miércoles, 31 de diciembre de 2008

Santa María, Madre de Dios (B)

1-1-2009 SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (B)
Num. 6, 22-27; Sal. 66; Gal. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21

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Queridos hermanos:
En el día de hoy celebramos la Jornada mundial de la paz. Debemos rezar por la paz entre Israel y los palestinos de la Franja de Gaza; paz en Afganistán, en Pakistán, en la India, en Guinea, en Georgia, en Irak, en Méjico, en Colombia, en Zimbabwe, y en tantos y tantos sitios. Hemos de orar y trabajar por la paz en los países y en las personas.
En estos días de atrás escuchábamos en las lecturas de la Misa de Navidad que el Niño que nacía sería conocido como Príncipe de la Paz, y es que los discípulos de Jesús debemos de ser portadores de paz. Por eso Jesús llamará bienaventurados a quienes son portadores de la paz o a los que trabajan por la paz, “porque ellos se llamarán hijos de Dios” (Mt. 5, 9).
Veamos a continuación un ejemplo concreto de un hombre que siempre ha trabajado por la paz: San Francisco de Asís. Entre los hechos que le sucedieron hay uno que a mí siempre me llamó la atención: un soldado, Ángel Tarlati, dejó su oficio y se hizo franciscano. El, con otros frailes, estaban en un monte llevando una vida de oración y de penitencia. Merodeaban por aquellos parajes tres bandoleros, que se dedicaban a asaltar a los transeúntes. No teniendo nadie a quien asaltar y, muertos de hambre, se presentaron con no muy buenas intenciones en la choza de los franciscanos. Al verlos Ángel Tarlati se encendió en ira y los increpó: “Asesinos y holgazanes; no contentos con robar a la gente honrada, ¿ahora queréis engullir las pocas aceitunas que nos quedan? Tenéis edad para trabajar. ¿Por qué no os contratáis como jornaleros?” Ante estas palabras los bandoleros no se inmutaron y persistían en sus intenciones. Entonces Ángel les dijo de nuevo: “Es bueno que sepáis que soy un viejo soldado y que más de una vez he partido de un tajo a canallas como vosotros. Y lo haré ahora con este garrote”. Y agarrándolo comenzó a golpearles, por lo que los forajidos escaparon precipitadamente. Los frailes se divirtieron y se rieron de buena gana con el episodio. Esta es la actuación normal de los hombres normales. Si el hermano Ángel no hubiera sido un antiguo soldado, los frailes habrían sido despojados de lo poco que tenían, pero, como él era fuerte y diestro con las armas, consiguió ahuyentarlos. Es la ley del más fuerte: es lo que imperaba en la sociedad de entonces… y de ahora.
Veamos ahora qué pasa cuando interviene un santo en este hecho. Sigo con el relato y lo tomo literalmente de un libro sobre San Francisco: “Al caer la tarde, regresó Francisco de pedir limosna, y los hermanos le contaron regocijadamente y entre risas lo ocurrido. Mientras se lo contaban, Francisco no esbozó ni la más leve sonrisa. Ellos percibieron que el chascarrillo no le hacía ninguna gracia. Entonces ellos también dejaron de reírse. Acabada la narración, Francisco no dijo ni una palabra. Se retiró en silencio y salió al bosque. Estaba agitado e intentaba calmarse. ‘¡Un soldado! –comenzó pensando-. Todos llevamos un soldado dentro; y el soldado es siempre para poner en fuga, para herir o matar. ¡Victoria militar! ¿Cuándo una victoria militar ha edificado un hogar o un poblado? La espada nunca sembró un metro cuadrado de trigo o de esperanza.’ Francisco estaba profundamente turbado. Evitaba, sin embargo, que la turbación derivara mentalmente en contra de Ángel Tarlati, porque eso sería igual o peor que descargar golpes sobre los bandidos. ‘Sácame, Dios mío, la espada de la ira y calma mi tempestad’ –dijo Francisco en voz alta. Cuando estuvo completamente calmado y decidió conversar con los hermanos, se dijo a sí mismo: ‘Francisco, recuerda: si ahora tú reprendes a los hermanos con ira y turbación, eso es peor que dar garrotazos a los asaltantes.’ Convocó a los hermanos y comenzó a hablarles con gran calma. Ellos, al principio, estaban asustados. Pero, al verlo tan sereno, se les pasó el susto. ‘Siempre pienso –comenzó diciendo- que si el ladrón del Calvario hubiese tenido un pedazo de pan cuando sintió hambre por primera vez, una túnica de lana cuando sintió frío, o un amigo cordial cuando por primera vez sintió la tentación, nunca hubiese hecho aquello por lo que le crucificaron.’ Francisco hablaba bajo, sin acusar a nadie, con la mirada en el suelo, como si se hablara a sí mismo. ‘A todos los ajusticiados –continuó- les faltó en su vida una madre. Nadie es malo. A lo sumo frágil. Lo correcto sería decir, enfermo. Hemos prometido guardar el santo Evangelio. Y el Evangelio nos dice que hemos sido enviados para los enfermos, no para los sanos. ¿Enfermos de qué? De amor. He aquí el secreto: el bandolero es un enfermo de amor. Repartid un poco de pan y un poco de cariño por el mundo, y ya podéis clausurar todas las cárceles. ¡Oh, el amor, fuego invencible, chispa divina, hijo inmortal del Dios inmortal! ¿Quién hay que resista al amor? ¿Cuáles son las vallas que no pueda saltar el amor y los males que no los pueda remediar? Y ahora –añadió despacio y bajando mucho la voz-, yo mismo iré por las montañas buscando a los bandoleros para pedirles perdón y llevarles pan y cariño.’ Al oír estas palabras, se sobresaltó el hermano Ángel y dijo: ‘Yo soy el culpable, hermano Francisco; yo soy quien debe ir.’ ‘Todos somos culpables, querido Ángel –respondió Francisco-. Pecamos en común, nos santificamos en común, nos salvamos en común.’ Ángel se puso de rodillas y dijo: ‘Por el amor de Dios permíteme esta penitencia.’ Al oír estas palabras, Francisco se conmovió, y le dijo: ‘Está bien, querido hermano, pero harás tal y como te voy a indicar. Subirás y bajarás las cumbres hasta encontrar a los bandoleros. Cuando les divises, les dirás: «Venid, hermanos, venid a comer la comida que el hermano Francisco os preparó con tanto cariño». Si ellos distinguen paz en tus ojos, enseguida se te aproximarán. Tú les suplicarás que se sienten en el suelo. Ellos te obedecerán, sin duda. Entonces, extenderás un mantel blanco sobre la tierra. Colocarás en el suelo este pan y este vino, estos huevos y este queso. Les servirás con sumo cariño y alta cortesía. Cuando ya estén hartos, les suplicarás de rodillas que no asalten a nadie. Y lo restante lo hará la infinita misericordia de Dios’ Y así sucedió. Diariamente subían los ex bandoleros al eremitorio cargando leña a hombros. Francisco les lavaba frecuentemente los pies y conversaba largamente con ellos. Una lenta y completa transformación se operó en ellos” (I. Larrañaga, El hermano de Asís, Ed. Paulinas, Madrid 198014, 234-237).
La paz de corazón está muy unida al amor, como nos enseña San Francisco de Asís, y la paz y el amor sólo pueden poseerlos quien los recibe de Dios, el cual es origen de toda paz y de todo amor. San Francisco de Asís sabía esto y por eso él procuraba estar muy unido a Dios. En Dios lo tenía todo y era un perfecto transmisor de de todo lo que Dios le daba.
Para empezar este año 2009, un año que se anuncia muy duro en el ámbito económico y social, quiero, de la mano de María y de su Hijo Jesucristo, invocar sobre todos nosotros la bendición de la primera lectura y que San Francisco tanto usaba:
“El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.
El Señor se fije en ti y te conceda la paz.”

AMEN (Así sea)

sábado, 27 de diciembre de 2008

Domingo de la Sagrada Familia (B)

En el día de hoy no voy a colgar una homilía nueva, puesto que voy a ir a celebrar la Misa en una parroquia rural de Asturias y predicaré la que hice el año pasado por estas fechas. La tengo "colgada en el blog" en diciembre de 2007.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Navidad (B)

25-12-2008 NAVIDAD (B)
Is. 9, 1-7; Sal. 95; Tit 2, 11-14; Lc. 2, 1-14

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Queridos hermanos:
- En el día de hoy celebramos el nacimiento del Hijo de Dios. Hace muchísimos años Dios Padre creó este universo y, como nos dice la Biblia, “todo era muy bueno” (Génesis 1, 31): el aire, las estrellas, las aguas, los montes, las plantas, los animales; hasta el ser humano era muy bueno, pero… el mal y el pecado hicieron que la creación se desestabilizara y se corrompiera en gran medida. Mas en ese momento Dios Padre hizo una promesa a toda la humanidad. En efecto, dijo Dios a la serpiente que, cuando ella hiriera en el talón al hombre, éste le pisaría la cabeza (cfr. Génesis 3, 15b). ¿No os fijasteis en las imágenes de la Inmaculada Concepción, en donde aparece una serpiente con la manzana en su boca mientras la Virgen María le pisa la cabeza? Pues eso significa que ella, la Virgen María, acaba con el poder del pecado y del mal. ¿Cómo? A través del nacimiento de su Hijo. Por lo tanto, vemos cómo la Navidad representa el cumplimiento de la promesa de Dios Padre a la humanidad al principio de la creación. Desde siempre y por siempre los hombres estábamos esperando este día, y hoy, día de Navidad, celebramos que Dios ha cumplido su promesa.
Las lecturas que acabamos de escuchar nos dicen todo esto. Así en la segunda lectura leemos que Jesucristo es el Salvador nuestro, el que trae la salvación a todos los hombres. En el evangelio se lee que el ángel anunciaba a los pastores que un Salvador había nacido, y la señal de ello era un niño recién nacido, envuelto de pañales y acostado en un pesebre. Lo mismo se dice en la primera lectura del profeta Isaías.
- Pero ¿en qué consiste esta salvación? Ante todo se ha de decir que la salvación no es una cosa ni es algo etéreo. La salvación es Dios mismo en la tierra en la persona de Jesús. Por lo tanto, si queremos la salvación, si buscamos la salvación, hemos de encontrar, coger y no soltar a Jesús.
* Jesús nos trae luz, una luz grande en medio de tantas tinieblas como tenemos.
* Jesús nos trae alegría y gozo en medio de tanta tristeza como nos rodea.
* Jesús rompe la vara del dictador y quema la bota que aplasta a los demás.
* Jesús nos trae la paz a todos los hombres, porque Dios ama a todos los hombres.
* Jesús nos purifica de nuestros pecados… por muy viejos que sean, por muy grandes que sean, por mucho daño que hayan hecho. Y es que este perdón y esta purificación de Dios harán que nuestra piel envejecida y arrugada quede como la de un bebé. Dios hará que nuestras manchas de pecados desaparezcan y quedemos más limpios que cuando usamos el mejor detergente del mundo. Dios hará que los recuerdos del pasado, que denuncian nuestros errores, pecados y malos hechos, que nos aplastan y nos martillean la conciencia una y otra vez, queden asumidos en la paz de Dios.
- ¿Cómo sabré yo que la salvación de Jesús, que Jesús mismo está en mi vida? ¿Cuáles son y cuáles deben ser los frutos de esta salvación en mi vida? * La salvación de Jesús estará en mí cuando yo sea instrumento de Jesús y de su salvación para los demás.
* Jesús estará en mí, como dicen las lecturas de hoy, cuando renuncie de verdad y de una vez por todas a una vida sin religión y sin Dios, pero no sólo teórica, sino y sobre todo prácticamente. ¿De qué me sirve ser católico creyente y no practicante?
* Jesús estará en mí cuando renuncie a los deseos mundanos.
* Jesús estará en mí cuando lleve una vida sobria, honrada y dedicada a las buenas obras.
* Jesús estará en mí cuando sea un hombre de paz, y transmita paz a los que me rodean.
- Voy a poner tres ejemplos de esto último que acabo de decir. Sabéis que yo grabo las homilías y, tanto escritas como habladas, las mando por correo electrónico y las cuelgo en Internet (en un blog). Pues bien, algunas personas escriben sus comentarios en Internet sobre las homilías. Hay un chico, David, que se está acercando a Dios y a su Santa Iglesia desde hace poco y sigue las homilías por Internet. El miércoles, 23 de diciembre, puso este comentario: “Buenas a todos. Gracias, padre, por esta homilía tan maravillosa. Estoy de acuerdo en que la Virgen María vela por todos nosotros en todo momento… Es nuestra madre y se comporta como tal. Estos días para mí han sido muy difíciles; he estado ingresado una semana en el hospital, y ¡ay! en la soledad del mismo me sentía acompañado de mi otra madre, la Virgen. Aunque parezca mentira me sentía acompañado por ella y cuidado; sentía como si alguien me estuviese cuidando cuando mis familiares se iban del hospital. Me decía que ojalá algún día pudiese entregarme a Dios con tanta plenitud como se entregó María a la voluntad de Dios sin poner ningún obstáculo. Hoy miércoles hemos ido a cantar una misa a la cocina económica de Oviedo para toda la gente desfavorecida y para los voluntarios, y en esta Misa, siempre estaba muy presente la Virgen María; nos estaba guiando y cuidando. Aprovecho este blog para animaros a que este fin de semana acudáis todos a Madrid al Encuentro de las familias. Yo es el primer año que voy a ir, y estoy muy orgulloso de ello, tengo ganas de decir a los cuatro vientos que...¡¡Quiero pertenecer a la familia Cristiana!! Un saludo para todos y Feliz Navidad a todos”.
También quiero contaros el caso de José Ángel. Es un padre de familia de unos 42 años. Tiene 3 hijos. Trabaja como profesor de religión y dedica su tiempo libre a estar con su familia, a atender como voluntario y con alumnos suyos el albergue de transeúntes “Cano Mata”. Por si fuera poco esto, los sábados por la noche coge un termo de chocolate caliente, que le prepara su mujer, y sale por Oviedo a dar conversación y un poco de chocolate caliente a los hombres y mujeres sin techo. Pasa también un poco de tiempo en la iglesia de las Esclavas para hablar con Jesús, su Salvador. Su mujer le espera despierta para escucharlo y darle ánimo.
Finalmente quiero reseñar aquí algunas palabras de un chico de Oviedo, Tino, que falleció hace unos 12 años. Tenía poco más de 30 años; murió de enfermedad y en los últimos meses de vida Dios se acercó a él a pasos agigantados. Para Tino su enfermedad fue su Navidad, es decir, Dios naciendo en su ser: “¡Bendita el alma que sufre, cuando se está haciendo buena!; también el cincel que esculpe hace sufrir a la piedra. Sufrir para conseguir una figura perfecta en la piedra, la escultura, en el alma, la belleza, que refleja al sonreír su bello rostro princesa […] ¡Bendita el alma que sufre, cuando se está haciendo buena…!” (8/95). “Ayer me sentí morir. La tremenda desintoxicación a que me estoy sometiendo llegó ayer al límite. Por momentos sentí que mi vida se consumía y tuve miedo, mucho miedo. Afortunadamente me encontraba rodeado de mi familia. Mientras por mi cabeza surgían alucinaciones, mi padre y Pablo (un hermano) intentaban tranquilizarme. Parecía el final, cuando miré a mi padre, rodeé mi mano por su cuello y le dije: ‘Papá, te quiero’. Milagrosamente mi corazón volvió a latir con normalidad y mi cabeza dejó de dolerme. Fue como si expulsara en ese momento el veneno del resentimiento, que nunca quise expulsar. Dios ha querido o creído conveniente esa situación de pánico para que de una vez abriera mi corazón a quien más me quiere, me quiso y me querrá siempre: MI PADRE” (6/4/96). “Nunca supe responder con precisión la cuestión: ‘anote su profesión’ […] industrial o comercial, técnico deportivo, animador recreativo, cualquiera puede valer. Pero ninguna mejor que la que voy a poner a partir de este momento. ¡Qué va, no me la invento! De profesión… PENITENTE” (29/4/96).

viernes, 19 de diciembre de 2008

Domingo IV de Adviento (B)

21-12-2008 4º DOMINGO ADVIENTO (B)
2 Sam. 7, 1-5.8b-12.14a-16; Sal. 88; Rm. 16, 25-27; Lc. 1, 26-38
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Queridos hermanos:
Estamos en el cuarto Domingo de Adviento. El próximo miércoles, día 24 de diciembre, por la noche celebraremos el nacimiento de Jesús, el Hijo Único de Dios. En este tiempo de Adviento nos hemos ido preparando para la venida de Jesús. Para ello hemos pensado un plan de Adviento; hemos tratado de ser fieles a ese plan; hemos orado sobre los textos bíblicos que la Iglesia nos proponía en las Misas; hemos querido ser receptivos a la Alegría, que sólo el Señor nos puede dar. Pero, para acercarnos más a Jesús, se nos propone hoy, además, hacerlo a través de su querida madre, María.
- Nos narra el evangelio que el ángel Gabriel se presentó a una doncella de una aldea perdida en la montaña de Galilea. A esta doncella se le propone de parte de Dios la posibilidad de ser la madre del Mesías, la madre del Hijo de Dios. Ella pregunta al ángel Gabriel que cómo va a quedar embarazada si no ha mantenido relaciones con ningún hombre, a lo que el ángel le contesta que será el Espíritu Santo quien la cubra y quien la deje encinta, pues todo es posible para Dios. Al oír esto María, ya sin ninguna duda y con total disponibilidad, contesta: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
En el momento en que María contesta de este modo, ella se queda embarazada. Su vientre recibió la semilla divina, que fecundó su óvulo, y allí apareció una vida humana y a la vez una vida divina. María llevaba dentro de sí a un niño humano y a la vez a Dios mismo.
El 25 de marzo la Iglesia celebra la festividad de la Encarnación del Hijo de Dios en el vientre de María y el 25 de diciembre la Iglesia celebra el nacimiento de Jesús. No quiero ahora detenerme en si tales días corresponden realmente a las fechas de la concepción y del nacimiento de Jesús. No es el momento. Pero lo que sí quisiera plantearme, aquí y ahora, es la siguiente pregunta: ¿Qué pasó durante estos 9 meses, es decir, durante el tiempo del embarazo[1]? Nada de esto se nos dice. Uno de los evangelistas únicamente nos dice que en estos 9 meses sucedió el encuentro de María con su prima Isabel.
Se ha de suponer que en estos 9 meses la Virgen María percibió algunos cambios en su cuerpo, lo mismo que les sucede a todas las mujeres que se quedan embarazadas. Lo que voy a decir ahora lo he preguntado a algunas mujeres que han sido madres. Lo primero que me dijeron es que cada embarazo es distinto. De modo general, lo que una mujer embarazada puede sentir y, por tanto, lo que María pudo haber sentido es esto (perdón por los errores e imprecisiones que cometa al decirlo):
* En el primer trimestre María pudo sentir, entre otras cosas, nauseas, vómitos, se volvió más sensible, tuvo más sueño, se le agudizó el olfato. A partir de la semana 12 de gestación ya estaba formado el bebé.
* Parece que el segundo trimestre pudo ser el mejor, pues María quizás no tuvo ya las nauseas, ni las molestias del primer trimestre, ni tampoco la pesadez que tendría en el tercer trimestre. También es cierto que hay mujeres que lo pasan mal, muy mal durante todo el embarazo. En este segundo trimestre, a partir de la semana 18, María habría empezado a notar que la criatura se movía dentro y daba alguna patada.
* En el tercer trimestre los pulmones de María se habrían visto aprisionados, porque el niño ya habría crecido bastante y necesitaba más espacio. Además, María tuvo que llevar más peso consigo en este tiempo y esto le dificultó para caminar, con la consiguiente hinchazón de piernas y con dolor de riñones.
Sí, en María hubo un cambio en su cuerpo durante el embarazo, pero también en su mente, pues dejó de ser adolescente para convertirse en toda una mujer. Dejó de ser mujer a secas para irse convirtiendo poco a poco en madre. Asimismo la relación con su entorno: vecinos, familiares… tuvo que cambiar. Ella vería ahora todo con otros ojos y a ella también la verían con otros ojos. El embarazo de María tuvo que ser muy bonito, el sentir cómo se iba creando dentro de su ser una vida nueva e independiente de ella. Para María lo más bonito que podía sucederle era el ser madre. Por todo lo que acabo de narrar, se puede decir que María fue, es y será solidaria (aunque los cristianos hablamos más de “estar en comunión”, que tiene un significado más profundo que la mera solidaridad) con todas las mujeres que han estado embarazadas, que lo están y que lo estarán. María acoge, comprende y vela sobre todas las mujeres embarazadas.
El 4 de diciembre de 2008 leía en un periódico el testimonio de una mujer, Esperanza Puente, que había abortado. Decía así: “He querido explicarles lo que vivimos las mujeres cuando vamos a abortar. El miedo, la angustia, la soledad cuando te enfrentas a un embarazo inesperado y te abandona tu pareja, o no hay comprensión por parte de la familia, o te amenazan en el trabajo: «abortas o te despido», o hay exclusión social, o tienes problemas económicos...”. También María pudo pasar por esta soledad, por esta angustia y por este miedo. José pudo denunciarla y ella podría haber acabado lapidada junto con su hijo. Por eso, María está en comunión con todas las mujeres que, por una razón u otra, se han visto obligadas a abortar, o están abortando ahora mismo, o van a abortar en un futuro.
María está asimismo en comunión con tantas mujeres que no pueden tener hijos
; está en comunión con tantas parejas que, por una dificultad del varón o de la mujer, no pueden engendrar hijos y se quedan sin ellos, a pesar de ansiarlos tanto.
Igualmente María está en comunión con tantas mujeres que se casaron enamoradas y por haber fracasado su matrimonio y debido a su edad ya no pueden tener hijos, a pesar de que los deseaban y los desean con todas sus fuerzas.
Alguien puede preguntarse o preguntar por qué María puede estar en comunión con todas estas personas y la respuesta es que María llevó en su vientre, no simplemente a un niño, sino que con ella tenía a Dios mismo, al Hijo Único de Dios Padre. ¿Qué habrá sentido María en su espíritu al llevar a Dios durante esos 9 meses? Pues bien, a través de su Hijo, María pudo, puede y podrá estar en comunión con todas esas personas.
- Como siempre, termino con una idea este domingo anterior al día 22 de diciembre; la idea es que no pongamos nuestras fuerzas o salvación en el dinero, sino en Dios. Es cierto que hay crisis, que hay una gran necesidad de dinero para muchas familias, pero creo que la lotería no es la solución. Además, la lotería solucionará el problema a mucho menos de un 1% de la población española.
En nombre de Dios, un año más rompo estas participaciones de lotería en presencia vuestra y digo que sólo quiero poner en El mi seguridad, y esto quiero hacerlo con su fuerza, con su luz y con su gracia.
[1] Hay algunas imágenes en las iglesias que nos muestran a María embarazada. A mí siempre me inspiraron ternura dichas imágenes

viernes, 12 de diciembre de 2008

Domingo III de Adviento (B)

14-12-2008 3º DOMINGO ADVIENTO (B)
Is. 61, 1-2a.10-11; Lc. 1, 46-50.53-54; 1 Tes. 5, 16-24; Jn. 1, 6-8.19-28
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Queridos hermanos:
* En este domingo os invito a llegar a casa y coger los textos de la Biblia que hemos escuchado: leedlos despacio y saboreadlos, como si estuvieseis comiendo un helado. Son unos textos preciosos. También quien tenga la oportunidad que coja la homilía que estoy predicando ahora y saboree los textos de los santos que voy a citar al final.
* En este tercer domingo del tiempo de Adviento siempre se recogen frases de la Sagrada Escritura que hacen referencia a la ALEGRIA. Por ejemplo, en la primera lectura, que es del profeta Isaías, se dice: “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”. En el salmo responsorial se dice como respuesta: “Me alegro con mi Dios”, y más adelante: “Se alegra mi espíritu en Dios”. Y San Pablo, en la segunda lectura, dice: “Estad siempre alegres”.
* La alegría, según Sto. Tomás de Aquino, es el primer efecto del amor. Sólo quien ama puede estar contento y alegre. Se podría decir que hay tantas clases de alegría como clases de amor: la alegría de quien ama una buena comida es bien distinta de la que goza quien acaba de enamorarse. Sin embargo, la alegría de amar a Dios no puede compararse con ninguna otra. Por ello, S. Pablo en el momento en que relata los padecimientos que está sufriendo por causa de la fe declara abiertamente: “estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en medio de todas nuestras tribulaciones” (2 Cor. 7, 4).
En los relatos de la Resurrección del Señor se percibe una alegría especial, que llevarán los apóstoles siempre en su espíritu, a pesar de las dificultades y persecuciones. Es el cumplimiento de la promesa que les hiciera Jesús en la última Cena: “Y yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar” (Jn. 16, 22). En efecto, la alegría de los cristianos no va a depender de su estado de ánimo, ni de su salud, ni de ninguna otra causa humana, sino de haber visto al Señor, de haber estado con El. Sólo la cercanía de Dios es el motivo de la alegría profunda, de un gozo incomparable. Como bien nos dice San Pablo en la carta a los Gálatas, la alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo (Gal. 5, 22).
La alegría cristiana es de una naturaleza especial. Es capaz de subsistir en medio de todas las pruebas, incluso en los momentos más oscuros. Puede elevarse siempre sobre todas las circunstancias de lo que nos rodea. Con la alegría, el cristiano hace mucho bien a su alrededor, pues esa alegría lleva a Dios. Dar alegría a los demás será frecuentemente una de las mayores muestras de caridad, el tesoro más valioso que puede dar a quienes le rodean. Muchas personas pueden encontrar a Dios en la alegría del cristiano.
* ¿Cómo lograr y alcanzar esta alegría en nosotros? La “receta” se nos da también en las lecturas de hoy:
- “Dar la buena noticia a los que sufren, vendar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, proclamar el año de gracia del Señor”. Es decir, dar noticias de esperanza a los demás.
- “Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión […] No apaguéis el espíritu […] Guardaos de toda forma de maldad”.
* Si me permitís y para terminar, voy a transcribir a continuación una serie de frases de unas personas expertas en alegría: los santos. Sus palabras son mejores que las mías y tienen la fuerza de haberlo vivido en sus propias vidas:
- Decía San Gregorio Magno: “Perdemos la alegría verdadera por el deleite de las cosas temporales”.
- Decía el Pastor de Hermas, un autor cristiano de los primeros siglos del cristianismo: “Una persona alegre obra el bien, gusta de las cosas buenas y agrada a Dios. En cambio, el triste siempre obra el mal”.
- Decía San Josémaría Escrivá: “¿No hay alegría? Piensa: hay un obstáculo entre Dios y yo. Casi siempre acertarás”.
- San Atanasio: “Los santos, mientras vivían en este mundo, estaban siempre alegres, como si siempre estuvieran celebrando la Pascua, la Resurrección de Jesús”.
- San Juan Crisóstomo: “Los seguidores de Cristo viven contentos y alegres, y se glorían de su pobreza más que los reyes de su corona”.
- Sta. Teresa de Jesús: “Mas esta fuerza tiene el amor, si es perfecto: que olvida más nuestra alegría por alegrar a quien amamos. Y verdaderamente es así, que, aunque sean grandísimos trabajos, entendiendo alegramos a Dios, se nos hacen dulces”.
- San Juan Crisóstomo. “En la tierra, hasta la alegría suele parar en tristeza; pero para quien vive según Cristo, incluso las penas se transforman en gozo”.
- San Agustín: “El gozo en el Señor debe ir creciendo continuamente, mientras que el gozo en el mundo debe ir disminuyendo hasta extinguirse. Esto no debe entenderse en el sentido de que no debamos alegrarnos mientras estemos en el mundo, sino que es una exhortación a que, aun viviendo en el mundo, nos alegremos ya en el Señor”.
- San Basilio: “Siempre estarás gozoso y contento, si en todos los momentos diriges a Dios tu vida, y si la esperanza del premio suaviza y alivia las penalidades de este mundo”.
- Santo Tomás de Aquino: “Las fiestas se han hecho para promover la alegría espiritual, y esa alegría la produce la oración; por lo cual, en día festivo se han de multiplicar las plegarias”.
- Juan Pablo II: “La alegría cristiana es una realidad que no se describe fácilmente, porque es espiritual y también forma parte del misterio. Quien verdaderamente cree que Jesús es el Verbo Encarnado, el Redentor del Hombre, no puede menos de experimentar en lo íntimo un sentido de alegría inmensa, que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo… ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en Cristo crucificado y resucitado! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaos a gozar de esta alegría!”

viernes, 5 de diciembre de 2008

Domingo II de Adviento (B)

7-12-2008 2º DOMINGO ADVIENTO (B)
Is. 40, 1-5.9-11; Slm. 84; 2 Pe. 3, 8-14; Mc. 1, 1-8
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Queridos hermanos:
Se dice en la segunda lectura: Esperad y apresurad la venida del Señor”.
- ESPERAD. El tiempo de Adviento en que estamos es un momento de preparación, de vigilancia y de espera, pero ¿qué hemos de esperar o a quién hemos de esperar? Nos dice S. Pedro en la segunda lectura: “Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia”.
Estamos hartos de tanta injusticia, de tantas lágrimas, de tanto dolor sin sentido y de tanto dolor sin fin. Hace un tiempo se me presentó una mujer mayor, de unos 75 años. Su vida era un auténtico fracaso: el hijo mayor con esquizofrenia y sin posibilidad de curación, el pequeño con un alcoholismo tan fuertemente arraigado que, a pesar de haber visitado varios centros de desintoxicación y de curación a lo largo de España, recaía una y otra vez. El marido de esta señora se la está “pegando” con una mujer más joven, que lo único que hace es “sacarle” el dinero que se precisa para atender tantas necesidades de la familia. Esta mujer sufre por esta situación y sufre pensando qué será de sus hijos el día en que ella falte y no haya quien mire por ellos. Sí, estamos hartos de tanto dolor sin fin, de tantas familias y matrimonios rotos.
Estamos hartos de tanta injusticia en gente que ha luchado toda la vida por tener algo y, en medio de esta crisis, se queda sin trabajo, sin el piso para el que había ahorrado toda su vida y se queda sin horizonte.
Estamos hartos de tanto engaño, porque se nos ha dicho, por activa y por pasiva, que poseyendo cosas materiales: casa, coche, dinero, máquinas… seríamos felices o estaríamos más contentos, y ahora resulta que todo eso se nos quita, o no podemos alcanzarlo, o no somos más felices al tenerlo.
Por todo esto y por mucho más “esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia”. Sí, estoy completamente seguro que estos años de miedo, de incertidumbre, de crisis, de mayor pobreza… a mucha gente le hará tener una perspectiva distinta de sí mismos, de los demás, de la vida, de las cosas. Todo esto nos ayudará a crecer como personas, a ser más humildes…
Nosotros, los cristianos, sabemos que este cielo nuevo, esta tierra nueva y esta justicia nueva no vendrán porque la traigan los poderosos de la economía o de la política. También es cierto que nosotros, los cristianos, sabemos que este cielo nuevo, esta tierra nueva y esta justicia nueva no vendrán sólo por el mero fruto de nuestro esfuerzo personal y comunitario. No vendrán tampoco porque sí. Este cielo nuevo, esta tierra nueva y esta justicia nueva nos serán dados por el Señor. Todos necesitamos de Dios, necesitamos al Señor y por eso lo ansiamos y lo esperamos. Sí, el Señor viene. Ya lo anunciaba S. Juan Bautista en el evangelio de hoy: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo”.
- APRESURAD. Os recuerdo que decía S. Pedro en la segunda lectura: “Esperad y apresurad la venida del Señor”. Y es que para los cristianos la espera no debe de ser algo pasivo, como estar sentados en una silla en la estación de tren haciendo tiempo hasta que éste llegue. Hemos de apresurar esta venida del Señor. Pero ¿cómo? En las lecturas que nos propone hoy la Iglesia se nos presentan varias acciones para apresurar la llegada del Señor a nosotros y a este mundo:
* “Consolad, consolad a mi pueblo”. No tengamos el corazón duro e insensible ante tanto sufrimiento que nos rodea y nos rodeará. El jueves me hizo daño la fotografía que vi en los periódicos en donde se mostraba a varios hombres en un bar alrededor de una mesa y jugando una partida a las cartas. Por lo visto eran los compañeros de partida del hombre asesinado por ETA. El hueco dejado por este hombre fue ocupado por otro y continuaban la partida como si tal cosa. Me hizo daño esto. Hay un himno de Vísperas (la oración de la liturgia de las horas) que dice así: “que el corazón no se me quede desentendidamente frío”. No quiero un corazón frío ni ante la muerte de un hombre a manos de ETA, ni ante un niño asesinado en el vientre materno, ni ante el dolor de una mujer, feligresa mía de Taramundi, que me llamó este día porque su hijo sufría acoso escolar y pedía mi mediación para que lo admitiesen en un determinado colegio, ni… Por eso, quien escucha, consuela y se compadece (padece con) de los que sufren está apresurando la venida del Señor.
* “Procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables”. Apresuro la venida de mi Señor Jesucristo cuando busco la paz: paz con los de lejos, paz con los de cerca; paz con los demás, paz conmigo mismo; paz en el exterior, paz en el interior de mi ser. Y estoy en paz cuando pido perdón a Dios de mis pecados, cuando pido perdón a los demás, cuando perdono a los demás, cuando me perdono a mí mismo, cuando acepto a los demás, cuando me acepto a mí mismo. Es tan importante la paz en la vida de un hombre que en todas las Misas, tras orar el Padrenuestro, se pide dicha paz de modo constante, hasta 8 veces: ‘Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días…’; ‘Señor Jesucristo, que dijiste a los discípulos: la paz os dejo, mi paz os doy, no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia, y, conforme a tu palabra, concédele la paz…’; ‘la paz del Señor sea siempre con vosotros’; ‘daos fraternalmente la paz’; ‘Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz’; ‘podéis ir en paz’.
* “Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. Apresuro la venida del Señor cuando más austeramente vivo; cuando pongo mi corazón en los valores humanos más que en los materiales, cuando pongo mi corazón en los valores que no se ven ni se tocan más que en los valores que se ven y se tocan, cuando pongo mi corazón en los valores divinos y eternos más que en los valores mundanos y perecederos.
Termino con el himno de Vísperas al que aludí antes y que es precioso. Quisiera que fuera como una oración para esta semana de Adviento:
Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.
Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.
Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.
Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dices que estás muerto!...).
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo.
Amén.