domingo, 31 de octubre de 2010

Todos los Santos

1-11-2010 TODOS LOS SANTOS (C)

Ap. 7, 2-4.9-14; Slm. 24; 1 Jn 3, 1-3; Mt. 5, 1-12



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Continúo hoy hablando de Julio Figar.

- Jesús estaba en Julio. En estas homilías no se quiere hablar propiamente de Julio, sino de Jesucristo, de la obra de Jesucristo en nuestro hermano Julio. Y es que Cristo era el tema central de su vida, su máximo Amor, donde él se extasiaba. Él no hablaba mucho de ordinario, a veces casi nada, pero Jesucristo le había enamorado y hablaba de Cristo con verdadera fruición, disfrutando a placer de las palabras y del momento.

- Julio predicó y vivió la gratuidad de Dios. Julio creía que aquí estaba el punto flaco de la predicación actual. El pueblo no es llevado a las fuentes de la gratuidad para beber el agua de la salvación con gozo. Predicamos virtudes, ética, comportamientos sociales. Predicamos humanismo cristiano. Predicamos esfuerzo, exigencia, confianza en uno mismo, propósitos, obligaciones. Predicamos conversión, pero conversión a estos valores, es decir, a nuestras propias obras, a un mayor esfuerzo y exigencia de nosotros mismos. Y estas cosas en vez de ayudarnos nos estorban, pues no nos permiten ser niños, no nos permiten esperarlo todo de Dios. Nos impide incluso dar gloria a Dios, pues tenemos que repartirla con nosotros mismos, ya que hemos hecho un gran esfuerzo para salvarnos.

Realmente creer en la gratuidad es muy difícil. Es fácil en teoría, pero en la práctica ser requiere haber muerto a muchas cosas. Por eso los pobres, los quebrantados, los humildes, los que no esperan nada de nadie, los que no tienen nada, son los que más cerca están del Reino, pues son los únicos capacitados para entender la gratuidad. La gente necesita obras. Algo objetivo en lo cual salvarse, reconocerse a sí mismos, realizarse, encontrar seguridad y darse la buena conciencia de haber hecho algo en la vida. Y esto para las cosas del mundo puede ser que valga, pero ante el Reino de los cielos, es exactamente lo contrario. Por eso es tan difícil predicar, pues tienen que enfrentar a la gente con la irracionalidad de su racionalidad y esto ni se entiende.

Julio se sintió salvado gratuitamente, como Pablo, y lo predicó por activa y por pasiva. Y él, que renunció a las obras, se encontró al final con las manos llenas, pero no las suyas, sino las del Espíritu Santo, que le utilizó como instrumento y que es el único que se salva, cambia, renueva y santifica todas las cosas.

- La oración en Julio. El cristiano tiene que orar incansablemente. Si todo lo recibe de Dios, es lógica la actitud de petición como un niño, de espera, de escucha, de acción de gracias, de adoración, de alabanza. Interiorizar la oración es percibir que Dios mora dentro de ti y desde entonces ya no se hace más oración, surge espontánea y es el Espíritu el que ora dentro de nosotros, a veces con gemidos inenarrables. La oración para Julio era una verdadera droga. En cualquier momento libre sabías que estaba orando. Era su vida. Oración con los novicios en cualquiera de las alfombras de la Iglesia y a las horas más extrañas. Tenía un grupo de novicios que le seguían con facilidad o le precedían. Oración con los grupos que había formado en Ocaña y antes en Madrid. Oración en las entrevistas con cualquier persona. Oración personal en su habitación. Al final ya no oraba él: era su interior una fuente que manaba oración por sí misma. Los días que estuvimos en Lanzarote se levantaba diariamente “a ver salir el sol” –eso me decía– y se marchaba a orillas del mar con su Biblia roja bajo el brazo. Estoy seguro que no era ningún tipo de romanticismo lo que le movía a dejar la cama tan temprano. Toda la vida había sido un dormilón: lento para acostarse, pero lento también para levantarse.

- Los dones y carismas que Dios regaló a Julio. Julio era pacífico, amable, dulce en todos sus gestos, de gran sensibilidad. Se le amaba con toda facilidad. Sus palabras no eran agresivas ni juzgaba nada ni a nadie a su alrededor. Daba paz. Cuando uno vive la obediencia hasta la muerte aún en situaciones irracionales en la fuerza del Espíritu Santo no es uno el que lo vive, por eso su personalidad no se deforma sino que se aquilata y dulcifica hasta el punto de que “sus muertes” producen frutos de amor y de bondad. Tres meses antes de su muerte los superiores le mandaron a Ocaña para el cargo de submaestro de novicios. Esto fue una dura prueba para él. Años antes había hecho el noviciado también en Ocaña y de ahí le quedaron una serie de heridas y traumas de los que no estaba reconciliado. Como él mismo decía, el Señor aprieta donde duele, pues si no, no creceríamos. En dos semanas de clamar día y noche, el Señor le fue dando amor por toda la pobreza que hay en ese convento, sobre todo de ambiente, hasta llegar a amarlo y a derramar lágrimas de gozo en acción de gracia al Señor por haberle puesto en esa pobreza. Al fin este sentimiento le produjo la reconciliación interior y el saborear una pobreza donde todo se espera de Dios. Y la última prueba a la que se sometió el Señor fue la de acatar órdenes o determinados tipos de actuaciones o costumbres que no iban para nada con su manera de ser o en relación con la actuación de los novicios. La obediencia aún a los mandatos contrarios a sí mismo los aceptó en holocausto a la voluntad de Dios. Estos hechos le hicieron comentar a un fraile dominico mayor que él: “no me explico para lo que Dios pueda estar preparando a este chico. Si a los 27 años está así, a los 40 quema el mundo entero”. Quince días después, su muerte en un accidente de tráfico aclaró todas las dudas.

Cuando se veía a Julio con algún trabajo agotador o en ocasiones semejantes, si le preguntabas: ¿estás cansado?, o no respondía, o si respondía se limitaba a decir; “Él no se cansa”. Esto quiere decir: Jesús ha resucitado, ya no muere ni se cansa más, actúa en nosotros con su Espíritu, Él es el que actúa en mí, suya es la fuerza, Él no tiene problemas. ¿Qué importa que el cuerpo de Julio se destruya? Él está en su derecho al actuar en mí hasta el agotamiento. Lo nuestro es reproducir la imagen de Jesús. Cristo al morir ha perdido visibilidad, pero no presencia. Esta visibilidad se la tenemos que prestar nosotros. Tenemos que dejar que Cristo utilice nuestras manos, nuestros labios, nuestro corazón y todo nuestro ser. Pero para que podamos vivir esto sin violencia interior, que nos destruiría necesitamos que Espíritu Santo nos dé el don de la compasión. Con este don, amamos al mundo y a los hombres con el mismo amor con que los amó Cristo. Y sufrimos con Cristo por ellos hasta la cruz, hasta la muerte. Julio tenía este don en un grado intenso. Lo expresaba con otro don complementario que es del don de lágrimas. Lloraba con frecuencia en la Eucaristía, hasta en una simple exposición del Santísimo. Pero donde lo expresaba de una manera más plástica era al hacer oración por un hermano enfermo para que el Señor lo curara. Llenos los ojos de lágrimas le pedía al Señor que le pusiera a él la enfermedad del hermano. Si oraba por la curación de un cáncer decía: “dame, Señor, a mí ese cáncer y cura al hermano”. Esto dicho con la sinceridad del Espíritu es cargar con las dolencias y el pecado de los demás como Cristo.

Otro don destacadísimo en Julio fue el don de fortaleza, en especial en la predicación. Nunca se echó atrás para nada, se le encargara lo que fuera. Realmente se aceptaba como un instrumento pobre y los resultados se los confiaba a Dios. Recién ordenado sacerdote tuvo que dar diez días de ejercicios a unas monjas de clausura, sin posibilidad de preparación. Lo pasó muy mal, incluso necesitó llamar tres veces a Alcobendas buscando un poco de aliento, pero el Señor obró maravillas, a pesar de que la comunidad en un primer momento se llenó de asombro al ver que le habían mandado como predicador de ejercicios a un chaval de 24 años, en pantalón vaquero, y con la Biblia y la guitarra como únicos instrumentos de apostolado. Su fortaleza interior para predicar la Palabra sin acomodaciones fue proverbial.

Finalmente los frutos del Espíritu en Julio fueron evidentes. Destacamos en primer lugar la paz. Fue un hombre reconciliado consigo mismo y como consecuencia vivía en una paz profunda. La esencia de la paz está en la superación de todos los motivos internos de división y discordia interior. Julio fue sanado por el Espíritu en la raíz de su espíritu y esta abundancia de Vida cubría o curaba sus actitudes de pecado y todo el lastre que el pecado sea personal, sea estructural deja en nosotros, como son traumas, resentimientos, recuerdos, etc. Por eso, de su paz bebía mucha gente.

Cercano a la paz está otro fruto del Espíritu que se llama mansedumbre. Toda agresividad había desaparecido de la vida de Julio. Además, el Señor también le había regalado el don de lágrimas, sobre todo en esta triple dimensión: primero, por sus propios pecados: en los últimos meses de su vida, siempre que se confesaba derramaba abundantes lágrimas; también cuando confesaba a los demás: llegaba a llorar a veces los pecados de su penitente, el cual difícilmente podía evitar llorar con él; y finalmente, tenía un don de lágrimas muy claro cuando pensaba en todos los pecadores del mundo, por los que oraba y lloraba frecuentemente.

viernes, 29 de octubre de 2010

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (C)

31-10-2010 DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (C)

Sb. 11, 22-12, 2; Slm. 144; 2 Ts. 1, 11-2, 2; Lc. 19, 1-10



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Como ya sabéis al llegar estas fechas, la celebración de Todos los Santos, suelo presentaros la figura de un cristiano que ha vivido el evangelio de Jesús y en santidad de vida. El fin de estas homilías es presentarnos seres de carne y hueso, como nosotros, y que fueron capaces de vivir el evangelio con la gracia de Dios, pues sin Él nada podemos. En el día de hoy quisiera hablaros del P. Julio Figar, O.P. Fue un fraile dominico asturiano. Yo oí hablar de él poco después de mi ordenación sacerdotal, hacia 1985 ó 1986. Cada vez que leo cosas de Julio u oigo sus charlas noto que el Espíritu Santo corre por todo mi ser y noto que Dios está más presente en mí. Deseo que esto mismo pase con vosotros en las homilías que haré sobre Julio Figar. Ante todo os diré que él no está canonizado, ni tengo noticias de que se haya iniciado el proceso de canonización, pero sí creo que él es un santo.

- Julio era agresivo y no tenía experiencia de Dios. Veamos un poco de los inicios de Julio. Nadie nace santo sin más. Hay un proceso en él… y en todos. En la década de 1970 hubo una gran cantidad de sacerdotes que se secularizaron y de seminaristas y novicios que abandonaron los centros vocacionales. En la misma tesitura estaba Julio. Él era un novicio de los dominicos y eio de Jes del Tribunal Eclesimanera que lo hizo. l Señor se valió de un retiro de la Renovación Carismática para salvar su vocación como dominico y como sacerdote. Él estaba en el 2º Curso de Filosofía. Julio era en aquel momento un joven al estilo de la época: agresivo, de gran dureza, todo le parecía mal y protestaba por todo. Junto a otros cinco compañeros de curso hacía continuas huelgas por parecerles clases y profesores anticuados y abstractos. Todos los detalles de la vida del convento de Alcobendas eran inaguantables para ellos. Se decidieron entonces a pedir permiso para vivir algunos años fuera del convento. Con este motivo alquilaron un piso donde querían ellos fundar una comunidad alternativa para demostrar a todos cómo se podía y se debía vivir en auténtica comunidad de fraternidad y trabajo.

- Dios sale al encuentro de Julio y lo cura. Pocos días antes de pasarse al piso otro compañero, llamado Julio Recio, le invitó a un retiro carismático. Recio era un diácono que estaba igualmente a punto de perder su vocación. Iban por la calle haciendo una “oración” que era también un desafío: “Señor, ésta es la última oportunidad que te damos”. En una carta de 1976 lo contaba Julio de la siguiente manera: “…te puedo decir que los dos íbamos a la desesperada y que puse toda mi esperanza en aquel Dios que tantas maravillas hacía en los demás. Desde lo hondo solamente tenía una palabra para ese Dios desconocido: ¡Ayúdame, Señor! Y el Señor me escuchó. El viernes por la noche me acerqué con la humildad de que era capaz a que un grupo de hermanos oraran por mí. En pocas palabras les resumí mi problema y puse en las manos del Señor mi angustia. Lo que luego sucedió no se podrá nunca escribir, porque no hay palabras para explicar el amor de Dios; sólo decirte que sentí que el Señor se acercaba a mí suavemente llenándome de amor. De algún modo me parecía estar tocando a Dios. Luego una paz profunda que nunca jamás había experimentado. Cuando vi a Recio le dije: ‘¡El Señor me ha liberado!’ y comencé a saltar de gozo por las calles… Al día siguiente en la efusión del Espíritu volví a sentir con fuerza la mano poderosa del Señor”.

“Y ahí empezó todo, con la marca y el sello del Señor. En el convento se tornó todo diferente. La gracia y el Amor de Dios hacen libres; y me hicieron libre, completamente libre, para decidir. Sólo estaba condicionado por una experiencia: la del Amor de Dios; pero esto me daba seguridad para tomar cualquier decisión. Me puse completamente en las manos del Señor para que se cumpliera su voluntad plenamente. Es curioso que constataba los problemas que antes me habían influenciado, pero de una manera diferente. Eran los mismos, pero diferentes, pues los contemplaba desde la paz profunda. El Señor me hizo ver muy pronto y muy claro que ya no había razón para irme. Yo estaba curado. Había encontrado la estabilidad interior. Sólo quedaba comunicar mi decisión al “resto de Israel” (los otros cinco compañeros). Aunque en ningún momento perdí la paz, fue para mí triste y para ellos doloroso. Escuché de todo: que si estaba loco, que qué iba a hacer yo solo, que si me daba miedo el mundo, etc. Para ellos era ya insoportable el quedarse. Para mí comenzaba una etapa de gozo. Y se fueron al piso los cinco con intención de crear algo...”

Tiempo después de su experiencia de conversión escribía: “Hoy puedo decir que quiero a esta comunidad (Alcobendas) con toda el alma, y a cada una de las personas como algo muy sagrado, como hijos de Dios para los que hay un plan como en mí, maravilloso: el plan de Dios. Por esta experiencia puedo relativizar tantas cosas, perdonar otras y comprender todas”.

Muchas veces se le he oyó a Julio decir que esta experiencia ahondada por los años es lo que ha predicado siempre en sus charlas y homilías. Experimentó que el Señor vive, que actúa, que ama, que salva. Entonces descubrió la fuerza y la presencia del Espíritu de Jesús. Y el Señor le hizo su testigo, su predicador, su apóstol, proclamando en adelante con una fuerza enorme y una convicción absoluta la resurrección de Jesucristo. Al actuar el Señor dentro de él ha dado paz y consuelo a un número incalculable de gente. “Consolad, consolad a mi pueblo” (Is. 40, 1). Estas palabras del profeta, que él vivía y pronunciaba con mucha frecuencia, definen muy bien la actuación de Julio: El Señor no le eligió para reñir a su pueblo ni para denunciar a nadie. De esto quedó curado para siempre. Es clara esta constatación: si hubiera seguido en la protesta y en la denuncia agresiva no hubiera hecho otra cosa que aumentar un poquito más el odio entre los hombres, sin haber salvado nada ni a nadie.

Así siguió su vida de estudio con gran ilusión por la Teología con la meta puesta en el sacerdocio. Poco antes de ordenarse sacerdote escribía a una persona cercana a la muerte: “Cuando vea a Dios dígale esto: que yo le amo y que no puedo vivir sin Él; -que no me abandone nunca; - que tenga misericordia de mis pecados; - dígale también que deseo ser instrumento dócil para ejercer el sacerdocio entre mis hermanos; - que puede hacer de mí lo que quiera, pero que no me quite nunca su Santo Espíritu; - dígale que a veces siento miedo y que me creo abandonado; - pero sobre todo dígale que quiero ser santo y que deseo amarle con todo mi corazón, mi mente, mi ser; - y al final me queda lo más importante: ‘Gracias por el don del Sacerdocio’”.

Julio fue ordenado sacerdote el 31 de marzo de 1979.

viernes, 22 de octubre de 2010

Domingo XXX del Tiempo Ordinario (C)

24-10-2010 DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (C)

Eclo. 35, 12-14.16-18; Slm. 33; 2 Tim. 4, 6-8.16-18; Lc. 18, 9-14



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En el día de hoy celebramos la Jornada del Domund. El lema de este año es éste: “Queremos ver a Jesús” (Jn. 12, 21). Estas palabras son las que unos griegos dijeron en una ocasión al apóstol Felipe. A los cristianos (sacerdotes y seglares) no nos debe bastar con hablar de Jesús, sino que hemos de hacer ver a Jesús a todos en la historia de cada día, en cada acontecimiento, en cada persona y en nosotros mismos, que creemos en Cristo.

En estos días se concedió el premio Príncipe de Asturias de la Concordia a Manos Unidas, que surgió de las mujeres de Acción Católica. Manos Unidas lleva muchos años dedicándose a luchar contra el hambre y la pobreza en todo el mundo. Su labor ha sido reconocida incluso a nivel civil, internacional y por parte de personas no creyentes. Hoy la Iglesia Católica dedica una jornada, no a dar de comer, sino a orar y a pedir medios económicos para ayudar en la evangelización, o sea, para transmitir la fe en Jesucristo a todo el mundo.

Nosotros estamos muy habituados –quizás demasiado habituados- a la fe en Jesucristo, a su evangelio. Pero, ¿qué supone esta fe en la vida de la gente que nunca oyó hablar de Jesús? Voy a tratar de contestar a esta pregunta de la mano de un testigo lo más imparcial posible: Hace poco leía una novela de Chinua Achebe, un escritor nigeriano nacido en 1930. Chinua está considerado como el padre de la literatura africana moderna. En su novela Todo se desmorona[1], nos narra el primer contacto con la fe cristiana de una aldea africana. Chinua no escribe desde el punto de vista cristiano, por eso su relato puede ser considerado a los ojos de los no creyentes como más objetivo, que si lo escribiera un sacerdote o un cristiano seglar. Narra Chinua que en aquella aldea africana vivían aterrorizados por sus dioses, a los que había que aplacar con sacrificios, con ritos y con una obediencia ciega. Por ejemplo, si una mujer daba a luz a gemelos, esto era considerado como algo sacrílego y, por ello, los bebés debían de ser abandonados en un bosque cercano, que estaba maldito, hasta que los recién nacidos morían de hambre o devorados por las fieras. También narra Chinua el caso de un adolescente (Ikemefuna) de otra aldea y que fue hecho prisionero. Durante tres años Ikemefuna vivió en una casa y fue tratado con un hijo más por el dueño de la casa, pero un día la aldea decidió que debía morir, según la voluntad de sus dioses, y fue el propio dueño de la casa quien lo mató. El hijo del dueño asistía atormentado a la muerte de los gemelos y al asesinato de Ikemefuna, el adolescente “enemigo”. Cuando este niño oyó la predicación de un misionero cristiano, la nueva religión le cautivó y dio “respuesta a un interrogante vago e insistente que atormentaba su alma juvenil: el de los gemelos llorando en la espesura y el de Ikemefuna que había sido asesinado. Cuando penetró la nueva religión en su alma sedienta sintió un alivio dentro. Eran como gotas de lluvia congelada que se funden en la capa reseca de una tierra anhelante” (p. 149).

Continúa narrando Chinua que el misionero y los cristianos que le acompañaban desde otras aldeas lejanas pidieron a los jefes de aquella aldea un terreno para construir el templo. “Todos los clanes y aldeas tenían un ‘bosque maligno’. Se enterraba en él a los que morían de enfermedades verdaderamente malignas, como la lepra o la viruela. Era también el basurero de los potentes fetiches de los grandes hechiceros cuando morían. Un ‘bosque maligno’ estaba, pues, poblado de fuerzas siniestras y de poderes de las tinieblas. Y fue uno de estos bosques el que los jefes de la aldea dieron al misionero. No les querían en realidad en su aldea y por eso les hicieron esa oferta, una oferta que nadie en su sano juicio aceptaría. ‘- Les daremos una parte del ‘bosque maligno’. Alardean de vencer a la muerte. Pues le daremos un campo de batalla real en el que demuestren su victoria’. Se rieron todos y aprobaron la propuesta y avisaron al misionero. Les ofrecieron todo el terreno del ‘bosque maligno’ que quisieran. Y se quedaron absolutamente asombrados cuando el misionero les dio las gracias y se puso a cantar con sus acompañantes. ‘-No comprenden –comentaron algunos ancianos-, pero ya comprenderán cuando vayan a su terreno mañana por la mañana’. Y se dispersaron. A la mañana siguiente, aquellos locos empezaron realmente a despejar una parte del bosque y a construir su casa. Los habitantes de la aldea esperaban que estuvieran todos muertos en cuatro días. Pasó el primer día y el segundo y el tercero y el cuarto, y no murió ninguno. Estaban todos desconcertados. Y luego se supo que el fetiche del hombre blando tenía un poder increíble. Se decía que llevaba cristales en los ojos para poder ver a los espíritus malignos y hablar con ellos. Poco después consiguió los tres primeros conversos” (pp. 150s).

“La joven iglesia tuvo varias crisis al principio de su existencia. Primero la aldea había supuesto que no sobreviviría. Pero siguió viviendo y ganando fuerza poco a poco. La aldea estaba preocupada, pero no demasiado. Si un grupo de extranjeros decidían vivir en el ‘bosque maligno’, era asunto suyo. El ‘bosque maligno’ era un hogar adecuado para gente tan indeseable, si te parabas a pensarlo. Era cierto que recogían a los gemelos de entre la maleza, pero no los llevaban nunca a la aldea. Por lo que se refería a los aldeanos, los gemelos seguían donde los habían tirado. La diosa de la tierra no iba a castigar a los aldeanos inocentes por los pecados de los misioneros” (p. 156).

“Al ver que la nueva religión aceptaba de buen grado a los gemelos y abominaciones parecidas, los parias de la aldea u osu creyeron que podrían acogerles también. Así que un domingo entraron dos de ellos en la iglesia. Se organizó inmediatamente un revuelo; pero la nueva religión había realizado una labor tan admirable con los conversos que nadie abandonó la iglesia inmediatamente al entrar los parias. Los que estaban más cerca de ellos se limitaron a pasar a otro asiento. Era un milagro. Pero sólo duró hasta que acabó el oficio. Entonces empezaron a protestar todos. Sin embargo, cuando estaban a punto de echar de allí a aquella gente, el misionero se lo impidió y empezó a explicar: ‘-No hay esclavos ni libres ante Dios –dijo-. Todos somos hijos de Dios y hemos de recibir a estos hermanos nuestros’ ‘-Tú no lo comprendes –replicó unos de los conversos-. Qué dirían los infieles cuando sepan que hemos aceptado osu? Se reirán de nosotros’. ‘-Dejad que se rían –dijo el misionero-. Dios se reirá de ellos el día del juicio. ¿Por qué se escandalizan las naciones e imaginan las gentes cosas vanas? El que se sienta en los cielos reirá’. ‘-Tú no lo comprendes –insistió el converso-. Eres nuestro maestro y puedes enseñarnos las cosas de la nueva fe. Pero esto es una cosa que nosotros sabemos’. Y le explicó qué era un osu. Era una persona consagrada a un dios, una cosa aparte: tabú toda la vida y sus hijos después de él. No podía casarse con los que habían nacido libres ni estos con él. Era en realidad un proscrito, un paria que vivía en una zona especial de la aldea. Y allá donde fuera, llevaba consigo la señal de su casta prohibida: el pelo sucio, largo y enmarañado. Las cuchillas eran para él tabú. Un osu no podía asistir a la asamblea de los que habían nacido libres, y ellos, a su vez, no podían cobijarse bajo el techo de él. No podía tomar ninguno de los títulos de jefatura de la aldea y, cuando moría, le enterraban con los de su clase en el ‘bosque maligno’. ¿Cómo podía un hombre así ser seguidor de Cristo? ‘-Él necesita a Cristo más que tú y que yo –contestó el misionero’. ‘-Entonces volveré con el clan –dijo el converso’. Y se fue. El misionero se mantuvo firme y fue precisamente su firmeza lo que salvó a la joven iglesia. Su fe inquebrantable aportó inspiración y seguridad a sus vacilantes neófitos. Ordenó a los parias cortarse aquel pelo largo y enmarañado. Al principio, tenían miedo a morir si lo hacían. ‘-Si no elimináis la señal de vuestra fe pagana no os admitiré en la iglesia –les dijo el misionero-. ¿Creéis que moriréis por ello? ¿Por qué? ¿Acaso sois diferentes de los hombres que se cortan el pelo? El mismo Dios os creó a vosotros y a ellos. Pero ellos os expulsaron como a leprosos. Eso va contra la voluntad de Dios, que ha prometido la vida eterna a todo el que crea en su santo nombre. Los paganos dicen que moriréis si hacéis esto o aquello. Y vosotros tenéis miedo. También dijeron que yo moriría si construía este templo en este terreno. ¿Acaso he muerto? Dijeron que moriría si cuidaba a los gemelos. Y todavía estoy vivo. Los paganos sólo dicen mentiras. Sólo la palabra de nuestro Dios es verdadera’. Los parias se cortaron el pelo y pronto figuraron entre los más fervientes seguidores de la nueva religión. Y lo que es más, casi todos los osu de la aldea siguieron su ejemplo”.

Como veis el encuentro de los hombres que no conocen a Cristo con éste supone un salir de sus miedos y terrores; supone una liberación; supone una humanización y un llenarse de misericordia; supone el reconocerse como hijos de Dios y valorarse como cualquier otro hombre; supone un ver el rostro real de Dios: misericordioso y humilde. Tan engañado estaba el fariseo del que nos habla hoy el evangelio como los habitantes de aquella aldea africana sobre Dios. Por eso, se entiende perfectamente el lema de este año de la Jornada del Domund: unos extranjeros griegos se acercan a un discípulo de Cristo y le dicen: “Queremos ver a Jesús”. Pues hoy la Iglesia quiere mostrar este rostro de Jesús por todo el mundo para liberar a los hombres de sus miedos, de sus engaños, de sus esclavitudes. También nosotros queremos ver a ese Jesús que nos libra de todo esto. ¡Que así sea!



[1] Edit. Debolsillo, Barcelona, 2010. La novela fue escrita en 1958 y se tradujo en más de 50 idiomas. Se han vendido más de 10 millones de ejemplares.

viernes, 15 de octubre de 2010

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (C)

17-10-2010 DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (C)

Ex. 17, 8-13; Slm. 120; 2 Tim. 3, 14-4, 2; Lc. 18, 1-8



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

- La mayoría de las lecturas de hoy nos hablan de la fe y la confianza en Dios expresada a través de la oración y de la súplica a Dios. Si preguntamos a la gente que podemos encontrar por la calle si la oración sirve para algo, pienso que la inmensa mayoría nos diría que no, que la oración no sirve para nada. La oración es una pérdida de tiempo. Estas respuestas pueden resultar hasta comprensibles, ya que mucha gente es no creyente o agnóstica, pero lo terrible es que, si hacemos esta misma pregunta (‘¿sirve para algo la oración?’) a cristianos creyentes y “practicantes”, muchos también nos dirían que no. El jueves por la mañana me visitaba un señor muy creyente y que está pasando por momentos muy duros, y me decía que nada solucionaba con la oración: trabajaba mucho y no tenía casi resultado económico, les van a echar a él y a su familia en este mes del piso por embargo… Si la oración es entendida sólo como un pedir favores a Dios, ya que la mayoría no nos son concedidos, entonces habría que estar de acuerdo en que la oración no sirve para nada o para casi nada. En esta misma línea está el siguiente relato: “Una reportera de CNN escuchó hablar de un viejecito judío, que había estado yendo a orar al Muro de las Lamentaciones por mucho tiempo, todos los días, dos veces por día... Esta periodista fue hasta Jerusalén y observó al viejecito mientras oraba. Después de 45 minutos y cuando el viejito se estaba por ir, ella se acercó para hacerle una entrevista: - ‘Discúlpeme, señor. Soy Rebecca Smith, reportera de CNN. ¿Cuál es su nombre?’ – ‘Moshe Cohen’, respondió el hombre. – ‘¿Por cuanto tiempo ha venido Vd., señor, al Muro de las Lamentaciones?’ - ‘Por alrededor de 60 años’ – ‘¡60 años! ¡Es asombroso! ¿Y por quién ó por qué reza?’ – ‘Rezo por la paz entre cristianos, judíos y musulmanes. Rezo porque terminen todas las guerras y los odios entre la gente. Rezo para que los niños crezcan como adultos responsables, amando a sus semejantes’ – ‘¿Y cómo se siente Vd. tras estos 60 años?’ – ‘¡Como si le hubiera estado hablando a una pared!’” Este chiste tiene su gracia y su chispa, pero también contiene una crítica feroz contra Dios. En efecto, Dios –según esta narración- es el responsable último de la falta de entendimiento entre los cristianos, los judíos y los musulmanes. Dios es el responsable último de todas las guerras y de todos los odios que tenemos los hombres contra otros seres humanos. Dios es el responsable último de que los niños no crezcan como adultos responsables e igualmente de que no amen a sus semejantes. Y es el responsable último, porque, teniendo el poder para hacer todo eso y arreglar los problemas de la humanidad, Él no lo hace; asimismo es el responsable último, porque se le clama en oración durante años y Él no hace caso de nada.

- ¿Quién es Dios para nosotros? ¿Está Dios entre nosotros? ¿Qué lugar ocupa Dios en nuestra vida? No hablo en el plano teórico, sino en el plano práctico, en el día a día. Antes de respondernos a estas preguntas me vais a permitir que os lea dos episodios que acabo de conocer en la lectura de un libro:

1) “Hace años, leí un artículo en el que dos psiquiatras ofrecían un informe sobre los sacerdotes y religiosos a quienes habían tratado profesionalmente. Y hacían ver que, de las docenas de dichos sacerdotes y religiosos que habían acudido a ellos en busca de ayuda para sus problemas personales, únicamente dos habían llegado a mencionar el nombre de Dios a lo largo de las entrevistas; y, de esos dos, tan sólo uno había hablado de Dios como de un factor importante en su vida y en su curación. Para todos los demás, parecía como si Dios no tuviera lugar alguno en sus vidas: jamás se referían a Él al hablar de sus más íntimos problemas. ¿No es éste un indicio de hasta qué punto hemos arrumbado a Dios en nuestras vidas, de lo débil que se ha hecho nuestro sentido de la fe? Sencillamente, no esperamos que Dios intervenga profunda y directamente en nuestras vidas. Si tenemos un problema psicológico, acudimos al psiquiatra; si padecemos algún mal físico, llamamos al médico… Sin embargo, Jesús parece pensar de muy distinta manera…” (Cfr. Anthony de Mello, S.J., Contacto con Dios, Santander 19988, 71s).

2) Charles Davis fue un sacerdote católico que abandonó la Iglesia hace ya algunos años. Antes de hacerlo publicó en una revista un artículo en el que decía: “Después del concilio Vaticano II, experimenté un verdadero entusiasmo por las perspectivas de renovación, modernización y cambio de estructuras que se le ofrecían a la Iglesia. Y me dediqué a presentar ante nutridos auditorios la nueva y maravillosa teología del Vaticano II, que encerraba tan rico potencial de reforma. Pero, poco a poco, empecé a comprender que todos aquellos rostros que me miraban no buscaban una nueva teología, sino que buscaban a Dios. No veían en mí a un teólogo con un mensaje que ofrecer, sino a un sacerdote que fuera capaz de darles a Dios. Evidentemente, tenían hambre de Dios. Entonces miré en mi interior y descubrí, absolutamente desolado, que yo no podía darles a ese Dios, porque no lo tenía. Lo que tenía era un enorme vacío en mi corazón… Y, cuanto más me ocupaba en cosas como la reforma y la modernización de las estructuras de la Iglesia, o la renovación litúrgica, los estudios bíblicos y los métodos pastorales, más fácil me resultaba escapar de Dios y del vacío que había en mi corazón” (Cfr. Anthony de Mello, S.J., Contacto con Dios, Santander 19988, 35).

- Fijaros en la absoluta fe y confianza en Dios que destilan las lecturas de hoy: * En la primera se nos muestra a Dios, a través de la súplica de Moisés, salvando a su pueblo Israel. * En el salmo 120 se dice: “Levanto mis ojos a los montes; ¿de dónde me vendrá el auxilio?; el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra […] El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por siempre. * Y en el evangelio se nos dice que Dios hará justicia y atenderá sin tardar a sus hijos, aquellos que le gritan día y noche. Pero este evangelio termina con una frase –para mí- terrible: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”

El hombre del que hablaba más arriba me decía que, en tantas ocasiones, él había dejado padre, madre, esposa, hijos, tierras por Dios y por su evangelio. Jesús había prometido a quien hiciera esto que le daría cien veces más de esto en esta vida y luego… la Vida Eterna. Sin embargo, en este mes lo iban a echar de su casa por una deuda hipotecaria. ¿Dónde estaba el ciento por uno en esta vida, dónde? Y me contaba que una hija suya le contestaba así a su pregunta: “Papa, el ciento por uno lo tienes en tu mujer y en tus hijos, que amas y que te aman”. Sí, estoy seguro que Dios nos hace justicia y nos atiende de tantas maneras, pero nosotros estamos ciegos para reconocerlo. Escuché el viernes por la mañana que los mineros de Chile decían que, allá abajo, habían aprendido tantas cosas y que sus vidas iban a cambiar a partir de ahora. Allá abajo empezaron a valorar las cosas de otra manera.

- ¡Señor, danos la fe de que hablas en tu evangelio de hoy!

- ¡Señor, concédenos creer en ti con toda nuestra alma y nuestro ser, aún en medio de nuestros muchos pecados e infidelidades! Tú eres más grande que nosotros mismos y que nuestros pecados y miserias.

- ¡Señor, escucha nuestras voces y nuestras súplicas! ¡Escúchanos, pero no a la manera que nosotros queremos o a la manera que decimos necesitar, sino como tú consideres que es mejor para nosotros, ya que Tú sabes y nosotros no sabemos! Nosotros queremos fiarnos de ti.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Homilía de boda (III)

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
- Hace unos cinco años fui a Pimiango a casar a la hermana de Fran, el antiguo seminarista. Fui hasta la casa de la novia y luego caminé hasta la iglesia del pueblo. Iba vestido de cura y la gente me veía y al saber que yo iba a ser el cura que iba a “casar” a esta pareja me decía que los casara bien, que no separaran... Esto pasó unas cuantas veces y a mí me mosqueó un poco. Pero, ¿por qué tanta insistencia? A principios de este año casé a un amigo y su madre me llevó unas semanas antes a ver la casa que estaba construyendo el hijo. Estaban entonces unos obreros en la casa y la madre me presentó como el cura que iba a casar a su hijo. Y uno de ellos contestó: “¡Ah, pues que sea por unos cuantos años…!” Y es que la mitad de las parejas que se casan en Asturias se separan. Seguramente entre vosotros hay quien haya pasado por esta situación, esté pasando o pasará. Ah, tranquilos que la hermana de Fran, el antiguo seminarista, sigue felizmente casada.
Cuando una pareja me pide que asista a su matrimonio, procuro tener un diálogo con ellos y una de las preguntas que les hago es ésta: “¿Por qué creéis que puede llegar a fracasar un día vuestro matrimonio, o qué dificultades puede tener vuestra relación conyugal?” Unos contestan que el carácter de él o de ella: irascible, pronto fuerte, controlador, posesivo, celoso, egoísta, influenciado por su familia o por sus amigos o aficiones, por querer sexo de más o de menos. Sí, yo siempre digo que el sexo en el matrimonio no es lo más importante, pero es indicativo y termómetro de cómo va la relación conyugal. Pues sí, en la relación de matrimonio va a haber dificultades. Es más, yo siempre digo que es más difícil la vida de matrimonio que la de cura. Cuando esas dificultades son asumidas, entonces va bien la cosa. Fijaros que digo “asumidas”. Esto implica por parte de los dos, porque, cuando las asume nada más que uno de los esposos, eso significa que el otro se somete, que se aniquila, que se anula. Y es que en la relación de padres e hijos el amor puede ser de aquellos hacia estos y sin tener respuestas de estos, pero en la relación de pareja tiene que ser amor mutuo. En caso contrario no funciona la cosa.
Para esta situación de dificultades de pareja hay que poner remedio cuanto antes, no esperar a que la situación se haya vuelto irreversible. Si una pareja se enfada entre sí, aún se puede hacer algo. Cuando no se puede hacer nada es cuando existe la indiferencia mutua, o de uno hacia el otro. Ahí está todo perdido. Pues bien, yo doy dos antídotos contra estas dificultades. Hay más, pero creo que estos engloban a muchos de los otros:
1) El primer antídoto es el AMOR. Pero ¿qué amor? ¿El amor del que me hablaba una chica hace poco? Hace un tiempo vino una mujer de unos 35 años con una revis¬ta de Pronto, Semana, Hola o de éstas y me enseñó un artícu¬lo en el que se indicaban algunos signos del enamoramiento: palpitacio¬nes, sudoración en las manos, insomnio, etc. Me decía que ella tenía algunos de estos signos, pero que otros no; me preguntaba sí estaría enamorada de verdad. Frente a esto os puedo narrar un cuento de Tagore, que nos muestra qué es el amor: “Era un matrimonio pobre. Ella hilaba a la puerta de su choza pensando en su marido. Todo el que pasaba se quedaba prendado de la belleza de su cabello negro, largo, como hebras brillantes salidas de su rueca. El iba cada día al mercado a vender algunas frutas. A la sombra de un árbol se sentaba a esperar, sujetando entre los dientes una pipa vacía. No llegaba el dinero para comprar un pellizco de tabaco. Se acercaba el día del aniversario de la boda y ella no cesaba de preguntarse qué podría regalar a su marido. Y, además, ¿con qué dinero? Una idea cruzó su mente. Sintió un escalofrío al pensarlo, pero al decidirse todo su cuerpo se estremeció de gozo: vendería su pelo para comprarle tabaco. Ya imaginaba a su hombre en la plaza, sentado ante sus frutas, dando largas bocanadas a su pipa: aromas de incienso y de jazmín darían al dueño del puestecillo la solemnidad y prestigio de un verdadero comerciante. Sólo obtuvo por su pelo unas cuantas monedas, pero eligió con cuidado el más fino estuche de tabaco. El perfume de las hojas arrugadas compensaba largamente el sacrificio de su pelo. Al llegar la tarde regresó el marido. Venía cantando por el camino. Traía en su mano un pequeño envoltorio: eran unos peines para su mujer, que acababa de comprar, tras vender su pipa.” ¡Ay de aquel que va al matrimonio o a una relación de pareja para recibir! NO. A casarse se va a dar, no a recibir. Pero ¡ay también de aquel esposo o esposa que durante la vida conyugal nada más da y nunca recibe o no recibe casi nada! (Caso de Tino y Alicia: “se me ha muerto mi madre, mi hermana, mi amiga”, y a los 13 días murió él).
2) El segundo antídoto es Jesucristo. Cuando una pareja de novios se va a casar, uno de los preparativos que han de hacer son las invitaciones: pensar a quién se invita por ser familia, amistad o compromiso. Una mujer, que con su marido da cursillos prematrimoniales a parejas, siempre les pregunta si invitaron a Jesucristo a su boda: ¿Lo habéis invitado? ¿Lo habéis hecho por ser de la familia, de las amistades o de los compromisos? Si lo habéis invitado, ¿dónde está sentado en la iglesia? ¿Dónde lo vais a colocar para la comida? ¿Cuándo lo vais a enseñar las fotos de la boda y del viaje de novios? ¿Cuándo lo vais a invitar a comer a vuestra casa?
Es importante que nos planteemos todos qué puesto tiene Cristo en nuestra vida, en nuestro matrimonio, en nuestra familia... El es el que puede enseñarnos verdaderamente a amar. Sabe bien de esto. Es el remedio infalible para cualquier separación y problemática matrimonial o de otro tipo.

Homilía de boda (II)

Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Hace un tiempo me reuní con una pareja que deseba contraer matrimonio y quería que yo asistiese al mismo. Resulta que la chica era creyente y practicante, pero el chico no creía, aunque estaba bautizado. Para él le bastaría casarse por lo civil, pero ella quería hacerlo “por la Iglesia” y él consentía en ello. En esa reunión que tuvimos para preparar la boda cogí el libro del ritual del matrimonio y leímos juntos lo que iban a decir, y yo procuraba explicarles lo que significaba cada frase. Esto siempre lo hago al preparar a las parejas “a las que voy a casar”, y también lo hice con Alejandro y María. Pues bien, con aquella pareja, creyente ella y él no, llegamos a un punto del ritual de bodas en donde se lee la siguiente pregunta: “¿Estáis dispuestos a amaros y respetaros mutuamente, siguiendo el modo de vida propio del matrimonio, durante toda la vida?” El chico no creyente, de pronto, me interrogó: “Andrés, ¿qué quiere decir eso de ‘siguiendo el modo de vida propio del matrimonio’?”

Era y es una buena pregunta. Ante todo se ha de decir que hay muchas clases de amor entre las personas: 1) Amor entre padres e hijos. 2) Amor entre hermanos. 3) Amor entre amigos. 4) Amor entre párroco y feligreses. 5) Amor entre Dios y cada persona. Etc. Pero la pregunta del ritual litúrgico (‘amarse y respetarse siguiendo el modo de vida propio del matrimonio’) se está refiriendo al amor peculiar en la vida matrimonial cristiana, es decir, entre un hombre una mujer. Este amor se denomina amor esponsal. Como sabéis, estoy desde hace unos cuantos años trabajando en el Tribunal eclesiástico del obispado de Oviedo y hasta allí llegan únicamente matrimonios rotos y deshechos. Al confesionario, a la parroquia… llegan principalmente matrimonios con dificultades, pero al Tribunal los únicos matrimonios que llegan son los rotos. Allí he visto lo que no debe ser un matrimonio y lo que no debe ser un amor esponsal y, viendo y percibiendo claramente lo que no deben ser, me he convencido de lo que deben ser un matrimonio y un amor esponsal, los cuales conllevan algunos de estos aspectos:

- Igual dignidad. Esta es una premisa previa a cualquier cosa en el matrimonio y en el noviazgo. Si no existe la conciencia y el convencimiento por parte del novio y de la novia, por parte del marido y de la mujer que ambos son fundamentalmente iguales en dignidad humana, lo cual significa respeto mutuo, aceptación de la otra persona como es, el no considerarse superior al otro bajo ningún concepto… Si no se está dispuesto a vivir así en el noviazgo y en el matrimonio, entonces es mejor no engañar y decirlo claramente antes de la boda. Voy a poner algunos ejemplos, que es como mejor se entiende todo esto: hace un tiempo en un matrimonio en donde el marido trabajaba fuera de casa y traía el sueldo a casa y ella atendía las tareas del hogar, él, que siempre estaba tirando puyas contra su mujer, le dijo esta lindeza y este piropo: ‘¡Anda, cállate tú, que eres una mantenida!’ Otro piropo es cuando uno de los dos tiene un carrera universitaria y el otro no, y el que la tiene le echa en cara al otro que es un analfabeto o un inculto o se ríe de sus expresiones ante los demás. Esto no se puede dar, si existe verdadero amor esponsal entre el marido y la mujer, pues el ganar dinero o el tener títulos universitarios o cualquier otra cosa no hace que uno esté por encima del otro. En un matrimonio ambos cónyuges son iguales. La boda se celebra en una radical igualdad entre los esposos.

- Complementariedad, no clones. ¿Qué quiere decir esto? El hecho de que los esposos sean iguales en dignidad no quiere decir que sean fotocopias el uno del otro, o que sean clones, o que tengan que pensar y sentir exactamente lo mismo. NO. Los esposos son iguales en dignidad, pero dentro de la legítima diversidad de caracteres, la diversidad de formas de ver la vida, la diversidad de ideas, la diversidad de experiencias. Pues la riqueza del matrimonio consiste, en tantas ocasiones, en la unión de dos personas tan distintas, pero que son complementarias entre sí. Pues uno tiene unos valores y virtudes… y otro otros, y así, cada uno siendo como es, forma con el otro un todo mucho más perfecto que cada uno por su lado.

- Exclusividad y fidelidad. Estás características significan que en un matrimonio sólo él ama de ese modo (esponsal) a ella, y ella a él. No puede haber terceras personas en ese mismo tipo de amor y entre esas dos personas. Cuando está bien asentando el amor esponsal, surge inmediatamente la confianza; una confianza que es mutua. Atenta contra la fidelidad y contra la exclusividad del matrimonio, no sólo la traición y los ‘cuernos’, sino también la desconfianza y los celos. ¡Cuánto sufrimiento hay por estas dos cosas en tantas parejas!

Indisolubilidad. Los esposos se deciden a amarse y unirse entre sí para siempre (‘hasta que la muerte los separe’), independientemente de los avatares de la vida: ya sea en el trabajo, en la enfermedad, en las alegrías, en las pruebas. Recuerdo que hace un tiempo una señora me invitó a ver la casa que estaba construyendo su hijo, al cual después yo asistí en su celebración del matrimonio. Al ver la casa estaba allí trabajando un albañil y la mujer me presentó como el cura que iba a casar al hijo y el albañil me dijo. ‘¡Qué sea por unos cuantos años!’ ¿Cuánto tiempo va a durar el matrimonio de Alejandro y de María? No lo saben ellos, ni nosotros. Sólo Dios lo sabe. Lo que ellos pueden decir hoy es que se quieren hoy, y mañana otra vez y así. Hay que decirlo cada día.

Ayuda mutua, en donde él está para ella y ella para él, en donde hay diálogo mutuo y constante, en donde las decisiones importantes se toman de modo compartido. Voy a contaros un hecho real para aclarar esto: Caso de Laurentino y ‘yo no hago feliz a éste, a ésta’. En el matrimonio se ha de olvidar uno de sí mismo para que sólo el otro esté en el centro. Así no hay matrimonio que falle. Claro que tiene que ser mutuo, pues en caso contrario uno se convierte en una especie de esclavo del otro. El amor hacia los hijos puede funcionar en una dirección (de los padres a los hijos), pero para que funcione el amor matrimonial tiene que ser en las dos direcciones.

Sexualidad (genitalidad); es importante esto en el matrimonio. Es como el termómetro de una vida conyugal. Con frecuencia de solteros se hace frecuentemente y de casados se distancia dicha frecuencia. Siempre digo que tan pecado es hacerlo antes de la boda como no hacerlo después. Normalmente se denomina a esto “hacer el amor”. Yo distingo entre “joder” (con prostitutas, desconocidos/as), “hacer el acto sexual” (entre novios y casados que buscan más su placer físico, el cual predomina sobre el cariño y el afecto), y “hacer el amor” (donde el detalle, el cariño, se manifiesta en todos los momentos y detalles, y el coito es el culmen de ese amor esponsal).

- Hijos. Los hijos forman parte del amor esponsal, pues son la consecuencia lógica, salvo problemas particulares y graves. Este tema de la descendencia tiene una doble vertiente: la generación de la prole y la educación de los hijos. En cuanto al primer punto, en el amor esponsal, si no es egoísta, surge un fruto que son los hijos. Y, una vez que los hijos están aquí, los esposos deben continuar con su tarea, es decir, su amor esponsal, de uno para el otro, se abre a la paternidad – maternidad, que debe explayarse en la atención, cuidado y educación de la prole.

Para nosotros, que somos hombres de fe, sabemos que el origen, medio y meta de este amor esponsal es Dios. Cuando los esposos basan este amor mutuo en la mera atracción física, en la mutua simpatía y en las aficiones comunes, en el pensar igual…, llega un día que esto se acaba, o llega un día en que este amor por sí solo no basta para alimentar y sostener el matrimonio, o llega un día en que otra persona cumple mejor estas expectativas que la pareja que tengo a mi lado. Por eso, nosotros sabemos que es Dios quien nos enseña cómo amar esponsalmente y quien alimenta continuamente este mutuo cariño. Ante él os casáis y ante él dais la promesa de matrimonio, y así queréis pedir su ayuda.

Dios ayude a Alejandro y a María, ya todas los matrimonios a vivir este amor esponsal.

viernes, 8 de octubre de 2010

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (C)

10-10-2010 DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (C)

2 Re. 5, 14-17; Slm. 97; 2 Tim. 2, 8-13; Lc. 17, 11-19



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

1) Existe un texto del evangelio de San Juan que dice así: “En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -No perdáis la calma; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio” (Jn 14, 1-2). Si en la casa de Dios Padre hay muchas estancias, eso significa que cada estancia tiene una puerta, por lo menos, y, como hay muchas estancias, también hay muchas puertas. Y, si existen muchas puertas, es que igualmente existen muchas maneras de entrar en la casa de Dios.

A medida que transcurre nuestra vida, pasamos ante distintas puertas de la casa de Dios. Conozco a personas que han entrado por una puerta a la casa de Dios a una edad muy temprana; otros también, pero luego se salieron y retornaron muchos años más tarde. Unos entraron en unas circunstancias y otros en otras. Unos entraron por una puerta y otros por otra, pero todos, de un modo u otro, en un momento u otro, han entrado en la casa de Dios y están en una de sus muchas estancias.

No perdamos esto que acabo de decir de vista, pues luego tendremos que volver sobre ello a fin de averiguar si cada uno de nosotros ha entrado ya en la casa de Dios o está entrando, y por qué puerta ha entrado o está entrando.

2) Una de las puertas para entrar en la casa de Dios es la de la enfermedad y la del sufrimiento. En la primera lectura de hoy y en el evangelio se nos presentan los casos de los leprosos. Ya alguna vez he hablado aquí de esta terrible enfermedad y lo que suponía en tiempos de Jesús contraer la lepra.

* En la primera lectura se nos habla de Naamán, un general sirio enfermo de lepra. Había oído decir que en Israel existía un profeta que curaba en el nombre de Dios todo tipo de enfermedades. Para allá fue Naamán con una carta de recomendación de su rey para el rey de Israel. Naamán fue cargado de oro y de riquezas para pagar el “trabajo” del profeta. Eliseo, el profeta, le dijo desde la puerta de su casa, sin verlo ni recibirlo ni hacer los honores a un general del reino más poderoso de aquella zona y de aquella época, que se fuera a lavar a un río de allá cerca. Naamán se enfadó muchísimo y se quiso marchar para su país por donde había venido. Pero sus sirvientes le convencieron para que obedeciese al profeta. Finalmente cedió “y se bañó siete veces en el (río) Jordán […] y su carne quedó limpia de lepra, como la de un niño”. En aquel momento Naamán regresó a casa de Eliseo y le dijo: “Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel […] En adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor”.

Para Naamán la puerta de entrada a una de las estancias a la casa de Dios fue su lepra, su enfermedad. Seguramente Dios le había invitado muchas veces, a lo largo de su vida, a entrar en su casa, pero la soberbia que tenía Naamán en su corazón le impidió reconocer la puerta de la casa de Dios y la llamada de éste, y atravesar dicha entrada. Cuando estuvo enfermo de lepra, Naamán seguía lleno de soberbia; hasta que no se desprendió de esa soberbia no pudo reconocer esa puerta de Dios y entrar a través de ella. Naamán tuvo que ser purificado por Dios y por la enfermedad de su soberbia y de sus seguridades para poder entrar en la casa de Dios.

* En el evangelio se nos narra el caso de diez leprosos. Cada uno de estos tendría su historia personal. Nada de esto nos es dicho por el evangelio. Seguramente tendrían su profesión, su familia, sus amistades…, pero todo esto quedó en nada al aparecer la lepra en sus cuerpos. En cada uno de ellos hubo un proceso de deterioro físico y psicológico. Seguro que hubo momentos de maldecir y blasfemar contra Dios, hasta que los diez ya agotados y derrotados, hundidos bajo su miseria y bajo su enfermedad, que les acercaba a la muerte de día en día y con gran rapidez, clamaron a Dios a través de su Hijo: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”.

Con esta súplica y con la consiguiente curación de Jesús, los diez entraron un poco en la casa de Dios, pero nueve se quedaron en la estancia más cercana a la salida. Se conformaron con una curación física y… hasta la próxima vez. Mas hubo uno que quiso entrar más profundamente en la casa de Dios, en otra estancia; quiso atravesar otra puerta. Por eso, éste regresó a dar gracias y se echaba a los pies de Jesús con humildad. Por eso, Jesús certifica que está curado de la lepra, pero que su fe, su ansia de un Dios más pleno y verdadero le ha salvado. Y este hombre entró en otra estancia de la casa de Dios.

3) Y ahora sí; ahora es momento de ver nuestra propia historia personal y recordar las veces que Dios nos ha salido al encuentro, nos ha invitado a entrar en su casa. Hemos de examinarnos si hemos entrado, cuándo hemos entrado y cómo hemos entrado. O si todavía estamos, más o menos, cercanos a la puerta y con ganas o no de entrar.

Hemos de darnos cuenta que todos nosotros evolucionamos. La vida y las circunstancias nos hacen cambiar: + Un libro que ahora no lo soportamos, más adelante nos parece de lo mejor. + Una persona que nos parece aburrida o indiferente, al cabo de unos años la encontramos de lo más interesante y pasa a ser uno de nuestros mejores amigos. + Unas palabras que hace años nos resbalaron, hoy nos hacen un gran bien o nos hacen cambiar nuestra vida. + Una religión y un Dios enemigo o que no nos decían nada, hoy son el centro de nuestra vida y lo que nos hace vivir. (Todo esto que os digo no son meras suposiciones, sino realidades que yo he ido encontrando a lo largo de mi vida, en mi mismo o en otras personas).

Dios sabe todo esto y sabe que necesitamos un tiempo para madurar, para crecer, para ver las cosas al modo de Dios. El otro día me decía una persona que hace unos años estaba resentida contra sus padres, contra la vida por el daño que le habían hecho. Hoy, sin embargo, gracias a la acción de Dios en su espíritu está en paz con sus padres, con tantas personas que se han cruzado en su camino y sabe que todo eso era necesario para su crecimiento espiritual y para su acercamiento a Dios.

* ¿Qué hubiera sido de Naamán si no hubiera tenido la lepra, si no le hubieran hablado de un profeta israelita que curaba las enfermedades, si no hubiera hecho caso a sus sirvientes y obedecido al profeta, si no hubiera entrado en la humildad? Pues que seguramente no hubiera entrado por la puerta a la casa de Dios, a una de sus estancias.

* ¿Qué hubiera sido de los diez leprosos si la enfermedad no les hubiera transformado hasta suplicar la curación del único que podía dársela: Jesús?

* ¿Qué sería de nosotros si Dios no nos hubiera ido transformando (y lo que nos queda) hasta reconocerlo y querer entrar a su casa por la puerta que ponía a nuestro lado?