1-11-2012 TODOS LOS SANTOS (B)
Queridos
hermanos:
En el día de hoy y en
el de mañana nos acordamos, ante el Señor, de nuestros difuntos, de todos los
difuntos. Siempre el tema de la muerte
ha preocupado a los hombres, pero también el tema de qué hay después de la
muerte: ¿Volveremos a ver a nuestros seres queridos? ¿Todo se acaba en una
cama, en un coche accidentado o en una mesa de operaciones…? Vamos a analizar
algunas posturas muy extendidas hoy en nuestra sociedad y después diremos algo
sobre lo que nos dice Jesucristo sobre estos temas.
- Hay personas que niegan, de palabra o de obra[1], que exista algo después de esta vida
terrena. Todo se acaba aquí. Su filosofía es ésta: 1) Hay que disfrutar y
vivir lo mejor que se pueda y retrasar lo más posible el morir. Estas personas
se aferran a esta vida de un modo obsesivo. (Hace años un médico argentino creyente, que veía morir a estas personas,
me contaba que muchos gritaban: ‘no quiero morir, no quiero morir’. Sin
embargo, también me decía que todos los pacientes creyentes, de cualquier
religión, morían más en paz). 2) Asimismo, estas personas, que niegan la
existencia de vida después de esta vida, prefieren morir de repente, sin dolor,
aunque no les dé tiempo a prepararse y confesarse de sus pecados. Prefieren
morir con pecados a morir con dolores. 3) Aunque parezca contradictorio, estas
personas aceptan el suicidio: ‘No hay esperanza de solucionar este problema;
esta vida no merece la pena; de la otra no espero nada, pues me quito de en
medio’. 4) Estas personas aceptan la eutanasia: si alguien vive con dolores
crónicos, anciano y con mala calidad de vida, hay que procurarles la muerte con
medios farmacéuticos o facilitársela, si la piden.
- Se está extendiendo
también entre otras personas la creencia en la reencarnación. Esta creencia
viene del oriente, de la India
principalmente. Hay personas que dicen recordar cosas de otros tiempos y
lugares. Dice así esta creencia (lo explico de un modo muy sencillo): En general,
reencarnación es la creencia según la cual el alma, después de la muerte, se
separa del cuerpo y toma otro cuerpo para continuar otra vida mortal. Según
esta creencia, las almas pasan por ciclos de muertes y nuevas encarnaciones. Un
ser humano, por ejemplo, podría volver a
vivir en la tierra naciendo como un nuevo personaje. Los grandes pecadores pueden reencarnarse en un animal
o una planta.
Según
esta doctrina, en un estado de pureza hay muchos espíritus. Cuando uno de estos
espíritus se contamina por el pecado, se adhiere a él lo material y ya no puede
permanecer en ese estado de pureza. El espíritu pecador necesita, pues,
purificarse y, por sus maldades, se le castiga a vivir en un cuerpo material
(en una planta, en un animal o en una persona). Si su vida terrena fue buena,
por ejemplo, como planta, entonces pasa de un estadio a otro superior, y si fue
mala retrocede. Si, finalmente, lleva una vida buena como persona, al morir
como tal, ya se libera y pasa al Nirvana (una especie de cielo, en el que se da
una unión del alma con la divinidad). Un caso tragicómico sucedió hace años en
Gijón, cuando a un sacerdote le dijo una familia, que acababa de perder a la
abuela, que estaban muy contentos porque una mujer que echaba las cartas les
había dicho que estuvieran tranquilos, pues la abuela estaba de cacatúa en
Madagascar.
- Recientemente ha saltado a los medios de comunicación
social una opinión de la periodista Mariló Montero en la que afirmó que ella no
querría recibir un órgano donado y trasplantado a su cuerpo del asesino de la
niña de 13 años en la provincia de Albacete. El argumento de Mariló fue éste: “¿Alguien querría recibir el pulmón, el
hígado, el corazón, de otro que ha quitado vidas? ¿Pasa algo por llevar el
órgano dentro de ti de alguien que ha matado a otros? […] No, yo no querría
esos órganos. No está científicamente comprobado, nunca se sabe, si ese alma
está trasplantada también en ese órgano”. Mariló cree en la existencia del
alma; cree que el alma pervive tras la muerte del hombre que la llevaba dentro
de sí. Pero, ¿dónde reside el alma?: ¿En el pelo, en las uñas, en el hígado, en
el corazón, en el cerebro, en el bazo, en la sangre[2]…? Algunos aceptan, como vemos,
que sigue viviendo nuestra alma mientras nuestro cuerpo se pudre aquí, y es el
alma quien va al cielo o al infierno. Pero ésta no es la postura cristiana.
- Ahora vamos con la postura cristiana: la
resurrección. Como dice S. Agustín: "En ningún punto la fe
cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne"
(Slm. 88, 2, 5). Todos estamos llamados a resucitar, santos y pecadores. No
sabemos el cómo de la resurrección, pero sí sabemos que al final de los tiempos
resucitará al mismo tiempo nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Aunque
propiamente no podemos decir que resucitará nuestro cuerpo, ni siquiera nuestra
alma o nuestro espíritu. Es el hombre
quien resucita, y el hombre es cuerpo y espíritu. Quien pervive es el hombre,
el cual ha sido creado por Dios con sus tres componentes: corporales, mentales-psicológicos
y espirituales, y la resurrección
alcanza a todo el hombre, a todas y cada una de sus parcelas.
Después de la resurrección el hombre ya no
tendrá un cuerpo sujeto a transformaciones, al frío, al calor, al hambre, a la
enfermedad, a la muerte, sino que será un cuerpo espiritual, como dice S. Pablo
(1 Co 15). Y esto, ¿por qué lo sabemos?, pues porque también Cristo ha resucitado
en toda su humanidad, en cuerpo y alma. Cuando fueron los discípulos a buscar a
Jesús en el sepulcro en aquel domingo, no encontraron su cuerpo. Y cuando se
les apareció, lo hizo, no como un fantasma que no se pudiera tocar, sino como
alguien de carne y hueso, que incluso comía, pero su cuerpo ya era espiritual.
¿Qué pasaría si los muertos no resucitasen? Pues tampoco Cristo habría
resucitado, nuestra fe sería un embuste, nosotros seguiríamos con nuestros
pecados sin esperanza de perdón, y todos los que han muerto se han perdido para
siempre.
Por lo tanto, la fe cristiana nos dice que: 1) Nosotros estamos llamados a vivir una sola
vez y no varias (como piensa la creencia en la reencarnación o el
pensamiento de Mariló Montero). 2) Después
de nuestra muerte, hay vida. No nos acabamos para siempre en una cama de
hospital o de casa o en una carretera. Nuestro destino y nuestro fin no es
pudrirnos en un nicho o quemarnos en un horno crematorio. 3) La pervivencia tras la muerte acontece con
la resurrección: resucita el hombre entero, en cuerpo, en mente y en espíritu.
Por todo esto, los cristianos tenemos la esperanza de volver a encontrarnos con
todas aquellas personas queridas que nos han ido precediendo: padres, tíos,
hermanos, hijos, amigos..., pero sobre todo nos encontraremos con Dios. Él
mismo viene por nosotros y nos recibe con los brazos abiertos. Ésta es nuestra fe
y así lo confesamos en el credo: “Creo en
Jesucristo […] que […] al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los
cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso […] Creo en […]
la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén”.
[1] Digo ‘de palabra o de obra’, porque en diversas
ocasiones nos encontramos con ateos o agnósticos convencidos que niegan la
pervivencia tras la muerte, pero también nos encontramos con gente que se dice
creyente, mas lleva una vida como si Dios y su evangelio no existieran y no
admiten la existencia de vida después de la muerte. A estos últimos se les denomina
‘ateos prácticos’.
[2] Los Testigos de Jehová no aceptan la transfusión de
sangre, ni siquiera en peligro de muerte, porque sostienen que el alma está en
la sangre y una persona transfundida tiene, al menos, dos almas: la suya y la
de quién le ha donado la sangre.