jueves, 28 de abril de 2022

Domingo III de Pascua (C)

1-5-2022                                DOMINGO III DE PASCUA (C)

 Hch. 5,27b-32; Slm. 29; Ap. 5, 11-14; Jn. 21, 1-19

Homilía en vídeo

Homilía de audio. 

Queridos hermanos:

            - Los discípulos de Jesús de Nazaret, los discípulos del Crucificado, después de aquellos días trágicos de la pasión y muerte en Jerusalén, incluso después de aquella primera alegría de haberle reencontrado vivo, resucitado, regresan a su tierra (como nos narró el evangelio de san Lucas con los discípulos de Emaús), vuelven a su mar y a su trabajo de pescadores (como nos narra el evangelio de hoy). Los discípulos de Jesús vuelven poco a poco a su anterior vida cotidiana.

            Es como que los discípulos de Jesús se sienten huérfanos, desvalidos, desconcertados. Ellos habían seguido a Jesús, probablemente sin haberle entendido del todo –quizá habiéndole entendido más bien poco-; ellos habían ido queriéndole, muy sinceramente (aunque a veces, como en las tres negaciones de Pedro, muy cobardemente); ellos, poco a poco, habían ido descubriendo en Jesús, en el hijo del carpintero, aquel que era el Mesías del Reino, el Hijo de Dios, su  “jefe y salvador”. Es decir, su Señor.

            Pero ahora, después del fracaso y el escándalo de su crucifixión, incluso después de  aquellas “apariciones” esporádicas de Jesús vivo, no sabían qué hacer. Por eso, los evangelios nos cuentan cómo algunos discípulos retornan a su vida normal. Vuelven a pescar, vuelven a sus casas y a sus actividades de antes. Regresan a las actividades de hace tres años, aunque conservando en su corazón una llama de esperanza.

            Aquellos discípulos tenían una llama de esperanza, de fe, de amor hacia su “jefe y salvador”. Pero no sabían dónde buscarle, no sabían dónde encontrarle. Quizá como nos sucede a nosotros. Tenemos en nuestro corazón esperanza, amor y fe en Jesús. Pero no sabemos dónde buscarle, no sabemos dónde encontrarle. Dice el evangelio de Juan que, cuando salieron a pescar, “aquella noche no cogieron nada”. Como nosotros, parece que nada conseguimos, parece que nada avanzamos en nuestra vida. Es como si estuviéramos solos en nuestra barca, solos de noche en la barca, y nada podemos pescar.

- En el año 2012, siendo aún Papa Benedicto XVI, este fue a México y habló del “cansancio de la fe”. Dijo entonces el Papa que hay en nosotros una fe “superficial y rutinaria, a veces fragmentaria e incoherente” y exhortó a los cristianos a no ceder a esa tentación y a superar “el cansancio” de la fe. Contaba el Papa a los fieles de México lo siguiente: “El encuentro en África[1] con la gozosa pasión por la fe ha sido de gran aliento. Allí no se percibía ninguna señal del cansancio de la fe, tan difundido entre nosotros, ningún tedio de ser cristianos, como se percibe cada vez más en nosotros. Con tantos problemas, sufrimientos y penas como hay ciertamente en África, siempre se experimentaba sin embargo la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en las situaciones agobiantes de sufrimiento humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar”. También habló el Papa en aquel momento de la experiencia gratificante de del encuentro de jóvenes católicos en Madrid. Decía él: “La magnífica experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, ha sido también una medicina contra el cansancio de creer”.

Ahora quisiera plantear dos preguntas. Primera pregunta: ¿Por qué se da en nosotros, los católicos de Europa, “el cansancio de la fe”? ¿Por qué nos aburre rezar, acudir a la Misa, llevar una vida cristiana día a día? ¿Por qué, sin embargo, en África o en Asia o en los países árabes los católicos no tienen este “cansancio de la fe”, sino que, a pesar de tener tantas dificultades (muchísimas más que nosotros), como decía el Papa Benedicto XVI, estos católicos experimentan la alegría de la fe, están sostenidos por la felicidad interior de conocer a Jesús y de pertenecer a la Iglesia? A la hora de contestar a esta pregunta me vino a la mente la siguiente frase de san Pablo en la segunda carta a los corintios: “El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra generosamente, generosamente cosechará” (2 Co. 9, 6). Por eso, preguntaba un día, al terminar la Misa, en un pueblo del concejo de Tapia de Casariego cuántos sacos de patatas se sacaban de plantar un saco de patatas. Creo que la gente se sorprendió de mi pregunta. Quizás alguno pensó que yo quería dedicarme a la siembra, cosecha y venta de la patata. ¡Nada de eso! Es que se me ocurrió este ejemplo: habitualmente sembrando 25 Kg de patatas normales y en una cosecha normal se sacan unos 400 ó 500 Kg de patatas. Lo que a nadie se le ocurre es, plantando 1 kg de patatas, pretender cosechar 2.000 kg de patatas. ¿Por qué digo esto? Pues porque, en el ámbito de la fe, entiendo que sembramos muy poco y por eso cosechamos muy poco. Como decía san Pablo: “El que siembra tacañamente, tacañamente cosechará”. Nuestro cansancio de la fe en Europa, en España, en Asturias… proviene del hecho de que nos damos muy poco a Dios y de modo rutinario, y por eso cosechamos poca fe y padecemos “el cansancio de la fe”, que denunciaba el Papa.

Los católicos de África, los católicos de Asia, los católicos de los países árabes siembran generosamente y por eso cosechan generosamente y no tienen cansancio de la fe, sino que experimentan la alegría de la fe, están sostenidos por la felicidad interior de conocer a Jesús y de pertenecer a la Iglesia.

Segunda pregunta: ¿Hay alguna medicina contra este “cansancio de la fe”? Pues nos la indica el Papa Benedicto XVI en cinco puntos:

1º) Sentirnos parte de una gran familia: “En la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid se ha vivido una nueva experiencia de la catolicidad, la universalidad de la Iglesia. Esto es lo que ha impresionado de inmediato a los jóvenes y a todos los presentes: venimos de todos los continentes y, aunque nunca nos hemos visto antes, nos conocemos. Hablamos lenguas diversas y tenemos diferentes hábitos de vida, diferentes formas culturales y, sin embargo, nos encontramos de inmediato unidos, juntos como una gran familia. Se relativiza la separación y la diversidad exterior”.

2º) Darnos a los demás: “Una de las experiencias más importantes de aquellos días ha sido para mí el encuentro con los voluntarios de la Jornada Mundial de la Juventud: eran alrededor de 20.000 jóvenes… al final, estos jóvenes estaban visible y ‘tangiblemente’ llenos de una gran sensación de felicidad… Todo eso ha estado precedido por el encuentro con Jesucristo, un encuentro que enciende en nosotros el amor por Dios y por los demás, y nos libera de la búsqueda de nuestro propio ‘yo’”.

3º) Adorar: “Fue inolvidable para mí, durante mi viaje en el Reino Unido, el momento en Hyde Park, en que decenas de miles de personas, en su mayoría jóvenes, respondieron con un intenso silencio a la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento, adorándolo. Lo mismo sucedió de nuevo en Madrid, tras el temporal que amenazaba con estropear todo el encuentro nocturno, al no funcionar los micrófonos. La adoración es ante todo un acto de fe: el acto de fe como tal. Dios no es una hipótesis cualquiera, posible o imposible, sobre el origen del universo. Él está allí. Y si Él está presente, yo me inclino ante Él… Esto es adoración, y esto marcará después mi vida. Solo así puedo celebrar también la Eucaristía de modo adecuado y recibir rectamente el Cuerpo del Señor”.

4º)  El Sacramento de la Penitencia: “Mi alma se mancha una y otra vez por esta fuerza de gravedad que hay en mí, que me atrae hacia abajo. Por eso necesitamos la humildad que siempre pide de nuevo perdón a Dios; que se deja purificar y que despierta en nosotros la fuerza contraria, la fuerza positiva del Creador, que nos atrae hacia lo alto”.

5º) La alegría: La alegría de los millones de jóvenes en Madrid, como en todas las Jornadas Mundiales de la Juventud, ha sido muy resaltada por los Medios de Comunicación: “¿De dónde viene? ¿Cómo se explica? Seguramente hay muchos factores que intervienen a la vez. Pero, según mi parecer, lo decisivo es la certeza que proviene de la fe: yo soy amado. Tengo un cometido en la historia. Soy aceptado, soy querido… Solo la fe me da la certeza: ‘Es bueno que yo exista’. Es bueno existir como persona humana, incluso en tiempos difíciles. La fe alegra desde dentro”.


[1] El Papa Benedicto XVI había estado hacía poco tiempo visitando los católicos de algunos países africanos.

miércoles, 20 de abril de 2022

Domingo II de Pascua o Domingo de la Misericordia (C)

24-4-2022                              DOMINGO II DE PASCUA (C)

 Hch. 5,12-16; Slm. 117; Ap. 1, 9-11a.12-13.17-19; Jn. 20, 19-31

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Como ya sabéis el segundo domingo de Pascua está dedicado a la Misericordia Divina; por eso, a este día se le conoce como el Domingo de la Misericordia. Pues bien, en el día de hoy quisiera hablaros un poco de ella. Explicaré aquí dos ideas: la primera se refiere a lo que entendemos por “misericordia” y la segunda sobre lo que han dicho (y hecho) algunos santos sobre ella.

            1) ¿Qué es la misericordia? En latín la palabra ‘misericordia’ está compuesta de dos términos: miseria y corazón. La ‘miseria’ expresa la pobreza extrema que pide piedad, compasión, una conmiseración implorada por quien está en grave angustia. ‘Miseria’, por tanto, dice una indigencia que amenaza la misma subsistencia de quien se encuentra en este estado, porque está obligado a existir en los márgenes de la vida humana y a duras penas puede vivir. El otro término unido a miseria es corazón. La miseria, acercada al ‘corazón’, de la raíz latina ‘urere’ (significa quemar) es destruida, como arrollada por un incendio. El corazón, por tanto, cuando advierte la miseria presente en un hombre, no la juzga, sino que la quema, la destruye. Y esta es misericordia. La misericordia indica un corazón humano pronto a intervenir cuando se da cuenta de una indigencia que está provocando la muerte de una vida; e indica también que una miseria que se había apoderado de alguno está terminando, porque será quemada por un corazón que ha reparado en ella. Es verdad que la misericordia del hombre es limitada como su corazón, pero la de Dios es inmensa como su ser.

            Los santos padres educaban a los catecúmenos en la misericordia. Les decían que, cuando el mal no se descarga sobre otro[1], cuando no se multiplica, pierde su fuerza destructiva. Y entonces los hombres ya no actúan bajo las fuerzas del mal juzgándose, odiándose, matándose, sino que, mirándose y descubriéndose pecadores, rezan juntos. ‘Perdónanos nuestras ofensas’.

            2) Asimismo, os propongo la lectura y meditación de varios pensamientos de algunos santos sobre la misericordia:

- Santa Faustina Kowalska (1905-1938) redactó esta oración para pedir a Jesús que la hiciera misericordiosa:

            “Deseo transformarme en Tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, ¡Oh, Señor! Que este más grande atributo de Dios, es decir, Su insondable misericordia, pase a través de mi corazón y mi alma al prójimo.

Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino que juzgue lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle.

Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.

Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo, sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos.

Ayúdame Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas.

Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.

Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que Tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.

Señor mío, transfórmame en Ti, porque Tú lo puedes todo”.

De igual modo, la beata M. Teresa de Calcuta (1910-1997) decía así: “Nosotras somos sobre todo religiosas, no asistentes sociales, no maestras, no enfermeras o doctoras […] La diferencia entre nosotras y las trabajadoras sociales está en esto: en que ellos trabajan por algo, mientras que nosotras trabajamos por Alguien. Nosotras servimos a Jesús en los pobres. Todo lo hacemos –oración, trabajo, sacrificios- lo hacemos por Jesús. Nuestras vidas no tienen ningún sentido, ninguna motivación fuera de Él, que nos ama hasta el final. Solo Jesús es la explicación de nuestra vida”.

El beato Vladimir Ghika (1873-1954) fue un príncipe rumano convertido al catolicismo. Fue ordenado sacerdote y fundó un instituto para atención a los más pobres tomando como ejemplo a san Vicente de Paul. Murió mártir de los comunistas. Él predicaba y hacía vida algo que él llamaba la liturgia del prójimo, lo cual quería decir que, en cada visita a un necesitado, había que celebrar el encuentro de Jesús con Jesús. Lo explicaba así: “Doble y poderosa liturgia: el pobre ve a Cristo venir a él bajo la apariencia de aquel que le socorre, y el benefactor ve aparecer en el pobre al Cristo sufriente, sobre el cual él se inclina. Pero, por esto mismo, se trata de una única liturgia. En efecto, si el gesto es realizado como se debe, por los dos lados está solo Cristo: el Cristo salvador viene hacia el Cristo sufriente, y los dos se integran en el Cristo Resucitado, glorioso y que bendice”. Cuando Vladimir iba a atender a algún pobre, iba orando de este modo: “Señor, voy a encontrarme con uno de los que tú has llamado ‘otros Tú mismo’. Haz que la ofrenda que le llevo y el corazón con el que se la dé sean bien acogidos por mi hermano sufriente. Haz que el tiempo que pase a su lado produzca frutos de vida eterna, para él y para mí. Señor, bendíceme con la mano de tus pobres. Señor, sostenme con la mirada de tus pobres. Señor, recíbeme también a mí, un día, en la santa compañía de tus pobres”.


[1] “Por mi parte, NO”. No tenemos que secundar el mal que nos hacen ni multiplicarlo.

sábado, 16 de abril de 2022

Domingo de Pascua (C)

17-4-2022                              DOMINGO I DE PASCUA (C)

 Hch. 10,14a.37-43; Slm. 117; Col. 3, 1-4; Lc. 24, 1-12

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            * (Se lee el evangelio de S. Lucas de la Vigilia Pascual). Vamos a analizar este evangelio que acabamos de escuchar.

            - Aparecen varias mujeres, con nombres y “apellidos”. Las mujeres suelen ser más prácticas que los hombres… y más valientes. Ellas compran aromas para embalsamar el cuerpo muerto de Jesús. Madrugan, es decir, se levantan antes de que salga el sol, y van fuera de la ciudad, hacia donde está Jesús enterrado. Van a embalsamar a un muerto.

            - Como prácticas que son, saben que el sepulcro, en donde está Jesús enterrado,  está cubierto por una piedra grande, que ellas no tienen la fuerza necesaria para mover. No sé si se lo dijeron a sus maridos o a los apóstoles o a otros hombres. Si se lo dijeron y les pidieron ayuda, seguro que estas mujeres se llevaron un “bufonazo”: “Estáis locas; ¿queréis que nos maten también a nosotros?; déjame dormir; que lo haga (lo de embalsamar) su familia; ¿por qué tienes que meterte tú en eso, en la vida de los demás?...” Por eso, fueron solas y se preguntarían quién les iba a correr la piedra del sepulcro.  

            - Con gran sorpresa, al llegar al sepulcro, ven que la piedra está corrida. A pesar de su miedo, entran en el sepulcro. Allí se les presentaron dos hombres y se asustaron aún más. Estos les dijeron que Jesús había resucitado.

            - Las mujeres salen corriendo; están llenas de espanto y se lo cuentan a los apóstoles y a los demás discípulos. ¿Cómo reaccionan estos? El evangelio dice: “Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron”.

            Bien, hasta aquí una explicación somera del evangelio. Vamos ahora a tratar de aplicarlo a nosotros, a nuestro tiempo:

            - Fueron mujeres las que se preocuparon de ir al sepulcro para embalsamar a Jesús. Ahora mismo, también aquí, en este templo un número aplastante de los presentes son mujeres y muy pocos hombres. Contemos los hombres, si os parece: uno, dos, tres,… Contemos ahora las mujeres: una, dos, tres…, catorce…, veinte…

            - Si las mujeres les dicen a sus maridos, a sus hijos, a sus nietos… que les acompañen a ver a Jesús muerto y resucitado, que les ayuden y compartan su fe…, en muchas ocasiones estos responden que nos les den la lata, que son cosas trasnochadas, que eso es un cuento…

            - Sí, las mujeres están demasiado acostumbradas a que no se les haga caso, a predicar en el desierto, a  recibir “bufonazos”… Pero hemos de reconocer que nuestra familia, nuestra sociedad, y también nuestra Iglesia ESTÁN SOSTENIDAS POR ESTAS MUJERES ‘débiles’ (que no pueden mover una piedra), asustadizas, que son como el cubo de la basura en donde se puede echar gritos, desprecios, falta de sensibilidad, “bufonazos”…. Por eso, hoy, día del Sábado Santo, o día de la Vigilia Pascual, del Domingo de Pascua quiero reconocer esta labor callada, entregada y constante de las mujeres en el mundo de ayer, de hoy y de siempre.

            * Asimismo, en el día de hoy quiero traer aquí un testimonio precioso de Cristo Vivo y Resucitado en Alfonso del Corral. Alfonso del Corral fue uno de los “jugadores de leyenda” del equipo de baloncesto del Real Madrid en los años 80 y después fue director médico del club durante 13 años. Posteriormente fue director de la prestigiosa Unidad de Traumatología, Ortopedia y Medicina Deportiva del Hospital Ruber Internacional de Madrid. Está casado, y es padre de cinco hijos, “cuatro aquí y uno en el cielo”. La pérdida de su hijo desencadenó un proceso de acercamiento a Dios y transformación que hoy le ayuda a acercarse a muchas personas hundidas en el sufrimiento. La tragedia llegó en el momento de mayor éxito profesional, cuando su equipo acariciaba el título en la liga, una terrible noticia cambió su forma de vivir la fe. Fue una noche de junio de 1997. Acababa de recibir la máxima calificación por su tesis doctoral en la Universidad de Navarra. La alegría académica se sumaba al trabajo competitivo de los jugadores del equipo blanco, que disputaban el último partido de la liga española. Corría el minuto 77. Alfonso tuvo que dejar precipitadamente el banquillo. Álvaro, su hijo de seis años, se debatía entre la vida y la muerte. Había sufrido un grave accidente tras jugar al fútbol con sus amigos. La puerta de un garaje le había aplastado. Horas después falleció. Es entonces cuando te das cuenta de que no somos nada”. La muerte de un hijo “es brutal. Que muera un niño de seis años y medio no es normal, es como si te metieran un bazooka y te partieran el pecho. Estás como muerto en vida”. Hasta este accidente, recuerda, “yo era creyente, pero con una tradición recibida, y no vivida. Ahora, aún con mis contradicciones, intento ser una persona que vive su fe con un compromiso. Porque en medio del dolor yo tuve la experiencia de Dios con el Resucitado. Y hoy me dejaría partir las piernas afirmando que Jesucristo ha resucitado”. Alfonso no es precisamente una persona sugestionable, sino un hombre de ciencia. Él sabe que esta experiencia que cambió radicalmente su vida es real: Doy fe, tengo una experiencia personal de esto. Hay quien puede pensar que son alucinaciones, pero yo soy médico, soy una persona racional: aquello que experimenté, lo viví real. Esa verdad me acompaña y me da la esperanza de que Él está ahí”. “Pero Dios es mucho más que una sensación o una percepción. Lo importante no es esa experiencia, sino el camino posterior, esos momentos en los que ves que Él está aquí y te acompaña”. Alfonso hoy piensa que el sufrimiento a veces sirve para despertar a los que viven desatentos, cerrados. En el éxito normalmente no estás receptivo, el triunfo nos envuelve y difícilmente estamos abiertos a otra cosa que al disfrute de los sentidos”. Es en el sufrimiento, cuando se abren los oídos. “Hay quien queda destruido, pero a la mayor parte de la gente el dolor les transforma y les hace ser mejores personas, crean o no crean. Pero si creen, normalmente su transformación es más profunda y trascendente”, explica el doctor Del Corral. A partir de ese momento empezó a leer todo lo que caía en sus manos de las distintas religiones existentes. Pero, como ha afirmado: “solo leyendo el evangelio me calmaba”. Dios entró como un viento fuerte en su vida, y empezó a llenarlo todo. El temor desapareció, y tuvo una completa certeza de que el Buen Dios le concedería ver de nuevo a su hijo.

            * En (la noche) el día de hoy, OS ANUNCIO QUE CRISTO JESÚS HA RESUCITADO. Esta es la experiencia de la Iglesia, de tantos santos, de tantas personas a lo largo de los siglos. No vale, sin embargo, que lo experimenten los demás. Tiene que experimentarlo uno mismo. ¿Cómo sabemos que nos hemos encontrado con Jesús muerto y resucitado? Cuando nuestra vida es distinta y no nos importa el qué dirá la gente. Os animo a encontrar a ese Cristo que vive por la resurrección de Dios Padre sobre Él.

jueves, 14 de abril de 2022

Viernes Santo (C)

15-4-2022                                          VIERNES SANTO (C)

Is. 52,13–53,12; Slm. 30; Hb. 4,14-16;5,7-9; Jn.18,1–19,42

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

En el evangelio de hoy se dice: “Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús”. En el relato de la pasión de Jesús se nos dice que Él cargó con la cruz. En otras partes del evangelio también nos dice a nosotros, sus discípulos, que tenemos que coger nuestra cruz de cada día: “Después dijo a todos: ‘El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga’” (Lc. 9, 23).

Quisiera que en el día de hoy, Viernes Santo, oráramos y reflexionáramos sobre este aspecto: Jesús tomó su cruz. Nosotros hemos de tomar nuestra cruz de cada día. ¿Cómo cargó Jesús con su cruz, y cómo hemos nosotros de cargar con nuestra cruz? Para ayudarnos en esta oración-reflexión os narro un cuento: “Tres obreros trabajaban en una enorme granja. Daniel se ocupaba de cuidar los caballos y se pasaba todo el día lamentándose de cuán duras eran sus tareas y qué poca paga recibía. A Ramón le tocaba ordeñar y llevar a pastar a las vacas. Siempre se le escuchaba maldecir y con frecuencia estallaba lleno de cólera pegando patadas a todo lo que se le ponía por delante. Por último, Carlos estaba encargado de cuidar los cerdos. Carlos, antes de comenzar su tarea, daba los buenos días a sus compañeros y les dedicaba una sonrisa. El trabajo de Carlos, al igual que el de Daniel y el Ramón, era muy pesado, pero Carlos nunca maldecía ni se quejaba. En los momentos más duros Carlos cogía un crucifijo de madera que tenía en su bolsillo, lo contemplaba un instante y continuaba con su labor con una gran paz. Este hecho provocó la curiosidad de sus compañeros y un día Daniel le preguntó: ‘Carlos, ¿por qué siempre llevas una cruz en el bolsillo’. Ramón burlonamente comentó: ‘Seguro que es su amuleto de la buena suerte’. Carlos sacó la cruz de su bolsillo y dijo: ‘Esta cruz la fabriqué yo con mis propias manos y tiene un gran significado para mí. Este trozo de madera representa la cruz que me ha tocada cargar en esta vida. Cada vez que la miro, a mi mente me viene el recuerdo del calvario y veo a tres personas que subiendo esa cima llevaron sus respectivas cruces. La primera persona a la que veo es a Dimas (el buen ladrón), que llevó su cruz obligado, porque no le quedaba más remedio. La otra persona a la que veo es a Gestas (el mal ladrón), que la llevaba maldiciendo y renegando de todo y contra todos. Por último, veo a Jesús que se abrazaba a su cruz mientras caminaba. Cuando el cansancio, la injusticia, la cólera… me amenazan con robarme la paz, entonces tomo esta cruz en mis manos, la miro y me hago la siguiente pregunta: ¿Cómo quiere Dios que lleve esta cruz que me ha tocado? ¿Como Dimas? ¿Como Gestas? ¿O como Jesús?’”.

            Con nuestros labios decimos que queremos seguir a Jesús, pero en tantas ocasiones nuestra vida y nuestras reacciones se parecen bastante más a las de Daniel-Dimas. Otras veces se parecen a las de Ramón-Gestas. ¡Qué pocas veces se parecen a las de Carlos-Jesús! Somos nosotros quien podemos llevar la cruz de la vida de la primera manera, o de la segunda manera, o, con la ayuda de Dios, del tercer modo. ¿Cómo sé yo de qué manera llevo la cruz? Muy fácil: si tengo resignación, llevaré la cruz al modo de Daniel-Dimas. Si tengo ira e impaciencia en mi corazón, llevaré la cruz al modo de Ramón-Gestas. Si tengo paz, entonces llevaré la cruz al modo de Carlos-Jesús, ya que donde está Jesús no puede haber más que paz, vida eterna y mucho fruto.