miércoles, 4 de agosto de 2021

Domingo XIX del Tiempo Ordinario (B)

8-8-2021                     DOMINGO XIX TIEMPO ORDINARIO (B)

1 Re. 19,4-8; Sal. 33; Ef. 4,30-5,2; Jn. 6, 41-51

VALORES HUMANOS Y CRISTIANOS (III)

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Queridos hermanos:

            Por tercer domingo consecutivo continúo exponiendo los valores que hemos de poseer y practicar todos los hombres, como base y fundamento para recibir y practicar el Evangelio:

            6) Amabilidad. El ser humano debe comportarse de un modo educado en todo momento. Pedir las cosas o los permisos “por favor”. Dar las “gracias” en toda ocasión. Pedir “perdón” cuando se hiere a los demás, o cuando el otro resulta herido, aunque no fuera ésa la intención.

            Así: + se debe de ceder el puesto en el autobús a los ancianos, a los impedidos, a los que percibe cansados, a las personas que van con críos o cargados de cosas; + se debe de ceder el paso en lugares estrechos para que pase primero la otra persona; + no puede uno poner el televisor o la radio u otro aparato con un volumen alto, sino que ha de pensar en los que están en la casa o viven en las viviendas adyacentes e intentará no molestar a nadie; + debe procurar en la mesa servirse el último y/o servirse los alimentos menos apetecibles, para que queden los mejores o los más deseados para los otros. (Recuerdo que una chica se casó y le regalaron unos pasteles. A ella le gustaban mucho… y a su marido también. Comieron de ellos y sobró uno, que guardaron en la nevera. Al día siguiente llegó ella a casa y tenía hambre. Abrió la nevera y vio el pastel. Iba a comérselo, pero pensó en su marido y se lo dejó. Llegó su marido, la mujer no le dijo nada del pastel; comieron y, para el postre, él fue a la nevera y, sin preguntar nada ni ofrecérselo a su esposa, se lo comió sin más. A la mujer le sentó esta acción muy mal y, desde aquel día, ella come lo que le apetece sin tener en cuenta a su marido).

            Se debe de procurar tener el gesto agradable y ser cordial. La sonrisa debe de adornar con frecuencia su rostro para con los demás. Ya sabéis aquel famoso refrán: “Atrae más moscas un barril de ‘miel’ que cien de ‘vinagre’”.

            Ante tanto gesto hosco, ante tanta palabra hiriente, ante tanto egoísmo, no se puede entrar en esta “rueda” en la que hemos convertido la convivencia de nuestra sociedad. Hemos de salir de esta espiral de insultos, de egoísmos, de falta de educación. Tenemos el modelo de Jesús, que nos dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11, 29).

            7) Amor. No simplemente el amor a los ‘negritos’ de Etiopía, sino y sobre todo amor al prójimo (que significa al “próximo”, es decir, al más cercano a mí). Debe de ser un amor concreto y en cosas concretas, empezando por las pequeñas y más sencillas. Por otra parte, hemos de tener en cuenta que no es lo mismo el amor a un pariente, el amor a un vecino, el amor a un compañero de trabajo…, pero hemos de amar. Unas veces amaremos desde el sentimiento (desde el corazón), otras desde la pura amabilidad y solidaridad: al que tengo a mi lado, tenga las ideas políticas o deportivas que tenga, tenga el color de piel que tenga, tenga la religión o creencias que tenga…

            Por todo esto, se ama con los gestos, con el rostro, con las palabras, con los silencios, con las acciones. Se ama en la familia no siendo una carga, un egoísta, uno que siempre se está quejando, sino que se ama responsabilizándose de su parte en las tareas del hogar (poner la mesa, quitarla, recoger las cosas, bajar la basura, hacer recados, planchar pasar la aspiradora…). Se aporta en la familia el trabajo, el dinero, las palabras de paz y comunicación para que no resulte la casa como una pensión para comer y dormir, sino para tratar de hacer una verdadera familia en donde se comparten las noticias, los sinsabores, las alegrías, el perdón mutuo…

            Se ama en el lugar de trabajo creando un buen ambiente entre los compañeros, procurando no meter cizaña ni entrar en envidias con los demás. Se es responsable en el trabajo, no ante el superior ni el dueño, sino y sobre todo ante la propia conciencia. Se han de tratar las cosas y herramientas del lugar de trabajo como si fueran propias.

            De este apartado del amor se podrían decir muchísimas más cosas, pero prefiero dejarlo aquí habiendo apuntado únicamente un inicio y que está al alcance de todos, pero sin perder la meta, que, para nosotros los cristianos, es amar como lo hacen los santos. Sino fijaros qué decía (y sobre todo que hacía) Teresa de Calcuta: "Las personas son irrazonables, inconsecuentes y egoístas. Ámalas de todos modos. Si haces el bien, te acusarán de tener oscuros motivos egoís­tas. Haz el bien de todos modos. Si tienes éxito y te ganas amigos falsos y enemigos verdade­ros. Lucha de todos modos. El bien que hagas hoy será olvidado mañana. Haz el bien de todos modos.

            8) Enfermedad. Esta se está dando constantemente en los seres humanos. Somos hombres para la muerte, y la enfermedad nos encamina a ella. ¿Cómo nos hemos de comportar ante el dolor, ante el sufrimiento, ante la enfermedad…? Nuestra sociedad nos dice de mil maneras que el ideal es la eterna juventud, la salud, la calidad de vida, la piel tersa y sin arrugas, la figura juvenil en nuestros cuerpos…, pero la realidad es otra muy distinta: nuestro cuerpo se arruga, nos cae el pelo, nos salen canas, tenemos “michelines”, nos duelen las articulaciones, el cáncer es como una ruleta rusa que cae en cualquier momento sobre uno de nosotros…

            El ser humano se ha de preparar para vivir estas situaciones. Hemos de cuidar nuestro cuerpo y no podemos meternos atracones de tabaco, de café, de alcohol, de comida. Haremos una vida natural y con ejercicio físico, e iremos al médico cuando lo necesitemos, pero sin endiosar la salud, ni el bienestar físico, pues, más tarde o más temprano, lo perderemos.  Para dar un paso más, ya hemos de aprender y vivir de lo que nos dice Dios: “No temáis a quien puede matar el cuerpo. No. Temed más bien a quien puede enviar cuerpo y alma al infierno” (Mt. 10, 28). Del mismo modo S. Pablo decía a los corintios: "Aunque nuestro exterior va decayendo, lo interior se re­nueva de día en día [...] Es que sabemos que si nuestro albergue terrestre, esta tienda de campaña, se derrumba, tenemos un edi­fi­cio que viene de Dios, un albergue eterno en el cielo no cons­truido por hombres" (2 Co. 4, 16; 5, 1). Por lo tanto, el cristiano, después de poner todos los medios y remedios contra la enfermedad y el dolor, ha de aceptar con paz su situación de sufrimiento. Y para esto hemos de irnos preparando ya ahora en las pequeñas contrariedades de la vida, en los pequeños “catarros” para cuando lleguen las grandes contrariedades y los grandes “catarros”. S. Juan de la Cruz padecía mucho con la enfermedad que le llevó a la muerte y decía a los demás cómo había que comportarse, pero lo hacía él primero: “ejerciten las virtudes de mortificación y paciencia, deseando hacerse en el padecer algo semejante a este gran Dios nuestro, humillado y crucificado; pues que esta vida, si no es para imitarle, no es buena” (vida de S. Juan de la Cruz, BAC, pg. 369).

El mismo S. Francisco de Asís en su cántico a las criaturas habla de la enfermedad y del dolor de este modo: “Loado seas por toda criatura, mi Señor, (…) Y por los que perdonan y aguantan por tu amor los males corporales y la tribulación: ¡felices los que sufren en paz con el dolor, porque les llega el tiempo de la consolación!”

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