martes, 30 de octubre de 2012

Todos los Santos y todos los difuntos



1-11-2012                               TODOS LOS SANTOS (B)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            En el día de hoy y en el de mañana nos acordamos, ante el Señor, de nuestros difuntos, de todos los difuntos. Siempre el tema de la muerte ha preocupado a los hombres, pero también el tema de qué hay después de la muerte: ¿Volveremos a ver a nuestros seres queridos? ¿Todo se acaba en una cama, en un coche accidentado o en una mesa de operaciones…? Vamos a analizar algunas posturas muy extendidas hoy en nuestra sociedad y después diremos algo sobre lo que nos dice Jesucristo sobre estos temas.
            - Hay personas que niegan, de palabra o de obra[1], que exista algo después de esta vida terrena. Todo se acaba aquí. Su filosofía es ésta: 1) Hay que disfrutar y vivir lo mejor que se pueda y retrasar lo más posible el morir. Estas personas se aferran a esta vida de un modo obsesivo. (Hace años un médico argentino creyente, que veía morir a estas personas, me contaba que muchos gritaban: ‘no quiero morir, no quiero morir’. Sin embargo, también me decía que todos los pacientes creyentes, de cualquier religión, morían más en paz). 2) Asimismo, estas personas, que niegan la existencia de vida después de esta vida, prefieren morir de repente, sin dolor, aunque no les dé tiempo a prepararse y confesarse de sus pecados. Prefieren morir con pecados a morir con dolores. 3) Aunque parezca contradictorio, estas personas aceptan el suicidio: ‘No hay esperanza de solucionar este problema; esta vida no merece la pena; de la otra no espero nada, pues me quito de en medio’. 4) Estas personas aceptan la eutanasia: si alguien vive con dolores crónicos, anciano y con mala calidad de vida, hay que procurarles la muerte con medios farmacéuticos o facilitársela, si la piden.
            - Se está extendiendo también entre otras personas la creencia en la reencarnación. Esta creencia viene del oriente, de la India principalmente. Hay personas que dicen recordar cosas de otros tiempos y lugares. Dice así esta creencia (lo explico de un modo muy sencillo): En general, reencarnación es la creencia según la cual el alma, después de la muerte, se separa del cuerpo y toma otro cuerpo para continuar otra vida mortal. Según esta creencia, las almas pasan por ciclos de muertes y nuevas encarnaciones. Un ser  humano, por ejemplo, podría volver a vivir en la tierra naciendo como un nuevo personaje. Los grandes pecadores pueden reencarnarse en un animal o una planta.
Según esta doctrina, en un estado de pureza hay muchos espíritus. Cuando uno de estos espíritus se contamina por el pecado, se adhiere a él lo material y ya no puede permanecer en ese estado de pureza. El espíritu pecador necesita, pues, purificarse y, por sus maldades, se le castiga a vivir en un cuerpo material (en una planta, en un animal o en una persona). Si su vida terrena fue buena, por ejemplo, como planta, entonces pasa de un estadio a otro superior, y si fue mala retro­cede. Si, finalmente, lleva una vida buena como persona, al morir como tal, ya se libera y pasa al Nirvana (una especie de cielo, en el que se da una unión del alma con la divinidad). Un caso tragicómico sucedió hace años en Gijón, cuando a un sacerdote le dijo una familia, que acababa de perder a la abuela, que estaban muy contentos porque una mujer que echaba las cartas les había dicho que estuvieran tranquilos, pues la abuela estaba de cacatúa en Madagascar.
            - Recientemente ha saltado a los medios de comunicación social una opinión de la periodista Mariló Montero en la que afirmó que ella no querría recibir un órgano donado y trasplantado a su cuerpo del asesino de la niña de 13 años en la provincia de Albacete. El argumento de Mariló fue éste: “¿Alguien querría recibir el pulmón, el hígado, el corazón, de otro que ha quitado vidas? ¿Pasa algo por llevar el órgano dentro de ti de alguien que ha matado a otros? […] No, yo no querría esos órganos. No está científicamente comprobado, nunca se sabe, si ese alma está trasplantada también en ese órgano”. Mariló cree en la existencia del alma; cree que el alma pervive tras la muerte del hombre que la llevaba dentro de sí. Pero, ¿dónde reside el alma?: ¿En el pelo, en las uñas, en el hígado, en el corazón, en el cerebro, en el bazo, en la sangre[2]…? Algunos aceptan, como vemos, que sigue viviendo nuestra alma mientras nuestro cuerpo se pudre aquí, y es el alma quien va al cielo o al infierno. Pero ésta no es la postura cristiana.
            - Ahora vamos con la postura cristiana: la resurrección. Como dice S. Agustín: "En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción que en la resurrección de la carne" (Slm. 88, 2, 5). Todos estamos llamados a resucitar, santos y pecadores. No sabemos el cómo de la resurrección, pero sí sabemos que al final de los tiempos resucitará al mismo tiempo nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Aunque propiamente no podemos decir que resucitará nuestro cuerpo, ni siquiera nuestra alma o nuestro espíritu. Es el hombre quien resucita, y el hombre es cuerpo y espíritu. Quien pervive es el hombre, el cual ha sido creado por Dios con sus tres componentes: corporales, mentales-psicológicos y espirituales, y la resurrección alcanza a todo el hombre, a todas y cada una de sus parcelas.
Después de la resurrección el hombre ya no tendrá un cuerpo sujeto a transformacio­nes, al frío, al calor, al hambre, a la enfermedad, a la muerte, sino que será un cuerpo espiritual, como dice S. Pablo (1 Co 15). Y esto, ¿por qué lo sabemos?, pues porque también Cristo ha resuci­tado en toda su humanidad, en cuerpo y alma. Cuando fueron los discípulos a buscar a Jesús en el sepulcro en aquel domingo, no encontraron su cuerpo. Y cuando se les apareció, lo hizo, no como un fantasma que no se pudiera tocar, sino como alguien de carne y hueso, que incluso comía, pero su cuerpo ya era espiritual. ¿Qué pasaría si los muertos no resucitasen? Pues tampoco Cristo habría resucitado, nuestra fe sería un embuste, nosotros seguiríamos con nuestros pecados sin esperanza de perdón, y todos los que han muerto se han perdido para siempre.
            Por lo tanto, la fe cristiana nos dice que: 1) Nosotros estamos llamados a vivir una sola vez y no varias (como piensa la creencia en la reencarnación o el pensamiento de Mariló Montero). 2) Después de nuestra muerte, hay vida. No nos acabamos para siempre en una cama de hospital o de casa o en una carretera. Nuestro destino y nuestro fin no es pudrirnos en un nicho o quemarnos en un horno crematorio. 3) La pervivencia tras la muerte acontece con la resurrección: resucita el hombre entero, en cuerpo, en mente y en espíritu. Por todo esto, los cristianos tenemos la esperanza de volver a encontrarnos con todas aquellas personas queridas que nos han ido precediendo: padres, tíos, hermanos, hijos, amigos..., pero sobre todo nos encontraremos con Dios. Él mismo viene por nosotros y nos recibe con los brazos abiertos. Ésta es nuestra fe y así lo confesamos en el credo: “Creo en Jesucristo […] que […] al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, todopoderoso […] Creo en […] la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén”.

[1] Digo ‘de palabra o de obra’, porque en diversas ocasiones nos encontramos con ateos o agnósticos convencidos que niegan la pervivencia tras la muerte, pero también nos encontramos con gente que se dice creyente, mas lleva una vida como si Dios y su evangelio no existieran y no admiten la existencia de vida después de la muerte. A estos últimos se les denomina ‘ateos prácticos’.
[2] Los Testigos de Jehová no aceptan la transfusión de sangre, ni siquiera en peligro de muerte, porque sostienen que el alma está en la sangre y una persona transfundida tiene, al menos, dos almas: la suya y la de quién le ha donado la sangre.

jueves, 25 de octubre de 2012

Domingo XXX del Tiempo Ordinario (B)



28-10-2012                 DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            En la homilía de hoy quisiera hablaros sobre el precioso salmo que acabamos de escuchar: el salmo 125.
            A) En primer lugar hemos de situar históricamente la composición de este salmo: Nabucodonosor había arrasado Jerusalén y se había llevado cautivos a Babilonia a casi todos los judíos. En esta ciudad habían sufrido mucho los desterrados y se acordaban constantemente de su país ansiando regresar. Lo ansiaban, como la mujer que os contaba el otro día suspira por la vuelta del marido, que la ha dejado "tirada" en la casa; lo ansiaban, como el enfermo que busca la salud perdida; lo ansiaban, como los emigrantes en países extraños que desean volver a sus hogares... Pero pasaban los años, algunos iban muriéndose y tenían que ser enterrados en tierra extranjera y la vuelta "a casa" cada vez estaba más lejos. Mas, de repente, un día el nuevo rey persa les permite volver a Jerusalén. Rápidamente los judíos empaquetan sus cosas, cogen a su familia y retornan a Israel. Y es en esta situación cuando el pueblo de Israel experimentó una parte de este salmo 125: "Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares. Hasta los gentiles decían: «El Señor ha estado grande con ellos». El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres".
            Sí, los judíos cantaban y reían porque regresaban a sus casas, a sus ciudades y a su tierra. Sí, los judíos cantaban y reían, y las gentes que los veían pasar, al conocer su historia, se alegraban por ellos y reconocían que el Dios de los judíos les estaba ayudando muchísimo. Sí, los judíos decían y cantaban: "El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres".
            Sin embargo, no todo fue alegría: 1) Al llegar a su tierra, a sus pueblos y ciudades, a su tierra... toda sus antiguas pertenencias estaban ocupadas por otras personas: algunos eran judíos, que Nabucodonosor no había llevado desterrados, y otros eran gentes extranjeras traídas por ese rey y que habian ocupado aquellas casas y aquellas tierras. Fuera como fuera, ni unos ni otros estaban dispuestos a devolver a aquellos que llegaban lo que les había pertenecido hacía ya unos 80 años. NO. Sólo unos pocos de los recién llegados recuperaron sus pertenencias. Los demás tuvieron que adaptarse a la nueva situación: malvivir, construir nuevas casas, que eran peores que las que les habían "robado" aquellos advenedizos, y luchar para salir adelante.
            2) Por otra parte, los recién llegados se encontraron con el hecho de que los extranjeros y los judíos que ocupaban sus tierras, sus casas y sus ciudades creían en otros dioses o seguían creyendo en Dios (Yahvé), pero a su modo. Esto también les hacía sufrir bastante.
            3) Y muchos de los que volvieron empezaron a quejarse interior y exteriormente de su situación y a echar la culpa a Dios (Yahvé); empezaron a pensar que quizás no había sido tan buena idea el regresar a Israel, que quizás hubiera sido mejor quedarse en Babilonia, como sí habían hecho unos pocos de los judíos desterrados. Ahora aquéllos estarían mejor y ellos se encontraban allí pasando penalidades sin fin.
            Y es entonces cuando uno de los judíos que había regresado de Babilonia, habiendo sido inspirado por Dios, compone este bello salmo. Este salmista les recuerda cómo se alegraron, cómo cantaron, cómo se rieron al saber que volvían a Israel y cómo estuvieron así durante todo el viaje de vuelta. El salmista les quiere dar, de parte de Yahvé, ESPERANZA. Ahora lloran, pero reirán: "Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas". Sí, ahora lloran porque no tienen nada. ¿Nada? Tienen las semillas de fe y de Dios; tienen las semillas de trigo y de uvas y de aceitunas...; tienen las semillas de sus habilidades como trabajadores... ¡Tienen tantas semillas en sus manos! El salmista les dice de parte de Yahvé que las siembren y entonces, y sólo entonces, es semillas darán frutos. Y en ese momento podrán cantar: "Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas". Y así sucedió con el tiempo.
            B) Ahora vamos a aplicar este salmo 125 a todos nosotros. Cada uno de nosotros conoce su propia situación de dolores y de preocupaciones: en tantas ocasiones nos sentimos como desterrados y no aceptamos nuestra historia personal (familia, trabajo, carácter, vivienda, enfermedad, la edad que tenemos...); en tantas ocasiones sentimos cómo hemos sido tratados injustamente o nos han robado lo que es nuestro (la herencia, un puesto de trabajo mejor, la fama...); en tantas ocasiones pensamos y/o experimentamos que Dios no nos ha tratado bien; en tantas ocasiones nos podemos sentir reflejados en estos judíos a los que antes aludí. Tengamos ESPERANZA. Todo cambiará. Tenemos nuestras lágrimas y semillas de Dios en nuestras manos: "Al ir, iba llorando, llevando la semilla..." En un primer momento pensamos que estamos viviendo una auténtica desgracia, pero, vivida desde la experiencia de Dios y una vez superada, nos damos cuenta que el fruto, la ganancia, la madurez y la fe conseguidas superan con mucho a todo el mal que hemos pasado. Y entonces reconocemos que ha sido Dios quien nos ha acompañado en todo momento y, por eso, seguimos cantando: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”.

jueves, 18 de octubre de 2012

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario (B)



21-10-2012                             DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            El lema de este año para el Domund es el siguiente: Misioneros de la fe y el cartel del Domund es éste: 


            Vamos a profundizar un poco en este cartel y en su significado. Yo os digo mis conclusiones, pero cada uno debe sacar las suyas:
1) El centro del cartel es la cruz de Jesucristo: Esa cruz en la que Él sufrió y entregó su vida. Así, la segunda lectura dice de Jesús: “No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado”. Y de esta cruz y de esta entrega surge la salvación de los hombres y también nace la fe de los creyentes. Pero fijaros que esta cruz no está pintada de negro (el sufrimiento sin sentido) o de rojo (sangre dolorosa), sino que es una cruz blanca (la blancura de la resurrección). Para resucitar hay que morir primero, sí; pero la muerte no es un fin en sí misma, sino el paso previo a la VIDA.
2) Hay unas manos pintadas de azul y verde: azul del mar, verde de la tierra. Es la Tierra; la nuestra; en la que vivimos; la que Dios nos ha entregado a los hombres. Esos hombres que habitamos esa Tierra estamos llamados a acercarnos a esa cruz blanca, a Jesús, mediante la fe.
3) Esas manos son de los misioneros. Ellos llevan a los hombres ante Jesús y ante su cruz blanca, gloriosa, salvadora y, a la vez, ante una cruz de dolor y sufrimiento. Dejadme deciros algunas cosas de los misioneros. Hablaré hoy sólo de los misioneros españoles: - Hay unos 14.000 misioneros. – Un 54% son mujeres. - Entre ellos hay unos 750 laicos, unos están solteros y otros casados, y éstos tienen allí a sus familias (mujeres, maridos e hijos). - El 3% de los misioneros tienen entre 20 y 40 años. – El 43% tienen entre 40 y 70 años. – El 54% tienen entre 70 y 90 años. Como vemos por estas cifras, no es que se acabe la misión de la Iglesia española para llevar la fe a otras partes del mundo, sino más bien –creo yo– que se está acabando un ciclo y un modo de hacer las cosas. Es cierto también que hay otros españoles, mucho más jóvenes, que están en África, en Latinoamérica, en Asia… como cooperantes de ONGs, pero éstos buscan un bienestar material para las gentes; se trata de un trabajo solidario. Los misioneros, sin embargo, buscan sobre todo llevar allá la fe de Jesucristo y con ello el bienestar material y cultural.
Conozco varios misioneros. Ellos no son unos “supermanes”. Son gente corriente, que se sienten impulsados por Jesús a llevar la fe en Él por todo el mundo. Viven sus dificultades y miedos. Os leo a continuación un trozo de una carta de una misionera española que estaba en África, en un país de habla portuguesa, y que ha sido trasladada a otro lugar de África, pero de habla inglesa. Me dice así: “Querido P. Andrés ¡Paz y Bien en el Señor! ¿Cómo estás? He sabido que te han trasladado a la Cuenca Minera. Yo estoy regular, con el inglés tan limitado que tengo, no puedo hacer todo lo que quisiera, pero eso es también una experiencia de pobreza. Cuando no se está donde una quisiera y como quisiera entonces tengo la certeza de que estoy haciendo lo que Jesús me pide. Pensaba hace unos días cuando estaba en la capilla, que yo, por mi voluntad, me iría a donde estaba antes, pero luego me acordé de Sus palabras en Getsemaní y Le dije que se haga Su voluntad y no la mía. Yo siempre decía que una persona religiosa da la medida de su entrega cuando las cosas van mal, porque cuando es fácil lo hace cualquiera ¿no? Bueno, pues ahora me ha tocado demostrarlo y con la ayuda de Jesús quiero hacer lo que Él  mismo me pide, aunque me cueste mucho. Pide mucho por mí, Andrés, que lo necesito; ya te iré contando cómo sigo”.
- El lema del Domund (Misioneros de la fe) se inspiró en una iniciativa del Papa: el 11 de octubre comenzaba en Roma el Año de la Fe. Este domingo pasado, 14 de octubre, se abría en la Catedral de Oviedo este Año de la Fe en nuestra Archidiócesis. El Papa ha escrito la carta apostólica “la Puerta de la Fe” explicando este Año santo. La fe, toda fe de cualquier creyente ha de tener estos cuatro momentos: Un fe que le debe ser anunciada; una fe que necesita nutrirse; una fe que debe ser celebrada y orada, tanto a nivel personal como comunitariamente; y una fe que debe ser testimoniada.
Vamos a coger algunas ideas del Papa Benedicto XVI[1], que nos ayuden a profundizar en el lema del Domund:
1) La fe se alcanza cuando alguien nos predica y proclama la Palabra de Dios. ¿Cómo va a surgir la fe en estas parroquias de la UPAP de La Peña si nadie anuncia la Palabra de Dios? Puede que mucha gente por aquí no quiera escucharla, pero seguro que nadie la escuchará si nadie se la predica.
2) La fe se alcanza cuando el corazón de los que escuchamos la Palabra se deja tocar por la gracia de Dios que nos transforma.
3) Quien atraviesa la puerta de la fe comienza un camino que dura toda la vida. El inicio de este camino está en el bautismo y el final es el paso de la muerte a la vida eterna. La fe no la podemos vivir solamente en el día de nuestro bautismo, en nuestra 1ª Comunión, en nuestra boda, en nuestro entierro, en algunos entierros o bodas de amigos y conocidos, en una visita al santuario de Covadonga. La fe ha de ser vivida en cada instante de nuestra vida: en casa y en el trabajo, en la parroquia y en la calle, en lo bueno y en lo malo, en las certezas y en las dudas[2].
¡Que Dios proteja a nuestros misioneros y nos conceda a todos vivir ese gran regalo de Dios, que es nuestra fe!

[1] Se cruza ese umbral (el de la puerta de la fe) cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna” (Porta fidei, 1).
[2] Hay una frase preciosa del Papa en el documento Porta fidei sobre esta realidad: “Cuántos creyentes son probados también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar su voz consoladora” (Porta fidei, 15).

jueves, 11 de octubre de 2012

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (B)



14-10-2012               DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (B)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            La situación que nos presenta Marcos en este evangelio es la siguiente: Jesús va subiendo hacia Jerusalén con sus discípulos. Sabe que se va acer­cando el final de su vida y que eso supone para Él sufrimiento, cruz y muerte; pero Él sigue adelante, porque ésa es la voluntad de su Padre Dios y porque así logrará el perdón de los pecados de los hombres y la resurrección.
            En este contexto tiene lugar el episodio del encuentro de Jesús con el joven rico. Jesús se encontró a lo largo de su vida con muchos hombres y mujeres, pero sólo algunos de estos diálogos fueron recogidos en los evangelios: tenemos los casos de Nicodemo, de la samaritana, de María Magdalena, del centurión… y del joven rico. Vamos a adentrarnos en este pasaje del evangelio, que es de una riqueza extraordinaria.
            - Un hombre joven había oído hablar de Jesús, le habían dicho que Jesús era muy bueno y que enseñaba la verdad. Este hombre era un judío fervoro­so, cumplidor de la Ley de Moisés, pero quiere saber si puede hacer algo más. Por eso, se acerca a Jesús, se arrodilla ante él y le pregunta: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dice que guarde los mandamien­tos. Él replica que desde joven los ha guardado. Jesús se da cuenta que a aquel hombre no le basta con decirle ‘no hagas esto’, ‘no hagas lo otro’; Jesús se da cuenta de que este hombre busca algo más. Entonces Jesús le miró fijamente, le tomó cariño; toda su misericordia divina se volcó sobre él. Le miró como un padre mira a su primer hijo recién nacido, como un enamorado a una enamorada, pero todo esto elevado al infinito, ya que no era un hombre el que miraba: era Dios mismo el que miraba amando. Entonces Jesús le invita, no ‘a que no haga’, sino ‘a que haga’: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme. Jesús le invita a dejarlo todo, a dárselo a los pobres y seguirle. De este modo será libre y Cristo podrá mostrarle un mundo nuevo, que nunca hubiera imaginado.
            Pero el hombre, al oír estas palabras, sintió un mazazo en su interior. Algo muy hondo se desgarró en él; no podía hacer lo que Jesús decía, porque era un hombre muy rico. Y este hombre, este joven se marchó muy triste: 1) triste, porque no se atrevió a hacer lo que Jesús le pedía; 2) triste, porque, durante toda su vida había pensado que él amaba a Dios sobre todas las cosas, y ahora Jesús le había hecho caer en la cuenta de que él, el que cumplía todos los mandamientos desde pequeño, resulta que amaba a su riqueza sobre todo y sobre todos, incluso sobre Dios. Sí, este joven cumplía los mandamientos de no hacer lo malo, pero no cumplía el Shemá, que es el mandamiento principal para un judío y para cualquier cristiano: “Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt. 6, 4-5).
El joven se marchó muy triste, pero Jesús también estaba triste mientas le veía alejarse. Jesús tiene un momento de desconcierto. Nos lo indica el evangelio al decir: “Jesús, mirando alrededor, les dijo a sus discípulos…” (Mc. 10,23).
- Sobre esta escena existe un cuadro o un mural que a mí me gusta mucho. La pintura es de Heinrich Hoffmann, pintor alemán (1824-1911). Fue pintada en 1889 y está en la Riverside Church de Nueva York. (A los que recibís la homilía por correo o miráis el blog, os acompaño una copia de esta imagen):
En el cuadro que representa la escena entre Jesús y el joven rico se ve a éste con atributos de rico: un manto de buena calidad con ribetes dorados, un gorro con una joya, una cinta dorada a la cintura, el cabello cuidado… Se ve a Jesús que lo mira con inmenso amor y misericordia. Se ven a los pobres de los tiempos de Jesús representados así: 1) un anciano, que está tullido, que parece ciego y sin una pensión de jubilación (entonces no las había); 2) se ve a una viuda que no tiene quien la sostenga y mira al joven rico como esperando su sostenimiento de él y anhela su respuesta positiva; 3) se ve que ahí es donde viven: con un poco de paja sobre sus cabezas y por donde se cuela la lluvia y por los lados el viento frío del día y de la noche. También se ve a Jesús mostrándole a los pobres con las dos manos y diciéndole: “una cosa te falta: da tu dinero a los pobres y luego ven y sígueme”. Se ve al joven rico con el brazo izquierdo sobre su cadera con gesto descuidado, como diciendo: ‘y a mí qué’. Se ve sus dos manos para atrás, mientras que las de Jesús están en dirección a los pobres: Jesús invitando hacia ellos y él con las manos atrás como rechazando. Pero lo que más me llama la atención y me duele es el rostro del joven rico: un rostro bello y cuidado, pero un rostro duro. No le conmueven las palabras de Jesús, ni la visión de las necesidades de otros hombres. Me llama la atención que no mire para Jesús, pues eso indica que no ve ni a Jesús, ni a los pobres, ni a nadie que no sea a sí mismo.
Sacad vosotros más conclusiones de este cuadro. Me pregunto: ¿qué habrá sido del joven rico con el tiempo?, ¿qué habrá sido de él después de su muerte?, ¿quién ES el joven rico hoy para Dios?
            - Jesús nos está mirando con cariño hoy mismo a todos y a cada uno de nosotros. Nos mira con amor y quiere nuestra felicidad y nos invita a seguirle, a dejar todo por seguir sus pasos. Este evan­gelio no es un ejemplo, no es una parábola, ni una comparación. Debemos tomarlo tal como lo leemos.          Jesús nos dice que no podemos conformarnos con cumplir los mandamientos, con ser buenas personas; para eso no hacía falta que Él viniese a la tierra. Él quiere más de nosotros.
            Nosotros los cristianos podemos tomar el evangelio de dos formas, según lo que Dios nos pida a cada uno. 1) Para unos, la llamada de Jesús se tomará literalmente: dejarlo todo para seguirle (ejemplo de S. Francisco y compañero à biblia[1]; Francisco cambia su ropa  con la de otro más pobre. Teresa de Calcuta à abandonó el colegio en Calcuta para irse a las chabolas). Cada uno de nosotros hemos de preguntarnos si Dios nos llama a esto. Preguntárselo en la oración, sinceramente. 2) Para otros, los más, la llamada de Jesús significará permanecer con la posesión de las cosas materiales para mantener una familia y el progreso de la sociedad, pero esa posesión no es la de un propietario, sino la de un administrador: Los bienes son de Dios (lo de Job: “Dios me lo dio, Dios me lo quitó”) y nosotros los hemos de administrar según su voluntad, es decir, al servicio de los demás. La riqueza, en sí misma, no es ni buena ni mala, pero hay que saber utilizarla, y Dios nos enseña a hacerlo.
            Hoy también, como al joven rico, Jesús nos dice a nosotros: Una cosa te falta… Escuchemos de labios de Jesús qué nos falta y sigamos su voz y sus indicaciones.



[1] Messer Bernardo llamó a San Francisco y le dijo: -- Hermano Francisco: he decidido en mi corazón dejar el mundo y seguirte en la forma que tú me mandes.
San Francisco, al oírle, se alegró en el espíritu y le habló así: -- Messer Bernardo, lo que me acabáis de decir es algo tan grande y tan serio, que es necesario pedir para ello el consejo de nuestro Señor Jesucristo, rogándole tenga a bien mostrarnos su voluntad y enseñarnos cómo lo podemos llevar a efecto. Vamos, pues, los dos al obispado; allí hay un buen sacerdote, a quien pediremos diga la misa, y después permaneceremos en oración hasta la hora de tercia, rogando a Dios que, al abrir tres veces el misal, nos haga ver el camino que a Él le agrada que sigamos.
Respondió messer Bernardo que lo haría de buen grado. Así, pues, se pusieron en camino y fueron al obispado. Oída la misa y habiendo estado en oración hasta la hora de tercia, el sacerdote, a ruegos de San Francisco, tomó el misal y, haciendo la señal de la cruz, lo abrió por tres veces en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Al abrirlo la primera vez salieron las palabras que dijo Jesucristo en el Evangelio al joven que le preguntaba sobre el camino de la perfección: ‘Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y luego ven y sígueme’ (Mt 11,21). La segunda vez salió lo que Cristo dijo a los apóstoles cuando los mandó a predicar: ‘No llevéis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni calzado, ni dinero’ (Mt 10,9), queriendo con esto hacerles comprender que debían poner y abandonar en Dios todo cuidado de la vida y no tener otra mira que predicar el santo Evangelio. Al abrir por tercera vez el misal dieron con estas palabras de Cristo: ‘El que quiera venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame’ (Mt 16,24). Entonces dijo San Francisco a messer Bernardo: -- Ahí tienes el consejo que nos da Cristo. Anda, pues, y haz al pie de la letra lo que has escuchado; y bendito sea nuestro Señor Jesucristo, que se ha dignado indicarnos su camino evangélico.
En oyendo esto, fuese messer Bernardo, vendió todos sus bienes, que eran muchos, y con grande alegría distribuyó todo a los pobres, a las viudas, a los huérfanos, a los peregrinos, a los monasterios y a los hospitales” (De las Florecillas de San Francisco).

jueves, 4 de octubre de 2012

Domingo XXVII Tiempo Ordinario (B)



7-10-2012                         XXVII DOMINGO T. ORDINARIO (B)
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Hace un tiempo me reuní con una pareja que deseaba contraer matrimonio y quería que yo asistiese al mismo. Resulta que la chica era creyente y practicante, pero el chico no creía, aunque estaba bautizado. A él le bastaría casarse ‘por lo civil’, pero ella quería hacerlo ‘por la Iglesia’ y él consentía en ello. En esa reunión que tuvimos para preparar la boda cogí el libro del ritual del matrimonio y leímos juntos lo que iban a decir;  yo procuraba explicarles lo que significaba cada frase. Esto siempre lo hago al preparar a las parejas ‘a las que voy a casar’. Pues bien, con aquella pareja, creyente ella y él no, llegamos a un punto del ritual de bodas en donde se lee la siguiente pregunta: “¿Estáis dispuestos a amaros y respetaros mutuamente, siguiendo el modo de vida propio del matrimonio, durante toda la vida?” El chico no creyente, de pronto, me interrogó: “Andrés, ¿qué quiere decir eso de ‘siguiendo el modo de vida propio del matrimonio’?”
            Era y es una buena pregunta. Ante todo se ha de decir que hay muchas clases de amor entre las personas: 1) Amor entre padres e hijos. 2) Amor entre hermanos. 3) Amor entre amigos. 4) Amor entre párroco y feligreses. 5) Amor entre Dios y cada persona. Etc. Pero la pregunta del ritual litúrgico (‘amarse y respetarse siguiendo el modo de vida propio del matrimonio’) se está refiriendo al amor peculiar en la vida matrimonial cristiana, es decir, entre un hombre una mujer. Este amor se denomina amor esponsal. Como sabéis, estoy desde hace unos cuantos años trabajando en el Tribunal eclesiástico del arzobispado de Oviedo y hasta allí llegan únicamente los matrimonios rotos y deshechos. Al confesionario, a la parroquia… llegan principalmente matrimonios con dificultades, pero –repito– al Tribunal los únicos matrimonios que llegan son los rotos. Allí he visto y aprendido lo que no debe ser un matrimonio y lo que no debe ser un amor esponsal y, viendo y percibiendo claramente lo que no deben ser, me he convencido de lo que deben ser un matrimonio y un amor esponsal, los cuales conllevan algunos de estos aspectos:
- Igual dignidad. Ésta es una premisa previa a cualquier cosa en el matrimonio y en el noviazgo. Si no existe la conciencia y el convencimiento por parte del novio y de la novia, y por parte del marido y de la mujer, que ambos son fundamentalmente iguales en dignidad humana, lo cual significa e implica: respeto mutuo, aceptación de la otra persona tal y como es, el no considerarse superior al otro bajo ningún concepto…; si no se está dispuesto a vivir así en el noviazgo y en el matrimonio, entonces es mejor no engañar y decirlo claramente antes de la boda. Voy a poner algunos ejemplos, que es como mejor se entiende todo esto: hace un tiempo en un matrimonio en donde el marido trabajaba fuera de casa y traía el sueldo a casa y ella atendía las tareas del hogar, él, que siempre estaba tirando puyas contra su mujer, le dijo esta lindeza y este piropo: ‘¡Anda, cállate tú, que eres una mantenida!’ Otro ‘piropo’ se da cuando uno de los dos tiene un carrera universitaria y el otro no, y el que la tiene le echa en cara al otro ante los demás que es un analfabeto o un inculto o se ríe de sus expresiones ‘poco cultas’. Esto no se puede dar nunca en una relación matrimonial, si existe verdadero amor esponsal entre el marido y la mujer, pues el ganar dinero o el tener títulos universitarios o cualquier otra cosa no hace que uno esté por encima del otro. En un matrimonio ambos cónyuges son iguales. La boda se celebra en una radical igualdad entre los esposos.
- Complementariedad, no clones. ¿Qué quiere decir esto? El hecho de que los esposos sean iguales en dignidad no quiere decir que sean fotocopias el uno del otro, o que sean clones, o que tengan que pensar y sentir exactamente lo mismo. NO. Los esposos son iguales en dignidad, pero dentro de la legítima diversidad de caracteres, la diversidad de formas de ver la vida, la diversidad de ideas, la diversidad de experiencias. Pues la riqueza del matrimonio consiste, en tantas ocasiones, en la unión de dos personas tan distintas, pero que son complementarias entre sí. Pues uno tiene unos valores y virtudes… y otro otros, y así, cada uno, siendo como es, forma con el otro un todo mucho más perfecto que cada uno por su lado.
- Exclusividad y fidelidad. Estás características significan que en un matrimonio sólo él ama de ese modo (esponsal) a ella, y ella a él. No puede haber terceras personas en ese mismo tipo de amor y entre esas dos personas. Cuando está bien asentando el amor esponsal, surge inmediatamente la confianza; una confianza que es mutua. Atenta contra la fidelidad y contra la exclusividad del matrimonio, no sólo la traición y los ‘cuernos’, sino también la desconfianza y los celos. ¡Cuánto sufrimiento hay por estas dos últimas cosas en tantas parejas!
Indisolubilidad. Los esposos se deciden a amarse y unirse entre sí para siempre (‘hasta que la muerte los separe’), independientemente de los avatares de la vida: ya sea en el trabajo, en la enfermedad, en las alegrías, en las pruebas. Recuerdo que hace un tiempo una señora me invitó a ver la casa que estaba construyendo su hijo, al cual después yo asistí en su celebración del matrimonio. Al ver la casa estaba allí trabajando un albañil y la mujer me presentó como el cura que iba a casar al hijo y el albañil me dijo. ‘¡Qué sea por unos cuantos años!’ ¿Cuánto tiempo va a durar el matrimonio de Fulano y de Mengana? No lo saben ellos, ni nosotros. Sólo Dios lo sabe. Lo que ellos pueden decir el día que contraen matrimonio es que se aman hoy, y mañana otra vez y así siempre. Hay que decirlo y hacerlo cada día.
Ayuda mutua, en donde él está para ella y ella para él, en donde hay diálogo mutuo y constante, en donde las decisiones importantes se toman de modo compartido. Voy a contaros un hecho real para aclarar esto: (Caso de Laurentino y ‘yo no hago feliz a éste, a ésta’). En el matrimonio se ha de olvidar uno de sí mismo para que sólo el otro esté en el centro. Así no hay matrimonio que falle. Claro que tiene que este amor ha de ser mutuo, pues en caso contrario uno se convierte en una especie de esclavo del otro. El amor hacia los hijos puede funcionar en una dirección (de los padres a los hijos), pero, para que funcione el amor matrimonial, tiene que actuar en las dos direcciones.
Sexualidad (genitalidad); es importante esto en el matrimonio. Es como el termómetro de una vida conyugal. A veces sucede que, de solteros, ‘se hace’ frecuentemente y, de casados, se distancia dicha frecuencia. Siempre digo que tan pecado es hacerlo antes de la boda como no hacerlo después. Normalmente se denomina a esto ‘hacer el amor’. Yo distingo entre ‘hacer el acto sexual’ (entre novios y casados que buscan más su placer físico, el cual predomina sobre el cariño y el afecto), y ‘hacer el amor’ (donde el detalle, el cariño se manifiestan en todos los momentos, y el coito es el culmen de ese amor esponsal).
- Hijos. Los hijos forman parte del amor esponsal, pues son la consecuencia lógica, salvo problemas particulares y graves en los cónyuges. Este tema de la descendencia tiene una doble vertiente: la generación de la prole y la educación de los hijos. En cuanto al primer punto, en el amor esponsal, si no es egoísta, surge uno de sus mejores frutos: los hijos. Y, una vez que los hijos están aquí, los esposos deben continuar con su tarea, es decir, su amor esponsal, de uno para el otro, se abre a la paternidad – maternidad, que debe explayarse en la atención, cuidado y educación de la prole.
Para nosotros, que somos hombres de fe, sabemos que el origen, medio y meta de este amor esponsal es Dios. Cuando los esposos basan este amor mutuo en la mera atracción física, en la mutua simpatía y en las aficiones comunes, en el pensar igual…, llega un día que esto se acaba, o llega un día en que este amor por sí solo no basta para alimentar y sostener el matrimonio, o llega un día en que otra persona cumple mejor estas expectativas que quien se tiene al lado. Por eso, nosotros sabemos que es Dios quien nos enseña cómo amar esponsalmente y quien alimenta continuamente este mutuo cariño. Ante él os casáis y ante él dais la promesa de matrimonio, y así queréis pedir su ayuda.
¡¡¡Dios ayude a todos los matrimonios a vivir este amor esponsal!!!