jueves, 30 de octubre de 2014

Todos los Santos (Difuntos)



1-XI-14                                       TODOS LOS SANTOS (C)

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Quisiera que reflexionásemos sobre LA MUERTE, algo que nos recuerda el día de hoy con la visita a los cementerios donde están nuestros seres queridos ya fallecidos.
            - La muerte es una realidad que alcanza a todas las criaturas que existen sobre la tierra, también a los hombres. En la Biblia se nos presentan posturas muy encontradas ante la muerte:
a) La de aquellos que la temen y le suplican a Dios que la aleje de sí: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado [...] Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa [...] A ti, Señor, llamé, supliqué a mi Dios: ‘¿Qué ganas con mi muerte, con que yo baje a la fosa?’ [...] Cam­biaste mi luto en danzas” (Slm 29).
b) Otros piden a Dios la muerte a gritos: “¡Maldito el día en que nací, el día que me dio a luz mi madre no sea bendito! ¡Maldito el que dio la noticia a mi padre: ‘Te ha nacido un hijo’, dándole una alegría! […] ¿Por qué no me mató en el vientre? Habría sido mi madre mi sepulcro; su vientre me habría llevado por siempre. ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotados?” (Jer. 20, 14-18). O este otro texto: “Muera el día en que nací […] ¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar? Ahora dormiría tranquilo, descansaría en paz [...] Ahora sería un aborto enterrado, una criatura que no llegó a ver la luz” (Job 3, 3. 11-13).
            Esto mismo nos pasa a nosotros, unos deseamos la muerte ante los graves problemas que padecen, ante grandes dolores, ante la soledad y la incomprensión…, y otros la tememos como lo más horrible.
            ¿Qué es la muerte? Es el fin de nuestra vida terrena. Nacemos, crecemos, envejecemos y un día, por enfermedad o accidente, dejamos de exis­tir, dejamos de respirar y nuestro cuerpo se va descomponiendo hasta quedar reducido a cenizas.
            ¿De dónde viene la muerte? La muerte no es obra de Dios. “Dios no hizo la muerte, no goza destruyendo a los seres vivos” (Sb. 1, 13). Según nuestra fe iluminada por la Biblia, la muerte procede del pecado del hombre. Dios nos había creado para no morir, pero el pecado nos acarreó la muerte. Y esta muerte es el último enemigo del hombre que ha de ser vencido por Jesucristo (cfr. Rm. 5, 19-21).
            - Cristo también murió. Él era hombre como nosotros y, por eso, murió como todos los demás hombres. También nosotros moriremos un día. Pero, desde que Él murió, la muerte para los cristianos tiene otro sentido, que voy a tratar de explicar ahora:
            a) Desde Cristo la muerte ya no tiene un sentido negativo, no es simplemente algo destructivo. Por eso oímos en los santos frases como éstas: * “Para mí, la vida es Cristo, y morir una ganancia... Deseo partir y estar con Cristo” (Flp 1, 21. 23). * “Hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí ‘ven al Padre’” (S. Ignacio de Antioquía, Rom 7, 2). * “Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir” (Sta. Teresa de Jesús). * “Yo no muero, entro en la vida” (Sta. Teresi­ta del Niño Jesús). * “Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor!” (S. Francisco de Asís).
            b) La muerte, por tanto, para los cristianos llenos de fe es sólo la puerta que nos lleva al Padre Dios; no es algo horrible que nos destruye, que nos lleva a la nada y a la desaparición para siempre. La muerte es el paso para una nueva vida con Dios donde ya no existirá ni el sufrimiento, ni las enfermeda­des, ni las lágrimas, ni el hambre, ni la maldad. Sólo existirá el amor de Dios para nosotros y de nosotros para Dios, el amor de los demás hombres para nosotros y de nosotros para los otros.
            c) La muerte es el fin de nuestra vida terrena, esta vida que Dios nos ha dado para llegar con entera libertad a Él, que es el fin último de nuestra existencia. El hombre sólo vivirá una vez y, por ello, sólo morirá una vez (Hb 9, 27). No existe reencarna­ción después de la muerte.
            d) La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte. Nunca digamos ¡qué suerte tuvo aquel que se acostó y murió durmiendo, qué muerte más feliz sin sufrimiento alguno! Y ¿si murió sin tiempo de arrepentirse? y ¿si murió con pecados graves? Por eso se dice: * “De la muerte repentina e impre­vista, líbranos Señor”. * “Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muer­te. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?” (Kempis 1, 23, 1). * “Ningún viviente escapa de su persecución (de la muerte); ¡ay si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!” (S. Francisco de Asís).

Difuntos-Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (A)



2-11-14          CONMEMORACION DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (A)

Homilía en vídeo. HAY QUE PINCHAR EN EL ENLACE ANTERIOR PARA VER EL VIDEO. Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            (Aunque, como dice el Misal Romano, cuando el 2 de noviembre, día de todos los fieles difuntos, coincida en domingo, se celebrará esta festividad en lugar de la propia del domingo correspondiente, sin embargo, por costumbre en la zona de Tapia de Casariego es el día 1 de noviembre cuando se celebra la visita a los cementerios y la oración por los difuntos. Por esta razón en el día de ayer prediqué sobre los difuntos y hoy lo haré sobre las lecturas del domingo XXXI del Tiempo Ordinario. Perdón por el desorden litúrgico).
            Esta homilía la voy a titular así: ENSEÑANZAS. Y voy a empezar con un episodio que me sucedió el primer día de catequesis de confirmación de este curso 2014-2015 en Tapia de Casariego. Fue el 17 de octubre. Estaba comenzado a explicarles a los integrantes de la catequesis de confirmación la figura de Jesús. En un determinado momento quise ponerles un ejemplo de cómo actuaba Jesús y les dije que iba a hacerlo con la figura de Zaqueo. Di por supuesto que este nombre y el hecho que narran los evangelios sobre él y Jesús eran de sobra conocidos por todos los confirmandos. Tenía la sensación de que iba a decir algo ya sabido y manido, y pensaba pasar muy por alto sobre la historia de Zaqueo. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando los confirmandos me dijeron que no tenían ni idea de quién era ese tal Zaqueo ni lo que le pasó con Jesús! Y en ese momento aprendí una cosa muy importante para mi sacerdocio y para mi predicación de la Palabra de Dios: doy por supuesto que las personas que vienen a la catequesis, a las Misas, a las confesiones, a las parroquias… tienen una cultura suficiente sobre Jesús, sus evangelios y sobre la Iglesia y su doctrina, y estoy en un gran error. Por lo tanto, a partir de ese día me propuse predicar con la seguridad de que lo que diga sobre Jesús y sobre su mensaje es algo novedoso para una gran mayoría de las personas y de los fieles que se acercan a la Iglesia, y más aún para aquellos que no se acercan y me encuentro con ellos fuera del ámbito de la parroquia.
            Dicho esto vamos a entrar propiamente en el cuerpo de la homilía de hoy, y voy a tratar de profundizar un poco sobre algunas de las enseñanzas de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar.
            - Dice san Pablo en la segunda lectura: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas […] Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios”. El hombre de fe ha de ser un servidor de todos y en todo tiempo y lugar. El hombre de fe ha de ‘machacar’ su vida por los demás. Al hombre de fe le han de importar los demás fieles, sus hermanos y Dios y su Palabra, ya que ambos están al mismo nivel[1]. No importa el mensajero. Éste debe ir muriendo poco a poco, hasta que ‘reviente’. Voy a tratar de explicar esta idea un poco más, y usaré para ello la parábola del espantapájaros. ¿La conocéis?
            “En un lejano pueblo vivía un labrador muy avaro y era tanta su avaricia que cuando un pájaro comía un grano de trigo encontrado en el suelo, se ponía furioso y pasaba los días vigilando que nadie tocara su huerto. Un día tuvo una idea: ‘-Ya sé, construiré un espantapájaros; de este modo, alejaré a los animales de mi huerto’. Cogió tres cañas y con ellas hizo los brazos y las piernas, luego con paja dio forma al cuerpo, una calabaza le sirvió de cabeza, dos granos de maíz de ojos, por nariz puso una zanahoria y la boca fue una hilera de granos de trigo.  Una vez el espantapájaros estuvo terminado, le colocó unas ropas rotas y feas y de un golpe seco lo hincó en la tierra. Pero se percató de que le faltaba un corazón y cogió el mejor fruto del peral, lo metió entre la paja y se fue a su casa. Allí quedó el espantapájaros moviéndose al ritmo del viento.
Más tarde un gorrión voló despacio sobre el huerto buscando donde poder encontrar trigo. El espantapájaros, al verle, quiso ahuyentarle dando gritos, pero el pájaro se posó en un árbol y dijo: ‘-Déjame coger trigo para mis hijos’. ‘-No puedo’, contestó el espantapájaros; pero tanto le dolía ver al pobre gorrión pidiendo comida que le dijo: ‘-Puedes coger mis dientes que son granos de  trigo’. El gorrión los cogió y de alegría besó su frente de calabaza. El espantapájaros quedó sin boca pero muy satisfecho por su acción.  
Una mañana un conejo entró en el huerto. Cuando se dirigía hacia las zanahorias, el muñeco le vio y quiso darle miedo, pero el conejo le miró y le dijo:  ‘-Quiero una zanahoria, tengo hambre’. Tanto le dolía al espantapájaros ver un conejo hambriento que le ofreció su nariz de zanahoria.  Una vez el conejo se hubo marchado, quiso cantar de alegría; pero no tenía boca, ni nariz para oler el perfume de las flores del campo, sin embargo, estaba contento.
Un día apareció un gallo cantando junto a él. ‘-Voy a decir a mi mujer, la gallina, que no ponga más huevos para el dueño de esta huerta, es un avaro que casi no nos da comida’, dijo el gallo. ‘-Esto no está bien, yo te daré comida, pero tú no digas nada a tu mujer. Coge mis ojos que son granos de maíz’. ‘-Bien’, contestó el gallo, y se fue agradecido. 
Poco más tarde alguien se acercó a él y dijo: ‘-Espantapájaros, el labrador me ha echado de su casa y tengo frío, ¿puedes ayudarme?’ ‘-¿Quién eres?’, preguntó el espantapájaros que no podía verle, pues ya no tenía ojos. ‘-Soy un vagabundo’. ‘-Coge mi vestido, es lo único que puedo ofrecerte’. ‘-¡Oh, gracias, espantapájaros!’
Más tarde notó que alguien lloraba junto a él. Era un niño que buscaba comida para su madre y el dueño de la huerta no quiso darle. ‘-Pobre -dijo el espantapájaros-, te doy mi cabeza que es una hermosa calabaza...’
Cuando el labrador fue al huerto y vio al espantapájaros en aquel estado, se enfadó mucho y le prendió fuego. Sus amigos, al ver cómo ardía, se acercaron y amenazaron al labrador, pero en aquel momento cayó al suelo algo que pertenecía a aquél monigote: su corazón de pera. Entonces el hombre riéndose, se lo comió diciendo: ‘-¿Decís que todo os lo ha dado? Pues esto me lo como yo’. Pero sólo al morderla notó un cambio en él y les dijo: ‘-Desde ahora os acogeré siempre’. Mientras, el espantapájaros se había convertido en cenizas y el humo llegaba hasta el sol transformándose en el más brillante de sus rayos”.
Ese espantapájaros es Jesús, san Pablo y cada seguidor fiel de Jesús a lo largo de los siglos y de los lugares.
            - Sigue diciendo la segunda lectura: “No cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios”. No escuchéis a quien os habla; escuchad lo que se os dice, pues lo que os tramite es Palabra de Vida, es Palabra Eterna, es Palabra que da sentido y un por qué a nuestro diario vivir; es Palabra que nos conduce a Dios Padre…
            - Termina Jesús el evangelio de hoy diciendo: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. El hombre de fe, el mensajero de la Palabra de Dios sabe y experimenta que está por detrás de Dios, está por detrás de su Palabra, está por detrás de los destinatarios de la Palabra. Él debe ser el último de todos, como Jesús también quiso ser el último de todos: “Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo hice con vosotros” (Jn. 13, 15), es decir, lavar los pies a los demás, lo cual era un trabajo de esclavos.

[1] Nos lo decía Jesús en el evangelio del otro domingo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser […] Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.