jueves, 26 de septiembre de 2013

Entrevista periodística

Me han hecho una entrevista en el periódico y me pide que la 'cuelgue' en el blog. Ahí va:




LA NUEVA ESPAÑA Occidente Miércoles, 25 de septiembre de 2013
Tapia de Casariego,
T. CASCUDO

«El envejecimiento de la Iglesia no
sucede en todas partes, en Asturias
algo estamos haciendo mal»
«Mis homilías son
provocativas, no quiero
que la gente salga
como entró»
Don Eugenio tenía un trato muy cercano, era muy buen compañero y muy buen sacerdote No estoy de acuerdo con los últimos cambios, una labor parroquial requiere tiempo

Andrés Pérez Díaz (Puente Castro, León, 1959) acaba de terminar el traslado de sus pertenencias a Tapia, donde ejerce desde hace unas semanas como nuevo párroco. Es el encargado de sustituir a Eugenio Maseda, el sacerdote tapiego que falleció de manera repentina a principios de año y cuya parroquia fue atendida de manera temporal por el sacerdote jubilado Alberto Torga. Pérez llega a Tapia desde Mieres - su último destino que compatibilizó con el cargo de vicario judicial dispuesto a cambiar las cosas y lograr
que «el mensaje de Dios» llegue a los jóvenes. De momento está sorprendiendo a los feligreses con unas homilías que no dejan a nadie indiferente y que además viajan por medio mundo gracias al blog (http://andresperezdiaz.blogspot.com.es) que Pérez gestiona directamente y que suma más de 88.500 visitas.
–Su primer destino como párroco fue Taramundi, así que se puede decir que ha hecho un viaje de ida y vuelta al occidente asturiano.
–El 13 de octubre de 1984 llegué a Taramundi y estuve allí cuatro años. Después me llamó el arzobispo de entonces, don Gabino, para que fuera a Roma a estudiar Derecho Canónico porque había necesidad de ello para las clases, el tribunal… Marché dos años, hice la licenciatura y vine en junio de 1990 para Oviedo. Estuve de profesor en el seminario y realizando informes jurídicos hasta que me mandaron que hiciera la tesis doctoral. El arzobispo me nombró secretario particular y al mismo tiempo daba clase, otra parte del año estaba en Roma y julio y agosto estaba en Alemania de capellán de emigrantes.
–Con ese bagaje, ¿no se le hará esto pequeño?
–Bueno, cuando me mandaron irme para Oviedo me dio pena porque yo siempre fui cura de parroquia, siempre me gustó eso porque fue donde me crié y nació mi vocación. Pero también es verdad que ser juez, profesor o fiscal también es un servicio a la Iglesia. Entonces, ahora que me mandan venir para acá pues me sorprende, porque entiendo que con todo el bagaje y la experiencia que tengo… pues no lo entiendo mucho. Ahora bien, personalmente para mí, y egoístamente, es una bendición del cielo. Por dos cosas: primera porque vuelvo a ser párroco al cien por cien de dedicación, que es lo que me encanta y me gusta y aquí estoy en la gloria. Y segundo, porque la gente de esta zona es muy buena, religiosa y con muchos valores y además tengo aquí mucha gente conocida de cuando estuve en Taramundi.
–¿Como encuentra la zona a su vuelta?
–Bueno, la encuentro bien porque la gente es muy amable, pero cristianamente hablando el ambiente está un poco envejecido. Entonces, hace casi treinta años, el ambiente religioso pesaba mucho más. Ahora lo veo, como en otras partes, como en Oviedo o Mieres, de donde vengo, que religiosamente está más frío en la parte de los jóvenes. De momento voy a ver y veremos lo que se puede hacer…
–¿Pretende hacer algo para invertir la tendencia?
–Sí, sí. Espero que me dejen aquí unos cuantos años. Este primero es un poco para ver y luego ya trabajar con eso. También habrá que hablar con otros curas de alrededor, con el profesor de religión del instituto… ver un poco. También es verdad que cuando llegué a Taramundi la gente de 16-17 años estaba como alejada y entonces no los descuidé pero lo que hice fue volcarme con los niños de primera comunión. Cuando marché esos niños ya tenían 12-13 años y ya hablábamos un mismo idioma y hacíamos actividades, incluso formamos un coro y luego me enteré de que seguían tocando. Todo eso va creando unos vínculos humanos y a partir de ahí tu palabra sacerdotal entra mucho más.
–La fórmula para rejuvenecer la iglesia en cuanto a fieles es llegar a los niños…
–Es lo que me a mí me funciona, sin descuidar lo otro. Lo que he observado es que un adolescente tiene la personalidad más hecha y es más difícil entrar. En Taramundi di preparación para la confirmación y me pasé los dos años quitando prejuicios, que si el preservativo, que si por qué las monjas no pueden ser curas… perdíamos una cantidad de tiempo en esas cosas cuando lo fundamental es el Evangelio.
–El Papa acaba de decir algo parecido en una entrevista al cuestionar la insistencia de la Iglesia en hablar sobre determinadas cuestiones como el matrimonio homosexual o el uso de anticonceptivos.
–Algo me han dicho pero aún no lo he leído. Pero estoy de acuerdo. A mí me llega un joven y me dice que no cree en la Iglesia. Le pregunto si cree en Dios y si dice que sí, pues bien, busquemos puntos comunes. Como persona tengo cosas que decir y aportar como todo el mundo, pero si nos ponemos en lo que nos separa…
–Está muy seguro de que es posible cambiar las cosas...
–Yo tengo dos grandes convicciones. La primera es que creo totalmente en Dios, en el sentido de que Dios actúa. Y segundo, el hombre está necesitado del hombre y de Dios, tiene necesidades e ilusiones
y eso son puntos en común y en algún momento vamos a contactar.
–Su forma de predicar está llamando la atención en la zona. ¿Por qué?
–Un hombre me dijo el otro día que no predico peculiar, sino muy peculiar. La diferencia es que cuento muchos ejemplos, voy de frente y son cosas de la vida ordinaria. Busco convulsión, incluso hay gente que no soporta las homilías y se marcha. Mis homilías no dejan indiferente, no quiero decir que se esté o no de acuerdo. Son además provocativas, incluso en gestos. Lo que hago es una cosa que en retórica se llama «captatio benevolentiae », o sea, captas la atención de la gente y luego se quedan con el cuento.
–¿Funciona ya el efecto boca a boca? ¿Percibe más gente en las misas?
–Me da la impresión de que sí. Yo lo que quiero es que la gente no salga por esa puerta igual que entró. No quiero que me den la razón, ni salgan más cristianos, quiero que salgan pensando como hombres y a partir de ahí, teniendo esa base humana, el Evangelio encaja. Pero juego a medio o largo plazo. Yo sé que si pongo la semilla de Dios eso va a fructificar.
–Los cambios de párrocos el último verano no gustaron demasiado a la gente. ¿Usted los entiende?
–La gente está desconcertada y cabreada. Hay que obedecer pero no significa que uno esté de acuerdo. Yo no estoy de acuerdo porque entiendo que una labor parroquial requiere un tiempo, por lo menos seis o diez años. Yo en Mieres estuve un año escaso y eso no puede ser. También es verdad que no es lo mismo gobernar una parroquia que una diócesis, eso lo entiendo. No hablo de mi caso particular, sino en general, creo que un párroco tiene que estar un tiempo, no digo cuarenta años, pero sí un tiempo prudencial.
–¿Le trasladó su opinión al arzobispo?
–Sinceramente él no me dio justificación, ni yo se la pedí.
–Hablemos de su nueva etapa. Le toca ocupar el sitio que dejó Eugenio Maseda. ¿Le conocía?
–Sí, cuando estuve en Taramundi él estaba de coadjutor en Tapia, pero donde más nos conocimos fue en el Obispado porque fuimos los dos vicarios, él de occidente y yo de asuntos jurídicos y economía.  Entonces durante 4 o 5 años nos veíamos cada viernes en el Obispado. Siempre el trato fue muy cercano. Un hombre de una calidad humana muy importante, muy buen compañero y muy buen sacerdote, para mi fue una pérdida tremenda.
–¿Qué huella dejó en Tapia?
–Se le quiere. Una señora me dijo el otro día que me iban a querer mucho, pero no tanto como a don
Eugenio.
–En su presentación en Tapia habló de la progresiva pérdida de sacerdotes en la iglesia asturiana. ¿Cómo se resuelve eso?
–Tenemos que pasar de una Iglesia de cristiandad donde todo el mundo venía a la iglesia y pasar a otra Iglesia más pobre, más sencilla, más de convicciones personales. Que no se venga por costumbre, por hábito, sino por uno mismo. ¿Te convence el mensaje de Jesucristo? Entonces te tienes que comportar y vivir tu vida conforme al Evangelio.
–Pero... ¿así se logrará que más personas quieran entrar a formar parte de la Iglesia?
–En la medida en que vean que lo que decimos es lo que hacemos y lo que hacemos es lo que decimos habrá más gente. De todas formas, eso del envejecimiento de la iglesia no es en todas partes, porque hay zonas donde todo está plagado de jóvenes. En Asturias, desde la Iglesia, lo estamos haciendo mal.
–Para terminar, ¿qué le parece el nuevo Papa?
–No sigo cada una de las palabras que dice pero el estilo me gusta, lo veo sencillo, humano y que se acerca y conecta con la gente, tanto creyente como no creyente. Necesitamos profetas de lo bueno, de Dios, de lo humano y de lo cercano.

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (C)



29-9-2013                   DOMINGO XXVI TIEMPO ORDINARIO (C)
                                 Am. 6, 1a.4-7; Slm. 145; 1 Tim. 6, 11-16;Lc. 16, 19-31

Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (C) from gerardoperezdiaz on GodTube.

Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            Hoy voy a hablaros un poco de la fe y para ello voy a presentaros varios casos:
            1) La semana pasada me entrevistó una periodista de La Nueva España y me preguntaba cómo era mi ‘aterrizaje’ en el concejo de Tapia de Casariego. Entre las varias preguntas que me hizo, voy a destacar la siguiente: ‘¿Cómo harías para que hubiera más presencia de jóvenes en la Iglesia?’ 2) El sábado pasado, al terminar la Misa de 8 de la tarde, se me acerca una persona para saludarme y me dice que le da pena ver cómo los niños se han ausentado del templo y no acuden casi a las Misas dominicales. 3) En bastantes ocasiones, si miro la televisión, si camino por Oviedo, o ahora últimamente, si camino por Tapia, veo a distintas personas y me pregunto qué relación tienen con Dios, con la fe y con la Iglesia. Y he de confesar que, en tantas ocasiones, percibo una gran lejanía de todo lo que tiene que ver con lo religioso, al menos, con la Iglesia.
            ¿Por qué saco a colación en la homilía de hoy estos temas? Pues, porque me preocupan mucho, pero también porque de alguna forma el evangelio de hoy hace referencia a este tema. En efecto, el hombre rico del evangelio vivió toda su vida, según nos cuenta Jesús, de espaldas a Dios y a los hombres más necesitados. ¡Cuántas veces este rico pasaría al lado del pobre Lázaro, que estaba tirado a la puerta de su casa y, a pesar de mirar, no lo había visto! Y lo mismo hemos de decir con Dios: ¡Cuántas veces este rico pasaría al lado de Dios, que también estaba a la puerta de su casa y de su corazón, y, a pesar de tener ojos, mente y corazón, no lo había visto! Sólo, cuando el rico está en el infierno y con una sed terrible, mira y ve a Dios y al pobre Lázaro. Cuando tienen necesidades los demás y él está bien sobrado de todo, no ve a nadie. Cuando tiene necesidades él mismo, entonces sí que ve a Dios y a los demás. En estas circunstancias pide un poco de agua y, como no se le puede dar, entonces hace otra súplica y el diálogo que nos narra Jesús no tiene nada de desperdicio: “‘Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento’”. Abrahán le dice: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. El rico contestó: ‘No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán’. Abrahán le dijo: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto’”. El rico no quiere que sus hermanos acaben de mala manera como él. Dios le dice que lo que estos hermanos tienen que hacer es escuchar la Palabra de Dios. Pero el rico insiste, porque sabe por experiencia propia que ni él ni sus hermanos escucharon ni escucharán la Palabra de Dios, pero, si un muerto les hablara, entonces sí que escucharían a Dios. Mas la respuesta de Dios es terrible; no por se dura, sino por ser completamente real: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”.
            Y aquí quiero entrar en el meollo de esta homilía: ¿Por qué hay hombres que creen en Dios, y necesitan de Dios y de lo religioso en muchos momentos de sus vidas? ¿Por qué hay hombres que no creen en Dios, y no necesitan de Dios ni de lo religioso de modo habitual en sus vidas? ¿Por qué, lo que a unos les acerca a Dios, a otros les aleja?[1] ¿Por qué, habiendo sido educados dos hermanos del mismo modo en la fe, uno cree y otro no cree? ¿Cómo tenemos que hacer los sacerdotes, los creyentes, los padres, los catequistas… para transmitir la fe que hemos recibido a nuestra vez, para transmitir la fe que da sentido a nuestras vidas y para transmitir la fe que es lo más importante para nosotros? ¿CÓMO?
Como dice el refrán, ‘hace más preguntas un tonto, que respuestas da un sabio’. Yo desconozco las respuestas a todas estas preguntas, que me hago muchas veces. Confieso mi absoluta impotencia ante dos realidades: la primera, ante el dolor y el sufrimiento; la segunda, ante la increencia. No sé qué hacer y muchas veces sé que no puedo hacer nada. Pero también he experimentado otra cosa terrible y es la absoluta incapacidad del no creyente para creer. A veces, quiere, pero no puede. Otras, ni quiere ni puede. Por eso, son tan reales las palabras de Jesús en el evangelio de hoy: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”.
Entonces, ¿hemos de rendirnos todos: ateos y creyentes? NO. Lo que yo creo firmemente y propongo con fuerza es esto:
1) La fe y el encuentro con Dios… depende de Dios. Hemos de mendigarlos hemos de suplicarlos para que Dios, a lo largo de nuestra vida, en algún momento nos los conceda. Esto lo conseguimos con la oración o, si queréis llamarlo de otro modo, cogiendo por las solapas a Dios y exigirle y/o implorarle la fe todos los días, sin desfallecer. Leamos y escuchemos la Palabra de Dios. Ya nos lo decía Jesús en el evangelio de hoy: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen”.
2) Nos decía San Pablo en la segunda lectura: “Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado”. Sí, la fe y el Reino de Dios son regalos de Dios, pero también deben ser alcanzados gracias a nuestro esfuerzo. Ambas cosas son necesarias. Aunque no tengas fe, lucha y esfuérzate por ella. Aunque tengas fe, lucha y esfuérzate por no perderla y por aumentarla. ¿Cómo? También nos lo decía San Pablo en la lectura de hoy: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe”. Todo esto lo logramos mirando a nuestra puerta si hay algún Lázaro tirado que necesita nuestra ayuda. Mientras preparaba esta homilía, me llegó un mensaje al móvil de un compañero sacerdote. Me decía: ‘Estoy triste y nervioso. El domingo fui a las nuevas parroquias que me dieron. Allí fui ignorado y se me dijo que me anduviera con ojo. Tengo miedo después de 33 años de sacerdote. Perdona que te moleste con esto, pero cada vez tenemos menos con quien hablar. Reza por mí, lo estoy pasando francamente mal y me siento un poco solo. Si no fuera por los ratos que paso en la capilla y el cariño de mis otras parroquias. Gracias por escucharme, Andrés. Dios te bendiga’.
Sí, la ayuda a los Lázaros que se nos presentan a nuestras puertas puede ser material o de afecto y cercanía. Todos, todos tenemos un Lázaro a nuestra puerta. Miremos y veamos. Hace tiempo un chico que trabaja con los transeúntes en el Albergue Cano Mata de Oviedo me contó una conversación que tuvo con uno de ellos. Le dijo éste: ‘Acepto que la gente por la calle no me dé limosna, cuando pido, pero me destroza que no me miren al decirme que no, o que me rehúyan, o que me ignoren, como si fuera invisible. Tú dame, si quieres, o, si no quieres, no me des. Pero, por favor, mírame siempre a los ojos cuando me hables’.
Sinceramente, si hacemos estas dos cosas, creo que, los que no tienen fe, estarán en mejor disposición de recibirla, y, los que ya la tenemos, seremos un ejemplo para los que no la tienen y, además, aumentará nuestra fe.

[1] Hace años, cuando estaba de párroco en Taramundi, murió de accidente de tráfico un joven y, estando yo rezando el responso en la casa, llegó una prima joven desde Gijón e interrumpió el responso diciendo en voz alta: ‘¡Demostrado, Dios no existe!’ Y, por aquellas mismas fechas, a un chico se le murió su madre de cáncer. Este chico estaba un tanto alejado de Dios y de la fe y, al morir su madre, sintió un revulsivo en su interior, empezó a acercarse a Dios, terminó yendo al Seminario y luego se ordenó sacerdote.