20-6-2021 DOMINGO XII TIEMPO
ORDINARIO (B)
Job 38, 1.8-11; Sal. 106; 2 Co.5, 14-17; Mc. 4, 35-41
Homilía de vídeo.
Homilía en audio.
Queridos
hermanos:
Hay
una frase del evangelio de hoy que me llamó la atención. Dijo Jesús a los
apóstoles que iban en la barca: “¿Por qué
sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis
fe?”
Pues
bien, en el día de hoy quisiera hablaros
de la cobardía. ¿Os consideráis cobardes ante los demás o ante algunas
situaciones o cosas? ¿Os consideran los demás cobardes? Esta pregunta volveré a
hacerla al final de la homilía. Veremos si pensamos lo mismo al final que al
inicio de la homilía. Vamos allá.
¿Cómo
podemos definir al cobarde? Una de las muchas definiciones que podemos dar es
esta: Cobarde es aquella persona que sabe lo que tiene que hacer, pero por
miedo no lo hace. El
cobarde es alguien que se escuda detrás de otros, y que habla, acusa a otro sin
que ese otro esté presente. El cobarde se avergüenza de que lo descubran y
nunca asume su responsabilidad. Es muy arrogante y agresivo cuando está en
grupo o con otros que le apoyan. Pero el cobarde es muy tímido y débil para
hablar con alguien frente a frente. Recuerdo que hace años delante de mí, dos
conductores se enzarzaron en una discusión de tráfico. Se dijeron sus cosas y
uno de ellos enseguida aceleró y se marchó, pero tuvo tan mala suerte que unos
metros más adelante tuvo que parar ante un semáforo en rojo. El otro fue
detrás, se paró, bajó del coche y lo increpó. El primero subió la ventanilla de
su puerta, agachó la cabeza y, en cuanto pudo, salió zumbando con el coche.
¿Cómo se llama este? No lo sé, pero sí sé que es un cobarde.
A continuación
escribiré algunas frases de gente conocida sobre la cobardía:
“Los cobardes mueren muchas veces antes de su
verdadera muerte; los valientes prueban la muerte solo una vez”: William Shakespeare.
“El cobarde solo amenaza cuando está a salvo”: Goethe (Poeta y dramaturgo alemán).
“Retroceder ante el peligro da por resultado cierto aumentarlo”: Gustave Le Bon (Psicólogo francés).
“La cobardía es
la madre de la crueldad”: Michel de Montaigne (escritor y filósofo francés).
Hay una mujer que un día compró un vestido y le costó 70 €. Al llegar a
casa, el marido le preguntó cuánto le había costado y dijo que 30 €. ¿Por qué
esta mujer miente al marido: para evitar discusiones, por miedo a su marido…?
¿Me gustaría a mí inspirar miedo a mi mujer, a mi marido, a mis hijos, a mis
vecinos, a mis compañeros de trabajo, a mis feligreses…? ¿Por qué muchas de nuestras relaciones están
basadas en el miedo, en el no decir la verdad? Me invitan a algo, no me gusta o
no tengo ganas. No me atrevo a decirlo y entonces alego una disculpa, falsa,
pero disculpa. ¿Por qué tenemos unas relaciones basadas en la mentira, en la
ocultación, en el temor…?
- Hemos de saber que la mentira es un pecado. Son pocos
los cristianos que hoy consideran la cobardía un pecado. Dios no nos miente
nunca. Dios da la cara por nosotros. Dios no se avergüenza de nosotros. Sin embargo,
nosotros sí que nos acobardamos de Dios ante los demás. Muchas veces nuestra fe
en Dios nos avergüenza ante los demás y por eso en tantas ocasiones la
ocultamos y la disimulamos.
Hay dos
textos bíblicos que nos ayudarán a entender este pecado. El primero tiene que
ver con Abraham, conocido por su fidelidad a Dios, hasta tal punto que está
dispuesto a sacrificar a su hijo por obediencia a la voz de Dios (Gn. 22). Pero
una historia menos conocida de Abraham es la que encontramos en Génesis
12,10-20, donde le pide a su mujer, Sara, que mienta a los egipcios diciendo
que es su hermana —por miedo a que le maten. Y es que Sara era muy hermosa y
temía él que lo mataran para quedarse con ella. Así, el faraón de Egipto se
enamoró de Sara, se casó con ella, pero la noche de bodas el ángel de Dios se
le apareció al faraón y le dijo que no le era lícito acostarse con Sara, pues
era mujer de otro. El faraón fue a ver a
Abraham y le preguntó que por qué le había mentido. Y es que esta es una de las
tácticas del cobarde: la mentira.
El
segundo relato de este pecado de la cobardía lo encontramos en Mateo 25,18: “En cambio, en el que había
recibido un talento, tomó el dinero del amo, hizo un hoyo en el suelo y lo
enterró”. El cobarde también huye o evita asumir responsabilidades.
Estos
dos relatos tienen un denominador común, el miedo: es, al imaginar lo que le
podía ocurrir, que Abraham tiene miedo y este miedo a lo imaginado le lleva a
la mentira. El hombre que recibió un talento también se imaginó que no sería
capaz de usar bien su talento, por lo que su miedo a lo imaginado le conduce a
enterrar el don recibido. Estas dos
historias aunque diferentes nos hacen ver dos formas de enfrentar el pecado de
la cobardía: la mentira o la retirada. Ambas
son dos caras de una misma realidad. En el caso de Abraham ante el peligro, su
cobardía le lleva a protegerse de lo desconocido con la mentira; y en el caso
del hombre que recibió un talento, para protegerse de su cobardía, huye de su
responsabilidad enterrando su talento.
La cobardía
no se da en todas las circunstancias y con todas las personas, sino en determinados ambientes o con determinadas
personas. ¡Qué difícil es mantenerse ecuánime, sereno, firme con todas las
personas y en todas las circunstancias!
El miedo se ha conocido en todos los
tiempos y culturas. El miedo es el sentimiento que aparece cuando se prevé una
amenaza y puede deberse a causas externa o internas. Hay miedo al cambio, a equivocarse, temor a lo desconocido, a la
soledad, a la crítica, a la hostilidad, al engaño, a no estar a la altura de lo
esperado, a no cumplir con su deber, a la traición, al castigo después de una
equivocación. “Tuve miedo porque estaba
desnudo y me escondí” (Gn. 3,10). Este miedo es el resultado del pecado de
la cobardía.
La
cobardía está presente en nosotros en algún momento de nuestra vida. ¿Qué
podemos hacer para superarla? Yo diría que fundamentalmente cuatro cosas:
1) Lo
primero es reconocerlo. Nadie puede salir de un error, de un defecto, de un
pecado…, si primero no lo reconocemos en nosotros mismos. Dicen los Alcohólicos
Anónimos: “El primer paso para salir del
alcoholismo es RECONOCERLO. Soy un alcohólico. Soy bebedor”. Pues aquí lo mismo: “Soy un cobarde”. Tengo que reconocerlo.
2)
Darnos cuenta de que tenemos tantas potencialidades dentro de nosotros. Dios
nos ha dado tantos carismas, tantos dones y capacidades, pero a veces por
comodidad, por egoísmo, por pereza, porque no digan… Cuando estaba de cura en
Taramundi, en muchas ocasiones las fiestas profanas quedaban sin hacer, porque,
cuando alguno se atrevía a formar una comisión para hacer la fiesta, todo el
mundo desde fuera criticaba. Entonces lo más cómodo era no hacer nada. Otro
ejemplo: cuando iba a ser ordenado sacerdote, yo estaba aterrorizado de tener
que hablar en público delante de la gente. Y ahora resulta que la gente me dice
que hablo bien. Pues ese no soy yo. Es el Señor en mí. Y esto que me pasa a mí,
nos pasa a todos. Tantos dones que Dios nos ha regalado y que quizás estén
enterrados dentro de nosotros y sin actuar por miedo, comodidad, pereza,
cobardía…
3)
Tenemos que enfrentarnos a nuestros miedos y a nuestras cobardías poco a poco.
Hace un tiempo había una mujer que trabajaba y ganaba. También el marido, pero
quien gobernada el dinero era él. Él podía gastar en lo que quisiera y sin
pedir permiso. Ella pedía permiso y el marido se lo daba o no… Un día me lo
comentó y yo le dije que esa semana fuera al banco y sacara con la cartilla 20
€. Me dijo: “¿Le pediré permiso a mi marido, no?” Yo le dije que no. Estaba
aterrorizada, pero lo hizo. El marido lo descubrió y no le dijo nada. Desde ese
día me dijo la señora que ya sacaba el dinero de 30 en 30 €. Así, poco a poco
vamos a enfrentarnos a nuestros miedos y cobardías.
4) Pedir
ayuda a Dios. Porque nosotros, los que tenemos fe, sabemos que, para superar
cualquier obstáculo, necesitamos de su ayuda.
Termino: ¿Os
consideráis cobardes ante los demás o ante algunas situaciones o cosas?