jueves, 26 de agosto de 2021

Domingo XXII del Tiempo Ordinario (B)

29-8-2021                               DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO (B)

                            Dt. 4,1-2.6-8; Sal. 14; Sant. 1,17-18.21b-22.27; Mc. 7,1-8.14-15.21-23

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            En el día de hoy quisiera predicar sobre dos ideas: la primera[1] se refiere a una canción de Juan Manuel Serrat titulada así: “Caminante, no hay camino”[2]. La otra idea se refiere a las últimas frases del evangelio de hoy: “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”.

            - Vamos con la primera idea. En un momento de la canción, Juan Manuel Serrat dice así: “cuando de nada nos sirve rezar…”[3]. ¿De verdad nos sirve de algo rezar?

1) Esta idea de que la oración no sirve de nada o de casi nada incluso está bastante extendida entre los cristianos; da lo mismo que sean curas, que religiosas, que seglares… Con frecuencia se oye decir que las monjas o monjes de clausura están perdiendo el tiempo y que tienen unas energías que podrían muy bien emplear en ayudar a tantas personas que sufren por todo el mundo. Siempre que oigo este reproche o algo parecido me acuerdo de las palabras de Jesucristo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4, 4). ¿A quién le dijo Jesús estas palabras? Pues se las dijo al mismo Satanás cuando éste lo estaba tentando en el desierto. Sí, el hombre no sólo vive de pan, de la materia. El hombre necesita otras cosas para vivir y para ser hombre.

2) Cada vez que escucho esta canción de Juan Manuel Serrat y llega a esta parte: “cuando de nada nos sirve rezar…”. Inmediatamente contesto yo preguntando a Juan Manuel Serrat: “¿Y sirve de algo cantar? ¿Y sirve de algo hacer poemas? ¿Y sirve de algo bailar?” ¿Por qué hago estas preguntas? Pues porque el ser humano no es solo materia. Un científico puede ver solo materia, pero hay algo más y mucho más que mueve a los hombres. Quitemos a los hombres los sentimientos, los afectos, el gozo, las ilusiones… y dejémoslos solo con la materia. Llegará un momento en que ese hombre se muera de tedio, de aburrimiento o de tristeza. Quitemos a los hombres de cantar, o de componer música, o de bailar, o de narrar historias, o de hacer poesía… Precisamente los mayores descubrimientos y avances del hombre no son simplemente los adelantos técnicos, sino también los artísticos, en su sentido más amplio.

3) Quitemos al hombre los sentimientos religiosos y muchas de sus obras nunca hubieran existido: ni en la música (el réquiem de Mozart…), ni en la escultura (el Moisés y la Pietà de Miguel Ángel…), ni en arquitectura (las pirámides egipcias, las catedrales, los templos budistas…), ni en la literatura (la Biblia…).

4) Por lo tanto, sí que hemos de decir que el rezar nos sirve, y de mucho, lo mismo que el cantar y el confeccionar poemas, y dejar que fluya en el ser humano la mente, el sentimiento, la ilusión, la fe, el amor a Dios…

En definitiva: ‘Juan Manuel Serrat, tu canción es muy bonita y gusta mucho, pero el rezar sí que sirve para mucha gente en la actualidad. Ha servido y seguirá sirviendo, lo mismo que a ti y a nosotros nos sirve la música, cantar, bailar, recitar poesía…’

            - Vamos ahora con la segunda idea, sacada del evangelio: “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Esta primera frase fue muy importante, porque Jesús declaró de este modo puros todos los alimentos del mundo. Ahora a nosotros nos parece algo evidente, pero en tiempos de Jesús no era así, e incluso para muchas personas hoy no todos los alimentos pueden ser comestibles para ellos. Así, un musulmán nunca tomará cerdo por considerarlo un animal impuro.

            Jesús nos enseñó que el corazón humano es el que siente el bien o el mal y el que hace el bien o el mal. Por eso, Jesús busca transformar ese corazón humano. Cuando preparaba esta homilía recordé un bellísimo cuento chino que nos habla de la transformación de un corazón que sentía odio y resentimiento, y luego pasó a sentir amor. Ahí os va:

            “Una chica en China se casó y fue a vivir a casa de su marido. A esta joven esposa no le iban bien las cosas con la suegra. No aguantando más fue a ver a un sabio y le pidió algo para deshacerse de la suegra. Este sabio le dio unas hierbas y le dijo que fuera echando 2 ó 3 cada día en su comida para que muriera envenenada al cabo de unos meses. Pero para que no sospecharan de ella tenía que procurar portarse bien con la suegra; así, pasaría la cosa como una muerte natural o algo parecido. La chica siguió las instrucciones del sabio y resultó que, al ver la suegra que su nuera era mejor con ella, también esta mujer dulcificó su carácter y fue habiendo un mayor entendimiento entre las dos y esto aumentaba de día en día. Al cabo de dos o tres meses la chica fue a ver al sabio para decirle que ahora amaba a la suegra, que esta había cambiado y que no quería envenenarla. El sabio respondió que la suegra no había cambiado, que había cambiado ella y esto había hecho cambiar a la suegra. También le dijo que las hierbas que le había dado no eran venenosas, sino un reconstituyente”.

            Del corazón de la chica salía en un primer momento odio hacia su suegra, y del mismo corazón salió amor hacia ella. Por lo tanto, lo que Jesús nos pide hoy es que transformemos nuestros corazones para que salgan, no los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad, sino amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia (Ga. 5, 22-23). 

    En efecto, estamos demasiado acostumbrados a echar balones fuera, a pensar y decir que el mal que hay en el mundo procede de fuera de nosotros: de la comida (decían los judíos en algún momento [produce impureza]), o de los demás (como pensaba la chica de su suegra). Pero Jesús nos dice que el mal está dentro de nosotros y que somos nosotros los que hemos de cambiar, de purificarnos, de convertirnos


[1] Esta idea la prediqué hace pocas fechas en una homilía semanal, pero no me resisto a predicarla de nuevo. Creo que es muy necesario, pues de otro modo se nos van metiendo en nuestros criterios y razonamientos determinados mensajes anticristianos, que nosotros no podemos aceptar en modo alguno.

[2] Compuso esta canción tomando como base un poema de Antonio Machado. Su poema más famoso, que dice así:

Caminante, son tus huellas

el camino, y nada más;

caminante, no hay camino:

se hace camino al andar.

 

Al andar se hace camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

 

Caminante, no hay camino,

sino estelas en la mar.

[3] Enlace para escuchar la canción: https://www.youtube.com/watch?v=QBdCLizaSiw

jueves, 19 de agosto de 2021

Domingo XXI del Tiempo Ordinario (B)

22-8-2021                   DOMINGO XXI TIEMPO ORDINARIO (B)

Jos. 24,1-2a.15-17.18b; Sal. 33; Ef. 5,21-32; Jn. 6, 60-69

VALORES HUMANOS Y CRISTIANOS (y V)

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Con esta homilía terminamos la serie que hemos iniciado ya hace algunas semanas. Se podrían decir más aspectos y valores necesarios para los hombres. Hasta ahora hemos dicho los siguientes: austeridad, ecología, amabilidad, amor, en la enfermedad, con la lengua, llevando una vida ordenada, comportamiento con la TV e Internet y vivir de modo responsable. Con estos valores un hombre es mejor persona. Pero nosotros no nos conformamos con ser buenas personas, buenos hombres. Nosotros queremos ser buenos cristianos, al estilo de Jesús. Sin embargo, esta tarea nos sobrepasa y Jesús nos ha dejado algunas ‘ayudas’ para conseguirlo o, al menos, para ir en esa dirección. ¿Cuáles son esas ‘ayudas’? Aquí van algunas de ellas.

            10) Oración. Sobre este particular ya he hablado el verano pasado. Repetir únicamente la necesidad de ella para el cristiano, pues es el modo habitual para que Dios entre en contacto con el fiel y mantenga dicho contacto. Recuerdo una anécdota que escuché siendo seminarista o neopresbítero y que me llamó mucho la atención. Resulta que había en Francia un monje que tenía una gran fama de orientar personalmente con mucho acierto a las personas que se acercaban a él, fueran personas de fe o sin ella. Pues bien, en cierta ocasión se le acercó un hombre, que se sentía roto por dentro y con mucha dispersión. Después de escucharle, el monje le “recetó” que hiciera 15 minutos diarios de oración personal. A esto el hombre respondió que no le era posible, que tenía solo 10 minutos diarios para comer en medio de su trabajo y, además, siempre de pie, que el teléfono sonaba continuamente, que mucha gente dependía de él, que las preocupaciones lo abrumaban, que dormía muy poco y, en definitiva, que le era imposible sacar esos 15 minutos al día. A esto el fraile respondió que lo perdonara, que no sabía que la cosa era tan grave y que en vez de los 15 minutos diarios, le “recetaba”… 30 MINUTOS DIARIOS. O hacemos oración diariamente, es decir, o escuchamos a Dios en nuestro interior y en medio de todo el ruido que nos envuelve, O NOS MORIMOS. De hecho, muchos de nosotros estamos ya muertos, porque no es vida lo que llevamos.

            Por lo tanto, oremos. Un cristiano ora sin desmayo y con constancia. Un cristiano pone su ser y su espíritu ante el Señor para que Él le dé la vida verdadera. Nadie se puede decir de verdad cristiano si no pasa un tiempo DIARIO ante el Señor. Sacamos tiempo para el ver los partidos de fútbol, para ver la TV, para ir a la playa o el prado y ponernos morenos, para nuestras aficiones, amigos y familias…, pues también hemos de buscar y encontrar tiempo para Dios.

            11) Eucaristía. Esta ha de ser alimento para el cristiano. 1) En ella el cristiano escucha la Palabra de Dios y puede reflexionar sobre dicha Palabra con la ayuda de la homilía. 2) En ella el cristiano recibe en su interior el ALIMENTO (Jesús) que permanece para siempre y le da vida eterna. Ya lo decía Jesús en el evangelio: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. 3) En ella el cristiano vive su fe en medio de otros hermanos suyos: la Iglesia.

Hay gente que lee las lecturas antes de ir a la Misa y ora sobre ellas. Nada hay más importante que podamos hacer un domingo (u otro día) que ir a Misa: a celebrar la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, lo cual implica mi propia muerte a la vida del pecado y el nacimiento a una vida NUEVA, DIVINA Y ETERNA en los brazos de nuestro Padre Dios. ¡Ah, si fuéramos capaces de percibir esto en nosotros! No sé si conocéis aquellas palabras de Sta. Teresa de Jesús, que valoraba tanto la Eucaristía, y decía lo siguiente: si una persona viviera 80 años, podría durante los 40 primeros años de su vida prepararse para asistir a una Misa. A los 40 años celebrar una Misa, y los otros 40 años, hasta que se muriera, estaría dando gracias a Dios.

            Para SABOREAR la Eucaristía hay que pedir a Dios este don. Solo Él lo puede conceder. Procurad ir a Misa en la semana en alguna ocasión. El día que lleguéis un poco a gustar al Señor en la Misa, y os dé igual que la Misa sea larga o corta, con este cura o con el otro, con guitarras, con órgano barroco, con coro o “a palo seco”…, ese día habréis empezado a gustar al Señor por el Señor y no por el “envoltorio”.

            12) Confesión frecuente. Un cristiano busca la confesión frecuente, porque necesita el perdón de Dios y la paz de su Espíritu. Muchos cristianos no buscan la confesión, porque no han tenido experiencias sanadoras y liberadoras auténticas de este sacramento. En ella encontramos la acogida de Dios Padre, que abraza, que comprende, que tiene paciencia una y mil veces, que orienta, que besa la herida, que sufre con nosotros, aunque los problemas permanezcan. En este sacramento experimentamos la ligereza de vernos libres del peso sobre nuestra conciencia. Experimentamos la alegría de la reconciliación, la fuerza de poder empezar de nuevo sin que nos atosigue el pasado. Hay una especie de leyenda o anécdota muy conocida a este respecto que dice así: a una mujer se le aparecía Dios y hablaba con ella. Su caso fue revisado por el párroco, por otros sacerdotes doctos y, finalmente, por el mismo obispo. A este se le ocurrió plantearle lo siguiente a la mujer: “Para saber si es cierto que es Dios mismo quien se te aparece, pregúntale de qué pecados me he confesado ayer”. La mujer se lo preguntó a Dios y la vez siguiente que fue a hablar con el obispo y este le preguntó la respuesta de Dios, que fue esta: “Dile al obispo que no me acuerdo”. Así el obispo supo que las apariciones eran ciertas. Exactamente, una vez confesados, Dios se “olvida” para siempre de nuestros pecados.

Fijaros, para terminar este punto, qué preciosa es la oración absolutoria del sacramento: “Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén”. Cuando yo recibo la absolución… siempre, siempre doy las gracias al sacerdote, pues, por su medio, Dios me ha dado su PAZ y su PERDON.

            13) Lectura espiritual. Es conveniente para el cristiano que quiere avanzar en su vida hacia Dios que lea libros religiosos. Por excelencia y por encima de todo está la Biblia. De seminarista yo leía todas las noches, antes de acostarme, dos capítulos del Antiguo Testamento y uno del Nuevo. Unas veces entendía más que otras, pero, como era Palabra de Dios, esta caía en mi ser y empapaba mi espíritu de la gracia divina. Yo no me daba cuenta entonces, pero con el tiempo me encontraba orando sobre textos, que ni me acordaba conscientemente, o afloraban a mis labios en conversaciones, en catequesis, en homilías… Era la Palabra de Dios la que estaba en mí.

También al cristiano le ayudan otros libros: sobre santos o, mejor aún, escritos por santos: “Historia de un alma” de Sta. Teresita del Niño Jesús; las obras completas del Hno. Rafael; la “Vida”, “Fundaciones”, “las Moradas” de Sta. Teresa de Jesús; las poesías de S. Juan de la Cruz; las Florecillas de S. Francisco de Asís… Estas lecturas abren horizontes al cristiano, le enardecen el corazón y son cauce y vehículo de la gracia divina que se comunica a lo más profundo de nuestro espíritu.

            Si me permitís os pongo a continuación unos trozos de los “Dichos de luz y amor” de S. Juan de la Cruz. A mí me ayudaron mucho. Saboreadlos:

“- Más agrada a Dios una obra, por pequeña que sea, hecha en escondido, no teniendo voluntad de que se sepa, que mil hechas con gana de que las sepan los hombres; porque el que con purísimo amor obra por Dios, no solamente no se le da nada de que lo vean los hombres, pero ni lo hace porque lo sepa el mismo Dios; el cual, aunque nunca lo hubiese de saber, no cesaría de hacerle los mismos servicios con la misma alegría y pureza de amor.

- El alma enamorada (de Dios) es alma blanda, mansa, humilde y pacien­te.

- Mira que no te entristezcas de repente en los casos adver­sos del mundo, pues que no sabes el bien que traen consigo orde­nado en los juicios de Dios para el gozo sempiterno de los esco­gidos.

- No te goces en las prosperidades temporales, pues no sabes de cierto que te aseguran la vida eterna.

- En la tribulación acude luego a Dios confiadamente, y serás esforzado y alumbrado y enseñado.

- En los gozos y en los gustos acude luego a Dios con temor y verdad, y no serás engañado ni envuelto en vanidad.

- Las señales del recogimiento interior son tres: la prime­ra, si el alma no gusta de las cosas transitorias; la segunda, sí gusta de la soledad y silencio y acudir a todo lo que es más perfección; la tercera, si las cosas que solían ayudarle le estorban, como es la consideraciones y meditaciones y actos, no llevando el alma otro arrimo a la oración sino la fe y la espe­ranza y la caridad.

- Si un alma tiene más paciencia para sufrir y más toleran­cia para carecer de gustos, es señal que tiene más aprovechamien­to espiritual.

- El alma que está unida con Dios, el demonio la teme como al mismo Dios.

- Hable poco, y en cosas que no es preguntado no se meta.

- No se disculpe ni rehúse ser corregido por todos. Oiga con rostro sereno toda reprensión; piense que se lo dice Dios.

- No se queje de nadie; no pregunte cosa alguna y, si le fuere necesario preguntar, sea con pocas palabras.

- Quien se queja o murmura, ni es perfecto ni aun buen cristiano.

- Quien huye de la oración, huye de todo lo bueno.

- Mejor es vencerse en la lengua que ayunar a pan y agua”.

jueves, 12 de agosto de 2021

Asunción de la Virgen María (B)

15-8-2021                   ASUNCION DE LA VIRGEN MARIA (B)

Prov. 9,1-6; Sal. 33; Ef. 5,15-20; Jn. 6, 51-58

VALORES HUMANOS Y CRISTIANOS (IV)

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Homilía en audio

Queridos hermanos:

            9) Responsabilidad. En la vida ordinaria observo con demasiada frecuencia que los padres, educadores y la sociedad en general suplimos enseguida las deficiencias o errores de los niños, de los adolescentes, de los jóvenes, de los hijos, aunque tengan 40 años, etc. Y esto es muy peligroso, desde mi punto de vista, ya que no dejamos que estas personas maduren ni se hagan responsables de sus propios actos, puesto que pensarán que siempre habrá una persona mayor, o la sociedad, o los políticos, o los vecinos, o los otros, o Dios…, pero nunca ellos mismos, para tapar sus deficiencias o para poder echarles las culpas de todo lo que sucede o de todo lo que ellos pueden hacer, decir u omitir. Pongo algunos ejemplos:

            * No entiendo que haya niños o niñas que tengan todo hecho en casa y no tengan ningún tipo de responsabilidad en las tareas del hogar: hacerse su propia cama, recoger el plato o la taza después de comer o de desayunar y ponerlo en el fregadero, hacer algunos recados… Sé que hay padres que les inculcan para que hagan estas cosas, pero los críos, que son muy listos, protestan y los padres, por no oírlos, acaban cediendo y haciéndolo ellos mismos. Con lo cual los niños han aprendido una cosa grave: protesta, que algo conseguirás.

            * No entiendo cómo hay niños, adolescentes, o jóvenes que continúen comiendo los que quieren, o divirtiéndose como quieren, o gastando lo que quieren, cuando en su casa se pasa por una estrechez económica, y los padres no les ayudan a compartir y a ser conscientes de dicha escasez. Pienso que la austeridad, el conocer la situación familiar e ir a una todos juntos educa más que todos los sermones juntos que se puedan dar.

            * No entiendo que un joven o una joven decida independizarse y vivir solo/a, o con su pareja, o con amigos/as, que tenga su propio sueldo, y que de modo sistemático la madre le tenga que hacer la compra (y pagarlo encima), hacerle la colada con plancha incluida, comprarle los muebles, enseres de la casa y hasta la ropa, y a veces hacerle hasta la limpieza de la casa. Además, con bastante frecuencia tiene que hacerle las gestiones del banco o del ayuntamiento, porque a la madre qué más le da… Creo que lo correcto es que, cuando un hijo decide irse de casa, tiene que hacerlo con todas las consecuencias, asumiendo lo bueno (la independencia, que no le controlen, que no le griten…) y lo malo (que tenga que administrarse y compruebe por sí mismo que el dinero le llega justo a final de mes; que la casa y la ropa esté sucia, porque ya no está mamá para hacer esas cosas; arreglar la lavadora que se estropeó…).

            Cuando en 1989 estaba estudiando en Roma, ayudaba en una parroquia de los arrabales en donde el mundo de la droga estaba muy presente entre los jóvenes y, como consecuencia de ello, también en sus familias. Una familia me pidió ayuda y yo consulté el tema con un sacerdote canario que estaba haciendo una experiencia en Roma con Proyecto Hombre, ya que esta iniciativa surgió en la Iglesia italiana. Me decía este sacerdote que un drogadicto solo se cura cuando él mismo ha tocado fondo. Mientras pueda seguir cayendo, siempre pensará que lo tiene todo controlado e igualmente pensará que saldrá de la droga en cuanto se lo proponga. Además, me decía este sacerdote que a estos drogadictos les hacen mucho daño los padres, familiares y amigos cuando les dan dinero para droga (“para que no roben”) o los sacan con fianza de la cárcel (“porque aquello es muy duro”), etc. Lo único que hacen estos familiares y amigos es retrasar la curación del drogadicto. Deben dejarlo que caiga y caiga por sus propias acciones, deben dejar que asuma todas y cada una de las consecuencias de sus propias acciones, incluso yendo a la cárcel. Así tocará fondo más rápido y podrá pedir ayuda él mismo y no los familiares y amigos, pues esto no sirve para nada, si el propio drogadicto no tiene asumido que quiere curarse.

            Como veis tiene todo la misma base: hay que dejar que la gente tome conciencia de su situación y de la situación que lo rodea, en la medida de sus posibilidades y de su edad, y que asuma y se responsabilice de lo suyo, en la medida de sus posibilidades y de su edad. Esta educación la hemos de ejercer con palabras, pero también con hechos. Es lo que llamo yo “el lenguaje de los hechos”. Y aquí voy a poner un caso que me sucedió a mí hace ya mucho tiempo. Es duro lo que contaré y algunos ya me lo habéis oído alguna vez: Cuando yo tenía 17 años (hablo de 1976), veraneaba en León con mi familia. Allí vivía un tío mío, que tenía un taller de chapa y pintura de coches. Una semana en que tenía mucho trabajo nos pidió a mi hermano (16 meses más pequeño que yo), a su hijo mayor, que tenía unos 15 años entonces, y a mí, que le ayudáramos. Así lo hicimos y nos puso a lijar los coches. Tenía que ser a mano; era un trabajo pesado, duro y monótono. Al llegar el domingo comimos en casa de mi tío y a las tres y media fuimos mi hermano, mi primo y yo a dar una vuelta por León capital, que distaba unos 5 km de donde estábamos. Mi tío nos dio para los tres un billete de 500 pts. por el trabajo realizado. Entonces era mucho dinero para nosotros. Yo cogí el dinero por ser el mayor y estar acostumbrado a hacerlo así con mi hermano. Cogimos los tres el autobús y llegamos a León hacia las cuatro. Nada más bajar del autobús mi primo me dijo que quería comer un perrito caliente. Yo le contesté que no, que acabábamos de comer y que no podía tener hambre. Él se enfadó conmigo y me dijo que de las 500 pts. una parte era suya y que con ese dinero podía hacer lo que quisiera. Entonces yo, sin mediar más palabras, le compré el perrito caliente con las 500 pts. Dos tercios de este dinero lo guardé para mi hermano y para mí (mi hermano no protestó) y el resto, descontado el coste del perrito caliente, se lo entregué a mi primo, pero le dije: “A las ocho cogemos el autobús para regresar a casa. Mira que te quede dinero, y luego no nos lo pidas a nosotros”. Él cogió el dinero y lo gastó enseguida. A las seis ya no le quedaba nada. Mi hermano y yo echamos algunas partidas al futbolín y nos gastamos 25 pts. A las ocho cogíamos el autobús y mi primo nos pidió dinero para el billete. Yo le dije que ya le había avisado y que no le pagaba el billete, pues él tenía que haber reservado algo para el autobús. Él se quedó en tierra y tuvo que venir andando durante 5 km. hasta casa. Mi primo había sido enseñado a hacer lo que quisiera; es verdad que los padres le decían cosas, o le reñían, o le pegaban, pero, al final, tapaban siempre las consecuencias de sus actos y “le pagaban siempre el billete de autobús”. Mi primo sabía que podía hacer lo que quería, pues al final, siempre le pagarían “el billete de autobús”.

            Pienso que en tantas ocasiones “pagamos el billete de autobús” a los otros y no dejamos que asuman las consecuencias de sus actos, es decir, que caminen 5 km. al atardecer en dirección a casa y en la soledad. Eso les ayudaría tantas veces a reflexionar en su propia carne las consecuencias de sus actos.