lunes, 31 de octubre de 2011

Todos los Santos

1-11-11 TODOS LOS SANTOS (A)

Ap. 7, 2-4.9-14; Slm. 23; 1 Jn 3, 1-3; Mt. 5, 1-12


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Celebramos hoy la fiesta de todos los Santos. Cuando se nos habla de los santos, a nuestra imaginación vienen las imágenes de la Iglesia. Nos recuerda a gente muy buena, gente especial que hizo mucho bien, que sufrió mucho, que hizo grandes cosas, pero… en tantas ocasiones son para nosotros gente lejana, que vivieron hace muchos años, que parece que no tienen nada que ver con nosotros, a no ser para pedirles algo, para que por su intercesión se nos conceda un favor. Todo esto es verdad, pero… se queda corto.

La Iglesia con esta fiesta de hoy quiere celebrar a todos los hombres y mujeres que han cumplido la voluntad de Dios a lo largo de los tiempos, a todas aquellas personas, que, a pesar de no estar en el santoral de la Iglesia “oficial”, sin embargo, sí que son santos y están gozando de la presencia de Dios en su Reino.

También la Iglesia quiere hacer hoy con esta fiesta una llamada de atención a todos los cristianos, ya que todos estamos llamados por Dios a ser santos. La santidad no es algo que se consigue con el propio esfuerzo; la santidad es una gracia que Dios nos da y yo nosotros acogemos. La santidad en un cristiano es un regalo que Dios le da y que el hombre no rechaza. Todos podemos y debemos llegar a ella. Es nuestra meta.

¿Cuál es el camino de la santidad? Cumplamos la voluntad de Dios y para ser más explícito os diría que la voluntad de Dios no es sólo cumplir los mandamientos, como quería el joven rico. La santidad cristiana, la que Dios quiere para mí, es que viva en mi vida las bienaventuranzas. Pero no las del mundo: felices los ricos, felices los que ríen, felices los que están saciados, felices aquellos de los que habla bien todo el mundo, felices los famosos… El evangelio de hoy nos propone un mensaje maravilloso. Dice así:

- Bienaventurados (dichosos) los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Los pobres de espíritu no son los que no tienen dinero, a los que les da lo mismo ‘ocho que ochenta’, los que no tienen fortaleza de carácter o de ánimo. Pobres de espíritu son aquellos que no tienen puesta su confianza en los títulos, en la salud, en la riqueza, en el poder, en la fuerza, en la aceptación social, en su propia valía, sino únicamente en el Señor. Aquí nos viene muy bien unas palabras de S. Francisco de Asís, él que fue el pobre de espíritu por excelencia: un día de invierno iban Francisco y el hermano León [su compañero inseparable] por un camino lleno de barro y nieve. Tenían los hábitos empapados y embarrados. Anochecía y les faltaban unos kilómetros aún para llegar a uno de los conventos franciscanos. El santo preguntó a su compañero si sabía en qué consistía la perfecta alegría. El hermano León decía que si consistía en tener mucho amor a Dios, que si consistía en que todos los hombres se convirtieran y se salvaran, y Francisco le respondió que no, y añadió que la perfecta alegría consistía en que, si al llegar al convento, picaran en la puerta y no les quisieran abrir y les obligaran a pasar la noche a la puerta del convento llenos de frío, hambre y cansancio; si volvieran a picar en la puerta y pidieran, por amor de Dios, que les dejaran entrar y quedarse en cualquier esquina, y desde dentro les respondieran esta vez con malas palabras, y no les abrieran y los dejaran fuera; si de nuevo ellos dos tornaran a picar y a suplicar y, hartos ya de aquellos dos pesados, salieran algunos frailes a la puerta del convento y molieran a palos al hermano León y al mismo Francisco y los dejaran definitivamente fuera: hambrientos, cansados, llenos de barro, de frío y de heridas, y ellos dos no perdieran la paz de su corazón ni lanzaran, ni exterior ni interiormente, quejas o insultos contra los de dentro, entonces ellos dos tendrían la PERFECTA ALEGRÍA. ¿Por qué? Porque serían los pobres de espíritu del Señor, que ponen toda su confianza en El y no en ellos ni en que las cosas les vayan bien.

- “Bienaventurados (dichosos) los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra”. Los mansos son aquellos que están llenos de la paz del Señor. Paz que los serena. Paz que les hace desaparecer la ira, la impaciencia, la incomprensión, los gestos y las palabras hirientes. Los mansos no hieren, porque también es muy difícil que se sientan heridos por los demás. Así, S. Francisco de Asís en su cántico a las criaturas podía exclamar que había que alabar al Señor “por los que perdonan y aguantan por tu amor/ los males corporales y la tribulación:/ ¡felices los que sufren en paz con el dolor,/ porque les llega el tiempo de la consolación!”

- “Bienaventurados (dichosos) los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.” Son limpios de corazón aquellos que no ven doblez en las intenciones de los demás, quienes no están siempre buscando las posibles intenciones torcidas de los demás. Piensan que, si ellos no harían mal a nadie, por qué alguien querría hacerles mal o engañarlos a ellos. Es muy apropiado traer aquí el ejemplo de Sto. Tomás de Aquino, el cual siendo novicio era blanco de las bromas de los demás por ser muy crédulo o ingenuo (al menos, a los ojos de los otros). Así, en una ocasión en que estaban todos en el recreo, se le acercan a Tomás dos connovicios y le dicen señalando para el cielo: ‘Mira, Tomás, un burro volando’ Y Tomás levanta los ojos al cielo y pregunta: ‘¿Dónde, dónde?’ Hubo una gran juerga y, al final, le confesaron que era una mentira. A lo que Tomás replicó: ‘Creo antes que un burro vuele a que un connovicio, que quiere ser perfecto en este mundo por amor a Jesucristo, pueda mentir.’ Con estas palabras todos quedaron confundidos y con gran provecho espiritual. Por eso, el limpio de corazón puede ver a Dios, puede ver al hombre tal y como es, y no tal y como se viste de ropas, títulos, riquezas, harapos, ignorancias… Así, cuando Jesús (el limpio de corazón por excelencia) miró a María Magdalena no vio lo que los demás. Los demás vieron una prostituta para tocar y manosear; vieron a una mala mujer, que quitaba a las mujeres decentes sus maridos, o que “chupaba” los dineros a los incautos con su belleza o con placeres. Jesús (el limpio de corazón por excelencia) vio a una mujer que sufría, que tenía necesidad de afecto, de ser acariciada y no manoseada, de ser protegida y escuchada, de ser querida por sí misma y no por su belleza o por su sexo.

No puedo seguir explicando más bienaventuranzas por falta de tiempo. Las demás las dejo a la reflexión y oración personal. ¡Que Dios os conceda la luz para comprenderlas y vivirlas!

Nuestros difuntos, los que ahora no están aquí, saben qué es lo verdaderamente importante; pidámosles ayuda en nuestro camino a la santidad.

jueves, 27 de octubre de 2011

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario (A)

Después de un tiempo sin publicar las homilías, varias personas me han pedido que lo siguiera haciendo.
Aunque son un poco distintas a como venía haciéndolo habitualmente, confío en que puedan seguir ayudando en nuestro peregrinaje hacia el Reino de Dios.



30-10-11 DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (A)

Malq. 1, 14-2, 2b.8-10; Slm. 130; 1 Ts. 29, 7b-9.13; Mt. 23, 1-12


Homilía de audio en MP3

Queridos hermanos:

Las lecturas de hoy son una llamada de atención importante para los sacerdotes. En ellas se nos dice algo de cómo NO debe de ser nuestro ministerio y también de cómo SI debe de ser nuestro ministerio. Del NO hablan la primera lectura y el evangelio, y del SI habla la segunda lectura.

En el evangelio Cristo dice a la gente que lo escucha una serie de cosas terribles de los fariseos: “Haced y cumplid lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen [...] Todo lo que hacen es para que los vea la gente [...] Les gustan [...] que les hagan reverencias por la calle”. Estas palabras pueden ser aplicadas, por desgracia, en ocasiones a algunos sacerdotes. ¡Cuánto escándalo produce un sacerdote entre la gente cuando no se comporta como debe! Escándalos sexuales de los sacerdotes con los niños o adolescentes, sacerdotes interesadísimos con el dinero o con las cosas materiales, sacerdotes con mal carácter a la hora de tratar con la gente, sacerdotes vagos...

Pero a la vez, ¡cuánto bien hace un sacerdote entre la gente cuando buscar ser reflejo fiel de Jesucristo! Hace un tiempo me encontré con un joven en Oviedo, que tenía a su párroco como si fuera un padre y, en cuanto murió dicho sacerdote, el joven estaba como desorientado y con él otros chicos de la parroquia; aquellos sacerdotes que acogieron en Asturias a los inmigrantes de otras zonas de España en las décadas de los años 1960 y 1970, y les dieron una formación para que encontraran trabajo; aquellos sacerdotes que hicieron cooperativas en los pueblos para que los campesinos sacaran mejores precios de sus productos y pagaran menos por el pienso; aquellos sacerdotes yanquis que, cuando empezó lo del SIDA, se ofrecieron para que se probara en ellos los remedios farmacéuticos; tantos y tantos sacerdotes preocupados por sus feligreses y por el crecimiento de estos en su relación con Jesucristo; etc. Sí, como muy bien dice el Concilio Vaticano II: “La santidad de los presbíteros contribuye poderosamente al cumplimiento fructuoso del propio ministerio, porque aunque la gracia de Dios puede realizar la obra de la salvación, también por medio de ministros indignos, sin embargo, Dios prefiere, por ley ordinaria, manifestar sus maravillas por medio de quienes, hechos más dóciles al impulso y guía del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el apóstol: ‘Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí’ (Gal., 2, 20)” (Presbyterorum Ordinis 12).

¿Cómo debe ser un sacerdote hoy en Asturias, en España, en el mundo entero? Tiene que ser como Dios quiere que sea, es decir, cuando Dios llama a uno para ser sacerdote ya tiene un plan de actuación y de salvación para que el Espíritu actúe a través de él. El sacerdote tiene que ser fiel a ese plan divino. Así, creo que cada sacerdote debe de tener estas características: 1) ha de ser un hombre de oración constante, y su referencia a Dios Padre ha de ser continua; 2) ha de ser un hombre eclesial, es decir, con un gran amor a la Iglesia: a esta Iglesia pecadora y santa a la vez; 3) ha de ser muy humano, estando muy en medio de cada hombre: riendo con el que ríe, llorando con el que llora, sufriendo con el que está en paro o tiene un cáncer o tiene un hijo en la droga. Nada de lo que le suceda al que está a su lado debe de ser ajeno al sacerdote; 4) ha de ser austero, pobre, sencillo, humilde; 5) ha de ser valiente en el Señor y para el Señor: valiente para decir lo que debe decir, sin importarle la buena o mala fama que se cree con ello, y con fortaleza interior para sobrellevar disgustos, incomprensiones, murmuraciones; 6) ha de ser un hombre de paz, que transmita la paz y serenidad en este mundo de prisas, estrés y angustias.

En la siguiente narración se resume muy bien los seis puntos que acabo de decir: Cuentan que en una parroquia intrigaba mucho a los feligreses que su párroco desapareciera todas las semanas la víspera del domingo. Sospechando que su párroco se encontraba en secreto con Jesús, encargaron a uno de los feligreses que le siguiera. Y el ‘espía’ comprobó cómo el párroco se disfrazaba de campesino cada sábado y atendía a una mujer pagana paralítica: limpiaba su cabaña y preparaba para ella la comida del domingo. Cuando el ‘espía’ regresó, toda la comunidad le preguntó: ‘¿A dónde ha ido nuestro párroco? ¿Le has visto ascender al cielo?’ ‘No’, respondió el otro, ‘ha subido aún más arriba’.

También es cierto que todo esto que se ha dicho hasta aquí de los sacerdotes (lo bueno y lo malo) puede y debe de ser aplicado para cada uno de los demás cristianos: seglares, religiosos/as, solteros y casados, jóvenes y viejos, pues la Palabra de Dios es universal y alcanza a todos los hombres en todos los tiempos y lugares.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Envío de las homilías

De momento, sigo pensando en no publicar las homilías que voy preparando y predicando en la catedral. No sé qué haré más adelante. No obstante, algunas personas me están pidiendo que les mande las homilías nuevas, ya que ahora no están en el blog y les siguen interesando. Para las personas que quieran recibir mis homilías en su correo personal les escribo a continuación una dirección de correo electrónico a la que pueden enviar su petición: andreshomilias@gmail.com
Quienes ya reciben las homilías por correo electrónico de mi parte, no hace falta que hagan nada, pues van a seguir recibiéndolas normalmente.
Un abrazo


Andrés Pérez

Continuad rezando por mí, pero sobre todo por la Iglesia de Jesucristo.