miércoles, 31 de agosto de 2022

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario (C)

4-9-2022                     DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                     Sb. 9, 13-19; Slm. 89; Flm. 9b-10.12-17; Lc. 14, 25-33

Homilía en vídeo.

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            - En la segunda lectura de hoy hemos leído una parte del libro más pequeño de toda la Biblia. Es una carta que san Pablo le escribe a Filemón, un cristiano que era propietario, al menos, de un esclavo: Onésimo. Este se había escapado de la casa de Filemón y había acabado en la cárcel, en la que también estaba san Pablo encerrado. Allí san Pablo predicó la Palabra de Dios a Onésimo y este se convirtió a la fe cristiana. Por la carta sabemos que iban a liberar a Onésimo y san Pablo le pide que regrese a donde está su amo, pues es esclavo suyo y le pertenece. Por manos de Onésimo, san Pablo envía esta carta a Filemón y le dice: que ama a Onésimo como si fuera un hijo; que le está ayudando mucho en la prisión, pero que comprende que es propiedad de Filemón y se lo devuelve; también le dice que quiere que recupere a Onésimo, pero no ya como esclavo, sino como hermano querido en la fe; y, finalmente, le pide que reciba a Onésimo como si fuera a él mismo (a Pablo).

            Ante la lectura de esta carta nos surgen varias preguntas, pues la realidad que indica la carta choca con nuestra mentalidad actual: ¿No es totalmente contrario al evangelio la esclavitud? ¿Puede un cristiano tener esclavos? ¿Cómo es que san Pablo no le pide sin más a Filemón que libere a Onésimo y a todos los esclavos que pueda tener? ¿Por qué san Pablo no lanza una diatriba contra la esclavitud en vez de hacer (como escribió) una carta de corte ‘espiritualista’: “Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano”?

            - Para contestar a estas preguntas hemos de conocer un poco la situación de los esclavos en el imperio romano, al menos, en la época de la primitiva Iglesia (siglo I d. C.). La sociedad romana estaba basada, en cuanto a su producción y trabajo, en la esclavitud. La mayoría de los esclavos en la antigua Roma se adquirían a través de las guerras. Los ejércitos romanos llevaban los prisioneros a Roma como parte de la recompensa de la guerra. Asimismo, los bebés abandonados, es decir, los que el padre de familia se negaba a reconocer, se dejaban en un determinado lugar de Roma para que alguien los adoptara. Esto casi nunca ocurría, sino que los recogían personas que los convertían en esclavos, si eran hombres, y en prostitutas si eran mujeres. Los niños inútiles, deformes o débiles eran eliminados. Cuando una esclava tenía un hijo, era responsabilidad de su amo aceptarlo en la familia. Que lo matara, si no era aceptado, no estaba mal visto.

Dentro del imperio, los esclavos eran vendidos en subasta pública o, a veces en las tiendas, o por venta privada para los esclavos más valiosos. La trata de esclavos fue supervisada por los funcionarios fiscales romanos.            A veces los esclavos estaban expuestos en soportes rotativos, para ser mejor observados y junto a cada esclavo iba colgado para la venta un tipo de placa que describe su origen, la salud, carácter, inteligencia, educación, y otra información pertinente para los compradores. Para poder apreciar mejor sus cualidades y defectos siempre eran expuestos desnudos. Los precios variaban con la edad y la calidad; así los niños esclavos eran más baratos que los adultos, y entre estos últimos los más valiosos alcanzaban precios equivalentes a miles de euros de hoy día.

            La vida como esclavo dependía en gran medida del tipo general de trabajo que se le asignaba, del que había una gran variedad. Estar perfectamente sano y ser robusto era casi una condena: muchos esclavos con estas características acababan trabajando en las minas bajo durísimas condiciones, o en la arena, como gladiadores. A los esclavos agrícolas generalmente les iba mejor, mientras que los esclavos domésticos de las familias ricas de Roma probablemente disfrutaban del más alto nivel de vida de los esclavos romanos. A pesar de que su alojamiento y comida eran de una calidad notoriamente inferior a la de los miembros libres de la familia, puede haber sido comparable a la de muchos romanos libres, pero pobres. Esclavos domésticos se podían encontrar trabajando como peluqueros, mayordomos, cocineros, empleadas domésticas, enfermeros, maestros, secretarios y costureras. Esclavos con más educación e inteligencia podían trabajar en profesiones tales como la contabilidad, la educación y la medicina.

            Los esclavos eran propiedad absoluta de su dueño. Carecían de personalidad jurídica, de bienes, y hasta de familia propia. El esclavo romano no tenía derecho al matrimonio ni al parentesco. No podría ejercer la paternidad, ni la maternidad, ni la propiedad. Los hijos eran vendidos y separados de sus madres. Esclavitud, violencia, explotación sexual y el maltrato estaban íntimamente ligados. Los esclavos estaban siempre expuestos a agresiones sexuales por parte de cualquier hombre libre e incluso por un esclavo de rango superior. La crueldad para con los esclavos era bastante común en la civilización romana, incluso por parte de las esposas que mandaban azotar a sus esclavas en sus ataques de celos. Sin embargo, los esclavos tuvieron derecho, sobre todo con la llegada del cristianismo y el estoicismo, a sepultar a sus seres queridos. Se produjo una especie de atribución de deberes morales al esclavo, se aceptó que los esclavos podían poseer y cumplir ciertas reglas morales, y así, tuvo deberes para con su mujer y sus hijos. Pero siguió viviendo en la miseria, y su vida y libertad siguieron dependiendo del amo.

            - Ante esta situación hemos de volver a plantearnos las preguntas reseñadas más arriba: ¿No es totalmente contrario al evangelio la esclavitud? ¿Puede un cristiano tener esclavos? ¿Cómo es que san Pablo no le pide sin más a Filemón que libere a Onésimo y a todos los esclavos que pueda tener? ¿Por qué san Pablo no lanza una diatriba contra la esclavitud en vez de hacer (como escribió) una carta de corte espiritual: “Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano”?

            Hemos de tener en cuenta que el modo de actuación de Jesús no fue el un político[1] o el de un sindicalista, ni siquiera fue el de un defensor de los derechos humanos o el de un revolucionario con la metralleta en sus manos. Jesús actuó de otro modo y su Iglesia también.

            Hay unas palabras revolucionarias de san Pablo sobre el mensaje de Cristo y en estas palabras se menciona la esclavitud. Llevadas estas palabras hasta sus últimas consecuencias originaron que, con el paso de los años, la esclavitud fuera desapareciendo en el imperio romano. Las palabras revolucionarias las escribió san Pablo en su carta a los Gálatas. Dicen así: “Porque todos vosotros sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, ya que todos vosotros, que fuisteis bautizados en Cristo, habéis sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos vosotros no sois más que uno en Cristo Jesús (Ga. 3, 26-28). Dice un autor que estudió este tema: Desde este principio San Pablo no extrajo ninguna conclusión política. No era su deseo, ni estaba en su poder, realizar la igualdad cristiana por la fuerza o por una revuelta. Tales revoluciones no son resultados de lo repentino. El Cristianismo acepta la sociedad como es, influenciándola para su transformación a través, y solo a través de almas individuales. Lo que demanda en primer lugar de los amos y de los esclavos es, vivir como hermanos, conduciéndose con equidad, sin amenazas, recordando que Dios es el amo de todos[2]. Para la sociedad romana los esclavos no podían tener ninguna religión. Sin embargo, en la Iglesia todos eran iguales y todos podían recibir los sacramentos. Enseguida comenzó a haber esclavos que fueron ordenados sacerdotes. Incluso en el siglo II el Papa Pío había sido esclavo  y en el siglo III también el papa Calixto. Igualmente en los cementerios cristianos no hay diferencia entre las tumbas de los cristianos libres o de los cristianos esclavos. Y podríamos seguir diciendo y escribiendo más cosas. Simplemente añado que, con el tiempo, los cristianos que tenían esclavos en su poder los fueron liberando y que la fe cristiana ayudó a que cambiara mucho la mentalidad y el comportamiento con los esclavos hasta que la esclavitud fue desapareciendo en grandes zonas del imperio romano.

            Termino contando hecho mucho más actual, pero que va en el mismo sentido. Supe de una comunidad cristiana de personas, que tenía muchos rasgos de una secta. Había un jefe de grupo, que ordenaba todo a su criterio y no podía haber ningún tipo de discordancia o pensamiento diverso al suyo. En esta comunidad no dejaban entrar a los sacerdotes. Alguno que había querido entrar y vio la situación, se había opuesto frontalmente a ello y lo que consiguió es que… fuera expulsado inmediatamente. Hasta que un día llegó un sacerdote que no atacó ni al líder, ni los comportamientos ni el modo de vida de aquella comunidad. Este sacerdote se limitó a predicar el evangelio, a meterlos a todos en la oración cercana y frecuente con el Señor en el sagrario y, al cabo de dos años, aquella comunidad había cambiado totalmente. Aquellas personas crecieron, se acercaron más a Dios y a su Iglesia, ya no hicieron una obediencia ciega a su líder y cada uno intentó seguir la voluntad que Dios tenía para ellos.

            En esta misma línea fijaros en el evangelio de hoy. Jesús pone tres condiciones para ser discípulo suyo. Son condiciones muy duras y exigentes: “Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío… El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”. Si uno quiere cumplir estas condiciones para poder ser discípulo de Jesús…, reventará primero. NO. Lo primero es dejarse llenar por Dios y luego uno pondrá por delante a Dios y después ya a sus parientes, a sus sufrimientos y a sus bienes. Pero es Dios quien nos da la fuerza para ello. Y lo mismo pasa con la esclavitud: que los esclavos se llenen de Dios, que los amos se llenen de Dios y después… la esclavitud se acabará por sí misma.


[1] Jesús les dijo: Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios’” (Lc. 20, 25).

[2] http://ec.aciprensa.com/wiki/Esclavitud_y_cristianismo

viernes, 26 de agosto de 2022

Homilías semanales EN AUDIO: semana XXI del tiempo Ordinario

2ª Tesalonicenses 1,1-5.11b-12; Salmo 95; Mateo 23, 13-22

Homilía lunes XXI del Tiempo Ordinario 



2ª Tesalonicenses 2,1-3a.14-17; Salmo 95; Mateo 23, 23-26

Homilía martes XXI del Tiempo Ordinario



Apocalipsis 21,9b-14; Salmo 144; Juan 1, 45-51

Homilía san Bartolomé (A)

Homilía san Bartolomé (B)



1ª Corintios 1, 1-9; Salmo 144; Mateo 24, 42-51

Homilía san Luis, Rey



1ª Corintios 1, 17-25; Salmo 32; Mateo 25, 1-13

Homilía viernes XXI del Tiempo Ordinario

Domingo XXII del Tiempo Ordinario (C)

28-8-2022                   DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO (C)

                             Eclo. 3, 17-18.20.28-29; Slm. 67; Hb. 12, 18-19.22-24a; Lc. 14,1.7-14

Homilía de vídeo

Homilía en audio

Queridos hermanos:

Terminamos hoy con las homilías sobre las obras de misericordia:

5.6.- Consolar al triste

            - Hay un texto precioso del profeta Isaías, que a mí me lo descubrió un P. dominico (Julio Figar) ya en 1987. Él lo empleaba mucho y se sentía llamado por Dios a llevarlo a cabo en su vida y de modo constante. Dice así el texto: Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Habladle al corazón” (Is. 40, 1-2).

            Jesús es la imagen perfecta del que consuela. Así es reconocido al inicio de su vida: Él es el “consuelo de Israel” (Lc. 2, 25); Él proclama “bienaventurados a los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt. 5, 5); Él da coraje a los abrumados por sus pecados (como al paralítico [Mt. 9, 2[1]]) o por sus enfermedades (como a la mujer que padecía hemorragias [Mt. 9, 22[2]]); Él ofrece alivio a todos los que están cansados y agobiados (Mt. 11, 28-30[3]).

            - Pero, ¿qué significa consolar? Consolar no significa quitar los problemas o solucionar los problemas de los demás. Consolar significa sobre todo dar sentido a lo que vivimos y a lo que experimentamos y dar esperanza.

¿Qué significa dar sentido a los ‘tristes’? Resumiendo mucho, dar sentido a la vida y a los acontecimientos de los ‘tristes’ significa aportarles un ‘por qué y un para qué’ de ello. Es decir, por qué han llegado a esa situación, qué pueden hacer con ella, si pueden cambiarla o modificarla, cómo pueden asumirla, cómo pueden aceptar lo que no pueden cambiar…

Entiendo que es importante, a la hora de dar sentido a la vida y a los acontecimientos que están pasando-viviendo-experimentando-sufriendo los ‘tristes’, ponerles como un espejo ante su propia realidad sin maquillársela, ni escondérsela, ni disimulársela: ‘Tú estás en esta situación por estas actuaciones, palabras, u omisiones tuyas previas’. Por ejemplo, ¿por qué ha fracasado tu matrimonio? No solamente hay que echar la culpa al otro, hay que descubrir la parte de culpa que uno tiene, y asumirlo. Lo mismo se puede decir con los ejemplos de no tener amistades, de tener deudas, de malas relaciones familiares… Sí, dar sentido a los ‘tristes’ es ayudarles a mirar de frente su vida, sus errores, sus fallos, porque, quien no ve su vida como es en realidad, vive en la mentira y en el autoengaño, y nunca podrá salir de ahí.

Una vez que se ha ayudado a los ‘tristes’ a ver su vida es cuando se puede dar el paso siguiente. ‘Tú eres éste, tú estás aquí. ¿Puedes salir de ahí? ¡Vamos a intentarlo!’ A partir de aquí, consolar a los ‘tristes’ es ayudar a estas personas a ir reconstruyendo sus vidas; no simplemente lo que les rodea, sino a ellos mismos primeramente. Si ellos no están reconstruidos interiormente, lo que quieran conseguir en lo que les rodea estará  destinado al fracaso nuevamente. Por ejemplo, si uno fracasó en una relación sentimental y rompe con su novio/a-pareja, esposo/a…, pero no cambia, cuando empiece otra relación, si no cambió lo que estaba mal en él, volverá a repetir los mismos errores y fracasará de nuevo. Por eso, consolar a los ‘tristes’ conlleva el ayudarles a que puedan cambiar, madurar, mejorar, transformar su personalidad en algo mejor.

¿Qué significa dar esperanza a los ‘tristes’? La ESPERANZA nos empuja a actuar, nos ayuda a tomar decisiones y nos mantiene motivados y en marcha. Las personas con más ESPERANZA sienten menos estrés ante los obstáculos, se ven más capaces de superarlos y se plantean más metas y objetivos por alcanzar. Esto hace que sus vidas se enriquezcan y sean más completas. La falta de ESPERANZA empobrece la vida de las personas, porque intentan realizar menos cosas y tienen menos experiencias, llevando vidas más vacías.

La ESPERANZA está formada por varios componentes: 1) Las metas. Si no tienes ESPERANZA creerás que no vale la pena intentar nada y no te plantearás ninguna meta, de modo que ni siquiera lo intentarás. 2) Las rutas. En segundo lugar, las personas idean los modos de alcanzar dichas metas. Es decir, las “rutas” que les conducirán hacia sus objetivos. Las personas con niveles altos de ESPERANZA no solo son más capaces de idear dichas rutas, sino que también son más capaces de idear rutas alternativas cuando las iniciales fracasan. En cambio, la falta de ESPERANZA hace que seas menos capaz de pensar modos de alcanzar tus metas y aumenta la probabilidad de que abandones al menor obstáculo. La ESPERANZA nos ayuda a perseverar ante los obstáculos. 3) Confianza en la propia capacidad y en la ayuda de Dios.

            5.7.- Rezar a Dios por los vivos y por los difuntos

- Esta obra de misericordia pone de relieve la ‘comunión de los santos’ en la Iglesia, tanto de los que peregrinan aún en la tierra, como de los que ya han fallecido. En efecto, los discípulos de Jesús, “unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; otros, finalmente, gozan de la gloria, contemplando ‘claramente a Dios mismo, Uno y Trino, tal como es’; mas todos, en forma y grado diverso, vivimos unidos en una misma caridad para con Dios y para con el prójimo y cantamos idéntico himno de gloria a nuestro Dios. Pues todos los que son de Cristo por poseer su Espíritu, constituyen una misma Iglesia y mutuamente se unen en Él. La unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales” (L.G. 49). En esta comunión de la Iglesia, es decir, de todos los discípulos de Cristo acontece lo que san Pablo nos decía en su primera carta a los corintios: ¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él. ¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría (1 Co. 12, 26).

- Y es en este contexto en donde surge la oración por los vivos y por los difuntos, lo cual implica poner a los hermanos bajo la mirada amorosa y providente de Dios. Con esto no se quiere decir que Dios tiene que hacer necesariamente lo que nosotros pedimos. No. La oración del cristiano tiene la perspectiva que Jesús nos enseñó en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mt. 6, 10), o también “Abba –Padre– todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya (Mc. 14, 36). Sí, el cristiano que ora no quiere ‘teledirigir’ a Dios. El cristiano confía y acepta la voluntad de Dios, ya que “en esto consiste la confianza que tenemos en Él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha” (1 Jn. 5, 14).

- Por otro lado, la biblia nos habla igualmente de la oración por los difuntos basándose en la fe en la resurrección, ya que “si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos” (2 Mac. 12, 44).


[1] “Jesús dijo al paralítico: ‘Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados’”.

[2] “Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: ‘Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado’”.

[3]  “Venid a mí todos los que estáis afligidos y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontraréis alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.

jueves, 18 de agosto de 2022

Homilía Domingo XXI del Tiempo Ordinario (C)

21-8-2022                   DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO (C)

                                                  Is. 66, 18-21; Slm. 116; Hb. 12, 5-7.11-13; Lc. 13,22-30

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Seguimos con las homilías sobre las obras de misericordia:

            5.4.- Perdonar al que nos ofende

            - Cuando en el Antiguo Testamento apareció el precepto del “si sucede una desgracia, tendrás que dar vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, contusión por contusión” (Ex. 21, 23-25), supuso un gran adelanto. Pues antes, lo que existía era la venganza incontrolada, la fuerza bruta sobre la persona más débil, la pura arbitrariedad. Esta norma fue la primera regulación sobre la ofensa recibida. Pero se quedó muy corta en comparación con el mensaje de Jesús en el Sermón de la Montaña: “Vosotros habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’ […] Vosotros habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo’ y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rogad por vuestros perseguidores; así seréis hijos del Padre que está en el cielo, porque Él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si vosotros amáis solamente a quienes os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacéis lo mismo los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?” (Mt. 5, 38.43-47).

            No se puede negar que el amor a los enemigos desde un punto de vista humano es seguramente la prescripción más exigente de Jesús, siendo considerado desde antiguo como el signo distintivo de la vida y conducta cristianas. “Quien no ama a quien lo odia no es cristiano” (Segunda carta de Clemente, 13s). De aquí se sigue, como dice santo Tomás de Aquino, que el perdón de los enemigos pertenece a la perfección de la caridad. Además, así cumplimos con el precepto del Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt. 6, 12).

Jesús nos dio ejemplo de esto en su vida: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc. 23, 34).

- Hace un tiempo leí un libro que os recomiendo. Se titula: “El arte de bendecir” y lo escribió un suizo, Pierre Pradervand. Está publicado en la editorial Sal Terrae. ¿Cómo empezó Pierre a escribir este libro de “El arte de bendecir”? Pues resulta que un día en su trabajo fue despedido. Oigamos la narración de Pierre: “Durante las semanas y meses que siguieron, empecé a experimentar un rencor violento, y aparentemente imposible de desarraigar, contra las personas que me había puesto en aquella situación imposible. Al despertarme por la mañana, mi primer pensamiento era para aquellas gentes. Mientras me duchaba, al comer, al andar por la calle, al dormirme por la noche, me atenazaba aquel pensamiento obsesivo. El resentimiento me roía las entrañas y me envenenaba. Sabía que me estaba haciendo daño a mí mismo, y a pesar de mis oraciones, aquella obsesión me chupaba la sangre como una sanguijuela. Pero un día, una frase de Jesús se me clavó en el ser: ‘Bendecid a los que os persiguen’ (Mt. 5, 44). De repente, todo se me hizo claro. Así, comencé a bendecir a los que me había hecho daño: los bendije en su salud, en su alegría, en su abundancia, en su trabajo, en sus relaciones familiares y en su paz, en sus negocios, etc. La bendición consiste en querer todo el bien posible para una persona o personas, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y quererlo desde el fondo del corazón con total sinceridad. Esta bendición transforma, cura, eleva, regenera, centra espiritualmente, y desembaraza nuestro ser de pensamientos negativos, condenatorios o críticos. Al comienzo bendecía sólo con mi voluntad, pero con una sincera intención espiritual. Poco a poco las bendiciones se desplazaron de la voluntad al corazón. Bendecía a las personas a lo largo de todo el día: mientras me limpiaba los dientes, mientras hacía footing, cuando iba a correos o al supermercado, mientras lavaba los platos o me iba durmiendo. Los bendecía uno a uno, en silencio, mencionando su nombre. Seguí esta disciplina y a los tres o cuatro meses me encontré bendiciendo a las personas por la calle, en el autobús, en las aglomeraciones. Bendecir se fue convirtiendo en uno de los mayores gozos de mi vida. No he recibido ningún ramo de rosas de mi antiguo empresario ni la más mínima expresión de afecto ni la menor excusa por su parte. Pero he recibido rosas de la vida, a manos llenas”. Con este ejemplo aprendemos: El odio hiere sobre todo al que lo genera. En tantas ocasiones, la persona odiada, o no se entera, o no le da importancia… Pero el que odia siente cómo si una alimaña le fuera destrozando por dentro y no le deja en paz ni de día ni de noche. El que odia se vuelve un amargado, un murmurador constante, pues siempre tiene algo que hablar en contra de los demás. El que odia se aísla a sí mismo y genera más ira a su alrededor y en los que están a su lado. Por el contrario, el que perdona revive y siente como si una losa muy pesada es arrojada fuera de él.

Después de ‘colgar’ la homilía en el blog, pusieron el siguiente comentario-testimonio: “No siempre resulta fácil perdonar, aunque quieras. Querer perdonar y no poder es terrible; te destroza por dentro. Recuerdo una ocasión en la que, por más que lo intentaba, era incapaz de perdonar a una persona, ni siquiera pidiendo ayuda a Dios. Después de mucho rogar y suplicar, se me ocurrió que quizá, en vez de pedir a Dios que me diera perdón para esa persona, tenía que pedirle que me diera humildad para mí, porque quería perdonar, pero también quería tener la razón. En cuanto humillé mi amor propio, y dejó de importarme quién era el culpable y quién tenía la razón, llegó el perdón”.

            5.5.- Sufrir con paciencia los defectos del prójimo

            - La tradición sapiencial del Antiguo Testamento subraya con fuerza que, ante hermanos que irritan al sabio, “más vale ser paciente que valiente, dominarse que conquistar ciudades” (Prov. 16, 32). Job es el paradigma del hombre paciente: “desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1, 21). En la misma línea y mucho más allá se manifiesta Jesús, quien, lejos de ser implacable con los pecadores, es tolerante, ya que “vuestro Padre celestial hace salir su sol sobre buenos y manos” (Mt. 5, 45). ¿De dónde procede esta paciencia? Pues san Pablo nos dice que procede del amor: “el amor es paciente […] y todo lo soporta” (1 Co. 13, 4.7). Así, quien ama soporta pacientemente al que es fastidioso, antipático, aburrido, lento…[1] Asimismo, esta realidad debe propiciar la reflexión sobre uno mismo para descubrir en nosotros aquello que también es molesto e insoportable para nosotros mismos, y que puede serlo también para otros, ya que Dios mismo en Cristo nos ha soportado pacientemente amándonos de forma incondicional: “sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a  otros como Dios os perdonó en Cristo” (Ef. 4, 32).

            - Sin embargo, se ha de tener en cuenta que las obras de misericordia no se deben tomar de modo aislado, sino que se han de interrelacionar siempre entre sí. En efecto, esta obra de caridad está totalmente conectada con todas las anteriores (enseñar al que no sabe, dar consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar al que nos ofende, consolar al triste), es decir, esta obra de caridad (sufrir con paciencia los defectos del prójimo) nunca ha de ser tomada como algo pasivo o como una sinónimo de la resignación. El sufrir el carácter o los hechos de los otros, es y debe de ser un primer paso para actuar enseguida con las otras obras de misericordia. Porque lo amamos, llevamos con paciencia su forma de ser y de actuar, pero, también porque lo amamos, queremos ayudarle a salga de ese pozo y de ese círculo vicioso que lo destruye y que destruye toda relación personal que comienza. Como actuaría una madre o Dios mismo, así tendremos nosotros que actuar.

            En definitiva, para practicar esta obra de misericordia hemos de tener en cuenta los siguientes criterios: 1) Mirarse en el “espejo” para ver y ser consciente de los propios defectos y no sólo de los defectos del otro. También los otros tienen que soportar nuestras deficiencias de carácter y de personalidad. 2) Ver las virtudes del otro. No todo en el otro es malo; tiene cosas buenas. 3) Al ver sus cosas buenas, puede empezar a tomar cariño y amar a ese otro, lo que cual me hace mucho más llevadero el soportar sus defectos. 4) Finalmente, ese verme yo también con defectos, ese reconocer las virtudes del otro, ese amarle un poco más, trae consigo el que yo tenga más paciencia para practicar esta obra de misericordia.


[1] Esto está en línea con el amor al enemigo, de lo que se habló más arriba.