jueves, 28 de septiembre de 2017

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (A)

1-10-17                       DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (A)

Homilía en vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
“Un hombre de negocios murió y se fue rumbo al cielo. No iba muy tranquilo, pues había sido un usurero en su vida terrena. Llegó al cielo. No vio a nadie y quedó asombrado al ver tantas maravillas. De sala en sala llegó al despacho de Dios. Sobre el escritorio había unas gafas. No pudo resistir la tentación de ponérselas y al ponérselas le dio vértigo. Qué claro se veía todo. Los intereses de los economistas, las intenciones de los políticos, etc. Entonces se le ocurrió mirar lo que estaba haciendo su socio, en la empresa financiera que tenía a medias. El muy cretino estaba estafando a una viuda con un crédito en unas condiciones tan abusivas, que nunca iba poder salir de ello. Al ver aquello, su alma sintió un deseo de justicia.
- ‘Tanta injusticia no puede ser’, dijo. Y agarrando un pisapapeles lo lanzó con tan buena puntería, que dejó espatarrado a su socio.
En esto todo el cielo se lleno de algarabía. Era Dios que volvía de paseo con sus ángeles. Sobresaltado el usurero, dejó las gafas y trató de esconderse. Pero ya Dios le estaba mirando con el mismo amor de siempre. El usurero trató de disculparse.
- ‘No, no, dijo Dios. Solamente quiero que me digas que has hecho con el pisapapeles que había aquí’.
- ‘Bueno, yo entré, vi las gafas y me las puse’.
- ‘Está bien, eso no es pecado. Yo quisiera que todos miraran el mundo como lo miro Yo. Pero, ¿qué pasó con mi pisapapeles?’ Ya más animado el usurero le contó lo que había visto y lo que había hecho.
- ‘Ahí te equivocaste’, le dijo Dios. ‘Te pusiste mis anteojos, pero te faltaba tener mi corazón. Imagínate si yo tiro un pisapapeles cada vez que veo una injusticia en la tierra. No alcanzarían todos los obreros del universo para proveerme de proyectiles. No, ojo, no. Hay que tener cuidado de ponerse mis gafas, si no se está seguro de tener mi corazón. Vuelve a la tierra y en penitencia reza esto durante cinco años: «Jesús manso y humilde de corazón, dame un corazón semejante al tuyo »’. Ahí fue cuando el usurero se despertó: había sido un sueño.
Hay historias que parecen sueños. Y sueños que podrían cambiar la historia”.
                    ¿Qué nos enseña esta historia? Pues que la clarividencia de Dios ha de estar acompañada de corazón de Dios, que la verdad de Dios es inseparable del amor de Dios. ¿De qué nos sirve tener razón, si no tenemos amor?
Asimismo esta historia nos debe enseñar que cualquier persona que viva en Dios y para Dios, ESTE MISMO DIOS REPRODUCIRÁ EN ESTA PERSONA ESTOS RASGOS, y los demás podremos reconocer en esta persona que Dios habita en ella. O SEA, NO ES QUE SE TENGA QUE LUCHAR POR VIVIR ESTAS NORMAS PARA LLEGAR A DIOS. NO. ES MÁS BIEN QUE, AL ESTAR DIOS EN NOSOTROS, ESTOS COMPORTAMIENTOS SERÁN CONNATURALES EN NOSOTROS.
            Vamos ahora a explicar esto mismo tomando como base algunas de las frases que acabamos de escuchar en las lecturas y que la Iglesia desea que hoy reflexionemos sobre ellas:
- “Dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás”. Parto de una experiencia de mis tiempos como párroco en Taramundi. Había una señora mayor que tenía una hija, de unos 30 años, con el síndrome del Down. Querría que hubierais visto qué fe tan grande había inculcado aquella madre en su hija y cómo ésta, cuando venía a confesarse, la devoción con que lo hacía y el amor tan grande que tenía a la Virgen María. Además, esta señora se ocupaba de su marido, mayor y enfermo, y de un hijo soltero y que creo que se daba algo a la bebida. Yo veía el rostro de esta señora y estaba transido de paz y de serenidad. Recuerdo que, al empezar la Misa, yo decía: - “El Señor esté con vosotros”, y ella, en vez de responder: -“Y con tu espíritu”, respondía: -“Y con SU espíritu”, pues le parecía que era una falta de respeto tratar al cura (de 25 años) de tú. Esta señora no tenía que hacer esfuerzos por vivir la humildad o por considerar superiores a los demás. Era algo connatural a ella, pues vivía en la paz de Dios y con la paz de Dios. No se quejaba, no protestaba y vivía la vida que le había tocado vivir[1] con una paciencia y una humildad que sólo Él podía darle, y que a mí me emocionaba y me movía a mayor devoción. Supongo que esta señora ya ha fallecido. Tendría unos 80 años en 1985. Yo me encomiendo en mis oraciones a ella, que –no tengo ninguna duda- está en el cielo.
- “No obréis por envidia ni por ostentación”. La persona poseída por Dios no se entristece por lo bien que le va a los demás, ni se alegra por lo mal que le va los demás. Esta persona siente en lo más profundo de su ser que Dios ama a esas personas con un amor grande y Dios hace que uno ame a esas personas como a sí mismo. Así, el mal que viene a los otros, le viene a ella; y lo mismo pasa con el bien. Por otra parte, la ostentación y la presunción huyen de los poseídos por Dios. Dios, que es sencillo, contagia dicha sencillez en los que habita.
- “No os encerréis en vuestro intereses, sino buscad todos el interés de los demás”. La persona poseída por Dios es vaciada de su egoísmo, y sólo piensa en los otros, porque ha aprendido de Dios, que no mira para sí mismo, sino para sus hijos los hombres. Ahí tenemos la vida de Jesucristo, el Hijo de Dios, que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros; siendo inmortal, se hizo mortal por nosotros; siendo Dios, se hizo hombre por nosotros…
- La obediencia de los hijos en el evangelio: el que dice que va y no lo hace, el que dice que no va y lo hace. Jesús dice que es mejor esto segundo que lo primero, pero… también se nos presenta el modelo que Cristo Jesús nos dejó a través de sí mismo: el que dice que va y lo hace.
- “Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir”. Esto sólo es posible cuando estamos llenos de Dios y Él nos da su misma unidad con el Hijo y el Espíritu Santo, y su mismo amor.
En definitiva, busquemos a Dios y con Él nos será dado todo esto que ahora se nos presenta como bueno y agradable.


[1] En un pueblo muy apartado y sin ningún tipo de comodidad ni de servicios. Con una hija discapacitada, con un marido dependiente de ella, con un hijo que era más un estorbo que una ayuda. 

viernes, 22 de septiembre de 2017

Domingo XXV del Tiempo Ordinario (A)



24-9-17                       DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO (A)

Homilía de vídeo
Homilía de audio
Queridos hermanos:
            En la segunda lectura de hoy, san Pablo la termina diciendo así: “Me encuentro en ese dilema: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo”. Es decir, explica san Pablo que lo mejor para él sería morir y así podría estar ya con Dios y con Jesucristo para siempre. Sigue diciendo que, sin embargo, lo más necesario para los cristianos de Filipos es que él se quede con ellos y les ayude a encontrar a Jesús y a seguir a Jesús. Finalmente, san Pablo concluye diciendo que lo que importa (lo importante) es que los cristianos de Filipos lleven una vida según el evangelio de Jesús.
            - También en el día de hoy podemos nosotros plantearnos, de la mano de Dios y de su Iglesia, estas tres cuestiones en nuestras vidas. Para ello tendremos en cuenta dos premisas:
1) Tenemos que pensar que estos tres puntos no se han de referir SÓLO a nosotros y a los nuestros, SINO TAMBIÉN a todos los que nos rodean, a los que conocemos y a los que no conocemos, a los que nos caen bien y a los que nos caen mal, a los que queremos y a los que no queremos, a los que nos quieren y a los que no nos quieren.
2) Este modo de pensar es hacerlo al modo de Dios. Ya nos advierte el Señor de ello en la primera lectura: “que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes […] Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”. Sí, abandonemos los malos caminos. Sí, abandonemos nuestros malos planes. Sí, caminemos tras los planes de Dios, y tras los caminos de Dios, y nos irá mucho mejor en la vida.
            Pongo un ejemplo concreto que pueden iluminar estas dos premisas de la mano de un cuento que tiene que ver con la envidia y la codicia a la que Jesús nos alude en la parábola de los obreros de la viña: “Un príncipe en la corte de Sicilia tenía a su servicio dos soldados. Uno pasaba por muy envidioso. El otro por muy avariento. Queriendo el príncipe ponerlos a prueba reunió a ambos y les dijo que se proponía darles a cada uno un premio, haciéndoles observar, no obstante, que el primer solicitante recibiría el objeto de su deseo, y el segundo el doble del primero. Les concedió un poquito de tiempo para que se decidieran. Los dos permanecieron silenciosos y meditabundos, no queriendo ninguno de ellos adelantarse en su solicitud. El avaricioso decía: ‘Si pido primero me tocará sólo la mitad que a éste’. Asimismo el envidioso discurría en sus adentros: ‘No seré el primero en pedir, pues no consiento que a este grandísimo avariento le toque más que a mí’. El príncipe se dirigió al envidioso y le ordenó que manifestase su deseo. Vaciló un instante y se dijo para sí: ‘¿Qué pediré? Si pido un caballo, le tocarán dos a éste. Si pido una casa, recibirá dos. Ya caigo en la cuenta. Le pediré un castigo para que él reciba dos’. Se volvió al príncipe y le dijo: ‘Suplico a su majestad mande que se me saque un ojo’. El príncipe lanzó una ruidosa carcajada. No accedió a su petición, pero al menos pudo captar hasta dónde era capaz de llegar la maldad del hombre”. En efecto, 1) pensemos en los demás al actuar y al hablar, y no sólo en nosotros mismos, y 2) hagamos todo buscando los planes y los caminos de Dios.
            - Y ahora sí, vamos a pensar qué es lo mejor para nosotros, para los nuestros y para los demás. Lo dice san Pablo en la segunda lectura: lo mejor es que todos nosotros estemos cerca de Dios. Lo peor es que estemos lejos de Dios. El otro día me decía una persona que trabaja en el obispado que sigue habiendo bastantes peticiones de gente que pide apostatar, es decir, borrarse de la Iglesia Católica. Lo peor no es esto, sino que ya no quieran a Dios en sus vidas, que expulsen a Dios de sus vidas. Pero también hemos de saber que hay mucha más gente que no apostata, que no solicita formalmente la salida de la Iglesia Católica, pero su vida, su pensamiento y su corazón están lejos de Dios en el día a día. Tantas veces me ha comentado de gente que tenía una fe fuerte, que frecuentaba la Iglesia, que oraba, que… y poco a poco se fue apartando, hasta que ahora ya siente a Dios y a la Iglesia y la fe como extraños en su vida. Yo esto lo noto mucho, por ejemplo, en los funerales, cuando hay gente que están como sordos y ciegos, y nos ven a los cristianos practicantes como de otro planeta: estas gentes, cuando están en los funerales, no escuchan, no se santiguan, no se arrodillan, no contestan… Sus cuerpos están, pero ellos no están. Por lo tanto, si lo mejor es estar cerca de Dios, hemos de esforzarnos por ello. ¿De qué modo? Ir a la viña del Señor, como nos dice el evangelio de hoy, en el momento de la vida en que nos encontremos. Él nos llama, Él nos espera.
            - ¿Qué es lo más necesario para nosotros, para los nuestros y para los demás? San Pablo estaba dispuesto a renunciar a lo mejor (ir al cielo y para ello morirse) con tal de hacer lo que fuera más necesario para los demás. Sí, pienso que aquí se nos debe plantear qué es lo más necesario para el otro, qué podemos hacer por el otro (nos quiera o no, nos caiga simpático o no). Para mí lo más necesario es pensar en vosotros y, por eso, he de preocuparme menos de mí y entregarme en tiempo, en cariño, en preocupaciones, en atenciones, en ser un buen párroco… ¿Y tú? Hacer lo más necesario para los demás cuando eres un buen padre, una buena madre, unos buenos abuelos, unos buenos hijos y nietos, unos buenos trabajadores y estudiantes, unos buenos vecinos y estudiantes, unos buenos creyentes y cristianos… Esto es lo que más necesitan los otros, los demás. Para ello... más lectura y menos televisión-Internet. Para ello… más escuchar y menos hablar. Para ello… más compartir lo que tenemos y menos acaparar y amontonar. Para ello… dar más cariño y herir menos con gestos, palabras y acciones. Para ello… más trabajar y menos hacer el vago. Para ello… más alegrarse del bien ajeno y menos entristecerse de ello. Para ello… más buscar el bien del otro y menos el nuestro.
            - ¿Qué es lo más importante para nosotros, para los nuestros y para los demás? Lo más importante para un enfermo es conseguir la salud. Lo más importante para un parado es conseguir un trabajo y un sueldo dignos. Lo más importante para tantas personas con el corazón lastimado o en soledad es conseguir una persona con la cual compartir su vida y su amor. Lo más importante para un cristiano es… Dios. Así nos lo decía hace ya unos cuantos siglos santa Teresa de Jesús:
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta
.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (A)



17-9-2017                               XXIV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (A)

Homilía de vídeo
Homilía de audio.
Queridos hermanos:
            ¿Recordáis el argumento de ‘Romeo y Julieta’, de Shakespeare? Pues, por lo que yo recuerdo, la historia se desarrollaba en Verona (Italia), en la época del Renacimiento, más o menos. Había en la ciudad de Verona dos familias (los Montesco y los Capuleto) totalmente enfrentadas entre sí por rencores tan antiguos, tan antiguos, que ya ni se acordaban de cómo se había originado la disputa entre ellos. Se odiaban a muerte. Estando así las cosas tuvieron la 'mala suerte' de que el hijo único de los Montesco, Romeo, se enamorara perdidamente de la hija única de los Capuleto, Julieta. Y Julieta también se enamoró perdidamente de Romeo. Sin embargo, ambas familias no podían permitir que se mezclara su sangre con la inmundicia de los Montesco o de los Capuleto. Por ello, Romeo y Julieta tuvieron que llevar su mutuo amor a escondidas de sus respectivas familias. Al final, aquello acabó como rosario de la aurora: Las familias consiguieron que ambos jóvenes no pudieran estar juntos y disfrutando de su mutuo amor, puesto que éstos acabaron suicidándose. El rencor pasó factura a ambas familias, y una factura terrible: la muerte de sus únicos hijos.
            Sin embargo, el rencor no pertenece sólo a la literatura, a los libros, sino que está muy presente en nuestras vidas, en los que estamos aquí, en este templo. Estoy convencido que, de un modo u otro, los que estamos aquí, cura incluido, padecemos rencor o resentimiento contra alguna persona o personas[1]. Y este sentimiento se debe a algo que nos han dicho o que nos han hecho o que nos han omitido. El rencor y el resentimiento están dentro de cada uno de nosotros, de una forma o de otra, consciente o inconscientemente. Y esto mueve nuestras vidas, de tal manera que tomamos decisiones muy importantes de cara a los demás y de cara a uno mismo basados en este sentimiento: ‘Prefiero que mi hijo, Romeo, muera por su propia mano a que se case con esa fulana y malnacida, Julieta, hija de la familia de mis enemigos’. ‘Prefiero que mi hija, Julieta, muera por su propia mano a que se case con ese sinvergüenza, Romeo, hijo de la familia de mis enemigos’. Y esto es algo que está presente en tantas personas, sean creyentes o no. El rencor, el resentimiento, la amargura… están presentes en nosotros, de una forma u otra. Y todo esto quiero que quede bien claro, porque, si no tenemos esto bien claro, todo lo que nos ha dicho Dios en las lecturas que acabamos de escuchar, caerá, no en tierra fértil, sino en el camino, entre piedras, en el asfalto endurecido de nuestro corazón, de nuestra conciencia, de nuestra alma y no podrá ser acogido ni ser fructífero. En la homilía de hoy quisiera exponer cuatro enseñanzas que, a mi juicio, Dios nos propone.
            ¿Existe alguna manera de superar estos sentimientos de rencor, de resentimiento, de amargura, de odio, de rabia, de frustración…?:
1) La Palabra de Dios que acabamos de escuchar hoy y que la Iglesia nos propone para nuestra reflexión y oración nos hablan del perdón. Dios nos dice que solamente se puede salir del rencor, del resentimiento, del deseo de venganza, de la amargura, de la ira…  a través del perdón.
2) En la primera lectura y en el evangelio de hoy se nos dice claramente que el perdón que los hombres hemos de dar a aquellas personas que nos han herido ha de estar basado en el perdón inmenso y repetido que el Señor ha hecho, hace y hará de nuestros pecados: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?”,  decía el libro del Eclesiástico en la primera lectura. “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”, decía el evangelio. Es decir, si nosotros no perdonamos de corazón a los que nos han hecho daño, tampoco nuestro Padre del cielo podrá perdonar nuestros pecados. Por ello, quien ha experimentado en su propio ser cómo Dios ha perdonado todas sus culpas y pecados, está en la mejor actitud y posición para poder perdonar a los demás.
3) Además, el perdón que hacemos sobre otras personas que nos han hecho daño evita males mayores en nosotros mismos, como nos aporta el ejemplo de la historia de Romeo y Julieta. Ya sabéis aquel dicho (creo que era de Confucio) que dice que quien busque venganza ha de preparar dos tumbas: una para su enemigo y otra para sí mismo[2]. No te dejes vencer por el odio, pues te comerá vivo por el dentro. Pon todo en manos de Dios. Por en sus manos tus dolores y sufrimientos injustos, y Él dará paz a tu corazón. 
4) Finalmente, se ha de decir que perdonar no tiene por qué significar reconstruir la relación con esas personas como si nada hubiera pasado. Esto no es posible en tantas ocasiones y el perdón significaría que no haya rencor ni odio en nuestro corazón, pero que cada uno siga su camino. Y esto puede suceder porque, aunque uno perdone en su corazón, la otra persona no quiera saber nada con nosotros y persista en su enojo y en su rabia y en sus ‘razones’ contra nosotros. Pero también puede suceder que, aunque uno perdone en su corazón, las heridas son tan profundas que sea muy difícil reconstruir la confianza y la comunión mutua. El perdón que reconstruye todas las relaciones y todas las heridas y la confianza y la comunión mutuas es obra exclusivamente de Dios y, mayormente, se da en el cielo. Lo cual no quiere decir que renunciemos a él, sino que luchamos por él sabiendo que es una obra divina, que comienza aquí y acaba en el más allá.

[1] Estamos heridos contra la vida que nos ha tratado injustamente, contra padres, hermanos, primos, tíos, parientes, compañeros de clase, profesores, vecinos, compañeros de trabajo, jefes, subordinados, amigos…
[2] Más frases relativas a este tema: Ghandi (Ojo por ojo y el mundo acabará ciego); Francis Bacon (Vengándose, uno se igual a su enemigo; perdonando, uno se muestra superior a él).