viernes, 28 de enero de 2011

Domingo IV del Tiempo Ordinario (A)

30-1-11 DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO (A)

Sof. 2, 3; 3, 12-13; Slm. 145; 1 Cor. 1, 26-31; Mt. 5, 1-12a



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Si sabéis algo de la sábana santa de Turín, recordaréis que hubo una sorpresa mayúscula cuando fue fotografiada por vez primera, creo que hacia finales del siglo XIX. En efecto, hasta esa primera fotografía siempre se había venerado esta tela como el lienzo que había cubierto el cuerpo de Jesús una vez que se le bajó de la cruz y luego se le depositó en el sepulcro. En la sábana se veían algunas manchas resecas de sangre y poco más, pero, al ser fotografiada la sábana santa e ir a revelar dicha foto, se vio claramente en el negativo la imagen de un hombre entero, por delante y por detrás, y las heridas que tuvo en la cabeza, en los pies, en las manos, en el costado, en las rodillas… ¡Dicho descubrimiento fue algo extraordinario! Pues eso mismo pasa en lo que nos rodea: y es que la realidad puede ser vista por el lado positivo, pero también por el lado negativo. Existen partes de dicha realidad que no son conocidas por el lado positivo, pero sí por el negativo, y viceversa. Y os estaréis preguntando a qué viene esta introducción. Aquí va la respuesta: podemos ver la realidad de lo que nos pide Jesús en las bienaventuranzas que acabamos de escuchar comparándolo con las “bienaventuranzas” que nos ofrece el mundo y la sociedad que nos rodea.

* En efecto, esta sociedad nos presenta, en muchos casos, una sociedad del papel cuché de las revistas del corazón. Veamos lo que nos ofrece el mundo y lo que éste nos propone como deseable para conseguirlo (se abre una revista del corazón [Hola, Semana, Pronto, Ana Rosa…]; vale de cualquier fecha, y miramos y leemos): casas maravillosas, amplias, con buenos muebles y bellamente decoradas; mujeres jóvenes, bonitas, delgadas, ricas, famosas y bien vestidas; todo sonrisas y alegría; parece todo fácil y natural; ¿quién tuviera de todo eso? Sí, este mundo nos dice a voz en grito:

- Bienaventurados los ricos, porque no pasan ninguna necesidad material y pueden comer lo que quieran, vestirse cómo quieran y a la última moda, darse todos los caprichos que quieran, hacer viajes por todo el mundo y tener varias veces vacaciones al cabo del año.

- Bienaventurados los famosos, porque todo el mundo les conoce, les saluda, les invita, les honran, les tratan bien, salen cada dos por tres en la televisión o en los periódicos o en las revistas. ¿Quién fuera famoso como Belén Esteban y poder vivir y ganar dinero como ella hace?

- Bienaventurados los que tienen esos cuerpos jóvenes, sanos, bellos, delgados, porque todo el mundo trata mejor a los guapos que a los feos, a los delgados que a los gordos, a los jóvenes que a los viejos…

- Y podríamos seguir con más cosas, pero vamos a dejarlo aquí.

* Hasta ahora hemos hablado de una de las caras de la moneda. Vamos ahora a ver el otro lado. Las bienaventuranzas son en labios de Jesús una invitación, no un imperativo; pero es una invitación de tal alcance y categoría que constituye la norma base de conducta moral para el cristiano. En las bienaventuranzas están contenidas las actitudes personales que han de dar a todo discípulo de Cristo, y no sólo a una minoría selecta. La práctica de las bienaventuranzas constituye la línea divisoria entre el auténtico seguidor de Cristo y el cristiano sociológico, de número o herencia familiar. Sólo quien las practica entiende las bienaventuranzas, porque son paradójicas y suponen una inversión total de los criterios al uso: son el mundo al revés.

La vida, ejemplo y conducta de Jesús son, en definitiva, la clave más auténtica de interpretación de las bienaventuranzas. Él fue pobre y sufrido, tuvo hambre y sed de justicia, fue misericordioso y limpio de corazón, trabajó por la paz y la reconciliación, fue perseguido y murió por causa del bien y por amor al hombre. De esta forma encarnó en su persona las actitudes básicas del Reino que preconizan las bienaventuranzas, y éstas se convierten para el discípulo en programa real y posible del seguimiento incondicional de Cristo.

En efecto, Jesús nos dice (en esta ocasión sólo hablaré de dos de las bienaventuranzas):

- “Bienaventurados (dichosos-felices) los que lloran, porque ellos serán consolados”. Las lágrimas forman parte del ser humano, sobre todo de los niños. Es difícil ver llorar a un adulto; es difícil que lloremos, sobre todo algunas personas, y más en público. Aquí Jesús, con esta bienaventuranza se refiere a las lágrimas causadas por el dolor y por el sufrimiento. Quienes lloran por ello están tristes. Pues a estos que lloran así, Dios mismo los consolará. Nos los dice Jesús en este texto y lo leemos también en el Apocalipsis: “Dios mismo estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor” (Ap. 21, 3b-4). Y en muchas ocasiones Dios nos usará a muchos de nosotros para enjugar las lágrimas de otros, para consolar a otros[1], y para decirles que son dichosos y felices, pues sus lágrimas les hacen merecedores del consuelo de Dios.

Estas palabras no son ninguna invención. Yo he sido testigo de este consuelo que Dios entrega y reparte entre tanta gente, que se acerca a Dios con confianza.

- “Bienaventurados (dichosos-felices) los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. A esta bienaventuranza le doy la vuelta. No es que, porque soy misericordioso con los demás, Dios me conceda posteriormente su misericordia a mí. No, sino que primero la misericordia de Dios me llena y me transforma, y sólo así puedo tener misericordia de los demás y con los demás, lo merezcan o no. ¿Merezco yo que Dios tenga misericordia de mí? Si miro a mis pecados, fallos y deslealtades, he de decir: rotundamente no; pero, a pesar de todo, Dios tiene misericordia de mí, no por lo que ve en mí, sino por el amor infinito que hay en Él. Pues del mismo modo, yo he de tener misericordia de los demás, no por lo que vea en ellos o porque lo merezcan, sino por el amor que Dios ha sembrado en mi corazón.

Sin embargo, tener misericordia con los otros no significa ser pusilánime con ellos o ser consentidor de todo lo que otros digan o hagan, o dejen de hacer o dejen de decir. No. Tener misericordia es buscar su bien, pero el bien objetivamente hablando y no subjetivamente hablando. En efecto, puede ser que lo que me pida una persona no es lo mejor para ella, o que lo que se le diga no le guste en un primer momento, pero sí que le viene bien posteriormente. Por eso dice Jesús: “A los que yo amo los reprendo y los corrijo; sé ferviente y enmiéndate” (Ap. 3, 19). Sí, la misericordia y la caridad para con los demás es buscar y procurar en ellos la voluntad de Dios y su bien, y no lo que deseen o quieran. La imagen más perfecta de esto yo la veo en la acción de los padres con sus hijos, cuando los están educando: tienen misericordia al amarlos, pero también al corregirlos, que es una de las modalidades del amor auténtico.

Lo contrario de la misericordia es la dureza de corazón. Lo contrario de la dureza de corazón es la misericordia. ¡Ojala Dios nos conceda no tener un corazón duro, sino que nuestras entrañas tengan misericordia y caridad hacia los que nos rodean! ¡Es tan fácil endurecer el corazón!



[1] “Consolad, consolad a mi pueblo dice vuestro Dios” (Is. 40 1).

viernes, 21 de enero de 2011

Domingo III del Tiempo Ordinario (A)

23-1-2011 DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 9, 1-4; Slm. 26; 1 Cor. 1, 10-13.17; Mt. 4, 12-23



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

El evangelio que acabamos de escuchar hoy termina con estas palabras de Jesús: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”. Y quisiera fijarme hoy en la primera de las palabras dichas por Jesús: “Convertíos…”. Ya he hablado en otras ocasiones de la conversión, que ha de estar presente en todos los cristianos, pero he puesto en esos momentos más el énfasis en una conversión… personal e individualizada. Hoy, sin embargo, quisiera predicar algunas ideas sobre la conversión comunitaria.

- Pecado comunitario. Antes de hablar sobre la conversión comunitaria hemos de hacer mención del pecado colectivo o comunitario. Estamos demasiado acostumbrados a pensar en el pecado como realidad personal, pero también existe un pecado estructural o social, el cual está compuesto por los pecados personales de todos los que formamos la sociedad, pero, además, dicho pecado estructural sobrepasa y va más allá del pecado individual. Sí, existe también un pecado colectivo o social; el mal de los hombres alcanza a las empresas, a las naciones, a las instituciones, a los mercados…:

* A principios de 1980 había un chico que estaba cumpliendo el servicio militar en Oviedo, concretamente en el cuartel del Milán, hoy convertido en gran parte en centro universitario. Este chico era chapista y pintor de coches de profesión, y lo destinaron, después de la jura de bandera, al parque móvil del cuartel. Se ocupaba de la reparación de los vehículos militares, En la práctica este soldado y otros con su misma profesión arreglaban los coches particulares de los mandos con… material del ejército y con mano de obra del ejército, y todo ello le salía gratis a los mandos. Asimismo, cuando a los mandos se les acababa la gasolina, entraban en el cuartel y llenaban el depósito con la gasolina del ejército y, por supuesto, todo ello gratis. Era normal este comportamiento y no creaba mayor problema, pues estaba perfectamente asumido por todos: mandos superiores, medios y soldados. Todo el mundo “chupaba” lo que podía.

* Cosas parecidas sucedían en la ENSIDESA: un ingeniero que trabajaba en la empresa estatal montaba otra, en este caso una empresa privada. Dicho ingeniero certificaba que determinados laminados que salían de los hornos altos de ENSIDESA estaban defectuosos (cosa que era falsa) y se vendían entonces como chatarra a la empresa de su propiedad, y esta empresa revendía el laminado de nuevo a la ENSIDESA como material de primera calidad. El negocio era redondo. Y esto que hacían los de arriba, lo hacían los de abajo en otras cosas o a otros niveles: herramientas, toallas, fundas, horas no trabajadas…

* Hacia 1999 me enteré que Telefónica procuró prejubilar a empleados suyos entre 51 y 57 años de edad, que tenían buenos sueldos y quinquenios. En su lugar contrató a chicos bien preparados, pero firmando con ellos contratos basura. El negocio era redondo. Esta modalidad de la prejubilación (echar a gente para casa en pleno vigor para producir y con buenos sueldos) ha sido mayoritariamente usada, y de tal manera que Toxo (líder del sindicato obrero de CC.OO.) acaba de reconocer este lunes pasado, que la modalidad de la prejubilación ha sido usada frecuentemente y no de un modo correcto en estos años anteriores.

* Por otra parte, existen situaciones injustas a nivel mundial, como la acumulación excesiva de bienes materiales en manos de unos pocos y, por ello, otros muchos pasan hambre, desnudez, enfermedad, falta de vivien­da y trabajo. Pensemos que el 20 % de la población mundial tenemos el 80 % de la riqueza[1]. Y de ese 20 %, la mayoría somos cristia­nos, al menos de bautismo. Existe acaparamiento de poder por unos pocos que gobiernan a la mayoría: los ocho países más ricos de la tierra (sus gobiernos y empresas internacionales) deciden cómo va a ser la economía del mundo. Asimismo existe un interés de unos pocos por detener injustamente el desa­rrollo integral de los demás. Por ejemplo, mediante la expulsión de misioneros y matanzas de catequistas por ayudar y culturizar a las gentes.

Pienso que, con estos ejemplos, ha quedado un poco más claro lo que se ha de entender por pecado colectivo, o social, o estructural, o comunitario. Este modo de actuar está tan asumido por la sociedad o por gran parte de ella, que forma parte del pensamiento y del comportamiento habitual de las personas que componen dichos organismos o instituciones. Y quien no quiere seguir este modo de obrar es tachado de loco o visionario.

- Conversión comunitaria. Frente a este tipo de comportamiento y de pensamiento provocado por el pecado estructural, los cristianos no podemos estar con las manos quietas, no podemos ser unos cristianos tibios; no podemos decir: “Yo no robo ni mato”. Si yo no lucho contra ese pecado que hay en mí mismo, en mi pueblo, en mi ciudad, en España, en el mundo entero, entonces yo estoy ayudando a perpetuar en la sociedad ese pecado estructural y en alguna medida soy responsable igualmente de dicho pecado. Ya sabéis el refrán: “tanto peca el que mata, como el que tira de la pata”. Recuerdo que, teniendo yo 22 años, fui a trabajar a Suiza para pagarme los estudios del Seminario. Allí conocí a varias personas en la Misión Católica Española. Entre estas personas había una mujer de unos 40 años que no tomaba nunca Coca-cola, cuando íbamos después de la Misa a tomar algo. Recuerdo que le pregunté que por qué no tomaba esa bebida y me contestó que se lo impedía su moral. Esta mujer estaba en contra del imperialismo estadounidense y decía que no podía alimentarlo pagando una Coca-cola y bebiéndosela. A mí me extrañó entonces su postura, pero después entendí lo que quiso decir y lo que hacía, y me pareció de lo más coherente, al menos, en ese punto.

Sí, Cristo nos llama en el evangelio de hoy a la conversión: Convertíos…”. La conversión personal del cristiano tiene siempre una dimen­sión comunitaria y, por lo tanto, la conversión evangélica de cada fiel está reclamando e implicando una conversión y renovación de la humanidad, del mundo y de la Iglesia. Como hay una solidaridad en el pecado, hay también una solidaridad en la conversión. La conversión personal no puede dejar de incluir la comunitaria y estructural. La auténtica conversión interior hace necesariamente también referencia a la sociedad y a la estructuras. Es preciso, en este punto advertir con claridad sobre el peligro de ciertas tenden­cias proclives a la privatización de la conversión, así como de otras que no valoran suficientemente la conversión interior y fijan unilateralmente su atención en la transformación de las realidades estructurales. La Iglesia considera importante y urgente la edificación de estructuras más humanas, más justas, más respetuosas de los derechos de la persona; pero es consciente de que, aún las mejores estructuras, se convierten pronto en inhuma­nas, si las inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas, si no hay una conversión de corazón y de mente por parte de quienes viven en esas estructuras o las rigen.

Ya para terminar, si me lo permitís, os impongo la tarea (y a mí mismo también) de examinar en esta semana qué estructuras de pecado estoy yo apoyando en mi entorno con mi comportamiento, con mi pensamiento, con mis palabras, y cuáles debieran de ser los frutos que yo debería dar para hacer realidad esa conversión comunitaria, que Jesús nos pide hoy en el evangelio.



[1] Digo “tenemos”, porque nosotros, los que aquí estamos, mayormente pertenecemos a este 20 % de ricos a nivel mundial.

viernes, 14 de enero de 2011

Domingo II del Tiempo Ordinario (A)

16-1-2011 DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 49, 3.5-6; Slm. 39; 1 Cor. 1, 1-3; Jn. 1, 29-34



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Pasadas las fiestas navideñas iniciamos el tiempo ordinario y en él estaremos hasta el 9 de marzo que, al ser Miércoles de Ceniza, inicia el tiempo cuaresmal.

La Iglesia nos presenta esta semana para orar y para reflexionar el evangelio que acabamos de escuchar. Juan Bautista da testimonio de Jesús y nos lo dice a nosotros para que lo sigamos. Básicamente Juan Bautista hace tres afirmaciones sobre Jesús:

- Jesús “es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Esta es una frase que se repite en varias ocasiones en la Misa. A la hora de profundizar en esta afirmación hay que fijarse en las dos partes de la frase. De esta frase se puede concluir, entre otras cosas, lo siguiente: 1) Jesús nos quita los pecados. Los protestantes dicen que Dios se tapa la cara para no ver nuestros pecados o los tapa con una sábana o una manta. Con esta explicación habría que decir que existe un perdón por parte de Dios hacia nuestros pecados, pero ellos siguen existiendo. Los pecados son eternos y nunca desaparecen. De este modo se haría buena esa frase de “perdono, pero no olvido”. Sin embargo, nosotros, los católicos, creemos que Dios nos perdona realmente los pecados y su perdón es tan radical que nos los quita, pero no para quedárselos Él o para guardarlos en el sótano de los pecados, sino que realmente nos los quita y los hace desaparecer para siempre. 2) Jesús quita el pecado del mundo. Jesús no sólo perdona los pecados personales de cada uno de nosotros, sino que destruye todo lo negativo, lo oscuro, lo pecaminoso y el egoísmo existente en la creación. Antes de Jesús estábamos encerrados en un hueco sin salida. Después de Jesús ese hueco se convierte en una cueva con salida al exterior. Por mucho mal que haya en el mundo, por muy negativo que sea todo, nosotros sabemos que hay esperanza para el hombre, para el mundo, para la creación entera. Cristo es la victoria sobre el pecado. Él es nuestro liberador y salvador. 3) Jesús es el Cordero de Dios. La salvación, el perdón de los pecados, la esperanza que Cristo nos trae… a Él no le sale gratis. Jesús, como Cordero, muere degollado y con su sangre nos salva a todos nosotros. Hay una imagen que sale con mucha frecuencia en la imaginería cristiana y es representar a Jesús cómo un pelícano que, no teniendo comida para dar a sus polluelos, él mismo se hace sangre con su pico y, de esa sangre que mana de su pecho, alimenta a sus crías.

- Jesús “es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. El domingo pasado os comentaba que el bautismo de los cristianos se hace con agua. Sí, es así, pero no sólo con agua, sino también con Espíritu Santo. El agua limpia, purifica, sacia la sed. El Espíritu Santo es representado en muchas ocasiones como una paloma, pero otras como fuego: por ejemplo, las lenguas de fuego que el día de Pentecostés se posaron sobre los apóstoles (Hch. 2, 3). En efecto, los tocados por el Espíritu de Dios son transformados: los cobardes se convierten en valientes, los ignorantes en sabios, los que tienen dudas en personas confiadas totalmente en Dios, los tibios en fervorosos, los pecadores en santos, los que siempre se andan quejando y haciéndose las víctimas en personas con fuerza interior y comprensivas para los demás, los iracundos en personas llenas de paz, los pobres en ricos y los ricos en pobres, los que murmuran de los demás en personas que ven claramente sus propios fallos y no tienen tiempo de pararse en los fallos de los demás… ¿Habéis sido bautizados alguna vez con Espíritu Santo? ¿Habéis tenido en alguna ocasión experiencia de todo esto que os estoy diciendo?

Voy a confesaros una idea que me ha venido rondado con mucha frecuencia en estos días de Navidad. De poco sirve que yo os predique un domingo, si durante la semana no tratamos (yo incluido) de llevar esto a la práctica de algún modo. De poco sirve saber y conocer toda la teología y las maravillas de Dios, si sólo nos quedan en la cabeza y no las ponemos por obra. De poco sirve que Dios sea lo más maravilloso que hay en el mundo entero, si yo no le dejo entrar en “mi casa”, o sea, en mí mismo. Y es que tengo miedo que seamos unos “cristianos patos”. ¿Sabéis que es un “cristiano pato”? Fijaros en los patos: se meten en el agua, pero tienen un plumaje predispuesto de tal manera que, al salir del agua, los patos se sacuden y ni una gota de agua les ha mojado interiormente. Sus plumas les preservan del agua. Así podemos ser nosotros: Venimos a Misa, u oramos, o Dios nos rocía con sus gracias a todas horas…, y nosotros nos sacudimos y quedamos completamente secos, como un pato recién salido del agua, el cual está tan seco como otro pato que aún no ha entrado en el agua. Por todo esto, le pido a Dios con todas mis fuerzas (que son pocas) que Dios nos bautice a todos nosotros con Espíritu Santo (al modo que acabo de describir más arriba) y que todos nosotros lo percibamos. Dios, como sabéis, pone el ciento por uno; pongamos nosotros el uno por ciento.

- Jesús “es el Hijo de Dios”. Con esta afirmación Juan Bautista confiesa la divinidad de Jesucristo. No es que Jesús quite los pecados del mundo con el poder de Dios a modo de un profeta o de cualquier sacerdote. Tampoco basta con el hecho de que Jesús bautice con Espíritu Santo, pero… en nombre de Dios. Juan bautizaba con agua en nombre de Dios y Jesús bautizaría con Espíritu Santo, pero… “en nombre de Dios”. NO. Es el mismo Jesús por sí mismo quien quita los pecados del mundo y es el mismo Jesús quien por sí mismo bautiza con el Espíritu Santo. Jesús no es un profeta, o un hombre perfecto, o un hombre santo. Jesús es el Hijo de Dios, Jesús es Dios mismo. Juan Bautista confesó la divinidad de Jesús, porque aquél se lo había oído a Dios Padre, cuando estaba bautizando a Jesús. Así lo leímos el domingo pasado: “Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: ‘Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto’.

Sí, Juan confesó a Jesús y creyó en Él como Hijo de Dios, como Dios. Y nosotros, tras estas celebraciones navideñas, confesamos y creemos en Jesús como Dios y como hombre.

jueves, 6 de enero de 2011

Bautismo del Señor (A)

9-1-2011 BAUTISMO DEL SEÑOR (A)

Is. 42, 1-4.6-7; Slm. 28; Hch. 10, 34-38; Mt. 3, 13-17



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Aunque hace ya algún tiempo prediqué sobre los ritos del sacramento del Bautismo y su significado, nunca está de más el repetir hoy lo ya dicho:

- Escrutinio. En esta parte se les pregunta a los padres y padrinos qué desean para los bautizandos (el Bautismo) y si están dispuestos a educarlos en la fe cristiana de amar a Dios, al prójimo y a los mandamientos tal y como se nos enseña en los evangelios. Luego el sacerdote hace sobre la frente de la criatura la señal de la cruz (asimismo los padres y padrinos) como signo de su aceptación en la Iglesia y de la salvación de Cristo sobre dichas criaturas.

- Exorcismo. Después de las lecturas y del sermón, el sacerdote invoca el poder de Dios para que libre a las criaturas del poder de Satanás, para que los arranque de las tinieblas para la luz, para que los libre del pecado original y los haga templo del Espíritu Santo.

- Unción. Se dice a los padres que descubran el pecho de las criaturas para que el sacerdote los unja con el aceite de los catecúmenos, que ha sido bendecido por el obispo en la Misa Crismal. En las luchas griegas de las olimpiadas los deportistas se ungían con aceite por todo el cuerpo para estar más ágiles, para tener los músculos más distendidos y estar más resbaladizos para sus contrincantes. En definitiva, se ungían para luchar mejor; pues así sucede con esta unción con la que la Iglesia prepara a sus hijos, ya que la vida de fe es una vida de lucha (“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha…, porque es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran” [Mt 7, 13-14]).

- Bendición del agua. El sacerdote bendice el agua con la que a continuación serán bautizadas las criaturas. Agua que significa limpie­za (que nos purifica de nuestras suciedades), agua que es fuente de vida (pues sin ella los frutos no pueden crecer), pero también agua que es fuente de muerte (que puede arrasar, como el Tsunami de las Navidades de 2004, y de tantas otras ocasiones, recientemente por Andalucía y Australia) y agua que arrasa nuestros pecados. Vemos esto en la oración de bendición del agua en donde se recuerda el diluvio universal. También en la oración se recuerda el paso del pueblo de Israel por en medio del mar Rojo. Así, se simboliza que Israel pasó de la esclavitud a la libertad a través del agua. Luego se recuerda el paso del desierto a la tierra prometida a través del río Jordán. De este modo se simboliza el paso desde el desierto, lugar de sed-calor-peligros a la tierra prometida en donde Dios nos espera; etc.

- Promesas y credo. Los padres y padrinos en nombre de las criaturas, que entonces no pueden hablar por sí mismas, si tienen pocos meses de vida, prometen a Dios y ante la comunidad eclesial que desean rechazar el pecado y todo lo que conlleva de alejamiento de Dios y del prójimo. Igualmente se confiesa la fe en Dios Padre, en Dios Hijo, en Dios Espíritu Santo y en la Santa Iglesia de Dios. Si falta uno de estos elementos o no se acepta, entonces quiere decir que no se puede seguir adelante con el Bautismo, pues no tiene sentido bautizarse en una fe que no se acepta, entrar en una Iglesia que no se acepta.

- Bautizo. Se puede hacer de tres modos: 1) Sumergiendo la criatura en el agua. Así, mediante la inmersión, era cómo bautizaba primeramente S. Juan Bautista. He visto algún cuadro en donde S. Juan con una concha echaba agua sobre la cabeza de Jesús y de este modo lo bautizaba, pero nada más lejos de la realidad. Más bien se acercaba la gente, S. Juan estaba en medio del río y sujetando a uno por los hombros o por la cabeza le introducía entero debajo del agua. Así es como hicieron los primeros cristianos sumergiendo a los que iban a ser bautiza­dos por tres veces; de este modo simbolizaban las tres personas de la Santísima Trini­dad y los tres días que Jesucristo estuvo enterrado en el sepul­cro hasta que resucitó. Y esto podía hacerse en un río o en una piscina. Incluso ahora algunos grupos cristia­nos bautizan hoy día a sus hijos de este modo. 2) Otra forma de bautizar es utilizando la aspersión con un hisopo, cuando hay una gran cantidad de gente para bautizar. Se dice que S. Francisco Javier en la India bautizó en un solo día a 10.000 personas de este modo. 3) Y el último modo de bautizar es el comúnmente conocido por echar agua sobre la cabeza del bautizando por tres veces mientras se dice la fórmula: "N., yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo."

Normalmente para bautizar se utiliza el agua; por eso deci­mos que hay Bautismo de agua, pero igualmente existen otras dos clases de Bautismos: el de sangre y el de deseo. El de sangre es el de aquella persona que, queriendo ser cristiano y estando preparándose en doctrina cristiana para recibirlo, resulta que antes de ello acontece una persecución contra los cristianos y él, pudiendo librarse, se presenta voluntariamente al suplicio y lo matan. El derramamiento de su propia sangre sobre su cuerpo es su mismo Bautismo (Santos Inocentes, primeros bautizados). El Bautismo de deseo es de aquel que se encuentra en la misma situación que el anterior -se está preparando en la doctri­na cristiana para ser bautizado- y resultando que tiene una enfer­medad o situación de peligro accidental que lo lleva a la muerte, y no teniendo a nadie que lo bautice al morir, confiesa interior­mente su deseo de ser cristiano, su fe en Jesucristo y por este mismo deseo es bautizado.

- Crismación. Con aceite bendecido por el obispo se unge en la coronilla al recién bautizado y queda constituido sacerdote (está capacitado para comunicarse con Dios y ser intermediario para otros ante Dios), profeta (puede hablar a los demás de parte de Dios y recibir de El su palabra) y rey (está llamado a reinar con Cristo en el Reino de los cielos).

- Vestidura blanca. Es el alba que se ponen los sacerdotes, obispos, diáconos, o monaguillos en las celebraciones. Es una vestidura propia de todo cristiano, y no sólo de los clérigos. Esta vestidura blanca significa la limpieza de los pecados personales y/o del pecado original.

- Vela. Se coge el fuego únicamente del cirio pascual (no de un mechero o cerilla cualquiera), que representa a Cristo resucitado.

- Effetá (ábrete). Lo mismo que Cristo hizo oír a los sordos y hablar a los mudos (les tocaba según los curaba), así el sacerdote toca los oídos y la boca de la criatura para que, a su tiempo, pueda escuchar la Palabra de Dios y pueda hablar con El y de El.

- Ofrecimiento a la Virgen. Este rito no está en los libros litúrgicos, pero muchos sacerdotes lo hacemos. Al terminar la ceremonia ofrecemos a los recién bautizados a la Virgen María para que ella ejerza como Madre suya durante toda la vida.

Espero que estas palabras sirvan para conocer mejor este sacramento tan importante en nuestra vida de fe.

miércoles, 5 de enero de 2011

Epifanía del Señor (A)

6-1-2011 EPIFANIA (A)

Is. 60, 1-6; Slm. 71; Ef. 3, 2-3a.5-6; Mt. 2, 1-12



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos hoy la fiesta de la Epifanía (que significa manifestación) del Señor, más conocida popularmente como la fiesta de los Reyes Magos. Unos Magos del Oriente, se cree que del actual Iraq o Irán, vinieron para adorar al Rey de los Judíos, a Jesús. Nos dice el evangelio que, cuando llegaron ante el portal de Belén, le ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra. De este acontecimiento viene la costumbre en España de hacer o intercambiar regalos por esta fecha del 6 de enero.

Hay distintas clases de regalos: regalos para los niños y para su diversión y ocio; regalos de compromiso y, a veces, ¡qué difícil es dar con el regalo adecuado para una persona y para una ocasión determinada!; regalos útiles para la persona que los recibe; regalos de mucho valor material; regalos de mucho valor sentimental… Esta homilía va de regalos.

- Veamos ahora los regalos de los Magos al Niño Jesús:

Oro. ¿Por qué oro? El oro fue siempre un metal precioso y de mucho valor para los hombres. Lo llevaba la gente rica y los reyes. Jesús no era rico, había nacido en un establo entre pajas, pero era rey, y como tal le regalaron oro. Muchos hombres siempre han querido ofrecer lo mejor que tenían para Dios. ¿No veis los edificios, como esta catedral de Oviedo o este retablo, que se han construido para Dios? ¿No veis lo que se gastan algunas cofradías en mantos a la Virgen, en coronas para la Virgen, en flores, en restaurar los pasos de Semana Santa para mostrarlo sólo unas horas al año? Me consta que algunos sacerdotes en Andalucía han querido que no se gastaran esas cantidades ingentes de dinero en todo lo que acabo de decir, sino que se diera a los necesitados, pero los cofrades se enfadaban, porque querían dar “eso” para sus devociones.

Incienso. El incienso se utilizaba entonces en las ceremonias religiosas y pretende elevar el humo aromatizado ante Dios. Por eso, los Magos, aunque no lo supieran de un modo muy claro, estaban ofreciendo incienso al Niño Jesús…, como Dios que era. También ahora en las ceremonias más solemnes se quema incienso y se rocía del mismo al altar en donde se va a consagrar el pan y el vino, que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Se rocía de incienso el mismo pan y vino. Se rocía de incienso el ambón y la Palabra de Dios que va a ser proclamada. Se rocía con incienso al sacerdote u obispo que presiden la Misa, a los sacerdotes que concelebran, a los fieles que celebran la Misa, y al cadáver de cristiano fallecido, pues ellos van a realizar funciones sagradas y en ellos está presente Dios por la creación (a su imagen y semejanza) y por el Bautismo (hijos adoptivos de Dios, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo). El incienso es para Dios y para elevarnos a Dios.

Mirra. Cuando un hombre o una mujer mueren, rápidamente su cadáver se descompone y huele mal. ¿No habéis pasado alguna vez por el campo o en la ciudad al lado de un cadáver de un gato, de un perro o de otro animal? Salen de él las moscas y huele muy mal. Pues bien, eso también pasa en los hombres que mueren. A veces, como se tardaba un tiempo en enterrarlos, y por Israel y el Oriente hacía mucho calor, lo que se producía era una descomposición del cadáver más rápida, y por ello se utilizaba la técnica de embalsamamiento. Y uno de los elementos usados en ésta era la mirra. Cuando murió Lázaro, el amigo de Jesús, y éste quería verlo, le dijeron las hermanas: "Señor, tiene que oler muy mal, porque ya hace cuatro días que murió" (Jn 11, 39b). A Jesús, cuando murió, quisieron embalsamarlo (Lc. 23, 56 - 24, 1). Por lo tanto, ofrecer mirra a Jesús como regalo por parte de los Magos significaba que Él era hombre como nosotros, y, por lo tanto, iba a morir igual que mueren todos los hombres.

- Hasta aquí hemos hablado de los regalos que los Magos ofrecieron a Jesús. Pero veamos también algunos de los regalos que Dios nos hizo a los hombres con el nacimiento de Jesús:

Luz. Isaías, en la primera lectura, profetiza en este sentido: "¡Levántate Jerusalén, que llega tu luz! Mira: las tinieblas cubren la tierra, las oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz". Jesús viene presentado como Luz en medio de las tinieblas que rodean al mundo. Por ejemplo, los Magos fueron guiados hasta Belén por un estrella, que desapareció en cuanto se mostró el lugar donde se encontraba el Niño Jesús. Desapareció porque todas las estrellas desaparecen cuando llega el sol y éste trae el día. Así, el Sol-Jesús hizo desaparecer la Estrella del Oriente. Por eso, vemos cómo Cristo Jesús es Luz para todos noso­tros. Para todo el que cree en Él, Jesús es Luz en medio de las oscuridades y dudas de esta vida. El que no cree en Jesús camina en la oscuridad; en la oscuridad, porque no ve más que lo que toca, que lo que palpa; en la oscuridad de su propio egoísmo y pecado. Hace unos días se quejaba una madre de familia de que no tenía trabajo fuera de casa. Yo le dije que, de parte de Dios, le daría un trabajo al lado de casa, con una paga 2.400 € mensuales, con 8 horas de trabajo por las mañanas, con fines de semana libres, con un mes de vacaciones, con 14 pagas anuales, pero… con dos condiciones: (1) le quitaría la fe que tenía en Dios, (2) le quitaría a su marido y a sus hijos. Me dijo que no, que se quedaba como estaba. No le quise decir que el trabajo fuera de casa que pretendía fuera malo, pero sí quise que se diera cuenta que tenía en su poder lo mejor de este mundo y su queja continua le impedía disfrutar de lo bueno que Dios le había dado. Dios le dio luz para ver esto.

Fe. Éste es uno de los regalos de Dios que yo más aprecio. ¿Qué sería de mí sin fe? ¿Qué sería de mí sin la esperanza de verlo y de abrazarlo plenamente un día y para toda la eternidad? ¿Qué sería de mí sin la certeza de su inmenso amor? Tengo un amigo periodista y el pasado mes de junio me escribió a propósito de un funeral por un asesinado lo siguiente: “Te comento una experiencia intensa que tuve el pasado viernes, 18 de junio. Me tocó hacer la información del funeral de uno de los dos chicos que mataron a tiros en N. Fue un funeral religioso, aunque su familia se encontraba más bien lejos de la Iglesia. De hecho, éramos una minoría los que sabíamos responder al sacerdote. Hubo dos cosas que me impresionaron en una Iglesia que estaba llena con gente que trabaja en puticlubs y esos ambientes. Por una parte, el respeto a la muerte y al propio lugar sagrado. Además, noté en ellos ese frío que en su momento yo noté en el funeral de mi tía N, el frío de las personas que se encuentran al margen de la Fe, el frío de la vida sin esperanza. Fue una impresión pero muy honda”. Sólo hay una cosa en el mundo más grande –para mí- que la fe en Dios y es… Dios mismo.

Alegría. Dice la primera lectura: “Entonces lo verás, radiante de alegría; tu corazón se asombrará, se ensanchará.” También el evangelio nos dice que los Magos “se llenaron de inmensa alegría.” Recuerdo al padre de una señora de color de Cabo Verde (esta señora vive en Lugones) cuando vino a España a ver a su hija y después de unos días, al marchar, dijo: ‘Aquí en Europa, en España, tenéis de todo, pero no sois felices; no estáis alegres’. Si yo me lleno de cosas, entonces sale Dios de mí. Si yo me vacío de cosas en mi interior, entonces ese vacío lo puede ocupar Dios, el Dios de mi alegría.

- Esta última parte de la homilía es para que la rellenemos nosotros: ¿Qué regalos estoy dispuesto a hacer a Dios y a los demás en este año que empieza? ¿Serán regalos de compromiso…; regalos útiles…; regalos de mucho valor material…; regalos de mucho valor sentimental…; regalos de mi tiempo…; regalos de lo que me sobra…?

sábado, 1 de enero de 2011

Domingo II de Navidad (A)

2-1-2011 DOMINGO SEGUNDO DESPUES DE NAVIDAD (A)

Eclo. 24,1-4.12-16; Sal. 147; Ef. 1, 3-6.15-18; Jn. 1, 1-18



Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

En estos días recibimos muchas felicitaciones de Navidad. Unas contienen los mensajes tradicionales y otras con algo no demasiado habitual. Yo he recibido una de estas últimas felicitaciones con una poesía de un autor anónimo. La poesía te titula: “Navidad es...”. Os leo la poesía:

“Si tienes enemigos, reconcíliate con ellos.

Navidad es Paz.

Si en tu corazón tienes soberbia, sepúltala.

Navidad es Humildad.

Si tienes deudas, págalas antes de gastar todo.

Navidad es Justicia.

Si tienes pecados, arrepiéntete y conviértete.

Navidad es nacer al Espíritu.

Si tienes pobres a tu lado, ayúdalos.

Navidad es un Don.

Si en tu mente tienes sombras y dudas, ilumina tus pensamientos.

Navidad es Luz.

Si tienes errores, piensa y reflexiona.

Navidad es Verdad.

Si tienes tristezas y preocupaciones, alégrate.

Navidad es Gozo.

Y si sientes odio y resentimiento, arrepiéntete, perdona a todos,

y perdónate a ti mismo, porque entonces Dios ya te ha perdonado.

Navidad es Amor”

¿Os acordáis que ayer os animaba a elaborar una oración para el nuevo año 2011 que estamos estrenando? Pues una manera de hacer esta oración consiste en tomar como base esta poesía y trabajarla durante unos cuantos días. Ciertamente la Navidad es sobre todo don y regalo de Dios. La Navidad nos es ofrecida completamente gratis. Pero también es verdad que la Navidad ha de ser “trabajada” por nosotros y tener una serie de frutos dentro de nosotros y a nuestro alrededor, pues de lo contrario quedaría reducida a una mera parafernalia o a una celebración vacía de contenido.

Por lo tanto, si la Navidad es paz, tendré que pensar quiénes son mis enemigos y para quién soy yo enemigo, y buscaré la paz y la reconciliación con todos ellos, al menos en lo que de mí dependa.

Si la Navidad es humildad, procuraré esconder mi enorme y gran ego detrás de los demás y de Dios. Buscaré que no se me vea tanto, que no se me oiga tanto, no presumir tanto, no hacerme tanto la víctima, no vanagloriarme tanto de mis virtudes y de mis éxitos. Desapareceré yo para que aparezcan Dios y lo demás.

Si la Navidad es justicia y don, buscaré reconocer lo bueno de los demás y disculpar lo malo ajeno, pues del mismo modo Dios hace siempre conmigo. Procuraré devolver las cosas prestadas que están meses y meses en mi casa. Haré lo posible por compartir mis bienes, pues son primero de Dios que míos, y Él quiere que también los entregue (al menos parte de ellos) a otras personas mucho más necesitadas que yo.

Si la Navidad es nacer al Espíritu, procuraré ir dejando atrás mis pecados sempiternos, mis vicios y defectos omnipresentes (con la ayuda de Dios, de su Santo Espíritu). Empezaré este mes de enero por uno solo de ellos; por el más fácil, y haré como el Papa Juan XXIII, “sólo por hoy procuraré…”

Si la Navidad es luz, aunque yo no pueda disipar mis propias dudas e incertidumbres, procuraré ser luz, certeza, compañía y comprensión para quien está a mi lado y duda. Quizás no logre ahuyentar mis dudas, pero habrá un poco más de luz en el mundo, si logro despejar una sola duda del que está cerca de mí, aunque sólo sea para decirle: ‘No sé darte ninguna razón de por qué te suceden esas cosas; sólo sé que estoy a tu lado y que te quiero’.

Si la Navidad es verdad, procuraré no vivir en la mentira, no mentir a lo tonto o para justificarme o para sobresalir o por cobardía. Soy como soy, y Dios me ama así. Vivir en verdad significa aceptarse tal y como soy, presentarme tal y como soy ante los demás. Si los demás nos aceptan así, ¡enhorabuena! Si no nos aceptan como somos, mejor así… que estar siempre sobreactuando para caer bien al otro y estar roto por dentro entre lo que soy y lo que aparento ser.

Si la Navidad es gozo, buscaré dicho gozo en lo profundo de mi vida, de la vida de los demás y en Dios. No dejaré que mi alegría dependa sólo y exclusivamente de las cosas externas a mí o de las circunstancias que me rodean. No maldeciré la oscuridad, sino que encenderé una vela; no pondré gestos oscos, sino que mostraré la sonrisa que Dios me ha dado.

Si la Navidad es amor, procuraré que el odio, el resentimiento, el egoísmo y la distancia respecto a los demás no ahogue mi espíritu, mi ser más íntimo. No dejaré que la amargura y el egocentrismo aniquilen la semilla del amor que Dios ha sembrado en mí al crearme. Si un hombre no ama o tiene el corazón endurecido como una piedra, no es hombre; es un monstruo. El hombre está hecho para ser amado, pero también está hecho para amar. El hombre es el ser para el amor: amor que se da y amor que se recibe.

La Navidad es una realidad y es posible porque nos lo dice Dios a través de la Sagrada Escritura: “Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria”. En esta frase está resumido el significado más hondo de la Navidad.