jueves, 23 de febrero de 2017

Domingo VIII del Tiempo Ordinario (A)



26-2-14                       DOMINGO VIII TIEMPO ORDINARIO (A)

            Estamos en el Sermón de la Montaña. Jesús nos está enseñando a sus discípulos y sus enseñanzas son muy contrarias a lo que nos dice el mundo. El otro domingo nos pedía el amor a nuestros enemigos. Hoy nos habla del dinero. Escuchemos qué nos dice.
- Hace ya varios años, cuando aún existían las pesetas en España, trabajaba yo en el obispado de Oviedo y con mucha frecuencia me encontraba por la calle un chico que me pedía limosna y siempre le daba algo. Resultó que un día este chico me dijo que necesitaba muy urgentemente algo más de 2.000 pesetas (no recuerdo para qué). Le dije que no en un primer momento, pero él insistió. Yo sabía a ciencia cierta que las razones que me argüía eran falsas. En un momento de la conversación me dijo: “¡Si me das ese dinero, no te pido nunca más!” Yo le dije que no sabía lo que estaba diciendo, que iba a salir perdiendo él. Me contestó que no le importaba. Yo entonces hice un trato con él: le daba ese dinero y a cambio NUNCA MÁS le daría más dinero. Él estuvo de acuerdo. Yo le repetí que me parecía que hacía un mal negocio, pero insistió, y le di esas dos mil y pico pesetas. Él estaba encantado. Al cabo de dos días me lo encontré de nuevo por la calle y agachó la cabeza avergonzado al verme. Nos seguimos viendo casi a diario por la calle y no se acercaba a pedirme dinero, pero al cabo de dos semanas se me aproximó y me pidió una limosna, y yo le dije que no se la podía dar por cumplir el pacto que habíamos hecho entre nosotros, que ya le había advertido que hacía un mal negocio, pues en esos pocos que yo le iba dando casi a diario iba a sacar más que esas dos mil y pico pesetas que me había pedido.
También supe que hace un tiempo, en un lugar de Asturias, había una persona extranjera que pedía limosna y la gente de aquella localidad se lo daba y era generosa con ella. Cada cierto tiempo esta persona reunía sus ganancias y se iba a su país para invertir o gastar allí lo recaudado. En cierta ocasión, poco antes de hacer ese viaje, se acercó a una mujer y le dijo: “Tengo que irme a mi país y me faltan unos 30 o 50 € (no recuerdo bien) para comprar el billete”. Era mentira, pero esta señora le creyó y le dio ese dinero. Luego esta señora se enteró que esta misma ‘operación’ la había hecho con más gente en aquella localidad. También supieron esto más gentes de allí. Lo que logró esta persona extranjera es que, cuando regresó de su país a pedir nuevamente limosna en esa localidad asturiana, mucha menos gente le diera dinero. Es decir que, por ganar unos 100 o 150 € más en un momento determinado, consiguió que, a la larga, la gente le diera menos dinero por sus mentiras y trapicheos.
Otra historia: en León había una chica que no tenía trabajo y una amiga suya, que tenía una empresa ligada a la construcción, la contrató. Luego fue cuando vino la crisis inmobiliaria en España y esta empresa empezó a ir mal. La dueña de la empresa tuvo que ir despidiendo a sus empleados. A su amiga la fue reteniendo todo lo que pudo. Fue la última despedida y cobró su indemnización. En agradecimiento, una vez despedida, denunció a su amiga, la dueña de la empresa, ante los tribunales por despido improcedente. En una primera instancia perdió el juicio y apeló. Seguramente perderá la apelación y habrá perdido los dos juicios, el dinero que tenga que pagar de las costas judiciales, una amiga y... la posibilidad de que esta examiga la contrate de nuevo en su empresa. Total: ¡ha hecho un negocio redondo!
            Y podía seguir contando tantos casos de gente que, por su afán de dinero, destrozan relaciones matrimoniales y fraternales. Las primeras por controlar el dinero que gasta su cónyuge: mientras el controlador puede comprar lo que quiere, ya que lo suyo está ‘justificadísimo’; sin embargo, lo de su cónyuge es perfectamente prescindible por superfluo. Y en cuanto a las segundas, como he dicho tantas veces, al partir y repartir la herencia ese afán desmedido de cosas materiales hace que se resientan o se acaben relaciones entre hermanos y familias. Vosotros conocéis tantos ejemplos de ello como yo.
Con estos ejemplos quiero resaltar que el deseo desmedido de dinero ofusca nuestras mentes y nuestro sentido de la realidad. Ese deseo exacerbado de dinero hace que caigamos en la mentira, en el egoísmo, en la traición, en la maledicencia, en el robo. Ese deseo exacerbado de dinero nos hace menos personas y perdemos relaciones con los otros y/o las contaminamos. Igualmente nos convierte en personas que no somos de fiar. Además, en muchas ocasiones ese afán del dinero hace que, al final y para nuestra sorpresa, consigamos menos dinero del que tendríamos si nos comportáramos menos interesadamente. En definitiva, el afán y la esclavitud del dinero nos destroza interiormente y hace que nuestras relaciones sociales se deterioren de modo evidente.
- Si esto está perfectamente claro y demostrado en el ámbito humano y de nuestra sociedad, hoy Jesús nos alerta que el dinero y su deseo descontrolado también afecta de modo muy importante a la relación con Dios: Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. En este evangelio Jesús nos dice que servir y adorar sólo podemos y debemos hacerlo a Dios; a nadie más.
            ¿Cómo debe un cristiano comportarse con el dinero, con los bienes materiales? El dinero es necesario, decimos. Claro que sí. Eso lo sabe Dios perfectamente, por eso nos dice: Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Pero un cristiano USA el dinero y los bienes materiales, no SIRVE ni ADORA estas cosas.
            Por lo tanto, el dinero no debe de estar por encima de Dios, de tal manera que nos esforcemos más por tener aquél que por servir y amar a Éste. No podemos pasar más tiempo pensando en lo material que orando a Dios. Lo material se acabará un día para nosotros, no podremos llevarnos con nosotros lo que aquí hemos acumulado. Sin embargo, Dios es para siempre. Jesús nos da varios ejemplos de esto en su evangelio: el rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc. 16, 19-31); el joven rico (Mc. 10, 17-30); el hombre que tuvo una buena cosecha y quiso agrandar sus graneros y darse una buena vida (Lc. 12, 15-21)...
El dinero no puede estar por encima de las personas. Así, no podemos robarles, ni dejar de pagarles lo debido, ni enfrentarnos a ellas por este tema.
            El dinero no puede hacernos, como dice el evangelio de hoy, que estemos viviendo en una situación de agobio estresante: No estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir [...] ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? […] Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia. Para evitar este agobio hay varios remedios: confiar en Dios y no tanto en lo material; conformarse con lo justo y lo necesario sin aspirar (bien sea por envidia o por codicia) a cosas que están por encima de nuestra capacidad; mirar por los bienes que Dios nos entrega y no despilfarrar;…