jueves, 28 de marzo de 2013

Domingo I de Pascua (C)



31-3-2013                              DOMINGO I DE PASCUA (C)

Homilía del domingo I de Pascua (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            - ¿Habéis visto alguna vez una persona muerta? ¿Habéis tenido que tocar alguna vez a una persona muerta? ¿Habéis tenido que amortajar alguna vez a una persona muerta? ¿Habéis tenido que asistir alguna vez a un desenterramiento de un cadáver en un nicho o en una sepultura en tierra? Nada de esto es agradable y, sin embargo, son realidades con las que podemos encontrarnos a lo largo de nuestra vida.
            En estos días que llevamos de la Semana Santa hemos acompañado a Jesús en su pasión, en su muerte y en su entierro. Con Jesús, los judíos y los romanos hicieron una auténtica carnicería. Una vez muerto Jesús y con el cuerpo totalmente destrozado, los discípulos depositaron su cadáver en el hueco de una roca que se había habilitado para sepulcro. ¡Por fin Jesús iba a poder descansar! ¡Por fin iban a dejarle en paz los soldados romanos y los judíos que le habían pegado, insultado y asesinado!
            Dice el evangelio que María Magdalena avisó el domingo de madrugada a Pedro y a Juan que el cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro donde le habían dejado el viernes por la tarde-noche. “Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró”. Juan era más joven y, por eso, corría más; llegó primero al sepulcro, pero todo su ímpetu juvenil quedó en nada ante la entrada de un sepulcro. Quizás él nunca había entrado en un sepulcro que contenía un cadáver. Tuvo miedo; miró, pero no entró. “Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro”. Pedro era mayor que Juan. Él ya tenía más experiencia y ya había visto a lo largo de su vida más muertos y más cosas terribles. Su ojos ya tenían ‘más callo’ para ver podredumbre y, por eso, Pedro entró inmediatamente en el sepulcro.
            Al penetrar en el sepulcro, primero Pedro y luego Juan, ¿qué es lo que vieron? Nos lo dice el evangelio: vieron “las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza”. Pero el cuerpo de Jesús no estaba. Ya María Magdalena les había dicho poco antes: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. En efecto, tanto Pedro y Juan, por un lado, como María Magdalena, por otro lado, no habían visto el cuerpo de Jesús al entrar en el sepulcro. Sí que estaban algunas pruebas de que Jesús había estado allí: sangre en la piedra, las vendas con las que cubrieron el cuerpo de Jesús y el sudario con el que le taparon la cabeza, pero… el cuerpo no estaba. ¿Qué había pasado?[1] Este evangelio nos da dos soluciones o interpretaciones: una fue la que sacó María Magdalena y otra la que sacó Juan.
a) La primera pensó que alguien había ido por la noche, había removido la piedra y se había llevado el cuerpo de Jesús. ¿Para qué? Con un buen fin: Pues quizás para protegerlo de los judíos o de los romanos, y/o para guardarlo y enterrarlo en un lugar al que sólo esa persona tuviera acceso. Con un mal fin: Otra interpretación sería que alguien habría robado el cuerpo de Jesús para destrozarlo aún más y tirarlo a la basura, o para enterrarlo en un lugar desconocido y que no sirviera de lugar de peregrinación para sus discípulos, y para que no lo convirtieran en un mártir.
b) El segundo pensó otra cosa: Juan, al ver que el cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro, pensó y creyó que era cierto lo que Él había dicho en varias ocasiones antes de su crucifixión: que resucitaría de entre los muertos. Sí, Jesús estaba vivo.
            Los cristianos nos quedamos con esta última conclusión de Juan: Jesús resucitó. Entonces y ahora los cristianos tenemos tres fundamentos de nuestra creencia en la resurrección de Jesús: 1) la tumba vacía, 2) las apariciones de Jesús a los discípulos, 3) y los testigos, pero testigos de las dos primeras, es decir, de haber visto la tumba vacía y de haber visto vivo al Jesús que había muerto en la cruz. Muchos de los discípulos creyeron en la resurrección con la aparición del Jesús resucitado; algunos, como Juan, creyeron ya antes de las apariciones: creyeron sólo con la visión de la tumba vacía. Así nos lo dice el evangelio de hoy: “Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.
            Y nosotros, los cristianos de ahora y los cristianos que vendrán a este mundo, ¿en qué basaremos nuestra creencia en la resurrección de Jesucristo? No puede ser en la visión de la tumba vacía. Ninguno de nosotros la hemos visto ni la veremos. Tampoco podemos creer en la resurrección de Jesús a través de la aparición del mismo. Muy pocos de entre nosotros le verán en una aparición. Sólo algunos escogidos por Dios. Entonces –repito- ¿en qué basaremos nuestra creencia en la resurrección de Jesús? Únicamente en el tercer punto del párrafo anterior, o sea, en aceptar el testimonio de los testigos, de aquellos que en su día vieron la tumba vacía y a Jesús resucitado y vivo. Y los que crean después de nosotros lo harán en base al testimonio de aquellos primeros testigos y de nosotros que les transmitimos lo que hemos recibido y lo que hemos creído.
            - Una última idea para la homilía de hoy: también nosotros tenemos que entrar en el sepulcro en el que están nuestros pecados. Esta tumba hace veces de cubo de la basura. Allí echamos nuestros pecados, nuestros miedos, nuestros errores, nuestras rabias, nuestras desilusiones… Pero, si nos asomamos a ese cubo de la basura, que es nuestro ser, en un día como hoy (día de la resurrección de Jesús), veremos que también nuestro cubo de la basura está vacío. Cristo Jesús lo ha vaciado por completo. Nos lo decía el propio San Pablo en su primera carta a los Corintios: “Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido y seguís aún hundidos en vuestros pecados” (1 Co. 15, 17), pero, como Cristo sí que ha resucitado, entonces nuestra fe tiene pleno sentido y nuestros pecados han sido perdonados totalmente.
            ¡¡Felices Pascuas de Resurrección para vosotros y para vuestras familias!!


[1] Si hoy día se preguntara a los judíos qué piensan de la resurrección de Jesús, contestarían que fueron sus discípulos quienes robaron el cadáver y luego dijeron que había resucitado. Fijaros cómo esta respuesta ya se dio en el evangelio de San Mateo: “A la mañana siguiente (el sábado santo), los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron y se presentaron ante Pilato, diciéndole: ‘Señor, nosotros nos hemos acordado de que ese impostor, cuando aún vivía, dijo: ‘A los tres días resucitaré’. Ordena que el sepulcro sea custodiado hasta el tercer día, no sea que sus discípulos roben el cuerpo y luego digan al pueblo: ‘¡Ha resucitado!’ Este último engaño sería peor que el primero’. Pilato les respondió: ‘Ahí tenéis la guardia; asegurad la vigilancia como lo creáis conveniente’. Ellos fueron y aseguraron la vigilancia del sepulcro, sellando la piedra y dejando allí la guardia” (Mt. 27, 62-66). El domingo por la mañana, después de haber desaparecido el cuerpo de Jesús, “algunos guardias fueron a la ciudad para contar a los sumos sacerdotes todo lo que había sucedido. Estos se reunieron con los ancianos y, de común acuerdo, dieron a los soldados una gran cantidad de dinero, con esta consigna: ‘Decid así: ‘Sus discípulos vinieron durante la noche y robaron su cuerpo, mientras dormíamos’. Si el asunto llega a oídos del gobernador, nosotros nos encargaremos de apaciguarlo y de evitaros cualquier contratiempo’. Ellos recibieron el dinero y cumplieron la consigna. Esta versión se ha difundido entre los judíos hasta el día de hoy” (Mt. 28, 11-15).

jueves, 21 de marzo de 2013

Domingo de Ramos (C)



24-3-2013                               DOMINGO DE RAMOS (C)

Homilía del Domingo de Ramos (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            En el evangelio que hemos escuchado justo antes de la bendición de las palmas se nos decía: “Y cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo: ‘¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo alto!’” Sí, los discípulos de Jesús estaban entusiasmados, y gritaban y cantaban llenos de alegría.
            También en estos días, concretamente desde el 18 de febrero, en la Iglesia católica están pasando unos acontecimientos muy especiales, que nos están entusiasmando a los católicos y a los no católicos:
- El 18 de febrero todo el mundo conocía que el Papa Benedicto XVI renunciaba al Papado con aquellas palabras hermosas, que ya hemos leído aquí: “Para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado…” Este anuncio causó una gran conmoción en todo el mundo. Sí era noticia mundial que alguien no se aferraba al poder; que alguien, que sabía de sus limitaciones y, para no causar daño a la Iglesia que tanto amaba, se hacía a un lado; que alguien pensaba más en los demás que en sí mismo. Desde entonces, al menos, en España se han escrito o comentado este hecho de Benedicto XVI y se le ha puesto como modelo ante, por ejemplo, los políticos españoles que raramente renuncian a sus puestos.
            - A continuación resulta elegido un nuevo Papa, Francisco, el cual, enseguida, empieza a actuar con naturalidad y sencillez, y esto causa admiración y simpatía entre los católicos e incluso entre no los creyentes o no católicos. Desde diversos sitios están llegando opiniones de gente atea o agnóstica, a los que causa admiración y sorpresa agradable lo que van sabiendo y viendo en el nuevo Papa. Veamos algunos ejemplos de estos hechos del Papa:
            - Causa conmoción que, siendo jesuita, elija el nombre de Francisco y lo hace por San Francisco de Asís, el joven italiano de la Edad Media que, siendo rico, se hizo pobre por amor a Dios y a los pobres.
- Causa conmoción el Papa Francisco que diga: “¡Cuánto querría una Iglesia pobre y para los pobres!”
- Causa conmoción que también diga a sus compatriotas argentinos que no vengan desde Argentina a Roma para su toma de posesión como Papa, sino que, lo que pensaban gastar en el viaje y en la estancia, que se lo den a los pobres.
            - Causa conmoción que, en una fotografía del Papa Francisco, se le vean los zapatos: zapatos corrientes, zapatos sencillos, zapatos ya usados y desgastados. Ésa es la noticia: un Papa que usa unos zapatos corrientes y usados, como tantas gentes que tienen que estirarlos antes de tirarlos y comprar otros, cuando se pueda.
            - Causa conmoción cuando se sabe que el Papa Francisco, cuando era arzobispo en Buenos Aires, no vivía en el palacio arzobispal, sino en un humilde apartamento de 30 metros cuadrados.
            - Causa estupor que, habiendo sido elegido Papa, vaya al hotel donde había estado hospedado antes de entrar en el cónclave. Sí, va en un coche normal, no en una limusina, y va a pagar él mismo la factura de su estancia allá.
            - Además, el Papa Francisco está ofreciendo en estos primeros días de pontificado una predicación mucho más sencilla, casi una transposición directa de lo que podría ser una homilía de parroquia rural. Eso sí, con una notable capacidad de llegar al corazón de la audiencia e, incluso, de generar carcajadas.
  • Antes de rezar la oración a María (el Angelus), el Papa Francisco saludó con un “hermanos y hermanas, ¡buenos días!” Y al final del acto se despidió con un “buen almuerzo y buen domingo”, provocando un aplauso casi interminable.
  • El Pontífice había sido acogido con una fuerte ovación, ondear de banderas y vítores. Dio las gracias a los presentes por acompañarlo. En un momento de su intervención, le preguntó: “¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la que tiene con cada uno de nosotros? Ésa es su misericordia, siempre tiene paciencia, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si vamos a Él con el corazón arrepentido”.
  • En otro momento dijo: “Recuerdo que apenas era obispo, en 1992, llegó la imagen de Nuestra Señora de Fátima a Buenos Aires y se celebró una gran misa para los enfermos. Fui a confesar a aquella misa. Y casi al final me levanté, porque debía administrar una confirmación. Pero vino una anciana, humilde, muy humilde, octogenaria. La vi y le dije: «Abuela -porque así le decimos a las personas ancianas: abuela-, ¿quiere confesarse?». «Sí», me dijo. «Pero si usted no ha pecado...». Y ella dijo: «Todos tenemos pecados...». «Pero tal vez el Señor no la perdona...». «El Señor perdona todo», me dijo. «¿Segura? ¿Pero cómo lo sabe usted, señora?». «Si el Señor no perdona todo, el mundo no existiría». Sentí ganas de preguntarle: «Dígame, señora, ¿usted estudió en la Gregoriana?», porque ésa es la sabiduría que da el Espíritu Santo: la sabiduría interior ante la misericordia de Dios”.
  • Celebró Misa en una pequeña iglesia del Vaticano y el Papa Francisco saludó a las personas que allí estaban: estrechó manos, acarició y besó a los niños. Para todos tuvo unas palabras de aliento y les pidió que recen por él. Todo en un ambiente de extrema cordialidad.
  • Otra frase suya: “Prójimo no es aquel que yo encuentro en el camino, sino aquel en cuyo camino me pongo”.
Y se podía continuar contando cientos de palabras y hechos suyos. Todo eso ha hecho surgir una corriente de esperanza, de alegría, de confianza, de cariño… ¿Por qué? Porque percibimos que en estos hechos y palabras está Dios.
Sin embargo, una cosa se me ocurre: Esto no lo empezó a hacer ni a decir Francisco en cuanto fue elegido Papa. NO. Esto ya estaba en él desde hacía mucho tiempo. Ahora, al ser elegido Papa, es cuando se hace visible y conocido para toda la Iglesia y para todo el mundo. Y esto nos debe hacer llegar a otra conclusión: ¡Cuántas personas hay en la Iglesia y en el mundo como el Papa Francisco, que no salen en la televisión ni en Internet ni en los periódicos, pero sí son hombres y mujeres de Dios en la Tierra!
¡Señor Jesús, te damos gracias y te alabamos en este domingo de Ramos, porque tu misericordia y tu amor se siguen derramando sobre todo nosotros, porque nos envías a esas personas que hacen crecer en nuestras calles y en nuestros pueblos la esperanza, la alegría, la confianza, el cariño, la fe, el perdón…! ¡¡¡Gracias!!!  ¡¡¡Bendito seas!!!

jueves, 14 de marzo de 2013

Domingo V de Cuaresma (C)



17-3-2013                               DOMINGO V CUARESMA (C)

Homilía Domingo V Cuaresma (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos: 
            DAMOS GRACIAS A DIOS PORQUE NOS HA REGALADO A FRANCISCO, PAPA DE LA IGLESIA DE CRISTO. QUE ÉL NOS GUÍE EN EL NOMBRE DE PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO.        AMÉN

- Una psicóloga, en una sesión con pacientes de gestión de estrés, levantó un vaso de agua; todo el mundo esperaba la pregunta: ‘¿Está medio lleno o medio vacío?’ Sin embargo, ella preguntó: ‘¿Cuánto pesa este vaso?’ Las respuestas variaron entre 200 y 250 gramos. Pero la psicóloga respondió: ‘El peso absoluto no es importante; lo que importa es cuánto tiempo lo sostengo.  Si sostengo el vaso 1 minuto, no es problema; si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo; si lo sostengo 1 día, mi brazo se entumecerá y paralizará.  El peso del vaso no cambia, pero, cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado se vuelve...’ Y continuó: ‘El estrés, las preocupaciones, los estados de ánimo, la soledad, las traiciones... son como el vaso de agua. Si piensas en ellos un rato, no pasa nada. Si piensas un poco más, empiezan a doler y, si piensas en ellos todo el día, acabas sintiéndote paralizado, incapaz de hacer nada. Es importante acordarse de dejar las tensiones tan pronto como puedas; al llegar a casa suelta todas tus cargas. No las acarrees días y días. ¡Acuérdate de soltar el vaso!’
Se trata de una historia bonita y con una enseñanza profunda y práctica a la vez. ¿Se puede aplicar de algún modo a las lecturas que acabamos de escuchar ahora?
            - El evangelio de hoy nos habla, entre otras muchas cosas, de piedras: La ley de Moisés nos manda APEDREAR a las adúlteras; el que esté sin pecado, QUE LE TIRE LA PRIMERA PIEDRA.
            Las piedras hieren y matan a quienes se las lanzamos, pero también esas piedras nos hieren y nos matan a nosotros mismos. He leído en diversas ocasiones que ha habido personas que han asesinado o hecho daño, de palabra o de obra, a otros y eso, con el tiempo, no les deja reposo. En la guerra civil española un hombre mató a una persona a causa de las diferencias políticas y el asesino, con el tiempo, tenía tan grabado en su mente los ojos y las súplicas del difunto antes de que lo matara que no encontraba reposo ni de día ni de noche, ni despierto ni dormido. Aquellos ojos suplicantes los tenía tan clavados en sí que llegó a enloquecer, pues no había modo alguno de librarse de ellos.
            ¡Qué fácil es agacharse a recoger piedras para lanzarlas a otros… que son culpables de tantas cosas! ¡Qué fácil es amontonar piedras y tenerlas listas para tirárselas a otros… que son culpables de tantas cosas! ¡Qué fácil es tirar esas piedras a otros… que son culpables de tantas cosas! Mas con tanta frecuencia y con el tiempo esas piedras que hemos cogido, amontonado y tirado a otros, son como el vaso de agua: Pesan y pesan; ya no en nuestra mano, sino en nuestra conciencia, en nuestro corazón, en nuestra alma. Sí, pesan tanto, que nos van despedazando y aplastando.
            Sí, el evangelio de hoy nos habla de la adúltera, pero hoy no quisiera fijarme tampoco en la actriz principal (junto con Jesús) del evangelio: la adúltera. No. Hoy quisiera fijarme en estos otros actores secundarios: los escribas y los fariseos, y tantos otros que estaban allí cerca dispuestos a abastecer de piedras a los demás o a tirar ellos mismos esas piedras a aquella mujer. Estos hombres estaban tan llenos de odio, de rabia, de resentimiento de falta de Dios, de falta de misericordia, de falta de perdón… que no veían sus propios pecados; seguramente mucho más graves que el de la mujer. Estos hombres estaban dispuesto a añadir otro pecado más (otra piedra más) a sus almas ya debilitadas por tanta podredumbre.
            Os propongo que en esta semana que falta para el Domingo de Ramos, en nuestra oración, pidamos luz a Dios para ver los vasos de agua que llevamos en la mano y también las piedras que llevamos encima durante días, semanas, meses y años, y que no nos dejan descansar. Una vez que, por pura gracia de Dios, veamos esos vasos de agua, esas pesadas piedras, soltémoslas, también por pura gracia de Dios, de nuestras manos, de nuestras conciencias, de nuestros corazones y de nuestros espíritus… para ir más ligeros. Así nos lo aconseja la primera lectura: No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo. Y de este modo podremos descansar en paz, durante el día y durante la noche.
            - Se nos narra en los Hechos de los Apóstoles que San Pablo también fue de los que recogió piedras y de los que amontonó piedras. ¿Cuál fue el resultado de todo esto en él? Vamos a escuchar lo que San Pablo mismo nos dice: Pues también nosotros fuimos en algún tiempo insensatos, desobedientes, descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres, llenos de maldad y de envidia, aborrecibles y nos odiábamos unos a otros(Tit. 3, 3). Pero Dios tuvo misericordia de San Pablo. Dios le hizo ver sus piedras pesadas, sus vasos de agua a los que se agarraba con fuerza y no quería soltar. Pero, en cuanto Dios le mostró la verdad camino de Damasco, San Pablo reaccionó como nos dice la segunda lectura de hoy: Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él […] Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.
            En esto consiste el fruto de la Cuaresma por la que estamos pasando. Al practicar el ayuno, la abstinencia de la carne, el intensificar la oración, la lectura de la Palabra de Dios, la limosna, el trato amable y cariñoso con los demás, el perdón hacia los demás, la confesión de nuestros pecados… buscamos que Dios nos haga soltar vasos de agua, piedras, rencores, miedos y dejando todo eso fuera de nosotros, como basura que es, corramos hacia Cristo Jesús. En Él está nuestro descanso y nuestra salvación.

            ¡Señor, líbranos de tantos vasos de agua que llevamos por años en nuestra manos y que nos pesan y paralizan nuestros brazos!
¡Líbranos de las piedras que amontonamos a nuestra vera y de las piedras que hemos tirado en otro tiempo a otros hombres!
Y el Señor nos contesta: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

jueves, 7 de marzo de 2013

Domingo IV de Cuaresma (C)


10-3-2013                               DOMINGO IV CUARESMA (C)

Homilía Domingo IV Cuaresma (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Hace unos años un sacerdote de una parroquia rural asturiana, pero cercana a Galicia (se habla por allí una lengua parecida al gallego), explicaba a los niños del catecismo la parábola del hijo pródigo. Después de la explicación pertinente, el sacerdote ya mandó recoger y dio la indicación de que podían marcharse todos para casa. En ese momento uno de los niños más pequeños levantó la mano y preguntó. ‘¿Pero qué fue de los ‘gochinos’? (que significa cerdos). La carcajada fue general.
            Aprovechando esta pregunta del niño quisiera fijarme hoy, al comentar este evangelio, en los personajes de segunda fila del texto leído. Es decir, en la inmensa mayoría de las ocasiones que se habla de esta parábola se explican cosas sobre el hijo pródigo, y/o sobre el padre, y/o sobre el hermano mayor, pero no se habla de los ‘actores secundarios’. Por eso, pregunto y me pregunto: ¿Qué fue de los ‘amigotes’ con los que el hijo pródigo derrochó su fortuna? ¿Qué fue de las ‘malas mujeres’ con las que el hijo pródigo estuvo cuando derrochaba su fortuna? ¿Qué fue del habitante de aquel país que dio trabajo al hijo pródigo? ¿Qué fue de los cerdos? ¿Qué fue de los jornaleros del padre que tenían pan en abundancia? ¿Qué fue de los criados del padre que vistieron al hijo pródigo? ¿Qué fue del ternero cebado? ¿Qué fue de los que tocaban y bailaban en la fiesta organizada por el padre? ¿Qué fue del mozo que explicó al hermano mayor la causa de la fiesta? ¿Qué fue de los amigos del hermano mayor?
            1) ¿Qué fue de los ‘amigotes’ y de las ‘malas mujeres’ con los que el hijo pródigo derrochó su fortuna? Muy fácil: Compartieron las juergas con el hijo pequeño hasta que se acabó el dinero, después de desplumar a éste y de dejarlo tirado, se fueron a buscar a otro incauto. Ya lo decía el Antiguo Testamento en su libro del Eclesiástico: “Hay amigos que acompañan en la mesa y no aparecen a la hora de la desgracia; cuando te va bien, están contigo; cuando te va mal, huyen de ti” (Eclo. 6, 10-11).
En tantas ocasiones nos hemos rodeado o, en la actualidad, nos rodeamos de estas personas: ellos halagan nuestros oídos, nos cizañan contra los que nos quieren bien, no nos dicen la verdad y, cuando las cosas van mal, ‘si te vi, no me acuerdo’. Pero, en otras ocasiones, nosotros mismos hemos podido ser como esas personas que hemos acompañado a otros sólo en la mesa y en las fiestas, y nos hemos ‘evaporado’ en las desgracias y en las pruebas. Sí, en muchas ocasiones hemos podido fallar y, de hecho, fallamos a personas que confiaban en nosotros.
            2) ¿Qué fue de los amigos del hermano mayor? Los amigos del hermano mayor acompañaron a éste y le sirvieron en tantas ocasiones para desahogar. Este hermano mayor era cumplidor y obediente con su padre, mientras que, seguramente, el otro hermano era vago, impertinente con su padre y estaba siempre exigiendo que sus caprichos fuesen satisfechos. Los amigos del hermano mayor le escucharon, cuando éste se quejaba del comportamiento de su hermano pequeño, e igualmente lo oyeron cuando se marchó. Sí, el hermano mayor desahogó su rabia y frustración con estos amigos, cuando su hermano pequeño se llevó la mitad de la hacienda: una hacienda que él no había ayudado a acrecentar. También estos amigos escucharon al hermano mayor, cuando estaba con su padre, ya los dos solos, y murmuraba contra su progenitor. Estos amigos le escucharon, y le permitieron que se desahogara. Quizás en sus palabras estos amigos ahondaron esa herida y le dieron más razones para estar en contra de su padre: echaron más sal a la herida. Estos amigos quizás no trataron de reconciliar al padre y a este hijo mayor, y no le aconsejaron que se sincerara con su padre para que éste le diera todas las explicaciones o simplemente para que dialogaran. Por eso, el hijo mayor le espetó a su padre aquel veneno que llevaba dentro desde hacía tanto tiempo: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
            En ocasiones, podemos estar rodeados de amigos que no nos hacen ningún bien, pues cizañan nuestra relación con nuestras familias, o con nuestros entornos laborales, o con nuestras amistades. En otras ocasiones, podemos ser uno de esos ‘amigos’ que sólo envenenamos las relaciones de los que nos rodean y parecemos unos ‘profetas de desgracias’.
            3) ¿Qué fue del habitante de aquel país que dio trabajo al hijo pródigo y que no le permitió comer de las algarrobas de los cerdos? Este hombre, probablemente, siguió con sus negocios. Este hombre fue ajeno al drama que se estaba desarrollando ante sus narices y en sus propiedades. Este hombre sólo buscaba la productividad y el crecimiento de sus ganancias. Lo demás no le interesaba. Dio trabajo al hijo pródigo y procuró exprimirle al máximo. Cuando este chico se marchó de regreso a la casa de su padre, no lo sintió, pues ‘a rey muerto, rey puesto’. Otro incauto, otro infeliz ocupó el puesto para ser exprimido.
            En tantas ocasiones, tantos dramas se desarrollan a nuestro lado: entre nuestros familiares, entre nuestros vecinos, entre nuestros compañeros de trabajo… y nosotros podemos estar completamente ajenos a ello. Nosotros estamos a lo nuestro. Eso no nos afecta. Ése no es nuestro problema. En otras ocasiones, podemos ser nosotros mismos los actores principales de ese drama y experimentamos la indiferencia de los que pasan a nuestro lado, de los que están con nosotros. Y vivimos esos dramas en medio de la soledad más espantosa. Sólo Dios nos acompaña y sólo Dios es testigo de ello.
            4) ¿Qué fue de los jornaleros y de los criados del padre? Ellos siguieron trabajando, viviendo y comiendo en la hacienda. Siguió sin faltarles pan que llevarse a la boca. Nadie iba a negarles, mientras viviera el padre, el alimento, ni el jornal o sueldo, ni la justa dignidad que todo hombre merece. Ellos siguieron sin comprender el por qué de la actuación de un padre que reparte su herencia con un hijo vago, inmaduro, caprichoso y egoísta. Siguieron sin comprender el por qué de un padre que acoge otra vez a su hijo pequeño y lo trata como tal…, en vez de echarlo a palos o de ponerle a trabajar como un mozo más de la hacienda. Siguieron sin comprender el por qué de un hijo mayor que escupe toda su rabia contra un padre tan bueno. Y quizás unos tomaron partido por el hijo pequeño (decían: era muy jovial y simpático) y en contra del hermano mayor (decían: era un cascarrabias). Otros quizás tomaron partido por el hermano mayor (decían: era un hombre serio, cumplidor y responsable) en contra del hijo pequeño (decían: era un irresponsable y un egoísta). Finalmente, otros envidiaron no tener un padre como éste: atento a los dos hijos: a uno de una manera y a otro de otra.
            ¿En cuál de estas posturas nos vemos nosotros más reflejados?
            5) El qué fue de los cerdos (como preguntaba el niño) y de los otros actores secundarios de la parábola ya os lo dejo para vosotros: para vuestra oración y para vuestra reflexión.