jueves, 29 de abril de 2021

Domingo V de Pascua (B)

2-5-2021                                DOMINGO V DE PASCUA (B)

                                                           Hch. 9, 26-31; Sal. 21; 1 Jn. 3, 18-24; Jn. 15, 1-8

 

Homilía en vídeo.

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Celebramos hoy el V domingo de Pascua. Durante estos cin­cuenta días seguimos rememorando que Cristo ha resucitado, por eso sigue encendido el cirio pascual, que iluminamos por vez primera en la Vigilia Pascual del Sábado Santo.

            - Hace unos años estaba en Covadonga en una convivencia (Cursillos de Cristiandad). En una de las comidas que tuvimos coincidimos varias personas en una mesa y salió el tema de la poda. Un hombre, muy aficionado a las plantas y árboles, nos decía que en las podas es importante cortar los ‘chupones’. Yo no sabía a qué se refería y le pregunté qué eran los ‘chupones’. Me contestó que eran las ramas más altas de los árboles, las más recias, las más bellas, las más visibles, las más estiradas de un árbol, pero… también eran aquellas que no daban fruto, y las que se aprovechaban de la savia del árbol y quitaban dicho alimento a otras ramas, quizás no tan vistosas, pero que sí daban fruto.

            Asimismo en la conversación una mujer, que era de Cangas del Narcea y en donde se dan los vinos, nos habló de un refrán de aquella zona. El refrán dice así: Podar y vendimiar en lo mismo. Y tiene este sentido: cuando alguien poda mal los sarmientos y corta de más o de menos, entonces ese año la recogida de uva se resiente bastante y puede vendimiar muy poco fruto. Y, al contrario, quien poda bien, ese año recogerá más uvas. Por lo tanto, de ahí la frase de podar y vendimiar en lo mismo.

            - Cuento estos hechos, porque tienen que ver con el evangelio que acabamos de escuchar. Jesús utilizaba con mucha frecuencia imágenes y ejemplos de la vida ordinaria de las gentes que le escuchaban. Así, y a partir de dichos ejemplos, Jesús les transmitía el mensaje de Dios. En vez de hablar de teorías o con ideas abstractas difíciles de comprender para aquellas gentes, Jesús les explicaba el evangelio con lo que veían, tocaban y trabajaban a diario. Y es que las cosas de Dios no son muy distintas de lo que vemos y tocamos todos los días a nuestro alrededor.

            a) Dice el evangelio de hoy: Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca. La naturaleza, con frecuencia, es reflejo y espejo del ser humano. Este puede ser un ‘chupón’ cuanto tiene buena presencia, es alto y espigado, pero todo es pura fachada, pues en realidad no da frutos ni para sí, ni para Dios, ni para los demás. Estos ‘chupones’ viven a costa de los demás, comen la energía de los demás y, en ocasiones, desprecian a lo demás al considerarlos inferiores a sí. Estos ‘chupones’ pueden estar llenos de soberbia. Se creen algo, pero, si miramos dentro, vemos que están vacíos. Estos ‘chupones’, como decía el hombre de aquella comida, solo sirven para arrancarlos de raíz y apilarlos para leña.

            Con frecuencia, cuando a los seres humanos nos sucede una desgracia, nos damos cuenta de las tonterías que tenemos en la cabeza y esos malos momentos nos ayudan a crecer, a ser más maduros, y a ver de modo más objetivo la realidad que nos rodea. Hace un tiempo un amigo mío fue a la montaña a hacer una ruta de senderismo, se cayó, se rompió una pierna, hubo que trasladarlo en helicóptero al hospital, le desnudaron y los médicos le hicieron lo necesario sin preguntarle. Me decía este amigo que, desde el mismo momento de su caída, había perdido su dignidad. Todos opinaban sobre lo que había que hacer con él, pero a él no se le permitía decir nada. Tampoco podía decir mucho. Me dijo este amigo mío que había aprendido a ver lo frágil que es el ser humano y él mismo, pero, hasta ese mismo momento, él se consideraba ‘el no va más’.

            En ocasiones es bueno que ‘nos arranquen’, que no cuenten con nosotros, que nos releguen… Así aprendemos a ser más humildes, a valorar más a los demás y nos damos cuenta que, en tantas ocasiones, hemos hecho eso mismo con los demás sin ser conscientes de ello, y tampoco éramos conscientes del dolor que ocasionábamos en los otros.

            b) Sigue diciendo Jesús que, “a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto”. No por el hecho de ser buenos, humildes, serviciales, generosos…, estamos libres de ser podados, de que se nos arranque una parte de nosotros. Dios lo hace o lo permite, no por infringirnos un daño gratuito. No. Dios lo hace o lo permite, porque lo necesitamos. Todos tenemos algo de ‘chupones’: de presuntuosos, de soberbios, de prepotentes, de chulos…, y eso nos ha de ser arrancado para que nuestro fruto sea más abundante y mejor. Esta parte arrancada y podada también debe de ser quemada. ¿Cuánto bien nos han hecho personas que nos han reñido o corregido a lo largo de nuestra vida? No nos gustó entonces, cuando nos lo hicieron, pero hoy les estamos muy agradecidos, porque ahora sabemos que fue para nuestro bien.

¡Cuánto nos cuesta que nos corrijan! ¡Cuánta soberbia y amor propio llevamos dentro todos! Por eso, estoy de acuerdo con el refrán de Cangas del Narcea, per adaptándolo a las personas: si se ‘poda’ bien a una persona, entonces dará buen fruto y se vendimiará bien.

            San Francisco de Asís era un ‘chupón’ en sus inicios: joven, rico, altanero, soberbio, solo miraba para sí. Era digno de ser arrancado y echado al fuego. Pero, quien lea su vida con detenimiento, verá cómo Dios le fue podando poco a poco, y dio mucho fruto. Ahí va la oración que se le atribuye y que hizo vida hasta el día de su muerte:

“Señor, haced de mí un instrumento de tu paz.

Que allí donde haya odio, ponga yo amor.

Que allí donde haya ofensa, ponga yo perdón.

Que allí donde haya discordia, ponga yo armonía.

Que allí donde haya error, ponga yo verdad.

Que allí donde haya duda, ponga yo fe.

Que allí donde haya desesperación, ponga yo esperanza.

Que allí donde haya tinieblas, ponga yo luz.

Que allí donde haya tristeza, ponga o alegría”.

            La rama que era un ‘chupón’, es decir, Francisco, el hijo de Bernardone, Dios lo convirtió en un sarmiento, en una rama que dio fruto abundante para sí, para toda la Iglesia y para tanta gente a lo largo de los siglos y por todos los países del mundo.

jueves, 22 de abril de 2021

Domingo IV de Pascua (B)

25-4-2021                              DOMINGO IV DE PASCUA (B)

                                                               Hch. 4, 8-12; Sal. 117; 1 Jn. 3, 1-2; Jn. 10, 11-18

Homilía en vídeo.

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            Hoy, cuarto domingo de Pascua, celebra la Iglesia el domingo del Buen Pastor. Jesús es el Buen Pastor. Él se hace presente a través de hombres (los sacerdotes) para desempeñar esta tarea. Estos hombres tienen sus miserias y sus grandezas, sus caídas y sus vueltas a levantarse y comenzar, sus fallos y sus aciertos, sus debilidades y sus fortalezas, sus pecados y la gracia de Dios,… Un sacerdote es un ser humano, como vosotros, al que Dios ha elegido para ser servidor suyo dentro de la Iglesia.

Todos los años comento algún aspecto de esta fiesta de Jesús, Buen Pastor. En el día de hoy quiero leeros la noticia que leí en un periódico hace un tiempo. El texto era una carta de un sacerdote argentino. Decía así: “Les voy a comunicar una noticia muy personal. Lo he pensado mucho y creo que es el momento de hacerles conocer esto que, para algunos será una noticia amarga e inesperada. Pero otros, en cambio, lo verán como la lógica de un hombre que quiere ser en verdad libre. Creo que hoy es el momento propicio en que debo hacerlo. Mi conciencia me lo está pidiendo. Y yo hoy quiero ser fiel a mi conciencia. No puedo seguir luchando contra ella.

Señores y señoras: simplemente quiero decirles que quiero seguir ejerciendo el ministerio del sacerdocio en beneficio del Pueblo de Dios, porque creo que Jesús me llamó para eso. Y lo quiero seguir haciendo porque soy libre y a mi libertad quiero serle fiel. No se crean que soy un santo o un tipo de otro mundo. Al contrario, soy un pobre gaucho que va arrastrando el carretón de la vida como puede. No soy para nada perfecto, al contrario. Y quienes me conocen un poquito pueden dar fe de esas imperfecciones… y relatarlas (sobre todo los más cercanos que padecen mi carácter).

Mis excusas para abandonar

A) Quiero seguir siendo sacerdote, a pesar de varias cosas que me han tirado atrás muchas veces:

1) Yo también me enamoré alguna vez de una mujer. Pero cuando llegó el momento de elegir entre ella y Jesús (que es a quién le había consagrado mi vida) no dudé. El que no haya dudado no quiere decir que no haya llorado en los rincones con el corazón roto en mil pedazos y una angustia por querer acariciar una piel que no podía ser mía. El tiempo, y sobre todo la distancia, fueron sanando esa parte afectiva de mi corazón. Es que yo no abracé el sacerdocio porque no me gustaran las mujeres o porque no quería formar una familia y tener hijos. Todo eso lo deseaba, pero lo renuncié por un amor más grande al que quería darle mi vida. En el seminario fue muy fácil tomar la decisión. Con cuatro años de sacerdote tuve que volver a tomar esa decisión… y no fue tan fácil. Pero no me arrepiento ni de la primera ni de la segunda decisión… que en definitiva es la misma: abrazar libremente el celibato.

2) Pero eso no es todo. Les puedo decir que el ministerio puede enfermar corporalmente. Les podría enumerar los ataques de hígado y gastritis que me dejaron los campamentos y convivencias con jóvenes… También les puedo contar que yo tengo diabetes: junto con el descuido de mi obesidad, comenzó a desatarse con el estrés que me produjo tener que pasar un Instituto Secundario, completo, al turno tarde. Y anduve cuatro años ‘loco’, porque no sabía que la tenía. Hoy unas pastillitas me han serenado, pero la vista y los riñones están resentidos. Y sí, podemos tener problemas corporales, pero quién no los tiene. Si hoy me estuviera por ordenar y me advirtieran que en mi futuro se vendrían estos achaques corporales, no lo dudaría un instante. Volvería a elegir el sacerdocio.

3) Durante mis años sacerdotales me ha tocado compartir con párrocos y coadjutores muy buenos. También de los otros. He tenido que sobrellevar la soledad de una casa (de varias). Las comunidades en las cuales he ejercido como párroco siempre eran de escasos recursos: en algunas tenía muy poco para comer y en otras tenía que olvidarme de comprarme ropa. Pero no me he quejado: cuando hay, hay; y cuando no hay, no hay.

4) He tenido desencuentros con mis Obispos (uno me amenazó con suspenderme ad divinis). He tenido desencuentros con mis hermanos presbíteros (el mote de “Roña Castro” ya no lo usan, pero la fama queda). He tenido problemas con laicos en muchas comunidades… Muchos de estos problemas no eran culpa de los otros, sino solamente míos (carácter de m.. el tuyo, cura..). Claro que a veces los demás ponían su granito o granote de arena. Pero todo eso no me hizo dudar de mi sacerdocio.

5) Les tengo que contar más. Muchas veces me enojé con Dios. Porque tenía muchas excusas para abandonar el sacerdocio, pero no podía. Lo del profeta Jeremías: “me sedujiste Señor, y me dejé seducir”, me daba mucha bronca: ¿a dónde voy a huir si en definitiva vos lo sos todo para mí? Y hay veces en las cuales no puedo ni rezar o tengo que confesarme de manera muy frecuente, pero sigo siendo sacerdote porque toda esta historia comenzó con una certeza: Él puso su mirada sobre mí, me habló, me enamoró… y yo ya no pude ser plenamente libre de decirle que no… como todo enamorado: la libertad está en estar junto al Amado.

B) El motivo de estas líneas

Les tengo que aclarar que esto no va contra ningún hermano sacerdote que ha dejado el ministerio. Para nada. Quien ha tenido que tomar la decisión de quedarse sabe de los dramas de quién ha tomado la decisión de partir. Algunos de entre ellos eran mis amigos. Yo no soy ni quiero ser juez de ninguno de mis hermanos. Tampoco escribo para que ustedes los juzguen.

Este escrito habla de mí. Les quiero contar algo que ni un periodista resentido con la Iglesia ni otro aliado al poder de turno que le tira los morlacos, les contarán. Simplemente les quiero contar que hoy, libremente, sin coacción de mi Obispo, ni del Papa, ni de Doña María, elijo seguir siendo sacerdote. No porque no crea en el amor o la vida clerical me sea fácil y cómoda. Simplemente elijo seguir siendo sacerdote porque me sé elegido por Dios para una tarea en su Iglesia. A esa elección yo, como muchos otros sacerdotes que no salen ni en diarios o televisiones, le quiero ser fiel.

Y como soy un pobre tipo (lo digo de verdad), les pido lo que pide un grande de hoy (el Papa Francisco): recen por mí. Pero también recen por ese cura que está al lado de ustedes, en las parroquias, en las escuelas, en los hospitales o haciendo las compras en el Súper. Ellos también necesitan de su oración. Y, muy de vez en cuando, de alguna palabrita amable o algún gesto cariñoso. Es que somos hombres y no extraterrestres o ángeles. Y porque hombres, más allá de todos nuestros dramas, hay una convicción: hoy también elegimos seguir siendo sacerdotes”.

            Hoy no quiero ni puedo comentar nada a estas palabras de un hermano presbítero y sacerdote del otro lado del charco (Argentina). Solo quiero terminar con unas palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas”.

jueves, 15 de abril de 2021

Domingo III de Pascua (B)

18-4-2021                              DOMINGO III DE PASCUA (B)

Hch. 3, 13-15.17-19; Sal. 4; 1 Jn. 2, 1-5; Lc. 24, 35-48

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Estamos celebrando la Pascua, es decir, el tiempo en que celebramos la resurrección de Cristo Jesús. En tantas ocasiones los sacerdotes hablamos de estos temas desde el punto de vista teológico, desde el punto de vista doctrinal… Pero también es conveniente en ocasiones, en vez de hablar, escuchar lo que los cristianos ‘de a pie’ dicen o preguntan sobre el tema de resurrección o sobre el tema de después de la muerte.

            En la parroquia de Taramundi, hacia 1986, teníamos allí un grupo de reflexión de adultos sobre la fe y tratábamos diversas cuestiones. Pues bien un día una señora, madre de tres hijos entre 25 y 32 años, me preguntó lo siguiente: ‘Señor cura, ¿Vd. cree que en el cielo nos conoceremos?’ Yo sorprendido por la pregunta, porque nunca me lo había planteado, después de pensarlo un poco le respondí que sí, pues en el cielo ya no tendremos ninguna de las limitaciones que aquí padecemos, seremos como Dios y conoceremos como Él conoce. Entonces la señora me replicó que no creía que en el cielo nos conociéramos. Le pedí explicaciones de esta postura suya y me dijo que ella tenía tres hijos; que a los tres los había educado en los principios de la religión católica; que ninguno iba a la Misa dominical; que, según la Iglesia, faltar a Misa un domingo era pecado mortal, pues se conculcaba el tercer mandamiento de la Ley de Dios al no santificar las fiestas; que no le parecía que sus hijos fueran a cambiar; que, cuando ella muriera, contaba ir al cielo y que lo primero que haría sería ir buscando a sus seres queridos ya fallecidos para estar todos juntos. A medida que pasaran los años y sus otros familiares fueran muriendo iría ella a recibirlos para traerlos a la parte del cielo donde estaba ella y el resto de familiares para que estuvieran todos juntos. Si con el paso de los años sus hijos no subían al cielo, porque sus pecados contra el precepto dominical lo impidieran, entonces ella no podría ser feliz en el cielo sabiendo que sus hijos estaban para toda la eternidad en el infierno. Conclusión de esta señora: en el cielo no nos conoceremos.

            Otra duda que plantean en ocasiones algunas personas es la siguiente: si en el cielo, después de la resurrección, ¿tendremos cuerpos como ahora o seremos simplemente espíritus?

Más preguntas: Si resucitamos, ¿lo haremos con el cuerpo que teníamos a los 80 años, cuando nos morimos, o más bien con el cuerpo de los 40 años, o con el de los 20 años?

Otra duda: Si alguien se quedó sin pierna a lo largo de su vida o le fue trasplantado el corazón o el hígado de otro, ¿resucitará con pierna o sin ella, con su propio corazón o con el del otro?

            De todo esto, de la resurrección sabemos poco o casi nada. Algunos datos se nos dan en el evangelio de hoy:

            - Cuando los discípulos vieron a Jesús resucitado, creían ver a un fantasma. ¿Por qué? Porque había visto cómo le habían pegado, azotado, crucificado, asesinado, atravesado con una lanza y enterrado en un sepulcro, y ahora… lo veían vivo, y ¡eso no podía ser! ¡Tenía que ser un fantasma! Por eso, los discípulos se alarmaron y tenían dudas en su interior. Y Jesús, para demostrarles que era Él, les dio dos clases de pruebas: físicas y del entendimiento.

            - En cuanto a las pruebas físicas, 1) Jesús les muestra las manos y los pies. ¿Por qué? Porque sus manos y sus pies estaban horadados por los clavos que lo sujetaron a la cruz. 2) Además, les dijo: “palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo”. Pero los discípulos seguían dudando y perplejos, por lo que Jesús les da otra prueba física y 3) es que les pide de comer, y come delante de ellos un trozo de pez asado. Este acto de comer, por parte de Jesús, nos suscita una nueva duda: Los que hayan resucitado, ¿necesitan alimentarse como los que estamos aquí, en esta vida terrena?

            - En cuanto a las pruebas del entendimiento, Jesús les habla del porqué de su muerte y de su resurrección. Pero los discípulos no pueden entender este “porqué” sin la ayuda de Dios, por eso Jesús “les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras”. No se está hablando aquí de un entendimiento puramente intelectual, sino y sobre todo espiritual. Mucha gente escucha el evangelio o la Biblia, y se queda igual que si no la hubiera escuchado. Otras personas pueden entender intelectualmente las cosas que se le dicen, pero, cuando el Espíritu Santo nos toca en lo más profundo de nuestro ser, entonces nos pasará como a los discípulos de Emaús que exclamaron: “¿No nos ardía el corazón cuando nos explicaba las Escrituras?” (Lc. 24, 32). Porque una cosa es que comprendamos intelectualmente algo por nosotros mismos o porque nos lo explique un sacerdote u otra persona, y otra muy distinta es cuando es Dios mismo el que nos da el sentido de sus Palabras o de los acontecimientos de la vida que nos suceden o que suceden a nuestro alrededor. Cuando es Dios mismo quien habla en nuestro interior, entonces “arde nuestro corazón”.

            ¿Son más importantes las pruebas físicas o las del entendimiento? Pues son estas últimas y ello por dos razones.

La primera porque nos lo dice el mismo Señor en el evangelio: en la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, a fin de que los hermanos del rico no vinieran al infierno, este pide a Abrahán que Lázaro, ya difunto, se presente en la tierra para que se conviertan. Es decir, la prueba física sería suficiente para que creyeran: “No, padre Abrahán, si se les presenta un muerto, se convertirán”. Pero la respuesta de Abrahán es esta: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas (si no escuchan la Escritura y creen en ella), tampoco harán caso aunque resucite un muerto” (Lc 16, 30-31).

La segunda razón de por qué las pruebas del entendimiento son más importantes que las pruebas físicas es porque nosotros solo podemos creer por aquellas y no por estas; en efecto, nosotros, los que ahora estamos en este templo de san Lázaro, no hemos visto a Jesús comer pez asado, ni hemos visto sus pies y manos horadados, ni hemos palpado su carne y sus huesos. Si nosotros creemos, es porque el Espíritu Santo nos ha abierto el entendimiento para aceptar el hecho de la muerte y resurrección de Cristo.

 

P.D.- Alguien puede decir: ‘Oye, y todas las preguntas e interrogantes que has planteado durante la homilía, han quedado sin responder. Dinos las respuestas’. Ahí van las respuestas: ‘No lo sé’. En tantas ocasiones, la labor de un sacerdote ha de ser, no solo resolver dudas, sino, y sobre todo, suscitar inquietudes y ganas de profundizar en la verdad de Dios. También es cierto que tales dudas e interrogantes no pueden ser solventadas hasta que Dios mismo, aquí o allá, no las aclare.