jueves, 31 de diciembre de 2020

Domingo II después de Navidad (B)

3-1-2021                     DOMINGO SEGUNDO DESPUES DE NAVIDAD (B)

Eclo. 24, 1-4.12-16; Sal. 147;Ef. 1, 3-6.15-18; Jn. 1, 1-18

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            En el evangelio de hoy se nos dice: Jesús “vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y hoy quisiera comentar estas palabras que tengo subrayadas en negrita.

            El Niño Jesús no nació de un amor carnal, ni de un amor humano, ni de la sangre. El Niño Jesús ha nacido de Dios. Fue Dios quien engendró en el vientre de María a su Hijo. Así, Jesús pasó de Dios a hombre, pero sin dejar de ser Dios.

            Pues del mismo modo, como nos dice este evangelio y estas palabras que hoy quiero comentar, nosotros los hombres sí que hemos nacido de sangre, de amor carnal y del amor humano de nuestros padres. Pero, para ser completos, necesitamos nacer también de Dios.

1) Mas, ¿qué significa ‘nacer de Dios’? De alguna forma esta respuesta la encontramos en el diálogo entre Nicodemo y Jesús. Este le dice: “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3,3). Nacer de nuevo significa que Dios entra en nuestro ser y nos quita todo lo que no es Dios: los malos humores, las envidias, los egoísmos, la soberbia, la incomprensión, la codicia, el no fiarnos de Dios… Al mismo tiempo nacer de nuevo, nacer de Dios significa que Jesús nos regale su paz, su comprensión, su amabilidad, su perdón, su alegría, su fortaleza, su valentía, su fe, su amor… Nacer de Dios significa que Dios se nos regala a sí mismo y con todos sus frutos: ausencia de pecado y plenitud de santidad.

2) ¿Cómo podemos ‘nacer de Dios’? Existen varios modos:

- Uno de ellos mediante el sacramento del bautismo.

- Nacemos de Dios cuando hacemos la vida fácil a los demás y nos ponemos ante ellos en actitud de servicio.

- Nacemos de Dios cuando somos capaces de perdonar el mal que otros no han hecho o que pensamos que nos han hecho.

- Nacemos de Dios cuando visitamos enfermos y ancianos y personas en soledad.

- Nacemos de Dios cuando hacemos el bien a los niños, adolescentes y jóvenes-Recuerdo con cariño y agradecimiento las tardes de los domingos que D. Laurentino, el sacerdote que me mandó para el Seminario, pasó conmigo y con otros jóvenes y adolescentes en su casa: hablábamos, jugábamos a las cartas, planeábamos algo para la parroquia... Recuerdo con cariño los viajes a los que me llevaba: por antiguas parroquias suyas en Teverga o en Turón, o llevándome a Fátima o a Lourdes. Hoy soy como soy, gracias a esos días y horas que ese cura ‘perdió’ conmigo y con otros. El tiempo invertido en los niños, en los adolescentes y en los jóvenes nunca se pierde… ni para ellos ni para los que trabajan con ellos. Ese sacerdote nació de Dios en ese tiempo y los jóvenes y niños que estábamos con él también.

- Nacemos de Dios cuando un padre y una madre dedican su vida al trabajo y a vivir en familia para sacar su matrimonio y sus hijos adelante.

- Nacemos de Dios cuando dedicamos nuestro tiempo y nuestro dinero a actividades a favor de los demás: Caritas, omisiones de cementerios, asociaciones de vecinos… Todo aquello que no sea mirarse al ombligo y rascarse la barriga.

- Nacemos de Dios cuando dedicamos un tiempo a la oración, a la escucha de Dios en nuestro interior.

- Otro modo es mediante un encuentro de Dios con nosotros. No de nosotros con Dios, sino de Él con nosotros. Voy a poner un ejemplo: ¿Habéis oído hablar de Manuel García Morente? Manuel nació en 1886 y huyó por la guerra civil española a París. Él fue catedrático de Ética y ateo confeso, pero un día se convirtió al catolicismo y más tarde se ordenó sacerdote. Aquí está el relato de su conversión en base a un encuentro personal con Dios. Estando en París, el 29 de abril de 1937, a medianoche se puso a oír música clásica. Escuchaba ‘L’enface de Jesús’, de Berlioz y de repente le sucedió esto que escribió en su diario: “No puedo decir exactamente lo que sentí: miedo, angustia, aprensión, turbación, presentimiento de algo inmenso, formidable, inenarrable que iba a suceder ya mismo, en el mismo momento, sin tardar. Me puse en pie, todo tembloroso, y abrí de par en par la ventana. Una bocanada de aire fresco me azotó el rostro. Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí. Yo permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción. Y la percibía: Percibía su presencia con la misma claridad con que percibo el papel en que estoy escribiendo y las letras –negro y blanco- que estoy trazando. Pero no tenía ninguna sensación, ni en la vista, ni en el oído, ni en el tacto, ni en el olfato, ni en el gusto. Sin embargo, le percibía allí presente, con entera claridad. Y no podía caberme la menor duda de que era Él, puesto que le percibía, aunque sin sensaciones. ¿Cómo es posible? Yo no lo sé. Pero sé que Él estaba allí presente, y que yo, sin ver, ni oír, ni oler, ni gustar, ni tocar nada le percibía con absoluta e indubitable evidencia. Si se me demuestra que no era Él o que yo deliraba, podré no tener nada que contestar a la demostración, pero tan pronto como en mi memoria se actualice el recuerdo, resurgirá en mí la convicción inquebrantable de que era Él, porque yo le he percibido. No sé cuánto tiempo permanecí inmóvil y como hipnotizado ante su presencia. Sí sé que no me atrevía a moverme y que hubiera deseado que todo aquello –Él allí- hubiera durado eternamente, porque su presencia me inundaba de tan y tal íntimo gozo que nada es comparable al deleite sobrehumano que yo sentía. ¿Cómo terminó la estancia de Él allí? Tampoco lo sé. Terminó. En un instante desapareció. Una milésima de segundo antes estaba Él allí y yo lo percibía y me sentía inundado de ese gozo sobrehumano que he dicho. Una milésima de segundo después ya no estaba Él allí, ya no había nadie en la habitación, ya estaba yo pesadamente gravitando sobre el suelo y sentía mis miembros y mi cuerpo sosteniéndose por el esfuerzo natural de los músculos”.

martes, 29 de diciembre de 2020

Santa María, Madre de Dios

1-1-2021                                SANTA MARIA, MADRE DE DIOS (B)

Num. 6, 22-27; Sal. 66; Gal. 4,4-7; Lc. 2, 16-21

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

En el día de hoy celebramos la Jornada mundial de la paz. Debemos rezar por la paz entre todos los países, en las ciudades y pueblos, y en todas las familias y personas. Hemos de orar y trabajar por la paz.

En estos días de atrás escuchábamos en las lecturas de la Misa de Navidad que el Niño que nacía sería conocido como Príncipe de la Paz, y es que los discípulos de Jesús debemos de ser portadores de paz. Por eso Jesús llamará bienaventurados a quienes son portadores de la paz o a los que trabajan por la paz, “porque ellos se llamarán hijos de Dios” (Mt. 5, 9).

Veamos a continuación un ejemplo concreto de un hombre que siempre ha trabajado por la paz: San Francisco de Asís. Entre los hechos que le sucedieron hay uno que a mí siempre me llamó la atención: un soldado, Ángel Tarlati, dejó su oficio y se hizo franciscano. Él, con otros frailes, estaban en un monte llevando una vida de oración y de penitencia. Merodeaban por aquellos parajes tres bandoleros, que se dedicaban a asaltar a los transeúntes. No teniendo nadie a quien asaltar y, muertos de hambre, se presentaron con no muy buenas intenciones en la choza de los franciscanos. Al verlos Ángel Tarlati se encendió en ira y los increpó: “Asesinos y holgazanes; no contentos con robar a la gente honrada, ¿ahora queréis engullir las pocas aceitunas que nos quedan? Tenéis edad para trabajar. ¿Por qué no os contratáis como jornaleros?” Ante estas palabras los bandoleros no se inmutaron y persistían en sus intenciones. Entonces Ángel les dijo de nuevo: “Es bueno que sepáis que soy un viejo soldado y que más de una vez he partido de un tajo a canallas como vosotros. Y lo haré ahora con este garrote”. Y agarrándolo comenzó a golpearles, por lo que los forajidos escaparon precipitadamente. Los frailes se divirtieron y se rieron de buena gana con el episodio. Esta es la actuación normal de los hombres normales. Si el hermano Ángel no hubiera sido un antiguo soldado, los frailes habrían sido despojados de lo poco que tenían, pero, como él era fuerte y diestro con las armas, consiguió ahuyentarlos. Es la ley del más fuerte: es lo que imperaba en la sociedad de entonces… y de ahora.

Veamos ahora qué pasa cuando interviene un santo en este hecho. Sigo con el relato y lo tomo literalmente de un libro sobre San Francisco: “Al caer la tarde, regresó Francisco de pedir limosna, y los hermanos le contaron regocijadamente y entre risas lo ocurrido. Mientras se lo contaban, Francisco no esbozó ni la más leve sonrisa. Ellos percibieron que el chascarrillo no le hacía ninguna gracia. Entonces ellos también dejaron de reírse. Acabada la narración, Francisco no dijo ni una palabra. Se retiró en silencio y salió al bosque. Estaba agitado e intentaba calmarse. ‘¡Un soldado! –comenzó pensando-. Todos llevamos un soldado dentro; y el soldado es siempre para poner en fuga, para herir o matar. ¡Victoria militar! ¿Cuándo una victoria militar ha edificado un hogar o un poblado? La espada nunca sembró un metro cuadrado de trigo o de esperanza’. Francisco estaba profundamente turbado. Evitaba, sin embargo, que la turbación derivara mentalmente en contra de Ángel Tarlati, porque eso sería igual o peor que descargar golpes sobre los bandidos. ‘Sácame, Dios mío, la espada de la ira y calma mi tempestad’ –dijo Francisco en voz alta. Cuando estuvo completamente calmado y decidió conversar con los hermanos, se dijo a sí mismo: ‘Francisco, recuerda: si ahora tú reprendes a los hermanos con ira y turbación, eso es peor que dar garrotazos a los asaltantes’. Convocó a los hermanos y comenzó a hablarles con gran calma. Ellos, al principio, estaban asustados. Pero, al verlo tan sereno, se les pasó el susto. ‘Siempre pienso –comenzó diciendo- que si el ladrón del Calvario hubiese tenido un pedazo de pan cuando sintió hambre por primera vez, una túnica de lana cuando sintió frío, o un amigo cordial cuando por primera vez sintió la tentación, nunca hubiese hecho aquello por lo que le crucificaron’. Francisco hablaba bajo, sin acusar a nadie, con la mirada en el suelo, como si se hablara a sí mismo. ‘A todos los ajusticiados –continuó- les faltó en su vida una madre. Nadie es malo. A lo sumo frágil. Lo correcto sería decir, enfermo. Hemos prometido guardar el santo Evangelio. Y el Evangelio nos dice que hemos sido enviados para los enfermos, no para los sanos. ¿Enfermos de qué? De amor. He aquí el secreto: el bandolero es un enfermo de amor. Repartid un poco de pan y un poco de cariño por el mundo, y ya podéis clausurar todas las cárceles. ¡Oh, el amor, fuego invencible, chispa divina, hijo inmortal del Dios inmortal! ¿Quién hay que resista al amor? ¿Cuáles son las vallas que no pueda saltar el amor y los males que no los pueda remediar? Y ahora –añadió despacio y bajando mucho la voz-, yo mismo iré por las montañas buscando a los bandoleros para pedirles perdón y llevarles pan y cariño’. Al oír estas palabras, se sobresaltó el hermano Ángel y dijo: ‘Yo soy el culpable, hermano Francisco; yo soy quien debe ir’. ‘Todos somos culpables, querido Ángel –respondió Francisco-. Pecamos en común, nos santificamos en común, nos salvamos en común’. Ángel se puso de rodillas y dijo: ‘Por el amor de Dios permíteme esta penitencia’. Al oír estas palabras, Francisco se conmovió, y le dijo: ‘Está bien, querido hermano, pero harás tal y como te voy a indicar. Subirás y bajarás las cumbres hasta encontrar a los bandoleros. Cuando les divises, les dirás: «Venid, hermanos, venid a comer la comida que el hermano Francisco os preparó con tanto cariño». Si ellos distinguen paz en tus ojos, enseguida se te aproximarán. Tú les suplicarás que se sienten en el suelo. Ellos te obedecerán, sin duda. Entonces, extenderás un mantel blanco sobre la tierra. Colocarás en el suelo este pan y este vino, estos huevos y este queso. Les servirás con sumo cariño y alta cortesía. Cuando ya estén hartos, les suplicarás de rodillas que no asalten a nadie. Y lo restante lo hará la infinita misericordia de Dios’. Y así sucedió. Diariamente subían los ex bandoleros al eremitorio cargando leña a hombros. Francisco les lavaba frecuentemente los pies y conversaba largamente con ellos. Una lenta y completa transformación se operó en ellos” (I. Larrañaga, El hermano de Asís, Ed. Paulinas, Madrid 198014, 234-237).

La paz de corazón está muy unida al amor, como nos enseña San Francisco de Asís, y la paz y el amor solo pueden poseerlos quien los recibe de Dios, el cual es origen de toda paz y de todo amor. San Francisco de Asís sabía esto y por eso él procuraba estar muy unido a Dios. En Dios lo tenía todo y era un perfecto transmisor de de todo lo que Dios le daba.

Para empezar este año 2021, un año que se anuncia muy duro en el ámbito sanitario, económico y social, quiero, de la mano de María y de su Hijo Jesucristo, invocar sobre todos nosotros la bendición de la primera lectura y que San Francisco tanto usaba:

“El Señor te bendiga y te proteja,

ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.

El Señor se fije en ti y te conceda la paz.”

AMEN (Así sea)

sábado, 26 de diciembre de 2020

Sagrada Familia (B)

27-12-2020                            SAGRADA FAMILIA (B)

Eclo. 3, 3-7.14-17a; Slm. 127;Col. 3, 12-21; Lc. 2, 41-52

Homoilía en vídeo.

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Hoy, día de la Sagrada Familia, me gustaría hablaros de los esposos, de la relación esponsal. ¿Es oportuno que un cura hable sobre esto? Bastante gente dice que no, pues, como el cura no está casado, pues no sabe del tema. Y esto es verdad... en parte.

            Yo creo que un cura sí que puede hablar del matrimonio: Primero, porque el sacerdote nació y se crió en una familia, como casi todo el mundo, y aquí vivió el matrimonio de sus padres. Segundo, porque habla de aquello que Dios dice en la Biblia sobre el matrimonio, y sobre esto me concederéis que sabe más un cura que la gente de la calle, en general. Tercero, a un cura le viene mucha gente con problemas familiares y de matrimonios y, aunque no sea más que por eso, el cura va adqui­riendo una gran experiencia.

            Bien, con este preámbulo vamos a meternos de lleno en el tema.

            - Ante todo he de decir que la vida matrimonial es una vocación a la que Dios llama… a algunos hombres y a algunas mujeres. No todo el mundo vale para casado. No vale para casado quien se casa para huir de algo o de alguien (de su madre, de sus miedos, de que los demás lo señalen como solterón o solterona). No vale para casado quien lo hace, pero con la intención de seguir viviendo como de soltero con sus libertades en salidas y entradas, con falta de compromisos en el hogar, con no dar cuenta a nadie de lo suyo... No vale para casado quien solo busca recibir y no, sobre todo, el dar (ejemplo de Laurentino, ‘este no me hace feliz, esta no me hace feliz’). No vale para casado quien solo mira para sí mismo y es un egoísta o un narcisista redomado.

            - Por eso, para casarse (canónica o civilmente, o solo para convivir) es indispensable contar con una base humana indispensable, con una madurez humana suficiente. Quien no tiene una serie de cualidades humanas ‘normales’ no puede aún casarse. ¿Cuáles son estas cualidades humanas ‘normales’? Comprensión, saber dialogar, aceptar los puntos de vista del otro, generosidad, laboriosidad, humildad, respeto, sensibilidad, responsabilidad, ser sacrificado... Y sobrará egoísmo, palabras hirientes, encerrarse en uno mismo, caprichos, pereza, soberbia y amor propio, rencores y resentimientos... ¡Cuántas veces he oído: yo tengo tres hijos: Fernando, Rosa y mi marido o mi mujer! ¡El peor es este/a último/a y lo malo es que no se le puede dar un azote!

            - El amor no puede faltar en la vida matrimonial, pero no solo durante el noviazgo, sino y sobre todo durante la vida conyugal. Hace un tiempo vino una mujer de unos 35 años con una revis­ta de Pronto, Semana, Hola o de éstas y me enseñó un artícu­lo en el que se indicaban algunos signos del enamoramiento: palpitacio­nes, sudoración en las manos, insomnio, etc. Me decía que ella tenía algunos de estos signos, pero que otros no; me preguntaba sí estaría enamorada de verdad. Frente a esto os puedo contar el caso de una mujer muy enferma y en la UCI que me mandó llamar. Se veía muy mal y quería descargar su conciencia. Se había casado muy enamorada; se había casado para toda la vida. El marido la engañaba y desaparecía con unas y con otras. Cuando volvía a casa, la mujer siempre lo aceptaba, porque lo amaba. Lo aceptaba aún en contra de la opinión de sus familiares e hijos, pues el marido le prometía siempre cambiar y ser otro, pero el marido una y otra vez la dejaba en la estacada. Pasaron hambre los hijos y ella; trabajó ella en lo que pudo. Esta mujer logró mantener siempre unida la familia: ella y sus hijos, pero en su interior siempre suspiraba por su marido al que amaba en secreto. En secreto, porque no podía decírselo a sus hijos, pues les parecía mal. Ni a sus familiares, porque la reñían. Ni a una amiga, porque no la entendía. Ni a su marido, porque no estaba ni la correspondía. ¡Qué triste es el amor de una persona que no es correspondido por la persona amada! Ahora en el lecho de muerte esta mujer descargaba su conciencia de lo que hizo mal en su vida, pero sigue confesando su amor por su marido. ¿Es esto amor o es el de la sudoración de las manos y las palpitaciones de la revista Semana?

- Yo siempre digo que una relación matrimonial es el acercamiento entre un hombre y una mujer. Son personas muy distintas entre sí, por el género diverso, pero también por la cultura, por la educación recibida, por las experiencias tenidas, etc. Estas dos personas tan distintas tienden PUENTES entre sí, que les unen y les acercan. ¡Cuántos más puentes mejor! Esos puentes pueden crecer a lo largo de la vida y pueden ir rompiéndose. Estos puentes son los hijos, el amor, las aficiones, las finanzas, la hipoteca, las amistades, la fe…

- La fe en el matrimonio. Una de las lecturas que se usan en las bodas es la de Tobías y Sara. Tobías le dijo a su mujer Sara la noche de bodas: “Levántate, Sara; vamos a rezar a Dios hoy, mañana y pasado; estas tres noches las pasamos unidos a Dios, y luego viviremos nuestro matrimonio. Somos descendientes de un pueblo santo y no podemos unirnos como los paganos, que no conocen a Dios” (Tob. 8, 4b). Recuerdo que en 1996, en la parroquia que tenía entonces, comencé una catequesis del sacramento de la Confirmación. Hacía más de 30 años que no lo había. En el grupo había gente casada y soltera. Pregunté: ¿Es importante que los esposos tengan, vivan y practiquen la fe al unísono? Todos los solteros dijeron que no, que eso no era importante. Todos los casados dijeron que sí.

Sí, Dios está en medio de todos nosotros y de nuestras vidas, también en medio de todos los matrimonios. Cuando una pareja se casa, se dan las manos, y Dios pone su mano sobre las suyas. Puede ser que el marido retire su mano, pero permanecen las manos de la mujer y de Dios. Puede ser que la mujer retire su mano, pero permanecen las manos del marido y de Dios. Puede ser que los esposos retiren sus manos, pero permanece la mano de Dios. El siempre está y permanece.

En definitiva, quiero pediros en el día de hoy a los esposos esto: construid puentes en vuestro matrimonio; construid más de los que derribáis o derriban las circunstancias; y pasad con mucha frecuencia, por esos puentes, a vuestra mujer y a vuestro marido. La Sagrada Familia os ayudará, ¡seguro!

martes, 22 de diciembre de 2020

Navidad (B)

25-12-2020                                        NAVIDAD (B)

Is. 52, 7-10; Slm. 97; Hb. 1,1-6; Jn. 1, 1-18

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Una año más celebramos el nacimiento del Hijo de Dios, del Niño Jesús. Ésta es una historia tan antigua y, sin embargo, una historia nueva y real para tantas personas hoy día.

Voy a fijarme en la homilía en dos frases del evangelio y hacer un pequeño comentario de ellas:

            - Navidad es ser poseído por la luz de Dios. “La Palabra (Jesús) era la luz verdadera”. En diversos pasajes de la Biblia se define y se describe la presencia de Dios como algo luminoso frente a la oscuridad de la lejanía de Dios. Dios es realmente la fuente de la luz; así, podemos asegurar que la luz verdadera procede únicamente de Jesús, pero, sobre todo, el evangelio nos dice que es Jesús mismo esa luz verdadera.

Sí, necesitamos la luz de Jesús para ser capaces de ver y reconocer a Dios a nuestro alrededor y en nuestro interior. Cuando un hombre dice que no cree en Dios, que no ve a Dios, de lo que está hablando no es de la existencia o no de Dios, sino de su propia ceguera por no verlo.

Necesitamos la luz de Jesús para que nos alumbre y nos haga ver las cosas tal y como son, por ejemplo, que los otros no son tan perversos ni nosotros tan buenos. Decía Fr. Luis de Granada que los hombres tenemos un corazón de siervo para con Dios, un corazón de juez para el hermano y un corazón de madre para nosotros mismos. Si Jesús nos da su luz, entonces cambiaremos esta visión y tendremos un corazón de hijo para con Dios, un corazón de madre para el hermano y un corazón de juez para con nosotros.

            - Navidad es la cercanía de Dios con el hombre, sobre todo con el que sufre. Y Jesús “se hizo carne y acampó entre nosotros”, dice el evangelio de hoy. ¿Qué significa que el Hijo de Dios haya tomado nuestra propia carne y se quede con nosotros para siempre? Porque esto es lo que representa la Navidad realmente. Después de la caída del régimen comunista en la URSS, dos americanos fueron invitados en 1994 por el Ministerio de Educación de Rusia para enseñar en algunos lugares moral y ética, pero que estuvieran basadas en principios bíblicos. Uno de los lugares a donde acudieron los americanos aquellos fue a un orfanato con casi 100 niños, que habían sido abandonados por sus padres y estaban bajo la tutela del Estado. Cuando estos dos americanos fueron a este orfanato estaba ya cerca la fiesta de la Navidad y les contaron a los niños la historia del nacimiento de Jesús: Les contaron que María y José llegaron a Belén, que no encontraron lugar en las posadas, que por ello tuvieron que irse a un establo, en donde finalmente nació el niño Jesús y fue puesto en un montón de pajas por su madre, que poco después unos pastores trajeron regalos para el niño y también hicieron lo mismo unos magos venidos de oriente. A lo largo de la historia, los niños y los empleados del orfanato no podían contener su asombro. Algunos estaban sentados al borde de la silla tratando de captar cada palabra. Una vez terminada la narración los americanos plantearon a los niños la idea de hacer entre todos un “belén” con trapos, cartones, papeles…, y todo el mundo se puso a ello. Mientras los huérfanos estaban atareados armando todo aquello, paseaba uno de los americanos por entre los niños hasta que llegó a Misha, que tenía unos seis años y que había puesto en el establo dos niños. El americano llamó al intérprete para que preguntara a Misha por qué había puesto dos bebés, si en la narración se hablaba de un solo bebé. Entonces Misha repitió toda la historia del nacimiento de Jesús, pero, cuando llegó a la parte en donde María colocaba a su hijo en la cuna, Misha inventó su propio final, y dijo así: “Y cuando María dejó al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá y que no tenía un lugar para estar. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con él. Le dije que no podía, porque no tenía un regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús, por eso pensé qué cosa tenía que pudiese darle a él como regalo; y se me ocurrió que un buen regalo podría ser darle calor. Por eso le pregunté a Jesús: ‘Si te doy calor, ¿ese sería un buen regalo para ti?’ Y Jesús me dijo: ‘Si me das calor, ese sería el mejor regalo que jamás haya recibido’. Por eso me metí dentro del pesebre y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre”. Cuando el pequeño Misha terminó su historia, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas empapando sus mejillas; se tapó la cara, agachó la cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo. El pequeño huérfano había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría ni abusaría de él. ¡Alguien que estaría con él para siempre!

            Misha entendió lo que significa realmente la Navidad: el nacimiento de Jesús, el cual se pone siempre al lado de los niños abandonados por sus padres; el nacimiento de Jesús, el cual acepta consigo a los que pierden sus trabajos; el nacimiento de Jesús, el cual está con los que mueren de coronavirus, o están en los hospitales (enfermos o trabajando), o volvieron para casa, pero se quedaron con secuelas; el nacimiento de Jesús, el cual se queda con tres niños menores (de 10 años el mayor) que están sufriendo mucho, porque sus padres, que trabajan los dos y que tienen buenos sueldos, que tienen dos casas y que tienen dos coches…, se están separando ahora mismo y cada uno tira de los hijos para sí; el nacimiento de Jesús…

¡Nos ha nacido el Salvador! ¡Aleluya! ¡Santa Navidad!

 

jueves, 17 de diciembre de 2020

Domingo IV de Adviento (B)

20-12-2020                            DOMINGO IV DE ADVIENTO (B)

2 Sam. 7,1-5.8b-12.14a-16; Sal. 88; Rm. 16, 25-27; Lc. 1, 26-38

Homilía en vídeo. 

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            En cierta ocasión un hombre paseaba por el campo. Sin darse cuenta cayó en una zanja bastante profunda. Al caer se lastimó en una pierna, se rozó la espalda y la cara, pero no se rompió ningún hueso. Se levantó e intentó salir de la zanja, mas era demasiado profunda para él y no tenía dónde agarrarse e ir subiendo. Después de muchos intentos fallidos, se dio cuenta de que no era capaz de salir de allí por sí mismo. Empezó a gritar para que alguien lo sacara de la zanja. Al cabo de unas horas y cuando ya había perdido la esperanza de ser rescatado, se asomó una persona al borde de la zanja y vio al hombre caído. Esta persona quiso sacarlo del hoyo en que estaba. Fue a buscar una cuerda para echársela, para que se agarrara a ella y entonces el que estaba fuera de la zanja tiraría con fuerza hasta sacarlo fuera. Cuando estaban en esta operación, se acercó otra persona, se asomó y vio lo que estaba pasando. Esta tercera persona, en vez de tirar otra cuerda para que la agarrara el hombre caído, saltó él mismo dentro de la zanja y puso al que había caído sobre sus hombros y así lo pudo sacar de la zanja.

            Este ejemplo nos hace ver gráficamente las distintas maneras que tenemos de ayudar a los demás: 1) Podemos hacerlo desde arriba, sin mancharnos, sin exponernos al peligro; es cuando echamos la cuerda a los que están hundidos. 2) Podemos ayudar a los demás participando de la suerte del otro, sentir lo que él siente, pasar por lo que él pasa, elegir salir de nuestra comodidad y seguridad, quedarnos en su lugar para que el otro salga; es el que se tira a la zanja y lo pone sobres sus hombros para que suba.

            Alguien podrá preguntar, pero ¿qué pasa con el hombre que se tiró en la zanja para sacar al otro? ¿Se quedó él allí? ¿Cómo salió? Pues bien, en esa zanja se quedó ese hombre para siempre y así, cuando alguien más cae en la zanja, él está para subirlo sobre sus hombros y sacarlo de allí. Ese hombre que está tirando en la zanja es Jesús. Él nos saca a todos los que vamos cayendo a lo largo de los siglos y a lo largo de nuestra vida.

            Recuerdo que en 1989 estaba en clase de Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana de Roma. Nos impartía la clase un jesuita español y, no sé cómo vino a cuento, pero nos narró la siguiente experiencia: unos años atrás unos jesuitas jóvenes se habían marchado del convento en Barcelona y habían ido a vivir a uno de los barrios más marginales y pobres de la ciudad. Desde ahí, en una vivienda como la de la gente que habitaba allí, ayudaban a todos y compartían la suerte de todos ellos: en la comida, en el frío, en la inseguridad ciudadana, en las calles sin asfaltar, etc. En cierta ocasión, los jesuitas jóvenes acudieron a una reunión de jesuitas en el centro de Barcelona y criticaron abiertamente la comodidad de los mayores y el no vivir el evangelio con radicalidad. Ellos sí que lo estaban haciendo. En aquellos momentos este sacerdote jesuita que nos daba la clase en Roma les dijo: ‘No, vosotros no sois iguales ni vivís igualmente que los del barrio marginal de Barcelona’. Ellos dijeron que sí y contestaron de un modo muy alterado. Entonces este jesuita mayor les replicó: ‘No, porque si os ponéis enfermos, nosotros os vamos a recoger y os vamos a traer a un hospital del centro de Barcelona y vosotros vais a aceptar. Si ya no queréis estar más en ese barrio y queréis otro destino de jesuita, el superior nuestro os dará ese nuevo destino... Sin embargo, esas personas y esos niños de ese barrio, si se ponen enfermos, no tienen opción de ir a buenos hospitales o de comprar mejores medicinas. Si quieren salir de ese barrio para otro ‘destino’, no van a poder hacerlo y van a tener que quedarse en su barrio. Por lo tanto no sois iguales que ellos ni compartís por entero su destino’.

            Lo que les estaba diciendo el jesuita mayor es que, aunque pareciera otra cosa, ellos, los jóvenes jesuitas, estaban ayudando a los que estaban caídos en la zanja… desde arriba, echándoles una cuerda, y no tanto desde el fondo de la zanja.

            - Una vez hecha esta introducción con estos dos ejemplos, voy a entrar en la homilía de hoy.

            Dios pudo habernos salvado a base de varita mágica, a base de milagros, a base de ‘perdones’ desde arriba, desde su cielo, pero sin mancharse ni arrugarse. A Dios no le hacía falta compartir nuestra suerte para salvarnos, para sacarnos de la zanja, para llevarnos a su cielo. Sin embargo, Dios eligió participar de nuestra suerte, de nuestra caída en la zanja, de nuestra naturaleza humana. Esto último es lo que se llama ENCARNACION. Es decir, Dios se hizo hombre como nosotros. En las fiestas de Navidad celebramos que Jesús, el Hijo de Dios, nace entre nosotros, pero también celebramos que Jesús, el Hijo de Dios, se hizo hombre como nosotros.

            El evangelio de hoy nos muestra a Jesús como hombre: María, “concebirás en tu vientre y darás a luz a un hijo le pondrás por nombre Jesús”. Y cuando María pregunta que cómo será eso, pues no conoce a ningún varón, se le responde de tal manera que se nos muestra a Jesús como Dios: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios”.

            En efecto, Encarnación significa que Jesucristo tiene una naturaleza humana y otra Divina, y que su Persona, la Persona de Jesús es Divina. Por ello, cuando nace Jesús, nace en cuanto Dios y en cuanto hombre. Nace Jesús, nace la Persona Divina de Jesús. Esto es imposible de comprender para la mente humana: ¡Dios no puede nacer!

            Encarnación significa que Él, que es rico y fuente de todos los bienes y de todas las riquezas, se hace pobre y miserable por nosotros; Encarnación significa que Él, que está arriba, se abaja por nosotros; Encarnación significa que Él, que está en los Cielos, viene a la tierra; Encarnación significa que Él, que es santo, se deja tocar por nuestra suciedad, por nuestro egoísmo, por nuestra soberbia y por nuestro pecado.

            Encarnación significa que María es la Madre de Dios, porque es la Madre de Jesús, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. No solo es Madre de la naturaleza humana, sino también de la Persona Divina.

            Encarnación significa que en la cruz muere, no solo la naturaleza humana de Jesús, sino también la Persona Divina de Jesús. Por ello decimos que en la cruz muere Dios. Si no fuera así, entonces su Encarnación no sería auténtica, sino más bien un añadido a la Persona Divina, que se quita cuando se quiere. Para Jesús su naturaleza humana no es simplemente una especie de traje de actor que se puso para venir a representar una obra de teatro aquí a la tierra durante 33 años.

            Esta Encarnación se ve reflejada en los textos del evangelio donde si dice: “El niño crecía y se fortalecía; estaba lleno de sabiduría, y gozaba del favor de Dios” (Lc. 2, 40). “Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en aprecio ante Dios y los hombres” (Lc. 2, 52). O los pasajes en los que se ve a Jesús con miedos, lágrimas, angustias, dolido, con furor, comiendo, bebien­do, alegre, etc. Jesús tuvo que aprender todo como nosotros: a leer, escribir, hablar, comer, trabajar, andar, etc. Él no nació aprendido. Él fue aprendiendo, descubriendo en sí su Naturaleza Divina, su misión. Como nosotros que nos vamos haciendo a medida que transcurre la vida.

            Pues bien, si Cristo nació y vivió en línea encarnacional, así tenemos nosotros que hacerlo. Habitualmente no tenemos hilo directo con Dios, con mensajes en sueños o apariciones milagrosas. Dios nos habla por medios terrenales y sensi­bles: por otros hombres, por la Biblia, por la Iglesia, por los sacramentos. Dios se nos comunica en nuestro dolor, alegría, enfermedad, estado (casado, viudo, soltero, monja, etc.), en las circunstancias de paro o trabajo. Y nosotros hemos de usar habitualmente esos medios terrenales y sensibles para comunicarnos con Él.