miércoles, 30 de septiembre de 2020

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (A)

4-10-20                       DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 5, 1-7; Slm. 79; Flp. 4, 6-9;Mt. 21, 33-43

Homilía en vídeo.

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            - Con mucha frecuencia en la Biblia se ha usado la imagen de la viña para referirse al pueblo de Dios.

            En la primera lectura, la del profeta Isaías, se nos quiere fijar la atención sobre la misma viña. “Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones. Sí, con esta lectura se nos ponen delante las cosas buenas que Dios, el viñador, hizo por su viña y cómo esta le respondió tan mal.

            En el evangelio, Jesús nos habla, no tanto de la viña, sino de los labradores que la atienden. Dios, el amo de la viña, tenía una propiedad hermosa. Esta viña fue arrendada por un precio justo a unos labradores, pero estos no quisieron pagar el precio convenido. Los labradores sacaron buen fruto con la vendimia, pero no quisieron dar la parte que correspondía al dueño legítimo y maltrataron a los criados que vinieron a cobrar el alquiler, mataron al hijo del dueño y, por si fuera poco esto, además quisieron quedarse con la propiedad de la viña. Es decir, estos labradores fueron unos estafadores, unos violentos, unos sinvergüenzas, unos asesinos y unos ladrones.

            Con estas dos lecturas lo que se quiere decir fundamentalmente es que Dios cuida a todos los hombres mucho y bien. Sí, nosotros, los hombres, somos la viña de la primera lectura; nosotros, los hombres, somos los labradores del evangelio. Nos lo decía la canción, que hemos cantado al inicio de la Misa, enumerando las bondades de Dios: “1) Por los caminos sedientos de luz, levantándose antes que el sol, 2) hacia los campos que lejos están, muy temprano se va el viñador. 3) No se detiene en su caminar, 4) no le asusta la sed ni el calor, 5) hay una viña que quiere cuidar, una viña que es todo su amor. 6) Dios es tu amigo, el viñador, 7) el que te cuida de sol a sol. 8) El te protege con un valladar, levantado en tu derredor, 9) quita del alma las piedras del mal y 10) ha elegido la cepa mejor. 11) Limpia los surcos con todo su afán y 12) los riega con sangre y sudor, dime si puede hacer algo más por su viña el viñador”. Y ¿cuál es la respuesta que encuentra el amo de la viña, Dios, por parte de la misma viña? Pues también nos lo dice la misma canción:Solo racimos de amargo sabor ha encontrado en tu corazón. En la misma línea está el evangelio: el amo de una buena viña la arrienda por un justo precio y solo recibe un terrible daño por parte de los labradores.

            - Todo esto es lo que se puede sacar fácilmente de la lectura de ambos escritos. Vamos ahora a traer el mensaje de la Palabra de Dios a nuestras vidas y a nuestros días.

            * Al pensar en esta imagen de la viña se me ha venido a la mente la tarea titánica que tantos padres realizan con sus hijos. Hace un tiempo me tocaron de cerca una serie de situaciones graves:

1) Una mujer tiene cinco hijos; una de las mayores ni quiere estudiar ni hacer nada por encontrar trabajo; vegeta en casa, crea mal ambiente y da mal ejemplo a los más pequeños, que dicen: ‘¿Por qué a Fulanita se le permite venir a la hora que quiere y a nosotros no? ¿Por qué tenemos que estar siempre estudiando y en clases particulares, y Fulanita puede hacer lo que le da la gana?’ Además, otra hija más pequeña de esta misma mujer, y que siempre se mostró muy responsable con los estudios, con las cosas de la casa y muy obediente a su madre, en esta semana desapareció sin decir nada y se escondió en casa de una conocida durante más de 24 horas. Los padres reaccionaron con nervios, temores, denuncias a la policía… Al final, la encontraron, pero la chica se niega a decir el por qué de su comportamiento. ¡Otro nuevo frente se le acaba de abrir a esta madre!

2) Un chico que dejó de estudiar sin razones para ello y ahora vive de la mentira. Miente a todos, y esto crea una gran desconfianza en la familia hacia él y entre otros miembros, porque algunos son más permisivos con el chico y otros quieren más mano dura con él.

            Sí, tantos desvelos en las familias, por parte de los padres hacia sus hijos y estos, en ocasiones, responden con malos frutos.

            * Igualmente pienso en todo lo que Dios ha hecho y hace por nosotros: nos da la vida, nos da cualidades, capacidades, oportunidades; nos da una familia y un buen ambiente; nos da la fe, la Iglesia, los sacramentos, su Palabra y tantas ocasiones de crecer y de madurar; nos da su Persona, su cercanía y su amor…, y ¡nosotros respondemos de un modo tan mediocre!

            Sí, Dios nos creó con un cuerpo tan maravilloso. Pienso en los ojos que tenemos. Si queremos grabar en una máquina de vídeo cualquier parte de la costa de Tapia de Casariego, o la vista de las montañas mientras ascendemos por ellas en los montes de Somiedo ahora en otoño…, eso se queda en una ridiculez con lo que los ojos que Dios nos dio son capaces de ver y de descubrir. Y si alguien me dice que hay máquinas que son capaces de ver más lejos (telescopios) o las cosas más pequeñas (microscopios) que el ojo humano, le diré que el ‘creador’ de esas máquinas es ese maravilloso hombre y su cerebro y sus manos, y todo eso lo ha CREADO el maravilloso Dios.

            Sí, Dios es tan maravilloso que nos amó, y por eso nos creó, que nos ama y por eso nos cuida de noche y de día, y que nos amará por toda la eternidad independientemente de lo buenos, de lo malos o de lo mediocres que seamos en nuestras vidas y en nuestro comportamiento. Pienso que todos nosotros tenemos unas historias personales de experiencias del amor y del cuidado que Dios ha tenido y tiene con nosotros y con nuestros familiares y amigos.

            Ante a todo esto, hoy Jesús nos pide frutos de amor, frutos de fidelidad, frutos de honradez, frutos de fe…

jueves, 24 de septiembre de 2020

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (A)

 27-9-20                       DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (A)

Ez. 18, 25-28; Slm. 24; Flp. 2,1-11; Mt. 21, 28-32

Homilía en vídeo

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            Si leemos las lecturas y el evangelio de hoy, podemos sacar la conclusión rápida que se nos proponen unas normas de comportamiento a los cristianos, pero esto no es así.

AFIRMO CON TOTAL ROTUNDIDAD Y CONVENCIMIENTO: Cualquier persona que viva en Dios y para Dios, este mismo Dios reproducirá en esta persona los rasgos mencionados en las lecturas de hoy, y los demás podremos reconocer en esta persona que Dios habita en ella. O sea, no se trata de que tengamos que luchar por vivir estas normas para llegar a Dios. NO. Es más bien que, al estar Dios en nosotros, estos comportamientos serán connaturales en nosotros. Nunca me cansaré de repetir esta idea: no somos nosotros quienes hacemos (o debemos) hacer el bien, sino que es el mismo Dios quien hace el bien en nosotros. Esto está en línea con lo dicho por Jesús en el episodio del joven rico: “Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: ‘Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?’  Jesús le dijo: ‘¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es bueno’ (Mc. 10, 17-18).

            Después de esta introducción, vamos a comenzar con la homilía. Voy a repetir algunas de las frases de la segunda lectura que acabamos de escuchar y que la Iglesia desea que hoy reflexionemos sobre ellas[1]. Lo haremos desde esta perspectiva que acabo de indicar más arriba:

- “Dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás”. Parto de una experiencia (que me marcó mucho) de mis tiempos como párroco en Taramundi. En Turía, la aldea más perdida y elevada del concejo, había una señora mayor que tenía una hija, de unos 30 años, con el síndrome de Down. Querría que hubierais visto qué fe tan grande había inculcado aquella madre en su hija y cómo esta, cuando venía a confesarse, la devoción con que lo hacía y el amor tan grande que tenía a la Virgen María. Además, esta señora se ocupaba de su marido, mayor y enfermo, y de un hijo soltero y que creo que se daba algo a la bebida. Yo miraba el rostro de esta señora y estaba transido de paz y de serenidad. Recuerdo que, al empezar la Misa, yo decía: “el Señor esté con vosotros”, y ella, en vez de responder: “y con tu espíritu”, respondía: “y con SU espíritu”, pues le parecía que era una falta de respeto tratar al cura (de 25 años) de tú. Esta señora no tenía que hacer esfuerzos por vivir la humildad o por considerar superiores a los demás. Era algo connatural a ella, pues vivía en la paz de Dios y con la paz de Dios. Es decir, Dios habitaba en ella y ella le había abierto totalmente su corazón, su alma, su familia, su vida. Esta mujer no se quejaba, no protestaba y vivía la vida que le había tocado vivir con una paciencia y una humildad que solo Él podía darle, y que a mí me emocionaba y me movía a mayor devoción. Su rostro, sus reacciones, su vida eran para mí una predicación continua. Esta mujer no había estudiado teología, no sabía por los libros nada de todo lo que yo había aprendido en el Seminario, pero vivía de modo natural la humildad de corazón y la santidad de vida.

- “No obréis por envidia ni por ostentación”. La persona poseída por Dios no se entristece por lo bien que le va a los demás, ni se alegra por lo mal que le va los demás. Esta persona siente en lo más profundo de su ser que Dios ama a esas personas con un amor grande y Dios hace que ame también a esas personas. Así, el mal que viene a los otros, le viene a ella; y lo mismo pasa con el bien. A la persona que es tentada con la envidia (causa mucho sufrimiento esta tentación) le suelo poner de penitencia, al venir a confesarse, que ore dando gracias a Dios por todos y cada uno de los bienes que le acontecen a la persona envidiada, y asimismo que suplique a Dios por la persona envidiada a causa de todos y cada uno de los males que le vengan a esta persona.

Por otra parte, la ostentación y la presunción huyen de los poseídos por Dios. Dios, que es sencillo, contagia dicha sencillez en los que habita: El tener no vale nada, el poseer no vale nada, el saber no vale nada, el poder no vale nada… En las personas habitadas por Dios se cumple aquella máxima de los santos: “Si tienes a Dios, ¿qué te falta? Si te falta Dios, ¿qué tienes?”

- “No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás”. La persona poseída por Dios es vaciada de su egoísmo, y solo piensa en los otros, porque ha aprendido de Dios que, no mira para sí mismo, sino para sus hijos, los hombres. Jesús, el Hijo de Dios, siendo rico, se hizo pobre por nosotros; siendo inmortal, se hizo mortal por nosotros; siendo Dios, se hizo hombre por nosotros… Así, cuando experimentas que Dios no mira para sí, sino para ti, entonces aprendes de un modo misterioso, pero real que ese es el camino en la relación con los demás. Ya no importas tú, sino que importa el otro. Y eso se logra porque Dios mismo te llena de su amor y ese amor divino hace que el egoísmo desaparezca de ti o disminuya mucho. De este modo, de un modo natural (alguien podría decir mágico), pero real te das cuenta que te importa más el interés y la necesidad del otro más que los tuyos. Te conviertes ‘en una madre’ para el otro o para los otros. Una madre se olvida de sí misma para darse a los hijos. Supongo que ya conocéis aquella historia en que un niño de unos 6 años fue al colegio por primera vez. Al cabo de unos días le preguntó a su madre que por qué era ella tan fea. Así lo decían los otros niños, y el hijo efectivamente se dio cuenta que su madre era fea al compararla con las madres de los otros compañeros. Nunca se había fijado en ello antes, pero viendo la diferencia con las otras madres y oyendo los comentarios de sus compañeros, cayó en la cuenta de esta diferencia. A esta pregunta la madre respondió que, siendo él muy pequeño, se incendió la habitación donde dormía. Todo estaba lleno de fuego y entonces ella entró y lo cogió contra su pecho para que no se quemara y lo protegió con sus brazos y con su rostro. Por eso, ella tenía la cara quemada y los brazos quemados, y por eso era tan fea. Entonces el niño le echó los brazos al cuello y le dijo: ‘¡Mamá, para mí eres la más guapa del mundo!’

Del mismo modo, cuando Dios nos da ese amor como de madre hacia los demás, no tenemos ningún reparo en ser feos, en quemar nuestras caras y brazos para que los demás no se quemen, no tenemos ninguna obsesión por cuidar nuestros propios intereses, sino en buscar el interés de los otros.

- “Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir”. Esto solo es posible cuando estamos llenos de Dios y Él nos da su misma unidad con el Hijo y el Espíritu Santo, y su mismo amor. Sí, la unidad nuestra con Dios produce inmediatamente la unidad nuestra con los demás (buenos o malos, de aquí o de allá, con igual pensamiento o de diferente pensamiento). La unidad nuestra con Dios produce inmediatamente la unidad nuestra con la Iglesia de Jesús.

En definitiva, busquemos a Dios y con Él nos será dado todo.

 [1] Os voy a hablar de un sistema que yo utilizo al leer la Biblia y orar sobre ella. Me ayuda mucho y me viene bien. Leo una primera vez un trozo de la Sagrada Escritura. Luego vuelvo a leerlo de nuevo, pero ya más despacio y dejando que me toque en mi espíritu alguna frase o palabra determinada. Y por tercera vez ya vuelvo sobre el texto, pero parándome y saboreando y reflexionando sobre esas frases o palabras que me tocaron y conmovieron. Así hice al preparar esta homilía.

viernes, 18 de septiembre de 2020

Domingo XXV Tiempo Ordinario (A)

 20-9-20                       DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 55,6-9; Slm. 144; Flp. 1, 20c-24.27a; Mt. 20, 1-16a

Homilía en vídeo

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            - Fijaros que en la primera lectura del profeta Isaías se dice: "Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón". En la visión del Antiguo Testamento, es el hombre el que tiene que buscar al Señor, el que tiene que invocarlo, el que tiene que abandonar el mal camino, el que tiene que regresar al Señor. Sin embargo, en el Nuevo Testamento Cristo da la vuelta a todo. Fijaros: “El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña [...] Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo [...] Salió de nuevo al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros parados, y les dijo: -¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”

            El movimiento primero de acercamiento para Jesús no procede el hombre, sino de Dios mismo. Es Dios el que nos llama. Hace años, cuando yo estaba en la catedral de Oviedo, durante los días del Jubileo de la Santa Cruz se daban casos de gente que entraba simplemente a hacer una visita turística a la Catedral o a la Misa, pero sin intención de confesarse. De repente, estas personas se sintieron impulsadas a acercarse al confesionario y pedir perdón por sus pecados.

            - El evangelio de hoy nos llama a trabajar por el mensaje de Cristo en nuestras vidas diarias. No importa el momento de nues­tra vida en el que descubramos que somos llamados por Dios para ser cristianos y trabajar en su viña. Como hemos visto en el evangelio, el Amo de la viña, que es el mismo Dios, sale a todas las horas del día a buscar obreros para su campo. Algunos van desde el principio del día, otros a media mañana, al mediodía, a media tarde o al anochecer. Siempre es un buen momento para empezar.

            Veamos varios casos: 1) Yo siempre estuve metido en la Iglesia y actué como monagui­llo, como catequista y entré en el Seminario con diecisiete años recién cumplidos. 2) Un hombre, que ayuda en la Catedral en la Misa de 11, tenía a Dios de lado y, cuando contaba con unos treinta y pico años se le murió su padre; a partir de ahí se produjo un encuentro entre él y Dios y desde ese día su fe y su amor a Dios se mantienen firmes. 3) Conozco también una mujer casada que desde hace un año se convirtió. Antes creía en Dios a su modo y manera, pero ahora lleva una vida de fe muy fuerte y de ayuda a los demás. 4) O aquél otro hombre, que una vez retirado con sesenta y cinco años está trabajando en Caritas y en la parroquia. 5) Asimismo los casos de tantos jóvenes que, algunos fueron a regañadientes a la JMJ de Madrid de hace años y vinieron totalmente impactados de lo allí vivido y su vida dio un vuelco; o el caso de un hombre de unos cuarenta años, que acompañó a sus hijos hasta Madrid y al ver el ambiente que había, se volvió a Asturias para arreglar las cosas del trabajo y bajar inmediatamente a Madrid de nuevo, pues no quería perderse lo que allí pasaba; esto lo hacía por sus hijos, pero sobre todo por él mismo. Siempre es un tiempo oportuno para creer en Dios y hacer algo de lo que él quiere de nosotros.

            Lo importante es encontrarse con Dios cara a cara, y sin importarme aquello que pueda pensar la gente, pues empezar a actuar tal y cómo Dios quiere. Hace un tiempo hablaba con una chica de menos de 20 años. Y ella me preguntaba: “¿Por qué tengo que confesarme, por qué tengo que venir a Misa, por qué tengo que llevar una vida de obediencia con mis padres y de no enfrentamiento con ellos, por qué tengo que dejar de beber hasta caer o hasta que me siente mal, por qué tengo que dejar de hacer el acto sexual con mi novio de ese momento? ¿Por qué?” Y tiene toda la razón. Si todo esto tiene que hacerlo porque sí, entonces es un puro voluntarismo: Es algo que ella se propone por sí y ante sí, o porque otros, desde fuera, se lo digan. Y aquí estamos en uno de los problemas más grandes que tenemos los cristianos en Europa (hablo por lo que conozco en España, Italia, Suiza y Alemania, al menos). Los cristianos estamos sacramentalizados, es decir, hemos recibido el bautismo, la 1ª comunión, la confesión, la confirmación, el sacramento del matrimonio, y, sin embargo, no nos hemos encontrado con Dios, con Jesús cara a cara nunca. Creemos en Dios, pero creemos de oídas, y no por tener una experiencia directa y nuestra propia de encuentro personal con el Cristo Jesús, el Hijo de María, el Hijo de Dios Padre. A esta chica le dije entonces que, aunque ella me hubiera pedido en aquel mismo momento confesarse, yo no le podría dar la absolución, aún no estaba preparada. No. Primero tenía que encontrarse con Dios. Solo cuando esto sucediera entendería en la fe lo que significaba la realidad del pecado.

            Resumiendo: las tres ideas que hoy querría transmitiros son estas: 1) La iniciativa en nuestra relación con Dios siempre parte de Él. Él es quien nos busca y quien nos ama. Yo busco a Dios, cuando siento necesidad de Él, que ya me ha encontrado y está actuando en mi corazón. 2) Siempre es un buen momento para que Dios nos salga al encuentro. Cada uno de nosotros tenemos nuestra historia con Dios. No podemos decir que somos mejores o peores por haber llegado antes o después a la fe, al encuentro con Dios. Todos tenemos nuestro momento. Dios nos lo marca. Ya lo dice Isaías en la primera lectura: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos” (Is. 55, 8). 3) Nunca me cansaré de insistir en este punto: nuestra fe se basa en un encuentro personal con Jesús. Así le sucedió a San Pedro con Jesús, a San Pablo con Jesús, a San Mateo con Jesús, a Santa María Magdalena con Jesús y un largo etcétera de hombres y de mujeres a lo largo de la historia.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (A)

 13-IX-2020                XXIV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (A)

Eclo. 27, 33-28,9; Sal. 102; Rm.14, 7-9; Mt. 18, 21-35

Homilía en vídeo.

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            La primera lectura y el evangelio de hoy nos hablan de perdón: de perdonar nosotros a los que nos han hecho o dicho algo malo, y así Dios podrá también perdonarnos a nosotros lo que hemos dicho o hecho mal. Le pregunta Pedro a Jesús: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?” A lo que Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Y en la primera lectura leemos: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?”

            Hace un tiempo leí un libro que os recomiendo. Se titula: “El arte de bendecir” y lo escribió un suizo, Pierre Pradervand. Está publicado en la editorial Sal Terrae. Narra este autor el siguiente hecho: Un joven norteamericano acababa de ser formado en artes marciales en Japón. De regreso a su país y viajando en el metro, en un momento dado subió en el vagón un hombre muy grande, totalmente borracho y sucio, que chillaba desaforadamente. Empezó a golpear a varios viajeros, entre ellos una mujer, a la que hizo rodar por el suelo. El joven sintió una ira y quiso dar una lección a aquel energúmeno con lo que había aprendido de karate. Le daría una buena lección, pues, además, el borracho estaba empezando a insultarle a él. De pronto, en el momento en que iba a iniciarse la pelea, un viejecito arrugado, sentado en un rincón con su esposa, lanzó un grito penetrante. El borracho, asombrado, se volvió. El anciano hizo una señal para que fuera a sentarse a su lado. El viejecito empezó a hablar con el “hombrón” de cuánto le gustaba el whisky. Había encontrado un punto de encuentro con el “hombrón”. Al cabo de unos instantes hablaban como viejos camaradas. El borracho empezó a llorar. Había desaparecido toda su agresividad. Era como un niño. Entonces el joven karateka comprendió la lección maravillosa que le había dado el anciano: que la cima del karate consiste en no servirse nunca de él; que la verdadera victoria la obtiene uno sobre sí mismo, sobre su miedo, sobre su cólera. Y la última escena que contempló al dejar el vagón del metro fue la del borracho, desplomado sobre las rodillas del anciano que le acariciaba con cariño los cabellos sucios. Aquello era simplemente amor.

            ¿Cómo empezó Pierre a escribir este libro de “El arte de bendecir”? Pues resulta que un día en su trabajo fue despedido. Oigamos la narración de Pierre: “Durante las semanas y meses que siguieron, empecé a experimentar un rencor violento, y aparentemente imposible de desarraigar, contra las personas que me había puesto en aquella situación imposible. Al despertarme por la mañana, mi primer pensamiento era para aquellas gentes. Mientras me duchaba, al comer, al andar por la calle, al dormirme por la noche, me atenazaba aquel pensamiento obsesivo. El resentimiento me roía las entrañas y me envenenaba. Sabía que me estaba haciendo daño a mí mismo, y a pesar de mis oraciones, aquella obsesión me chupaba la sangre como una sanguijuela. Pero un día, una frase de Jesús se me clavó en el ser: ‘Bendecid a los que os persiguen’ (Mt 5, 44). De repente, todo se me hizo claro. Así, comencé a bendecir a los que me había hecho daño: los bendije en su salud, en su alegría, en su abundancia, en su trabajo, en sus relaciones familiares y en su paz, en sus negocios, etc. La bendición consiste en querer todo el bien posible para una persona o personas, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y quererlo desde el fondo del corazón con total sinceridad. Esta bendición transforma, cura, eleva, regenera, centra espiritualmente, y desembaraza nuestro ser de pensamientos negativos, condenatorios o críticos. Al comienzo bendecía sólo con mi voluntad, pero con una sincera intención espiritual. Poco a poco las bendiciones se desplazaron de la voluntad al corazón. Bendecía a las personas a lo largo de todo el día: mientras me limpiaba los dientes, mientras hacía footing, cuando iba a correos o al supermercado, mientras lavaba los platos o me iba durmiendo. Los bendecía uno a uno, en silencio, mencionando su nombre. Seguí esta disciplina y a los tres o cuatro meses me encontré bendiciendo a las personas por la calle, en el autobús, en las aglomeraciones. Bendecir se fue convirtiendo en uno de los mayores gozos de mi vida. No he recibido ningún ramo de rosas de mi antiguo empresario ni la más mínima expresión de afecto ni la menor excusa por su parte. Pero he recibido rosas de la vida, a manos llenas”. El odio hiere sobre todo al que lo genera. En tantas ocasiones, la persona odiada, o no se entera, o no le da importancia… Pero el que odia siente cómo si una alimaña le fuera destrozando por dentro y no deja en paz ni de día ni de noche. El que odia se vuelve un amargado, un murmurador constante, pues siempre tiene algo que hablar en contra de los demás. El que odia se aísla a sí mismo y genera más ira a su alrededor y en los que están a su lado. Por el contrario, el que perdona revive y siente como si una losa muy pesada es arrojada fuera de él.

            Os propongo que ahora, según salgamos de la iglesia y de regreso a nuestras casas (o en otro momento), vayamos bendiciendo en silencio y en nuestro interior a todas personas con las que nos encontremos: “Que Dios Padre bueno te colme de su amor, de su ternura, que te perdone, que te dé la paz, la fe, la salud, la alegría...”

sábado, 5 de septiembre de 2020

Santina de Covadonga

 8-9-2020                                 SANTINA DE COVADONGA (A)

                           Cant. 2, 10-14; Lc. 1, 46-55; Ap. 11, 19a; 12, 1.3-6a.10ab; Lc. 1, 39-47

Homilía en vídeo.

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            Hace algún tiempo me preguntaba una persona por el libro del Apocalipsis, ya que había muchas cosas que no entendía en él (hablo de esto, porque la segunda lectura de hoy pertenece a este libro de la Biblia). Y es que en el Apocalipsis aparecen muchos símbolos y figuras, que tienen un determinado significado. Contrasta este libro y su redacción con la redacción y con el contenido de los evangelios, en los que Jesús habla de modo sencillo y todo el mundo es capaz de comprenderlo. En el Apocalipsis todo es mucho más complicado de entender. ¿Por qué y para qué se escribió este libro, y por qué se escribió de esta manera, que es tan incomprensible hoy día para nosotros?

Históricamente, se sabe que el Apocalipsis fue escrito a finales del siglo I o principios del siglo II, cuando las persecuciones romanas contra los cristianos se hicieron más cruentas, en tiempos del emperador Domiciano. Este, como algunos otros emperadores, exigían que sus estatuas fueran adoradas a lo largo de todo el imperio, cosa que los cristianos se negaban a hacer por motivos religiosos: los Césares se autoproclamaban 'Señor de Señores', además de 'hijos de Dios', títulos que los cristianos reservan exclusivamente para Jesucristo. Ante la negativa de los cristianos de adorar como dioses a los emperadores, estos los persiguieron a muerte. En este contexto histórico y en este clima de muerte y de persecución se escribió el Apocalipsis. Por ello, en este libro se hace referencia a estas persecuciones y a los consejos que se daba a los cristianos para que se mantuvieran en la fe y soportaran todos los sufrimientos, poniendo la esperanza final en el Reino de Dios[1]. Por lo tanto, el objeto de este libro es triple: 1) consolar a los cristianos en las continuas persecuciones que los amenazaban, 2) despertar en ellos "la bienaventurada esperanza" (Tito 2, 13) y 3) a la vez preservarlos de las doctrinas falsas de varios herejes que se habían introducido en el rebaño de Cristo.

Acerca de la simbología utilizada en el Apocalipsis recuerdo que, cuando yo estudiaba en el Seminario, le preguntamos a nuestro profesor de Sagrada Escritura sobre la utilidad de ese lenguaje simbólico del Apocalipsis y nos contestó que los cristianos de entonces estaban muy perseguidos, “que se les cazaba como a conejos”, que todo el mundo les denunciaba, incluso los propios familiares de los cristianos y, por ello, inventaron un lenguaje para comunicarse entre sí y que los demás no lo comprendiesen. Por ejemplo, no sé si sabéis que el símbolo del pez fue muy usado por los primeros cristianos. En griego, pez se dice "IXTHYS" (Ijzýs). Puestas en vertical, estas letras forman un acróstico[2]: "Iesús, Jristós, Zeú, Yiós, Sotér" = Jesús, Cristo, de Dios, Hijo, Salvador. De esta manera, cuando un cristiano se encontraba con otro, para saber si el otro también era cristiano dibujaba el pez y, si el otro respondía del mismo modo, es que los dos tenían la misma fe: en Jesucristo, el Hijo de Dios y Salvador del mundo. Pues de la misma manera, el autor del Apocalipsis escribió este libro, que si caía en manos de no cristianos no pudieran entender gran cosa, pero para los creyentes en Cristo fuera perfectamente comprensible. Así, la “gran Babilonia” era Roma y su imperio que los estaba masacrando, la “bestia” o el “dragón” era Satanás o el mismo imperio romano, el “Cordero” es Jesucristo, las “doce estrellas” son los doce apóstoles, etc.

- Ya por lo que se refiere a la segunda lectura, vemos que en ella se menciona en dos ocasiones a una mujer. En un primer momento se dice que esta mujer estaba “vestida de sol, la luna por pedestal, coronada de doce estrellas”. En un segundo momento se nos dice que esta mujer estaba embarazada, que iba a dar a luz a un niño, que, después de dar a luz, la mujer tuvo que huir al desierto. Pues bien, el significado de esta mujer es doble: en primer lugar, se refiere a la Virgen María, a la cual se le representa en muchas ocasiones con la luna de pedestal y rodeada de las doce estrellas, o también es la Virgen María quien dio luz a un hijo, a Jesús, y tuvo que huir de Herodes al desierto. Pero, en segundo lugar, esa mujer es la Iglesia, que tiene el sol (el sol representa a Dios), que tiene a los apóstoles (las estrellas), que tiene que huir al desierto por ser perseguida por el gran dragón.

Los dos significados no tienen por qué ser excluyentes entre sí: la Mujer, la Virgen María, ayuda hoy a la mujer, Iglesia. La Mujer (María) que estuvo en la tierra y ahora está en el Cielo ayuda ahora en los momentos difíciles a la mujer (Iglesia-cristianos) que hoy estamos en la tierra y que somos perseguidos por el gran dragón.

En efecto, hoy 8 de septiembre de 2020 celebramos a la Santina de Covadonga. Ella ayudó, en los principios del siglo VIII, a aquellos cristianos que estaban rodeados en las montañas asturianas y a punto de ser aniquilados. Ella nos ayuda hoy día ante tantas dificultades que tiene la vida. El gran dragón también está pendiente de tragarse los buenos frutos que hace Dios en nosotros, pero Dios y su Madre, María, nos ayudan en esta lucha diaria.


[1] Os aconsejo que leáis despacio y meditando los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis. Creo que os encantarán.

[2] Acróstico es dicho de una composición poética: Constituida por versos cuyas letras iniciales, medias o finales forman un vocablo o una frase.