viernes, 25 de enero de 2008

Domingo III del Tiempo Ordinario (A)

27-1-2008 DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO (A)


Is. 8, 23b-9, 3; Slm. 26; 1 Cor. 1, 10-13.17; Mt. 4, 12-23


Queridos hermanos:

Empieza la primera lectura, del profeta Isaías, diciendo: En otro tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí.” Después de la muerte del rey Salomón, el reino de Israel se dividió en dos. Diez tribus siguieron a un nuevo rey y se formó el reino de Israel, en el norte. Las otros dos tribus, entre ellas la de Judá, siguieron al descendiente del rey David y quedaron en el sur. Hacia el año 732 a.C. el reino del norte sufrió muchas invasiones y deportaciones de la población hasta el punto de que llegó a desaparecer. De hecho, de aquellas gentes prácticamente no se sabe nada y no queda rastro de ellas, pues se mezclaron con los lugareños en donde fueron deportados. En aquellos tiempos fue una gran tragedia para los descendientes de Abraham. Unos 200 años más tarde el profeta Isaías, que estaba en el reino aún sobreviviente del sur, el reino de Judá, se hace todavía eco de esta tragedia. Es más, Judá también estaba a punto también de desaparecer por la acción de Nabucodonosor II y, en medio de tantas desgracias, el profeta habla en nombre de Dios y transmite palabras de esperanza para aquellas gentes: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande […] Acreciste la alegría, aumentaste el gozo […] Porque la vara del opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste.”
¿Cuándo sucedió esto, cuándo el Señor hizo que sus hijos vieran una luz grande en medio de su oscuridad, cuándo el Señor aumentó su gozo y quebrantó las botas del dictador? Nos lo dice el evangelio de hoy: con el nacimiento de Jesús y su venida a este mundo: Dejando Nazaret, (Jesús) se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: ‘País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande.’ Pero esto no sucedió a los pocos días, semanas o meses de haber desaparecido el reino del norte, de haber sufrido aquellas gentes agresiones, muertes, violaciones, deportaciones… (+- 732 a.C.). Tampoco sucedió a los pocos días, semanas o meses de haber desaparecido el reino del sur (+- 500 a.C.). Las palabras de esperanza del profeta Isaías se cumplieron 7 siglos después, para unos, y 5 siglos después, para otros, cuando todos los que habían sufrido en propia carne aquellas desgracias ya habían muerto.
Parece que os estoy contado una historia para no dormir o que os estoy dando una clase de historia sagrada y, sobre todo, parece que os estoy diciendo algo que no tiene nada que ver con nuestras vidas de hoy, del año 2008. ¿Es cierto esto? No. También hoy nosotros sufrimos desgracias en “nuestros reinos del norte y del sur”:
* Como tantas veces os insisto, vemos que las iglesias están bastante vacías y/o sólo con gente mayor. En estas Navidades vino a esta Misa de 11 una chica que reside fuera de España y me decía que aquí no había niños y que sólo había gente mayor.
* Hace pocas semanas un sacerdote joven asturiano “ha colgado” los hábitos. El viernes me he enterado que otro sacerdote joven también los va a “colgar”. Y este año sólo se ordenarán dos nuevos sacerdotes.
* El viernes me contaban de una parroquia asturiana, en una villa, en donde hay unos 100 niños que asisten al colegio. Ni uno solo de este centenar de niños acude a la iglesia ni al catecismo.
* El otro día se me olvidó despedir públicamente en esta Misa a las religiosas Misioneras de María Mediadora. Habitualmente nos acompañan en esta Misa de 11 y llevan la pastoral misionera en la diócesis. Pues bien, el gobierno central de esta congregación religiosa va a cerrar la casa el 8 de febrero por falta de vocaciones. Había tres hermanas y van a ser trasladadas a otras comunidades. La de Oviedo dejará de existir.
* Tantos hijos, hermanos, nietos, familiares, amigos… educados en la fe católica la han dejado en la práctica. Pueden ir un día al santuario de Ntra. Sra. de Covadonga, pero habitualmente pasan de la fe y de la Iglesia y de los sacramentos.
* Podíamos seguir diciendo un largo etcétera.
Ante todos estos hechos, ¿no nos entra la desesperanza, no quedamos con angustia y desconcertados porque Dios lo permite? Por ello, Dios y la Iglesia nos regalan hoy este precioso salmo 26 para que lo oremos y lo hagamos nuestro: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? […] Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.” Sí, hemos de esperar en el Señor. Sí, hemos de preparar el camino de Dios. Hemos de prepararlo, aunque no sea para nosotros, aunque sea para nuestros descendientes…, años o siglos después de que nosotros ya no estemos en este mundo.
Recuerdo un texto muy bello, que ilumina esta idea que os estoy diciendo. El libro de Judit, del Antiguo Testamento, nos narra que estaban los judíos sitiados por el ejército de Nabucodonosor, que quería rendirlos por hambre y por sed. Los judíos aguantaron lo que pudieron y luego acordaron esperar otros 5 días más a que Dios les liberara. Si no lo hacía en ese tiempo, entonces se entregarían a Nabucodonosor. En aquellos momentos surge una mujer, Judit, que dice lo siguiente: “‘Escúchadme, por favor, jefes de la población de Betulia. Os equivocasteis hoy ante el pueblo, al jurar solemnemente que entregaríais la ciudad a nuestros enemigos, si el Señor no viene a ayudarnos en el término fijado. Al fin de cuentas, ¿quiénes sois vosotros para tentar así a Dios y usurpar su lugar entre los hombres? ¡Ahora vosotros ponéis a prueba al Señor todopoderoso, pero esto significa que nunca entenderéis nada! Si vosotros sois incapaces de escrutar las profundidades del corazón del hombre y de penetrar los razonamientos de su mente, ¿cómo pretendéis sondear a Dios, que ha hecho todas estas cosas, y conocer su pensamiento o comprender sus designios? No, hermanos; cuidaros de provocar la ira del Señor, nuestro Dios. Porque si él no quiere venir a ayudarnos en el término de cinco días, tiene poder para protegernos cuando El quiera o para destruirnos ante nuestros enemigos. No exijáis entonces garantías a los designios del Señor, nuestro Dios, porque Dios no cede a las amenazas como un hombre ni se le impone nada como a un mortal. Por lo tanto, invoquemos su ayuda, esperando pacientemente su salvación, y él nos escuchará, si ésa es su voluntad’ (Jdt. 8, 11-17).

jueves, 17 de enero de 2008

Domingo II del Tiempo Ordinario (A)

20-1-2008 DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Is. 49, 3.5-6; Slm. 39; 1 Cor. 1, 1-3; Jn. 1, 29-34

Queridos hermanos:
- En estos últimos días hemos celebrado que Jesucristo ha nacido, ha crecido y ha sido bautizado. Estamos ya ahora en pleno Tiempo Ordinario (enseguida, el 6 de febrero será Miércoles de Ceniza y empezará la Cuaresma). En este domingo de hoy la Iglesia nos propone unos textos en donde Cristo aparece como el centro de todo y de todos.
Hace poco me vino un chico alemán diciéndome que quiere entrar en la Iglesia católica. El no sabe nada de nuestra fe. Me pidió que yo le ayudara a formarse y prepararse. Si os encontrarais vosotros ante un caso semejante, ¿qué haríais, por dónde empezaríais, que le diríais…? Os pido opinión ahora a vosotros:
* ¿Será mejor que le dé un catecismo no demasiado extenso y que lo estudie, y ya le iré explicando las dudas que tenga? Es decir, puedo pedirle que memorice una serie de textos doctrinales y de dogmas de la fe.
* ¿Le explicaré los principales ritos católicos como confesarse bien, saber asistir a las Misas y responder…?
* ¿Le enseñaré las oraciones principales, como son el Padrenuestro, el Ave María, el Credo, la Salve, el Santo Rosario, el Viacrucis…?
* ¿Le diré las principales normas morales que un católico debe saber y practicar?
Entiendo que, aunque todo esto está bien, resulta equivocado empezar por aquí. Lo que creo que hay que hacer es anunciarle a Cristo como centro de todo, a Dios como centro de todo y de todos. Cuando esta persona conozca a Dios con su propia experiencia, cuando se sienta amado por Dios y ame a Dios de Tú a tú, entonces y sólo entonces esta persona necesitará conocer las palabras de Jesús y su doctrina. También necesitará saber cómo comportarse de cara a El y de cara a las demás personas (moral). Igualmente necesitará saber cómo dirigirse ritualmente y litúrgicamente a Dios en medio de una comunidad, y este lenguaje litúrgico le ayudará a crecer y a profundizar en su fe… Todo lo que suponga no empezar por Dios mismo o por Cristo mismo es comenzar la casa por el tejado. Así tenemos a tanta gente que pide los sacramentos en la Iglesia y, sin embargo, no conoce a Dios por experiencia propia; sólo lo conoce de oídas.
S. Juan Bautista, que sabía muy bien todo esto, nos habla hoy en el evangelio, no de ritos, no de doctrinas, no de rezos, no de moral, sino de Cristo mismo. Veamos lo que nos dice de Jesucristo:
-
“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo […] Éste es el Hijo de Dios.” ¿Por qué a Jesús se le llama “cordero” y, además, “Cordero de Dios”? Se está haciendo referencia al cordero que cogieron los israelitas al escapar de Egipto (Ex. 12). La sangre de este cordero les sirvió para embadurnar las puertas de sus casas y que ángel exterminador no les hiciera daño. Este cordero les sirvió de igual modo para alimentarse y para coger fuerzas, porque al día siguiente tenían que empezar su travesía por el desierto. Pues también ahora S. Juan Bautista nos dice que nosotros tenemos un Cordero mucho mejor que el de los mismos israelitas. Nuestro Cordero nos protege con su sangre derramada y nos alimenta con su carne triturada con nuestros dientes y digerida con nuestros estómagos.
Además de protegernos y de alimentarnos Jesús, Cordero de Dios, nos quita los pecados a todos nosotros. Recuerdo ahora una celebración, que también tienen los israelitas. Me refiero al Gran Día de la Expiación (Lev. 16). Esta fiesta consistía en que se cogían dos carneros y uno de estos se destinaba a ser sacrificado en presencia de todo el pueblo y en quemar sus entrañas y rociar con su sangre al pueblo. ¿Qué se hacía con el otro carnero? Leamos: El Sumo Sacerdote “impondrá sus dos manos sobre la cabeza del (otro) animal y confesará sobre él todas las iniquidades y transgresiones de los israelitas, cualesquiera sean los pecados que hayan cometido, cargándolas sobre la cabeza del carnero. Entonces lo enviará al desierto por medio de un hombre designado para ello. El carnero llevará sobre sí, hacia una región inaccesible, todas las iniquidades que ellos hayan cometido; y el animal será soltado en el desierto.” Allí el animal moría a manos de las fieras, puesto que se le dejaba atado a una estaca. De este modo, el carnero se llevaba los pecados del pueblo fuera del campamento, y el carnero y los pecados eran comidos por las alimañas. Pues bien, del mismo modo todos nuestros pecados, los pecados de todos los hombres y de todos los tiempos: del pasado, del presente y del futuro, son cargados sobre el Cordero de Dios y El los lleva consigo, es atado con clavos a una cruz para que no se pueda escapar y allí es devorado por la muerte. Por todo esto decimos que Jesús es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Hace poco vino una persona a hacer dirección espiritual conmigo y me trajo un texto de Jean Paul Sastre, que sabéis que fue un filósofo francés ateo del siglo XX. El estuvo prisionero de los nazis entre 1940 y 1941. Entonces escribió una obra de teatro (“Barioná, el hijo del trueno”), que se representó en el campo de concentración con prisioneros. Tiempo después Sartre llegó a renegar de esta obra suya. ¿Por qué? En la obra Sartre hace decir a uno de los actores: “Si un Dios se hubiese hecho hombre por mí, le amaría excluyendo a todos los demás, habría entre El y yo algo así como un lazo de sangre […] Un Dios-hombre, un Dios hecho de nuestra carne humillada, un Dios que aceptase conocer este sabor amargo que hay en el fondo de nuestra boca cuando todos nos abandonan, un Dios que aceptase por adelantado sufrir lo que yo sufro ahora.”

Pidamos a Dios que su Hijo sea el centro de nuestra fe y de nuestra experiencia de vida. Luchemos por ello y oremos por ello. Termino con esta oración preciosa, que creo que conocéis muchos de vosotros para pedir a Dios Padre que Cristo sea realmente para mí “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”:

Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti,
Para que con tus santos te alabe y bendiga.
Por los siglos de los siglos. AMÉN.

viernes, 11 de enero de 2008

Bautismo del Señor (A)

13-1-2008 BAUTISMO (A)
Is. 42, 1-4.6-7; Slm. 28; Hch. 10, 34-38; Mt. 3, 13-17


Queridos hermanos:
Celebramos hoy la fiesta del Bautismo del Señor y con ella recordamos nuestro propio bautismo. Para profundizar en el significado de esta festividad y sobre todo para profundizar en nuestro propio bautismo quisiera fijarme en tres momentos del sacramento y me serviré para ello de la primera lectura:
1) Elección, formación y respuesta de fe. “Yo, el Señor, te he llamado, te he cogido de la mano y te he formado.” Ante todo hemos de tener presente que no somos nosotros quienes elegimos a Dios, sino que es El quien nos elige a nosotros. No somos nosotros quienes creemos en Dios, sino que es El quien “cree” en nosotros. No somos nosotros quienes amamos primero a Dios, sino que es El quien nos ama primero. La iniciativa siempre parte de Dios. Cuando nuestros padres se fijaron uno en el otro y enamoraron, ya Dios pensaba en nosotros y sabía de nosotros. Por tanto, ya Dios nos amó mucho antes de ser engendrados nosotros en el vientre materno. El es quien nos crea y quien nos llama a la vida. Si vivimos y si estamos aquí, es porque El lo quiere y porque El nos quiere. Con toda razón la primera lectura dice así: “Yo, el Señor, te he llamado.” Sí, el Señor es el origen de todo, también es el origen de nuestra vida.
Prosigue la primera lectura diciendo: “Yo, el Señor, te he cogido de la mano.” ¡Qué imagen más bonita! ¿Quién coge de la mano? Pues coge el padre o la madre al hijo; también el enamorado a la enamorada, o viceversa; o igualmente alguien que ayuda y conforta a otro. Por tanto, con esta imagen en la que se nos muestra a Dios cogiéndonos de la mano -o por seguir el singular del texto- en que Dios me coge a mí, con nombre y apellidos, de la mano; repito que con esta imagen se me dice que hay un amor paterno-materno de Dios para conmigo. También se me dice que hay una amor de enamoramiento de Dios para conmigo, y un amor de ayuda, de protección y de cercanía.
Se finaliza la frase arriba mencionada diciendo: “Yo, el Señor, te he formado.” Sí, el Señor ha ido tejiendo en el vientre de mi madre mis músculos, mis nervios, mis huesos, mis entrañas, mis pulmones, mi carácter, mi personalidad, mis… Soy lo que soy porque El me ha formado así, y El me ama tal y como soy. Dios me ama con mi historia personal, con mi familia, con mi físico, con mis circunstancias. ¿Cómo no va a amarme, si es El quien me formado y hecho así? ¿Qué belleza verá Dios en mí para que esté tan enamorado de mí? Porque El no está ciego, ve más que yo y me conoce mejor que yo mismo. Y es que las últimas palabras del evangelio de hoy las dice Dios Padre sobre su Hijo, Jesús, pero también las dice Dios Padre sobre todos y cada uno de nosotros: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.”
Todo esto que acabo de explicar son palabras, pero para mucha gente es su experiencia de vida. Cuando descubren que Dios los ha llamado, los ha cogido de la mano y los ha formado, estas personas sienten que tienen que dar una respuesta a Dios. Esa respuesta no es otra que el amor y la entrega a Dios por parte de las personas que tienen este encuentro con el Padre. Esta respuesta es lo que conocemos con el nombre de la FE (sobre la FE no me extiendo más, pues ya he hablado de ella en una homilía anterior). Pongo algunos ejemplos concretos: En estas navidades me entrevisté con un chico alemán, que está haciendo un descubrimiento de Dios y me pidió ayuda para entrar en la Iglesia Católica. Asimismo os diré que leía el jueves en un periódico que en Francia están aumentando los bautizos entre las personas adultas. “Un diario católico francés ofrece otros datos estadísticos interesantes para descubrir cuál es el perfil de esos bautizados: por ejemplo, el 70% son mujeres y la mayor parte (59 %) y está en edades comprendidas entre los 20 y 45 años. Por lo que se refiere a la procedencia religiosa, casi la mitad viene de familias de origen cristiano, un 36 % no tenía una religión clara, mientras que el 5% procede del Islam.”
2) Los ritos sacramentales del bautismo. Una vez que uno ha hecho el camino de fe y que solicita la incorporación a la Iglesia a través del bautismo viene la preparación más próxima mediante una catequesis adecuada y, finalmente, se celebra el sacramento. Hoy no explicaré el rito, pues ya lo he hecho hace dos años dando el significado propio de cada momento de la celebración.
3) La misión de los bautizados. Uno no es bautizado porque haya alcanzado una meta y ya no tenga más que caminar. Tampoco es bautizado uno a modo de premio o para imponerle una medalla. El bautismo implica (y debe implicar) la participación en la misión que a Cristo le fue confiada al encarnarse y nacer como hombre, y la participación en la misión que El comparte con su Iglesia. Veamos lo que Dios Padre encargó a Cristo y así veremos nuestra propia misión, que no es otra que la misma de Jesús: “Yo, el Señor, te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.” Nuestra misión, por tanto, es dar a todos los hombres la gran noticia de que Dios se ha “casado” en matrimonio perpetuo y en fidelidad perpetua con ellos. Nosotros podremos fallarle, pero El jamás lo hará. Y nuestra vida ha de ser signo y ejemplo de esto.
Nuestra misión también consiste en dar luz, la luz de Dios a la gente que nos rodea. No podremos llegar a todos; pero allá donde estemos y con quien estemos, han de vislumbrar y percibir que hay algo distinto en nosotros. Somos transmisores de paz, de perdón y somos la realidad de que se puede vivir de otro modo en esta sociedad
. El jueves leía en el periódico gratuito “20 minutos” tres viñetas a modo de cosa graciosa. En la primera viñeta se veía a un hombre que veía venir unos nubarrones en el horizonte. En la segunda viñeta se leía que en las nubes venía escrita la palabra ‘crisis’ y el hombre gritaba: ‘¡NO!’, y en la tercera viñeta en las nubes aparecía ya escrito ‘crisis de valores’, a lo que el hombre contestaba con evidente alivio: ‘¡Uf! ¡Qué susto! ¡Pensé que era la otra!’ Se refería a la crisis económica, supongo. Pues bien, para nosotros es más grave -mucho más- la crisis de valores que la crisis económica. Por ello, procuraremos vivir según los valores del evangelio.
Así, nuestra misión como cristianos no está simplemente en encerrarnos en las sacristías o en los templos, sino en estar en la calle, en nuestro trabajo, en nuestra familia y con nuestros amigos para que abramos los ojos de los ciegos, para que saquemos a los cautivos de sus prisiones de tantas cosas.
- Para todo esto Dios nos ha llamado, cogido de la mano y formado. ¿Estoy dispuesto? El domingo de la Sagrada Familia preguntaba en la homilía a las personas casadas que si, sabiendo lo que sabían ahora, se casarían con su marido o con su mujer. También les preguntaba que si, sabiendo lo que sabían ahora, se habrían casado o se habrían quedado solteros. Pues bien, parafraseando estas mismas preguntas os planteo y me planteo a mí mismo ahora: Sabiendo lo que sé ahora, viendo lo que veo ahora en mi mismo, en la sociedad y en esta Iglesia concreta en la que estoy, ¿me bautizaría hoy aceptando a Cristo como Señor de mi vida? ¿Me bautizaría hoy aceptando a la Iglesia Católica como madre mía? ¿Me bautizaría y aceptaría hoy, por lo tanto, la misión que Dios Padre y su Hijo me confió?

viernes, 4 de enero de 2008

Epifanía (A)

6-1-2008 EPIFANIA (A)
Is. 60, 1-6; Slm. 71; Ef. 3, 2-3a.5-6; Mt. 2, 1-12


Queridos hermanos:
En el evangelio de hoy veo dos grupos de personas, que de manera distinta se sitúan ante el nacimiento de Jesús: por una parte están los judíos y por otra los magos de oriente.
- Los judíos, con el rey Herodes a la cabeza, son los herederos de las promesas de salvación que Dios hizo un día. Dios prometió a Abraham que de él vendría un gran pueblo y la salvación para los judíos y después para todos los hombres. Esta promesa fue renovada por Dios ante Isaac, ante Jacob, ante Moisés y ante todos los profetas. Los judíos eran conocedores de esta promesa y esperaban con ansia la salvación que vendría de mano del Mesías. Veíamos estos días de atrás como el profeta Isaías anunciaba, cientos de años antes de que sucediera, que el Mesías iba a nacer de una doncella y que el niño sería Dios mismo: “la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’” (Is. 7, 14). Asimismo, cuando el rey Herodes preguntó a los sumos sacerdotes y escribas dónde iba a nacer este Mesías, ellos supieron decírselo inmediatamente, pues leyeron la Biblia y en ella estaba escrito que “en Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel’” (Mt. 2, 5-6). Pero también resulta sorprendente que el profeta Isaías, una vez más cientos de años antes de suceder, incluso profetizó la venida de los magos de oriente guiados por una luz para adorar al Mesías. Mirad la primera lectura: “¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! […] Y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora […] Te inundará una multitud de camellos, de dromedarios de Madián y de Efá. Vienen todos de Saba, trayendo incienso y oro, y proclamando las alabanzas del Señor.”
Resulta muy extraño que muchos de los judíos del tiempo de Jesús, que esperaban la venida del Mesías de Dios, que sabían que éste nacería de una virgen, que sería Dios mismo, que nacería en Belén, que habría una estrella que guiaría a unos extranjeros trayendo oro, incienso y otros regalos para este Mesías no hubieran sabido antes que nadie de su nacimiento y no hubieran ido corriendo a Belén. Todo lo más que hicieron, nos dice el evangelio, fue sobresaltarse y querer que fueran los extranjeros a cerciorarse de la noticia. Herodes quiso matar al Mesías, porque podía hacerle sombra, pero el resto de judíos que había en Jerusalén se quedaron muy a gusto en sus casas y en su ciudad sin desplazarse hasta el poblado de Belén, que distaba entre 15 y 20 Km.
- El segundo grupo del que hablamos hoy es el de los magos de oriente, es decir, unos extranjeros y paganos. Hay unas palabras muy fuertes que usaban algunos judíos –según mis noticias- cuando oraban a Dios: ‘Te doy gracias, Señor, porque no me has creado ni mujer, ni animal, ni pagano.’ Ser pagano era muy negativo para los judíos. Significaba estar condenado en vida, puesto que desconocía la fe verdadera y no sabía el camino para encontrar a Dios y para salvarse. De hecho, los judíos fervorosos no querían entrar en casa de los paganos para no ensuciarse ni perder su pureza. ¿No recordáis cómo los judíos no quisieron entrar en la casa de Poncio Pilatos, cuando iban a crucificar a Jesús, para no incurrir en impureza y tuvo aquel que salir fuera para hablar con ellos? Por eso, los judíos procuraban vivir aparte en las ciudades paganas y no dar a sus hijas en matrimonios a jóvenes paganos, o viceversa, salvo que los paganos se convirtieran al judaísmo.
Pues bien, son unos magos de oriente quienes, estudiando el firmamento y sus constelaciones de estrellas, descubrieron una muy particular y se pusieron en camino para seguirla. Esta estrella les llevó a Jesús, el Mesías salvador. “Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.”
- ¿Por qué los judíos, que eran los depositarios de las promesas de Dios y descendientes del mismo Abraham, no reconocieron a Jesús como el Hijo de Dios, el Emmanuel, el Mesías salvador? ¿Por qué los judíos que conocían todas las profecías y todos los detalles de la venida y del nacimiento del Mesías no lo reconocieron como tal? ¿Por qué unos magos paganos, sin saber nada de las Sagradas Escrituras, sin ser depositarios de las promesas divinas y sólo guiándose por una criatura de Dios (la estrella) y no por la Palabra de Dios fueron capaces de reconocer y adorar al Mesías? ¿Por qué?
Estas son preguntas que me hago y que ahora os hago a vosotros. Alguna de las respuestas que me doy es que no importan tanto la raza, ni la historia de un pueblo determinado. No importa tanto la Biblia ni el estar cerca del milagro o del acontecimiento. Lo que realmente importa es tener un corazón abierto a Dios y a las cosas de Dios. ¿Recordáis aquel refrán que dice que da Dios guantes a quien no tiene manos? Muchas veces, cuando estuve de cura por la zona de Taramundi, veía las ganas que tenían tantos feligreses míos de las aldeas más remotas de poder acudir a las Misas, y a Cursillos de Cristiandad, y a ejercicios espirituales, y a charlas formativas…, pero no podían por el trabajo con el ganado, por ser demasiado ancianos, por las obligaciones familiares... Y otras personas en Oviedo o en Gijón o en otras zonas tenían esta oportunidad y no las aprovechaban. (Ejemplo: Querer más a las vacas que a la propia mujer).
Para mí esta fiesta de hoy, de la Epifanía (manifestación) del Señor a todos los pueblos, me habla de las oportunidades que Dios nos da a todos los hombres para que lo conozcamos, para que nos acerquemos a El. Esta fiesta me habla del peligro de creer que lo tengo tan cerca, pero mi corazón duro y egoísta y cómodo me hace ser como los habitantes de Jerusalén, quienes tuvieron al salvador del mundo a 15 miserables Km. y dejaron pasar la oportunidad de acercarse a El. Los magos de oriente, los paganos, los perdidos y condenados a los ojos de los judíos, sí que aprovecharon esta oportunidad.
Pido a Dios para mí, para todos vosotros que, aunque tercos “judíos” como somos, nos pase un día lo que a S. Agustín y podamos decir como él: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ver que tú estabas dentro de mí y yo estaba fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; ex­ha­laste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz” (S. Agus­tín, Confesiones, Libro X, Cp. XXVII, 38).