miércoles, 28 de junio de 2023

Domingo XIII del Tiempo Ordinario (A)

2-7-2023                                 DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

2º Re. 4,8-11.14-16a; Slm. 88; Rm. 6,3-4.8-11; Mt. 10,37-42

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            ¿Habéis hecho alguna vez apuestas a los caballos? Yo no. Supongo que uno apostará por el caballo que cree que tiene más posibilidades de ganar la carrera. Supongo que uno no apostará por un caballo cojo, viejo y enfermo. Hace un tiempo bautizaba a una niña y decía a sus padres que habían apostado, al querer bautizar a su hijita, por un caballo perdedor. Pues hoy muchos se retiran de la fe, de la creencia en Dios, del amor, la creencia y la aceptación de la Iglesia. Ejemplos: llamadas al obispado para borrarse de la Iglesia católica; borrachos con gestos soeces faltando a unas religiosas; en Granada pegaron a un monja por un delito muy grave que había cometido: ¡por ser monja!; en Madrid quemaron una capilla y pusieron un pintada que decía: ‘la iglesia que ilumina es la que arde’...

            Ante todo esto, creo sinceramente que todos los que estamos en este templo estamos apostando por un caballo perdedor y que los que tienen toda la razón son los que ahora están en sus camas durmiendo o descansando, o en casa trajinando, o paseando por la ciudad, o camino de las playas. No merece la pena seguir perdiendo más el tiempo aquí en el templo, y con esta Iglesia, ni con Dios. Yo voy a dejar el sacerdocio. Tengo casi 64 años y todavía me quedan unos años para poder vivir y disfrutar. Al fin y al cabo, si yo dejo el sacerdocio no haría más que seguir los pasos de tantos curas y monjas que lo han dejado, de tantos seglares que pasan de la Iglesia y de la fe. Dejaría de tener que defender cosas absurdas como el no a preservativos, el no a los divorcios, el no a los homosexuales… Decidido: voy a dejar la fe y la Iglesia y el sacerdocio… Y os aconsejo que vosotros hagáis lo mismo. De todas formas, ¡haced lo que os dé la gana!

            Pero, si lo tengo decidido, entonces ¿por qué no estoy tranquilo? Pienso en aquellas palabras de Pedro a Jesús: “Señor, ¿a dónde vamos a ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6, 68). También leo en el evangelio de hoy: “El que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt. 10, 39). O esta otra: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí” (Mt. 10, 38).

            No, no puedo dejar el sacerdocio, ni la Iglesia, ni la fe, ni a Dios. ¿Por qué? No dejo nada de esto porque 1) estoy enamorado de Dios. Él me enseñó lo que es el amor. El besó mis labios con sus labios. Él me estrechó entre sus brazos y contra su corazón cuando yo aún no había nacido y nunca ha dejado de hacerlo. Él siempre ha estado conmigo. ¿Qué sería de mi vida sin Él? Él es como el aire que respiro. Él es mi origen, y mi fin. Lo descubro en el mundo, en las personas, en los sacramentos, en su Palabra. Es Él. 2) No dejo nada de esto por mi amor la Iglesia; ésa tan pecadora y con tantas contradicciones, pero que me recibió en sus brazos al nacer por el bautismo, que me alimenta con la Eucaristía y me perdona los pecados por la confesión, que me ordenó sacerdote para sus hijos, sin yo merecerlo (o más bien merecer todo lo contrario por mis muchos pecados), que me cuida y rezará por mí cuando yo fallezca. 3) No dejo nada de esto, porque merece la pena luchar y vivir sólo para el ser humano dejando todas las posibilidades que este mundo te ofrece. El ser humano merece la pena, incluso los de los gestos soeces a las religiosas o los que dejan la Iglesia, o la quieren quemar. Merecen la pena, porque son hijos de mi Dios y hermanos míos. Y esto sólo se comprende desde Él, desde su amor.

            ¿Vosotros vais a quedaros, vais a luchar o vais a dejar todo o vais, peor aún, a vivir mediocremente vuestra fe?

            Os voy a leer un trozo de un correo electrónico que una chica, que es monja, mandó a diversas personas antes de irse a Mozambique. Esta chica, esta monja no piensa en sí misma, sino en Dios y en los demás, y no quiere tampoco abandonar, porque quiere perder su vida por Jesús: Por fin se va a realizar mi sueño... Desde que era pequeña quería ser monja...y también misionera, con los negritos,... Han pasado muchos años desde entonces, pero el Señor ha dispuesto que vaya este año, cuando yo ni me imaginaba que podría ir, pues ya tenía todo el verano programado con distintas actividades. Me hubiera gustado saberlo con más tiempo, para poder prepararme mejor... estudiando portugués, repasando algo de enfermería, y más de inglés, y teniendo más tiempo para prepararme interiormente, pero bueno, nuestros pensamientos no son los Suyos, ni nuestros caminos los Suyos... Él lo ha querido así, y así quiero aceptarlo, deseando dejarme conducir por Él. Me acabo de confesar, y el sacerdote me ha repetido varias veces que todo aquello cuanto haga he de hacerlo en Su nombre... Pues sí... en el nombre del Señor me voy a Madrid, y me subiré al avión, y en su nombre estaré en Mozambique como Él lo disponga. No voy con grandes pretensiones... Sólo quisiera ser transmisora de su gran amor para con todos. Rezad por mí, no tanto para que no me pase nada, sino para que en todo lo que viva, todo lo que acontezca pueda ser un reflejo de su bondad, de Su amor, de Él mismo que habita en mí: Dios Uno y Trino. No sé lo que me espera, pero lo que sí tengo claro es que el Señor siempre va  a estar conmigo, a mi lado, dándome fuerzas y sosteniendo mis pasos. Y también estará  a vuestro lado, confortándoos, ayudándoos, manteniéndonos unidos en el amor. Cuando alguien entrega su vida al Señor tiene que estar dispuesto a todo, a lo que sea, pues ya no se pertenece, la vida es del Señor, y de los demás... Así que todo sea para mayor gloria Suya, y sea lo que Él quiera. Aquí estoy, Señor, dispón según tu Voluntad. Que la Santísima Trinidad sea nuestra mayor alegría. En Ella vivimos, nos movemos, existimos... Ella nos habita, está en nosotros, y nos une...y hacia la plena comunión con Ella caminamos. Que no desperdiciemos este gran regalo de su presencia en nosotros, regalo que llevamos en vasijas de barro... regalo inmerecido, pero que por su gran amor nos da cada día, en cada momento”.   

Amén (¡Que así sea!).

jueves, 15 de junio de 2023

Domingo XI del Tiempo Ordinario (A)

18-6-23                          DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO (A)

Ex. 19, 2-6a; Slm. 99; Rm. 5, 6-11; Mt. 9, 36-10,8

Homilía de audio.

Queridos hermanos:

            El viernes pasado celebrábamos el Sagrado Corazón de Jesús. Pues bien, hoy quisiera hablaros hoy un poco del Corazón de Jesús.

             ¿Tiene sentido celebrar una Misa del Corazón de Jesús? ¿Por qué no de la mano de Jesús, de una pierna de Jesús, de la cabeza de Jesús? Al celebrar el Sagrado Corazón de Jesús se quiere subrayar el centro de su persona. De hecho, cuando alguien dice: "Te amo con todo mi corazón", quiere decir que ama con todo su ser: con todo su cuerpo, con toda su mente y con toda su alma.

            Vamos, entonces, a profundizar un poco en el Corazón de Jesús: ¿Qué es lo que se desprende de ese Corazón de Jesús, de esa persona de Jesús? Ello nos es indicado por las lecturas que acabamos de escuchar: de su Corazón se desprende y emana amor, misericordia, perdón, fidelidad, curación, y todo ello completamente gratis. Dice el salmo de hoy: “El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.” En la segunda lectura nos recuerda S. Pablo: “Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.” Y, finalmente, en el evangelio se nos dice: “Al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor […] Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia […] Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.”

            ¡Qué Corazón más grande el de Jesús, pues en El encontramos toda la ternura y la comprensión del mundo, del universo y del cielo! ¿Sabéis cuál es la tarea más importante de un sacerdote en una parroquia? No es “decir” la Misa, o predicar el evangelio. No es confesar a la gente o prepararla para recibir bien los sacramentos. No es organizar Caritas y dar de comer a los pobres de la parroquia. La tarea más importante que nos dejó Jesús y su Sagrado Corazón a los sacerdotes es AMAR. ¿Sabéis cual es la tarea más importante de un padre-esposo o de una madre-esposa? No es pagar la hipoteca, conseguir dinero para comer, para pagar la ropa, medicinas, estudios de los hijos. No es llevar a su cónyuge a unas vacaciones de ensueño o ayudar en las tareas del hogar o en la educación de los hijos. La tarea más importante que dejó Jesús y su Sagrado Corazón a los padres-esposos es AMAR: amar al marido, amar a la mujer, amar a los hijos, amar a la familia política, amar…  Recordad aquella famosa frase de San Juan de Cruz: “En la tarde de la vida seremos examinados en el amor.”

            Dicen los psicólogos y psiquiatras, y tienen razón, que un hombre equilibrado, psíquicamente hablando, es aquel que ha recibido amor y que ha dado y da amor. ¿Hemos recibido amor de nuestros padres, de nuestros hermanos, de nuestros familiares, de nuestros amigos? Si es así, entonces somos de lo más afortunados. Si no es así, entonces estamos “cojos” y lo estaremos el resto de nuestras vidas. Hace un tiempo hablaba con unos novios que querían casarse. Resultaba que el chico había tenido una seria dificultad en su familia (no había sido amado convenientemente ni se había sentido amado, más bien se había sentido rechazado por su familia), y avisaba yo a esta joven pareja que esta situación repercutirá negativamente en su vida esponsal y en su vida familiar. ¿Cuánto tiempo hace que no decís un “te quiero” a una persona: a vuestros padres, a vuestros hermanos, amigos, novios, esposos, hijos? ¿Cuánto tiempo hace que no se os dice un “te quiero” por parte de vuestros padres, a vuestros hermanos, amigos, novios, esposos, hijos? ¡Qué importante es el cariño y el amor y, además, qué importante es manifestarlo verbalmente, con gestos, con caricias, con ternura…!

            Pues bien, hemos de saber, y se nos ha de meter bien en la cabeza que los seres humanos somos totalmente incapaces y estamos imposibilitados para amar, en primer lugar, a Dios. Ninguno de nosotros podemos amar a Dios por nosotros mismos y con nuestras solas fuerzas. Ni siquiera quien ha experi­mentado el Amor de Dios en su ser puede responder a Dios con el propio amor. Solamente se puede amar desde el Amor que recibimos de Dios. Es decir, nuestro amor es amor en tanto en cuanto participa y "mama" del Amor divino, el que Dios ha sembrado y siembra en nuestro ser. Para amar así he de juntar mi corazón con el Corazón de Jesús, y suplicaré que Jesús transforme mi corazón y lo haga como su Corazón. Así, hemos de suplicar a Cristo que nos dé de su Amor, ya que Él es la única fuente donde podemos beber de ese Amor auténtico. Si una persona quiere amar a Dios, sólo lo podrá hacer con el mismo Amor que Dios le dé. Si una persona quiere amar a su prójimo, sólo podrá hacerlo con el mismo Amor que Dios tiene a ese prójimo. Yo no puedo, por mí mismo, amar a mi esposo-esposa-hijo-amigo-vecino-feligrés…, pues en mí sólo encuentro egoísmo y miseria. Entonces he de volverme a Dios, a Jesús y pedirle que transforme mi corazón en su Corazón y así podré amar, con Su Amor, a mi esposo-esposa-hijo-amigo-vecino-feligrés… Y ellos para amarme han de hacer igual: Desde su corazón no podrán amarme, pero desde el Corazón de Jesús en su corazón sí podrán hacerlo. Esto no son palabras, ni una filosofía meramente teórica, sino que es vida, y así lo han experimen­tado tantos santos.

            El día en que uno aprende que no es uno mismo el que ha de esforzarse en hacer el bien, en orar, en amar…, sino que todo ello lo hace el Señor en nosotros, ese día uno descansa de verdad y entra en la Paz verdadera. Por eso, dice Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontraréis alivio”.

¡¡FELIZ MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS!!

¡¡QUE SU AMOR SE DERRAME SOBRE TODOS Y CADA UNO DE NOSOTROS!!

jueves, 8 de junio de 2023

Domingo del Corpus Christi (A)

18-6-23                                   CORPUS CHRISTI (A)

Dt.8,2-3.14b-16a; Slm. 147; 1 Co. 10, 16-17; Jn. 6,51-59

Homilía de vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            - Celebramos hoy el día del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo. Esta festividad procede de la Edad Media. Su origen histórico es el siguiente: Berengario de Tours (+ 1088) negó la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Igualmente los herejes cátaros, albigen­ses y valdenses negaron esta verdad de fe. Como reacción la Iglesia, los fieles fomentaron mucho la devoción eucarística y, en esta época, abundan las noticias sobre milagros eucarísticos (por ejemplo, Bolzano es una villa italiano un tanto al norte de Roma. En la Edad Media venía en peregrinación un sacerdote alemán a Roma. Este sacerdote tenía serias dudas de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Un día celebrando la Misa en una iglesia de Bolzano, este sacerdote tenía entre sus manos el pan eucarístico y, dudando que allí estuvieran realmente Jesús resucitado, dicho pan eucarístico se convirtió en un trozo sangrante de corazón humano. La sangre manchó el ara o el corporal sobre el altar, y el sacerdote ya no tuvo jamás dudas. Aún hoy se venera en Bolzano ese ara o ese corporal manchado en sangre. También está el famoso caso de S. Antonio de Padua y el asno que adoró el Santísimo haciendo una genuflexión).

            Pues bien, una religiosa belga (la beata Juliana de Canillon), a través de unas revela­ciones del Señor, luchó por difundir la devoción a la presencia real de Cristo en las especies consagradas. De este modo, el Papa Urbano IV, con la bula ‘Transiturus’ del 11-VIII-1264, manda que se celebre en toda la Iglesia la fiesta de los Santísimos Cuerpo y Sangre de Jesús en el jueves posterior a la Santísima Trinidad. Rápidamente se extendió la celebración de esta festividad. Así, en Cataluña se introdujo en 1314, en Inglaterra en 1325, en Roma en 1350. El Papa no había dicho nada de proce­siones después de la Misa, pero en seguida se introdujeron y, al principio, se hacían en copones o custodias cubiertos, pero pronto se pasó a las custodias actuales para que el pueblo pudie­se ver y adorar al Cristo eucarístico.

            - Después de esta breve introducción histórica y, si me lo permitís, hoy os voy a dar otra clase de derecho canónico sobre el sacramento de la Eucaristía:

En el canon 898 dice que los fieles hemos de tributar la máxima veneración a la santísima Eucaristía y reseña el canon tres modos de hacerlo:

1) tomando parte activa en la celebración de la Misa. Parte activa con cantos, oraciones vocales en alto, silencios, posturas de atención y adoración[1];

2) recibiendo la Sagrada Comunión frecuentemente y con mucha devoción;

3) dándole culto con suma adoración. Quedándose un poco después de la Misa para adorar al Cristo Eucaristía que llevamos en nuestro pecho. Llegando un poco antes a la Misa para serenar nuestro espíritu y nuestra mente de las tensiones de la calle y de la casa y poder así preparar nuestro ser para recibir a Cristo Eucaristía.

            En el canon 910 se dice que los ministros ordinarios para dar la comunión son el obispo, el sacerdote y el diácono. Los ministros extraordinarios son aquellos fieles laicos designados establemente por el Obispo y aquellos que, en casos de necesidad, el sacerdote celebrante les dé este encargo para cada caso, por ejemplo, cuando hay bastante gente para comulgar y necesita que se le ayude a repartirla. Estos ministros extraordinarios han de ser fieles laicos de experiencia de Dios, de formación adecuada y de rectitud en su vida moral.

            En el canon 912 se dice que pueden recibir la Sagrada Comunión los bautizados, pero con las debidas disposiciones espirituales y morales. No pueden recibirla las personas que no estén bautizadas, ya que el Bautismo es la “puerta de entrada” para los demás sacramentos.

En el canon 913 se dice que se puede dar la Comunión a los niños con las siguientes condiciones: que tengan suficiente conocimiento racional, que tengan una preparación cuidadosa, que entiendan el misterio de Cristo en la medida de su capacidad, y que puedan recibir el Cuerpo del Señor con fe y devoción. Antes de recibir la Comunión, deben de haber confesado sacramentalmente (canon 914). Reseño este último canon ante los abusos que se dan en ciertas parroquias, en donde no permiten que los niños se confiesen, porque a esa edad (dicen los párrocos o catequistas) no se tiene pecados y para no traumatizar a los niños. Todo lo más, se les dice a los niños que escriban las cosas malas que hacen en un papel y que echen los papeles en un fuego, para que dicho fuego haga desaparecer sus pecados. Por todo esto, no es demasiado extraño que haya jóvenes, que se acercan a casarse con 29 ó 34 años, y no se hayan confesado en su vida, ni siquiera para hacer la Primera Comunión.

            No se puede admitir a la Comunión eucarística a los excomulgados (por ejemplo, por un aborto sin haber recibido antes la absolución del Obispo o de un sacerdote dotado de la potestad de quitar una excomunión) ni a los que perseveren en pecado grave (por ejemplo, por robo y no devolución de lo robado, por rencor hacia otras personas[2], etc.) (canon 915).

            En el canon 916 se dice que, quien tenga conciencia de pecado grave, no debe de acercarse a comulgar sin haberse confesado antes (por favor, que no nos pase más de dos meses sin confesarnos). Sin embargo, hay una excepción a esta norma, ya que puede acercarse a comulgar el fiel, si hay un motivo grave (por ejemplo, el funeral o la boda o la Primera Comunión de un familiar muy cercano) y no haya posibilidades de confesarse en ese instante. Pero el fiel ha de hacer un acto de contrición perfecta y proponerse confesarse sacramentalmente cuanto antes.

            Quien recibió ya una vez la Eucaristía, puede de nuevo en el mismo día, una vez más recibirla. Si el fiel estuviera en peligro de muerte, después de haber comulgados dos veces en un mismo día, puede volver a comulgar ese día como viático (canon 917).

            Antes de recibir la Comunión se ha de guardar una hora de ayuno. No rompe el ayuno eucarístico el agua o las medicinas. Los ancianos, enfermos y quienes los cuidan no están obligados a guardar la hora de ayuno (canon 919).

            Se puede comulgar en la boca o en la mano. En este último caso, se ha de procurar tener las manos limpias y llevar la Sagrada Forma a la boca delante del sacerdote y nunca yendo de vuelta para el banco. El sacerdote deposita la Forma en la palma de la mano (nunca el fiel la coge de los dedos del sacerdote), y sólo entonces el fiel la recoge de su palma y se la lleva a la boca.


[1] Recuerdo que en cierta ocasión estaba celebrando una Misa para niños y les hacía preguntas en la homilía. De repente, uno niño de unos 7 años alzó la mano y, sin que viniera a cuento con lo que se estaba hablando en ese momento, dijo al micrófono: “Mi hermano mayor, de 10 años, no quiere venir a la Misa, porque dice que se aburre.” Todos quedamos cortados. Enseguida le pregunté: “¿Y tú no te aburres?” A lo que el niño respondió: “No, yo no me aburro, porque yo atiendo.”

[2] “Si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda” (Mt. 5, 23-24).