jueves, 8 de abril de 2021

Domingo II de Pascua-Domingo de la Misericordia (B)

11-4-2021       DOMINGO II DE PASCUA-Domingo de la Misericordia (B)

Hch. 4,32-35; Sal. 117; 1 Jn. 5, 1-6; Jn. 20, 19-31

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Queridos hermanos:

            A finales del siglo XX, el Papa Juan Pablo II instituyó el segundo domingo de Pascua como DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA. ¿De dónde viene esto? Una joven monja polaca, María Faustina Kowalska, que fue canonizada en abril del año 2000, escribió un diario por indicación de su director espiritual en el que narraba las revelaciones que Cristo Jesús le hizo. Estamos hablando de 1930. Esta monja no tenía ni la EGB y falleció en 1938. En definitiva, lo que ella escribe en el diario y que le fue revelado por Jesús no es nada nuevo: Dios es misericordioso y nos perdona, también nosotros debemos ser misericordiosos con los demás y perdonar. No importa lo grandes que hayan sido nuestras faltas, el mucho tiempo durante el cual hayamos pecado. Su Misericordia es más grande que nuestros pecados y todos ellos han sido borrados por la sangre derramada por Cristo en la cruz.

            El mensaje que Santa Faustina nos transmite de parte de Dios se puede resumir en tres puntos: 1) Pidamos la Misericordia de Dios. Él quiere que nos acerquemos a Él por medio de la oración constante, arrepentidos de nuestros pecados y pidiéndole que derrame su Misericordia sobre nosotros y sobre todos los hombres. Santa Faustina recomienda la confesión frecuente. 2) Seamos misericordiosos. Dios quiere que recibamos su Misericordia y que así, por medio nuestro, se derrame sobre los demás. Le dice Jesús a Santa Faustina: “Realiza obras de misericordia, que deben surgir del amor hacia Mí. Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo ni excusarte ni justificarte”. 3) Confiemos plenamente en Jesús. El fruto y la efectividad de la Misericordia divina dependen de nuestra confianza en Dios. Cuanto más confiemos en Él, más abiertos estaremos a su Misericordia.

            A algunas personas les cuesta ver la Misericordia de Dios, pero, quizás si la ven en otras personas, puedan descubrirla también en Dios. Veamos dos casos reales:

- “Ella tenía seis años cuando la vi por primera vez en una playa cercana a mi casa. La niña jugaba con la arena. A mí me gustaba pasear por la playa cuando me encontraba mal y quería estar sola. Al acercarme, alzó sus ojos azules hacia mí y me dijo: ‘Hola’. Le respondí con un gesto, sin muchas ganas de preocuparme de una niña pequeña. ‘Estoy construyendo’, dijo ella. ‘Ya veo. Pero, ¿qué es?’, le dije sin darle mucha importancia. ‘No lo sé, pero me gusta sentir la arena’. De pronto, un aguzanieves pasó volando.

‘¡La felicidad! ¡Es la felicidad! Mi mami dice que los pájaros marrones (aguzanieves) vienen a traernos la felicidad’, dijo la niña. El ave se fue deslizando suavemente por la playa. ‘Hasta luego felicidad. Hola dolor’, murmuré interiormente. Yo estaba deprimida y mi vida estaba fuera de control, pero la niña no se rendía. ‘¿Cómo se llama?’, me preguntó. ‘Ruth Peterson’, le respondí. ‘Yo soy Wendy y tengo seis años’. ‘Hola, Wendy’, le dije y seguí caminando por la playa. Su risita musical me acompañó mientras me alejaba y me dijo: ‘Venga otra vez, Sra. Ruth, y tendremos otro día feliz’. Los siguientes días tuve muchos problemas: con los hijos, con mi madre enferma, y me dije: ‘Necesito un pájaro marrón’. Salí a pasear por la playa para serenarme. Me había olvidado de la niña, y me sobresalté cuando ella apareció: ‘Hola, Sra. Ruth. ¿Quiere jugar?’ ‘¿Qué tienes en mente?’, le pregunté con un tono de enojo. ‘No lo sé, usted diga qué’. ‘¿Qué tal unos chistes?’, le pregunté sarcásticamente. Su cantarina risa regresó otra vez diciéndome: ‘¡No sé jugar a eso!’. ‘Entonces, solo caminemos’, le dije. ‘¿Dónde vives?’, le pregunté. Y me señaló unas casas enfrente de la playa, lo cual era extraño en invierno. Le pregunté si no iba a la escuela, y me respondió: ‘No. Mi mami dice que estamos de vacaciones’. Siguió su conversación de niña, pero mi cabeza estaba en otro sitio. Cuando me iba para casa, Wendy me dijo que había sido un día precioso. Sintiéndome sorprendentemente mejor, le sonreí coincidiendo con ella. Tres semanas después, corrí a la playa con un gran dolor. Ni siquiera estaba de humor para saludar a Wendy. Cuando ella se cruzó conmigo, le dije: ‘Mira, si no te importa hoy preferiría estar sola’. ‘¿Por qué?’, me preguntó. Me volví y le grité: ‘¡Porque mi madre se ha muerto!’, y pensé: ‘¡Dios mío!, ¿qué hago diciendo esto a una niña?’ Ella bajito me dijo: ‘Oh, entonces no es un buen día’. ‘Así es. Ni ayer, ni antes de ayer, ni… ¡Oh, vete de aquí!’ ‘¿Dolió?’ Y exasperada le respondí: ‘¿Que si dolió cuando ella murió? ¡Por supuesto que dolió!’, y me fui rápidamente. Un mes después volví a la playa. Ella no estaba allí. Me sentí culpable y avergonzada. Extrañaba a Wendy. Me dirigí a su casa y me abrió una mujer joven. Le dije mi nombre y le pregunté por su hija. ‘Ah, sí, Sra. Peterson, pase, por favor. Wendy hablaba mucho de usted. Disculpe si la molestó en algo’, me dijo su madre. ‘No, no, por favor, ella es una niña encantadora. ¿Dónde está?’, le contesté yo. La madre me respondió: ‘Wendy… murió la semana pasada. Tenía leucemia. Tal vez no se lo dijo’. Muda de asombro, busqué a tientas una silla, a la vez que trataba de recuperar la respiración. Entonces su madre me dijo: ‘Ella amaba esta playa, así que, cuando nos pidió que viniéramos aquí, no pudimos decirle que no. Parecía estar mucho mejor aquí y tenía muchos de los que ella llamaba… sus días felices. Pero las últimas semanas…, se fue rápidamente’, dijo la madre quebrándosele la voz. Y añadió: ‘Dejó algo para usted’. Me entregó un sobre en el que Wendy había escrito mi nombre. Lo abrí y encontré un dibujo con una playa amarilla, un mar azul, y un pájaro marrón. Debajo estaba escrito con caligrafía infantil: ‘Un pájaro marrón para darle felicidad’. La cara se me llenó de lágrimas y me abracé a la madre de Wendy y lloramos las dos. Yo le decía: ‘¡Cuánto lo siento, cuánto lo siento!’ El precioso dibujo está ahora enmarcado y cuelga en mi casa. Seis palabras, una por cada año de su vida. Seis palabras que me hablan de armonía, coraje y amor incondicional. Un regalo de una niña que me enseñó y me dio un regalo de amor”.

            - Otro ejemplo de misericordia. Veréis, hace ya unos años tuve que ir a celebrar la Semana Santa para el extremo oriental de Asturias, concretamente a Panes. Sabiendo esto de antemano, un grupo de jóvenes cristianos cántabros me pidieron que el Sábado Santo, por la mañana, en que yo no tenía culto alguno, acudiera a un pueblo de Cantabria a predicarles y a confesarles en un tiempo de oración que hacían ese día. Empezamos a las 10 de la mañana con una oración en la que estábamos alrededor de unas imágenes sagradas con velas y se hacían algunos cantos. Luego se hacía un momento de silencio para que quien quisiera expresara en voz alta lo que su espíritu sentía. Había allí una mujer con su hija de unos 3 ó 4 años (algunos de aquellos jóvenes ya estaban casados y con hijos). La niña estaba sentada en las rodillas de su madre. Resultó que la niña estornudó y cayó al suelo algo que salió de su boca o de su nariz. Entonces la madre rápidamente se levantó, sentó a la niña en la silla, cogió un pañuelo de papel y se puso a recoger aquello que había caído al suelo para que nadie lo pisara. A ella no le daba asco recoger aquello, y luego coger el pañuelo sucio y metérselo en el bolsillo para tirarlo después. Mientras yo veía esto, a mi espíritu vino enseguida que aquella acción tan sencilla era imagen y reflejo de la acción misericordiosa de Dios con cada uno de nosotros: También Él nos tiene en sus rodillas y nos rodea con sus brazos para que no nos caigamos y nos besa. También Él se da cuenta cuando tiramos o escupimos algo al suelo y se levanta a recogerlo, a limpiarlo, y a guardarlo en su bolsillo. Tampoco Él siente asco de lo nuestro. También Él nos vuelve a coger y a sentar en su regazo.

            A modo de resumen y conclusión: La Misericordia de Dios, por lo que he visto siempre, no se derramada solo sobre los pecadores. Igualmente Dios la entrega a raudales a los niños, a los enfermos, a los ancianos, a las familias, a todos los hombres. Pues todos necesitamos esta Misericordia divina.

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