miércoles, 25 de mayo de 2022

Domingo de la Ascensión del Señor (C)

29-5-2022                   DOMINGO DE LA ASCENSION DEL SEÑOR (C)

 Hch. 1, 1-11; Slm. 46; Ef. 1,17-23; Lc. 24, 46-53

Homilía de vídeo

Homilía en audio

Queridos hermanos:

            En estos domingos pasados Jesús nos encomendaba una serie de tareas: la de amarnos unos a otros como Él nos había amado y nos ama (hace dos domingos), la de construir la paz (el domingo pasado), y en el domingo de hoy (Ascensión del Señor) Jesús nos entrega una nueva tarea a realizar: SER MIS TESTIGOS en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo” (Hch. 1, 8).

            En los domingos anteriores hemos profundizado un poco sobre el amor a los demás y sobre la construcción de la paz. Hoy diré algunas palabras sobre la misión de ser testigos. Estos son los que dicen lo que vieron, lo que oyeron, lo que viven, lo que experimentan en sus vidas. Pero no se trata de ser testigos de un accidente de tráfico, de un asesinato, de una discusión, de una separación matrimonial, de un testamento, de una boda… Se trata de ser testigos de Jesús: de su vida, de sus palabras, de sus acciones. Voy a continuación a exponer tres testimonios de dos personas que se esfuerzan por ser testigos de Jesús

            1) Hace un tiempo leía una entrevista periodística hecha a Kike Figaredo, jesuita gijonés en Camboya. A Kike se le conoce como ‘el obispo de la silla de ruedas’, por su labor durante los últimos treinta años con los refugiados en Camboya. Allí hay miles de minas antipersona que están matando y mutilando a muchas personas desde hace más de 30 años. Kike se dedica a atender a estas personas.

En una parte de la entrevista Kike decía lo siguiente: Los que creemos, lo tenemos un poco mal en Occidente. ‘Ah, ¿pero tú todavía crees?’ Como si fuera una fase de la vida y parte del pasado. Una rémora. Eso es una visión muy negativa. No me parece correcta. En Occidente están en contra de la mayoría de los seres humanos; los miran mal, como retrasados por ser creyentes. En Camboya todo el mundo cree, pero de manera diferente. En España, creer en Dios es casi como ser de una secta. En España se cree que, por tener fe, se es una persona intransigente. Y no es verdad (ABC, 1-V-2016).

            2) “La decisión de una joven musulmana de convertirse al cristianismo saca a luz la precaria situación de los musulmanes en Pakistán que quieren dejar la religión musulmana. Sehar Muhammad Shafi, de 24 años, ha huido de Karachi, su ciudad natal, con su marido y dos hijas pequeñas, luego de haber sido atacada y violada por ‘cambiar de religión’. Shafi dijo que su familia vive con temor de ser descubierta. ‘Mi esposo está dispuesto a conseguir un trabajo de comercial’, dijo Shafi. ‘Sin embargo, no quiero que trabaje tan expuesto al público, ya que así sería fácilmente reconocido’. Si bien el volver al Islam, supuestamente, resolvería muchos de los problemas de Shafi, ella dijo que eso ya no es una opción. ‘No es chiste cambiar de religión’, dijo. ‘Nos hemos enamorado de Jesús; entonces, ¿cómo lo podríamos traicionar?’”

            Por lo tanto, a la luz de estas personas creyentes en Jesús vemos que ser testigos consiste, entre otras cosas, 

- en estar enamorados de Jesucristo,

- en ser fiel a Jesús a pesar de las incomprensiones, de las intolerancias de otras personas,

- en hacer el bien a los demás, en no devolver mal por mal…

            Sin embargo, la festividad que hoy celebramos (la Ascensión de Jesús a los cielos) nos enseña una gran verdad: nuestra vida no se acaba aquí. Jesús no vino a la tierra para quedarse para siempre en ella. Una vez que Él cumplió su misión, regresó con su Padre Dios, regresó al Reino de los Cielos. Y ahí quiere llevarnos a todos nosotros una vez que hayamos atravesado la puerta de la muerte. Hacia ese Reino vamos ahora, lo mismo que fue Jesús.

            3) Termino contándoos algunas cosas de una mujer a la que hace años acompañé espiritualmente en vida y también en la hora de su muerte. Fue una mujer que murió de cáncer. Se llamaba Tini. Cada vez que iba a verla recogía sus palabras, que para mí eran como ‘perlas’. Os entrego alguna de estas ‘perlas’ de esta mujer que estaba entonces a la hora de la muerte e iba a ser introducida en el Reino de Dios por Jesús, el cual subió primero para prepararnos sitio. Aquí van estas ‘perlas’:

* Al quedar a solas con Tini para administrarle los sacramentos, me dijo que tenía una gran paz, que el Señor estaba haciendo con ellas cosas grandes y que notaba que la estaba preparando. Ella sentía como si estuviera subiendo una montaña y percibía que estaba ahora muy cerca de la cumbre.

* Una de sus hijas le decía: “Mamá, tú ¿por qué no lloras?” Y Tini le contestó: “Porque a mí no se me va a morir nadie”.

* Me decía Tini que tenía que preparar yo la Misa de su fallecimiento: que quería que fuera una Misa de alegría, y no de un funeral de tristeza. Ella iba a pasar a otro lugar en donde estaría mejor, me decía.

* Decía Tini que sí se encontraba algo mejor y que, si finalmente se curaba, sería gracias a Dios. Pero si Dios la llevaba con Él, entonces también era gracias a Dios. “Yo siento paz y, mientras la sienta, quiere decir que Dios me lleva con Él”.

* Decía también Tini: “Noto que nada de lo que me hacen o me dicen me parece mal. Sin ningún esfuerzo por mi parte, todo lo disculpo. También es verdad que todos me tratan muy bien y son muy buenos conmigo”.

* “¡Cuánto noto la oración que hacen por mí! ¡Qué poder tiene la oración!”

* “No puedo pedir nada más a Dios. Solo darle gracias”.

* “Tenía que estar de rodillas en cada momento. Es una maravilla todo lo que estoy viviendo”.

* “Con esta enfermedad estoy descubriendo cosas que no podría descubrir por mucha oración que hiciera”.

* “Cuando viene un sacerdote a verme, y me trae la comunión, o la unción, o me confiesa siento una alegría grande. Incluso me la notan las compañeras de la habitación de la Residencia (de Avilés).

miércoles, 18 de mayo de 2022

Domingo VI de Pascua (C)

22-5-2022                              DOMINGO VI DE PASCUA (C)

 Hch. 15, 1-2.22-29; Slm. 66; Ap.21, 10-14.22-23; Jn. 14, 23-29

Homilía de vídeo

Homilía en audio

Queridos hermanos:

            Estamos en el sexto domingo de Pascua. Faltan solo 15 días para terminar la Pascua, es decir, la fiesta que celebramos los cristianos por la resurrección de Cristo.

            En el evangelio de hoy Jesucristo nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy”. Pero, ¿qué es la paz? Humanamente hablando se puede decir que la paz puede ser definida en un sentido positivo y en un sentido negativo. En sentido positivo, la paz es un estado de tranquilidad y quietud; en cambio, en sentido negativo, la paz es la ausencia de guerra o violencia. Pero no nos conformamos con lo que se nos dice de la paz a nivel humano. Queremos saber qué es la paz a nivel de la fe: desde el evangelio y desde la doctrina de la Iglesia.

- Vamos en primer lugar a hablar sobre la paz exterior y en las relaciones entre los hombres. Como nos dice el Concilio Vaticano II, “la paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica” (GS 78a). Para el Concilio la paz es “obra de la justicia” (GS 78a). Pero sobre todo “la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar” (GS 78b). Por lo tanto, para los cristianos no puede haber paz solo cuando no hay guerras o cuando no hay violencia. Desde ese punto de vista podríamos decir que en España estamos en paz, o también en Asturias. Pero no nos basta con esto. Solo puede haber verdaderamente paz en España, en Asturias (también en el resto del mundo) cuando exista justicia para todos y haya amor entre nosotros. En caso contrario, la paz que tenemos es claramente imperfecta.

Desde esta perspectiva la paz exterior ha de ser construida por los hombres. Sí, cuando procuramos suprimir toda agresividad o violencia en los actos, cuando procuramos suprimir la violencia verbal, cuando procuramos suprimir todos los robos y engaños…, no cabe duda de que estamos construyendo la paz. Además, construimos la paz cuando respetamos y fomentamos los derechos de todos los hombres, los de lejos y los de cerca. ¿Qué derechos? Vamos a tomarlos de la encíclica Pacem in terris de Juan XXIII (1963), concretamente de los números 11-13 de este documento: “11…el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno debe prestar el Estado. De lo cual se sigue que el hombre posee también el derecho a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y, por último, cualquier otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento. 12. El hombre exige, además, por derecho natural el debido respeto a su persona, la buena reputación social, la posibilidad de buscar la verdad libremente y, dentro de los límites del orden moral y del bien común, manifestar y difundir sus opiniones y ejercer una profesión cualquiera, y, finalmente, disponer de una información objetiva de los sucesos públicos. 13. También es un derecho natural del hombre el acceso a los bienes de la cultura. Por ello, es igualmente necesario que reciba una instrucción fundamental común y una formación técnica o profesional de acuerdo con el progreso de la cultura en su propio país. Con este fin hay que esforzarse para que los ciudadanos puedan subir, sí su capacidad intelectual lo permite, a los más altos grados de los estudios, de tal forma que, dentro de lo posible, alcancen en la sociedad los cargos y responsabilidades adecuados a su talento y a la experiencia que hayan adquirido”.

            - Pero también Jesús quiere darnos la paz interior. Esta paz no la tenemos por tres motivos principalmente: por miedo, por culpa y por el sentimiento de no sentirse amado.

Es Jesús quien puede darnos realmente esta paz interior. Es Jesús quien nos quita verdaderamente el miedo. Nos lo dice en el evangelio de hoy: Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Igualmente nos lo dice en otros momentos de su vida: Que no tiemble vuestro corazón (Jn. 14, 1).

Es Jesús quien nos quita la culpa mediante el perdón de nuestros pecados. Al morir en la cruz, Jesús asumió todos nuestros pecados y culpas: las del pasado, las del presente y las del futuro, las de los hombres de todos los tiempos y lugares.

Es Jesús quien nos quita el sentimiento de no sentirnos amados. Ya en el evangelio del domingo pasado nos lo decía claramente cuando nos dio el mandamiento nuevo: “que os améis unos a otros; como yo os he amado(Jn. 13, 34). Jesús nos ama, tanto directamente como a través de otras personas. Veamos un ejemplo de esto último con la siguiente historia: Un misionero atendía a unos leprosos en una isla del Pacífico. Y le sorprendió que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que hubiera conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaban con un ‘gracias’ cuando le ofrecían algo. Entre tantos cadáveres ambulantes, solo aquel hombre se conservaba humano. Cuando el misionero preguntó qué era lo que mantenía a ese leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su conducta por las mañanas. Y vio que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería se sentaba enfrente del alto muro de cemento que la rodeaba. Y allí esperaba. Esperaba hasta que, a media mañana, tras el muro, aparecía durante unos cuantos segundos un rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita, que sonreía. Entonces el hombre comulgaba con esa sonrisa y sonreía también. Luego el rostro de la mujer desaparecía y el hombre, iluminado, tenía un alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar que al día siguiente regresara el rostro sonriente. Era –después le explicaría el leproso al misionero- su mujer. Cuando le arrancaron de su pueblo y le trasladaron a la leprosería, la mujer le siguió hasta el poblado más cercano. Y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor.

En conclusión: cuando nos sentimos amados, la paz inunda nuestro corazón. Cuando nos sentimos perdonados, la paz llena nuestro ser. Cuando Dios nos quita el miedo a los complejos, a nosotros mismos, a los demás, al futuro, a la muerte…, la paz desborda nuestro espíritu. Por todo ello, vamos a terminar esta homilía con las mismas palabras de Jesús y le pedimos que se hagan realidad en nosotros:

“La paz os dejo, mi paz os doy”. ¡Que así sea!

miércoles, 11 de mayo de 2022

Domingo V de Pascua (C)

15-5-2022                              DOMINGO V DE PASCUA (C)

 Hch. 14,21b-26; Slm. 144; Ap. 21, 1-5a; Jn. 13, 31-33a.34-35

Homilía en vídeo

Queridos hermanos:

            En el día de hoy quisiera predicar dos ideas:

            - En el evangelio Jesús nos dice cuál debe ser la señal distintiva de los cristianos: el amor. Lo dice así: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”. En un folleto que nos enviaron desde Caritas había unas interesantes ideas sobre este evangelio y que, a continuación, voy a copiar, puesto que creo que nos pueden servir en un día como hoy.

            El amor es la esencia del cristiano y de la Iglesia. San Pablo lo tiene muy claro: “Si no tengo amor, nada soy” (1 Cor. 13, 2). Puedo tener ideas bonitas, si no tengo amor, de nada me sirven las ideas. Si en la Iglesia no hay amor, de poco o nada sirven sus estructuras y teologías. Si en los cristianos no hay amor, de poco o nada sirven sus bautismos, oraciones, rosarios, actividades, compromisos… Pero no basta cualquier amor. En el amor de un cristiano, de un discípulo de Jesús no puede haber ni herejías ni deformaciones. ¿Qué se quiere decir con estas palabras: ‘deformaciones’ y ‘herejías’ del amor? Vamos a verlo:

            El individualismo es la herejía del corazón.

Pensar solo en mí, sin que me preocupen los demás, es una herejía o deformación del amor.

            Pensar solo en uno mismo, y no enterarse de los que están a nuestro lado es una herejía del amor.

            Pensar solo en la propia felicidad es olvidarnos de la felicidad de los demás. Esto es una herejía del amor.

            El poder es la herejía del corazón.

Dominar a los demás es una herejía del amor.

            Someter y esclavizar a los demás es una herejía del amor.

            Destruir a los demás para sentirse superior es una herejía del amor.

            Hacerse dueño de los demás es una herejía del amor.

            Acaparar privando a los demás de lo necesario es una herejía del amor.

            La falta de compromiso es la herejía del corazón.

            Ver las necesidades del otro y cerrar los ojos es una herejía del amor.

            Ver las necesidades de los demás y ‘dar un rodeo’ para no encontrarse con él es una herejía del amor.

            Ver que se condena al inocente y no dar la cara es una herejía del amor.

            La pobreza es la herejía del corazón.

            Que unos lo tengan todo y otros no tengan nada es una herejía del amor.

            Que unos despilfarren lo que tienen y otros se mueran de hambre a su lado es una herejía del amor.

            Que veamos la miseria de gran parte de la humanidad, viviendo en condiciones infrahumanas, y no seamos capaces de cambiar nuestros sistemas económicos es una herejía del amor.

            En definitiva, el egoísmo es la herejía del corazón.

Amar es darse. Egoísmo es solo recibir.

            Amar es pensar en los demás. El egoísmo es pensar solo en uno mismo.

            Amar es abrirnos a los demás. El egoísmo es encerrarnos en nosotros mismos.

            El amor tiene siempre como objetivo al otro, a los demás. El egoísmo tiene como objetivo encerrarse en uno mismo excluyendo a los demás; excluyendo sus ideas, sus necesidades, su vida, sus problemas, sus anhelos...

            Nuestro amor debe de tener un modelo: como Él nos ha amado, así debemos nosotros amarnos unos a otros y así debemos amar a los demás.

            - Este año, en este tiempo de Pascua, quisiera regalaros, en nombre de Cristo y de su Iglesia, el sacramento la unción de los enfermos a varios de vosotros. Quería haberlo hecho ya en las Pascuas anteriores, desde que llegué a estas parroquias, pero la pandemia lo impidió. Este año vamos a hacer posible, con este sacramento, que Jesús se acerque a los enfermos, a los que sufren, a los que se operarán próximamente, a los más ancianos…

            En este año, junto con el sacramento de la unción de los enfermos, nos acompañan las palabras de la segunda lectura, del Apocalipsis: “Esta es la morada de Dios con los hombres: acamparé entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor”.

            Asimismo, para ponernos en línea con Jesús, quiero leeros un correo electrónico que me envió hace ya unos años una amiga mía, que conocí en Alemania. Ella enfermó de cáncer y murió hace ya unos años. Su correo dice así: “Querido amigo, Padre Andrés, quiero agradecerte todo lo que has rezado y rezas por mí, por tenerme en tus oraciones. Tú no sabes cómo me sentí en la primera aplicación de la quimio. Fue algo inexplicable, sentí una fuerza enorme. Era como si estuviese rodeada de ángeles celestiales que me acompañaban en esos momentos. ¿Sabes, Andrés? Yo estoy preparada para todo lo que venga. Doy gracias a Dios de vivir cada momento y de compartirlo con mi marido, pues nos queremos mucho. Siempre, cuando rezo el Padre Nuestro y repito ‘que se haga tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo’, me queda aún más claro, ÉL es el único que sabe cómo seguirá todo. Él ha escuchado y escucha todas las suplicas mías, tuyas, de mi marido y de todos los amigos que están en cadenas de oración. A veces me pregunto: ‘¿Soy merecedora de tanto amor?’ Quiero ser buena; quiero aprovechar esta oportunidad de seguir viviendo un tiempo más, para  tratar de ser una buena cristiana y de arrepentirme cada día de todas las ofensas que le hecho a mi Señor. Estoy Feliz y contenta, pues esta situación nos ha acercado más aún a Dios. El 06.01.2010 será la segunda quimio. Ojalá resulte tan bien como esta. Tu amiga de siempre… N” (7-12-09).

            Pues con la misma disposición de fe que tenía esta persona, vamos ahora a recibir la gracia de Dios a través de este sacramento del dolor y del sufrimiento, pero para generar en nosotros esperanza y paz.