22-11-20 JESUCRISTO,
REY DEL UNIVERSO (A)
Ez. 34,11-12.15-17; Slm. 22; 1 Co. 15, 20-26a.28; Mt. 25, 31-46
Homilía en vídeo.
Homilía de audio.
Queridos
hermanos:
Quisiera fijarme en dos ideas
extraídas del evangelio de hoy:
-
Jesús pone en el evangelio dos grupos de personas: las ovejas y las cabras, los
buenos y los malos, pero ambos grupos de personas le hacen a Jesús la misma
pregunta: “Señor, ¿cuándo te vimos con
hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos
forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o
en la cárcel y fuimos a verte?”, o “¿Señor,
¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la
cárcel, y no te asistimos?” Y la
respuesta de Jesús es la misma a ambas preguntas, bien en positivo (“Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con
uno de estos mis humildes hermanos, conmigo
lo hicisteis”), bien en negativo (“Os
aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo”).
Y
es que Jesús se identifica totalmente
con los hombres: quien a otro le hace el bien, a mí me hace el bien; quien a
otro le deja de hacer el bien, a mí deja de hacerme el bien. Pero esta
realidad, esta idea no la expuso Jesús solamente en este trozo del evangelio.
También en otros lugares de la Palabra de Dios Jesús insistió en la misma idea:
“El que recibe a uno de estos niños en mi
Nombre, me recibe a mí mismo” (Mt. 18, 4-5). “El que os escucha a vosotros, me escucha a mí; el que os rechaza a
vosotros, me rechaza a mí” (Lc. 10, 16).
Pablo “preguntó: ‘¿Quién eres tú
Señor?’ ‘Yo soy Jesús, a quien tú persigues’” (Hch. 9, 5).
No
pensemos que estas ideas y estas realidades que Jesús nos expone son extrañas y
raras al mundo que nos rodea o a nuestra vida ordinaria. ¿Cuántas veces he
visto matrimonios que se llevaban muy bien entre sí, e incluso existía una
relación excelente con las familias de cada uno de los cónyuges y, tras una
pelea entre los esposos que acababa en ruptura conyugal, las familias de ambos
dejaban de hablarse y de tratarse? Recuerdo en cierta ocasión haber conocido el
siguiente caso: un matrimonio tenían una vida normal. En un determinado momento
la esposa le fue infiel al esposo y lo dejó plantado yéndose con el ‘nuevo
amor’. Los padres de la chica quedaron muy avergonzados y, en un primer
momento, dijeron a su yerno que su hija se había vuelto loca, y que él sería
siempre para ellos como un hijo, pero al cabo de dos semanas, sin que este
chico hiciera nada en contra de la ex ni de sus suegros, estos dejaron de saludarlo
y comenzaron a hablar por el barrio de que el chico era ‘esto’ y ‘lo otro’.
¿Qué había pasado? Pues que los padres se posicionaron con la hija, aunque
hubiese hecho algo reprensible, pero… era su hija y el otro, el inocente, era
‘de fuera’. Otro casos: cualquier cosa buena que se haga a favor de un hijo o
en contra, bien sea en el trabajo, en la calle, en la amistad…, es algo que se
les hace a los mismos padres. En estas circunstancias los padres pueden decir:
lo bueno que se hace a nuestro hijo, nos lo hacen a nosotros; lo malo que se
hace a nuestro hijo, nos lo hacen a nosotros.
Pues
esta misma realidad que acabo de exponer es lo que Jesús nos predica por activa
y por pasiva. No se trata de que Jesús se ponga de nuestra parte. NO. Se trata de que Jesús está en nosotros y se
identifica totalmente con nosotros (aunque no quiere decir esto que Jesús
sea responsable de nuestras malas acciones). Esto fue experimentado por San Pablo, el cual escribió así: “ya no vivo yo, sino que es Cristo vive en
mí” (Gal. 2, 20). Por lo tanto, cualquier cosa buena que se haga a otra
persona, se está haciendo eso mismo a Jesús, y cualquier acción mala que se
haga a otra persona, se está haciendo eso mismo a Jesús. Hay cristianos que
tienen esto meridianamente claro: (ya lo he contado más veces) cuando en la
‘Iglesiona’ de Gijón estaban los jesuitas, había entre ellos un hermano lego
con fama de santidad y era el que atendía la portería. En cierta ocasión picó
al timbre un transeúnte muy mal encarado. De muy malos modos exigió al hermano
lego un bocadillo y, cuando este se lo dio, se lo arrancó de las manos y lo
insultó con palabras muy gruesas. El hermano lego no contestó nada y aguantó el
chaparrón. Cuando el transeúnte se marchó, el hermano lego dijo en voz alta
pensando que estaba solo: ‘¡Ay, Señor! Hoy viniste tan disfrazado, que casi no
te reconocí’. Se refería que aquel transeúnte venía ‘muy disfrazado’… por los
malos modos. Puede alguien preguntar cómo se supo este episodio. Pues estaba
dentro del edificio, pero en una sala aparte un seglar, que estaba escuchando
todo lo que se decía. El hermano lego jesuita no sabía que este hombre
estuviese por allí. Y fue este hombre quien contó este suceso.
UNA DE LAS CARACTERÍSTICAS DEL CRISTIANO no
ha de ser simplemente hacer el bien, sino EL PODER RECONOCER LA PRESENCIA DE
JESÚS EN TODAS LAS PERSONAS: blancos y negros, altos y bajos, ricos y
pobres, sanos y enfermos, jóvenes y ancianos, simpáticos y antipáticos, santos
y pecadores… Mientras tengamos esta incapacidad para ver y reconocer, no
podremos dar el culto verdadero a Cristo Rey del Universo. Y es que Cristo no
reina ni quiere reinar principalmente en tierras, castillos, mares, cielos,
estrellas, peces, caballos… Cristo
quiere reinar principalmente en nuestros corazones, es decir, en nosotros
mismos.
-
La última idea que quiero predicaros hoy la aprendí en Italia, cuando estudiaba
allí derecho canónico. Conocí la historia de San Camilo de Lelis, un italiano
de los siglos XVI y XVII que se hizo
santo con una sola frase: “estuve enfermo
y me visitasteis”. Camilo de Lellis nació en el pueblo de Bucchianico
(Chieti, Italia), en 1550. Su nacimiento tuvo lugar en un establo, ya que a
pesar de ser de familia noble, su madre quiso imitar el nacimiento de Jesús.
Quedó huérfano de madre cuando era muy niño, vivió con su padre, que era
mercenario militar, hasta que quedó huérfano de padre, en su adolescencia. Durante
su adolescencia tomó como vicio el juego de las cartas, lo cual le acarreó
graves contratiempos. Hijo de un militar, elige esa misma profesión a los
diecinueve años y participa en numerosas acciones de guerra por todo el
Mediterráneo, donde tras ser herido trabajaría como enfermero. Nueve meses
después fue despedido a causa de su temperamento revoltoso y por su adicción al
juego. En 1574 apostó en las calles de Nápoles sus ahorros, sus armas, todo lo
que poseía y perdió hasta la camisa que llevaba puesta. Solo y en la miseria
medita entre mendigar o robar para vivir. Finalmente, gracias a las enseñanzas
maternas, decide pedir limosna. En 1575 tiene lugar su conversión y decidió
dedicar su vida a Dios, ingresando en los Capuchinos como fray Cristóbal; pero
en 1582 un accidente en el empeine del pie derecho, hizo que abandonara el
convento, rumbo al Hospital de Morcone. Cuando procedía a embarcar a Roma, miró
por la calle a un enfermo abandonado en el muelle, eso inspiró a Camilo a
dedicar su vida al servicio de los enfermos. Viendo el trato negligente que se
daba a los enfermos, piensa en una asociación que les dé una atención humana y
cristiana. Además, él, junto con sus compañeros, 250 años antes de la fundación
de la Cruz Roja, ya iba a los campos de batalla para atender a los heridos.
Camilo trataba a cada enfermo como si estuviera ante el mismo Jesús.