viernes, 30 de marzo de 2018

Domingo de Pascua (B)


1-4-2018                                DOMINGO I DE PASCUA (B)
Homilía en vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            Desde la Vigilia Pascual y hasta que termine el tiempo de Pascua, en las iglesias y en todas las ceremonias litúrgicas se enciende el CIRIO PASCUAL. Asimismo encendemos el cirio pascual fuera del tiempo de Pascua cuando celebramos un funeral o un bautizo. ¿Qué significa este cirio y qué tiene que ver con la Pascua?
- En nuestro tiempo y en nuestra sociedad estamos demasiado acostumbrados a la luz eléctrica y a la calefacción. Sin embargo, del siglo XIX para atrás casi toda la vida humana se paralizaba al caer la noche. Las tinieblas envolvían los campos, las casas, los pueblos, las ciudades. Ciertamente se podía encender un fuego, pero había que ir a buscar la leña, la casa se llenaba de humo, había que limpiar y recoger las cenizas al día siguiente…; era muy molesto, farragoso y caro. Las velas eran sólo para los ricos. Sin embargo, este fuego daba luz y permitía alargar un poco la vida en la noche y en la oscuridad, y además daba calor en el invierno o en las noches o en los días fríos. Sí, el fuego daba luz en la oscuridad y calor en el frío. Ahora lo tenemos mucho más fácil. Con dar a un interruptor tenemos luz; con dar a otro interruptor tenemos calor.
Ya en los inicios de la vida de la Iglesia se asemejó el fuego a CRISTO JESÚS, el cual ES LUZ y guía en la oscuridad, y CALOR en el frío de la vida, en el frío del pecado, en el frío de la soledad. A pesar de los avances técnicos, los significados del fuego (luz y calor) unidos a Cristo Jesús permanecen a lo largo de los siglos.
En efecto, la Palabra de Dios nos dice que la oscuridad de la muerte no pudo con Jesús; el frío de la muerte no pudo con Jesús. La oscuridad y el frío del pecado no pudieron con Jesús. Jesús sigue siendo ese fuego que nos da luz, y sigue siendo ese fuego que nos da calor. Nuestros ojos cegados por la oscuridad del pecado se abren a la luz por la resurrección de Jesús. Nuestros miembros fríos por la muerte recobran el calor de la vida por la resurrección de Jesús. Todo esto y mucho más representan ese cirio pascual que tenemos aquí encendido.
- Y ahora sí, ahora vamos a hablar del cirio pascual: La palabra ‘cirio’ viene del latín ‘cereus’ (de cera, el producto de las abejas). El cirio más importante de todos los que utilizamos en la liturgias es el que se enciende en la Vigilia Pascual como símbolo de Cristo, y que se sitúa sobre una columna o un candelabro adornado. El cirio pascual es ya desde los primeros siglos uno de los símbolos más expresivos de la Vigilia.
En medio de la oscuridad (la celebración empieza con las luces apagadas), de una hoguera previamente preparada y luego bendecida, se enciende el cirio. En la procesión de entrada de la Vigilia se canta por tres veces la aclamación al cirio: ‘Luz de Cristo. Demos gracias a Dios’, mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de los fieles y las luces de la iglesia. ¡Atención!: Los fieles no encienden sus cirios de cualquier fuego; no los encienden con sus mecheros ni cerillas. Esos cirios de los  fieles tienen que ser encendidos únicamente del cirio pascual, que a su vez ha sido encendido del fuego bendecido al inicio de la Vigilia Pascual. Es el fuego de Cristo, es Cristo ese fuego que se va comunicando a todos los fieles.
Luego se coloca el cirio en la columna o candelero que va a ser su soporte, y se proclama en torno a él el solemne Pregón Pascual: “Goce la tierra, inundada de tanta claridad, y que se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero. En verdad es justo y necesario aclamar a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán y, derramando su sangre, canceló el recibo del antiguo pecado. Ésta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos. Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo.
¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos. Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos. ¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!
Te rogarnos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche. Amén”.
¿Por qué los fieles tienen en sus manos cirios encendidos? La Iglesia, la esposa, sale al encuentro de Cristo, el Esposo, con la lámpara encendida en la mano, gozándose con Él en la noche victoriosa en la que se anuncia –en el momento culminante del evangelio– la gran noticia de su Resurrección.
Durante la celebración del sacramento del bautismo también debe estar encendido el cirio, para encender de él los cirios de los nuevos bautizados. Asimismo se enciende el cirio pascual, junto al féretro, en las exequias cristianas, para indicar que la muerte del cristiano es su propia Pascua. Así se utiliza el simbolismo de este cirio en el bautizo y en las exequias, el principio y la conclusión de la vida: un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su definitiva incorporación a la luz de la vida eterna.
- Sin embargo, el cirio pascual y los cirios encendidos de los fieles no pueden quedar en un simple rito, bonito y expresivo, pero rito, al fin y al cabo. Para que ese cirio encendido en las manos de los fieles sea verdadero, ha de ser comunicado. Quiero decir: si ese cirio significa realmente que Cristo nos transmite su luz, que nos guía y nos saca de nuestras oscuridades y cegueras; si ese cirio significa realmente que Cristo nos transmite su calor, que nos aparta del frío del pecado y del frío de la muerte para siempre, entonces esa luz y ese calor dejarán de ser algo ritual y simbólico cuando de verdad nosotros seamos capaces de transmitir a otros esa luz y ese calor, que no serán nuestros, sino de Cristo, es decir, estaremos transmitiendo y comunicando a Cristo a los demás. Un Cristo vivo, y no muerto y enterrado; un Cristo de hoy, y no del pasado.
¡Feliz Pascua de Resurrección!

miércoles, 28 de marzo de 2018

Sermón de la Soledad


30-3-18                                         SERMON DE LA SOLEDAD

Homilía de audio
Queridos hermanos:
En este sermón de esta Semana Santa de 2018 querría fijarme en el relato de la Pasión, según san Juan, en que se nos dice: “Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa”.
Hemos de tener en cuenta que en tiempos de Jesús no había pensión de viudedad, ni de jubilación. Los ancianos y las viudas tenían que trabajar toda su vida; hasta su muerte o hasta que se acabara su salud. Cuando ellos no podían trabajar para alimentarse, es ahí cuando la familia cumplía una labor muy importante. Los ancianos y las viudas tenían la protección de la familia. Si no había familia, les quedaba sólo la indigencia y la muerte inmediata.
En el caso de María, le había muerto su marido. Gracias a Dios le quedaba un hijo varón, Jesús. Él se casaría, tendría esposa e hijos, y María viviría con ellos. Trabajaría en el hogar y a la vez estaría protegida por su hijo, por su nuera y por sus nietos. Sin embargo, Jesús no se casó. Esto sirvió de habladurías en el pueblo, en Nazaret: ‘Ninguna de las chicas de este pueblo y de los alrededores es buena para Jesús. Él se debe creer de una condición social mejor que los demás’. Esto debió hacer sufrir a su madre, María. Pero lo más terrible sucedió cuando Jesús ‘abandonó’ a su madre para irse por el mundo a predicar el evangelio y a hablar de Dios. María ya no tenía quien la sostuviera y no le quedó más remedio que irse a casa de sus hermanos y cuñados. Allí seguramente tuvo que oír de todo: ‘Es primero la obligación que la devoción’; ‘dices que tu hijo es muy bueno, pero te ha dejado abandonada’; ‘si comes, es gracias a lo que te damos nosotros y no a lo que te da tu hijo’… Además, pronto llegaron noticias a Nazaret que Jesús iba haciendo y diciendo cosas extrañas; incluso hubo quien dijo que si estaría loco. Para encima de abandonar a su madre y dejar una carga a sus tíos y primos, encima echar mala fama sobre la familia. Por eso, nos cuenta el evangelio que los parientes convencieron a María para que fueran a buscar a Jesús[1] y traerlo para el pueblo, para casa y encerrarlo para que no siguiera haciendo locuras. ¡Cuánto tendrá que haber sufrido María por las cosas terribles que oía contra su hijo de tantas gentes, e incluso de sus propios familiares. Es verdad que ella tampoco entendía a su hijo en tantas ocasiones, pero su hijo no estaba loco, su hijo no era malo, su hijo no la había abandonado, aunque lo pareciera.
El ambiente en casa de su familia debió volverse irrespirable para María, y seguramente que prefirió estar cerca de su hijo, como una discípula más. Conocidos de Jesús la recibirían en su casa, y así pasó algunos meses.
 Finalmente, sucedieron los hechos terribles de la Pasión y ahora su hijo iba a morir. Ella se iba a quedar sola: sin marido, sin hijo, sin nuera, sin nietos. También Jesús pensaría en su madre. Tanto veló Jesús por los demás, por las cosas de Dios… Y ahora, ¿qué iba a ser de su madre? Por eso, in extremis, allí en la cruz, en su ‘lecho de muerte’ Jesús se la entregó a Juan, su discípulo amado, para que velase por ella, y Juan lo hizo hasta el último aliento terreno de María.
Hoy, María, queremos acompañarte en tu dolor:
* Dolor de incomprensión al sentirte abandonada por tu Hijo. No te dio una nuera, no te dio unos nietos, no se cuidó de darte un cobijo, un alimento, sino que te dejó sola.
* Dolor por la incomprensión de tus hermanos y cuñados, de tus sobrinos, que a tus espaldas o abiertamente pusieron ‘pingando’ a tu Hijo por no cumplir sus deberes filiales para con su madre y pasar dicha responsabilidad a otros.
* Dolor por oír que tu Hijo era tenido por loco, por revolucionario, por hereje, por alborotador.
* Dolor por tener que abandonar a tu familia (hermanos y sobrinos). La situación se había vuelto insostenible; sobre todo desde que fuisteis a buscarlo, porque daba mala fama al nombre de la familia y Jesús ‘os despreció’ delante de todos. Aquella humillación la pagaron contigo hasta que tuviste que marcharte de allí.
* Dolor porque palpaste el odio contra tu Hijo en esos meses anteriores a su muerte. Querían matarlo.
* Dolor porque te han matado a tu Hijo, te lo hemos matado nosotros con nuestros pecados.
* Dolor porque, aunque Juan te recibió con todo su cariño, él no era tu Hijo, sino el amigo de tu Hijo. Y la diferencia fue mucha.

[1] “Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: «Está loco». […] Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: «Tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera».  El les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?»  Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre»” (Mc. 3, 21.31-35).

Viernes Santo (B)


30-3-2018                                           VIERNES SANTO (B)

Homilía de audio
Queridos hermanos:
La muerte no se produce sólo cuando uno deja de respirar. Existen distintos actos o hechos que suceden en el ser humano y que culminan con el dejar de respirar. Uno de los primeros actos de la muerte de Jesús sucedió en el HUERTO DE LOS OLIVOS. Allí experimentó Jesús algunos síntomas de muerte: soledad, terror, angustia… Vamos a verlo con más detalle:
            - Cuando Jesús y sus discípulos (menos uno) salieron del local en donde habían celebrado la fiesta judía, se dirigieron al huerto de los olivos, a Getsemaní. Y aquí tuvo lugar un hecho sorprendente: se nos relata un diálogo de la oración de Jesús con su Padre Dios. En otros momentos del evangelio se nos ha dicho que Jesús oró, o que Jesús dijo esta frase u otra en un momento de oración[1], pero en ningún otro lugar se nos detalla con tanto lujo de detalles una oración de Jesús[2]: “Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: ‘Quedaos aquí, mientras yo voy allí a orar’. Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: ‘Mi alma siente una tristeza de muerte. Quedaos aquí, velando conmigo’. Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: ‘Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’. Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: ‘¿Es posible que no hayáis podido quedaros despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Velad y orad para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil’. Se alejó por segunda vez y suplicó: ‘Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad’. Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: ‘Ya podéis dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar’” (Mt. 26, 36-46; Mc. 14, 32-42; Lc. 22, 39-46).
Jesús tuvo una oración de angustia, de terror, de miedo, de inquietud, de un ir y un venir (hasta tres veces se alejó un poco para suplicar al Padre). Esta oración de Jesús quiso ser acompañada, que no en comunidad, sino acompañada de sus tres amigos-discípulos preferidos, pero ellos no estuvieron a la altura y Jesús tuvo que hacer esta oración en la más terrible de las soledades: Parecía que Dios Padre no le escuchaba ni le respondía; sus tres amigos estaban dormidos y tampoco tenían palabras de consuelo, de ánimo o de simple compañía. Jesús estuvo completamente solo[3]. Pero Jesús no se echó atrás en ningún momento. Sabía bien lo que le esperaba; ya se lo habían anunciado antes (Lc. 9, 31).
- Conviene fijarse en algunos detalles distintos que nos dan los evangelistas: por ejemplo, Marcos es el único que pone en labios de Jesús la palabra “Abba” (Mc. 14, 36) al dirigirse a Dios, mientras que Lucas y Mateo le ponen la palabra “Padre”. La palabra “Abba” indicaba una confianza absoluta, pues Dios, para Jesús, no sólo era el Padre, sino y sobre todo era ‘su papaíto’. Ya sabemos que este término era el usado por los niños judíos para dirigirse a sus padres y que escandalizó a los fariseos y sumos sacerdotes, pues Jesús la usó para dirigirse a Dios.
De igual modo nos hemos de fijar en el evangelio de Lucas, que nos aporta dos novedades: 1) se nos dice que, durante la oración, un ángel confortaba a Jesús[4] (Lc. 22, 43), y 2) que, era tal la angustia y el miedo que Jesús tenía por lo que se le venía encima, y la intensidad con la que oraba, que “le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre[5] (Lc. 22, 44).




[1] “En aquel momento Jesús dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido’” (Mt. 11, 25-26).
[2] Sí que existe otro momento en los evangelios en los que se narra con muchos detalles el diálogo que Jesús mantuvo con una realidad espiritual, con el Maligno en persona. Se trata del episodio de las tentaciones al inicio de su vida pública: Mt. 4, 1-11; Lc. 4, 1-13.
[3] Episodio de la niña que ayudó al anciano viudo a llorar.
[4] Aunque Jesús no lo viese ni lo sintiese, pero estaba animándolo a cumplir la voluntad de Dios. También nosotros en nuestros momentos de sufrimiento tenemos a un ángel que nos conforta, aunque no lo percibamos sensiblemente.
[5] Ante la muerte, un hombre puede quedar cano en una sola noche, o ‘sudar sangre’. En una revista médica he encontrado esta aportación que nos explica el episodio que tuvo Jesús en el huerto de los olivos: “La pasión física de Jesús comienza en Getsemaní. Todos hemos leído que Jesús sudó sangre y muchos nos hemos preguntado por la veracidad de este hecho. Aunque es muy raro, el fenómeno del sudor de sangre es bien conocido por la ciencia médica. Es interesante que el médico del grupo, Lucas, sea el único que menciona este fenómeno. El sudar sangre, hematidrosis o hemohidrosis, se produce en condiciones excepcionales: para provocarlo se necesita un debilitamiento físico, y se atribuye a estados muy altos de estrés; esto provoca una presión muy alta y congestión de los vasos sanguíneos de la cara; la presión alta y la congestión provoca pequeñas hemorragias en los capilares de la membrana basal de la piel y algunos de estos vasos sanguíneos se encuentran adyacentes a las glándulas sudoríparas. La sangre se mezcla con el sudor y brota por la piel. Esta es la primera perdida de líquidos corporales que experimentó Jesús (aproximadamente de 150 a 200 ml.). Todo lo anterior, estrés, perdida sanguínea por la hematohidrosis, provoca en el cuerpo humano un aumento del metabolismo en su fase catabólica (consumo); este mismo se refleja directamente en el consumo principal de carbohidratos (glucógeno), esta reserva es muy pobre y se acaba pronto, por lo que se inicia un estado en el cual se consumen las proteínas del cuerpo y el catabolismo. En condiciones normales este mismo, puede estimular la redistribución de líquido del espacio intracelular al extracelular. Es decir, que el paciente comienza a hincharse. La piel se hace más frágil y vulnerable a cualquier trauma”. Pienso ahora en los golpes que recibió Jesús de los criados y soldados judíos, y en la flagelación a manos de los soldados romanos. La piel de Jesús debió de quedar rota y en mil pedazos ya antes de su muerte.