jueves, 27 de mayo de 2021

Domingo de la Santísima Trinidad (B)

30-5-2015                              SANTISIMA TRINIDAD (B)

Dt. 4, 32-34.39-40; Slm. 32; Rm.8, 14-17; Mt. 28, 16-20

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

El domingo pasado os hablaba de la Secuencia de Pentecostés y comentaba algunos de sus párrafos. Quería que conocieseis un poco más al Espíritu Santo. Quería que amaseis un poco más al Espíritu santo. Y es que no podemos amar aquello que no conocemos. En efecto, ¿cómo vamos a amar al Espíritu Santo si no lo conocemos? Pero, ¿es que deseamos conocer al Espíritu Santo?

Vivimos en un mundo en el que nos movemos por lo que nos gusta, o por lo que nos es útil, o por lo inmediato (es decir, algo que nos sirva para… ¡ya!). Si tenemos que esperar un tiempo a sacar rendimiento a algo, ya nos cuesta más trabajo desearlo, esperarlo y luchar por ello.

Las cosas de Dios no son muy deseadas en el mundo de hoy, al menos en España. ¿Por qué? Pues porque no nos gustan ni nos atraen en general demasiado, no nos son útiles ni nos reportan una gratificación inmediata. Sin embargo, las cosas de Dios son importantes, son eternas y están presentes en nosotros en cualquier circunstancia y tiempo. Si tenemos la primera perspectiva en nuestra vida (lo que nos gusta, lo útil y lo inmediato), nos costará comprender las cosas de Dios. Si tenemos la segunda perspectiva (lo importante, lo eterno, lo que siempre y en todo momento está), entonces sí que comprenderemos mejor las cosas de Dios. Desde esta segunda perspectiva vamos a seguir tratando de profundizar en algunas de las frases de la Secuencia de Pentecostés.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.

            Sí, pidamos al Espíritu Santo que nos enriquezca con buenas acciones, con buenos sentimientos, con buenos amigos, con buenas palabras, con paz, con sosiego, con luz, con certeza, con compañía, con perdón, con cariño…

Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;

            ¡Qué difícil le es al hombre darse cuenta de lo vacío que está, si Dios no le llena! Hace unos años leía en un periódico que van a llevar al cine la historia de un chico crecido en Cataluña. Estaba obsesionado con las armas. Era uno de los mejores coleccionistas de armas en España, a pesar de su juventud. Se fue con 22 años a Afganistán como francotirador y mató a un talibán. A los dos meses de esta ‘hazaña’ regresó a España. Dice que no se arrepiente de haber matado a un hombre, pero que tampoco está orgulloso de ello. Aún hoy se pregunta quién sería aquel hombre al que abatió, si tendría familia, amigos… La directora de la película conversó con él largamente y dice que encontró a un chico ‘totalmente deprimido y desorientado’. Ahora sus fantasías guerreras y con las armas quedan muy atrás. Aquella muerte le cambió; aquella ‘hazaña’ le hizo otro hombre.

Solo Dios llena nuestro corazón, pues, como decía San Agustín, nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. Podemos pasar toda una vida comiendo, durmiendo, trabajando, divirtiéndonos, sufriendo, alegrándonos…, pero sin vivir. La vida pasa por nosotros, pero nosotros podemos no pasar por la vida. Muchas veces recuerdo que, hacia 1981, mi hermano cumplía el servicio militar en El Ferral (cerca de León), y todo su afán era tener algunas horas libres para ir a la ciudad, vestir de civil y meterse en una discoteca. Pero este afán obsesivo y perentorio era muy común a muchos reclutas. Nos llenamos de cosas que sacian de momento nuestra sed, pero que, al terminar y tener que volver al cuartel, nos dejan más sedientes y ansiosos que antes. Solo Dios sacia nuestra sed. Solo Dios llena nuestro vacío. Solo Dios… y las cosas de Dios.

Hace ya un tiempo “un experto en empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo del escritorio un frasco grande de boca ancha; lo colocó sobre la mesa junto a una bandeja que contenía piedras del tamaño de un puño y preguntó: ‘¿Cuántas piedras creen que caben en el frasco?’ Luego que los asistentes hicieron sus conjeturas, empezó a meter piedras que llenaron el frasco. De nuevo preguntó el experto: ‘¿Está lleno?’ Todo el mundo lo miró y asintió. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con piedras más pequeñas, metió parte de esas piedras en el frasco y lo agitó. Las piedrecitas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes. El experto sonrió con ironía y repitió: ‘¿Está lleno?’ Esta vez los oyentes dudaron: ‘¡Tal vez no!’ Y puso en la mesa un cubo con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtró en los pequeños recovecos que dejaban las piedrecitas y la grava. ‘¿Está lleno?’, preguntó de nuevo. ‘¡No!’, exclamaron los asistentes. ‘Bien’, dijo y cogió una jarra con un litro de agua y la comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no rebosaba. Preguntó: ‘Bueno, ¿qué hemos demostrado hoy?’ Un participante respondió: ‘Que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas’. ‘¡No! –concluyó el experto-. Lo que esta demostración nos enseña es que, si no colocas las piedras grandes primero, no podrás colocarlas después’. ¿Cuáles son las piedras grandes de nuestra vida: tu familia, tus amigos, tus sueños, la persona amada, tus semejantes, Dios, tu fe, tus valores morales…? Recuerda: ponlas primero, y el resto encontrará su lugar”.

Con relativa frecuencia sucede que un matrimonio hace una vida, más o menos, normal, pero él o ella no cuidan demasiado la relación y las muestras de afecto con su cónyuge, o más bien las descuidan abiertamente con faltas de respeto y maltratos. Con el tiempo resulta que la mujer o el marido piden el divorcio y entonces el otro cónyuge se echa las manos a la cabeza y está dispuesto a cambiar de modo radical su forma de ser y de comportarse en el matrimonio, pero… ya es tarde. Ya el otro cónyuge no siente nada y se le hace insoportable estar al lado de él o de ella. También sucede con alguna frecuencia que los padres o uno de los padres no cuidan demasiado el trato con sus hijos. Éstos se habitúan a vivir sin esos padres o sin ese padre y, cuando él o ellos se dan cuenta y quieren recuperar el tiempo perdido con los hijos…, ya es tarde. Los hijos ya no quieren ni los necesitan.

Llenemos el frasco de nuestra vida de las ‘cosas’ que importan, de las cosas que valen de verdad, de lo que permanece, y no sólo de lo que nos gusta egoístamente, de lo que nos es útil, de lo que nos gratifica aquí y ahora y sólo a nosotros. Y, ¿qué son esas ‘cosas’? La familia, los amigos, los hombres, los valores morales (generosidad, verdad, honestidad…), Dios, la fe… De este modo el hombre estará lleno, pero lleno de lo que merece la pena.

¡QUE ASI SEA!

viernes, 21 de mayo de 2021

Homilías semanales EN AUDIO: semana VII del lunes de Pascua

Hechos 19, 1-8; Salmo 67; Juan 16, 29-33

Homilía del lunes VII de Pascua



Hechos 20, 17-27; Salmo 67; Juan 17, 1-11a

Homilía del martes VII de Pascua



Hechos 20, 28-38; Salmo 67; Juan 17, 11b-19

Homilía del miércoles VII de Pascua



Hechos 20, 30; 23, 6-11; Salmo 15; Juan 17, 20-26

Homilía del jueves VII de Pascua

Resumen de la Carta Apostólica del Papa Francisco instituyendo el ministerio laical de CATEQUISTA:

1. El ministerio de Catequista en la Iglesia es muy antiguo. Entre los teólogos es opinión común que los primeros ejemplos se encuentran ya en los escritos del Nuevo Testamento. El servicio de la enseñanza encuentra su primera forma germinal en los “maestros”, a los que el Apóstol hace referencia al escribir a la comunidad de Corinto: «Dios dispuso a cada uno en la Iglesia así: en primer lugar están los apóstoles; en segundo lugar, los profetas, y en tercer lugar, los maestros » (1 Co 12, 28).

2. Desde sus orígenes, la comunidad cristiana ha experimentado una amplia forma de ministerialidad que se ha concretado en el servicio de hombres y mujeres que, obedientes a la acción del Espíritu Santo, han dedicado su vida a la edificación de la Iglesia. Por lo tanto, dentro de la gran tradición carismática del Nuevo Testamento, es posible reconocer la presencia activa de bautizados que ejercieron el ministerio de transmitir de forma más orgánica, permanente y vinculada a las diferentes circunstancias de la vida, la enseñanza de los apóstoles y los evangelistas.

3. Toda la historia de la evangelización de estos dos milenios muestra con gran evidencia lo eficaz que ha sido la misión de los catequistas. No se puede olvidar a los innumerables laicos que han participado directamente en la difusión del Evangelio a través de la enseñanza catequística. También en nuestros días, muchos catequistas capaces y constantes están al frente de comunidades en diversas regiones y desempeñan una misión insustituible en la transmisión y profundización de la fe.

5. Es necesario reconocer la presencia de laicos y laicas que, en virtud del propio bautismo, se sienten llamados a colaborar en el servicio de la catequesis. El Espíritu llama también hoy a hombres y mujeres para que salgan al encuentro de todos los que esperan conocer la belleza, la bondad y la verdad de la fe cristiana.

6. La particular función desempeñada por el Catequista, en todo caso, se especifica dentro de otros servicios presentes en la comunidad cristiana. El Catequista, en efecto, está llamado en primer lugar a manifestar su competencia en el servicio pastoral de la transmisión de la fe, que se desarrolla en sus diversas etapas: desde el primer anuncio que introduce al kerygma, pasando por la enseñanza que hace tomar conciencia de la nueva vida en Cristo y prepara en particular a los sacramentos de la iniciación cristiana, hasta la formación permanente que permite a cada bautizado estar siempre dispuesto a «dar respuesta a todo el que les pida dar razón de su esperanza» (1 P 3,15). El Catequista es al mismo tiempo testigo de la fe, maestro y mistagogo, acompañante y pedagogo que enseña en nombre de la Iglesia. Una identidad que sólo puede desarrollarse con coherencia y responsabilidad mediante la oración, el estudio y la participación directa en la vida de la comunidad.

7. En la Iglesia hay diversos ministerios, como el de lector y el de acólito, y ahora se quiere instaurar el de catequista, no solo como un servicio personal de los laicos, sino también reconocido como una llamada de Dios y de la Iglesia y refrendado con una institución específica. De ello se deduce que recibir un ministerio laical como el de Catequista da mayor énfasis al compromiso misionero propio de cada bautizado, que en todo caso debe llevarse a cabo de forma plenamente secular sin caer en ninguna expresión de clericalización.

8. En efecto, este es un servicio estable que se presta a la Iglesia local, pero realizado de manera laical como lo exige la naturaleza misma del ministerio. Es conveniente que al ministerio instituido de Catequista sean llamados hombres y mujeres de profunda fe y madurez humana, que participen activamente en la vida de la comunidad cristiana, que puedan ser acogedores, generosos y vivan en comunión fraterna, que reciban la debida formación bíblica, teológica, pastoral y pedagógica para ser comunicadores atentos de la verdad de la fe, y que hayan adquirido ya una experiencia previa de catequesis. Se requiere que sean fieles colaboradores de los sacerdotes y los diáconos, dispuestos a ejercer el ministerio donde sea necesario, y animados por un verdadero entusiasmo apostólico.

En consecuencia, después de haber ponderado cada aspecto, en virtud de la autoridad apostólica instituyo el ministerio laical de Catequista.

Se encargará en breve la publicación del Rito de Institución del ministerio laical de Catequista.

9. Invito, pues, a las Conferencias Episcopales a hacer efectivo el ministerio de Catequista, estableciendo el necesario itinerario de formación y los criterios normativos para acceder a él, encontrando las formas más coherentes para el servicio que ellos estarán llamados a realizar en conformidad con lo expresado en esta Carta apostólica.

10 de mayo de 2021.


Hechos 25, 13-21; Salmo 10; Juan 21, 15-19

Homilía del viernes VII de Pascua

jueves, 20 de mayo de 2021

Domingo de Pentecostés (B)

23-5-2021                              PENTECOSTES (B)

Hch. 2, 1-11; Slm. 103; 1 Co. 12,3b-7.12-13; Jn. 20, 19-23

Homilía en vídeo

Homilía en audio.

Queridos hermanos:

            En el día de hoy celebramos la festividad de Pentecostés: 50 días después de haber resucitado Jesús, 10 días después de haber ascendido al cielo Jesús es cuando sucede el hecho extraordinario de Pentecostés: el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego desciende sobre los apóstoles y sobre la Virgen María, y les cambia totalmente: de timoratos los convierte en valientes, de tristes en alegres, de gente con dudas los convierte en gente entregada y confiada totalmente en Dios y en su Hijo Jesucristo, de gente sin instrucción los convierte en gente con una sabiduría y con unas palabras que no son de este mundo…

            Por cierto, ¿vosotros oráis al Espíritu Santo? ¿Tenéis fe y devoción en el Espíritu Santo? Se cuenta que hace ya unos cuantos años una señora se acercó al cura de su parroquia y le preguntó: “Señor cura, ¿me puede conseguir una novena al Espíritu Santo? Es que le tengo mucha devoción”. A lo que el cura contestó: “¡Señora, déjese de devociones raras y rece a San Antonio como todo el mundo!” A lo que yo replico: si el cura está así, ¿cómo estarán los feligreses…? Y es que el Espíritu Santo es el gran desconocido entre muchos cristianos, curas incluidos, o al menos, entre los católicos en muchas partes de España.

            - Por eso hoy quisiera hablaros un poco del Espíritu Santo y lo haré de la mano de la Secuencia que hemos escuchado antes del evangelio. La Secuencia es una bellísima y antigua oración en donde los cristianos pedimos que el Espíritu de Dios nos asista. Voy a releer trozos de esta oración y vamos a tratar de profundizar un poco en ella.

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo

Ven, dulce huésped del alma.

            Sí, el Espíritu Santo entra en nuestra alma solo si es invitado. Cuando Dios nos creó puso en nuestro corazón y en nuestra alma una puerta. En dicha puerta puso también una cerradura. Se trata de una cerradura extraña, porque está por el interior y solo se abre desde el interior. Esta cerradura tiene una sola llave, y esa llave nos la ha entregado Dios a cada uno de nosotros. Somos nosotros quienes abrimos o cerramos esa cerradura y esa puerta para que entren unos u otros, o para que no entre nadie. Hace un tiempo me vinieron a ver dos personas distintas para contarme dos casos muy similares: resulta que sus jóvenes hijos, por decisión propia, están encerrados en casa y no quieren salir ni tener contacto con nadie. Sus padres son los “suministradores” de la comida y de la ropa, pero estos hijos no quieren nada más de sus padres ni con sus padres. Si sus padres hacen algún esfuerzo para que sus hijos vean especialistas en psicología o para que salgan o tengan contacto con alguien, entonces estos jóvenes reaccionan con ira y/o encerrándose más todavía en su mundo. Y estos, por desgracia, no son casos aislados. Se están dando con relativa frecuencia.

Aunque no sean casos tan extremos, igualmente me he encontrado con mucha frecuencia en mi tarea sacerdotal con personas que tienen reacciones de ira o de hosquedad, y en realidad no es más que una especie de cercado con púas que ponen a su alrededor a modo de defensa. Se saben frágiles y débiles. Estas personas han comunicado sus secretos e ilusiones a los demás en varias ocasiones y se han sentido traicionadas o no comprendidas. Por eso, pueden ser personas que hablan y hablan, pero de cosas externas a ellas (el Barça va a ganar la liga, qué frío hace, te sienta bien esa ropa, qué mal está el mundo…), pero todo eso no son más que cortinas de humo para que nadie entre en su interior y les haga daño una vez más. Pues bien, esto mismo, que sucede a nivel humano o de relaciones humanas, también sucede en nuestras relaciones espirituales, con Dios. Dios nos ha entregado, al crearnos, una llave de nuestro interior y, si nosotros queremos, ahí no entra nadie; ¡ni Dios tampoco!

En efecto, Dios respeta tanto nuestra libertad que, si nosotros se lo impedimos, Él no puede entrar. Ciertamente Dios es todopoderoso, pero su límite es nuestra libertad. Somos nosotros quienes ponemos a Dios el límite a la hora de entrar y quienes podemos echar a Dios de nuestro interior. Por todas estas razones, esta oración de hoy (Ven, dulce huésped del alma) quiere ser una invitación al Espíritu Santo para que ablande nuestro corazón y nos haga salir de nuestro castillo, de nuestro aislamiento y para que permitamos al Espíritu de Dios entrar en nuestro ser más profundo.

- Sigue la oración:

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Cuando el Espíritu Santo es invitado y está ya dentro de nuestra alma, no hay nada comparable a Él. Todo se vuelve dulce como la miel; las lágrimas de dolor y sufrimiento, que caen por nuestras mejillas en tantas ocasiones, se transforman por la acción maravillosa del Espíritu en lágrimas de consuelo, de sabernos acompañados, de alegría. Son lágrimas de sentirnos comprendidos, amados y consolados. ¡Cuántas personas han narrado tener problemas muy graves y volverse a Dios y, sin haber cambiado nada y seguir todo igual, cómo la paz y la fortaleza los inundaba para seguir en la vida! Recuerdo el caso de una señora que fue abandonada por su marido. La dejó a ella y a tres hijos pequeños. Esta mujer se vio sola y perdida, y fue ante una imagen de la Virgen y lloró allí desconsoladamente. Me contó que en un determinado momento sintió cómo si la Virgen la arropara a ella y a sus hijos con su manto. Salió de allí con el mismo problema con el que había entrado, pero con serenidad, paz y fuerza para luchar por sus hijos. En verdad, no hay nada creado en este mundo comparable a la dulzura, al descanso, a la brisa, al gozo, a la felicidad que nos proporciona el Espíritu Santo. Es mejor que cualquier lotería, trabajo, crucero de placer, coche, salud, tierras, dineros, amigos que hayamos tenido, que tengamos o que podamos imaginar. Quien lo haya probado, aunque solo sea una sola vez en su vida, sabe de qué estoy hablando y sabe que es cierto lo que digo. De hecho, quien escribió está oración (Secuencia) hablaba desde su experiencia.

            - Termino leyendo lo que queda de la Secuencia del Espíritu Santo, aunque no explique más por hoy:

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.

Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

AMEN

 

jueves, 13 de mayo de 2021

Domingo de la Ascensión del Señor (B)

16-5-2021                              DOMINGO DE LA ASCENSION (B)

                                                           Hch.1, 1-11; Sal. 46; Ef. 1, 17-23; Mc. 16, 15-20

Homilía en vídeo. 

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            En este domingo celebramos la Ascensión de Jesús a los cielos. Pasados 40 días desde su resurrección y habiendo estado durante esos días apareciéndose y animando a sus discípulos a seguir sus pasos hacia Dios, Jesús asciende al cielo para ocupar un lugar al lado de su Padre. Como sabéis este Misterio es uno de los dogmas de la fe cristiana. Lo que pasa es que para mucha gente, incluso para bastantes católicos, los dogmas son algo frío y teórico, que tiene muy poco que ver con nuestra vida ordinaria. Pues bien, en la homilía de hoy voy a procurar acercar este dogma, este misterio de la Ascensión de Jesús a los cielos a nuestra vida concreta, y con ello a nuestro espíritu para que nos ayude en nuestro caminar de fe hacia Dios Padre.

            En muchas ocasiones me he encontrado con gente que me dice no creer en la existencia del infierno. Dicen que el infierno ya está aquí, en la Tierra con tantos sufrimientos, guerras, enfermedades, paro, pobreza y hambre por los que pasamos. A lo que yo contesto que, efectivamente, el infierno ya está aquí con nosotros, pues lo fabricamos nosotros mismos y del mismo modo el cielo ya está aquí con nosotros, pues también lo fabricamos nosotros mismos. Allá tendremos lo que hayamos vivido y fabricado nosotros aquí. Si uno vive en el infierno del egoísmo para sí mismo y a costa de los demás, ALLÁ tendrá ese mismo infierno que se ha fabricado aquí. Si uno viven en el cielo del desprendimiento, de la generosidad, del cariño… hacia los demás, ALLÁ tendrá ese mismo cielo que ha fabricado aquí. Ese infierno lo fabricamos nosotros mismos de espaldas a Dios. Y ese cielo lo fabricamos nosotros mismos en unión con Dios.

            Hace años, en el diario de La Razón, vi una noticia testimonio de un sacerdote asturiano: Manuel Viego. Se ordenó presbítero en 2005 y atiende ahora mismo una parroquia de Gijón. En sus palabras narra con toda crudeza el infierno que él mismo se iba fabricando, y también narra con toda sinceridad cómo Dios le ayudó a ASCENDER de ese infierno que lo estaba aniquilando para vivir, ya aquí, en el cielo: “Mi familia era católica, pero yo tuve una mala experiencia con la Iglesia en mi infancia y me alejé de Dios. A partir de los 16 años yo ya trabajaba y tenía dinero. Me dieron a probar porros, me hacía sentirme bien, me evadía. Fui comercial, trabajé en la construcción, ponía música y copas en discotecas... Ganaba mucho dinero y durante años lo gasté en fiestas. Fui a más, me metía de todo, muchos ácidos, a veces esnifaba coca. Como muchos, buscaba ser feliz en el placer. Estuve con una chica, luego con otra... Al cabo de unos años, me fui de fiesta a Tenerife en la Semana Santa de 1992. Solo vi el Teide y el mar de lejos. Me junté con unos conocidos en un apartamento. Toda la noche estábamos de juerga, y de día dormíamos, o estábamos de jacuzzi y sauna. La noche de Viernes Santo nos pusimos hasta arriba, sobre todo de ácidos. Me sentí muy mal. Me di cuenta que nada de aquello me hacía feliz. Pensé que iba a perder la razón, que nada en la vida tenía sentido. Entonces vi una iglesia cerrada y pensé que a lo mejor mi madre tenía razón y Dios existía. Me dio por hablar con Dios. ‘Si existes este es tu momento’, le dije, ‘he hecho de todo y no consigo ser feliz’. Pensé rezar, pero no me sabía el Padrenuestro porque lo habían cambiado cuando lo aprendí. Pero sí recordaba el ‘Ave María’, así que recé a la Virgen. Y resultó que Dios existía. Sentí que Dios estaba a mi lado, que me acompañaba y me decía ‘levántate y anda’. Esa experiencia me cambió. Al día siguiente, Sábado Santo, fui a una iglesia, consulté los horarios de misa, hablé con un sacerdote. Y me pareció que todo eran mensajes de Dios para mí. Poco después tuve otra experiencia fuerte de cercanía de Dios haciendo un cursillo de Cristiandad en Covadonga. Allí descubrí a la Iglesia, y que Dios no juega con las personas, que nunca me dejó. Cambiar de vida fue un proceso lento. Intenté vivir en cristiano, desde la fe, la relación con mi pareja. Hubo ruptura, claro. Más adelante fui a pasar una semana en un retiro de la Comunidad de Bienaventuranzas en Toledo... y me quedé tres años. Allí entendí que quiero transmitir lo que he vivido, evitar que otros sufran lo que yo he sufrido. Empecé a estudiar en el seminario de Sigüenza, luego en el de Oviedo”. Su casa, que es grande, siempre está llena de gente y siente la llamada de decir a los jóvenes que ‘se acaba antes el picador que la mina’, es decir, que los goces no llenan, que solo Dios llena al hombre”.

            En Manuel Viego se hace vida y realidad el dogma que hoy celebramos y el evangelio de hoy:

Él ha subido y ha ascendido del infierno de su vida… al cielo de la vida con Dios.

Él ha experimentado la muerte de Cristo en su muerte poco a poco, y sobre todo experimentó la resurrección de Cristo en sus propias carnes aquel día de Viernes Santo en Tenerife.

Finalmente, Manuel ha escuchado la palabra de Jesús de anunciar a todo el mundo que Jesús vive, que ama, que cura, que acoge, que da vida.

Manuel, como tantos otros, es demostración palpable de que las Ascensión del Señor no es un dogma frío y teórico, sino que es una realidad concreta y cercana.

            ¡Señor, te pedimos que nos saques de nuestro infierno de cada día!

            ¡Señor, asciéndenos y súbenos al cielo, junto a ti y junto a tu Padre Dios!

            ¡Señor, haznos anunciadores de tu Buena Noticia para que la gente crea, se bautice y se salve, como nos dice Jesús en el evangelio!