jueves, 18 de abril de 2019

Viernes Santo (C)


19-4-2019                                           VIERNES SANTO (C)

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Homilía de audio
Queridos hermanos:
            Decía ayer lo que significaba para nosotros, los cristianos, la Eucaristía: es Dios con nosotros, es presencia de Dios, es Alimento Divino.
            Hoy, día de Viernes Santo, vamos a seguir profundizando sobre lo que significa la Misa, la Eucaristía. Hoy nos detendremos en otro aspecto: Eucaristía como sacrifico y entrega. Sacrificio de uno mismo. Entrega a los demás.
            Durante la Misa, el sacerdote repite las mismas palabras de Jesús en la Última Cena: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros.
Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”.
Es decir, Jesús mismo en esa Última Cena, en esa única y eterna Misa del Jueves Santo anunció y, al mismo tiempo, hizo realidad lo que iba a pasar físicamente con Él unas horas más tarde, en el Viernes Santo.
Sí, la Misa es (por así decir) la repetición de la pasión de Jesús: de los insultos, de los golpes, de los escupitajos, de la burla, de la flagelación, de la coronación de espinas, del atravesamiento de manos y pies por los clavos, del descoyuntamiento de huesos, del desgarramiento de músculos y de la agonía de seis horas en la cruz. Cuando Jesús en la Última Cena dijo: “Cuerpo entregado por nosotros” y, cuando el sacerdote repite en cada Misa: “Cuerpo entregado por nosotros”, significa todo eso, todos esos dolores, esos sufrimientos, esa pasión. Para nosotros estas palabras (“Cuerpo entregado por nosotros”) no son palabras vacías, no son un espectáculo en el cine… En efecto, cada vez que un sacerdote dice estas palabras: “esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros”, está haciendo presente esa pasión, esos tremendos dolores de Jesús en la cruz y todo ello por amor a nosotros, los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares.
Del mismo modo, cada vez que el sacerdote dice en la Misa que la Sangre de Cristo “será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados”, se está diciendo que Jesús dio hasta la última gota de su flujo sanguíneo por nosotros. Para que nosotros vivamos, Jesús muere, y su muerte es violenta. Para que a nosotros se nos perdonen los pecados, Jesús es ajusticiado y desangrado.
Por todo esto decimos que la Misa, que la Eucaristía es la re-presentación de la pasión y muerte de Jesús en aquel día de Viernes Santo, hace ya casi 2.000 años. Cuando se separa el prefijo ‘re’ de la expresión que le sigue: ‘presentación’, LO QUE SE QUIERE INDICAR ES QUE ESA PASIÓN Y MUERTE SE HACE PRESENTE DE NUEVO EN CADA MISA. Por eso, la Misa es un acto de sufrimiento atroz (revivimos los dolores de Jesús y su muerte), pero al mismo tiempo es un acto de salvación, pues ahí está el perdón total de nuestros pecados y la apertura de las puertas del Reino de Dios para nosotros. En este sentido, la Misa es también un acto de alegría total y sin fin.
Pero igualmente podemos decir que, lo mismo que en la Misa se reviven los dolores de Cristo Jesús, también esa pasión se revive en la vida de tantos cristianos que son perseguidos, insultados y asesinados por su fe. Y de la misma manera esa pasión se revive en tantos cristianos…
que entregan su vida en el cuidado de enfermos (familiares suyos o no),
que atienden a personas necesitadas,
que escuchan a los que el Papa llama los hombres invisibles de nuestra sociedad (es decir, los que no cuentan),
que hacen una labor callada o ante los ojos de todo el mundo (como la M. Teresa de Calcuta) a fin de dar esperanza,
que se privan de cosas, materiales o no, para compartirlas con otros.
En definitiva, lo que trato de explicar es que la pasión de Cristo se vive, se revive y se hace presente en la Misa de cada parroquia o de cada templo, pero también en la vida diaria de los cristianos que se sacrifican por Dios y por los demás. O podemos decirlo también al revés: la pasión de Jesús se hace presente en la vida diaria de los cristianos que se sacrifican por Dios y por los demás, e igualmente en la Misa de cada parroquia o de cada templo. Las dos formas son distintas caras de la misma moneda.
Todo esto, y mucho más, es la Eucaristía para nosotros los católicos. ¡Bendito sea Dios que nos ha dejado tan gran tesoro en nuestras manos!

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