viernes, 30 de noviembre de 2007

Domingo I de Adviento (A)

2-12-2007 1º DOMINGO ADVIENTO (A)
Is. 2, 1-5; Slm. 121; Rm. 13, 11-14a; Mt. 24, 37-44
Queridos hermanos:
- Comenzamos hoy el año litúrgico en la Iglesia. Es el año A y leeremos en los domingos de este año mayormente el evangelio de S. Mateo. El año litúrgico lo comenzamos con el tiempo de Adviento en el que preparamos la venida de Jesucristo. No es este tiempo de Adviento simplemente para celebrar que Jesús ha venido hace más de 2000 años, sino para preparar la definitiva llegada de Jesús, Mesías y Salvador.
En esta semana me preguntaba una persona cuál era la diferencia o diferencias entre el tiempo de Adviento y el tiempo de Cuaresma. Parecen bastante iguales o similares, pues en ambos se utiliza el color morado en la casulla y en otros paños litúrgicos; en ambos se da paso a otros tiempos litúrgicos más fuertes: Navidad y Pascua; y en ambos se hace penitencia –me decía esta persona.- La verdad es que los dos primeros puntos son ciertos, pero no el último. En efecto, el tiempo de Adviento no es propiamente un tiempo de penitencia, sino que es un tiempo de espera y esperanza, un tiempo de ilusión y de oración, tiempo de preparación a la venida del Señor. Sí, lo que importa preparar en estas cuatro semanas es que el Señor viene. Por eso, el evangelio de hoy nos anima con estas palabras: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor […] Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.”
Recibí el miércoles una carta de una religiosa que me escribía lo siguiente: “quiero encomendar a sus oraciones a una hermana de la comunidad, que falleció anoche, a las nueve de la noche. Dos días antes estando cenando le dio un infarto cerebral y a las 48 horas fallecía. Hacía 9 años que le había dado algo parecido y se recuperó bastante. Por lo tanto, nadie esperaba este desenlace tan repentino. Verdaderamente el Señor viene como ladrón en la noche, y hay que vivir preparados, pues una muerte santa no se improvisa.” Tiene toda la razón esta religiosa: una muerte santa no se improvisa… y una vida santa tampoco. El Señor pasa a nuestro lado a la hora de la muerte, pero igualmente pasa de modo constante para tocar nuestro corazón.
Recordáis que el otro domingo os hablaba de una señora que está mal, bastante mal. Ese mismo domingo, por la tarde, fui a verla y la más entera de todos los que encontré en su casa era ella. Tenía una paz que no era de este mundo. Las lágrimas se nos saltaban a sus hijos, a su marido, a mí…, pero a ella no. Ahí os van algunas de las perlas que he visto y escuchado en esa tarde del domingo:
* Al quedar a solas con esta mujer para administrale los sacramentos me dijo que tenía una gran paz, que el Señor estaba haciendo con ellas cosas grandes y que notaba que la estaba preparando. Ella sentía como si estuviera subiendo una montaña y percibía que estaba ahora muy cerca de la cumbre.
* Una de sus hijas le decía: “Mamá, tú ¿por qué no lloras?” Y la madre le contestó. “Porque a mí no se me va a morir nadie”.
* Decía un yerno: “Es tan injusto esto, que le pase esto a ella”. Pero esta mujer lo vive con gran paz.
* Algunos le pedían a Dios poder entender lo que le está pasando a esta mujer, pero ahora dicen que no es cosa de entender, sino de vivir.
* Me decía esta mujer que tenía que preparar yo la Misa de su fallecimiento: que quería que fuera una Misa de alegría, y no de un funeral como otros (de tristeza). Ella pasa a otro lugar en donde estará mejor, me decía.
* Le decía yo a una de sus hijas que tenían que tener una grabadora al lado de su madre, pues las palabras de ésta estaban verdaderamente inspiradas y rezumaban una sabiduría y una paz que no era de este mundo.
* Esta mujer, como dice S. Pablo, sembró espíritu durante su vida, por eso ahora cosecha y recoge Espíritu. Pero quien siembra en esta vida sólo para la “carne”, únicamente cosechará y recogerá luego “carne”.
Que por qué os cuento esto, pues por lo que decía la religiosa más arriba: una muerte santa no se improvisa y una vida santa tampoco. Os lo cuento también porque esta mujer está preparando su Adviento y está diciendo en su corazón: “Ven, Señor Jesús.” Durante años esta mujer quiso vivir al lado del Señor, con muchos pecados y fallos, pero al lado del Señor. Quiso vivir ella y que viviera su familia y las gentes cercanas a ella de un modo muy próximo al Señor. Esta mujer quiso ser del Señor y para el Señor, y sembró, y ahora está recogiendo los frutos.
- En la segunda lectura nos dice S. Pablo: “Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo.” Sí, es necesario que sembremos espíritu para cosechar Espíritu, y que no sembremos “carne” para no recoger después sólo “carne”. Por ello, un año más os propongo que hagáis un plan para este Adviento. Así lo estoy proponiendo en las penitencias que impongo estos días a las personas que se confiesan conmigo. Os doy algunas ideas que puedan ayudaros:
* En el ámbito espiritual sería bueno que 1) nos pudiéramos plantear el acudir más frecuentemente a la Eucaristía entre semana; 2) podemos meditar en la oración sobre las lecturas de la Biblia que se nos proponen en cada Misa; 3) podemos realizar una confesión en medio del tiempo de Adviento; 4) podemos frecuentar más el Sagrario como medio de cercanía a nuestro Amado Jesús.
* En el ámbito humano y familiar y de trabajo podemos luchar contra un defecto que se nos resiste o por fortalecer una virtud que el Señor nos pide con más ahínco. Por ejemplo, dejar algo más de lado la televisión, el ordenador, Internet, la lengua, los gastos-compras superfluos, los regalos superfluos, no tomar dulces navideños hasta el día 24 de diciembre por la noche, el hacer más tareas en casa o en nuestro trabajo o estudio, ser ordenados en nuestros horarios de levantarnos o de acostarnos, o ser puntuales en nuestras citas, sujetar el genio, mortificar el egoísmo o la soberbia, visitar enfermos o gente que sabemos que nos agradecerá un poco nuestro escuchar o nuestra presencia, dar dinero o cosas o “cacharritos” que no nos dejan movernos hacia el Amado Jesús. Ser más cariñosos con los que nos rodean, perdonar a los que nos ofenden, pedir perdón a los que herimos…
* En el ámbito pastoral o de apostolado, ver qué puedo hacer en la Iglesia, parroquia, movimiento… en los que Dios me ha puesto.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Jesucristo, Rey del Universo (C)

25-11-2007 JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (C)
2 Sam. 5, 1-3; Slm. 121; Col. 1, 12-20; Lc. 23, 35-43
Queridos hermanos:
Al finalizar el año litúrgico con la festividad de Jesucristo, Rey del Universo, la Iglesia nos presenta un texto del evangelio para ilustrar esta celebración. ¿Qué texto del evangelio de S. Lucas hubiéramos elegido nosotros para este domingo? Pues… el texto que se escogió para leer este domingo es el pasaje de la crucifixión en que Cristo, Rey del Universo, es insultado y despreciado por todos. Se nos muestra una colina cercana a Jerusalén en donde acontece un ajusticiamiento de tres hombres por parte de ejército romano. Los romanos ajusticiaban a los ciudadanos romanos cortándoles la cabeza, como sucedió con S. Pablo, y a los que no eran ciudadanos romanos los colgaban en una cruz, y en ésta ponían en un cártel el motivo de la condena. Así en el texto se dice: “Había encima (de la cruz) un letrero en escritura griega, latina y hebrea: ‘Éste es el rey de los judíos.’”
Como se trata de un rey, seguramente que Lucas nos tendría que hablar de los palacios del reino, de los ministros del reino, de las doncellas, de los cocineros, de los criados, de los tesoros y del ejército del rey, pero esto no sucede así. Veamos los personajes que aparecen en el evangelio de hoy y que acompañan a Jesús a la hora de su muerte:
1) Las autoridades judías, que hacían muecas a un Jesús agonizante y con dolores de paroxismo, le decían con sorna: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.” Esto es lo que se llama hacer leña del árbol caído. Esto es lo que se llama cebarse con la persona fracasada. Esto es lo que se llama hurgar en la herida, echar sal y vinagre en la herida abierta. No hay ni humanidad ni compasión en estas autoridades judías. Estos le restriegan a Jesús en las narices su fracaso: fracaso ante Dios, pues no ha logrado nada de la misión que El le había encargado; fracaso ante los hombres y ante los discípulos, pues se ha visto abandonado por todos y ha desilusionado a todos los que habían puesto su confianza en él; fracaso ante sí mismo, porque no consiguió nada de lo que se propuso en esta vida. Por otra parte, las autoridades judías estaban alegres, porque habían logrado acabar con un enemigo muy peligroso que les había quitado por un tiempo a la gente que les obedecía borreguilmente.
2) “Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: ‘Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.’” Estos soldados eran hombres embrutecidos por su profesión y por el odio que les acompañaba allí a donde iban. Su misión era matar; para eso estaban entrenados. Aquella crucifixión seguramente era para ellos un motivo para salir de su rutina habitual. Además, cuando en otras ocasiones crucificaban a judíos, la gente insultaba a estos romanos y les lanzaba piedras. Sin embargo, en esta ocasión la gente estaba de acuerdo con lo que ellos, los soldados, hacían y los gritos iban dirigidos, no contra ellos, sino contra uno de aquellos crucificados. Así las cosas, los soldados se sumaron a los gritos y a las burlas de las autoridades judías.
3) Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: - ‘¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.’” Al lado de Jesús había dos hombres, que también estaban crucificados. Nos dice el evangelio que uno de ellos se unió al coro de los que insultaban a Jesús, pero no lo hacía por sentirse a gusto por el triunfo de que Jesús muriera, como las autoridades; o para pasar el tiempo y alegrarse de que los gritos fueran contra otros (para variar), como los soldados; este malhechor insultaba a Jesús y lo jaleaba a ver si se decidía a salvarse con un milagro “de chistera” y, de paso, lo salvaba a él.
4) El pueblo estaba allí mirando, nos dice el evangelio. Este pueblo al que Jesús había curado, alimentado, enseñado, amado… ahora estaba allí simplemente mirando, viendo los toros desde la barrera y callando ante los insultos y las burlas de todos contra Jesús. Y ya sabemos lo que dice el refrán: El que calla otorga. Jesús había sido el único que los había defendido, ayudado y amado, y ahora… ellos lo dejaban morir y lo dejaban abandonado a su suerte.
5) También aparece otro personaje: el llamado comúnmente el buen ladrón: “Pero el otro lo increpaba: -‘¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.’ Y decía: -‘¡Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.’” En este texto evangélico se da un hecho que a mí siempre me ha llamado la atención: ante un mismo acontecimiento de sufrimiento, unas personas reaccionan muy negativamente, insultando y clamando contra Dios (‘¡Demostrado, Dios no existe!’). Y, sin embargo, otras personas se sitúan ante Dios, reconocen sus errores, reconocen la justicia de lo que les sucede, reconocen la total inocencia de Dios (en este caso de Jesús) y surge en estas personas –como en el buen ladrón, como en el publicano- la súplica de perdón y de misericordia. TAMBIÉN SURGE EL TESTIMONIO DE FE. El buen ladrón cree en un Cristo escarnecido, burlado, fracasado y moribundo. Es fácil creer en Jesús cuando multiplicó los panes y los peces, cuando curó a leprosos y resucitó a muertos, cuando anduvo sobre las aguas o cuando tuvo el discurso maravilloso en el Sermón de la Montaña. Pero, ¿quién va a creer en un Mesías sucio, maloliente, sangrante, deshecho, escarnecido por las burlas y desprecios, y a punto de morir? Pues es el buen ladrón quien cree en El y quien le pide la salvación. El otro ladrón pedía a Jesús que bajase él de la cruz y que lo bajase también a él. Pero el buen ladrón sabe que Jesús ha de morir y llegar a su reino y, cuando esto suceda, le dice que se acuerde de él y que lo lleve con él a ese reino. El buen ladrón sabe que ha de morir en la cruz y después, y sólo después de pasar por la cruz, podrá llegar al reino de Jesús.
6) El último personaje que queda por contemplar es Jesús. Jesús es Rey. Pero su reino no se basa en el poder, en la fuerza y en el triunfo, al modo humano.
* Su reino pasa por la cruz. ¿Queremos llegar a ese reino por este camino? No hay otro camino.
* Su reino se asienta en la debilidad, al menos, en la debilidad humana. ¿Queremos llegar a ese reino por este camino?
* El otro domingo se nos hablaba de que los discípulos de Jesús van a ser perseguidos y asesinados. Así sucedió con nuestro Señor, Jesucristo. ¿Estamos dispuestos a pasar por esa cruz y del modo que El pasó –sin atajos- para llegar al Reino de Dios?

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (C)

18-11-2007 DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (C)
Mlq. 4, 1-2a; 3, 19-20; Slm. 97; 2 Ts. 3, 7-12; Lc. 21, 5-19
Queridos hermanos:
Estamos ante el penúltimo domingo del este año litúrgico. El siguiente domingo será ya el de Cristo Rey y con él terminaremos el año. Habitualmente en este mes de noviembre la Iglesia nos propone lecturas y evangelios que nos hablan de muerte, de resurrección, del fin del mundo y de persecuciones. En efecto, en el evangelio de hoy se nos dice por parte de Jesucristo: “Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio […] Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.” Jesús nos habla a sus discípulos y nos anuncia que, por seguirlo a él, por ser discípulos suyos seremos perseguidos de un modo u otro: nos arrastrarán a la cárcel, nos quitarán los bienes, nos quitarán la fama, nos quitarán el trabajo, seremos traicionados por nuestros propios amigos y familiares más íntimos, nos odiarán, se burlarán de nosotros. Nos pondrán en la disyuntiva de decidirnos por conservar nuestros bienes materiales o nuestra fe, por conservar nuestra fama ante los demás o nuestra fe, por conservar nuestro trabajo o nuestra fe, por conservar nuestros amigos o nuestra fe, por conservar nuestros familiares más íntimos o nuestra fe… ¡¡Qué duro resulta caminar contra corriente y en la más espantosa de las soledades cuando queremos ser fieles a Dios!! Pero Jesús nos dice que, si perseveramos en nuestra fe y en nuestro amor a Dios Padre, salvaremos nuestras almas.
Desde la experiencia de la Iglesia y de tantos y tantos cristianos sabemos que hay persecuciones cruentas, es decir, con derramamiento de sangre. Un caso que cuento con mucha frecuencia se refiere a una niña que vivía en El Salvador hacia 1980. Tenía unos 12 años. En su aldea no estaba habitualmente el sacerdote, sino que éste iba por allí cada 3 ó 4 meses. Había en la aldea una capilla en donde se reunía cada domingo la comunidad de creyentes, leían la Palabra de Dios, oraban y cantaban a Dios. En aquellos momentos existía en el país una confrontación entre el ejército y los guerrilleros. Pues bien, un domingo llegó una patrulla del ejército al poblado y entró en la capilla. Casi toda la gente de la aldea estaba en aquel recinto. El capitán con una pistola en la mano les acusó a todos de ser guerrilleros y la gente lo negaba. El capitán cogió el crucifijo que estaba sobre el altar, lo tiró al suelo y ordenó que fueran saliendo todos, pero, antes de salir, debían de escupir al crucifijo. Quien no lo hiciera así, sería fusilado. Hubo un silencio muy tenso y, al cabo de unos minutos interminables, salió primero un hombre de la aldea y escupió al Cristo. El escupitajo le cayó en pleno rostro a Jesús. Inmediatamente se adelantó la niña de 12 años, se arrodilló ante el crucifijo y aplicó sus labios en donde había caído el escupitajo y besó a su Amado Jesús. El capitán, al ver aquello, aplicó la pistola a la cabeza de la niña, le pegó un tiro y la mató. El padre de la niña se tiró a su hija y la abrazaba llorando. El capitán se quedó cortado y ordenó a sus hombres retirarse del poblado. Esta niña murió por Jesús y salvó su alma. Yo me pregunto en muchas ocasiones qué habrá sido del hombre que salvó su vida al escupir el crucifijo, y rezo por él y por mí, porque yo soy él en muchas ocasiones.
En otras ocasiones hay también persecuciones incruentas, es decir, sin derramamiento de sangre. Estas últimas son las que más, estadísticamente hablando, nos pueden tocar a nosotros. Como dice el Papa Benedicto XVI en su libro de Jesús de Nazaret, para esta sociedad moderna y occidental la fe en Dios debe de estar circunscrita únicamente al ámbito privado e íntimo de la persona y no debe de salir al exterior (pg. 60). Si sale al exterior, entonces se pueden producir burlas y desprecios. Voy a contaros algún ejemplo de esto: 1) Recuerdo el caso de un soldado, cuando existía el servicio militar en España, que, a la hora de acostarse en el pabellón de literas, él se arrodilló, como hacía habitualmente en su casa antes de acostarse, y se pudo a orar. Sus compañeros reclutas que lo vieron en esta postura se arremolinaros a su alrededor y comenzaron a mofarse de él. Un capitán que pasaba por allí, al ver el tumulto y pensando que podía ser una broma pesada que gastaran a un novato, se acercó para poner orden. De un vistazo se dio cuenta de la situación y les dijo a todos que aquel chaval tenía más “coj…” que todos los demás juntos, pues estaba rezando a Dios independientemente de lo que pensaran o dijeran el resto, mientras que ellos nunca se atreverían a mofarse de este chico de uno en uno. 2) Hace un tiempo leí en un libro, que se titula “Ligar con Dios” en donde unas chicas, que se metieron a monjas de clausura, cuentan alguna experiencia de burla por defender su fe: “Me acuerdo ahora de un desprecio que sufrí. Conocía a un chico al que intentaba “convertir”; discutía con él sobre la existencia de Dios o la virginidad de María. Yo no sé de dónde me salían las palabras, pero tenía un celo infatigable por la gloria de Dios. Un día, en que vi a ese chico hablando con sus amigos –había mucha gente alrededor- noté que no cesaban de mirarme y se reían entre sí. De pronto, se me acerca y me dice: ‘Oye, tú que tanto defiendes a Cristo y sigues el Evangelio, si te abofeteo en una mejilla, ¿pones la otra?’ Yo me quedé parada unos instantes, sin saber qué responderle. Veía a los amigos riéndose y a tanta gente a nuestro alrededor… Si decía que sí, me iba a llevar unos cuantos tortazos; y si decía que no en ese momento, era para mí traicionar a Jesús, siguiéndole con palabras y no con obras. Entera y serena le dije: ‘Sí, la pongo’ En décimas de segundo me arreó un tortazo en una mejilla y me dijo: ‘¿Pones la otra?’ Yo, con los ojos en el suelo y colorada de vergüenza, le dije: ‘Sí’. Y me pegó una y otra y otra vez… De repente, se quedó confundido, y paró. La gente no me sacaba ojo; los amigos se quedaron corridos y él aún más. Yo le miré y le dije: ‘¿No sigues?’ Hubo un silencio y continué: ‘Yo seguiré siempre a Cristo, aunque tenga que poner mil veces la mejilla’. Y viendo que no me decía nada, me fui ‘alegre de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.’” 3) Teniendo yo 16 años y estando cursando 6º de bachiller en el Instituto de Virgen de la Luz de Avilés se me acercó un compañero y me preguntó si era cierto que yo iba a ir para el Seminario el curso siguiente. Esto sí que era cierto, pues COU ya lo cursé en Oviedo. Pensé que, si decía que sí, iba a ser la rechifla de todos mis compañeros el resto del curso escolar y entonces dije que no al que me preguntaba, le dije que no era cierto. Aquella negativa mía por miedo a la burla me acompaña en muchas ocasiones. Le pedí perdón a Dios por ello muchas veces y sé que, a pesar de todo lo que Jesús hizo por mí siempre, yo soy capaz de volver a hacerlo, es decir, soy capaz negarle una vez más como Pedro, o de traicionarle como Judas.
¡¡Señor, concédenos ser siempre fieles a ti y a tu santo evangelio en medio de las persecuciones cruentas e incruentas, y nunca te separes de nosotros para que así podamos SALVAR NUESTRAS ALMAS. Amén!!

jueves, 8 de noviembre de 2007

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (C)

11-11-2007 DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO (C)
2 Mcb. 7, 1-2.9-14, 2; Slm. 16; 2 Ts. 2, 16-3, 5; Lc. 20, 27-38
Queridos hermanos:
Os decía el otro domingo que los saduceos no creían en la resurrección de los muertos y pusieron ante Jesús el caso de la mujer que se casó con siete hermanos. De ninguno de ellos pudo tener hijos y entonces los saduceos planteaban la pregunta de que, al resucitar, de cuál de los siete hermanos sería mujer. Los judíos aceptaban que un hombre tuviera varias mujeres, pero no que una mujer tuviera varios maridos. Así, al plantear este caso ante los fariseos y ante Jesús querían hacer ver la ridiculez de creer en la resurrección de los muertos.
También hoy estamos en un momento en que hay muchos “saduceos”, es decir, muchas personas que no creen en la resurrección de los muertos. Piensan que, una vez que llega la muerte, ya no hay nada más después. Dicen que creer en la resurrección es poner la esperanza en algo vacío e irreal. El cielo está aquí y el infierno está aquí. Después no hay nada. Creer en la resurrección es hacer caso de cuentos de la Edad Media y de inventos de la Iglesia.
La realidad de la muerte está y sigue ahí, y se acerca a nosotros de modo inexorable. Veamos tres casos de personas que niegan la resurrección o que hay vida después de la muerte, y cómo se enfrentan a ello: 1) El primer caso es el de Simone de Beauvoir, mujer o pareja de Sartre, filósofo francés. Simone escribía esto: “‘Si alguna vez por la tarde había bebido un vaso de más, podía suceder que derramara ríos de lágrimas. Mi antigua ansia de absoluto se despertaba, y yo descubría de nuevo la vanidad del esfuerzo humano y la amenazadora proximidad de la muerte… Sartre niega que se pueda encontrar la verdad en el vino y en las lágrimas. En su opinión, el alcohol me ponía melancólica y yo disimulaba mi estado con razones metafísicas. Yo sostenía, en cambio, que la embriaguez retiraba la defensa y los controles que normalmente nos protegen de las certezas insoportables, y me forzaba a mirarlas a la cara. Hoy creo que, en un caso privilegiado como el mío, la vida contiene dos verdades entre las cuales no hay elección, y hay que ir a su encuentro al mismo tiempo: la alegría de existir y el horror ante el fin.’” 2) Asimismo Simone menciona en sus memorias a un conocido suyo, “el comunista Nizan, que oficialmente anunciaba la tesis del futuro que el ser humano encuentra en su trabajo a favor de las construcción de una sociedad futura sin clases, pero que en privado estaba totalmente convencido de que esta respuesta era completamente insatisfactoria y experimentaba con estremecimiento la tragedia de la ausencia de futuro del ser humano, detrás de la engañosa fachada de la promesa de un futuro colectivo. La llamada al futuro que surge del ser humano no se agota en un colectivo anónimo; el ser humano exige un futuro que lo incluya a él.” 3) También quiero traer aquí las palabras de un autor italiano, Indro Montanelli, ateo o agnóstico, sobre la muerte y la falta de fe: “Lo confieso, yo no he vivido y no vivo la falta de fe con la desesperación de un Guerriero, de un Prezzolini [...] Sin embargo, siempre la he sentido y la siento como una profunda injusticia que priva a mi vida, ahora que ha llegado al momento de rendir cuentas, de cualquier sentido. Si mi destino es cerrar los ojos sin haber sabido de dónde vengo, a dónde voy y qué he venido a hacer aquí, más me valía no haberlos abierto nunca.”
Y es que, ante la muerte, podemos adoptar una posición de rebelión o de resignación o de esconder la cabeza bajo el ala. Otras personas tienen otras interpretaciones de la vida después de esta vida: El lunes por la noche cenaba con unos amigos y me decía uno de ellos que había llamado a su primo, que estaba muy enfermo, para despedirse y le decía mi amigo que rezaría por él. Sin embargo, el primo moribundo decía que no creía en nada de eso del cielo o de la resurrección o de la Iglesia. Únicamente esperaba que, al morir, su energía se fundiera con la energía cósmica. En este caso y según esta interpretación nosotros vivimos con una individualidad determinada, pero que desaparece al morir y fundirnos en un magma impersonal.
Las personas que tenemos fe en Jesucristo sabemos que 1) Dios nos recogerá al otro lado de la puerta; 2) que nuestra muerte no es para siempre, pues reviviremos o pasaremos a otra forma de vida que ya nunca se acabará; 3) que merece la pena esforzarse para vivir aquí según Dios para VIVIR después con Dios. Desde esta fe y esta certeza tienen sentido las palabras que acabamos de escuchar en las lecturas. Decían los hermanos macabeos torturados por ser fieles a Dios: “’Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.’ […] ‘Tú nos arrancas la vida presente; pero el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.’ […] ‘Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará.’” Decía Jesús en el evangelio: “los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección […] No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.”
Para terminar voy a leeros un texto de un anciano creyente a las puertas de la muerte. Quizás ya conozcáis el texto. Se trata del testamento espiritual de Papa Pablo VI: "¡El fin! Llega el fin... ¿Quién soy yo? ¿Qué queda de mí? ¿A dónde voy? Veo que este diálogo debe desarrollarse con Dios, del cual vengo y al cual voy. Llega la hora. Hace algún tiempo que tengo el presentimiento. Habitualmente, el fin de la vida temporal tiene una oscura claridad propia: la de los recuerdos, tan bellos, tan atractivos y ahora para denunciar un pasado irrecuperable. Donde hay luz se descubre el engaño de una vida basada en bienes efímeros y sobre esperanzas falsas.
Esta vida mortal es, a pesar de sus trabajos, de sus oscuros misterios, de sus padecimientos, de su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor. Y no menos encantador es el marco que envuelve la vida del hombre: este mundo inmenso, misterioso, magnífico, este universo de las mil fuerzas, de las mil leyes, de las mil bellezas, de las mil profundidades. Es un panorama encantador. Ante esta mirada asalta la pena de no haberlo admirado bastante. ¡Qué distracción más imperdonable, qué superficialidad más reprobable! Yo te saludo mundo con inmensa admiración. Detrás de ti está un Dios Creador, que se llama Padre nuestro que estás en el cielo. ¡Gracias, oh Dios, gracias y gloria a ti, Padre!
Pero ahora, en el momento de mi muerte, ocupa mi espíritu otro pensamiento. ¿Cómo reparar las acciones mal hechas, cómo recuperar el tiempo perdido, cómo alcanzar la única cosa necesaria que eligió María, la hermana de Lázaro?
A la gratitud sucede el arrepentimiento. Al grito de gloria hacia Dios Creador y Padre sucede el grito que invoca misericordia y perdón: Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad. Señor, ten piedad. Aquí en la memoria aflora la pobre historia de mi vida, tejida, por un lado de beneficios innumerables, derivados de la inefable bondad de Dios; y, por otro lado, atravesada por las miserables acciones, que preferiría no recordar, por tan defectuosas, imperfectas, erróneas, necias, ridículas. Que pueda ahora invocarte, oh Dios, y aceptar y celebrar tu dulcísima misericordia.
Después de esto, mirar sólo para adelante. En estos últimos momentos que me quedan hacer las cosas bien, con alegría. Inclino la cabeza y elevo el espíritu. Me humillo a mi mismo y te ensalzo, Dios. Ahora sólo me queda el encuentro con Cristo. Yo creo, yo espero, yo amo, en tu nombre, Señor.
Ruego al Señor que me dé la gracia de hacer de mi próxima muerte un don de amor a la Iglesia. Podría decir que siempre la he amado. Fue su amor el que me sacó fuera de mi cerrado y salvaje egoísmo y me puso a su servicio; y que por ella, y por nada más, me parece que he vivido. Hombres, entendedme; os amo a todos. Así os miro, así os saludo, así os bendigo. A todos.
Amén. El Señor Jesús viene. Amén".

sábado, 3 de noviembre de 2007

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (C)

4-11-2007 DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (C)
Sb. 11, 22-12, 2; Slm. 144; 2 Ts. 1, 11-2, 2; Lc. 19, 1-10
Queridos hermanos:
En el evangelio de hoy se nos presenta el caso de Zaqueo, jefe de publicanos y hombre rico. En tiempos de Jesús había en Israel diversos grupos sociales: 1) Existían los saduceos. Eran los ricos. Ellos nada más aceptaban los cinco primeros libros de la Biblia (el Pentateuco) y, como aquí no se hablaba de la resurrección de los muertos, los saduceos no creían en ella. Para los saduceos Dios “pagaba” en esta vida el cielo y el infierno. Así, cuando un hombre estaba enfermo, era pobre o tenía cualquier desgracia, ello era signo de que había pecado y Dios le castigaba en vida. Al contrario, cuando un hombre estaba sano, tenía riquezas y todo lo iba bien, era porque Dios veía que era bueno y santo, y lo premiaba en esta vida. Fueron los saduceos quienes, para poner a prueba a Jesús, le plantearon aquel caso de una mujer que se había casado con varios hermanos y de ninguno había tenido hijos. Luego le preguntaron que, al morir, de cuál de los hermanos sería mujer. Con ello querían decir que la resurrección era algo ridículo. 2) Un segundo grupo eran los fariseos. Estos creían en la resurrección de los muertos. Ellos elaboraban las normas que explicaban y aplicaban la Ley de Moisés; para ellos tenía más importancia la Ley de Moisés, y la interpretación que ellos daban, que el hombre. Los fariseos eran judíos fervorosos. En este grupo estaban Pablo, Nicodemo… 3) Un tercer grupo lo formaban los zelotes. Eran guerrilleros y soldados, y luchaban con armas contra los romanos y contra los judíos colaboracionistas, como los publicanos, y contra los judíos permisivos, como los saduceos. Se dice que dos de los apóstoles eran zelotes: Simón el menor y Judas Iscariote. ¿No recordáis que, en cierta ocasión en que Jesús hablaba de enfrentamientos, varios apóstoles sacaron unas espadas que llevaban escondidas, y también en el huerto de los Olivos? Se ve que iban preparados para la guerra. 4) También existían un grupo de judíos, denominados publicanos. Eran judíos que cobraban los impuestos de los compatriotas suyos a cargo de los romanos quedándose con una parte. Por ejemplo, los romanos les podían decir que cobrasen a cada compatriota 10 denarios y que 2 eran para ellos y que los otros 8 se los entregaran a los romanos. Pero muchos de estos publicanos cobraban 15 denarios; 8 para los romanos y 7 denarios para ellos. El negocio era redondo. A la vista de todos, los publicanos eran la escoria: para los saduceos por advenedizos y pertenecer a una clase social más baja; para los fariseos porque trataban con los romanos y se contagiaban de sus costumbres y estaban empecatados, estaban condenados al infierno sin remisión posible; para los zelotes por traidores y colaboracionistas; y para el pueblo llano porque los “sangraban” con los tributos. El evangelista-apóstol Mateo-Leví era publicano. 5) Finalmente, estaba el pueblo llano. Eran los más humildes: labradores, pescadores, artesanos, mendigos, etc. De aquí procedían la mayoría de los apóstoles y el mismo Jesús.
Es conveniente saber todas estas cosas para comprender mejor lo que hoy se nos relata en el evangelio. Zaqueo no sólo era publicano, sino que era jefe de publicanos y, además, rico. Zaqueo se entera que Jesús viene a su ciudad. Esto era un acontecimiento para todos los lugares por los que Jesús pasaba. Su fama de hombre santo, de profeta y de taumaturgo (hacedor de milagros) le precedía. Toda la ciudad y la gente de los alrededores estaban allí para ver a Jesús. También Zaqueo quería ver a Jesús. Nos dice el evangelio que Zaqueo era bajo de estatura. El se metía entre la gente y ésta, que lo reconoció y le tenía ganas, empezó a pellizcarlo, a darle patadas por la espalda y a darle collejas, a insultarlo, pero a él no le importaba, porque quería ver a Jesús. Cuando vio que era imposible ver a Jesús, entonces, previendo el camino que iba a seguir Jesús, se subió a un árbol por donde había de pasar. Y se subió al árbol como un mozalbete. Estaba haciendo el ridículo, poniéndose en evidencia, pero no le importaba, porque quería ver a Jesús. Por ver a Jesús Zaqueo soportó golpes, insultos, vejaciones. Por ver a Jesús Zaqueo se puso en ridículo y en evidencia, pero todo lo daba por bien empleado por ver un poco a Jesús, aunque fuera simplemente de lejos y al pasar. Entonces nos dice el evangelio: “Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: ‘Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.’” ¿Por qué Jesús ve a Zaqueo y no ve al resto de la gente? Muy sencillo, porque los demás iban a ver a “Fernando Alonso”, a “Ana Rosa Quintana”, al “Barça”, al “Real Madrid”, en definitiva, iban a ver el espectáculo. Iban a ver los toros desde la barrera, pero no estaban dispuestos a perder nada de lo suyo ni de sí mismos por ver a Jesús. Jesús sabe todo esto y por eso ve a Zaqueo, ve el interior de Zaqueo y quiere hospedarse en su casa.
Fijaros en otro aspecto de las palabras de Jesús. Jesús dice a Zaqueo que baje del árbol, pues Jesús ve que Zaqueo se ha humillado y puesto en ridículo para verle, pero Jesús, que ama y ama de verdad, no quiere que Zaqueo prolongue la humillación más y le trata de tú a tú. Sólo el que ama le duele el dolor del otro como propio, le duele el ridículo del otro como propio.
Mas sigamos con el evangelio: “Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: ‘Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.’” Sí, cuando Jesús habló a Zaqueo, éste se puso muy contento. Cuando Dios se fija en un hombre y le habla, enseguida la alegría toma posesión de ese hombre. Y ¿qué pasa con el resto de la gente de Jericó? Pues que la envidia se apodera de ellos. Y reparten “leña” contra Jesús y contra Zaqueo: ‘Este es un pecador y “el profeta” (Jesús) entra en casa de un pecador; no debe ser tan santo si anda con traidores, estafadores, ladrones, ricos…’ En realidad, repito que es pura envidia.
¿Por qué sabemos que lo de Zaqueo no era un mero espectáculo, un ver a “Fernando Alonso” o un poco de circo, o de “Aquí hay tomate”? Pues porque el evangelio nos cuenta que Zaqueo da signos de cambio en su vida: ‘Yo que tengo fama y merecida, como todos los publicanos, de pesetero; ahora daré la mitad de mis bienes a los pobres y si en algo he robado, devolveré cuatro veces más’.
¿A quién se nos parecemos más nosotros? ¿A Zaqueo o a los otros hombres de Jericó? ¿Estoy dispuesto a perder, a quedar en ridículo, a morir para encontrar a Jesús? Los que responden afirmativamente a esta pregunta sentirán cómo el Señor alza la vista ante ellos y les dice “baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.” ¡Qué suerte tendremos en nuestra vida si, a la hora de nuestra muerte, Jesús nos dice como a Zaqueo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa…”!