jueves, 12 de septiembre de 2013

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (C)



15-9-2013                   DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO (C)
                         Ex. 32, 7-11.13-14; Slm. 50; 1 Tim. 1,12-17; Lc. 15, 1-32
Homilía de audio en MP3
Queridos hermanos:
            - Las lecturas de hoy nos hablan de los pecadores que se arrepienten de sus pecados y del perdón de Dios. Sin embargo, nadie puede arrepentirse si no se sabe pecador, si no se ve pecador. Pero, ¿realmente los hombres tenemos pecados o esas malas acciones que cometemos son más bien errores, fallos, cosas del carácter humano o distintos modos de ver las cosas? ¿Tenemos pecados o no tenemos pecados? Si no tenemos pecados, ¡no necesitamos el perdón de Dios para nada! Si no tenemos pecados, entonces las palabras del Salmo 50 son mentira y un sarcasmo, o son desvaríos de un atormentado: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado”.
            Hace años en Gijón un hombre me dijo que él no nunca se confesaba, porque no creía que los hombres pudiéramos cometer ningún pecado mortal. Entonces yo le conté un caso que acababa de suceder en Oviedo y que me había causado mucho sufrimiento: Resultó que una mujer vivía feliz con su marido y con sus tres hijos. El marido, de improviso, la dejó por otra. La situación económica de la mujer y de sus tres hijos pasó a ser de escasez, pues el marido dejó de darles dinero. Menos mal que, al poco tiempo, un hombre ofreció a la mujer un trabajo de auxiliar administrativo en su empresa. Con ese sueldo iban a poder sobrevivir sus hijos y ella misma. ¡Siempre hay gente buena por el mundo! A los pocos días el jefe se acercó a la mujer por detrás y, tocándole el hombro, le dijo que estaba haciendo bien su trabajo y que estaba contento con ella. Al día siguiente, tocándole la espalda, le dijo que siguiera así, que iba muy bien con la labor encomendada. Al día siguiente, tocándole un seno, le dijo que podría aspirar a más dentro de la empresa. Entonces, aquella mujer se planteó un dilema: 1) si quería dar de comer y estudios y ropa a sus hijos, tenía que ‘acatar las reglas de tocamientos’ del jefe. 2) Si le cortaba las alas, sería despedida en cuanto finalizase el contrato temporal que había firmado. ¿Qué hubiera hecho cualquiera de nosotros en esa misma situación? ¿Veis en esta historia algún pecado mortal? Quizás el del marido que abandonó a su familia, les dejó pasando graves necesidades y expuestos a cualquier cosa; quizás el del jefe que se aprovechó de las necesidades materiales de aquella mujer y de sus hijos para propasarse, para humillar, para quitar a aquella mujer la poca dignidad y autoestima que le quedase, para que dejase de creer en el género humano…
            Otro caso: Hace ya bastantes años un hombre casado y con hijos hizo unos ejercicios espirituales en un monasterio. En ellos tuvo un encuentro con Jesucristo y toda su vida cambió totalmente. Antes creía en Dios e iba a Misa en bodas y funerales, pero hacía lo que le daba la gana: maltrataba de palabra y obra a su mujer e hijos, bebía, odiaba y se enfrentaba con otras personas... En estos ejercicios sintió cómo Dios le hablaba al corazón y se dio cuenta de todos los pecados que había cometido durante toda su vida. Cuando salió del monasterio fue a casa dispuesto a cambiar y ser de verdad un buen cristiano. Al llegar a casa, era la hora de comer y todos se sentaron en la mesa. Entonces él hizo una cosa que nunca antes había hecho: bendecir los alimentos. Por eso fue a hacer la señal de la cruz y, al levantar la mano, los hijos y la mujer apresuradamente se metieron debajo de la mesa o se tiraron al suelo, porque pensaban que les iba a golpear, como había hecho en otras ocasiones. Entonces él fue plenamente consciente del terror, y no del amor, que inspiraba a su familia, y se echó a llorar[1]. Este hombre entonces explicó a su mujer e hijos que quería cambiar y así fue. Después esa familia fue feliz. Por eso dice Jesús en el evangelio de hoy: “Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
            - ¿Somos los hombres pecadores? SÍ. Pero el pecado sólo podemos mirarlo desde Dios. Si lo miramos únicamente desde nosotros mismos, ese pecado nos hunde y nos destroza. Cuando miramos nuestro pecado desde Dios, entonces experimentamos su perdón y su amor hacia nosotros. Esta experiencia maravillosa la describió muy bien San Agustín cuando dijo: “Miseria mía, misericordia de Dios”. Fijaros ahora en cómo vivió esta misma realidad San Pablo: él era un judío fervoroso desde su más tierna edad, él era un fiel cumplidor de todas las prescripciones judías y, sin embargo, fijaros en lo que él dice de sí mismo, una vez que hubo conocido cara a cara a Jesús: “Yo era antes un blasfemo, un perseguidor y un violento... Yo no era creyente y no sabía lo que hacía... Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores y yo soy el primero”.
            Sólo el que de entre nosotros se reconozca, con los ojos de Dios, como pecador, podrá descubrir lo que nos dicen hoy las lecturas: el amor tan grande que Jesús tiene por todos los pecadores del mundo. Cuando muchas veces decimos: ‘No sé cómo Dios permite esas cosas: que uno viole a una niña[2], que uno mate a otro’. Si decimos: ‘que Dios mate a esos hombres’. Es como decir que una madre mate a su hijo drogadicto o a su hijo malo. ¡Mátalo tú! ¡Mata tú a tu hijo! Hace un tiempo había una mujer que sufría mucho con un hijo suyo y una vecina soltera le dijo: ‘Si fuera hijo mío, yo lo hubiera tirado por la ventana’. A esto respondió la madre: ‘Si fuera hijo tuyo, yo también lo hubiera tirado por la ventana’. Pues Dios es muchísimo más bueno que todos nosotros juntos. El corazón de Dios está hecho para amar y para perdonar. No comprendéis que, si Dios tuviera que alejar de sí o matar a los malos, a los que son pecadores, entonces nos tendría que alejar o matar a todos nosotros. ¡A todos!

¡Señor, no nos alejes nunca de ti!
¡Señor, danos tu luz en nuestra ceguera!
Nosotros, como el ciego en el camino,
pedimos el milagro de verte, de vernos y de ver a lo demás…
tal y como tú ves.
¡Señor, danos la alegría de tu perdón y de tu salvación!



[1] ¿Tenía este hombre pecados o no los tenía? He conocido tantos casos en los tribunales eclesiásticos de familias desestructuradas por las agresiones y/o vicios de los progenitores: los hijos escaparon de casa y se casaron de mala manera y equivocadamente (más fracasos y sufrimientos); sus descendientes pagaron las culpas de los abuelos; los cónyuges pagaron las culpas de sus suegros…, y así los pecados de unos iban destrozando la vida de unos y de otros.
[2] En un periódico del martes salía la noticia de que una niña de 8 años había muerto en su noche de bodas. En Yemen fue entregada por su familia en matrimonio a un hombre de 40 años. Este hombre la desfloró y las heridas internas mataron a la niña.

8 comentarios:

  1. Nos habla la homilía de “las agresiones y/o vicios de los progenitores….” ¡¡Qué cadena de sufrimientos son el resultado de pecados que creemos que solo nos afectan a cada uno de nosotros ¡!
    Cuando decimos que no tenemos pecado es que estamos muy lejos de Dios, pues de lo contrario Él con Su Misericordia nos los deja ver, nos va purificando e incluso nos enseña a llorarlos, proporcionándonos en esas lágrimas un gran descanso.
    Como S. Pablo, también yo tengo un antes y un después, para que no me enorgullezca por nada, y como él, digo y me reconozco pecadora..“Yo era antes un blasfemo, un perseguidor y un violento... Yo no era creyente y no sabía lo que hacía... Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores y yo soy el primero”. Por no quitarle el primer puesto o lugar al apóstol,” yo soy la segunda” y se que vino a salvarme precisamente por eso, porque me se pecadora.
    Gracias por recordármelo con tan bonitas palabras D. Andrés:
    ¡Señor, danos tu luz en nuestra ceguera!
    ¡Señor, danos la alegría de tu perdón y de tu salvación!

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  2. Texto completo de la carta del papa al director del diario 'La Repubblica'
    Publicada hoy por este importante cotidiano italiano y traducida al idioma español
    Roma, 11 de septiembre de 2013 (Zenit.org) Redacción |
    Apreciado doctor Scalfari:

    Merece ser leído, como respuesta a preguntas que los creyentes no nos atrevemos hacer ni hacernos y que el Papa responde también para quienes no creen...
    Francisco con caridad, claridad, trasparencia e inteligencia, desde la cercanía que lo caracteriza deja asombrados a los intelectuales italianos.
    Sí hay pecado, incluso en los no creyentes, cuando no siguen a su conciencia; esa es mi conclusión.
    Buena lectura para todos.

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  3. Recuerdo una homilía de D. Andrés de hace tiempo también sobre el pecado. Nos ponía el ejemplo del Rey David. Nos decía, lo mismo que ahora, cómo el pecado lo contamina todo, a todas las personas que están alrededor del que lo comete. En una ocasión le pregunté de parte de una persona cercana a mí, qué decirle sobre la existencia de Dios. Me contestó que antes de llegar a esto hablaríamos de la ética del Bien. El Bien y el Mal. Estuve alejada de Dios bastantes años. Más tarde, poco a poco, fui acercándome a El, por Su gracia y misericordia, pero lo que me hizo meditar y comprender fue el pensar en el destrozo, el daño que hace en el mundo el Mal, la injusticia, el pecado de los hombres. Con el pecado destrozamos a Cristo, destrozamos a los otros, a los demás.., y también a nosotros mismos.
    Desde otro punto de vista también son errores, fracasos de nuestra vida que nos pueden hacer meditar y aprender. No debemos desmoralizarnos, ni perder el ánimo, ni pensar que está todo perdido –esto sí que sería inspiración del demonio-. Jesús derrama sobre nosotros misericordia en abundancia si se lo pedimos y volvemos a El.

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  4. ¿Tenemos pecados o no tenemos pecados? Sí, tenemos pecados. Vereis, al leer la homilía en un primer momento, pensé, ¡Claro que los tenemos! Pero éstos son quizás ejemplos algo extremos en los que vemos el pecado fácilmente y son casos que no nos parecen cercanos a nosotros “gente normal”…., creo. Pero ayer por la noche haciendo un rato de oración ese “caso extremo”, de la mujer que se encuentra en la situación de aceptar o ‘acatar las reglas de tocamientos’ del jefe si no quería quedarse sin trabajo, se me hizo cercano. Hace unos días lo viví en una cena a la que estaba invitada. Tenía la dueña de la casa a su servicio en la casa de veraneo -hacía un mes- a una mujer senagalesa joven, muy necesitada de trabajo y con tres niños pequeños. Se la recomendaron y le pidieron que hiciera esa caridad. Haciendo una “caridad” la enseñó a limpiar bien, servir la mesa con exquisitez, planchar etc…, labores que aprendía de otra compañera de trabajo, que llevaba años en la casa. La señora la reñía, se impacientaba con ella abruptamente, con mal gesto….pero luego, cuando se marchaba a su casa a las ocho de la tarde, le regalaba ropa de sus nietos para sus niños o una bolsa de comida propia para niños, la aconsejaba sobre cómo sobrevivir…con su trabajo, habiendo aprendido en su casa a hacer bien las labores caseras. Estando en la cena con un grupo de amigos, pude ver y escuchar como aquella mujer recibía palabras hirientes y humillantes, como “Tu no tienes porque estar aquí o quítate de en medio, no eres capaz de aprender” delante de los invitados cercanos en esos momentos. Yo sentía apuro y vergüenza. Porque creo que esto es humillar a una persona. No sé si la caridad que ejerció dándole cosas tendrá valor ante Dios. No me lo parece; Dios juzgará. Pero si recordé ayer el ejemplo de la homilía al venirme este caso a la mente; pensé en lo que aquella negrita tragaba y por qué lo hacía: un buen sueldo de verano, ropa, comida…sus hijos lo necesitaban y ella aguantaba por ellos, la soberbia y faltas de caridad de quien la humillaba. En realidad unas aguantan tocamientos del jefe y otras humillaciones de la jefa. Para el caso lo mismo. Y acabé pensando, que ambos casos ocurren con frecuencia en la vida diaria y entre personas de nuestro entorno que consideramos normales.
    Los ejemplos que nos relata D. Andrés son tan gráficos que nos acercan a la realidad que cualquiera de nosotros podría vivir y nos hacen ver el sufrimiento que ocasiona el pecado siempre.
    Sí, somos pecadores. Y yo lo seré también si no hago llegar de alguna manera su mala actitud a esta persona que tuvo la amabilidad de invitarme a cenar.

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  5. Recuerdo alguna vez de las muchas que me confesó don Andrés, en que iba preocupada por algún pecado del que era consciente. Cuando preguntaba si tenía alguna otra cosa que confesar, a mí me parecía que no, y entonces él me ayudaba con preguntas consiguiendo que realizara un exhaustivo examen de conciencia. Entonces me daba cuenta de todos los pecados que podemos tener sin ser conscientes de ellos. Resulta sobre todo difícil ver el pecado en "lo que no hemos hecho", es decir, pecar por omisión, por no hacer lo que, como cristianos que somos, deberíamos hacer. Y podemos causar tanto daño a los demás, y al Señor como haciendo algo malo.
    Que Dios nos permita ser conscientes del pecado en todo momento para no recaer en él.Y si lo hacemos, poder esperar el perdón confiando en su Misericordia.
    Espero que don Andrés pueda seguir guiándonos a todos, especialmente a los que le hemos tenido de director espiritual en los últimos años. Si no es posible personalmente, por su nuevo destino, al menos sus homilías en el blog nos hacen mucho bien y nos ayudan a encaminarnos a los que tenemos tendencia a salirnos del camino.
    Muchas gracias por su dedicación.
    Un abrazo.

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  6. Pasé varios años sintiéndome culpable por mis pecados ya confesados. Aquellos con los que había perjudicado grave e irreparablemente a mis seres más queridos. Y esa culpa, pese a saber que ya estaba perdonada por mi Padre, me pesaba como si llevara al cuello una "piedra de molino". Sabía que lo que había hecho no podía rebobinarse, que el mal cometido por mí había cambiado la vida de otras personas; como he dicho, las más cercanas, las más queridas. Y eso te dije, Andrés: "¿Por qué, si Dios me ha perdonado, no siento ese perdón? ¿Por qué, si me has dado la absolución, no puedo estar en paz? Y tú, me contestaste: "Eso que sientes, es la pena temporal por el daño que has hecho. No es que tú no te perdones; es el dolor por los pecados cometidos; es, en definitiva, tu penitencia..." Y comprendí entonces que Dios era infinitamente justo conmigo y que ese dolor de contrición era una muestra de su inmenso Amor hacia mí. Con ese dolor me recordaba quién era yo ahora y quién había sido. Y cómo Él me había sacado de donde estaba para ponerme en la Iglesia. Y también, que ese dolor era una especie de purgatorio para que mi alma fuese poco a poco purificada, para que el día del encuentro con Él, no me sintiera tan indigna... Una vez más, gracias, Andrés.

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  7. Pregunta: tenemos pecados? porque es cierto que en muchas ocasiones habremos escuchado: Yo no robo ni mato, así que no necesito confesar, porque a nadie hago daño.
    Respuesta de Jesús: El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra; habréis reconocido el evangelio en que se nos narra la situación de una mujer, en la cual el pueblo sí veía pecado, y pecado que merecía la muerte, por eso estaban dispuestos a lapidarla. ¡que bien sabe el Señor ponernos en nuestro lugar! La respuesta de Cristo, sí es lapidaria; todos aquellos que estaban dispuestos a castigar a la pecadora, fueron tirando las piedras que tenían en su mano, con intención de arrojárselas, y se fueron marchando cabizbajos y silenciosos.
    Preciosa la homilía y los ejemplos clarísimos que nos narras; que nos ayudan a vernos representados en aquellos"jueces" que solo sabían ver el pecado ajeno.
    Por mucho que, el señor de Gijón haya dicho que nadie peca; acaso la postura de aquellos que condenaban sin tener el mas mínimo sentimiento de piedad, tampoco pecaban? pues queda bien patente que, todos, todos, al lado de Jesús, no pudieron permanecer en pié.
    Yo me invito a verme reflejada en ese episodio, y sin duda sería la primera en marchar avergonzada, y dándome cuanta de que tendría que ocupar el lugar de la adúltera, a la que Jesús trata con verdadero amor.
    Todos, todos somos pecadores, por tanto, por todos todos, murió Jesucristo, para salvarnos de nosotros mismos.
    Un gran abrazo a todos los hermanos.
    Muchas gracias por todo, Andrés.
    BENDITO SEA DIOS.

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