jueves, 29 de agosto de 2013

Domingo XXII del Tiempo Ordinario (C)

1-9-2013                     DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO (C)

Homilia del Domingo XXII del Tiempo Ordinario (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Hoy la Iglesia nos propone para nuestra reflexión y oración el tema de la HUMILDAD: "Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad", dice la 1ª lectura. "Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido", afirma el evan­gelio. No podemos hablar de la humildad sin hablar de la soberbia, y no podemos hablar de la soberbia sin hablar de la humildad.
            - Permitidme que os narre un cuento para ilustrar este tema. El cuento se titula ‘el idiota’. A ver si os gusta, pero, sobre todo, a ver si le sacamos ‘jugo’.
            Se cuenta que en un país lejano un grupo de personas se divertía con el idiota de la aldea. Era un pobre infeliz, de poca inteligencia, que vivía de pequeñas changas y limosnas. Diariamente los ‘listillos’ de la aldea llamaban al idiota al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una grande de 400 reales y otra menor de 2000 reales. Él siempre escogía la mayor y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.
¿Tienes idea por qué lo hacía?... (Piénsalo....... y luego sigue leyendo...)
Cierto día, alguien que observaba al grupo le llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda mayor valía menos. ‘Lo sé’, respondió, ‘no soy tan bobo. Ella vale cinco veces menos, pero el día que escoja la otra, el jueguito acaba y no voy a ganar más mi moneda’. Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias conclusiones:
La primera: Quién parece idiota, no siempre lo es.
La segunda: ¿Cuáles eran los verdaderos idiotas de la historia?
La tercera: Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos.
Pero la conclusión más interesante es ésta: Podemos estar bien, aún cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros mismos. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan de nosotros, sino lo que realmente somos. Decía alguien: ‘El mayor placer de un hombre inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota que aparenta ser inteligente’.
            - ¿Sabéis en qué consistió el pecado de nuestros primeros padres? No fue en comer una manzana, sino en querer ser como Dios, es decir, en el pecado de soberbia. Ellos querían ser más de lo que en realidad eran (eran hombres y querían ser como Dios), querían aparentar más de lo que en realidad eran. Y este pecado de soberbia es el pecado de toda la humanidad y de cada persona. Cuando os confesáis, a lo mejor decís que no tenéis pecados o decís algunos, menos el de la soberbia y, sin embargo, todos nosotros caemos en él.
            San Juan María Vianney (el santo cura de Ars) enseñaba a sus feligreses a identificar la soberbia y el orgullo, y a huir de ellos. Sobre éstos dijo: “El orgullo es el pecado que más horroriza a Dios”. “Una persona orgullosa cree que todo lo que hace está bien hecho. Quiere dominar a todos los que le rodean; cree que tiene siempre razón. Cree, siempre, que su opinión es mejor que la de los demás”. “El pecado de soberbia es el más difícil de corregir, cuando se ha tenido la desgracia de cometerlo”. “Los que hacen el bien, los que tienen alguna virtud… lo estropean con el amor a sí mismos”.
Veamos ahora algunos ejemplos concretos de soberbia: Por ejemplo, cuando nos alaban o nos ascien­den en nuestro trabajo y nos envanecemos con ello, eso es soberbia. Cuando nos critican con razón o sin ella, cuando nos difaman y nos revolvemos como víboras y no somos capaces de perdonar y contestamos hablando mal de los que hablaron mal de nosotros, eso es soberbia. Cuando hablan bien de otro y sentimos envidia por ello, eso es soberbia. Cuando hacemos cosas o dejamos de hacer cosas por el que dirán o para que los demás nos vean y tengan una buena opinión de nosotros, eso es soberbia. Cuando tratamos de justificarnos ante otras personas por lo que hemos hecho o le echamos las culpas a otro, tanto exterior como inte­riormente, eso es soberbia. Cuando tenemos pensamientos en los que nos inventamos historias con las que quedamos de vencedores, ricos, guapos, listos, etc., eso es soberbia. Cuando intentamos hacer algo bien por nuestras propias fuerzas y no nos apoyamos en Dios, eso es soberbia. Si eso que hacemos nos sale bien y nos recreamos en lo que hemos hecho, eso es soberbia. Si eso que hacemos nos sale mal y nos insultamos a nosotros mismos o nos desprestigiamos a nosotros mismos, eso es soberbia.
- Entonces, ¿qué es la humildad? Decía también Santa Teresa, la humildad es la verdad. Y la verdad es que somos personas humanas con muchos fallos y con muchas limitaciones. Dependemos de otras personas en casi todo (dormimos en sábanas hechas por otros; cuando encendemos la luz, esa corriente eléctrica depende de otros; cuando nos lavamos, el agua es traída por unos conductos que no hemos hecho nosotros; al desayunar, la comida no la hemos elaborado noso­tros: no hemos ido a catar la vaca ni a recoger el café ni lo hemos tostado; y así un largo etc.). Incluso la moder­na psicología dice que el reconocimiento de los propios límites es el fundamento indispensable del equilibrio psíquico y de la madurez humana.
            Pero a nosotros, los cristianos, no nos basta con esto que nos dice la ciencia de la psicología. Nosotros sabemos que depen­demos también de Dios. La humildad está muy unida a la pobreza, y no me refiero a una pobreza de falta de medios económicos: es algo más amplio. Es pobre el que no tiene salud, el que sufre, el que es insultado o sirve de mofa en el trabajo, en el estudio, en la familia. Hay personas muy importantes, con mucho dinero o con mucho prestigio y con mucha soberbia y vanidad, pero que ante una enfermedad o ante un hijo drogadicto, ante un problema en el matrimonio se sienten desvalidos e impotentes. Esa persona puede rebe­larse y dar voces, o puede aceptar su pobreza, su limitación y comenzará a adquirir humildad. Veamos una vez más lo que sobre la humildad nos enseña el santo cura de Ars: él predicaba sobre la humildad, pero sobre todo la vivía. Durante su vida fue perseguido y calumniado. Recibió muchas denuncias identificadas… y anónimas. En cierta ocasión en que recibió una de estas últimas, él mismo cogió el papel lo firmó con su nombre y apellidos, y la envió a su obispo, como diciendo: “Éste soy yo. Así soy yo”. Ya lo decía San Agustín: “Para llegar al conocimiento de la verdad (Dios) hay muchos caminos: el primero es la humildad, el segundo es la humildad, el tercero es la humildad”.

            ¿Qué es la humildad? 1) La humildad es Cristo: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt. 11, 29). Cristo es el ejemplo de humildad al que tenemos que imitar o, mejor dicho, hemos de dejar que Cristo entre en nosotros para que Él sea humilde en nosotros, porque nosotros somos radicalmente soberbios y por nuestras propias fuerzas nunca lograremos la humildad. 2) Humildad es reconocerse pobre, limitado, necesitado de los demás y de Dios. 3) Humildad es aceptar en todo momento la voluntad del Padre. Hace años en un periódico apareció una entrevista a ciego diabético brasileño, que dijo: ‘Soy diabético gracias a Dios, porque yo no sé lo que quiero y Él sabe lo que es bueno para mí’. ¡Qué duras son estas palabras! Para entenderlas hemos de recurrir al punto primero de este apartado, es decir, a Cristo Jesús: CRISTO SIENDO DIOS, SE HIZO HOMBRE; SIENDO INMORTAL, MURIO EN UNA CRUZ COMO UN LADRON Y ASESINO. Imitemos su humildad y así alcanzaremos a Dios y seremos enaltecidos por El.

jueves, 22 de agosto de 2013

Domingo XXI del Tiempo Ordinario (C)



25-8-2013                   DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO (C)
                          Is. 66,18-21; Slm. 116; Hb. 12, 5-7.11-13; Lc. 13,22-30
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            * En estos días he visto una pintada en una pared de Oviedo. La pintada dice así: ‘El país de la apatía’. ¿A qué se referirá? También he visto por Oviedo otras pintadas que van en la misma línea. Mirad ésta: ‘Compra, consume, calla, obedece. ¿Hasta cuándo?’ Vuelvo a preguntar: ¿A qué se referirá todo esto? Supongo que estas pintadas quieren denunciar por parte de grupos juveniles y/o de izquierda y/o sociales la falta de implicación, de entusiasmo de la sociedad asturiana, en particular, y de la española, en general, en los graves problemas que padecemos. Pienso que, con estas pintadas y otras parecidas, se quiere denunciar la indiferencia y la falta de interés ante los casos de corrupción que nos acechan, ante el desempleo galopante, ante los desmanes del gobierno, ante los recortes en las necesidades básicas de la población… Es cierto que en el 2011 nació en España el movimiento de los ‘indignados’ y se extendió como la pólvora por toda la península e incluso por varios países, pero, aquí en España, este movimiento se disolvió y se evaporó enseguida.
            Sigo preguntando: ¿Somos un país de apáticos? Cada uno de nosotros en particular, ¿padecemos esa apatía que denuncian las pintadas callejeras? ¿Nos movilizamos antes las injusticias o simplemente somos protestones-murmuradores de cafetería o de la calle o de la casa, pero todo se nos queda en palabras?: Se nos convoca a manifestaciones y no vamos. Se nos pide que escribamos nuestra indignación en Internet y no lo hacemos. Se nos pide que no votemos al PP o al PSOE, pero seguimos votando como siempre… ¿Cuál es la causa de todo esto?
            Yo no soy sociólogo ni psicólogo, ni una homilía es el ámbito o el cauce para examinar este problema, pero sí quiero apuntar algunos hechos que pueden iluminar esta situación y quizás el por qué de esta apatía:
            - En las décadas de 1960, 1970 y 1980 existió en España una mayor participación por parte de muchas personas en actividades asociadas, no sólo políticas, sino también sociales, vecinales, culturales, de ocio y religiosas. Hoy día, en muchos casos, una gran parte de todo esto ha quedado barrido. Por ejemplo, con mucha frecuencia cuesta bastante que los padres se comprometan a participar en las asociaciones de padres de los colegios en donde estudian sus hijos… y eso que es por el bien de sus hijos.
            - Está demostrado que, a mayor pobreza en las sociedades, existe mayor solidaridad entre los hombres. Sin embargo, a mayor riqueza, hay más individualismo y egoísmo, y cada uno mira más para sí mismo. La sociedad occidental promueve la riqueza material, un individualismo feroz, la competitividad en donde el otro aparece como el enemigo o el contrincante y, en definitiva, el egoísmo más inhumano.
            - Ha habido una pérdida de valores humanos importante: la solidaridad, la honestidad, la responsabilidad social y personal, la veracidad, el respeto mutuo, la aceptación de la necesaria diversidad.
            - Asimismo se ha atacado, con verdad o con mentira o con medias verdades, al que no pensaba como nosotros y se ha instalado en la televisión y en los periódicos ‘lo políticamente correcto’, lo cual podía variar de un momento a otro. Esto ha hecho crecer el sectarismo, de tal manera que se defiende lo de uno (aunque sea indefendible) y se ataca lo del contrario (no por el contenido de lo que haga o de lo que diga, sino porque pertenece al contrario). Pero también ha aparecido la indiferencia y/o la desesperanza, ‘pues todos son iguales, sean del color que sean…’
            - Hemos llegado a ser personas ‘increyentes o ateos’, en el sentido de no fiarnos (no creer) de nada ni de nadie, en el sentido de sospechar de todo y de todos: en el ámbito político, social, laboral, familiar, religioso (en este último aspecto he de decir que sospechamos de la Iglesia y de Dios, en tantas ocasiones). Y este veneno se nos ha ido inoculando en nuestro ser más íntimo, de tal manera que estamos paralizados y vivimos en medio de la más absoluta de las mediocridades: en los estudios somos mediocres, en el trabajo somos mediocres, en nuestras tareas somos mediocres, en nuestra relación familiar somos mediocres, en nuestra relación con Dios somos mediocres…
            Con todo esto que acabo de decir, ¿tendrá razón o no la pintada: ‘El país de la apatía’?
            * Supongo que ya alguno de vosotros se habrá preguntado: ¿a qué viene toda esta perorata social y psicológica en medio de una homilía de una Misa? Pues ha sido el evangelio de Jesucristo el que me la ha suscitado. Sí, Jesús nos dice hoy: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”. Frente a lo fácil, a lo ‘light’, al pelotazo, a lo relativo, a lo temporal, a lo descafeinado, a los sucedáneos, a la mediocridad, al todo vale, a la puerta ancha…, Jesús nos propone: 1) un camino de autenticidad y de verdad; 2) un camino que implica esfuerzo, constancia, responsabilidad, satisfacción por el trabajo y el deber cumplidos; 3) un camino que conlleva un crecimiento lento y seguro de la persona, pero también una crecimiento armónico de todos los aspectos del ser humano: intelectual, físico, moral, cultural, artístico, familiar, social, religioso, esponsal, filial, paternal, sacerdotal y de vida consagrada…
Sí, Jesús no quiere sólo y simplemente que seamos buenos creyentes y buenos cristianos, sino también buenas personas. Nadie puede crecer espiritualmente si antes no tiene asentadas en sí una serie de virtudes humanas básicas. Esto me lo enseñó el Señor en 1993, cuando era yo formador del Seminario de Oviedo: Al inicio del curso escolar yo pensaba que tenía, como formador, que orientar a los seminaristas para que fueran buenos sacerdotes el día de mañana. Enseguida me di cuenta que, antes de ser buenos sacerdotes, tenían que ser buenos cristianos. Y luego descubrí que, antes de ser buenos cristianos, tenían que ser buenas personas. Y es que el sacerdocio se asienta sobre el cristiano. Y es que el cristiano se asienta sobre el ser humano. Pero para lograr todo esto se necesita paciencia, tiempo, constancia, esfuerzo, acompañamiento, oración, estudio, lectura, ‘caídas y levantadas’… Entonces estaremos cumpliendo el evangelio de Jesús: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”.
            Si nos fijamos en esta puerta estrecha y en todo el esfuerzo que nos supo­ne, podemos desanimarnos. Podemos pensar que esta tarea es superior a nuestras fuerzas. Pero, si miramos más atentamente, nos damos cuenta de que la puerta que hay que atravesar es el mismo Cristo y con Él lo podemos todo. Dice Jesús en el evangelio de S. Juan: "Yo soy a puerta... El que entra por mí, está a salvo" (Jn. 10, 9).

jueves, 15 de agosto de 2013

Domingo XX del Tiempo Ordinario (C)



18-8-2013                   DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO (C)
                                 Jr. 38,4-6.8-10; Slm. 39; Hb. 12,1-4; Lc. 12,49-53

Homilía del Domingo XX del Tiempo Ordinario (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
La primera lectura de hoy nos habla del profeta JEREMÍAS. Para mí fue él la puerta que me introdujo en la riqueza maravillosa del Antiguo Testamento. Hasta entonces éste había sido un cúmulo de historias, de narraciones, de batallas, de un Dios terrible y extraño, pero, a partir de conocer un poco al profeta Jeremías, descubrí un Dios cercano, cariñoso, amigo de los hombres y que acompañaba a los creyentes de todos los tiempos: los del Antiguo Testamento y los del Nuevo Testamento, los de entonces y los de ahora.
Vamos a conocer y profundizar en algunas cosas del profeta Jeremías:
- Jeremías fue llamado por Dios a realizar una labor profética siendo aún muy joven. Por eso, en un primer momento se resiste y pone excusas a Dios: “¡Ay, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven” (Jr. 1, 6). Pero el Señor le deja sin esas excusas, ya que Jeremías no tendrá que profetizar basado en sus fuerzas o conocimientos, sino en la fuerza y en la sabiduría de Dios y, además, le dice cuál va a ser su tarea: “El Señor me dijo: ‘No digas: ‘Soy demasiado joven’, porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No temas delante de ellos, porque yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor –’. El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: ‘Yo pongo mis palabras en tu boca. Yo te establezco en este día sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y derribar, para perder y demoler, para edificar y plantar’” (Jr. 1, 7-10).
- Jeremías era un joven sensible y tímido, pero Dios lo sacó con fuerza de su vida tranquila para ser su voz en medio de las desgracias y de los pecados de su pueblo. Jeremías se sentía en medio de una tempestad, de un huracán que tiraba de sí y lo desgarraba interiormente: Por una parte estaban su propia timidez y sensibilidad que lo impulsaba a lo bueno, a congraciarse con la gente; por otra parte tenía ante sí los pecados e idolatrías de sus coetáneos, que lo herían en lo más profundo de su ser; y, finalmente, estaba Dios que tiraba de él para que fuera su voz, su denuncia ante los judíos.
            - En tantas ocasiones Jeremías tuvo que denunciar los pecados a la cara de sus vecinos: Denunció a los labradores, a los comerciantes, a los sacerdotes, a los falsos profetas, a los gobernantes, a los reyes y se enemistó con todos ellos. En cierta ocasión Jeremías se enfrentó con el profeta Ananías. Dios le había dicho a Jeremías que se pusiera un yugo sobre sus hombros para simbolizar que el pueblo iba a ser esclavizado por extranjeros (Jr. 27, 2). Así lo hizo, pero entonces Ananías “quitó el yugo del cuello de Jeremías y lo rompió” y negó que esto fuera a ser cierto (Jr. 28, 10). A esto respondió Jeremías: “‘¡Escucha bien, Ananías! El Señor no te ha enviado, y tú has infundido confianza a este pueblo valiéndote de una mentira. Por eso, así habla el Señor: Yo te enviaré lejos de la superficie del suelo: este año morirás, porque has predicado la rebelión contra el Señor’. El profeta Ananías murió ese mismo año” (Jr. 28, 15-17). Otro caso de denuncia nos los narra la primera lectura de hoy. Él hablaba en nombre de Dios y muchos tergiversaron sus palabras y lo acusaron de desmoralizar a los soldados que luchaban contra el enemigo. Como castigo a Jeremías lo echaron a un pozo lleno de barro para que se muriera de hambre y sed.
            - Todos los profetas nos han dejado, al lado de sus profecías, algunas experiencias íntimas de su relación con Dios y/o de lo que sentían en su interior. Pero el que más escritos íntimos nos ha dejado ha sido Jeremías. Por ellos podemos conocer lo que él sintió, lo que sintieron otros profetas y cualquier creyente que se relaciona con Dios de un modo serio y profundo:
            a) Jeremías se sentía odiado y repudiado por tanta gente de su pueblo, al que él amaba y para el que buscaba todo bien. Sí, Jeremías buscaba el bien de la gente y ésta reaccionaba con ira y odio: ¡Qué desgracia, madre mía, que me hayas dado a luz, a mí, un hombre discutido y controvertido por todo el país! Yo no di ni recibí nada prestado, pero todos me maldicen […] Yo no me senté a disfrutar en la reunión de los que se divierten; forzado por tu mano, me mantuve apartado, porque tú me habías llenado de indignación (Jr. 15, 10.17).
            b) Pero lo que más le dolió fue el comprobar que sus familiares y sus mismos amigos más íntimos lo habían traicionado: Oía los rumores de la gente: ‘¡Terror por todas partes! ¡Denúncienlo! ¡Sí, lo denunciaremos!’ Hasta mis amigos más íntimos acechaban mi caída: ‘Tal vez se le pueda seducir; lo podremos y nos vengaremos de él (Jr. 20, 10).
            c) Por eso, de sus labios surgió un grito desgarrador, que en tantas ocasiones ha sido imitado por muchos hombres a lo largo de la historia: ¡Maldito el día en que nací! ¡El día en que mi madre me dio a luz jamás sea bendecido! ¡Maldito el hombre que dio a mi padre la noticia: ‘Te ha nacido un hijo varón’, llenándolo de alegría! […] ¿Por qué no me hizo morir en el seno materno? ¡Así mi madre hubiera sido mi tumba y nunca me habría dado a luz! ¿Por qué salí del vientre materno para no ver más que pena y aflicción, y acabar mis días avergonzado? (Jr. 20, 14-15.17-18).
d) Algunas de las consecuencias de ser fiel a Dios fueron su soledad, la incomprensión, el rechazo y el odio de la gente. Al sentirse solo y desamparado, Jeremías se vuelve y se entrega por entero a Dios, y se establece entre los dos un diálogo maravilloso: Cuando encontraba tus palabras, yo las devoraba, tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón (Jr. 15, 16). Y Dios le respondía: Si vuelves a mí, yo te haré volver, y estarás a mi servicio; si separas lo precioso de la escoria, tú serás mi portavoz. Que vuelvan ellos a ti, no tú a ellos. Yo te pondré frente a este pueblo como una muralla de bronce inexpugnable. Lucharán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigo para salvarte y librarte (Jr. 15, 19-20).
            e) Sin embargo, hubo tantos momentos en los que Jeremías dudó, tuvo miedo y quiso abandonar su misión y a Dios. ¡Tú me has seducido, Señor, y yo me dejé seducir! ¡Me has violado y me has podido! Soy motivo de risa todo el día, todos se burlan de mí. Entonces dije: ‘No lo voy a mencionar, ni hablaré más en su Nombre’. Pero había en mi corazón como un fuego abrasador, encerrado en mis huesos: me esforzaba por contenerlo, pero no podía (Jr. 20, 7.9). Por eso, Jeremías fue fiel a Dios durante toda su vida hasta que el último aliento salió de su boca y cerró los ojos para siempre.
            Por todo ello, la Iglesia hoy nos pone estos textos para animarnos en estos tiempos difíciles en los que estamos. Así, en la segunda lectura nos dice San Pablo: “Una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retiramos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús […] No os canséis ni perdáis el ánimo”.

jueves, 8 de agosto de 2013

Domingo XIX del Tiempo Ordinario (C)

11-8-2013                   DOMINGO XIX TIEMPO ORDINARIO (C)
                              Sb. 18,6-9; Slm. 32; Hb. 11,1-2.8-19; Lc. 12,32-48

Homilía del Domingo XIX del Tiempo Ordinario (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Hace algunos días estaba dirección espiritual con una persona que me decía: ‘No me extraña que muchas personas no quieran pertenecer a la Iglesia, porque no ven en nosotros, los cristianos, lo que debemos de ser. Por ejemplo, yo sé lo que el Señor me pide y no soy capaz, después de tantos años, de dárselo y de obedecerle en todo lo que me dice’. Pienso que esta frase puede ser suscrita por la inmensa mayoría de nosotros. Sí, nosotros somos en muchas ocasiones como un enorme tapón o muro para que otras personas descubran y sigan la fe en Jesucristo. Sí, muchas veces nos cuesta aceptar, creer y vivir en consonancia y coherencia con el evangelio, por ejemplo, con el que acabamos de escuchar: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón […] Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre […] Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”.
            Estas palabras fueron pronunciadas hace 2000 años. ¿Cómo hemos de hacer para llevarlas a efecto y a nuestras vidas?  ¿Cómo hemos de hacer para que no se queden en bellas palabras, pero vacías y lejanas de nuestras vidas? ¿Cómo hacerlas realidad para que la vida con Cristo y en la Iglesia sea atractiva para tanta gente que nos rodea?
- El Papa Francisco lo tiene claro y a los jóvenes que participaron en la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil les acaba de decir lo que Dios espera de ellos (pero es que Dios también espera esto mismo de todos nosotros). Escuchemos al Papa hablando a los jóvenes argentinos: “Quisiera decir una cosa. ¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? Espero lío […] Quiero lío en las diócesis; quiero que se salga afuera; quiero que la Iglesia salga a la calle; quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir. Sino salen se convierten en una ONG ¡y la Iglesia no puede ser una ONG! Que me perdonen los obispos y los curas, si alguno después les arma lío a ustedes, pero es el consejo. Gracias por lo que puedan hacer. Miren, yo pienso que en este momento esta civilización mundial se pasó de ‘rosca’, se pasó de ‘rosca’, porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero, que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión […] Por eso creo que tienen que trabajar. Y la fe en Jesucristo no es broma, es algo muy serio. Es un escándalo que Dios haya venido a hacerse uno de nosotros; es un escándalo, que haya muerto en la cruz; es un escándalo: el escándalo de la cruz. La cruz sigue siendo escándalo, pero es el único camino seguro: el de la cruz, el de Jesús, la encarnación de Jesús. Por favor, ¡no licuen la fe en Jesucristo!, hay licuado de naranja, hay licuado de manzana, hay licuado de banana pero, por favor, ¡no tomen licuado de fe! ¡La fe es entera; no se licua; es la fe en Jesús! Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre que me amó y murió por mí. Entonces hagan lío”.
1) Tiene toda la razón el Papa al pedirnos que hagamos LÍO en el mundo que nos rodea, a las personas que nos rodean, en las parroquias en las que estamos, en las diócesis en las que estamos, en las familias, los pueblos y ciudades en los que estamos, en nuestros centros de trabajo y de estudio…
2) Pero… ninguno de nosotros podemos hacer LÍO fuera y en lo que nos rodea, si antes no hemos dejado a Dios que haga LÍO en nuestro interior. No. Nadie puede dar lo que no tiene. Hemos de ser honestos con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Hemos de probar la medicina de Dios antes de dársela a los demás. En caso contrario, seríamos unos hipócritas o, como dice el Papa, tendríamos una fe licuada.
3) Una fe licuada es cuando tenemos miedo y no nos fiamos de Dios. “No temas, pequeño rebaño”. Como dice un famoso locutor de radio, no tenemos que ser ‘Mariacomplejines’. Fuera los complejos de nuestra fe y de nuestro ser cristiano. No nos avergoncemos de Dios ni de su evangelio ni de su Iglesia. Reconocemos nuestros errores y pecados. Son los nuestros, pero sabemos bien de quién nos hemos fiado: de Dios. En Él no hay pecados ni errores. Por eso, no debemos temer a nada ni a nadie.
4) Una fe licuada es cuando ponemos nuestro corazón en las cosas materiales y en los reconocimientos humanos, y no en Dios: “Vended vuestros bienes y dad limosna […] Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón”.
5) Una fe licuada es dar poco a Dios y a los hombres, y Jesús nos dijo muy claramente: “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”. Por eso, el Papa Francisco, al visitar una favela en Brasil, dijo: Cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón […] Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano […] Sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza […] Ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar.

¡Señor, danos una fe entera y no permita que vivamos una fe licuada!