad es fiel ante todo y ante todos. El amigo lo es para todas las ocasiones (para lo bueno y para lo malo) y ante todas las personas, por eso nunca se avergüenza del amigo, ni éste se avergüenza del otro. Existe una confianza total y este sentimiento es recíproco.
            - Los amigos conocen todo lo del otro, pues no hay secretos entre ellos. En efecto, sus ilusiones, temores, dudas, anhelos, esperanzas, sucesos pasados y presentes…, todo es conocido por el amigo y esto de un modo mutuo.
- La amistad verdadera está a salvo de cizañas, y pasa por encima de la propia vida, de la riqueza, pues la amistad está entre lo más valioso que posee el hombre.
            - La amistad debe ser cuidada y hemos de procurar no herirla. No obstante, somos humanos y fallamos, por eso el perdón tiene que estar siempre presente en toda amistad. Siempre herimos o somos heridos, y el perdón es bálsamo para renovar el amor entre los amigos.
            Lo que digo sobre la amistad vale, con sus distinciones y peculiaridades propias, para cualquier tipo de relación humana: esposo-esposa, novio-novia, compañeros de trabajo, jefe-subordinado, párroco-feligrés, etc.

[1] “¡Hijo de mala madre! ¡Ya sabía yo que estabas de acuerdo con David, para vergüenza tuya y de tu madre! Mientras David esté vivo sobre la tierra, ni tú ni tu reino estarán seguros” (1 Sam. 20, 30s).
[2] Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.