lunes, 22 de abril de 2019

Domingo II de Pascua (C)


28-4-2019       DOMINGO II DE PASCUA (domingo de la Misericordia) (C)

Homilía en vídeo
Homilía de audio. 
Queridos hermanos:
            Como ya sabéis el segundo domingo de Pascua está dedicado a la Misericordia Divina; por eso, a este día se le conoce como el Domingo de la Misericordia.
             Voy a contaros una historia y, a partir de ella, reflexionaremos y trataremos de aplicarla a nuestra vida:
            Había un monje que se había ganado por méritos propios el sobrenombre de Fray Refunfuñón. Trabajador, sacrificado, generoso y piadoso como él solo. Pero exigente consigo mismo y con los demás; impaciente, irritable y refunfuñón como ninguno en su convento. No es que no intentase corregirse. Todo lo contrario. Pero, cuanto más se esforzaba por controlar sus nervios, y cuanto más se mordía su lengua, más crecían las tensiones y más se agravaba el problema.
            Durante unos ejercicios espirituales tuvo una experiencia de conversión muy profunda y sincera. En su corazón grande y generoso resonaba la exhortación del Apóstol: ‘Renunciad a vuestra conducta anterior: despojaos del hombre viejo, que se corrompe siguiendo sus apetencias engañosas. Renovaos espiritualmente: revestíos del hombre nuevo, creado según Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa’ (Ef. 4, 22-24). Y en su corazón grande y generoso Fray Refunfuñón decidió que había llegado la hora de dar por muerto al hombre viejo conflictivo y refunfuñón; ese hombre viejo que por tantos años había amargado su vida y la de otros. A partir de estos ejercicios iba a ser un hombre nuevo, modelo de paciencia, tolerancia, afabilidad y suavidad, imagen viva del divino Maestro Jesús.
Y manos a la obra. El último día de los ejercicios fue al cementerio, situado dentro del huerto monacal, cavó una fosa, y simbólicamente enterró al hombre viejo, con fervientes preces por su eterno descanso. Sobre el lugar puso una cruz con el epitafio: ‘Aquí yace el hombre viejo, Fray Refunfuñón, R.I.P.’.
Todas las tardes, después de terminar el trabajo, el buen monje acudía a su propia tumba y rezaba por el eterno reposo de Fray Refunfuñón. Todo iba tan bien por algún tiempo, que algunos compañeros pensaban ya rebautizarle con el nombre de Fray Afable. Pero al cabo de unas semanas el hombre viejo comenzó a dar señales de vida (no en la tumba, sino en el monje). Y un buen día se produjo una explosión como las de antaño, o más gorda aún. Al atardecer de ese día el pobre monje, triste y avergonzado de sí mismo, acudió al cementerio como de costumbre, y vio que algo había cambiado. Al pie de la cruz una nota anunciaba: ‘No está aquí. ¡Ha resucitado!’
Pero los ejercicios espirituales, y las luchas, y las plegarias, y la misma caída no habían sido en vano. Fray Refunfuñón había madurado sorprendentemente. Arrancó la cruz de la tumba y con ella volvió a casa más humilde y más sabio. De triste ¡nada! Contento y agradecido a Dios de ser como era; y sobre todo, contento y agradecido de tener un Dios como el que tenemos los cristianos. ‘El esfuerzo será mío’, le dijo al Señor; ‘y ese será mi modo de decirte que te amo. El éxito vendrá solo de ti; cómo, cuándo, y en la medida que tú quieras. ¡Bendito seas en todo y por todo, mi Señor!’
Lo peligroso e inmaduro hubiera sido enterrar sus fallos y defectos en el subconsciente, y revestirlos de virtud. Lo peligroso e inmaduro hubiera sido cruzarse de brazos, y justificar su conducta con un ‘¡Así soy yo!’ Lo peligroso e inmaduro hubiera sido enfadarse con Dios, o consigo mismo cada vez que recaía. Nada de eso. Fray Refunfuñón siguió luchando con su hombre viejo día a día, pero con gran paz, serenidad y humildad. En su lucha cotidiana mostraba su gran amor a Dios. Cada caída, llevada con humildad y paciencia, le acercaba más a Dios. Luchando con paz y serenidad, y sin preocuparse demasiado del éxito, disminuyeron considerablemente sus tensiones internas; y con ello, disminuyeron las caídas”.
            ¿Os gustó? Lo más importante de esta historia es la parte final, en la que el fraile no se hunde con la primera caída después de su 'entierro'. No se hundió, no se justificó. Humildemente se echó en los brazos de Dios sabiendo que todo bien y todo fruto bueno procede de Él, pero Él necesita nuestro esfuerzo. Esta es la Misericordia de Dios, la que está unida indisolublemente al hombre que lucha, cae, se arrepiente, confiesa su radical pobreza, se vuelve a agarrar a la mano tendida de Dios y se vuelve a levantar y, a la vez, es levantado por Él.
            Esto es lo mismo que ocurrió con el apóstol santo Tomás, 'Fray Pruebas'. También santo Tomás 'cayó' por su increencia y, una vez que palpó a Jesús resucitado, humildemente se agarró a Su mano para ser levantado.
            Todos caemos: unos por la ira descontrolada, otros por las dudas constantes de Dios y de su cercanía, otros por la codicia, otros por la lujuria, otros por la soberbia... Para todos ellos (para todos nosotros) Dios tiene la misma respuesta: su Misericordia que da vida, paz, fuerza, humildad, esperanza....
            ¡Que tu Misericordia, Señor, descienda sobre nosotros todos los días de nuestra vida!

sábado, 20 de abril de 2019

Domingo I de Pascua (C)


21-4-2019                              DOMINGO I DE PASCUA (C)

Homilía en vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            - El evangelio de la Vigilia Pascual nos narra cómo el domingo de madrugada, tres días después de la muerte de Jesucristo, unas mujeres, discípulas de Jesús, se acercaron al sepulcro en donde lo habían enterrado. Allí había dos ángeles que les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. HA RESUCITADO”. Vamos a tratar de profundizar un poco en estas palabras:
            * Aquellas mujeres buscaban a Jesús. Muchos hombres, a lo largo de toda la historia, han buscado a Jesús, a Dios. Ya sabéis aquella famosa frase de San Agustín: “Nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti” (Confesiones, Libro I, Capítulo I, 1). ¡Cuánto importa buscar a Jesús, necesitar encontrarlo! Una persona que dice no necesitar nada, que piensa no necesitar nada, ni de nadie, pienso que está muerto en vida. Una persona que no busca nada en esta vida o que no espera nada en esta vida ni de nadie, es una persona muerta en vida. Hace un tiempo leía esta noticia de periódico: Cada vez hay un porcentaje mayor de jóvenes, al menos en España, que ni estudian ni trabajan. Ellos responden a esa generación bautizada ya como “Nini” (ni estudian ni trabajan), y que, si tienen la suerte de encontrar un trabajo, lo abandonan en cuanto tienen derecho a prestación por desempleo. La persona que no busca, vegeta y se muere por dentro y por fuera. La persona que busca, vive. Por lo menos, las mujeres del evangelio buscaban. ¿Y nosotros?
            * ¿Dónde buscamos a Jesús? Pero, no sólo es importante buscar, sino también saber dónde buscamos. Decían los ángeles a las mujeres: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” Sí, hay personas que buscan, pero en un lugar equivocado. En muchas ocasiones, cuando estoy entre la gente, me pregunto si conocerán al verdadero Dios y al que puede hacerles felices para siempre. Estamos todos tan atareados y tan nerviosos por terminar los estudios para encontrar trabajo…; estamos todos tan atareados y tan nerviosos para trabajar en un buen puesto para ganar más dinero…; estamos todos tan atareados y tan nerviosos para alcanzar la prejubilación o la jubilación para dejar de trabajar…; estamos todos tan atareados y tan nerviosos por dejar de trabajar para descansar…, y entonces nos morimos. Estamos todos tan atareados para ir de vacaciones aquí o allá, por probar esta comida o este restaurante, por tener esta propiedad o esta otra… Y en tantas ocasiones creo que el Señor ve que buscamos en lugar equivocado: buscamos lo que da felicidad y vida entre lo que está muerto. Hace un tiempo habló conmigo un señor, de unos 50 años, que estaba en actitud de búsqueda en su vida. Este señor buscaba a Dios. En una ocasión, hace ya bastantes años, hizo el camino de Santiago y sintió una paz como nunca la había experimentado. Supo que aquella paz procedía de Dios y era Dios. Desde entonces y, en cuanto puede, coge la mochila y se pone a caminar hacia Santiago de Compostela. Quiere volver a experimentar una vez más aquello que vivió hace ya años. Los amigos no le entienden; cree que está haciendo el idiota, pero él piensa que quienes hacen el idiota son ellos, pues buscan al que vive entre los muertos, pero él busca al que vive en donde experimenta vida, paz, esfuerzo, compañerismo, generosidad, silencio…
            * En el evangelio, los ángeles dicen a las mujeres que Cristo ha resucitado y, por lo tanto, vive. Jesús, que fue perseguido, escupido, insultado, azotado, burlado, crucificado, asesinado y enterrado, está vivo, VIVE. Nosotros, los cristianos, no seguimos a un muerto, sino a uno que está vivo. Ciertamente, su vida fue un fracaso, humanamente hablando, pero Dios le ha dado la razón frente a todos los que lo tomaron por loco y frente a quienes lo mataron.
            - En el evangelio del domingo de Pascua se cuenta cómo San Pedro y San Juan fueron corriendo al sepulcro, pues las mujeres les habían dicho que estaba vacío. Primero entró Pedro y luego entró Juan. Al entrar éste, dice el evangelio: “Vio y creyó”. Juan vio que el sepulcro estaba vacío y creyó que Jesús había resucitado y que estaba vivo. Él lo vio morir en la cruz, pero ahora “sabía” por la fe que Él estaba vivo.
            Hoy hay mucha gente que no cree en la resurrección de Jesús. Piensan que Jesús fue un hombre extraordinario, un maestro que supo enseñar muy bien cosas importantes de la vida y de los hombres, pero ha muerto; está bien muerto. En ocasiones me pregunto si sirve para algo seguir predicando el evangelio de Jesucristo o anunciando que éste ha muerto por todos los hombres y ha resucitado para todos los hombres. Y entonces me acuerdo de un cuento, que os voy a narrar ahora: “Cierto día, caminando por la playa, reparé en un hombre que se agachaba a cada momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Hacía lo mismo una y otra vez. Tan pronto como me aproximé, me di cuenta de que lo que el hombre agarraba eran estrellas de mar que las olas depositaban en la arena, y una a una las arrojaba de nuevo al mar.
Intrigado, le pregunté sobre lo que estaba haciendo, y él me respondió:
- Estoy lanzando estas estrellas marinas nuevamente al océano. Como ves, la marea es baja, y estas estrellas han quedado en la orilla; si no las arrojo al mar, morirán aquí por falta de oxígeno.
- Entiendo –le dije-, pero debe de haber miles de estrellas del mar sobre la playa… No puedes lanzarlas todas. Son demasiadas. Y quizá no te des cuenta que esto sucede probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa. ¿No estás haciendo algo que no tiene sentido?
El nativo sonrió, se inclinó y tomó una estrella marina, y mientras la lanzaba de vuelta al mar, me respondió:
- ¡Para ésta sí tiene sentido!”
            Sí, pienso que hoy día, como siempre, sigue teniendo sentido el evangelio de Jesucristo. Tiene sentido seguir haciendo el bien y trabajar por los demás. Tiene sentido predicar la muerte y resurrección de Cristo Jesús, aunque sólo unos pocos hagan caso de ello. Jesús hubiera venido al mundo por un solo hombre que lo hubiera necesitado. Hubiera anunciado el evangelio a ese solo hombre. Hubiera muerto por ese solo hombre, y hubiera resucitado por ese solo hombre. (Caso del profesor de religión, al que sus alumnos molestaban en el aula, pero fuera le pedían, por favor, que los abrazara, pues nadie lo hacía).
            Nosotros, los que hoy estamos aquí, en este templo, somos esas estrellas de mar afortunadas, a las que Jesús ha recogido de la arena, en la que moríamos por falta de oxígeno, y nos ha lanzado de nuevo al agua para que vivamos. Por eso, para nosotros sí que tiene sentido hoy día la Resurrección de Cristo. Es cierto que Jesús es más poderoso que el hombre del cuento y puede coger a todas las estrellas de mar que agonizan en todas las playas del mundo para devolverlas de nuevo al mar. Muchas no quieren; dicen que están bien donde están: en la arena, pero nosotros sí que queremos ser cogidos por Jesús y volver al agua. Nosotros queremos salir de la muerte en que estamos e ir a la vida que nos da Él en este día de Pascua.

jueves, 18 de abril de 2019

Sermón de la Soledad (Viernes Santo)


19-4-19                                   SERMON DE LA SOLEDAD

Homilía de audio
Queridos hermanos:
            En los años 2016 y 2017, en el sermón de la Soledad, prediqué algunas ideas en base al himno del “Stabat Mater dolorosa”. Entonces comenté los números 1 al 5 del himno. Hoy predicaré un poco sobre los números 9 y 10. 
James Tissot (1886-1894)
El compositor de este himno-oración miraba a Jesús y miraba a su madre, María, y de su corazón salieron estas palabras:
1
Stabat Mater dolorosa
Estaba la Madre dolorosa
-
juxta crucem lacrimosa,
junto a la Cruz llorosa
-
dum pendebat filius.
en que pendía su Hijo.
-
Cuyus animam gementem
Su alma gimiente,
-
contristantem et dolentem
contristada y doliente
-
pertransivit gladius
atravesó la espada.
2
O quam tristis et afflicta
¡Oh, cuán triste y afligida
-
fuit illa benedicta
estuvo aquella bendita
-
Mater unigeniti.
Madre del Unigénito.
-
Quae moerebat et dolebat.
Languidecía y se dolía
-
Pia Mater, cum videbat
la piadosa Madre que veía
-
Nati poenas incliti
las penas de su excelso Hijo.
3
Quis est homo qui non fleret,
¿Qué hombre no lloraría
-
Matrem Christi si videret
si a la Madre de Cristo viera
-
In tanto supplicio?
en tanto suplicio?
-
Quis non posset contristari,
¿Quién no se entristecería
-
Piam matrem contemplari
a la Madre contemplando
-
Dolentem cum filio?
a su doliente Hijo?
4
Pro peccatis suae gentis
Por los pecados de su gente
-
vidit Jesum in tormentis
vio a Jesús en los tormentos
-
Et flagellis subditum.
y doblegado por los azotes.
-
Vidit suum dulcem natum
Vio a su dulce Hijo
-
Morientem desolatum
muriendo desolado
-
Dum emisit spiritum.
al entregar su Espíritu.
5
Eia mater, fons amoris,
Ea, Madre, fuente de amor,
-
Me sentire vim doloris
hazme sentir tu dolor,
-
Fac, ut tecum lugeam.
contigo quiero llorar.
-
Fac ut ardeat cor meum
Haz que mi corazón arda
-
In amando Christum Deum,
en el amor de mi Dios
-
Ut sibi complaceam.
y en cumplir su voluntad.
6
Sancta mater, istud agas,
Santa Madre, yo te ruego
-
Crucifixi fige plagas
que me traspases las llagas
-
Cordi meo valide.
del Crucificado en el corazón.
-
Tui nati vulnerati
De tu Hijo malherido
-
Iam dignati pro me pati,
que por mí tanto sufrió
-
Poenas mecum divide!
reparte conmigo las penas
7
Fac me vere tecum flere,
Déjame llorar contigo
-
Crucifixo condolere,
condolerme por tu Hijo
-
Donec ego vixero.
mientras yo esté vivo.
-
Juxta crucem tecum stare
Junto a la Cruz contigo estar
-
et me tibi sociare
y contigo asociarme
-
In planctu desidero.
en el llanto es mi deseo.
8
Virgo virginum praeclara,
Virgen de Vírgenes preclara
-
Mihi iam non sis amara,
no te amargues ya conmigo
-
Fac me tecum plangere.
déjame llorar contigo.
-
Fac ut portem Christi mortem,
Haz que llore la muerte de Cristo
-
Passionis fac sortem
hazme socio de su Pasión,
-
Et plagas recolere.
haz que me quede con sus llagas.
9
Fac me plagis vulnerari,
Haz que me hieran sus llagas
-
fac me cruce inebriari
haz que con la Cruz me embriague
-
et cruore Filii.,
y con la Sangre de tu Hijo.
-
Flammis ne urar succensus
Para que no me queme en las llamas
-
Per te virgo, sim defensus
defiéndeme tú, Virgen santa,
-
In die judicii.
en el día del juicio[1].
10
Christe, cum sit hinc exire,
Cuando, Cristo, haya de irme,
-
da per matrem me venire
concédeme que tu Madre me guíe
-
ad palmam victoriae
a la palma de la victoria.
-
Quando corpus morietur
Y cuando mi cuerpo muera,
-
Fac ut animae donetur
haz que a mi alma se conceda
-
Paradisi gloria.
del Paraíso la gloria[2].
-
Amen.
Amén.



[1] Los hombres de fe sabemos, porque Dios mismo nos lo ha dicho, que vamos de tener una retribución por lo que hemos hecho durante esta vida. Tendremos una retribución de salvación y de felicidad, si hemos hecho el bien. Tendremos una retribución de apartamiento eterno de Dios, si hemos hecho el mal. Así nos lo dice Jesús en la famosa parábola de las ovejas y de las cabras, y esta parte de la oración del Stabat Mater dolorosa nos lo recuerda. Decía Jesús: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, y recibid en herencia el Reino que os fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba de paso, y me alojasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y me vinisteis a ver’. Los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?’ Y el Rey les responderá: ‘Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, lo hicisteis conmigo’. Luego dirá a los de su izquierda: ‘Alejaos de mí, malditos; id al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estaba de paso, y no me alojasteis; desnudo, y no me vestisteis; enfermo y preso, y no me visitasteis. Estos, a su vez, le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?’ Y él les responderá: ‘Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicisteis conmigo’. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna(Mt. 25, 31-46).
            Por lo tanto, el juicio y la posterior sentencia no recae tanto en Dios como en nosotros mismos. Dios hará de simple notario: te has preocupado de los demás, estuviste pendiente de las necesidades de los otros y no solo de las tuyas y las de tu familia, entonces Dios te abrirá la puerta del Reino de los Cielos. Sin embargo, si has mirado solo para ti y has pasado con el corazón endurecido al lado de hombres dolientes, hombres hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos, caídos en las cunetas de la vida y no has hecho nada por ellos, entonces Dios te pondrá ante el espejo de tu propio egoísmo, de tu ira, de tu rencor, de tu codicia, de tu soberbia…, y verás que no es Dios el que te aparta, sino que has sido tú mismo el que te has apartado de Dios y de los hermanos.
            En esta oración del Stabat Mater dolorosa le pedimos a la Virgen María, no solo que nos ayude en el día del juicio divino, tras nuestra muerte, sino que también le pedimos a la Virgen María que nos ayude ahora, en nuestra vida terrena, ahora que aún estamos a tiempo de cambiar de vida. Así, si la Virgen María nos ayuda ‘ahora y en la hora de nuestra muerte’, Dios igualmente nos dirá, a la hora de nuestra muerte, pero también ahora mismo: “Venid, benditos de mi Padre, y recibid en herencia el Reino que os fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba de paso, y me alojasteis; desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y me vinisteis a ver”.
[2] Este último párrafo nos recuerda la certeza de la muerte. Es una de las pocas cosas seguras que sabemos en esta vida: que vamos a morir. Nuestro cuerpo crece, se desarrolla, pero también envejece, pierde energías y vitalidad. Nuestro cuerpo camina hacia la muerte desde el mismo día de nuestro nacimiento.
El mundo que pueda existir después de la muerte es desconocido para nosotros. No existen pruebas empíricas de una vida después de la muerte. Es cierto que hay algún libro escrito en base a testimonios de personas dadas por muertas mediante un certificado médico. Estas personas hablan de haber visto sus espíritus, sus conciencias, sus ser más íntimo (como se quiera nombrar) salir de sus cuerpos, de sobrevolar sobre la habitación y la cama en la que reposaba su cadáver, de entrar por un túnel que conducía a una luz, de una sensación de bienestar, de una indicación recibida por parte de alguien para volvieran a su cuerpo y a la vida terrena, de no tener ya miedo a la muerte a partir de esta experiencia… Pero es verdad que estas experiencias son simplemente unos instantes después de la muerte. No existen evidencias científicas de estar muertos un año o dos y luego regresar. La vida después de la muerte es algo desconocido para nosotros. Solo sabemos que vamos a morir.
¿Qué sucede después de la muerte? Aquí solo podemos elucubrar, filosofar, teorizar o hacer teología. Básicamente, unos dirán que tras la muerte no hay nada. Todo se acabó. Otros decimos que tras la muerte hay vida, pero VIDA con mayúscula. Y a esta certeza solo podemos acceder por la fe. ¿Por la fe en qué o en quién? Por la fe en Jesucristo, en Dios. Él nos ha dicho que hay VIDA ETERNA después de la vida terrena. Unos lo rechazan, pero nosotros lo aceptamos, porque nos fiamos de quien nos lo dice.
Solamente desde esta fe en la VIDA después de esta vida tienen sentido las últimas palabras de esta oración que estamos comentando: “Cuando, Cristo, haya de irme, concédeme que tu Madre me guíe a la palma de la victoria. Y cuando mi cuerpo muera, haz que a mi alma se conceda del Paraíso la gloria”. Sí, cuando nos vayamos de esta tierra, te pedimos, Señor, que tu Madre, María, nos guíe, pues no sabemos el camino, pues desconocemos hacia dónde hemos de ir, pues queremos seguir caminando en la VIDA ETERNA como caminábamos en la vida terrena, de la mano de nuestra Madre, la Virgen María. Ella nos llevará de su mano, ella limpiará nuestras mejillas de tantas lágrimas, ella nos consolará de nuestros dolores y desconciertos, ella nos llevará al triunfo de la luz.
Sí, cuando nuestros cuerpos mueran, cuando se vayan deshaciendo y convirtiendo en polvo, cuando ya desaparezcan para siempre en esta tierra…, salva nuestras almas y llévalas al Paraíso contigo, Jesús, y con tu Madre, María.
Que así sea. Amén.