miércoles, 30 de septiembre de 2015

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (B)



4-10-2015                        XXVII DOMINGO T. ORDINARIO (B)
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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            En el evangelio de hoy se nos habla del matrimonio y quisiera utilizar una homilía que tengo preparada hace tiempo para las bodas. A me la habéis escuchado algunos de los que estáis aquí, pero otros no y creo interesante decirla, pues se dicen cosas importantes sobre la vida matrimonial. ¡Allá va!
            A la hora de unirse un hombre y una mujer existen diversas formas:
            a) Lo que ahora se denomina “parejas de hecho”, es decir, basta la mera voluntad de él y la mera voluntad de ella para que establezcan una convivencia marital.
            b) También se pueden unir a través del matrimonio civil. En este caso se necesita la voluntad de él, la voluntad de ella y el rellenar una serie de papeles ante el Ayuntamiento y el Registro Civil.
            c) Finalmente, existe la unión religiosa. Aquí me voy a fijar en la unión religiosa católica, o sea, la celebración del sacramento del matrimonio. En este caso es necesaria la voluntad de él, la voluntad de ella, el rellenar una serie de papeles del expediente matrimonial y el cumplir una serie de condiciones. Sí, para casarse por la Iglesia Católica no vale cualquier hombre o mujer. Hay que estar vocacionado para ello, como los hombres que desean ser sacerdotes y las mujeres que desean ser monjas. No vale cualquiera para casarse. Cuando uno o una que no tienen vocación para el matrimonio y, sin embargo, se casan producen matrimonios nulos o matrimonios infelices, y hay muchos de aquéllos, pero sobre todo de estos. A continuación voy a reseñar algunas de las condiciones necesarias para contraer matrimonio por la Iglesia Católica:
            1) Es necesario tener unas tijeras para cortar el cordón umbilical que se tiene con mamá, o con papá, o con el trabajo, o con los amigos. A partir de la celebración del matrimonio, lo más importante para él y para ella pasa a ser su marido o su mujer. Los demás están, pero… en un segundo o tercer lugar. Si alguien no es capaz de relegar a un segundo plano, respecto a su cónyuge, a los padres[1], amigos, etc., es que no vale para casado o casada. Si alguien sabe que no va a ser capaz de cumplir esto, por favor, que sea honrado y que lo diga para no causar tanto sufrimiento inútil y tanto matrimonio fracasado. Todo esto que digo no es mío, sino del mismo Jesucristo cuando dice: “por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos uno solo. De manera que ya no son dos, sino uno solo” (Mateo 19, 5-6).
            2) Es necesaria aceptar y guardar la fidelidad. No sólo la sexual, que por supuesto, sino también la fidelidad a la palabra dada. Cuando uno está en su noviazgo ambos hacen planes para el futuro. Esos planes han de cumplirlos y sólo pueden modificarlos ambos esposos, no uno por su cuenta y riesgo sin contar con el otro. En mi experiencia de sacerdote y también por la vida ordina­ria he visto que hay como cuatro modelos de matrimonios: * Manda él y obedece ella. * Manda ella y obedece él. Un día en Covadonga: "Señora que de malos modos me dice: ¡coge eso!... ¡extiende esto! Pensaba que estaba hablando con su marido". * Cada uno anda por su lado. Cada uno tiene sus propios amigos/as, uno se ocupa del trabajo fuera y otro en casa, tienen tareas ya especificadas y uno no se puede meter en lo del otro. Hay temas tabú que no se pueden tocar, por lo que se "calcan" mentiras unos a otros o se ocultan las cosas. Incluso pueden tener hasta las camas separadas... hasta por un tabique. Es decir, durmiendo en habitaciones separadas. Son dos extraños bajo un mismo techo. Cada uno con lo suyo. * La comunión total de cuerpos, de mentes, de espíritus, de anhelos, de ideales. Cuando en el evangelio se dice que forman «una sola carne», no se refiere exclusivamente al momento del acto sexual, sino a toda la vida. Como aquel hombre que al morir su mujer decía: «Se me ha muerto mi hermana, mi madre, mi amiga.»
            3) Es necesario aceptar y vivir la indisolubilidad conyugal. Esto significa que él y ella se casan para toda la vida; hacen una apuesta total por la persona amada: “Hasta que la muerte nos separe”. Yo llevo 31 años de cura; no sé si mañana me secularizaré. Sé que el día que me ordené quería ser cura para toda la vida y hoy también. ¿Y mañana? No lo sé. Lo mismo pasa en el matrimonio. Uno se casa hoy con intención de que sea para toda la vida. No sabemos qué pasará mañana. Hace falta aceptar la indisolubilidad, pero cada día. Recuerdo que un día, en una boda, después de predicar estas ideas, se me acercó una pareja de mediana edad y hablamos sobre estos temas, porque decían no estar de acuerdo con varias cosas de las que yo decía. En un determinado momento les pregunté: “Con lo que hoy sabéis, ¿os casaríais de nuevo con él/con ella…?” Y vosotros, los casados, ¿qué haríais? La apuesta por la indisolubilidad no es sólo el día de la boda, sino cada día de la convivencia conyugal.
Pero, además, la indisolubilidad significa que uno también se casa con la otra persona entregado todos los aspectos y circunstancias de su vida, y aceptando lo mismo de la otra persona: “en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la adversidad”. Estas parecen… y son palabras muy bonitas, pero vamos a aterrizar un poco. Cuando una pareja me piden que asista a su matrimonio, siempre les pregunto si van a hacer las famosas capitula­ciones o separación de bienes antes de la boda. Si me dicen que sí, entonces les planteo que se ha de suprimir de la ceremonia de bodas el rito de las arras, puesto que es una hipo­cresía y un fariseísmo hacer separación de bienes y al mismo tiempo, ante Dios, decir que se van a compartir todos los bienes. Fija­ros en lo que dice el texto del rito y lo que se dicen los esposos al entregarse mutuamente las arras: «N., recibe estas arras como prenda de la bendición de Dios y signo de los bienes que vamos a compar­tir.» De manera que se está dispuesto a compartir con la pareja el dolor, la alegría, los secretos, la desnudez, los hijos, el amor…, pero el dinero NO. “Lo tuyo, tuyo; y lo mío, mío”. ¿Es esto un matrimonio? Pues sí. ¿Es esto un matrimonio cristiano? De ningún modo. Otra cosa, es verdad, es que se haga la separación de bienes por conveniencia fiscal o para proteger a los hijos o al otro cónyuge ante posibles embargos, o acciones civiles o penales. En estos casos la separación de bienes se busca y realiza con efectos meramente de cara al exterior, pero la pareja misma tiene intención y acción real de compartir absolutamente todos sus bienes materiales. En este caso, repito, veo que se puede hacer el rito de las arras, pues responde al compartir de verdad todo. 
            4) Es necesario estar abierto a la venida de los hijos. ¡Claro, como los curas no tienen que mantenerlos! ¿Cuántos hijos hay que tener? ¿Los que diga el cura? No. ¿Los que diga el Papa? No. ¿Los que diga el médico? No. ¿Los que diga mi madre o mi abuela? No. ¿Los que digan los vecinos? No. ¿Los que digan Ana Rosa Quintana o el famoso o famosa de turno? No. Entonces, ¿quién lo debe decir? ¡Los propios esposos! Es cierto que yo, como cura, debo plantear a este matrimonio cristiano una serie de criterios, por ejemplo, el suprimir todo interés egoísta. Porque, con mucha frecuencia, se quiere vivir la vida primero, tener todo bien arreglado: piso, muebles, coche, trabajo, tiempo de disfrute de la pareja y los hijos se deja para lo último. Es decir, prima el egoísmo de la pareja sobre qué es lo mejor para la descendencia. Con frecuencia se busca el tener hijos muy cerca de cuando a la mujer “se le va a pasar el arroz” y con frecuencia ya, a ciertas edades, los hijos no vienen. Luego hay que hacerse pruebas, buscar adopciones… Y uno se puede encontrar con 50 ó más años sin hijos, bien “refalfiados” de pisos, muebles, coches, trabajos, viajes a países y lugares de ensueño, acciones bursátiles, pero tremendamente solos. Y como decía Jesucristo en el evangelio: “¿Para quién va a ser ahora todo lo que has amontonado?”
            5) La última condición es que Dios y la Iglesia sean centro del matrimonio. Si uno dice que cree en Dios y no en la Iglesia, yo le diría entonces que te case Dios, que te entierre Dios, que te bautice Dios, que te dé la comunión Dios. Cuando uno está ante este altar es porque quiere hacer su matrimonio ante Dios y ante su santa Iglesia, sino es una hipocresía y un engaño. Ante tanto sufrimiento y tantas alegrías como hay en la vida de un matrimonio, Dios y la Iglesia siempre están presentes dando ese punto de equilibrio y de ayuda a los cónyuges. Cuando una pareja se casan se dan las manos, y Dios pone su mano sobre las suyas. Puede ser que el marido retire o decaiga su mano, pero permanecen las manos de la mujer y de Dios. Puede ser que la mujer retire o decaiga su mano, pero permanecen las manos del marido y de Dios. Puede ser que los esposos retiren o decaigan sus mano, pero permanece la mano de Dios. Él siempre está. Y es este Dios al que habéis llamado al inicio de vuestro matrimonio para llegar al Reino de Dios juntos.
            Recordad: para casarse por la Iglesia católica es necesario la voluntad de él, la voluntad de ella, el rellenar una serie de papeles del expediente matrimonial y el cumplir una serie de condiciones: tijeras, fidelidad, indisolubilidad, apertura a los hijos y Dios como centro de todo.

[1] ¡Cuántos sufrimientos y dolores causan los suegros, porque los respectivos hijos no son capaces de poner las cosas en su sitio!

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (B)



27-9-2015                               DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (B)
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Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:  
            En la homilía de hoy vamos a repasar las enseñan­zas que hemos escuchado en el evangelio, para ver lo que nos pueden decir para nuestra vida.
            - Uno que echaba demonios sin ser del grupo de Jesús. El evangelio empezaba con esa protesta del apóstol Juan, el cual se sentía celoso por unos que no eran del grupo de Jesús y que, sin embargo, también echaban demonios. Jesús le tiene que explicar a Juan que hay gente que no es de su grupo, que NO ES DEL GRUPO DE LOS CRISTIANOS, PERO EN CAMBIO TAMBIEN ES CAPAZ DE DEDICAR SU VIDA A LA LUCHA CONTRA EL MAL, al servicio del bien.
            Jesús le decía a Juan, y nos dice a nosotros, que ante esa realidad debemos alegrarnos. Debemos alegrarnos de que gente que no es de los nuestros actúe así. Debemos alegrarnos y no -como a veces hacemos- mirarles con desconfianza. Dios ha creado a todos los hombres y en todos ellos está su semilla divina, que los impulsa al bien. Por lo tanto, cualquier obra buena hecha por cualquier hombre es una acción de Dios. Sin embargo, todo esto no nos debe llevar al relativismo de pensar (como se piensa y se vive en la actualidad en tantas ocasiones) que no hace falta ser cristiano, que no hace falta creer en Jesucristo ni en Dios, que no hace falta la oración ni la práctica de la vida de fe…, sino que lo único que importa es la práctica del bien. Nosotros sabemos que lo que nos impulsa (a los cristianos) a hacer el bien es Dios dentro de nosotros, es su Palabra y los sacramentos que recibimos, es la oración que nos pone en contacto con Jesús…
            - Dar de beber un vaso de agua por el Mesías. La segunda enseñanza es muy breve, pero también muy importante. Cualquier acto de servicio realizado por el nombre del Mesías, cualquier servicio por pequeño que sea, aunque sea sólo dar un vaso de agua, no quedará olvidado. Cualquier servicio (una sonrisa, un saludo afable), por pequeño que sea, vale mucho a los ojos de Dios. Además, hacer el bien en cada momento hace que la bondad se extienda hacia fuera y hacia dentro. El bien siempre beneficia a todo hombre y a la sociedad. Hace un tiempo se proyectó una película que recorrió todo el mundo. El argumento relataba un hecho real: cómo una buena acción comenzada por un niño se iba propagando por otras buenas acciones que se extendían como ondas en un lago en el que había caído una piedra. Os propongo visionar este enlace, que no es de esta película, pero sirve igual para mostrar la idea antes dicha: https://www.youtube.com/watch?v=ZndUGpBysjI.
Nosotros, los cristianos, ese bien lo hacemos por amor de Dios y desde el amor que Dios ha puesto en nuestro corazón.
            - Ay del que escandalice a los pequeños y débiles. La tercera enseñanza se presenta con palabras muy duras y radicales, y eso significa que Jesús lo consideraba muy importante. ¡Ay de los que alejan de la fe a otras personas con sus palabras y con sus comportamientos! ¡Ay de los que escandalizan a los pequeños, a los débiles, a los que saben poco de las cosas de la Iglesia y del cristianismo! Porque hay quienes quizá no van mucho por la Igle­sia, quizá no entienden mucho lo que nosotros decimos, quizá no tienen una fe muy fuerte, ni muy pura, pero que, precisamente por esto, tenemos todos el deber de velar por ellos y ayudar a que esta fe suya progrese y no se pierda.
            Podemos escandalizar y alejar de la fe a estos pequeños y débiles si menospreciamos la fe que ellos tienen, si no somos capaces de ponernos en su lugar y a partir de ahí ayudarlos a progresar, si cuando vienen por la iglesia se dan cuenta de que nos molestan... Y más aún, los escandalizaremos si ven que noso­tros, lo que venimos siempre a la iglesia, no llevamos una vida que esté de acuerdo con el evangelio, si somos cristianos de palabra y no de hechos.
               Veamos un ejemplo de escandalizar: El semáforo se puso amarillo justo cuando él iba a cruzar en su automóvil y, como era de esperar, hizo lo correcto, se detuvo en la línea de paso para los peatones, a pesar de que podría haber rebasado la luz roja, acelerando a través de la intersección.
La mujer que estaba en el automóvil detrás de él estaba furiosa.   Le tocó bocina por un largo rato e hizo comentarios negativos y vulgares en alta voz, ya que por culpa suya no pudo avanzar a través de la intersección... y para colmo, se le cayó el celular y se le corrió el maquillaje. En medio de su pataleta, oyó que alguien le tocaba el cristal de su lado. Allí, parado junto a ella, estaba un policía mirándola muy seriamente. El oficial le ordenó salir de su coche con las manos arriba, y la llevó a la comisaría donde la revisaron de arriba abajo, le tomaron fotos, las huellas dactilares y la pusieron en una celda.
Después de un par de horas, un policía se acercó a la celda y abrió la puerta. La señora fue escoltada hasta el mostrador, donde el agente que la detuvo estaba esperando con sus efectos personales: ‘- Señora, lamento mucho este error le explicó el policía. Le mandé bajar mientras usted se encontraba tocando la bocina fuertemente, queriendo pasarle por encima al automóvil del frente, maldiciendo, gritando improperios y diciendo palabras soeces. Mientras la observaba, me percaté que:
- De su retrovisor cuelga un rosario.
- Su auto tiene una calcomanía que dice: "Jesús te ama",
- Su patente tiene un borde que dice "Amor y paz",
- En la parte de atrás hay una oblea que dice" La paciencia es la madre de las virtudes”
- Otra calcomanía que dice: "Practica la meditación"
- Y, finalmente, el emblema cristiano del pez.
¡Como es de imaginarse..., ¡supuse que el auto era robado!

Esta historia muestra la importancia de ser coherentes entre lo que creemos, lo que decimos, y lo que hacemos.
            - Si tu mano te hace caer, córtatela. La última enseñanza del evangelio es también muy radical, muy dura: “Si tu mano, si tu pie, si tu ojo te hacen caer, córtatelos, sácatelos. Más te vale entrar sin ellos en el Reino de Dios, que ser echado entero al abismo”.
            ¿Qué nos quiere decir Jesús? Sin duda lo hemos comprendido perfectamente. Sólo hay una cosa importante, sólo hay una cosa que nos deba interesar: el Reino de Dios, el evangelio de Jesús. Y todo lo demás, absolutamente todo, nos lo tenemos que sacar de encima si nos estorba en el camino del Reino.
            Nuestros ojos, nuestros pies, nuestras manos, pueden llevar­nos en busca del placer, del dinero, del afán de bienestar a cualquier precio, en busca de todo lo que proviene de nuestro egoísmo, en definitiva. Y Jesús nos dice: si no lucháis contra estas tendencias, si no os desprendéis de ella, vuestra vida se perderá, será un total fracaso. Aunque ahora os parezca lo con­trario.
            Que todas estas palabras que hemos escuchado y reflexionado nos ayuden hoy a ser más y mejores seguidores de Cristo Jesús.