sábado, 30 de diciembre de 2023

Santa María, Madre de Dios (B)

1-1-2024                                SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS (B)

Núm.6, 22-27; Sal. 66; Gál. 4, 4-7; Lc. 2, 16-21

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Seguimos celebrando estos días de Navidad, y hoy concretamente este 1 de enero, día de la Virgen María, Madre de Dios. El significado de estas fiestas es muy rico y en cada homilía trato de exponer brevemente algunas ideas de un aspecto de la Navidad.

            - Ante tantos problemas como hay en el mundo, ante tanto sufrimiento como tenemos los hombres por todas partes, ¿de verdad tiene sentido seguir celebrando el nacimiento del Niño Jesús, de verdad tiene sentido que los cristianos sigamos predicando el evangelio de Jesús y tratemos de vivirlo en nuestras vidas? El martes me decía una persona: no ve que decimos que Dios nace, pero no nace; no ve que decimos que Él trae la paz, la concordia, el perdón…, pero que no es cierto, que todo sigue igual.

            Hace unos años recibí una felicitación navideña de Julita, una misionera en África. En la felicitación aparecía Julita con un niño en brazos. El niño tenía unos cuatro o cinco años. Y en su felicitación Julita cuenta la historia de este niño. Yo os la repito:

          “Me gustaría compartir con todos vosotros la historia de este niño que llevo en brazos: Se llama FARA lo que quiere decir ‘último’; tiene un hermano mayor y su madre se murió al nacer él. Su padre es minusválido de nacimiento; tiene las piernas completamente deformes, lo que le obliga a desplazarse en silla de ruedas.

           A pesar de quedarse solo con sus dos hijos muy pequeños, nunca quiso darlos ni a la familia de su mujer ni a la suya. Este niño no conoce otra vida que la de pedir limosna. Los he visto a menudo salir a pedir: el padre en su silla de ruedas con Fara sentado delante y el mayor, Zaka, cogido a los puños de la silla por detrás de pie en unas barras que salen de cada lado al interior de las ruedas. Fara, desde muy pequeño, cuando una persona se le acercaba, automáticamente tendía el sombrero en el que, supuestamente, se le daba una limosna. No recuerdo haberles dado gran cosa, pero sí que con frecuencia los saludaba. Un buen día los niños llegaron a casa junto con otros niños ya más conocidos. Merendaron con los demás niños un día y otro día. Poco a poco aceptaron ser bañados, cambiar de ropa, cortar el pelo…, pero la relación no era demasiado espontanea. Un día cogí a Fara en brazos y le di un beso, me miró con asombro y le dije ‘¿quieres otro?’ ‘¡Sí!’ A partir de aquel día, en cuanto me veía extendía los brazos para que lo cogiera y le diese un beso. Se ve que no tenía muchas ocasiones de que una mujer le diese cariño...

Cuando un niño como Fara da su sonrisa, su confianza y se acerca sin miedo, es ‘el regalo’ de los regalos. Ese regalo es para todas las personas que nos acompañáis en esta misión, si los niños de este barrio vienen a jugar, si podemos ayudarles en los estudios, si podemos darles la merienda todos los días…, es que hay gente que está con nosotras, que cree en nuestra pequeña labor y presencia en medio de esta gente.  GRACIAS. Como cada año, tendremos la Navidad con los pobres del pueblo, con los niños del barrio y con los enfermos. Con las alumnas cantaremos la misa de Navidad en el hospital y pasaremos saludando los enfermos con alguna golosina. Pasar estas fiestas con gente más o menos marginada es sentirse un poco como aquellos PASTORES que fueron a ver un niño en un pesebre con sus padres que no comprendían muy bien lo que estaba pasando. Llevar un poco de alegría y amistad: poco, pero que suene a ‘Navidad’.

Os damos cita en el pesebre. FELICES FIESTAS, BUENA CELEBRACIÓN, FELIZ AÑO”.

- Bien, ante estas dos situaciones, ¿qué nos dice la Palabra de Dios? Ella ha de ser la que nos ilumina en todas las circunstancias de la vida.

            Con los hechos narrados por Julita, podemos decir que las palabras iniciales del evangelio de san Juan y que leemos cada Navidad se están cumpliendo cada día y cada año entre nosotros: La Palabra (Jesús) era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre […] Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

            En efecto, Jesús viene al mundo y una serie de personas no lo reciben (no lo recibimos). Eso dicen de modo claro nuestras acciones y nuestras palabras. No recibimos a Jesús a pesar de que Él nos ha creado. No recibimos a Jesús a pesar de que nuestro corazón es su corazón, nuestra alma es su alma, nuestra vida es su vida, nuestras cosas son sus cosas. No recibimos a Jesús, porque no lo conocemos ni lo reconocemos: ni en los hombres (nuestros hermanos y sus hermanos), ni en el mundo que nos rodea, ni presente en el sagrario, ni en su Iglesia.

            Sin embargo, como bien nos dice también este evangelio y como nos dice la vida de Julita, la misionera, otros sí que conocieron y reconocieron a Jesús, sí que le abrieron su casa, su corazón, su alma, su vida, su ser. Otros sí que creen en Jesús y estas personas sí que son capaces de contemplar cosas maravillosas: a Dios mismo, a un niño necesitado de ser abrazado, besado, lavado, cambiado de ropa, alimentado, en definitiva, a un niño necesitado de ser querido y amado.

            - Por lo tanto, aquí no va de si Jesús nace por Navidad o si no nace; aquí no va de si, con el nacimiento de Jesús, todo sigue igual o todo cambia. AQUÍ DE LO QUE VA ES QUE JESÚS, DIOS VIENE A NOSOTROS, Y NOSOTROS PODEMOS RECONOCERLO Y RECIBIRLO O PODEMOS NO RECONOCERLO NI RECIBIRLO.

Y ahora Jesús nos dice, como cuando termina la parábola del buen samaritano: “Vete y haz tú lo mismo” (Lc. 10, 37). Sí, en estos días de Navidad (y siempre) vete, y conoce y reconoce a Jesús como tu Dios, tu Señor y tu Amado. Sí, vete y recibe a Jesús en tu casa. Ábrele tu corazón, tu alma, tu espíritu, tu cartera, tu salud, tu enfermedad, tu vejez, tu juventud… Sí, cree en su evangelio, en lo que te dice, en lo que sabes que está bien; cree en su persona. Sí, en estos días de Navidad (y siempre) déjate llenar de Jesús, que es la Verdad auténtica y la Gracia auténtica.

jueves, 28 de diciembre de 2023

Sagrada Familia (B)

31-12-2023                            SAGRADA FAMILIA (B)

Eclo.3, 3-7.14-17a; Sl. 127; Col. 3, 12-21; Lc. 2, 41-52

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            En el día de hoy celebramos la festividad de la Sagrada Familia. El miércoles antes de Nochebuena (20 de diciembre) se leyó en el evangelio este pasaje de san Lucas: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc. 1, 31). Era un pasaje del episodio de la anunciación del arcángel Gabriel a María. El arcángel le estaba diciendo a ella cuál sería su cometido: concebir a Jesús, dar a luz a Jesús e imponer el nombre de Jesús al recién nacido. Después de leído el evangelio explicaba entonces en la homilía que, aunque no se decía en el texto, también María tuvo el cometido de educar a su Hijo.

            En el día de hoy, día de la festividad de la Sagrada Familia, voy a explayarme un poco más en esta idea: la educación que María, como madre, dio a su Hijo Jesús. Podemos preguntarnos qué tenía que enseñar María al Hijo de Dios, a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Él, como Dios, ya lo sabía todo y una criatura mortal (María), por muy perfecta que fuera, nada podía enseñarle. Y esto es totalmente cierto, pero… Sí, en cuanto Dios, María no podía enseñar nada a su Hijo, pero es que Jesús era perfecto Dios y perfecto hombre:

A) En cuanto hombre, Jesús no sabía y Jesús tenía que aprender. Éste es un auténtico misterio: que Jesús, en cuanto Dios sepa todo y pueda todo, pero que, en cuanto hombre, necesite aprender, sea débil y esté sujeto al hambre, al miedo, a los dolores, a las dudas, al frío, al sueño, a la muerte…

B) Igualmente Jesús, en cuanto hombre, además de necesitar aprender, estuvo sujeto a la autoridad de dos seres humanos: María y José. ¿Cómo puede ser esto, que Dios se someta en obediencia a dos criaturas suyas?

Estos dos hechos son un misterio, pero también fueron realidad. Así nos lo dice san Lucas en su evangelio por dos veces: El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría (Lc. 2, 40) y “Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc. 2, 51-52).

Veamos todo esto de un modo más concreto:

            - María educó a su Hijo, porque Éste, aunque era Dios, le estaba sujeto y le daba obediencia y respeto. Dios se encarnó en un hombre, nació como hombre, tuvo padres como cualquier hombre y les obedecía como cualquier hombre. Esta obediencia de Dios a los hombres no fue algo que simplemente pasó en el caso de María y de José. También hoy Jesús obedece a cada sacerdote que consagra el pan y el vino y, por las palabras del sacerdote, Jesús mismo las convierte en su Cuerpo y su Sangre. También hoy Jesús obedece a cada sacerdote que absuelve los pecados de los demás: cuando un sacerdote dice que perdona en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, en realidad ese perdón divino desciende sobre el hombre pecador y arrepentido. No es algo del pasado el sometimiento de Dios a los hombres, sino que está presente hoy en día. Asimismo, cada vez que un hombre ora ante Dios, Dios se para a escucharlo y a actuar en su alma y en su ser.

            - Jesús, en cuanto hombre, no sabía hablar, no conocía el arameo[1] (el idioma que hablaban entonces entre los judíos), no conocía el oficio de carpintero, no sabía los modales ni costumbres de aquel momento, y María y José tuvieron que enseñarle. Así, hemos visto más arriba cómo, por dos veces, dice san Lucas que Jesús se iba llenando de sabiduría. Si se iba llenando, es que no estaba lleno; si iba progresando en sabiduría, es que había cosas que no sabía y que iba aprendiendo, porque alguien le iba enseñando.

- Desde la autoridad que da la maternidad, una madre siempre puede educar y llamar la atención a su hijo. Lo vemos principalmente en dos momentos de los evangelios. El primero se refiere a las bodas de Caná, en que María le dice a Jesús: No tienen vino (Jn. 2, 3b). Y, aunque su Hijo, en un primer momento parece no hacerle caso, sin embargo, María que lo conoce muy bien, indica a los sirvientes que sigan las instrucciones de Jesús: “Haced lo que él os diga” (Jn. 2, 5) sabiendo que va a ser escuchada y obedecida por su Jesús, cosa que sucede inmediatamente: “Llenad las tinajas de agua” (Jn. 2, 7). El segundo momento está cuando a Jesús lo tomaban por loco durante su vida pública al anunciar el evangelio: (Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: ‘Es un loco’ Mc. 3, 21) y la familia convenció a María para que fueran a buscar a su Hijo, que tantas tonterías estaba haciendo y diciendo. Los parientes de Jesús sabían que Éste siempre había sido muy obediente, que respetaba y quería a su madre, y que sólo ella tenía la autoridad suficiente sobre Jesús para sacarlo de allí y llevárselo al pueblo: Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar (Mc. 3, 31). Sin embargo, en este caso Jesús no se dejó llevar por lo que su madre pretendía, inducida por otros, sino que le indicó cuál debía ser la verdadera relación entre la madre y el Hijo: El que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mc. 3, 35).

- Pero una madre nunca termina de serlo. Es madre cuando tiene al hijo en su vientre, es madre cuando da a luz, es madre cuando crece su hijo, es madre cuando enferma su hijo[2], es madre cuando se muere su hijo. María estuvo con su Hijo al inicio de su vida, pero también al final de ésta: Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn. 19, 25-27). Sí, Jesús, como buen hijo, quiso dejar atendida a su madre, ya que Él iba a faltar.

Y es que María había enseñado a su Hijo los valores que a su vez ella había recibido de sus padres y de la lectura del Antiguo Testamento: la fidelidad hasta la muerte, el respeto[3], la fe y el amor a Dios…

Lo que acabo de predicar son algunas de las cosas con las que María educó a su Hijo Jesús.


[1] Una de las palabras que aprendió Jesús fue la de ‘Abba’ (Mc. 14, 36), que significa ‘papaíto’. Y con ella se dirigió a san José, pero sobre todo Jesús se dirigió más adelante a Dios, su Padre.

[2] Hace un tiempo salió en los periódicos la noticia de una madre de 98 años que se mudó a una residencia de ancianos a cuidar a su hijo de 80 años. Vivían juntos, pero el hijo estaba enfermo y la madre no podía darle la atención médica en la casa en la que residían, por eso el hijo tuvo que ser llevado a una residencia, a la que le acompañó la madre: http://www.abc.es/recreo/abci-madre-mudo-residencia-para-cuidar-hijo-80-anos-201710300900_noticia.html

[3] Lo mismo que Jesús respetó a sus padres, éstos también le respetaron a Él, a pesar de no entender en tantas ocasiones a su hijo, como cuando se perdió en el Templo con 12 años (Lc. 2, 48), como cuando su Hijo le dio aquel aparente desplante al decirle que la auténtica madre era la que cumplía la voluntad de Dios y no tanto la que lo había parido, como cuando María no se opuso a la muerte de su Hijo, el cual fue obediente al Padre incluso hasta la cruz…

sábado, 23 de diciembre de 2023

Natividad del Señor (B)

25-12-2023                                        NAVIDAD (B)

Is. 52, 7-10; Slm. 97; Hb. 1, 1-6; Jn. 1, 1-18

Homilía en vídeo

Homilía de audio. 

Queridos hermanos:

            Nos hemos reunido la comunidad cristiana para celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo. ¡Sed bienvenidos! El Niño Jesús nos acoge a todos (a los que estamos aquí y a los que no están, a los que han querido venir y a los que no han querido venir, a los que han podido venir y a los que no han podido venir) con los brazos abiertos. Como homilía de Navidad, hoy quisiera dirigir una carta al Niño Jesús.

“Querido Niño Jesús:

Hace ya casi cuatro años y medio que me has traído a esta Unidad Pastoral de san Lázaro. Para mí ha sido una suerte muy grande y estoy encantado de estar aquí. Quiero darte las gracias por ello.

Te doy las gracias, Niño Jesús, porque me permites seguir siendo tu sacerdote. Sacerdote de esta Iglesia tuya. Iglesia que fundaste y formaste. Iglesia que construiste con tus Palabras de la Biblia y del Evangelio. Iglesia que has creado a base de tus lágrimas, dolores, sangre y muerte. Iglesia viva, porque tú has vuelto a la vida desde la muerte.

Te doy las gracias, Niño Jesús, porque aquí he aprendido muchas cosas de ti y de los cristianos de estas parroquias:

- He aprendido una vez más que tu verdadera Iglesia son, no sólo los Papas, obispos y sacerdotes, sino y sobre todo cada persona sencilla que te busca y que quiere seguir tu pasos. La verdadera riqueza de la Iglesia son tus hijos: niños y mayores, con estudios y sin ellos…, que en medio de su vida de cada día tratan de ser fieles a esa llama de fe que un día Tú has puesto en nuestros espíritus y en nuestros corazones.

- He aprendido que mucha gente no quiere saber nada de tu Iglesia, que quieren saber poco de Ti, pero también he aprendido que, cuando perciben realmente que Tú estás cerca, entonces su corazón vibra de paz, de alegría, de profundidad… y te buscan, porque te necesitan.

- He aprendido a conocer y a amar tantos hijos tuyos que antes no sabía que existían. Siempre lo he dicho, si yo me hubiera casado, tenido una mujer y unos hijos, y un trabajo manual, mi grupo de conocidos sería muy reducido, pero Tú, al hacerme sacerdote, me has dado a tantos hijos tuyos como amigos y como hermanos, que juntos caminamos hacia Ti.

- He aprendido a sufrir con niños que mueren, con gente joven que muere, con gente adulta que muere, con niños y mayores que están enfermos, muy enfermos. He aprendido a verme (vernos) impotentes ante la muerte y la enfermedad.

- He aprendido a sufrir con tantos matrimonios rotos, y esposos e hijos destrozados por ello.

- He aprendido de la fe sencilla y sincera de estos hijos tuyos ante tu Madre, la Virgen María, y ante su Hijo Jesús. En muchas ocasiones me han enseñado mucho más ellos a mí de lo que yo pude haberles enseñado a ellos.

Te pido perdón, Niño Jesús, por no amarte de verdad, de todo corazón y en todos los instantes de mi vida.

Te pido perdón por haber hecho daño con mis palabras, mis gestos, mis omisiones y ausencias a estos hijos tuyos.

Te pido perdón por ser un pecador y un sacerdote mediocre, egoísta y soberbio.

Te pido perdón, en nombre de mis feligreses, por el mal que han hecho y que siguen haciendo, y por el bien que dejan de hacer. No les tengas en cuenta sus pecados, sus palabras. Perdónales. Niño Jesús, mira más las cosas buenas que dicen, que hacen, que piensan, que viven. Te quieren y quieren ser tuyos. Pienso que es mucho más lo bueno que tienen que lo malo. Sí, pienso que tienen mucho más de bueno que de malo.

Querido Niño Jesús. Vas a nacer y quedarte entre nosotros. En este tiempo de Adviento hemos intentado hacerte en estas parroquias un pequeño colchón en la cuna de nuestro corazón para que te recuestes. Ven a nosotros, nace en nosotros y no nos dejes nunca.

¡Feliz y santa Natividad de nuestro Señor Jesús!”