sábado, 30 de marzo de 2024

Domingo de Pascua

31-3-2024                              DOMINGO I DE PASCUA (B)

Hch. 10, 34a.37-43; Sal. 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Desde la Vigilia Pascual y hasta que termine el tiempo de Pascua, en las iglesias y en todas las ceremonias litúrgicas se enciende el CIRIO PASCUAL. Asimismo encendemos el cirio pascual fuera del tiempo de Pascua cuando celebramos un funeral o un bautizo. ¿Qué significa este cirio y qué tiene que ver con la Pascua?

- En nuestro tiempo y en nuestra sociedad estamos demasiado acostumbrados a la luz eléctrica y a la calefacción. Sin embargo, del siglo XIX para atrás casi toda la vida humana se paralizaba al caer la noche. Las tinieblas envolvían los campos, las casas, los pueblos, las ciudades. Ciertamente se podía encender un fuego, pero había que ir a buscar la leña, la casa se llenaba de humo, había que limpiar y recoger las cenizas al día siguiente…; era muy molesto, farragoso y caro. Las velas eran sólo para los ricos. Sin embargo, este fuego daba luz y permitía alargar un poco la vida en la noche y en la oscuridad, y además daba calor en el invierno o en las noches o en los días fríos. Sí, el fuego daba luz en la oscuridad y calor en el frío. Ahora lo tenemos mucho más fácil. Con dar a un interruptor tenemos luz; con dar a otro interruptor tenemos calor.

Ya en los inicios de la vida de la Iglesia se asemejó el fuego a CRISTO JESÚS, el cual ES LUZ y guía en la oscuridad, y CALOR en el frío de la vida, en el frío del pecado, en el frío de la soledad. A pesar de los avances técnicos, los significados del fuego (luz y calor) unidos a Cristo Jesús permanecen a lo largo de los siglos.

En efecto, la Palabra de Dios nos dice que la oscuridad de la muerte no pudo con Jesús; el frío de la muerte no pudo con Jesús. La oscuridad y el frío del pecado no pudieron con Jesús. Jesús sigue siendo ese fuego que nos da luz, y sigue siendo ese fuego que nos da calor[1]. Nuestros ojos cegados por la oscuridad del pecado se abren a la luz por la resurrección de Jesús. Nuestros miembros fríos por la muerte recobran el calor de la vida por la resurrección de Jesús. Todo esto y mucho más representan ese cirio pascual que tenemos aquí encendido.

- Y ahora sí, ahora vamos a hablar del cirio pascual: La palabra ‘cirio’ viene del latín ‘cereus’ (de cera, el producto de las abejas). El cirio más importante de todos los que utilizamos en la liturgias es el que se enciende en la Vigilia Pascual como símbolo de Cristo, y que se sitúa sobre una columna o un candelabro adornado. El cirio pascual es ya desde los primeros siglos uno de los símbolos más expresivos de la Vigilia.

En medio de la oscuridad (la celebración empieza con las luces apagadas), de una hoguera previamente preparada y luego bendecida, se enciende el cirio. En la procesión de entrada de la Vigilia se canta por tres veces la aclamación al cirio: ‘Luz de Cristo. Demos gracias a Dios’, mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de los fieles y las luces de la iglesia. ¡Atención!: Los fieles no encienden sus cirios de cualquier fuego; no los encienden con sus mecheros ni cerillas. Esos cirios de los  fieles tienen que ser encendidos únicamente del cirio pascual, que a su vez ha sido encendido del fuego bendecido al inicio de la Vigilia Pascual. Es el fuego de Cristo, es Cristo ese fuego que se va comunicando a todos los fieles.

Luego se coloca el cirio en la columna o candelero que va a ser su soporte, y se proclama en torno a él el solemne Pregón Pascual: “Goce la tierra, inundada de tanta claridad, y que se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero. En verdad es justo y necesario aclamar a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán y, derramando su sangre, canceló el recibo del antiguo pecado. Ésta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos. Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo.

¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos. Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos. ¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!

Te rogarnos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche. Amén”.

¿Por qué los fieles tienen en sus manos cirios encendidos? La Iglesia, la esposa, sale al encuentro de Cristo, el Esposo, con la lámpara encendida en la mano, gozándose con Él en la noche victoriosa en la que se anuncia –en el momento culminante del evangelio– la gran noticia de su Resurrección.

Durante la celebración del sacramento del bautismo también debe estar encendido el cirio, para encender de él los cirios de los nuevos bautizados. Asimismo se enciende el cirio pascual, junto al féretro, en las exequias cristianas, para indicar que la muerte del cristiano es su propia Pascua. Así se utiliza el simbolismo de este cirio en el bautizo y en las exequias, el principio y la conclusión de la vida: un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su definitiva incorporación a la luz de la vida eterna.

- Sin embargo, el cirio pascual y los cirios encendidos de los fieles no pueden quedar en un simple rito, bonito y expresivo, pero rito, al fin y al cabo. Para que ese cirio encendido en las manos de los fieles sea verdadero, ha de ser comunicado[2]. Quiero decir: si ese cirio significa realmente que Cristo nos transmite su luz, que nos guía y nos saca de nuestras oscuridades y cegueras; si ese cirio significa realmente que Cristo nos transmite su calor, que nos aparta del frío del pecado y del frío de la muerte para siempre, entonces esa luz y ese calor dejarán de ser algo ritual y simbólico cuando de verdad nosotros seamos capaces de transmitir a otros esa luz y ese calor, que no serán nuestros, sino de Cristo, es decir, estaremos transmitiendo y comunicando a Cristo a los demás. Un Cristo vivo, y no muerto y enterrado; un Cristo de hoy, y no del pasado.

¡Feliz Pascua de Resurrección!


[1] Mi dedo es milagroso. A quien toque ahora, va a quedar sin fe durante tres meses. ¿Quién quiere ser tocado? Nadie. No podemos vivir sin la fe, sin la luz de Cristo, sin su calor. No entendemos cómo puede haber gente que viva sin Dios y sin fe. Nosotros necesitamos su compañía, su calor, su guía, su alegría, su paz.

[2] Todos hemos recibido de Dios, por intermediación de personas humanas, la fe, la luz de Cristo y el calor de Cristo. Si nosotros no los transmitimos, algunos se quedarán sin ello. ¿A cuántos he transmitido yo la fe? Sólo en el cielo lo sabré. ¿A cuántos les aparté de la fe? Sólo en el cielo lo sabré. Esto que pregunto de mí, os lo tenéis que preguntar vosotros mismos. Por eso la luz hemos de transmitirla de unos a otros.

miércoles, 27 de marzo de 2024

Homilías semanales EN AUDIO: Semana Santa

Isaías 42, 1-7; Salmo 26; Juan 12, 1-11

Homilía del Lunes Santo



Isaías 49, 1-6; Salmo 70; Juan 13,21-33.36-38

Homilía del Martes Santo

 

 

Isaías 50, 4-9a; Salmo 68; Mateo 26, 14-25

Homilía Miércoles Santo

Viernes Santo (B)

29-3-2024                                          VIERNES SANTO (B)

 

Is. 52,13–53,12; Slm. 30; Hb. 4,14-16;5,7-9;Jn. 18,1–19,42

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

La muerte no se produce sólo cuando uno deja de respirar. Existen distintos actos o hechos que suceden en el ser humano y que culminan con el dejar de respirar. Uno de los primeros actos de la muerte de Jesús sucedió en el HUERTO DE LOS OLIVOS. Allí experimentó Jesús algunos síntomas de muerte: soledad, terror, angustia… Vamos a verlo con más detalle:

            - Cuando Jesús y sus discípulos (menos uno) salieron del local en donde habían celebrado la fiesta judía, se dirigieron al huerto de los olivos, a Getsemaní. Y aquí tuvo lugar un hecho sorprendente: se nos relata un diálogo de la oración de Jesús con su Padre Dios. En otros momentos del evangelio se nos ha dicho que Jesús oró, o que Jesús dijo esta frase u otra en un momento de oración[1], pero en ningún otro lugar se nos detalla con tanto lujo de detalles una oración de Jesús[2]: “Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: ‘Quedaos aquí, mientras yo voy allí a orar’. Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: ‘Mi alma siente una tristeza de muerte. Quedaos aquí, velando conmigo’. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: ‘Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: ‘¿Es posible que no hayáis podido quedaros despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Velad y orad para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil’. Se alejó por segunda vez y suplicó: ‘Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad’. Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: ‘Ya podéis dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar’” (Mt. 26, 36-46; Mc. 14, 32-42; Lc. 22, 39-46).

Jesús tuvo una oración de angustia, de terror, de miedo, de inquietud, de un ir y un venir (hasta tres veces se alejó un poco para suplicar al Padre). Esta oración de Jesús quiso ser acompañada, que no en comunidad, sino acompañada de sus tres amigos-discípulos preferidos, pero ellos no estuvieron a la altura y Jesús tuvo que hacer esta oración en la más terrible de las soledades: Parecía que Dios Padre no le escuchaba ni le respondía; sus tres amigos estaban dormidos y tampoco tenían palabras de consuelo, de ánimo o de simple compañía. Jesús estuvo completamente solo[3]. Pero Jesús no se echó atrás en ningún momento. Sabía bien lo que le esperaba; ya se lo habían anunciado antes (Lc. 9, 31).

- Conviene fijarse en algunos detalles distintos que nos dan los evangelistas: por ejemplo, Marcos es el único que pone en labios de Jesús la palabra “Abba” (Mc. 14, 36) al dirigirse a Dios, mientras que Lucas y Mateo le ponen la palabra “Padre”. La palabra “Abba” indicaba una confianza absoluta, pues Dios, para Jesús, no sólo era el Padre, sino y sobre todo era ‘su papaíto’. Ya sabemos que este término era el usado por los niños judíos para dirigirse a sus padres y que escandalizó a los fariseos y sumos sacerdotes, pues Jesús la usó para dirigirse a Dios.

De igual modo nos hemos de fijar en el evangelio de Lucas, que nos aporta dos novedades: 1) se nos dice que, durante la oración, un ángel confortaba a Jesús[4] (Lc. 22, 43), y 2) que, era tal la angustia y el miedo que Jesús tenía por lo que se le venía encima, y la intensidad con la que oraba, que “le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre[5] (Lc. 22, 44).


[1] “En aquel momento Jesús dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido’” (Mt. 11, 25-26).

[2] Sí que existe otro momento en los evangelios en los que se narra con muchos detalles el diálogo que Jesús mantuvo con una realidad espiritual, con el Maligno en persona. Se trata del episodio de las tentaciones al inicio de su vida pública: Mt. 4, 1-11; Lc. 4, 1-13.

[3] Episodio de la niña que ayudó al anciano viudo a llorar.

[4] Aunque Jesús no lo viese ni lo sintiese, pero estaba animándolo a cumplir la voluntad de Dios. También nosotros en nuestros momentos de sufrimiento tenemos a un ángel que nos conforta, aunque no lo percibamos sensiblemente.

[5] Ante la muerte, un hombre puede quedar cano en una sola noche, o ‘sudar sangre’. En una revista médica he encontrado esta aportación que nos explica el episodio que tuvo Jesús en el huerto de los olivos: “La pasión física de Jesús comienza en Getsemaní. Todos hemos leído que Jesús sudó sangre y muchos nos hemos preguntado por la veracidad de este hecho. Aunque es muy raro, el fenómeno del sudor de sangre es bien conocido por la ciencia médica. Es interesante que el médico del grupo, Lucas, sea el único que menciona este fenómeno. El sudar sangre, hematidrosis o hemohidrosis, se produce en condiciones excepcionales: para provocarlo se necesita un debilitamiento físico, y se atribuye a estados muy altos de estrés; esto provoca una presión muy alta y congestión de los vasos sanguíneos de la cara; la presión alta y la congestión provoca pequeñas hemorragias en los capilares de la membrana basal de la piel y algunos de estos vasos sanguíneos se encuentran adyacentes a las glándulas sudoríparas. La sangre se mezcla con el sudor y brota por la piel. Esta es la primera perdida de líquidos corporales que experimentó Jesús (aproximadamente de 150 a 200 ml.). Todo lo anterior, estrés, perdida sanguínea por la hematohidrosis, provoca en el cuerpo humano un aumento del metabolismo en su fase catabólica (consumo); este mismo se refleja directamente en el consumo principal de carbohidratos (glucógeno), esta reserva es muy pobre y se acaba pronto, por lo que se inicia un estado en el cual se consumen las proteínas del cuerpo y el catabolismo. En condiciones normales este mismo, puede estimular la redistribución de líquido del espacio intracelular al extracelular. Es decir, que el paciente comienza a hincharse. La piel se hace más frágil y vulnerable a cualquier trauma”. Pienso ahora en los golpes que recibió Jesús de los criados y soldados judíos, y en la flagelación a manos de los soldados romanos. La piel de Jesús debió de quedar rota y en mil pedazos ya antes de su muerte.

lunes, 25 de marzo de 2024

Jueves Santo (B)

28-3-2024                                          JUEVES SANTO (B)

                                                                            Éx. 12.1-8.11-14; Slm. 115; 1ª Cor. 11,23-26; Jn. 13,1-15

Homilía en vídeo

Homilía de audio

Queridos hermanos:

            Celebramos un año más el inicio del Triduo Pascual y lo hacemos, como siempre, con el Jueves Santo. Vamos a fijarnos este año propiamente en la última Cena y en los alimentos que tomaron Jesús y los Apóstoles.

            - Los cuatro relatos evangélicos de la Pasión se sitúan en los días de la Pascua judía. En aquel tiempo Jesús estaba en Jerusalén con sus discípulos. La Pascua[1] era la fiesta más importante para los israelitas y les recordaba que Dios mismo, por medio de su siervo Moisés, les había librado de la esclavitud de los egipcios. Todo judío fervoroso celebraba esta fiesta y procuraba hacerlo en Jerusalén, la ciudad sagrada. Por eso, Jesús estaba allí aquellos días. Y es entonces cuando Jesús dice a sus discípulos que preparen la cena de la Pascua. Jesús sabe que será su última celebración de la Pascua en la tierra: “mi hora está cerca” (Mt. 26, 18).

            La cena de Pascua había de ser para los judíos una fiesta de alegría, de exaltación, de júbilo, puesto que Yahvé les había librado de la esclavitud de los egipcios (Dt. 6, 21-23). Sin embargo, esta cena pascual estaba presidida por la tristeza, pues Jesús les anunció que iba a ser entregado y traicionado por uno de ellos: uno que había visto sus obras maravillosas, que había escuchado sus palabras de vida, que había dormido junto a Él, que había comido con Él (Mt. 26, 20-25; Mc. 14, 17-21; Lc. 22, 21-23). No obstante, esta tristeza no restó un ápice la solemnidad y la seriedad del momento que se iba a vivir. Jesús estaba culminando su paso por la tierra y no se echaba atrás ante lo que su Padre quería de Él. La traición y el aparente fracaso de su obra no le hacían dudar del camino a seguir. Inexorablemente los enemigos de Jesús iban ganando terreno y lo iban cercando, pero Él seguía paso a paso el plan trazado por Dios Padre para bien y salvación de toda la humanidad y del universo.

            - La cena de Pascua judía tenía perfectamente prescritos los alimentos que formaban parte de ella: Cordero o cabrito asado al fuego, panes sin levadura y verduras amargas (Ex. 6, 5.8). Así se lo prepararon para Jesús y sus discípulos, y así se lo comieron. Sólo que Jesús hizo un cambio radical y centró la importancia y la atención en dos alimentos para la nueva cena de Pascua: el pan sin levadura y el vino. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: ‘Tomad y comed, esto es mi Cuerpo’. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: ‘Bebed todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados’ (Mt. 26, 26-28; Mc. 14, 22-24; Lc. 22, 17-20).

            - El cambio de alimentos no fue algo banal o caprichoso. Hasta ese momento era otro el que moría, el que era comido o el que derramaba su sangre: el cordero o el cabrito. Pero en esta cena Jesús no elige otro tipo distinto de alimentos de los que hay en las tiendas o en los mercados. No elige otros alimentos más apetitosos, más caros o más baratos… Jesús ofrece su propio Cuerpo para ser entregado, despedazado, destrozado y comido. Jesús ofrece su propia Sangre para ser derramada y bebida. Sí, Jesús ofrece su Cuerpo y su Sangre para que sirvan como alimento y como bebida eternos, para que ellas nos purifiquen de nuestros pecados, para que nos transformen de hombres pecadores… en hombres santos, de hombres… en dioses. Así, se entienden mejor las palabras de Pablo en la carta a los Hebreos, cuando dice que Jesús “entró de una vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por su propia sangre, obteniéndonos así una redención eterna. Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por otra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente! Por eso, Cristo es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres” (Hb. 9, 12-15a).

            - Si esto es verdad, entonces de aquí se siguen tres consecuencias inmediatas:

            1) No comemos un alimento cualquiera: pan o vino, sino que comemos al mismo Jesús; comemos su Cuerpo y su Sangre. Comemos al mismo Dios. No se trata de un signo de Jesús, de un símbolo de Jesús…, se trata del mismo Jesús. Esto significa que para los católicos Dios es nuestro alimento, que nos fortalece, nos purifica, nos santifica, nos transforma en hijos de Dios. Así se entiende perfectamente que preparemos a los niños para la 1ª Comunión durante años, pues no es cualquier alimento el que toman. Así se entiende que hagamos gestos de adoración ante el sagrario. Así se entiende hemos de procurar estar limpios de pecado para comulgar…

            2) Jesús entrega su Cuerpo y su Sangre, es decir, se entrega a sí mismo. No ponen a unos animales en su lugar, no manda a otros a ser sacrificados en su lugar…, sino que Él mismo es el que va a la suplicio, el que es molido a palos, el que es escupido, el que es insultado, el que es golpeado, el que es acusado injustamente, el que es clavado en la cruz, y todo esto por nosotros y para el perdón de nuestros pecados. Ya lo decía el mismo Jesús poco antes de todo esto sucediera: “Este es mi mandamiento: Amaos los unos a los otros, como yo os he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn. 15, 12-13).

            3) De este modo, Jesús nos marca a sus discípulos el camino que hemos de seguir. Dios no quiere nuestras cosas, ni nuestras obras, ni nuestras palabras, ni nuestros pensamientos… simplemente o solamente. Dios nos quiere a nosotros. La mejor acción del discípulo de Jesús es que vaya poco a poco perdiendo su vida por Dios y por los demás. Cuando uno comulga en la Misa y luego entrega su vida de cada día en su casa, en su familia, en su trabajo, en su pueblo, en su parroquia, en la gente con la que se van encontrando, entonces ese cristiano sí que está siguiendo el ejemplo y los pasos de Jesús, entonces sí que está celebrando cada día de su vida la última Cena de Jesús.


[1] Pascua significa ‘paso’: el paso del mar Rojo, el paso de la esclavitud a la libertad. Ahora Pascua significa el paso de la muerte a la vida, del pecado al perdón…