Sacerdote de la Archidiócesis de Oviedo (España) Párroco de la UP de san Lázaro del Camino (Oviedo)
viernes, 29 de diciembre de 2017
jueves, 28 de diciembre de 2017
Sagrada Familia (B)
31-12-2017 SAGRADA
FAMILIA (B)
En
el día de hoy celebramos la festividad de la Sagrada Familia. El miércoles
antes de Nochebuena (20 de diciembre) se leyó en el evangelio este pasaje de
san Lucas: “Concebirás en tu vientre y
darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús” (Lc. 1, 31). Era un
pasaje del episodio de la anunciación del arcángel Gabriel a María. El arcángel
le estaba diciendo a ella cuál sería su cometido: concebir a Jesús, dar a luz a
Jesús e imponer el nombre de Jesús al recién nacido. Después de leído el
evangelio explicaba entonces en la homilía que, aunque no se decía en el texto,
también María tuvo el cometido de educar a su Hijo.
En
el día de hoy, día de la festividad de la Sagrada Familia, voy a explayarme un
poco más en esta idea: la educación que
María, como madre, dio a su Hijo Jesús. Podemos preguntarnos qué tenía que
enseñar María al Hijo de Dios, a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
Él, como Dios, ya lo sabía todo y una criatura mortal (María), por muy perfecta
que fuera, nada podía enseñarle. Y esto es totalmente cierto, pero… Sí, en
cuanto Dios, María no podía enseñar nada a su Hijo, pero es que Jesús era perfecto
Dios y perfecto hombre:
A) En cuanto hombre, Jesús no sabía y Jesús
tenía que aprender. Éste es un auténtico misterio: que Jesús, en cuanto
Dios sepa todo y pueda todo, pero que, en cuanto hombre, necesite aprender, sea
débil y esté sujeto al hambre, al miedo, a los dolores, a las dudas, al frío,
al sueño, a la muerte…
B) Igualmente Jesús, en cuanto hombre, además de
necesitar aprender, estuvo sujeto a la
autoridad de dos seres humanos: María y José. ¿Cómo puede ser esto, que
Dios se someta en obediencia a dos criaturas suyas?
Estos dos hechos son
un misterio, pero también fueron realidad. Así nos lo dice san Lucas en su
evangelio por dos veces: “El niño crecía y se
fortalecía, llenándose de sabiduría” (Lc. 2, 40) y “Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre
conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura
y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc. 2, 51-52).
Veamos todo esto de un
modo más concreto:
-
María educó a su Hijo, porque Éste,
aunque era Dios, le estaba sujeto y le daba obediencia y respeto. Dios se
encarnó en un hombre, nació como hombre, tuvo padres como cualquier hombre y
les obedecía como cualquier hombre. Esta obediencia de Dios a los hombres no
fue algo que simplemente pasó en el caso de María y de José. También hoy Jesús
obedece a cada sacerdote que consagra el pan y el vino y, por las palabras del
sacerdote, Jesús mismo las convierte en su Cuerpo y su Sangre. También hoy
Jesús obedece a cada sacerdote que absuelve los pecados de los demás: cuando un
sacerdote dice que perdona en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, en realidad ese perdón divino desciende sobre el hombre pecador y
arrepentido. No es algo del pasado el sometimiento de Dios a los hombres, sino
que está presente hoy en día. Asimismo, cada vez que un hombre ora ante Dios,
Dios se para a escucharlo y a actuar en su alma y en su ser.
-
Jesús, en cuanto hombre, no sabía
hablar, no conocía el arameo[1]
(el idioma que hablaban entonces entre los judíos), no conocía el oficio de carpintero, no sabía los modales ni costumbres
de aquel momento, y María y José tuvieron que enseñarle. Así, hemos visto
más arriba cómo, por dos veces, dice san Lucas que Jesús se iba llenando de
sabiduría. Si se iba llenando, es que no estaba lleno; si iba progresando en
sabiduría, es que había cosas que no sabía y que iba aprendiendo, porque
alguien le iba enseñando.
-
Desde la autoridad que da la maternidad,
una madre siempre puede educar y llamar la atención a su hijo. Lo vemos
principalmente en dos momentos de los evangelios. El primero se refiere a las bodas de Caná, en que María le dice a
Jesús: “No
tienen vino”
(Jn. 2, 3b). Y, aunque su Hijo, en un primer momento parece no hacerle caso,
sin embargo, María que lo conoce muy bien, indica a los sirvientes que sigan
las instrucciones de Jesús: “Haced lo que
él os diga” (Jn. 2, 5) sabiendo que va a ser escuchada y obedecida por su
Jesús, cosa que sucede inmediatamente: “Llenad
las tinajas de agua” (Jn. 2, 7). El
segundo momento está cuando a Jesús lo tomaban por loco durante su vida
pública al anunciar el evangelio: (“Cuando sus parientes se enteraron,
salieron para llevárselo, porque decían: ‘Es un loco’” Mc. 3, 21) y la familia convenció a María para que
fueran a buscar a su Hijo, que tantas tonterías estaba haciendo y diciendo. Los
parientes de Jesús sabían que Éste siempre había sido muy obediente, que
respetaba y quería a su madre, y que sólo ella tenía la autoridad suficiente
sobre Jesús para sacarlo de allí y llevárselo al pueblo: “Entonces llegaron su
madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar” (Mc. 3, 31). Sin embargo, en este caso Jesús no se dejó
llevar por lo que su madre pretendía, inducida por otros, sino que le indicó
cuál debía ser la verdadera relación entre la madre y el Hijo: “El
que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc. 3, 35).
-
Pero una madre nunca termina de serlo.
Es madre cuando tiene al hijo en su vientre, es madre cuando da a luz, es madre
cuando crece su hijo, es madre cuando enferma su hijo[2],
es madre cuando se muere su hijo. María estuvo con su Hijo al inicio de su
vida, pero también al final de ésta: “Junto
a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de
Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo
a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’. Luego dice al
discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’. Y desde aquella hora el discípulo la acogió
en su casa” (Jn. 19, 25-27). Sí, Jesús, como
buen hijo, quiso dejar atendida a su madre, ya que Él iba a faltar.
Y es
que María había enseñado a su Hijo los valores que a su vez ella había recibido
de sus padres y de la lectura del Antiguo Testamento: la fidelidad hasta la
muerte, el respeto[3], la fe y el amor a
Dios…
Lo que acabo de predicar son
algunas de las cosas con las que María educó a su Hijo Jesús.
[1] Una de las palabras que aprendió Jesús
fue la de ‘Abba’ (Mc. 14, 36), que significa ‘papaíto’. Y con ella se dirigió a
san José, pero sobre todo Jesús se dirigió más adelante a Dios, su Padre.
[2] Hace unos días salió en los
periódicos la noticia de una madre de 98 años que se mudó a una residencia de
ancianos a cuidar a su hijo de 80 años. Vivían juntos, pero el hijo estaba
enfermo y la madre no podía darle la atención médica en la casa en la que
residían, por eso el hijo tuvo que ser llevado a una residencia, a la que le
acompañó la madre:
http://www.abc.es/recreo/abci-madre-mudo-residencia-para-cuidar-hijo-80-anos-201710300900_noticia.html
[3] Lo mismo que Jesús respetó a sus
padres, éstos también le respetaron a Él, a pesar de no entender en tantas
ocasiones a su hijo, como cuando se perdió en el Templo con 12 años (Lc. 2, 48),
como cuando su Hijo le dio aquel aparente desplante al decirle que la auténtica
madre era la que cumplía la voluntad de Dios y no tanto la que lo había parido,
como cuando María no se opuso a la muerte de su Hijo, el cual fue obediente al
Padre incluso hasta la cruz…
viernes, 22 de diciembre de 2017
Navidad (B)
25-12-2017 NAVIDAD
(B)
Nos
hemos reunido la comunidad cristiana para celebrar el nacimiento del Hijo de
Dios, nuestro Señor Jesucristo. ¡Sed bienvenidos! El Niño Jesús nos acoge a
todos (a los que estamos aquí y a los que no están, a los que han querido venir
y a los que no han querido venir, a los que han podido venir y a los que no han
podido venir) con los brazos abiertos. Como homilía de Navidad, hoy quisiera
dirigir una carta al Niño Jesús.
“Querido Niño
Jesús:
Hace ya casi cuatro años y medio que me has traído a
este concejo de Tapia de Casariego. Para mí ha sido una suerte muy grande y
estoy encantado de estar aquí. Quiero darte las gracias por ello.
Te
doy las gracias, Niño Jesús, porque me permites seguir siendo tu sacerdote.
Sacerdote de esta Iglesia tuya. Iglesia que fundaste y formaste. Iglesia que
construiste con tus Palabras de la Biblia y del Evangelio. Iglesia que has
creado a base de tus lágrimas, dolores, sangre y muerte. Iglesia viva, porque
tú has vuelto a la vida desde la muerte.
Te
doy las gracias, Niño Jesús, porque aquí he aprendido muchas cosas de ti y de los
cristianos de estas parroquias:
- He aprendido una vez más que tu verdadera Iglesia son,
no sólo los Papas, obispos y sacerdotes, sino y sobre todo cada persona
sencilla que te busca y que quiere seguir tu pasos. La verdadera riqueza de la
Iglesia son tus hijos: niños y mayores, con estudios y sin ellos…, que en medio
de su vida de cada día tratan de ser fieles a esa llama de fe que un día Tú has
puesto en nuestros espíritus y en nuestros corazones.
- He aprendido que mucha gente no quiere saber nada de
tu Iglesia, que quieren saber poco de Ti, pero también he aprendido que, cuando
perciben realmente que Tú estás cerca, entonces su corazón vibra de paz, de
alegría, de profundidad… y te buscan, porque te necesitan.
- He aprendido a conocer y a amar tantos hijos tuyos que
antes no sabía que existían. Siempre lo he dicho, si yo me hubiera casado,
tenido una mujer y unos hijos, y un trabajo manual, mi grupo de conocidos sería
muy reducido, pero Tú, al hacerme sacerdote, me has dado a tantos hijos tuyos
como amigos y como hermanos, que juntos caminamos hacia Ti.
- He aprendido a sufrir con niños que mueren, con gente
joven que muere, con gente adulta que muere, con niños y mayores que están
enfermos, muy enfermos. He aprendido a verme (vernos) impotentes ante la muerte
y la enfermedad.
- He aprendido a sufrir con tantos matrimonios rotos, y
esposos e hijos destrozados por ello.
- He aprendido de la fe sencilla y sincera de estos
hijos tuyos ante tu Madre, la Virgen del Carmen, la Virgen de los Dolores, la
Virgen de la Porteiría, la Virgen Inmaculada, la Virgen de la Esperanza, la
Virgen de las Nieves, y ante su Hijo Jesús. En muchas ocasiones me han enseñado
mucho más ellos a mí de lo que yo pude haberles enseñado a ellos.
Te
pido perdón,
Niño Jesús, por no amarte de verdad, de todo corazón y en todos los instantes
de mi vida.
Te pido perdón por haber hecho daño con mis palabras,
mis gestos, mis omisiones y ausencias a estos hijos tuyos.
Te pido perdón por ser un pecador y un sacerdote
mediocre, egoísta y soberbio.
Te pido perdón, en nombre de mis feligreses, por el mal
que han hecho y que siguen haciendo, y por el bien que dejan de hacer. No les
tengas en cuenta sus pecados, sus palabras. Perdónales. Niño Jesús, mira más
las cosas buenas que dicen, que hacen, que piensan, que viven. Te quieren y
quieren ser tuyos. Pienso que es mucho más lo bueno que tienen que lo malo. Sí,
pienso que tienen mucho más de bueno que de malo.
Querido Niño Jesús. Vas a nacer y quedarte entre
nosotros. En este tiempo de Adviento hemos intentado hacerte en estas
parroquias un pequeño colchón en la cuna de nuestro corazón para que te recuestes.
Ven a nosotros, nace en nosotros y no nos dejes nunca.
¡Feliz y santa Natividad de nuestro Señor Jesús!”
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